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OTROS LIBROS

DE ESTA COLECCIÓN

 

1. Un clero en transición. Población clerical, cambio

parroquial y política eclesiástica en el arzobispado de México,

1700-1749

Rodolfo Aguirre Salvador

ISBN: 978 607 7588 66 5

 

2. Espacios de saber, espacios de poder.

Iglesia, universidades y colegios

en Hispanoamérica siglos XVI-XIX

Rodolfo Aguirre Salvador (coordinador)

ISBN: 978 607 7588 92 4

 

3. Universidad y familia. Hernando Ortíz de Hinojosa

y la construcción de un linaje, siglos XVI-XX

Clara Inés Ramírez González

 

 

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Coordinación editorial

Dolores Latapí Ortega

Edición

Graciela Bellon

 

Diseño de cubierta

Diana López Font

 

Primera edición: 21 de diciembre de 2012

 

© D.R. 2012, Universidad Nacional Autónoma de México

Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación,

Centro Cultural Universitario, Ciudad Universitaria,

Coyoacán, 04510, México, D. F.

http://www.iisue.unam.mx

Tel. 56 22 69 86

Fax 56 65 01 23

 

© Bonilla Artigas Editores

Cerro de Tres Marías, núm. 354

Col. Campestre Churubusco, 04200,

México, D. F.

editorial@libreriabonilla.com.mx

www.libreriabonilla.com.mx

 

ISBN: 978-607-02-3946-5 (UNAM)

ISBN: 978-607-7588-66-5 (Bonilla Artigas)

ISBN edición digital: 978-607-7588-80-1

 

Se prohíbe la reproducción, el registro o la trasmisión parcial o total de esta obra por cualquier medio impreso, mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético u otro existente o por existir, sin el permiso previo del titular de los derechos correspondientes.

 

Hecho en México

 

A Ofelia y Rodolfo Adrián,

por su incomparable amor y su compañía.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

 

PRIMERA PARTE

Un clero cambiante. crítica reformista, renovación clerical y dinámica social

ENTRE JESUITAS Y FRAILES: LOS INICIOS DEL SEMINARIO DIOCESANO

Trento y los seminarios conciliares en Hispanoamérica

El primer medio siglo del Seminario Conciliar de México

El financiamiento del seminario y la aportación de las doctrinas

LA ORDENACIÓN SACERDOTAL: CRÍTICAS EN MADRID Y AUMENTO DE EXIGENCIAS EN MÉXICO

La renovación clerical en Nueva España antes de Felipe V

Intentos de reforma del clero en España y el arzobispo Lanciego

El fomento de clérigos lenguas como factor de equilibrio en el clero regular

DINÁMICAS DE LA POBLACIÓN CLERICAL: ENTRE LA CONTENCIÓN Y LA APERTURA DE ORDENACIONES

Los motivos para ingresar al clero secular

Las calidades sociales y la procedencia geográfica del clero

La evolución de la población clerical 1682-1742

 

SEGUNDA PARTE

Beneficios eclesiásticos, empleos y cambio parroquial: entre la esperanza y la frustración

JUNTOS PERO DESIGUALES: EL BAJO CLERO DE LA CIUDAD DE MÉXICO

El clero de la capital: nativos y foráneos

La búsqueda de grados universitarios

El resguardo de las capellanías

El clero parroquial de la capital

Cargos en los conventos: confesores, capellanes y mayordomos

Clérigos “vagabundos” y “limosneros”

VIEJOS Y NUEVOS ESCENARIOS EN LAS PARROQUIAS DE PROVINCIA

El aumento de la feligresía

La dinámica de curatos y doctrinas en la primera mitad del siglo XVIII

Obvenciones y rentas de doctrinas y curatos

EL CLERO PARROQUIAL DE PROVINCIA: ENTRE LO IDEAL Y LO POSIBLE

El nombramiento de curas por concurso y por designación directa

Tamaño y distribución del clero secular parroquial

Las jerarquías en el clero parroquial

La distribución de tareas y la variabilidad de las rentas

Los vicarios “lenguas” en las parroquias

EL “TERCER EJÉRCITO”: EL CLERO PROVINCIAL

Distribución geográfica y núcleos clericales

Al servicio del arzobispado: jueces de doctrina y colectores del diezmo

Capellanes de provincia

Otras ocupaciones del clero provincial

 

