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Agustí Alcoberro (Pals, Gerona, 1958) es doctor en Historia y profesor de la Universidad de Barcelona. Ha sido director del Museo de Historia de Cataluña entre los años 2008 y 2014. Se ha especializado en la investigación sobre la Cataluña moderna, y en especial sobre la Guerra de Sucesión de España y su posguerra. Ha colaborado y ha dirigido un gran número de proyectos sobre historia de Cataluña en los ámbitos de la edición, la enseñanza, la divulgación, la museografía y la televisión. También ha publicado novelas. Podéis seguirle en www.agustialcoberro.cat.

 

 

 

Desde la Prehistoria hasta el siglo XXI, este libro repasa los momentos clave para entender de dónde vienen y quiénes son los catalanes. ¿Cómo sería Cataluña sin la romanización? ¿Cómo sería Cataluña si Borrell II no hubiera roto el vasallaje con los reyes francos? ¿Cuántas veces hemos oído hablar de la Guerra de los Segadores quizás sin saber casi nada de ella? ¿Por qué la Cataluña contemporánea emprendió los rumbos de la industrialización, la utopía y la lucha por el autogobierno? En este libro encontrarás una selección de 100 momentos sin los cuales Cataluña sería de otra manera. Esta es, por lo tanto, una historia sin final o, más exactamente, con el final provisional que su ciudadanía decida darle.

Historia de Cataluña
en 100
episodios clave

• Colección Cien × 100 – 22 •

Historia de Cataluña
en 100
episodios clave

Agustí Alcoberro

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Primera edición: octubre de 2016

© del texto: Agustí Alcoberro

www.lectio.es

Diseño y composición: Imatge-9, SL

Producción del ebook: booqlab.com

ISBN digital: 978-84-16012-84-8

 

 

Tenen los catalans altra inclinació natural, i és ser ferms, constants i tenaços i no mudables en ses coses, governant-se molt per llurs lleis i usos i privilegis. [...] D’aquí procedeix que guarden els Usatges, les Constitucions i els privilegis amb tota la valor que poden.

PERE GIL. Història catalana (1600)

El genio de los naturales es amante de la libertad, aficionadísimo a todo género de armas, prontos en la cólera, rijosos y vengativos, y que siempre se debe recelar de ellos aguarden coyuntura para sacudir el yugo de la justicia. [...] Son apasionados a su patria con tal exceso que les hace trastornar el uso de la razón, y solamente hablan en su lengua nativa.

JOSÉ PATIÑO. Informe al Consejo de Castilla sobre el
Decreto de Nueva Planta de Cataluña (1715)

La Catalogne enfin peut se passer de l’univers entier, et ses voisins ne peuvent se passer d’elle. Loin que l’abondance et les délices aient amolli les habitants, ils ont toujours été guerriers, et les montagnards surtout on été féroces; mais, malgré leur valeur et leur amour extrême pour la liberté, ils ont été subjugués dans tous les temps.

VOLTAIRE. Le siècle de Louis XIV (1751)

ÍNDICE

A modo de prólogo

1. Antes del amanecer

2. Fenicios, griegos, iberos

3. …cartagineses y romanos

4. Una intensa romanización

5. Gotolania: tierra de godos y alanos

6. Dentro de al-Ándalus

7. Frontera del imperio franco

8. De Wifredo a Borrell II: la marcha hacia la independencia

9. La violencia feudal

10. El sueño occitano

11. La conquista de la Cataluña Nueva, la unión con Aragón

12. El reinado de Jaime I, el Conquistador

13. El reinado de Pedro II, el Grande

14. La expansión mediterránea

15. Corte General, Diputación del General

16. La peste negra

17. El compromiso de Caspe

18. Alfonso el Magnánimo: el influjo de Nápoles

19. Los remensas

20. La Busca y la Biga

21. La primera caza de brujas: la Vall d’Àneu

22. La Guerra Civil Catalana

23. Fernando el Católico: la unión con Castilla

24. …y la consolidación del pactismo

25. La Inquisición. La expulsión de los judíos

26. El atentado contra Fernando II del remensa Joan de Canyamars

27. En el corazón del imperio

28. Cuando el enemigo venía por mar

29. ¡Bandoleros!

