Si hablamos de ovnis y comida, enseguida nos viene a la mente el caso de Joe Simonton, un criador de pollos de Wisconsin al que unos extraños seres llegados en una nave le ofrecieron unas tortitas alienígenas. Pero ¿la relación entre lo desconocido y los alimentos se reduce a casos anecdóticos como este? ¿O la aparición de comida y bebida en los encuentros con lo desconocido tiene algún sentido más allá de la casualidad?

En este sorprendente libro, Joshua Cutchin realiza el primer estudio y análisis mundial sobre los alimentos que extraterrestres, seres elementales y bigfoots han ofrecido a lo largo de la historia a los testigos. Los casos son muchos y muy variados, y no todo es siempre lo que parece ser: algunos líquidos tienen cualidades sanadoras o afrodisíacas, aparecen alimentos que expanden la conciencia y hay ungüentos que revelan un mundo invisible.

Un banquete troyano aborda un aspecto de lo desconocido que hasta ahora había permanecido prácticamente inexplorado, y propone al respecto una novedosa hipótesis para explicar por qué estas extrañas criaturas usan la comida en sus encuentros.

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Un banquete troyano

Joshua Cutchin

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Un banquete troyano

Título original: A Trojan Feast

© 2015, Joshua Cutchin

© 2015, de la edición original en inglés, Anomalist Books

© 2016, Diversa Ediciones

EDIPRO, S.C.P.

Carretera de Rocafort 113

43427 Conesa

diversa@diversaediciones.com

ISBN edición ebook: 978-84-944037-9-8

ISBN edición papel: 978-84-944037-8-1

Primera edición: octubre de 2016

Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

Ilustración de cubierta: © M. Cornelius/ Shutterstock

Todos los derechos reservados.

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Índice

Prólogo

Introducción

El tabú de la comida

Sobre este libro

Capítulo 1. Tradiciones: seres elementales

Los seres elementales y el tabú de la comida

La naturaleza de la comida de los seres elementales

Capítulo 2. Tradiciones: extraterrestres y bigfoots

Extraterrestres

Bigfoot

Otras complejidades

Capítulo 3. Tendencias

Tendencias generales

Capítulo 4. Comida: líquidos

Descripción, sabor y efecto

Leche

Zumos

Alcohol

Capítulo 5. Comida: frutas

Descripción, sabor y efectos

Simbolismo

Capítulo 6. Comida: pan

Descripción, sabor y efectos

Las tortitas de Joe Simonton

Otros cereales

Simbolismo

Capítulo 7. Comida: pastillas

Descripción, sabor y efectos

Capítulo 8. Comida: miscelánea

Carne

Gelatina

Dulces

Sal

Lo indefinible

Capítulo 9. Conexiones: dando y recibiendo

Ofrendas y consecuencias

Robos

Capítulo 10. Conexiones: dieta sátvica

La dieta sátvica

Presuntos efectos de la dieta sátvica

Capítulo 11. Conexiones: parálisis del sueño

Parálisis del sueño

La comida de las entidades y las etapas del sueño

Capítulo 12. Conexiones: sexualidad

La comida de las entidades relacionada con los encuentros sexuales

Embarazo

El ángulo psicológico: humillación oral

Capítulo 13. Conexiones: absorción, ungüentos y la dieta de las entidades

La teoría de la absorción

Ungüentos

Preparación sexual

Simbolismo religioso

Otras implicaciones

Capítulo 14. Conexiones: enteógenos

Chamanismo

Soma y ayahuasca

La experiencia con la ayahuasca y la comida de las entidades

DMT: dimetiltriptamina

La serpiente

¿Extraterrestres líquidos?

Capítulo 15. Conexiones: comerse al dios y renacer

Comerse al dios

Renacer

Capítulo 16. La comida de las entidades: pensamientos e ideas para una hipótesis de trabajo

Agradecimientos

Notas

Bibliografía

El autor

«La ciencia es como unas fauces, o como un estómago sin cabeza ni extremidades, una ameba; como un intestino que se mantiene incorporando aquello que es asimilable y rechazando lo indigerible… A través de un proceso de selección de datos, rechazando aquello que sea objetable y cogiendo lo deseable, la ciencia se salva con grandes esfuerzos, porque un dolor de tripa no es más que un intestino en sufrimiento».

Charles Fort, escritor americano e investigador de fenómenos anómalos (conocidos como «fenómenos forteanos»).

Prólogo

Las anomalías tienen el derecho de ser extrañas, incluso la obligación. Que los ovnis y los animales desconocidos se hayan hecho tan populares es algo que ocurre sobre todo gracias a su rareza, pero ayuda que esa rareza sea de alguna forma accesible. La comprensión de que los ovnis son naves de otro planeta refleja nuestras propias ambiciones espaciales y se adapta a las expectativas generales basadas en la ciencia convencional. Si los sasquatches(1) pertenecen a una población residual de homínidos que habitan lugares remotos del planeta, esta es también una perspectiva plausible y excitante. Los visitantes del espacio y los supervivientes prehistóricos le dan sabor a un mundo anodino sin forzar nuestra comprensión de cómo funciona. Tales nociones permiten a los ufólogos actuar como físicos en busca de una tecnología extraterrestre y a los criptozoólogos asumir el papel de naturalistas de campo cazando a un furtivo animal, manteniendo sus investigaciones como algo respetable y no como algo carente de sentido. Muchas personas interesadas en estas anomalías, muchos investigadores involucrados en su estudio, saborean lo extraño mientras se mantenga limitado a una especie afín, pero actúan como los guardianes de la rectitud de la tuerca y el tornillo siempre que sus anomalías favoritas se desvíen de un paradigma estrictamente materialista.