TERCERA PARTE

Nuevos vientos de ultramar: la política eclesiástica de Felipe V

EL DESIGNIO POLÍTICO DE FELIPE V: CLÉRIGOS ÚTILES, FRAILES SUJETOS

Felipe V, Roma y la Iglesia peninsular

El endurecimiento con los religiosos en Nueva España

Claroscuros en las mercedes al alto clero secular

Los jueces de doctrina y la expansión de la autoridad arzobispal

AL CÉSAR… MÁS GRAVÁMENES Y SUBSIDIOS ECLESIÁSTICOS

Felipe V y los gravámenes a la Iglesia peninsular

Política fiscal hacia la Iglesia indiana: donativos y vacantes menores

El subsidio eclesiástico: principal proyecto fiscal para la Iglesia indiana

LA SECULARIZACIÓN DE DOCTRINAS Y LA REFORMA DEL CLERO, DEL ARZOBISPO LANCIEGO A LA CÉDULA DE 1749

Lanciego y las doctrinas del arzobispado

1721-1723: el proyecto de secularización del arzobispo

El arzobispo Rubio y Salinas, las juntas de Madrid y la cédula de secularización de 1749

El inicio de la secularización

CONCLUSIONES. LA TRANSICIÓN EN EL ARZOBISPADO DE MÉXICO EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XVIII

FUENTES DOCUMENTALES

ÍNDICE DE CUADROS, ANEXOS Y MAPAS

Sobre el autor

 

INTRODUCCIÓN

Un sector de la sociedad novohispana citado a menudo en la historiografía es el clero secular en su conjunto, debido a sus indudables vínculos e influencia en la vida religiosa, social, política y cultural de la época. No obstante, sobre su conocimiento hay lagunas notables, producto, por un lado, de la tendencia a establecer generalizaciones que abarcan amplios periodos temporales y, por el otro, al poco trabajo de archivo. En las historias generales sobre la Iglesia en Nueva España, por ejemplo, se la ha concebido simplemente como una especie de “escenario eclesiástico” para la actuación del alto clero o de los obispos.1

En estudios concretos sobre coyunturas históricas o gestiones de obispos, la clerecía se ha analizado más detenidamente gracias a su apoyo u oposición a los objetivos de los jerarcas, cuando ha participado en algún movimiento importante, integrado alguna nueva institución o como receptor de alguna reforma impulsada por las autoridades. Aunque ciertamente estas obras tratan de superar las generalizaciones y lugares comunes, también es cierto que no se profundiza más; es decir, la clerecía se vislumbra como una “materia prima” disponible para ser usada por intereses superiores.2 Debemos destacar estudios más numerosos sobre las reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII 3 y la guerra de independencia;4 Brading dedicó parte de un libro a analizar la clerecía michoacana, desde los altos jerarcas hasta los vicarios de la sierra, atendiendo sobre todo sus niveles de ingreso.5

No son muchas las obras en donde el clero, como colectivo, sea el actor central.6 Alberto Carrillo Cázares, en un breve pero sustancial artículo, propuso que la primera generación de clérigos en Michoacán, en consonancia con el perseverante obispo Quiroga por consolidar la diócesis frente a franciscanos y agustinos, extendió la fe católica con denuedo, e incluso estando su prelado en España defendió los curatos y el cobro del diezmo para no desmerecer los objetivos de su prelado.7 El valor de este artículo estriba en el tratamiento que le dio al círculo clerical que rodeó a Vasco de Quiroga, dándole objetivos y decisiones propias, superando la tradicional imagen del pasivo escenario clerical. Schwaller, por su lado, realizó un estudio sobre el clero secular del siglo XVI, y planteó un análisis de los diferentes estratos clericales de acuerdo con su jerarquía, así como su papel en la sociedad temprana novohispana.8

Después del libro de Schwaller, no se han escrito análisis con objetivos similares para otros periodos históricos; en cambio, se publicaron varios dedicados a las élites clericales, especialmente sobre sus carreras.9 La atención prestada a esos grupos sector contribuyó mucho para entender sus orígenes, su conformación interna y sus objetivos en el régimen colonial, aunque contrasta con la dedicada al bajo clero.

En años recientes, destacan los trabajos de Taylor sobre los curas de México y Guadalajara en el siglo XVIII o, como él los llama: “ministros de lo sagrado”.10 En ellos, los párrocos, lejos de ser considerados sólo parte del ambiente eclesiástico, se convierten en actores centrales, y rebasan la descripción y el recuento numérico tradicional de la historiografía. Taylor articuló acertadamente el estudio de los curas con el proceso de aplicación de las reformas borbónicas. Su propuesta de estudiarlos como intermediarios entre los poderes locales y los virreinales e incluso metropolitanos, así como sus relaciones con las comunidades parroquiales, ha ayudado a superar los esquemas descriptivos o estáticos de esos personajes. Su renovador concepto, “La religión y los sacerdotes fueron parte integral de la cultura política colonial”,11 le permitió insertarlos en problemáticas sociales, culturales y políticas que en la historiografía anterior estaban ausentes. Destaca su análisis sobre el impacto de las reformas borbónicas en el clero parroquial y en sus relaciones con los poderes locales y las feligresías, cerrándolo con su actuación en las guerras de independencia. Así, Taylor rescató para la historiografía la importancia de la vida política parroquial, integrándola a procesos más amplios.12 Sin duda, estos trabajos han señalado nuevas líneas de investigación que aún esperan nuevos desarrollos para otras diócesis novohispanas.