30. El siglo decisivo: redes urbanas e inmigración occitana

31. Joan Malet, el cazador de brujas cazado

32. El triunfo de la Contrarreforma

33. En la periferia del imperio

34. La expulsión de los moriscos

35. Rocaguinarda y Serrallonga, el fin del bandolerismo

36. Pere Gil, el abogado de las brujas

37. Hacia la ruptura de 1640

38. La Junta General de Brazos de Pau Claris: la revolución catalana

39. La Paz de los Pirineos

40. Guerras, revueltas y proyectos

41. Vigatans y felipistas. El primer reinado de Felipe V

42. Barcelona, corte real de Carlos III

43. Después de la Paz de Utrecht

44. El 11 de septiembre de 1714

45. El fin del estado catalán

46. La Nueva Planta (y el “catástrofe”)

47. La persecución política de la lengua catalana

48. El exilio austracista

49. Via fora els adormits! Los últimos coletazos del austracismo

50. La Nueva Barcelona del Danubio

51. La Universidad de Cervera. Academias y escuelas

52. Los memoriales de agravios

53. Indianas y aguardiente

54. …¡América!

55. El motín de las quintas y las revueltas del pan

56. La Guerra de la Independencia

57. Cataluña y la constitución de Cádiz

58. El fin del absolutismo

59. Carlistas y cristinos (o isabelinos)

60. Las desamortizaciones

61. Les bullangas y los orígenes del anticlericalismo

62. Vapores

63. …y colonias

64. La Renaixença

65. Por la república federal

66. Ildefons Cerdà y el Ensanche de Barcelona

67. La Gloriosa

68. La Primera República

69. La AIT y el primer 1º de Mayo

70. La primera Restauración borbónica

71. Orígenes del catalanismo político contemporáneo

72. La crisis del sistema

73. La generación de 1901

74. Solidaridad Catalana

75. Un día nacional y un himno

76. El automóvil y la electricidad

77. La sociedad de masas

78. La Semana Trágica

79. La CNT

80. La Mancomunidad

81. El impacto de la Gran Guerra

82. Las primeras banderas independentistas

83. La dictadura de Miguel Primo de Rivera

84. El 14 de abril de 1931

85. La autonomía: la Generalidad republicana

86. El 6 de octubre de 1934

87. Del 16 de febrero al 19 de julio de 1936

88. La Guerra Civil y la revolución

89. 1939. La derrota

90. El nuevo orden fascista

91. La autarquía

92. El exilio republicano y la II Guerra Mundial

93. La resistencia en el interior

94. Desarrollo económico e inmovilismo político

95. La recuperación política y cultural

96. ¿Reforma o ruptura?

97. Los gobiernos de Jordi Pujol

98. Los gobiernos de izquierdas. El fiasco del Estatuto de 2006

99. Del autonomismo al independentismo

100. Ahora es ayer

A MODO DE PRÓLOGO

Como es sabido, la historia de los pueblos se construye sobre dos ritmos. Uno lento, casi estático, que marca la tradición y el poso, las estructuras de larga duración. El otro acelerado, pautado por los acontecimientos, que corre a un ritmo vertiginoso. El primero nos remite a las continuidades profundas. El segundo, a los cambios. Uno casi niega el paso del tiempo. El otro convierte el relato histórico en periodismo. La historia se construye en realidad sobre el diálogo entre ambos. Lo cierto es que, por ejemplo, hoy reproducimos cotidianamente acciones y gestos que tienen miles de años de vida —empezando por la dieta, que viene del Neolítico, o el habla, romana. Pero también lo es que cualquier persona de hoy ha vivido a lo largo de su vida gran cantidad de cambios tecnológicos y de otro tipo que le han exigido una modificación de sus hábitos diarios.

Sobre estas bases, elegir cien episodios de la historia de una nación es siempre un reto y un ejercicio doloroso. Los episodios no son exactamente acontecimientos, ni tampoco estructuras. Por definición, tienen una duración imprecisa. Los hay que vienen marcados por la huella individual de personas concretas. Otros responden a una voluntad o a una pulsión colectivas. Los hay que expresan nuevas realidades materiales, económicas o tecnológicas. Y otros se mueven a nivel de la dominación política o de las novedades culturales.

Esta selección de episodios pretende presentar una visión calidoscópica e incompleta de la historia de los catalanes y las catalanas en sus marcos más amplios —el Mediterráneo, Iberia, Europa y el mundo. Un relato que interrelaciona el ser humano y su medio natural, pero que refleja también las relaciones (de colaboración, de conflicto, de dominación) entre los seres humanos de un mismo colectivo, y entre este y los demás grupos próximos o lejanos.

En su modestia, esta elección implica valoraciones y jerarquías. A principios del siglo XXI, como en la época de los studia humanitatis, hace ya seis centurias, la historia es maestra de la vida porque nos enseña a pensar históricamente. Esta es la grandeza de la historia, lo que hace de ella una disciplina extraordinariamente útil y necesaria.