La imagen de una máquina funcionó bien para los platillos volantes durante la década de los cincuenta. Cualquier testimonio en sentido contrario fue desestimado y calificado como un error o ignorado por completo. Sin embargo, los testigos seguían describiendo extraños sucesos que sonaban más propios de fantasmas y magia que de máquinas, hasta que finalmente todo se destapó durante las décadas de los sesenta y setenta. Jacques Vallée comparó los encuentros con los ocupantes de los ovnis y las abducciones con el folclore de los seres elementales y la demonología; John Keel entrelazó los ovnis con los hombres de negro y con el mothman en un extraño y amplio tapiz de cosas raras que parecían tener similitudes demasiado extrañas como para dudar de que estuvieran relacionadas. Fue un período de «alta extrañeza», tal como lo describió Jerome Clark en su enciclopedia, cuando los ovnis, los animales misteriosos y cualquier otra cosa extraña se transformaron en facetas de un misterio paranormal mucho más grande que ninguna de estas manifestaciones particulares.

Las anomalías prosperan en los encuentros personales. Es como su medio de vida, su sangre; algunos dirían que su única substancia. Algunas anomalías parecen ser fenómenos físicos, se comportan como fenómenos físicos, e incluso dejan evidencias físicas de su paso. El ovni que se registra en un radar, o deja un agujero en las nubes, reafirma al ufólogo ortodoxo su idea de que un artefacto tecnológico está detrás de los casos, y justifica que la ufología preste atención a los fenómenos físicos. Sin embargo, los testigos continúan hablando de otro tipo de manifestaciones paranormales que van de la mano con casos aparentemente materiales, y que solo pueden separarse a la fuerza bruta. Jerome Clark se refiere a estos casos como experiencias anómalas. La experiencia es su realidad; los hechos descritos son demasiado extraños o irracionales como para pertenecer a ningún esquema aceptado de entendimiento. Las experiencias anómalas no pertenecen a este mundo a pesar de que múltiples testigos puedan verlas y de que gente de diferentes culturas las compartan. Son imposibles, y sin embargo ocurren.

Los habituales esfuerzos que se hacen para comprender los aspectos de alta extrañeza de estas anomalías suelen comenzar con entusiasmo, para terminar en el agotamiento y la confusión, con el investigador yendo por el mal camino y terminando atascado como la típica víctima de las traviesas hadas. Recién llegado a la carga, Joshua Cutchin elige un nuevo camino para explorar este enredado desierto. Al igual que otros antes que él, se da cuenta de las llamativas similitudes entre la tradición de los seres elementales y los ovnis, en especial en los casos de encuentros con las entidades y abducciones. Los casos relacionados con el sasquatch se suman como sujetos de comparación, ya que también comparten algunas tramas y temas. Las relaciones entre estos tres cuerpos de la narrativa proporcionan el problema que se propone resolver. Lo que es novedoso en su enfoque es la particular relación que propone: el papel de la comida y la bebida en los encuentros de humanos con extraterrestres, seres elementales y misteriosos homínidos. Si bien en un principio este enfoque puede parecer limitado y poco prometedor, en las manos de Cutchin la discusión abre numerosas posibilidades sobre las formas en las que la comida y la bebida conectan las acciones de los seres anómalos.

Los estudiosos de estas anomalías enseguida notaron la relación entre el tema del «lapso de tiempo sobrenatural» que ocurría con los seres elementales y las experiencias de «tiempo perdido» en las abducciones. Cutchin destaca la acción de los alimentos, que había sido pasada por alto en ambos casos; por un lado el visitante al mundo de los seres elementales permanece atrapado ahí tomando la comida o bebida que le ofrecen, y por otro la ingestión de algún tipo de píldora o líquido ofrecido por los extraterrestres causa amnesia o pérdida de conocimiento en el abducido. La trama avanza hacia líquidos sanadores o afrodisíacos, el fruto del conocimiento que expande la conciencia y ungüentos que revelan mundos invisibles. Algunos intercambios de alimentos entre humanos y entidades parecen benignos; otros, como los rumores que apuntan a que los extraterrestres comerían ganado o incluso humanos, ponen en duda los motivos de las entidades y llaman la atención sobre aspectos relacionados con el engaño y la seducción que vienen de lejos. Para Cutchin el sendero conduce hacia la psicodelia y la iniciación chamánica, como un ejemplo extremo de la reordenación de la conciencia humana al ingerir determinadas sustancias. Si bien las drogas pueden tener relación con el simbolismo y la extrañeza que subyacen en los encuentros con las entidades, no reduce las experiencias a alucinaciones inducidas por estas. Cutchin plantea la posibilidad de que auténticas entidades se comuniquen con los humanos de forma simbólica, mediante la ingesta de sustancias que aparenten comida de cara a los consumidores pero que realmente sean «espejismos de un alimento». Si su intención es útil o perjudicial es algo que sigue siendo desconocido, pero el método usado es muy antiguo, una forma mediante la cual estos foráneos obtienen acceso a la conciencia humana por medio de un caballo de Troya, en la forma de «un banquete troyano».