En términos generales, en la historiografía sobre Nueva España no se han superado del todo las visiones generalizadoras sobre el clero secular,13 como resultado de la falta de estudios que profundicen en sus estratos y en sus dinámicas internas, articulándolos con las instituciones y con procesos sociales o políticos más amplios, como ha demostrado Taylor. Igualmente, hay periodos históricos muy poco conocidos del clero, principalmente el siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII. Al respecto, el presente libro está centrado en las primeras cinco décadas del siglo XVIII en lo referente al clero secular del arzobispado de México y su relación con la sociedad, con las instituciones eclesiásticas y con la política eclesiástica de Felipe V. Se ha pretendido rebasar el simple estudio monográfico de la clerecía, conectando su evolución y aspiraciones con los intentos del régimen del monarca Borbón para reconfigurar la Iglesia, así como con el cambio parroquial impulsado desde la sociedad y el clero provincial. La meta ha sido analizar, por un lado, cómo fue impactado el clero por esa transición política y social y, por el otro, cómo él mismo fue parte de ese cambio. Se ha puesto el énfasis en el bajo clero, tanto aquel que carecía de beneficios y de quien se conoce menos en la historiografía como en el adscrito a las parroquias. En cuanto al alto clero, prelados y capitulares de catedral fundamentalmente, se ha fijado la atención sobre todo en sus decisiones para influir en el conjunto de la clerecía.

 

***

 

La primera mitad del siglo XVIII novohispano es una etapa poco estudiada, pues normalmente se la ha considerado como una continuación de los procesos de la centuria anterior14 o bien, como la época que simplemente antecedió el reinado de Carlos III.15 No obstante, nuevos trabajos sobre la primera mitad del siglo XVIII han mostrado la pertinencia de concentrar más investigaciones sobre la misma.16 En medio del llamado siglo de la integración17 y de las reformas borbónicas, las primeras cinco décadas del siglo XVIII, sin embargo, se caracterizaron por cambios importantes tanto en el ámbito económico como en el eclesiástico. Recientemente, Iván Escamilla ha señalado de forma atinada que después de la guerra de sucesión se hizo cada vez más evidente la diferencia entre los intereses de una metrópoli dañada que pugnaba por sacar más provecho de sus dominios de ultramar y las élites indianas que, como las de Nueva España, resintieron el cambio de actitud monárquica.18

Si bien la transición política de los Austrias a los Borbones se dio, en general, de forma pacífica en América,19 de ello no debería seguirse que ya nada importante sucedió en el reinado de Felipe V,20 pues en lo concerniente a la iglesia indiana hubo modificaciones que ocasionaron condiciones favorables para las posteriores reformas de Carlos III.21 Así lo comprueba el estudio de la clerecía del arzobispado de México, que vivió entre la expectativa de ganar más espacios a los religiosos y el desasosiego provocado por los intentos de reforma y de nuevos gravámenes del primer monarca Borbón. Varios factores confluyeron en ello, unos de origen local y otros provenientes de ultramar, pero todos reconfiguraron la situación de ambos cleros y de la Iglesia.

Para explicar mejor ese proceso, el libro se ha dividido en tres partes. La primera, “Un clero cambiante. Crítica reformista, renovación clerical y dinámica social”, está conformada a su vez por tres capítulos en donde se explican los esfuerzos del alto clero dirigente del arzobispado por regular y garantizar una renovación de la clerecía apegada al Concilio Tridentino, en respuesta a las críticas de ciertos ministros de Madrid. Un lugar destacado en esos afanes lo ocupó el nuevo seminario conciliar, máximo proyecto de la mitra por consolidar un centro formativo propio del clero diocesano, que ya no dependiera de otros colegios o de la universidad, empresa que provocó diferentes reacciones de rechazo del clero regular y de los jesuitas. Cierra esta parte un capítulo que muestra la persistente demanda local de órdenes sacerdotales, las motivaciones de los aspirantes, así como su procedencia social y geográfica, en donde lo más destacado es su diversificación.

Aunque los arzobispos de la primera mitad del siglo XVIII coincidieron en que su clerecía era pobre, mal preparada y de orígenes sociales dudosos, sólo uno, Lanciego Eguilaz, intentó fervientemente cambiar ese estado de cosas. En la ciudad de México conoció personalmente la situación del clero urbano: la de los capellanes sin renta; la de los nuevos presbíteros sin un destino claro, así como la del recién creado seminario conciliar, que además de luchar por tener un financiamiento seguro, debía justificar una buena formación de los clérigos y pugnar porque los que salían de sus aulas tuvieran acceso a los empleos y los curatos. Si bien ese arzobispo procuró que su clero ya no fuera tan pobre, al regularizar el pago de la renta de las capellanías, buscar abrir más ocupaciones en las provincias, mejorar las cátedras del seminario y, especialmente, fomentar la formación de clérigos conocedores de las lenguas indígenas que persistían en el arzobispado, buscó además una solución más profunda y trascendente.