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ANTES DEL AMANECER

Los orígenes de los colectivos humanos siempre han generado curiosidad. En los pueblos clásicos, y también en los primeros siglos medievales, la búsqueda de los orígenes se hizo a través de la mitología. Algunos eruditos medievales afirmaron que el primer poblador de la península Ibérica había sido Túbal, hijo de Cam y nieto de Noé. La familia de este, única superviviente humana del Diluvio Universal, se había dispersado por el mundo, y Túbal había llegado a nuestras costas proveniente del levante mediterráneo. En el siglo XV el humanista italiano Annio de Viterbo falsificó algunas supuestas crónicas antiguas que confirmaban el inicio, con Túbal, del primer linaje real hispánico, y su vínculo, en el futuro, con el griego Hércules. La lista de supuestos reyes míticos inventada por Annio reaparece desde entonces en la mayor parte de historias de Cataluña hasta bien entrado el siglo XIX. Pero no todos los historiadores fueron tan crédulos. El archivero real Pere Miquel Carbonell denunció la falsedad de aquellos relatos en sus Cròniques d’Espanya publicadas en 1547. En opinión de este humanista catalán eran “errores y cuentos”, “sueños manifiestos” y “locuras”.

Hoy, por suerte, la arqueología nos permite adentrarnos de forma más segura (si bien siempre provisional) en aquellos tiempos remotos. Los restos líticos encontrados en varias comarcas permiten afirmar que el territorio de la actual Cataluña fue poblado de manera ininterrumpida por grupos humanos desde hace un millón de años. Los restos humanos más antiguos, sin embargo, son de hace unos 450.000 años. Se encuentran en la Cueva del Aragó, en Talteüll (Rosellón), y pertenecen al cráneo de un Homo erectus, o heidelbergensis. Aquellos colectivos humanos corresponden a las primeras etapas del Paleolítico, un larguísimo período histórico caracterizado por la economía depredadora, basada en la caza y la recolección, y el nomadismo. El grupo de Talteüll había ya aprendido a dominar el fuego y elaboraba herramientas de piedra muy sencillas. Posteriormente, detectamos la presencia de otros grupos, como los hombres de Neandertal, a los que corresponde la mandíbula de Bañolas, de unos 85.000 años de antigüedad. El Homo sapiens, nuestro antepasado directo, aparece unos 40.000 años atrás.

Hacia el 6000 aC, los grupos humanos empezaron a practicar la agricultura y la ganadería. Con este cambio económico y cultural se da inicio a la etapa conocida como Neolítico. Los cambios fueron sustanciales: los humanos redujeron su dependencia del medio y optaron por convertirse en seminómadas o sedentarios. También aparecieron la cerámica y las primeras construcciones sepulcrales megalíticas, a las que denominamos dólmenes. Hacia 1800 aC se extendió, además, la metalurgia del bronce, una aleación de cobre y estaño, utilizada en la elaboración de herramientas y armas.

Sin embargo, mil años antes de Cristo se detecta un cambio sustancial, por lo menos en las comarcas del oeste de la actual Cataluña. Aparecen los primeros poblados, con sus calles centrales y murallas. Los grupos humanos, hasta entonces basados en la familia y el linaje, resultaron mucho más numerosos y heterogéneos. Y en ellos se dibujan las primeras diferencias de jerarquía política. Aquellos “protoestados” evolucionarían muy pronto como consecuencia de las influencias culturales y humanas llegadas del norte y del Mediterráneo.

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FENICIOS, GRIEGOS, IBEROS…

Los grupos humanos que poblaban el actual territorio de Cataluña recibieron durante el primer milenio antes de Cristo un triple influjo. Primeramente, los pueblos indoeuropeos introdujeron la metalurgia del hierro a través de los valles pirenaicos, que han sido tradicionalmente una vía de contacto, y no un obstáculo físico, entre la Península y el resto del continente.

Poco después, hacia el siglo VII aC, los fenicios, originarios del actual Líbano, accedieron al litoral catalán desde sus colonias del sur de Iberia y, sobre todo, desde la gran base de Ibiza. También ellos llevaban el conocimiento de la metalurgia del hierro, que extendieron entre los pueblos litorales. Las ánforas fenicias, con aceite, vino y salazón, conquistaron especialmente las áreas del Ampurdán y del río Ebro, que sus naves remontaron para expandirse hacia el interior peninsular.