Los lectores podrán estar o no de acuerdo con las conclusiones de Cutchin. Él las ofrece solo como sugerencias y afirma que su principal tarea es identificar las relaciones que existen. Con este objetivo, se apunta un éxito extraordinario, descubriendo una relación insospechada tras otra y demostrando que la inconfortable rareza de los encuentros con las entidades no es más que un despropósito, después de todo. El humilde tema de la comida en los encuentros anómalos sirve, en su mesurado, estudiado y lúcido argumento, como una prueba de que los eventos de alta extrañeza pueden ser inciertos y discordantes, pero no incomprensibles.

Thomas E. Bullard

1Término usado principalmente en América del Norte para referirse al bigfoot o pie grande, que se ha traducido como «hombre salvaje» u «hombre peludo» [N. de la T.].

Introducción

«Se produce una comunión más allá de nuestros cuerpos cuando se parte el pan y se bebe el vino».

M. F. K. Fisher

Astri Olsdatter desapareció durante cinco días en junio de 17201. Esta niña de 15 años estaba cuidando vacas en el valle de Aadalen, en Noruega, cuando vio a alguien que identificó con su jefe, el granjero Niels Scharud. La aparición de Scharud iba acompañada de una música muy peculiar, que parecía flotar desde las montañas. Después de preguntarle si podía oír esa melodía, el hombre le pidió que dejara el rebaño y lo siguiera.

Dado que era su jefe, Astri no dudó en hacerle caso y enseguida los dos se encontraron en una carretera con una recta muy larga, donde los esperaban cuatro hombres, vestidos con una camisa roja, pantalones negros y medias azules, y con el pelo rubio cubierto por unas «tapas redondas de color negro». Ante la mirada de Astri, el semblante de Scharud cambió hasta asemejarse al de sus captores, y de repente se encontró dentro de una montaña, viendo cómo una gran puerta metálica se cerraba detrás de ella.

La niña empezó a llorar, pero no pasó mucho tiempo hasta que un hombre que se identificó como un sacerdote se acercó para consolarla, animándola a «alegrarse por toda la gloria que podría ver y de la que podría formar parte». Entonces le acercó una taza a los labios y le pidió que bebiera. Astri se negó.

Después de que la llevaran a un confortable «sillón», apareció una mujer, que dijo ser la esposa del sacerdote. Con una bandeja en las manos, le ofreció algo de comer, pero la niña se negó una vez más. Entonces, la mujer miró fijamente a Astri a los ojos y, un poco más, tarde, le acercó de nuevo una taza y le rogó que bebiera.

A lo largo de su estancia en ese metálico reino subterráneo, la gente de la montaña le pidió a Astri que comiera o bebiera al menos en ocho ocasiones distintas, y cada vez fue en vano. Esos seres intentaron una gran variedad de trucos diferentes para conseguir que lo hiciera: le prepararon un suculento banquete, se presentaron tomando la apariencia de su madre y su tía…, e incluso le ofrecieron matrimonio y todas sus riquezas si accedía a probar la comida que le ofrecían y a olvidar su anterior vida.

Finalmente, las negativas de la niña hicieron que la gente de la montaña la devolviera a la granja de Scharud, donde la cuidaron hasta que se recuperó. Cuando regresó con sus padres, se sorprendió al descubrir que habían pasado cinco días, ya que ella creía que no habrían pasado más de doce horas. Astri no recordaba haber comido ninguna baya alucinógena ni haber caído dormida antes de tener ese extraño encuentro, y tampoco se le conocía episodio alguno de sonambulismo.

La historia de Astri Olsdatter no forma parte de los casos que se recopilan en este libro porque es muy antigua y por lo tanto hay poca información, pero ilustra muy bien una tendencia perturbadora que existe y persiste desde hace milenios, tanto en el folclore popular como en los relatos modernos: los casos en los que entidades humanoides ofrecen persistentemente comida a los humanos2.

El tabú de la comida

Históricamente, culturas de todo el mundo han tenido una prohibición, o tabú, sobre ingerir alimentos en la «tierra de los muertos», para evitar que quien los tomara pudiera quedar retenido indefinidamente. En especial, estas supersticiones están muy extendidas en Europa, y la más conocida es la creencia celta según la cual al entrar en el reino de las hadas —muy vinculado con el inframundo— cualquier persona que tome algún tipo de comida o bebida que le ofrezcan estos seres se quedará atrapada en sus tierras para siempre. Lady Wilde escribía lo siguiente en Antiguas leyendas irlandesas(2) sobre una joven que fue conducida al reino de las hadas después de reunirse con su príncipe:

Al final de las escaleras se encontraron con un gran salón, muy brillante y hermoso, con todo el oro, la plata y las luces, y la mesa estaba cubierta con muchas cosas buenas para comer, y el vino fue vertido en copas de oro para que pudieran beberlo. Cuando se sentó, todos la presionaron para que probara la comida y se bebiera el vino, y como después del baile estaba cansada, cogió la copa de oro que le acercaba el príncipe y se la llevó a los labios para beber. Justo en ese momento, un hombre pasó a su lado y le susurró:

—No comas nada y no bebas vino, o nunca más volverás a tu casa.