La segunda parte, “Beneficios eclesiásticos, empleos y cambio parroquial: entre la esperanza y la frustración”, conformada por cuatro capítulos, tiene como objetivo central explicar las problemáticas locales de las nuevas generaciones clericales respecto a su inserción en las instituciones eclesiásticas o su destino al margen de las mismas. A diferencia de la península española, en donde el número de beneficios, desde las mitras hasta las capellanías, se contaba por miles, en Nueva España si acaso llegaba a algunos cientos, acentuando la problemática de clérigos sin beneficio ni oficio. En este sentido, en la ciudad de México se vivía un fenómeno singular por cuanto, a pesar de ser la capital virreinal y sede del arzobispado, así como de diversas instituciones eclesiásticas, había pocos beneficios eclesiásticos y, en cambio, muchos cargos temporales. La tradicional proporción de 50 por ciento de clérigos que vivían en la capital se mantuvo en el periodo aquí estudiado, gracias en buena medida al resguardo que los cientos de capellanías les brindaban.

Sin embargo, en la década de 1720 hubo quejas sobre la no muy buena situación de estas fundaciones, algo que preocupó no sólo a los capellanes, sino también a la mitra, a las autoridades y a las familias; ello llevó a muchos capellanes empobrecidos a competir también por los cargos en las parroquias de provincia.

En cuanto al otro 50 por ciento de la clerecía, si, por un lado, fue importante para ésta tener una presencia notable en villas y ciudades del arzobispado, a tal grado de poner en aprietos a los religiosos, por el otro, esa misma presencia no estuvo acompañada de un aumento proporcional de beneficios y cargos, lo que ocasionó la impaciencia de muchos presbíteros, como los residentes de Querétaro. La antigua demanda de que el clero secular se hiciera cargo de todas las doctrinas de indios fue renovada con ahínco cuando se comprobó que éstas seguían teniendo mayores rentas que los curatos de clérigos. No era novedad alguna que el clero secular pugnara por más beneficios y prebendas ni que criticara la actuación de los doctrineros y pidiera su salida de las parroquias, pues esto ya lo había expresado desde fines del XVI y a lo largo del XVII. Lo nuevo en la época aquí estudiada eran las inéditas circunstancias sociales y políticas en que se desenvolvían la Iglesia y sus miembros.

En ese sentido, un cambio importante provino de las parroquias mismas, de la composición social de su feligresía y de la demanda de reorganización parroquial en muchas de ellas. Nuevas características de la feligresía del arzobispado se mostraron con toda fuerza en la primera mitad del siglo XVIII, mismas que acabaron por incidir en la organización eclesiástica: una población en plena recuperación, más indios pero también más mestizos y españoles buscando integrarse, de acuerdo con sus intereses, en las parroquias rurales y urbanas. Por lo mismo, las necesidades espirituales y de organización eclesiástica cambiaron en varias provincias, lo cual provocó la subdivisión de una veintena de curatos, impulsada, más que por los indios, por la gente de “razón”. La mitra y el vicepatrono aceptaron las subdivisiones, percatándose de que se necesitarían más cambios en el futuro. Se crearon nuevos curatos para clérigos que, si bien no fueron suficientes para cubrir la siempre mayor demanda de beneficios eclesiásticos, sí fomentaron mayores expectativas de empleo en la clerecía. De esa manera, alrededor de 25 por ciento del clero del arzobispado se ocupaba en la administración parroquial, mientras que otro tanto simplemente residía en pueblos, villas y algunas ciudades, desempeñando actividades que no siempre eran bien vistas por las autoridades.

La tercera parte, “Nuevos vientos de ultramar: la política eclesiástica de Felipe V”, se ocupa del distinto trato dado por el gobierno del primer rey Borbón a la Iglesia de América y a su clero. La primera mitad del XVIII puede considerarse como una etapa de transición para la Iglesia, que pasó del tratamiento “complaciente” de los Austria a una tendencia más subordinante bajo el velo del real patronato, aunque cuidando aún de reconocer formalmente la potestad espiritual de los eclesiásticos. En esta transición, la guerra de sucesión en España fue un catalizador. Entre 1700 y 1714, ciertos sectores del alto y del bajo clero español tomaron partido a favor del archiduque Carlos y en contra de Felipe. Ante esto, los consejeros y ministros del Borbón estuvieron atentos a la actuación de la clerecía, especialmente la de Cataluña, Aragón y Valencia, acusadas de apoyar al archiduque; en consecuencia, una vez finalizada la guerra, aquélla fue objeto de duras recriminaciones y planes para subordinarla. A todo ello, hay que agregar el gran daño provocado a las relaciones entre el papado y España por el conflicto sucesorio. Estos hechos ocasionaron, en las décadas posteriores al conflicto, una especial sensibilidad monárquica sobre los asuntos eclesiásticos, la que se extendió también a las Indias, en especial a la preservación del real patronato y a obstaculizar las comunicaciones con Roma.