Sin embargo, posteriormente otro grupo del Mediterráneo oriental accedió también a nuestras costas: eran los griegos originarios de Focea, en Asia Menor, que poco antes habían abierto la colonia de Masalia, la actual Marsella. Los foceos establecieron una primitiva ciudad (la Palaia Polis, o Ciudad Vieja) en la península de San Martín de Ampurias hacia el 580 aC. Pocas décadas después añadieron la Nea Polis, o Ciudad Nueva, en el litoral. El conjunto tomó el nombre de Emporion, o Mercado, de donde deriva Ampurias, y también el topónimo Ampurdán, que da nombre a la comarca. El hecho de que la ciudad fuese abandonada en la Edad Media ha permitido una excavación integral, que inició en 1909 la Diputación de Barcelona en el marco cultural y político del novecentismo. Este elemento singulariza la ciudad griega de Emporion en el conjunto de ciudades de la Hélade. En los siguientes siglos la prosperidad de Ampurias, basada en el comercio naval con los pueblos autóctonos desde el sur del Ebro hasta la Provenza, la convirtió en una ciudad independiente, que incluso acuñó moneda propia. Hacia el siglo V aC también se formó la colonia griega de Rhode.

Los grupos autóctonos recibieron y procesaron este cúmulo de influencias. De aquí surgió la sociedad y la cultura ibera, entendida como un conjunto cultural que se extendía por la Iberia Mediterránea, desde Andalucía hasta más allá de la desembocadura del Ródano. En cuanto al actual territorio de Cataluña, las crónicas romanas mencionan varios pueblos organizados de forma independiente en espacios coherentes, muchos de los cuales hoy constituyen comarcas. En el litoral, de norte a sur, se extendían sordones, indigetes, layetanos, cosetanos e ilercavones. Ausetanos, bergistanos y lacetanos ocupaban las comarcas centrales, mientras que los ilergetes se extendían por las comarcas de Poniente, y airenosinos, andosinos y ceretanos poblaban los valles del Pirineo.

La sociedad ibera vivió importantes cambios desde el siglo VI aC. Dentro de las comunidades se empezó a diferenciar claramente a una clase de dirigentes y guerreros. También fueron creados asentamientos amplios y muy fortificados, que actuaban como capitales de los grupos respectivos. Hoy se encuentra particularmente bien conservada la ciudad del monte de Sant Andreu, de Ullastret, que correspondía a los indigetes. Ya en el siglo V aC, las comunidades introdujeron el uso de herramientas de hierro en la agricultura, lo que permitió aumentar su productividad, e incrementaron la demanda de importaciones mediterráneas. La sociedad ibera desarrolló también una escritura de base silábica, que hoy podemos transcribir fonéticamente pero no comprender.

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… CARTAGINESES Y ROMANOS

La Segunda Guerra Púnica (219-201 aC) enfrentó de nuevo a las dos grandes potencias que rivalizaban por el dominio del Mediterráneo occidental: por una parte, Roma, en la región del Lacio, en la península Itálica; por otra parte, la ciudad fenicia de Cartago, en el actual Túnez. Los cartaginenses se habían expandido por la península Ibérica, donde habían creado Cartago Nova (la actual Cartagena). Sin embargo, en 225 aC habían firmado con Roma el Tratado del Ebro, por el que el río de los iberos delimitaba las áreas de influencia de una y otra potencia.

En 218 aC Aníbal Barca inició un movimiento estratégico del todo inesperado. Al frente de un ejército formado por 59.000 hombres, cartagineses y autóctonos, atravesó los Pirineos (probablemente, siguiendo el eje del río Segre), la Provenza y finalmente los Alpes, para plantarse en la península Itálica. El ejército de Aníbal disponía de numerosos elefantes, un animal hasta entonces desconocido en Europa. Una vez en Italia, Aníbal venció a los romanos en varias batallas y llegó a las puertas de Roma. Pero entonces, sorprendentemente, optó por desplazarse hacia la Campania, al sur de la península transalpina. Esto dio alas a Roma, y a la larga supuso la derrota del caudillo cartaginés.

La República romana optó entonces por enviar un importante contingente militar a Hispania, con el objetivo de cortar el contacto del ejército cartaginés con su retaguardia. Así, Cneo Cornelio Escipión desembarcó con dos legiones en la ciudad griega de Emporion, aliada de los romanos. Escipión trabó alianzas con los pueblos iberos litorales y estableció una nueva base en Tarraco, que estaba destinada a convertirse en la capital de la Hispania romana. Por el contrario, los romanos se encontraron con la oposición de los ilergetes, a los que vencieron. Una vez conquistado el territorio de la actual Cataluña, la guerra entre Roma y Cartago se extendió hacia otros espacios peninsulares. Publio Cornelio Escipión conquistó Cartago Nova (209 aC) y Gadir (Cádiz, 206 aC). Entre tanto, los romanos reprimieron una sublevación de los ilergetes (207 aC); su rey, Indíbil, murió en combate y su hermano, Mandonio, fue ejecutado.