Entonces, dejó la copa y se negó a beber. Todos se enfadaron y empezaron a gritar, y un hombre feroz y oscuro se levantó y dijo:

—Quien viene con nosotros debe beber con nosotros.3

Otras advertencias sobre abstenerse de comer cualquier cosa en el mundo de los muertos pueden encontrarse también en las tradiciones judía, teutónica o nórdica. En la epopeya nacional finlandesa Kalevala, por ejemplo, el héroe Väinämöinen rechaza con mucha astucia una jarra de cerveza que le ofrecen en su viaje al inframundo4.

En Asia, la mitología mesopotámica cuenta la historia de otro héroe, Adapa, que rechazó la comida que le ofrecía el dios Anu; a pesar de que este le había prometido la inmortalidad, si la hubiera probado nunca habría vuelto al mundo mortal5. La diosa japonesa Izanami, que murió al dar a luz, comió en la otra vida y nunca regresó6.

Los pueblos indígenas del Pacífico Sur tienen creencias similares. En la isla de Nueva Caledonia, la tradición dice que los recién fallecidos permanecerán en el mundo de los espíritus si ingieren cualquier alimento al llegar ahí. Y los maoríes de Nueva Zelanda cuentan la historia de un chico al que le fue permitido por los dioses visitar a su amante fallecida con la condición de que no comiera nada de lo que le ofrecieran7.

Estas creencias se ven reflejadas también en muchas tribus de Norteamérica, como los haida, los tsimshian, los pawnee o los cherokee8. En Alaska, los kwakiutl hablan de buk’wus, el «leñador», que atrae a los transeúntes a unirse a su banquete9. Cualquiera que esté lo bastante loco como para hacerlo quedará atrapado en el mundo de los espíritus, pudiendo convertirse incluso él mismo en un buk’wus10.

El carácter generalizado de estas creencias nos lleva a plantearnos cuál puede ser su origen. A menudo los estudiosos señalan como punto de partida el mito de Perséfone, hija de Deméter, la diosa griega de la agricultura. Cuando Hades, el dios del inframundo, raptó a esta joven virgen, su madre, angustiada, arruinó la cosecha, maldiciendo la fertilidad de hombres y animales. Hermes, que fue enviado por Zeus, pidió a Hades que soltara a Perséfone. Este aceptó, pero no sin antes darle en secreto unas semillas de granada, animándola a que se las comiera, lo que la hizo prisionera del inframundo para toda la eternidad. Por ello, Perséfone emerge brevemente solo unos días cada primavera para reunirse con su madre11.

Si bien la historia de Perséfone puede explicar la universalidad de esta creencia en la zona euroasiática, no puede dar respuesta a la propagación del «tabú de la comida» (como voy a nombrarlo a partir de ahora) hasta lugares tan lejanos como Norteamérica o el Pacífico Sur12. Los antropólogos han propuesto una gran variedad de explicaciones para esta superstición global compartida, como la idea de que comer con un pueblo supone establecer cierto parentesco con ellos, algo así como que «estamos con aquellos con los que comemos»13, por resumirlo en una frase.

«La voluntad de comer junto a otras personas es un cohesionador muy poderoso en las sociedades preindustriales —explica la profesora del Keble College de Oxford Diane Purkiss—. Aceptar comida le hace a uno formar parte de una comunidad»14. Otras posibles teorías para explicar esta aversión hablan de la idea del contagio o la contaminación, o del hecho de que la comida contenga almas transmigradas15. Si la comida en el mundo mortal mantiene a los que la comen como mortales —o por lo menos en vida—, entonces la comida en el mundo del espíritu mantendría a los que la consuman muertos.

Pero ¿y si el tabú de la comida fuera universal por alguna otra razón? ¿Y si hubiera algo de verdad en todo esto más allá del mero mito y la superstición? ¿Cómo explicar que estas antiguas y legendarias prohibiciones no solo se apliquen a la comida que proviene de los muertos, sino también a la comida ofrecida por entidades liminares como los seres elementales o el bigfoot? Y todavía más, ¿qué hacemos con los testimonios actuales de personas que dicen haber sido abducidas o tenido contacto con extraterrestres y que en ocasiones hablan de un intercambio de comida y bebida?

Consideremos el caso de Ivan Martynovich, que informó al periódico local de que un desconocido alto, de piel clara y ojos azules lo había subido a una nave extraterrestre en septiembre de 1990. Al igual que ocurrió con Astri Olsdatter y la montaña, la entrada de Martynovich a la nave fue repentina e imperceptible. Una vez dentro le mostraron en una especie de pantalla una rápida secuencia de imágenes de su vida y después esos seres lo invitaron a viajar a su mundo natal. Martynovich aceptó entusiasmado y una vez allí quedó muy impresionado por la dieta que llevaban, a base de leche y verduras. Pidió comer alguna de las cosas que tenían, pero los extraterrestres se lo prohibieron, diciéndole que probar su comida iba a «influenciarlo» y se vería forzado a quedarse en su mundo. Después de recibir una serie de advertencias sobre el comportamiento destructivo de la humanidad, devolvieron a Martynovich a su casa esa misma noche16.