Como resultado de ello, podemos percibir un trato diferenciado a los cleros en el arzobispado. En cuanto al clero regular, había factores que lo ponían bajo estrecha vigilancia de la Corona y sus ministros; esto es, su dependencia formal del papa y el costo de su manutención en las doctrinas de indios. En una época en que las relaciones Madrid-Roma fueron muy inestables, la lealtad al papa era poco tolerada, y si aparte había que destinarles recursos de la real hacienda, el resultado fue ponerlos en la mira de los ministros regalistas. Así, en la época de Felipe V comenzó a planearse una nueva reforma de los regulares en España y, por extensión, en América. En consecuencia, se tomaron algunas medidas para limitar su presencia y poder, siendo las más destacadas aquellas que fortalecieron al clero secular, en especial a las mitras, en cuanto a la normalización de su jurisdicción en las órdenes religiosas y en las doctrinas que administraban. Aunque Felipe V no se atrevió aún a secularizar las doctrinas, corolario esperado de la reforma de regulares en América, debido a los temores de provocar motines de los pueblos, el asunto se puso sobre la mesa y ya no desapareció.

Respecto al clero secular, la transición fue ambivalente, pues aunque se le siguieron reconociendo sus privilegios históricos y se reforzó la asignación de prebendas, canonjías y mitras al clero criollo, al menos hasta 1730, también es cierto que quedó más sujeto a la monarquía, por mano de los arzobispos y los virreyes, buscando que fueran más cooperativos con los intereses políticos y pecuniarios de la Corona. Así, la tendencia del primer Borbón fue consolidar un episcopado más eficaz para su causa, pues incluso, y a diferencia del siglo XVII, los virreyes se mostraron muy dispuestos con los arzobispos.22 Si a principios de su reinado Felipe V tuvo fricciones con los cabildos catedralicios indianos por el establecimiento del subsidio eclesiástico, pronto, el monarca y los arzobispos maniobraron para persuadirlos de cooperar, a cambio de conservar sus posibilidades de ascenso. Igualmente, la autoridad arzobispal fue fortalecida a través de los jueces eclesiásticos foráneos, quienes fueron impulsados también desde Madrid, puesto que de esa manera se facilitaba la recaudación de los gravámenes para la real hacienda. El hecho no es menor si pensamos que fue uno más de los pasos previos a la secularización iniciada en 1749.

Pero si algo caracterizó el trato de Felipe V a la Iglesia indiana fue su política fiscal, encaminada a recortar recursos de la real hacienda a las doctrinas y a obtener más dinero de ambos cleros, en clara consonancia con lo operado en la península, pues no sólo continuó con la recaudación de la cruzada, la mesada eclesiástica o la anualidad, sino que se aprestó a extender a Indias el subsidio eclesiástico y, en la década de 1730, a recaudar las rentas de las prebendas vacantes de los cabildos eclesiásticos, sin faltar la petición de más donativos. Los arzobispos se vieron precisados a recaudar de los diferentes sectores del clero y sus instituciones las contribuciones para la Corona, no sin protestas, negativas y argucias de la clerecía para tratar de aminorar lo mejor posible las exacciones. Los arzobispos, en medio de todo, alegaron también la pobreza de su clero, para justificar el porqué de una baja recaudación de donativos y subsidio eclesiástico, pero ya no hubo marcha atrás en la decisión monárquica. Para ello, los prelados nombrados para el arzobispado de México por Felipe V tuvieron todo su apoyo para consolidarse como autoridades de facto y no sólo de iure, frente al cabildo eclesiástico y al clero regular.