Los romanos habían llegado a Hispania por un motivo coyuntural. Sin embargo, una vez terminada la Segunda Guerra Púnica, se hizo evidente que no pensaban abandonarla. Ya en 197 aC dividieron los territorios conquistados en dos provincias: la Hispania citerior, o próxima, con capital en Tarraco, y la Hispania ulterior. Dos años después, las tribus indígenas protagonizaron una sublevación generalizada contra los tributos impuestos por los nuevos conquistadores. Los romanos aplastaron el alzamiento con contundencia. Desde entonces, se impuso la Pax Romana en la provincia citerior. Tarraco, sin embargo, capital y base naval de los romanos, vio pasar el tráfico continuado de legiones que se adentraban en las tierras aún no conquistadas del oeste y el norte peninsulares.

Durante prácticamente 700 años, nuestro territorio vivió en la órbita de Roma. Inicialmente, el trato que los romanos dispensaron a los autóctonos fue diverso: los pueblos aliados mantuvieron sus derechos, mientras que los conquistados fueron obligados a pagar fuertes tributos. Sin embargo, a la larga las fronteras entre unos y otros fueron borrándose, así como con las colonias fundadas por exlegionarios romanos. En 212 dC el emperador Caracala concedió la ciudadanía romana a todos los individuos libres del Imperio.

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UNA INTENSA ROMANIZACIÓN

Siete siglos de Pax Romana marcaron profundamente al territorio y a sus habitantes. Denominamos a este proceso romanización. Sus consecuencias son plenamente visibles todavía hoy. Los catalanes somos, esencialmente, primigeniamente, romanos.

La romanización implicó de hecho dos fenómenos. Por un lado, los pueblos autóctonos, de cultura ibera, vivieron una progresiva pero imparable tendencia a integrarse en los modelos culturales romanos. Por otro lado, el asentamiento en el territorio de legionarios romanos jubilados, que obtenían tierras en propiedad, también contribuyó a hacer realidad este salto cultural. A la larga, la fusión entre unos y otros generó una nueva realidad social.

El dominio romano permitió mejorar la producción agraria y sus expectativas comerciales. Hasta la crisis del siglo III dC, Roma era un imperio y una unidad de mercado. La Hispania citerior se especializó en la trilogía mediterránea, basada en el trigo, la vid y el olivo. Junto con los modelos tradicionales iberos, se extendieron las villas romanas, al mismo tiempo residencias y unidades de producción dispersas. Los propietarios solían ser veteranos de guerra, y la mano de obra utilizada era de carácter esclavo.

Las comunicaciones navales de las colonias con Roma a través del Mare Nostrum (Nuestro Mar) fueron reforzadas también con la construcción de calzadas. La Vía Augusta, que comunicaba Roma y Cádiz, atravesaba nuestro territorio siguiendo aproximadamente la misma ruta de la actual autopista del Mediterráneo. Roma creó también una potente red de ciudades entre las que destacaban Barcino y, sobre todo, Tarraco, la capital provincial. La ciudad logró la cifra de 30.000 habitantes y disponía de importantes edificios públicos, además de un anfiteatro, un teatro y un circo.

La romanización supuso importantes cambios culturales. Los romanos difundieron su derecho, que es, de hecho, también el nuestro. Si bien en la alta Edad Media los pueblos germánicos dejaron huella en este ámbito, a partir del siglo XIII se produjo un retorno a la tradición romana que marcó claramente las instituciones jurídico-políticas recién nacidas.

Y los romanos, sobre todo, aportaron su lengua, el latín, que se encuentra en la raíz de las lenguas románicas. Las tierras de habla catalana, como áreas precozmente y profundamente romanizadas, emplean una lengua que proviene del latín vulgar, es decir, del latín que hablaban las clases populares. Esto vincula las raíces del catalán con las lenguas gálicas, y no con las hispánicas, surgidas del latín culto que hablaban los funcionarios foráneos.