Las similitudes que encontramos entre esta historia y las historias de Astri Olsdatter y de la joven perdida que relataba Lady Wilde son sorprendentes. ¿Tenemos que asumir que Ivan Martynovich era un mentiroso y un fanático del folclore o está ocurriendo algo más?

Sobre este libro

Hoy en día nos encontramos con miles de relatos contemporáneos que hablan de interacciones con entidades no humanas y que, tomados en conjunto, muestran una uniformidad transcultural muy remarcable. Personas que no tienen conocimientos sobre el típico encuentro con extraterrestres, seres elementales o sasquatches detallan casos con características muy similares y, mientras que seguramente muchos de estos relatos pueden ser historias fantasiosas inventadas por individuos inestables, muchos otros provienen de ciudadanos comunes u observadores entrenados, como policías o personal militar. A menudo estas historias, de tan absurdas como son, resultan difíciles de creer y, sin lugar a dudas, cualquier persona que quisiera inventarse un caso que pudiera ser creído se abstendría de relatar algunos detalles enormemente inverosímiles.

Por desgracia, tenemos que convivir con una comunidad científica que se encuentra cómoda aceptando la paradoja del gato de Schrödinger, que está a la vez vivo y muerto, pero que se burla de los miles de informes y testimonios recopilados a lo largo de muchos años, y la responsabilidad de investigar estos casos recae sobre esas pocas personas con la mente abierta que les prestan atención.

En una parte importante de estos encuentros con humanoides aparecen aspectos relacionados con el tabú de la comida, relatando cómo los testigos reciben tanto alimentos como bebidas de manos de entidades extrañas. Como cabría esperar, no encontramos historias de personas que se hayan quedado atrapadas físicamente en la «tierra de los muertos» (y de hecho, obviamente si ocurriera no podríamos saberlo), pero sí que conocemos un número sorprendente de casos en los que los testimonios se ven afectados por estos encuentros —y quizá también por lo que consumen— para el resto de sus vidas.

Aunque muchos investigadores se han dado cuenta de la existencia de numerosos casos relacionados con los alimentos, nadie ha realizado hasta el momento un estudio a fondo sobre la comida y la bebida intercambiada entre los testigos y las entidades no humanas (que de ahora en adelante voy a denominar la «comida de las entidades»). Mediante un examen de las diferentes tendencias que se muestran en estos casos y analizando su significado, tanto desde el punto de vista del folclore como de la religión y la psicología, este libro pretende dar un primer pero importante paso para atraer la atención hacia este interesante aspecto de lo forteano17 que demasiado a menudo ha sido pasado por alto.

2 Jane Frances Agnes Elgee (1821-1896), más conocida como Lady Jane Wilde o Speranza, fue una poetisa irlandesa y madre del escritor Oscar Wilde. En Antiguas leyendas irlandesas (cuyo título original era Ancient Legends, Mystic Charms, and Superstitions of Ireland) recopiló leyendas, supersticiones y antiguos hechizos mágicos que obtuvo de los testimonios orales de los campesinos [N. de la T.].

Capítulo 1

TRADICIONES: SERES ELEMENTALES

«Lo que no tienes que hacer es lo siguiente: no morder ni un poco y no beber ni una gota, sin importar lo hambriento o lo sediento que estés; bebe una gota o muerde un poco mientras estés en el reino de los elfos y nunca más volverás a ver la Tierra Media».

Mago Merlín, «Childe Rowland», Cuentos de hadas, Joseph Jacobs

Con su belleza agreste y sus imponentes acantilados, las islas Aran son un lugar perfecto para ir de vacaciones y cada año atraen a miles de visitantes hasta uno de los últimos bastiones de la cultura celta. Estas islas poseen una historia muy rica y pueden alardear de tener tanto algunos de los yacimientos arqueológicos más antiguos de Irlanda —las antiguas fortalezas de Dún Aengus y Dún Chonchuir— como el primer monasterio irlandés, fundado alrededor del año 484 por san Enda. En estas islas se produce una unión entre el cristianismo y las tradiciones de la antigüedad.

Brian Collins era un joven que estaba ahí de vacaciones cuando vio a dos hombres pequeños, vestidos de verde y con botas marrones, pescando junto a la orilla. Cada uno de ellos medía poco más de un metro y estaban riéndose y hablando en gaélico. En un momento dado los hombres saltaron hacia la parte trasera del banco en el que estaban sentados y Brian sintió curiosidad, pero a pesar de que se acercó hasta el lugar, no encontró ni rastro de ellos, excepto un pequeño tubo. Volvió a la casa donde se hospedaba y dejó el tubo en un cajón cerrado con llave, de donde desapareció poco después18.

Aunque esta historia puede parecer una leyenda de hace siglos, la experiencia de Brian tuvo lugar a principios de la década de los noventa. Casos como este ocurren en la actualidad y la actitud que adopta la sociedad en general frente a ellos hace un flaco favor a las historias de los seres elementales19. De hecho, por poner un ejemplo, las pequeñas damas aladas que se representan en el arte victoriano poco tienen que ver con aquello en lo que se inspiraban: una raza etérea de seres cuya ira era tan temida que diferentes culturas de todo el mundo se negaron a llamarlos por su nombre y crearon eufemismos para referirse a ellos, como gente pequeña, gente justa o gente buena.