De los tres arzobispos de la primera mitad del siglo XVIII, quien sin duda fue más sensible a buscar los cambios que para el clero se impulsaban en Madrid fue José Lanciego Eguilaz, prelado que se caracterizó por ensayar diferentes soluciones; en especial, una que constituyó el mayor intento por cambiar el statu quo clerical. Al iniciar la década de 1720, Lanciego propuso en Roma la secularización de 60 doctrinas del arzobispado. El prelado trató de persuadir al papa de que el traspaso animaría al resto del clero a estudiar más y a prepararse mejor; además, y aunque Lanciego no lo expresó abiertamente, se sabía que con la secularización se lograrían otras cosas igual de importantes: disminuir el poder de las órdenes, aumentar el control de la mitra sobre los curatos, facilitar el cobro del subsidio eclesiástico para el rey, aumentar las contribuciones parroquiales para el financiamiento del seminario y disminuir la presión ocupacional de los presbíteros asentados en la capital. Aunque el intento fracasó, inmerso en un contexto enrarecido por las tensas relaciones Madrid-Roma, sí contribuyó a poner en la agenda real el tema de la secularización, el cual se integró al más amplio de la reforma de los regulares que por entonces ya se discutía entre los ministros de Felipe V. Pero no sólo eso, sino que Lanciego logró, en el nivel arzobispal, poner al clero regular a la defensiva. Aunque este último logró atajar en 1721 esa medida “palafoxiana”, no se debió ya a la vigencia de sus derechos históricos en Indias, sino simplemente al astuto y oportuno argumento de que la negociación de Lanciego en Roma vulneraba el patronato real y las regalías del monarca. La vigencia de la justificación histórica sobre la presencia de las órdenes en las doctrinas de Indias estaba llegando a su fin, y ahora los criterios y los argumentos eran ya sólo de conveniencia política, habida cuenta de que prelados como Lanciego habían ya expresado y demostrado que existían los cuadros clericales suficientes para sustituir a los religiosos en las doctrinas.

Así, el clero secular de la primera mitad del siglo XVIII se caracterizó por su tendencia permanente a promoverse, a ascender socialmente y en la jerarquía eclesiástica. Pero también la feligresía hizo lo suyo, al demandar cambios en la organización parroquial. Por su parte, la mitra exigía a la clerecía mejores resultados de su oficio, mientras que la Corona pedía su colaboración para la instauración de su nueva política. De esa forma, durante el reinado de Felipe V se dieron las condiciones propicias para inclinar la balanza, de manera irreversible, a favor del clero secular y en detrimento del regular. Cuando en 1749 se decretó el inicio de la secularización, la mitra y el clero del arzobispado de México estaban ya en un entorno favorable para acometer la tarea con eficacia.

El presente libro se realizó en el marco del proyecto “El clero en Nueva España: educación, destinos y gobierno” IN401708-3, del que he sido responsable, financiado por el programa PAPITT de la UNAM entre 2008 y 2010, y en el cual participaron destacados historiadores, como alumnos del posgrado en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, de la misma universidad. Agradezco a los miembros del seminario Análisis de Historiografía y Fuentes Eclesiásticas Novohispanas sus valiosos comentarios a algunos de los capítulos en sus primeras versiones durante las sesiones de 2009, así como las valiosas sugerencias de los dictaminadores de este texto.

 

Rodolfo Aguirre

Xochitepec, marzo de 2011

Notas del capítulo

1] Para una revisión más amplia sobre el clero secular en la historiografía novohispana puede revisarse mi capítulo: “En busca del clero secular: del anonimato a una comprensión de sus dinámicas internas”, en María del Pilar Martínez López-Cano (coord.), La iglesia en Nueva España, problemas y perspectivas de investigación, México, IIH-UNAM, 2010, pp. 185-214.

2] Un ejemplo de este tipo de tratamiento es el que incluye Jonathan I. Israel en su libro Razas, clases sociales y vida política en el México colonial, 1610-1670, México, FCE, 1997, pp. 144-147.

3] Por ejemplo: Óscar Mazín, “Reorganización del clero secular novohispano en la segunda mitad del siglo XVIII”, en Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, núm. 39, 1989, pp. 69-86.

4] Un balance reciente sobre la Iglesia y el clero en la independencia mexicana es el de Ana Carolina Ibarra y Gerardo Lara, “La historiografía sobre la Iglesia y el clero”, en Alfredo Ávila y Virginia Guedea (coords.), La Independencia de México. Temas e interpretaciones recientes, México, IIH-UNAM, 2007, pp. 117-144.

5] David A. Brading, Una Iglesia asediada: el obispado de Michoacán, 1749-1810, México, FCE, 1994, pp. 123-149.

6] Un trabajo que marcó varias pautas para analizar al clero del antiguo régimen fue sin duda el de Antonio Domínguez Ortiz, La sociedad española en el siglo XVII, tomo II, Madrid, Instituto “Balmes” de Sociología, 1970.

7] Alberto Carrillo Cázares, “La integración del primitivo clero diocesano de Michoacán: 1535-1565”, en Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, vol. XVI, núms. 63-64, verano-otoño de 1995, pp. 95-121.

8] Frederick Schwaller, The Church and Clergy in Sixteenth Century Mexico, Alburquerque, University of New México Press, 1987.