El Imperio romano fue, finalmente, el ámbito de expansión de la religión cristiana, otro de los rasgos que nos distingue desde el punto de vista cultural. A pesar de las persecuciones, el cristianismo se difundió por las ciudades de Hispania, muy probablemente a través de las provincias africanas del Imperio. En el siglo III ya había núcleos cristianos en Tarraco y en otras ciudades. En el año 259 fueron quemados en el anfiteatro de la capital provincial el obispo Fructuoso y los diáconos Augurio y Eulogio. En el año 313, el emperador Constantino promulgó el edicto de Milán, que establecía la libertad religiosa y autorizaba el culto cristiano. En 380, el emperador Teodosio declaró el cristianismo religión oficial del Imperio. En los años siguientes, la disolución del Estado romano confirió a la Iglesia un enorme protagonismo político y social.

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GOTOLANIA: TIERRA DE GODOS Y ALANOS

La crisis imparable del Imperio romano y la debilidad de sus legiones obligaron a modificar su estrategia de defensa. Roma intentó diferenciar entre bárbaros (es decir, extranjeros) malos y bárbaros buenos. Para frenar a los primeros, estableció pactos y alianzas con los segundos. Estos se convirtieron en federados (aliados), y contaron con el apoyo y la inyección económica de las autoridades imperiales. Pero la realidad fue siempre más compleja: pueblos federados resultaron ser de repente enemigos feroces, y pueblos estigmatizados como enemigos establecieron nuevas alianzas con Roma.

Las ciudades hispanorromanas de la actual Cataluña ya sufrieron los saqueos de dos pueblos bárbaros, francos y alanos, en el siglo III. En el año 409, los alanos, junto con los vándalos y los suevos, cruzaron los Pirineos e invadieron la península Ibérica. Dos años después, entraban, persiguiéndolos, los visigodos, o godos del oeste (en contraposición a los ostrogodos, o godos del este).

Los visigodos llegaban como federados, una condición que habían logrado ya en el año 376, pero su pasado reciente no era precisamente de amistad con Roma. Los visigodos se encontraban entonces ya parcialmente romanizados. Practicaban el arrianismo, una variante del cristianismo que había sido explícitamente condenada como herejía en el concilio de Nicea (325). Formaban una monarquía electiva, puesto que el rey era elegido de forma vitalicia por el cuerpo de la nobleza.

Liderados por su rey, Alarico, los visigodos habían saqueado la capital del Imperio en 410. Y Alarico no había dudado en secuestrar a la princesa Gala Placidia, hija del emperador Teodosio y hermanastra del emperador Honorio. A pesar de que inicialmente el propósito de los visigodos era trasladarse al norte de África, finalmente se vieron obligados a desplazarse al sur de la Galia, y, desde allí, penetrar en tierras de Hispania. Aquí el rey Ataúlfo, sucesor de Alarico, situó su capital en Barcino, una ciudad bien amurallada, en el año 415.

Ataúlfo se había casado con Gala Placidia, en Narbona, el año anterior. Este matrimonio ha sido considerado como un intento de fusionar las clases dirigentes romanas y la nobleza visigoda. En Barcelona, Gala Placidia engendró un hijo, a quien llamaron Teodosio, en homenaje a su abuelo. Sin embargo, el niño murió poco después. Desde Barcelona, los visigodos consiguieron arrinconar a los suevos, que acabarían ubicados en Galicia, en el otro extremo de Hispania. Y también frenaron las bagaudas, los movimientos de esclavos, campesinos pobres y soldados desertores que se oponían a los grandes propietarios latifundistas en aquella última etapa del Imperio romano. En cualquier caso, Ataúlfo no sobrevivió a una conspiración en la que participaron algunos de sus nobles más cercanos. Fue asesinado en el Palacio Real de Barcelona el 14 de agosto de 415.

Barcelona volvió a ser la capital de la monarquía visigoda a principios del siglo VI, cuando fueron derrotados por los francos en la Galia. Sin embargo, con el paso del tiempo se establecieron en Toledo y dominaron la mayor parte de Hispania. Nunca superaron las cien mil personas, y vivieron un imparable proceso de integración cultural: en el año 589 abrazaron el cristianismo, mayoritario entre la población hispanorromana, y en el año 643 publicaron las lex iudicorum, su primer código jurídico.

En el siglo XV, los humanistas catalanes vindicaron aquella corte de Barcelona como precedente de sus condes y reyes de Aragón. A ellos les debemos una de las primeras etimologías de Cataluña: esta palabra proviene tal vez de Gotolania, la tierra de godos y alanos.