Para los antiguos, los seres elementales simplemente formaban parte de su vida, eran espíritus de la naturaleza vinculados a lugares salvajes. Si se trataban con respeto y se les preparaban ofrendas, podían comportarse correctamente, limpiar la casa o ayudar en la cosecha, pero si se les faltaba al respeto, podían arruinar la suerte de quien hubiera cometido la ofensa, dejarle ciego, secuestrarlo o matarlo.

Al igual que ocurre con el tabú de la comida, se pueden encontrar leyendas relacionadas con estos seres en todo el mundo. Las hadas, los duendes, los gnomos20 o los elfos son algunos de los más conocidos, aunque culturas como la europea describen centenares de ellos, con sus propias normas, ofrendas preferidas y distintas mitologías. El domovoi ruso, por ejemplo, es un ser protector que cuida del hogar a cambio de que le dejen leche o galletas, y algo parecido ocurre con el brownie inglés. Las madres de la Guayana holandesa advierten a sus hijos de que no deben beber de la botella del bakru, un ser pequeño y de piel oscura, si no quieren enfrentarse a la muerte21. Los hawaianos nativos hablan del diminuto menehune; en África Occidental, de los azizas; en China, del mogwai, y en Portugal, de los duendes. Esta elaborada clasificación a nivel mundial se ve incluso reflejada en la tradición cherokee del sureste de los Estados Unidos, que describe a cuatro tipos de «personas pequeñas» que viven en los acantilados, entre los matorrales de rododendro, entre la salvia o al aire libre22.

Cuando se habla de «ser elemental» puede hacerse referencia a un espíritu de la naturaleza de cualquier tamaño o forma, incluyendo gigantes o sirenas. Pueden ser altos y elegantes, como el ellefolk escandinavo, o bajos y feos, como los troles o los duendes. Criaturas como el woodwose, representado como un hombre salvaje y peludo que lleva un palo, contradicen la visión más idílica de estos seres23.

Pero además de mantener apaciguados a todos estos espíritus con las ofrendas, las tradiciones hablan también de formas de protegerse de ellos, como por ejemplo llevar un pedazo de pan duro en el bolsillo24 o ayudándose de la fe cristiana25. El hierro y la sal son también elementos disuasorios muy potentes26. Según el folclorista Alasdair MacGregor, tomar queso o leche de una vaca que ha comido mothan, una planta cuya verdadera identidad se ha perdido en el tiempo, podría alejar también a los elementales27.

Otro aspecto común del que hablan las diferentes tradiciones es el paso anormal del tiempo que se produce al entrar en el mundo de estos seres. En función de cada historia, este puede pasar más rápido o más despacio. Una leyenda escocesa habla de dos violinistas que pasaron algunas horas en una «reunión» con hadas y regresaron cien años después, desplomándose sobre el suelo28. En muchas historias de este estilo, este aceleramiento del paso del tiempo se produce al consumir alimentos mortales después de regresar del mundo al que se haya viajado.

Muchas teorías han tratado de explicar todos estos mitos, centrándose a menudo en la tradición celta, y una de las más populares afirma que los seres elementales son el resultado de una memoria racial compartida sobre un pueblo muy reservado que habría convivido con los primeros celtas en las islas británicas. Otros creen que representan almas que ya han partido, dada la asociación que a menudo se ha hecho con los muertos. La introducción del cristianismo, por otra parte, contribuyó a confundir todavía más el asunto, dado que la iglesia primitiva se apresuró en agrupar y mezclar las deidades paganas con los seres elementales, etiquetando a un conjunto muy amplio de entidades como demonios o ángeles caídos.

En cualquier caso, estas explicaciones aportan poca luz para averiguar por qué todas estas creencias han sido compartidas a lo largo de los años por diferentes culturas, y por qué están tan desprestigiadas en la actualidad. En 1936, un excursionista islandés que se había perdido durante una tormenta encontró una cabaña en el bosque. Su propietario se identificó como un huldufólk, perteneciente al «pueblo oculto», y le ofreció comida y cobijo para pasar la noche. Al día siguiente, el excursionista partió de nuevo, después de desayunar, pero cuando miró hacia atrás la cabaña había desaparecido29.

Islandia es un país conocido por su perdurable creencia hacia los seres elementales. En un estudio del que se hizo eco el periódico Dagblaðið Vísir se afirmaba que el 54,4 % de los islandeses creía en los duendes30, y aún hoy en día no es algo extraño que cuando se construyan carreteras se modifique el trazado para desviarlo alrededor de una roca que pudiera albergar a un huldufólk.

Los seres elementales y el tabú de la comida

El 16 de septiembre de 1759, Jacob Jacobsson regresó de hacer un recado para su padre cuando, sorprendido, descubrió un ancho camino delante de él, que serpenteaba a través de la campiña sueca. El camino no estaba allí antes, así que el joven decidió investigar, y de repente se encontró frente a un núcleo de casas de gran tamaño. Entró en uno de los edificios y vio «multitud de gente pequeña, corriendo de un lado para otro», supervisados por una mujer alta y atractiva que le suplicó que se uniera a la fiesta. Jacobsson rechazó la oferta, y cuando le preguntó si no quería quedarse con la gente pequeña dijo en voz alta: «¡Dios, ayúdame a regresar a casa de mis padres!».