9] Varios trabajos se han acercado al tema de las carreras del alto clero: Óscar Mazín, El cabildo catedral de Valladolid de Michoacán, México, El Colegio de Michoacán, 1996; Luisa Zahino, Iglesia y sociedad en México. 1765-1800. Tradición, reforma y reacciones, México, UNAM, 1996; Paul Ganster, “Miembros de los cabildos eclesiásticos y sus familias en Lima y la ciudad de México en el siglo XVIII”, en Pilar Gonzalbo (coord.), Familias novohispanas. Siglos XVI al XIX, México, El Colegio de México, 1991, pp. 149-162; Paulino Castañeda y Juan Marchena, La jerarquía de la iglesia en Indias, España, MAPFRE, 1992; Rodolfo Aguirre, Por el camino de las letras. El ascenso profesional de los catedráticos juristas de la Nueva España. Siglo XVIII, México, CESU-UNAM, 1998 y El mérito y la estrategia. Clérigos, juristas y médicos en Nueva España, México, CESU-UNAM/Plaza y Valdés, 2003.

10] William B. Taylor, “El camino de los curas y de los Borbones hacia la modernidad”, en Álvaro Matute, Evelia Trejo y Brian Connaughton (coords.), Estado, Iglesia y sociedad en México. Siglo XIX, México, UNAM/Miguel Ángel Porrúa, 1995 y William B. Taylor, Ministros de lo sagrado. Sacerdotes y feligreses en el México del siglo XVIII, México, El Colegio de Michoacán/Secretaría de Gobernación/El Colegio de México, 1999, 2 volúmenes.

11] William B. Taylor, Ministros de lo sagrado..., op. cit., volumen I, p. 19.

12] Ibid., p. 17: “Los curas párrocos como agentes de la religión del Estado e intermediarios entre los feligreses y las más altas autoridades, por un lado, y entre lo sagrado y lo profano por el otro, representan un punto de acceso prometedor hacia ese mundo de conexiones y contornos. Su historia se abre una y otra vez hacia los asuntos locales y hacia las relaciones coloniales de autoridad y poder”.

13] En este sentido, ha sucedido algo similar en la historiografía sobre el clero español de la época moderna. Véase Arturo Morgado, “El clero secular en la España moderna: un balance historiográfico”, en Antonio Luis Cortés Peña y Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz (eds.), La Iglesia española en la Edad Moderna. Balance historiográfico y perspectivas, Madrid, Abada Editores, 2007, pp. 39-74.

14] Por ejemplo, John Elliot, en su importante libro Imperios del mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830), Madrid, Taurus, 2006, p. 301, sigue repitiendo sin embargo el lugar común de que, en el asunto de la secularización de doctrinas en América, el proceso se estancó desde fines del siglo XVI hasta mediados del XVIII, a pesar de que varios estudios han demostrado lo contrario. Véase Antonio Rubial García , “La mitra y la cogulla. La secularización palafoxiana y su impacto en el siglo XVII”, en Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, núm. 73, México, El Colegio de Michoacán, 1998, pp. 239-272.

15] Algo similar señalan Iván Escamilla González, en “La Iglesia y los orígenes de la Ilustración novohispana”, en María del Pilar Martínez López-Cano (coord.), La Iglesia en Nueva España. Problemas y perspectivas de investigación, México, UNAM, 2010, pp. 105-128 y Carlos Malamud, “El desarrollo histórico de las regiones”, en Manuel Lucena Salmoral (coord.), Historia de Iberoamérica, tomo II, Historia Moderna, Madrid, Cátedra, 2002, p. 671. El problema ha sido que, más allá de la guerra sucesoria, son pocos los trabajos sobre el régimen del primer rey Borbón en Indias en lo que respecta a Nueva España. Sobre alguna conspiración en Nueva España, véase de Iván Escamilla: “Juan Manuel de Oliván Rebolledo (1676-1738): pensamiento y obra de un mercantilista novohispano”, en María del Pilar Martínez López-Cano y Leonor Ludlow (coords.), Historia del pensamiento económico: del mercantilismo al liberalismo, México, IIH-UNAM/Instituto Mora, 2007, pp. 109-130, y “La riqueza de Nueva España según sus observadores en el despunte del siglo XVIII”, en María del Pilar Martínez López-Cano (coord.), Historia del pensamiento económico. Testimonios, proyectos y polémicas, México, IIH-UNAM, 2010, pp. 49-65.

16] Al respecto, véanse los planteamientos de Iván Escamilla González en su reciente libro: Los intereses malentendidos. El Consulado de comerciantes de México y la monarquía española 1700-1739, México, IIH-UNAM, 2011; en la página 12, el autor señala que la historiografía reciente en España ha mostrado que la era de Felipe V fue una “era de grandes experimentos políticos, económicos e intelectuales”.

17] Andrés Lira y Luis Muro, “El siglo de la integración”, en Historia General de México, México, El Colegio de México, versión 2000, pp. 309 y ss. sintetiza bien esta tesis.

18] Iván Escamilla González, Los intereses malentendidos..., op. cit., p. 16.