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DENTRO DE AL-ÁNDALUS

Los árabes son un pueblo autóctono de la península Arábiga que, a partir de la muerte del profeta Mahoma (632), inició una rapidísima expansión militar. Mahoma había predicado una nueva religión, el islam, con fuertes influencias hebreas y cristianas, que había contribuido a cohesionar a su pueblo y a lanzarlo a la conquista de otros territorios. A finales del siglo VII, sus dominios se extendían desde el Oriente Próximo hasta las tierras de Berbería, o Magreb. En esta región, los árabes dominaron a la población autóctona, bereberes, o amazighs, que se convirtieron al islam.

La expansión prosiguió en los siguientes años. En Occidente, un importante grupo de árabes y bereberes entró en Andalucía en 711, y se extendieron acto seguido por la península Ibérica. En el año 720 habían llegado a Narbona, en la Septimania, en tierras de la Galia. Pero doce años después, en 732, fueron detenidos por los francos en Poitiers. El rápido dominio de la península Ibérica, a la que denominaron al-Ándalus, es una prueba de la crisis en la que se encontraba entonces la monarquía visigoda.

Inicialmente, al-Ándalus pasó a formar parte del califato omeya, con capital en Damasco, que se extendía hasta la India. El dominio de los abasíes trasladó la capital a Bagdad. Sin embargo, entonces, un omeya, Abd al-Rahman, se desplazó a al-Ándalus y creó el emirato de Córdoba (756), que era políticamente independiente. Casi dos siglos después, un descendiente suyo, Abd al-Rahman III, fue proclamado califa, esto es, descendiente del profeta y primera autoridad religiosa del islam. El califato de Córdoba se prolongó del año 929 a 1031. Desde esta fecha, en al-Ándalus se alternaron los momentos de fragmentación política, con la creación de reinos de taifas independientes, y los de unificación, bajo el dominio de nuevos pueblos llegados de África: los almorávides (1099) y los almohades (1147). Como veremos, el dominio político islámico en la península Ibérica se cierra en 1492, con la caída del reino nazarí de Granada.

La influencia araboislámica en tierras de la actual Cataluña fue desigual. En la Cataluña Vieja, es decir, la que está situada al norte del eje Macizo del Garraf – Llobregat – Cardener – Montsec – Valle del Cinca, fue muy escasa. La presencia árabe no llegó a un siglo, y a menudo se limitó a algunas guarniciones. Por el contrario, en la Cataluña Nueva, por debajo de esta línea geográfica, el dominio árabe se prolongó durante tres siglos y medio, y generó numerosas influencias económicas y culturales. En esta área, aunque subsistieron algunos núcleos hebreos y cristianos (denominados mozárabes), la inmensa mayoría de la población adoptó el islam. Otro tanto en referencia a la lengua árabe y a las costumbres y los vestidos. Hay que tener en cuenta que la comunidad araboislámica había logrado un nivel económico, tecnológico y cultural muy superior al de la Europa cristiana. Por otra parte, la superioridad militar de al-Ándalus sobre los reinos cristianos del norte peninsular fue abrumadora hasta las puertas del año mil —momento en el que empezaron a cambiar las cosas.

En cualquier caso, el influjo económico y cultural islámico no se acabó con la conquista cristiana. En la Cataluña Nueva, como veremos, una gran parte de la población autóctona pudo permanecer en el territorio y mantener su religión después de la conquista cristiana. Otro tanto sucedió en el Reino de Valencia. Fueron denominados mudéjares, y a partir del siglo XVI, formalmente cristianizados, moriscos. Su expulsión se produjo en los años 1609-1610.

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FRONTERA DEL IMPERIO FRANCO

La monarquía franca, que había detenido la expansión islámica en Poitiers (732), dedicó las siguientes décadas al control del extremo sudoriental de la antigua Galia. En el año 759 dominó Narbona y muy pronto controló toda la Septimania. En el corazón de Europa, el reinado de Carlomagno (768-814) señala el inicio de la recuperación política y militar del mundo cristiano, así como la de su Renacimiento cultural. Carlos el Grande (en latín, Carolus Magnus, de donde deriva la fórmula popular Carlomagno) fue proclamado emperador por el papa León III, en Roma, el día de Navidad del año 800. Se iniciaba así el Imperio de Occidente, o Sacro Imperio Romanogermánico.

Entonces, Carlomagno ya había fracasado en su proyecto de establecer una firme base al sur de los Pirineos, conquistando Zaragoza. La expedición franca del año 778 se había cerrado con una sonada derrota en Roncesvalles (Navarra) —que, no obstante, dio lugar a uno de los primeros cantares de gesta compuestos en lengua vulgar, la Chanson de Roland.