Uno de los seres que había allí exigió que se fuera porque había sido muy grosero, y el joven se encontró de nuevo en el punto donde empezaba el camino, pero con la salvedad de que este ya no estaba. Cuando regresó a su casa habían pasado cuatro días, y Jacobsson hizo una declaración formal de su encuentro ante el reverendo local31.

Además de tener sentido común, seguramente el joven estaba familiarizado con las tradiciones que hablaban de la prohibición de comer nada que proviniera de esos mundos desconocidos, y por eso declinó la oferta. Como ya se ha mencionado, el tabú de la comida es algo que se cita con frecuencia en la investigación paranormal, y es muy común en la tradición de los seres elementales. Quizá la historia más famosa sea «Jemmy Doyle in the Fairy Palace», recopilada en Legendary Fictions of the Irish Celts, donde el protagonista tropieza con una fiesta que se celebra en un castillo de hadas mientras regresa a casa. Al igual que ocurría en el relato de Lady Wilde, este fue advertido para que no participase (esta vez por un familiar muerto) y en su lugar se derramó el vaso de ponche que le habían ofrecido entre su chaqueta y el chaleco que llevaba, y así le permitieron regresar32.

El engaño de Doyle fue una buena elección, dado que existen graves repercusiones cuando uno se niega a aceptar la hospitalidad de los seres elementales. Una historia apócrifa habla de un hombre que fue encontrado muerto en un camino después de rechazar la leche que le había ofrecido una banshee33, mientras que un cuento escocés recoge la historia de una chica joven que fue encarcelada por negarse a aceptar el suero de mantequilla que le ofrecieron. Una vez presa, le dijeron que la dejarían libre cuando hilara toda la lana que había y se comiera todo lo que le habían puesto, pero cada noche reponían ambas cosas, y solo pudo escapar después de mojarse su ojo izquierdo con saliva cada día antes de empezar a trabajar (una lógica de cuento de hadas en su máxima expresión)34.

Tal vez lo más sorprendente sobre el tabú de la comida en el folclore de los seres elementales sea que hay pocos informes sobre casos reales de personas que se hayan quedado atrapadas en otro mundo. Como ya hemos mencionado, cualquier secuestro permanente sería imposible de verificar, así que quizá lo que reflejen las leyendas sea la dilatación en el tiempo experimentada al convivir con seres elementales, incluso en caso de que no fuera necesario comer nada para experimentarlo. Otra explicación alternativa podría ser que la pena de «permanecer» con esos seres fuera más metafórica que literal. Por ejemplo, una leyenda apache habla de dos niños que cogieron alimentos de la montaña donde vivían los espíritus y, a pesar de que fueron capaces de regresar a su casa, no pudieron comer más la comida de los mortales35.

Las elle-maids de Escandinavia y Alemania bailan junto a las carreteras por la noche, y con su belleza tientan a los viajeros a beber vino. Los que lo hacen acaban enloquecidos36. Un hombre que viajaba de Seden a Odense, en Dinamarca, se bebió el vino, pero vivió el resto de su corta vida inquieto y de mal humor, ansioso por regresar de nuevo con las elle-maids37.

La locura y la muerte son sin duda dos formas de privación de la libertad. Parece como si el verdadero castigo fuera un cambio permanente a nivel interno: después de participar en una comida con seres elementales, uno no puede «volver a casa» tal como estaba antes. Las vidas de Adán y Eva cambiaron de forma irrevocable después de comer el fruto prohibido, y parece que la comida de las entidades —ya provenga de una entidad divina, de seres elementales, de extraterrestres o del bigfoot— tiene un efecto similar.

No obstante, no todos los alimentos ofrecidos por los seres elementales producen graves consecuencias. Dejando a un lado las elle-maids, la comida o la bebida que ofrecen los seres elementales fuera de sus mundos generalmente son consideradas seguras. La folclorista Ruth Tongue menciona la historia de un afable granjero que arregló una pequeña pala que había encontrado rota. Aunque él no lo sabía, la pala pertenecía a un ser elemental, y más tarde encontró un pequeño pastel en el lugar donde la había dejado. A pesar de las advertencias de un compañero, se comió la tarta, considerándola un «bien propio», y no sufrió ningún contratiempo (cabe señalar que el granjero mostró aprecio, pero no dio las gracias, ya que mostrar gratitud de una manera abierta supuestamente lleva a tener mala suerte)38.

Los hijos de Sandy MacDonald vieron unos seres elementales en 1912 cerca de Ardnamurchan, una península remota de las Tierras Altas de Escocia. Los dos niños estaban jugando en el agua cuando, milagrosamente, aparecieron dos pequeñas figuras verdes. Las entidades los invitaron a un barco cercano, en el que se veían en la cabina a una diminuta mujer y un perro, pequeño como una rata. Los muchachos declinaron la invitación, pero aun así les ofrecieron «unos cuantos panes de las hadas, cada uno del tamaño de una nuez» (es curioso que los chicos estuvieran junto al mar, dado que los erizos de mar fosilizados a veces se conocen como «panes de las hadas» y se corresponden aproximadamente con el tamaño descrito)39.