19] Aunque no hubo disturbios ante la guerra de sucesión en Nueva España y el virrey-arzobispo Ortega y Montañés movilizó recursos y fuerzas para vigilar los puertos del Golfo de México, esperando un ataque de ingleses y holandeses, sí hubo tensiones de las que se conoce poco aún. AGN, Reales Cédulas Duplicadas, 40, exp. 280, fs. 376-378: “Socorros a Veracruz. Agradecimiento al arzobispo de México, virrey de la Nueva España por los socorros que prestó a Veracruz y a la flota, para protección de los piratas ingleses y holandeses”. Las medidas que tomó el arzobispo-virrey durante su gobierno, entre el 4 de noviembre de 1701 y el 27 de noviembre de 1702, pueden verse en Luis Navarro García, “El cambio de dinastía en Nueva España”, en Anuario de Estudios Hispanoamericanos XXXVI, artículo 4, 1979, Sevilla, Escuelas de Estudios Hispanoamericanos, pp. 111-167. En los pueblos se efectuaron ceremonias por las exequias de Carlos II y por la entronización de Felipe V.

20] Leticia Pérez Puente, en su obra Tiempos de crisis, tiempos de consolidación. La catedral metropolitana de la ciudad de México, 1653-1680, México, CESU-UNAM/El Colegio de Michoacán/Plaza y Valdés, 2005, pp. 18-19, por ejemplo, ha afirmado que el proceso de fortalecimiento de la iglesia secular terminó a fines del siglo XVII.

21] En obras generales sobre historia de la Iglesia si acaso se menciona al arzobispo José Lanciego como personaje destacado de ese periodo. Mariano Cuevas, Historia de la Iglesia en México, tomo IV, México, El Colegio Salesiano, 1926. En cuanto a estudios sobre el siglo XVIII, es difícil hallar alguno que se concentre en la primera mitad de esa centuria, pues la mayoría lo hace en la segunda; algo mencionan Nancy M. Farris, La Corona y el clero en el México colonial 1579-1821. La crisis del privilegio eclesiástico, México, FCE, 1995 y William B. Taylor, Ministros de lo sagrado…, op. cit., pero siempre como simple antecedente a las reformas borbónicas de Carlos III. Más recientemente se han publicado: Gabriela Solís Robleda (ed.), Contra viento y marea. Documentos sobre las reformas del obispo Juan Gómez de Parada al trabajo indígena, Mérida, CIESAS/Instituto de Cultura de Yucatán/Editorial Pareceres, 2003; Iván Escamilla, “Próvido y proporcionado socorro. Lorenzo Boturini y sus patrocinadores novohispanos”, en Francisco Javier Cervantes, Alicia Tecuanhuey y María del Pilar Martínez López-Cano (coords.), Poder civil y catolicismo en México. Siglos XVI-XIX, BUAP/UNAM, 2008, pp. 129-150 y “La Iglesia y los orígenes de la Ilustración novohispana”, en María del Pilar Martínez López-Cano (coord.), La Iglesia en Nueva España. Problemas y perspectivas de investigación, México, UNAM, 2010. Sobre el clero del arzobispado de México, en específico, he publicado algunos trabajos parciales cuyas ideas centrales se han retomado en este libro: “El ascenso de los clérigos de Nueva España durante el gobierno del arzobispo José Lanciego y Eguilaz”, en Estudios de Historia Novohispana, núm. 22, 2000, pp. 77-110; “Formación y ordenación de clérigos ante la normativa conciliar. El caso del arzobispado de México, 1712-1748”, en María del Pilar Martínez López-Cano y Francisco Javier Cervantes Bello (coords.), Los concilios provinciales en Nueva España. Reflexiones e influencias, México, BUAP/UNAM, 2005, pp. 337-362; “La demanda de clérigos ‘lenguas’ del arzobispado de México, 1700-1750”, en Estudios de Historia Novohispana, núm. 35, julio-diciembre de 2006, pp. 47-70; Los indios, el sacerdocio y la universidad en Nueva España. Siglos XVI-XVIII, en coautoría con Margarita Menegus, México, CESU-UNAM/Plaza y Valdés, 2006; “El ingreso al clero desde un libro de exámenes del arzobispado del México:, 1717-1727”, en Fronteras de la Historia. Revista de Historia Colonial Latinoamericana, vol. 11, Bogotá, ICAH, 2006, pp. 201-230 y “El clero secular del arzobispado de México: oficios y ocupaciones en la primera mitad del siglo XVIII”, en Letras Históricas. Revista de Historia de la División de Estudios Históricos y Humanos de la Universidad de Guadalajara, núm. 1, primavera de 2009, pp. 67-94.

22] Similar opinión señala Iván Escamilla sobre los virreyes de Felipe V, véase Los intereses malentendidos…, op. cit., p. 16.