Aun así, el interés de los monarcas francos por crear una frontera, o marca, segura dentro de la península Ibérica se mantuvo. La marca tendría que operar como barrera ante el emirato de Córdoba, el poderoso enemigo del sur. Sin embargo, la iniciativa correspondió entonces a los hispanogodos de las comarcas del norte de Cataluña. Ya hemos avanzado que, en las regiones más próximas a los Pirineos, el dominio árabe siempre fue poco concreto, y a menudo se limitó a algunas guarniciones de frontera y a las expediciones anuales para el cobro de tributos. En resumidas cuentas, esto favoreció que en el año 785 los vecinos de Gerona, una plaza estratégica y bien defendida, entregasen la ciudad a las tropas francas. Otro tanto hicieron, cuatro años más tarde, los habitantes de la Cerdaña, el Alto Urgel, el Pallars y la Ribargorza.

En 801 las tropas francas pusieron sitio a Barcelona, donde pudieron penetrar el 3 de abril. Barcelona contaba con un recinto amurallado muy bien fortificado, que había sido totalmente reconstruido en el siglo IV, en la última etapa del Imperio romano, y que entonces resultaba poco menos que inexpugnable.

Con la conquista de Barcelona se delimitó un territorio al que las crónicas europeas de la época denominan Marca Hispánica, o frontera de Hispania. Con el tiempo también se conocería con el nombre de Cataluña Vieja, en contraste con el resto de la actual Cataluña, donde el dominio islámico se prolongaría todavía por espacio de dos siglos y medio.

Los monarcas francos dividieron el territorio en unidades administrativas, llamadas condados. A su frente pusieron a funcionarios llegados de fuera, aunque también en algunas ocasiones fueron nombrados nobles locales. Eran los condados de Rosellón, Ampurias, Peralada, Gerona, Osona, Barcelona, Cerdaña, Urgel, Pallars y Ribagorza.

No obstante, a lo largo del siglo IX la auténtica epopeya no la protagonizaron los nobles, sino los campesinos. Miles de familias campesinas fueron abandonando las comarcas pirenaicas, ya superpobladas, y conquistaron las llanuras. La repoblación se hizo en base al contrato de presura: los condes, propietarios de la tierra, la cedían a las familias campesinas que la hubiesen puesto en cultivo y trabajado durante treinta años. Este fue el origen de la propiedad campesina, y también el fundamento del poblamiento de la Cataluña central.

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DE WIFREDO A BORRELL II: LA MARCHA HACIA LA INDEPENDENCIA

A lo largo de los siglos IX y X la situación en la Marca Hispánica no fue nada fácil. Las tierras de la Cataluña Vieja se encontraban en la periferia meridional del Imperio franco, y en frontera directa con el emirato de Córdoba (que, como hemos visto, se convirtió en califato en el año 929). Los intereses de los habitantes del país, de origen hispanogodo, no siempre coincidieron con los que se definían muy lejos, en la corte franca. Por otra parte, las etapas de crisis en el imperio supusieron también una relajación de los vínculos con el poder central, y dieron más margen de maniobra a los notables locales.

Los apenas cien años que separan los condados de Wifredo y de Borrell II señalan el proceso de ruptura de los condes de Barcelona con los monarcas francos. Este proceso ha sido definido como la marcha hacia la independencia, ya que supuso la soberanía de hecho de los condes.

A partir del año 870, Wifredo el Velloso fue nombrado conde de Urgel, de Cerdaña y de Conflent (de donde era originario). Ocho años después fue proclamado también conde de Barcelona y Gerona, uniendo bajo su persona la mayor parte de tierras y vasallos del país. Wifredo impulsó decididamente la repoblación de la Cataluña central. Sin embargo, a su muerte, en el año 897, ocurrió un hecho sin precedentes. El imperio franco vivía una situación de crisis interna, y los hijos de Wifredo se autoproclamaron sucesores sin esperar a la confirmación de la corte. Wifredo II se hizo cargo de los condados de Barcelona, Gerona y Osona, mientras que sus hermanos Miró y Sunifredo se proclamaban condes, respectivamente, de Cerdaña y de Urgel. Esto fue lo que dio origen a la casa de Barcelona.

Otro tanto hicieron acto seguido, a su muerte, los herederos de Suniario II de Ampurias-Rosellón (915) y de Ramón I de Pallars-Ribagorza (920). De esta forma, a lo largo del siglo X, se consolidaron en Cataluña cinco casas condales hereditarias: la de Barcelona, que fue reconocida como primum inter pares, o primera entre iguales, y las de Pallars-Ribagorza, Urgel, Cerdaña-Besalú y Ampurias-Rosellón.