Después de comer, uno de los seres dijo: «Nos vamos ahora… No volveremos más por aquí, pero otros de nuestra raza van a venir». La hermana de los niños, que llegó poco después, los sacó del trance en el que estaban sumidos, y no pareció que probar esos panes les hubiera afectado de manera alguna40.

Relatos como este indican que el poder de la comida está ligado a la intención de la entidad. La folclorista Katharine Briggs, citando The Folk-Lore of Herefordshire, de E. M. Leather, da un ejemplo en este sentido con la historia de Herla, antiguo rey de los bretones. A pesar de que este salió de una fiesta de las hadas en la que se celebraba una boda siglos después de haber entrado41, «nada parecía sugerir que esta comunión hubiera causado un paso del tiempo…, la intención no parecía hostil»42.

La naturaleza de la comida de los seres elementales

¿Qué son esos alimentos que dan los seres elementales, que pueden causar tantos problemas? A pesar de que a menudo tienen la apariencia de productos de panadería, vino o leche, la leyenda habla del uso que hacen los seres elementales del encantamiento o la ilusión para aparecer de una forma diferente a como en realidad son, y podrían usar hechizos similares para los alimentos que ofrecen. Alasdair MacGregor escribió en The Peat-Fire Flame: Folk-tales and Traditions of the Highlands and Islands sobre una mujer que se abstuvo de comer nada en el país de las hadas y después «examinó la comida que le habían ofrecido los Hombres de Paz y le pareció que era solo basura del suelo»43.

Estos conceptos se remontan a las leyendas más tempranas. El héroe escandinavo Väinämöinen, mencionado antes, rechazó la cerveza que le ofrecieron en el inframundo porque, al mirar dentro de la jarra, vio «ranas desovando y gusanos descansando a su alrededor»44. Según la historia de san Collen, este santo galés del siglo VII visitó al rey de las hadas y, cuando vio qué era la «comida» que querían darle, dijo: «¡Yo no como las hojas de un árbol!»45. Las brujas, mezcladas con las hadas y otros seres elementales por la iglesia, daban atributos similares a la comida del Diablo. Una de las famosas brujas de Pendle dijo en 1612 que, a pesar de que probaron la comida que les daba, nunca fue la más completa ni la mejor46.

Este tema reaparece en los relatos modernos. Abdul Mutalib desapareció en enero de 1982 de su puesto de guardia en un centro de entrenamiento de reclutas cerca de Kuala Lumpur, Malasia. Organizaron en vano su búsqueda, mientras los lugareños hablaban a voces del buni, un ser elemental que, a su modo de ver, era el responsable de varias desapariciones. Los abducidos que regresaban hablaban de «un lugar distante» y «comida deliciosa», aunque cuando vomitaban solo salían gusanos y hierbas47.

Si los alimentos que estos seres ofrecen son ilusorios, ¿qué consumen ellos en realidad? Diferentes fuentes hablan de «harina de cebada, setas venenosas, leche de cabra, carne de ciervo rojo, raíces, tallos de brezo, hongos y malas hierbas»48 o de una dieta similar a la de los ratones49. El ufólogo Jacques Vallée ha identificado la carne y el agua pura como la fuente primaria de alimento de los elementales, citando los escritos del antropólogo W. Y. Evans-Wentz.

Sin embargo, gran parte de la literatura sobre el tema plantea que se alimentan de la esencia —llamada también toradh o foyson— de la comida50. En relación al concepto del foyson podemos encontrar el djinn árabe, que «come comida humana, robando su energía»51. Los alimentos sin su foyson no serían aptos para el consumo humano. Evans-Wentz, en The Fairy-Faith in Celtic Countries, dice de la comida ofrecida por los seres elementales: «No está permitido que sea comida por un hombre ni por un animal, ni siquiera por los cerdos… Parece ser que la idea subyacente es que estos seres extraen la esencia espiritual de la comida que ofrecen, dejando solo los elementos más toscos»52. En el libro detalla casos de gatos que bebieron leche que habían dejado los piskies y enfermaron53.

Entre todo este folclore se encuentran muchas similitudes con un caso ocurrido en Chile en 1970, donde se vio una pequeña criatura deslizándose sobre los pastos de una familia. Al día siguiente, encontraron desangradas diez llamas que habían comido ahí. La familia trató de cocinar uno de los animales, pero la carne sabía mal; e incluso vieron como los buitres que habían comido de los otros cadáveres vomitaron, y la familia no tuvo más remedio que quemar todo lo que quedaba54.

Disminuir el foyson parece que puede permitir a los seres elementales consumir animales vivos sin sufrir ningún daño aparente. Un agricultor galés vio al Verry Volk, una especie de duende, sacrificar a uno de sus bueyes y después volver a resucitarlo, aunque le faltaba un trozo de pata. Al día siguiente el animal estaba curado, y solo le quedó una leve cogera55.

Es fácil, y tal vez sensato, usar el concepto del foyson como una forma de explicar por qué muchas de las ofrendas dejadas para los seres elementales permanecen sin haber sido tocadas físicamente. Más adelante volveremos a tocar este tema con mayor profundidad.