Serie Solo por ti

 

 

 

 

 

 

Agradecimientos

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Agradecimientos

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Cinco meses después

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Dos semanas más tarde

Epílogo

FIN

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Londres, restaurante Caleta, 23.00 p.m.

Seis meses después

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Aeropuerto de Jerez de la Frontera

Cuatro años después

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Epílogo

Once meses después

Fin

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Provócame

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

 

© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Angy Skay 2014

© Editorial LxL 2014

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

 

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-943832-1-2

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por el príncipe y rey de mi universo,

Bryan, mi rubio de ojos azules, mi niño.

 

 

 

Agradecimientos

 

 

 

 

Nunca pensé que unos agradecimientos serían tan complicados ni que darían tantísimas vueltas. Hoy vengo dispuesta a dejarlos permanentes, a, de un modo u otro, agradecer a las personas que han estado a mi lado en esta andadura desde que se inició. Como en la vida misma —a veces injusta y cruel; otras, sabía y cierta—, te encuentras personas por el camino que te dan el empujón que necesitas, pero luego desaparecen con el paso del tiempo para dejar un simple recuerdo, y es de ser honestos decir que lo cortés no quita lo valiente. Por lo tanto, les doy las gracias a esas personas que un día vieron la luz en este primer tomo y que, pese a las adversidades de la vida, me dieron ese aliciente para que decidiera avanzar.

Por otro lado, la parte fundamental de esta historia se la debo a mi madre y a mi hermana, las únicas que hasta el momento no se han cansado de mí; ni de mis locuras ni de mis historias incomprendidas. Y, con todas y con esas, siempre me han apoyado con una frase muy cierta: «Tírate a la piscina. Si está llena, bien, si no, por lo menos lo habrás intentado». A mi pequeño lagartijo, porque estando dentro de mí me diste la inspiración que necesitaba para comenzar a teclear esta historia, abriendo una puerta que será imposible de cerrar.

A todos los que habéis seguido mis pasos desde el principio, a los que llegasteis después pero acogisteis la historia de Annia y Bryan catalogándola como una de las grandes, de las verdaderas, de las que te hacen sentir con el corazón en un puño, porque eso significa que pasasteis por las mismas emociones que yo. A mi grupo de provocadoras, tan especial, que tanto trabajo me costó formar pero que tantas alegrías me brinda cada día desde todos los puntos del mundo, con opiniones distintas, con mensajes cargados de ilusión; porque esas palabras son las que me hacen seguir en mi andadura sin mirar atrás, sin replantearme si lo que mis manos teclean será suficiente o no, porque siempre estáis para dejarme ver lo bueno y lo malo de una historia.

Y, por último, a todas las personas que se han unido a mi vida personal de una forma casual y me han dado la oportunidad de sentirme feliz, de poder reír. Gracias por todo vuestro apoyo, ya que, sin nombraros a ninguno, sabéis de sobra quiénes sois.

Y a ti, que te has atrevido a entrar dentro de mi locura, solo quiero decirte que espero de corazón que disfrutes de esta historia hasta el final de sus páginas y que, en el instante en el que la cierres, sea un momento que jamás puedas olvidar, porque eso querrá decir que te ha llegado al alma de verdad.

Dicen que los agradecimientos hay que hacerlos con el corazón, y esta vez será la última que modifique una sola letra de esta hoja, pues, para bien o para mal, la vida te hace seguir adelante, te hace ser más fuerte.

A mí me ha hecho ser más fuerte.

 

 

Angy Skay

 

 

 

 

1

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cádiz

 

Querer ser alguien en la vida es lo que tiene: exámenes, estudiar, estudiar y ¡estudiar! Pero ¿para cuándo dejamos la fiesta? Bah..., ¡estoy harta! El bachillerato es un asco. Esta noche hay una gran fiesta en la casa de Álex, un compañero de clase, que por nada del mundo pienso perderme, me diga mi padre lo que me diga. Últimamente, el ambiente está un poco caldeado en casa, más de lo habitual, por eso mismo necesito salir de allí todo el tiempo que pueda.

¡Ah! Mira, por ahí viene mi amiga Tania.

—¡Tania! ¿A qué hora nos vemos esta noche? —le pregunto, respirando con dificultad después de la carrera que me he pegado para llegar hasta donde está.

—A las siete. ¿Viene Mikel contigo? —Me mira con una sonrisa guasona.

—¡Oh, sí, claro! —exclamo, poniendo los ojos en el cielo—. Además, no será el único que venga. —Esbozo una pícara sonrisa, la cual ella imita—. También me acompañará Armando. Vamos a pegarnos otra fiestecita después… Tú ya me entiendes.

Las dos nos reímos a carcajadas, pues sabe perfectamente a qué me refiero. Y como la vida es muy corta, a disfrutar se ha dicho.

Cuando salgo del instituto, me dirijo a mi casa con mala cara, como todos los días. Es un infierno. Allí me encuentro a mi hermana Nina llorando como una descosida en el porche junto a las escalerillas, con la cabeza escondida entre las rodillas.

—Nina, ¿por qué lloras? —le pregunto, poniendo los ojos en blanco. Siempre está llorando, y eso que es la mayor de las dos hermanas que somos.

—Papá ha venido bebido y… Ya sabes… —Me mira con los ojos cargados de sufrimiento, algo que me parte el corazón en dos.

Ya estamos otra vez. Hace muchos años que mi padre dejó de ser mi padre, gracias a que él solito se lo buscó. Siempre está borracho, y algunas veces le pega a mi madre porque está enfadado, porque le falta dinero o simplemente porque se le antoja.

En casa estamos bastante mal de dinero. Hace años, mi padre perdió el trabajo por su problema con el alcohol. La mayor parte de los días llegaba tan borracho que, al final, su jefe se cansó y lo despidió. Nina nunca se mete, pero como yo no lo soporto, me pongo en medio cuando lo veo hecho una furia con la pobre de mi madre, y siempre salgo mal parada, levemente, porque mamá se interpone, pero recibo, aunque sea un buen tortazo.

Recuerdo que cuando tenía trece años fue la primera vez que le pegó. No se me olvidará en la vida. Así ha sido desde hace muchos años: mi padre le pega a mi madre, yo me meto y me llevo también.

No sabemos por qué empezó a ser de esa manera. Creíamos que era debido al trabajo, pero la gente comentaba que, al parecer, mi padre se enamoró de una mujer que también estaba casada y ella lo dejó para estar con su familia, algo que realmente nunca nos confesó, así que no sabemos a ciencia cierta qué es lo que lo llevó a volverse de esa manera. Hemos intentado varias veces que mi madre lo denuncie, pero se niega. Dice que lo quiere demasiado como para hacerlo sufrir. A mí nunca me ha dejado marcas, por lo tanto, no he podido denunciarlo al no tener las pruebas suficientes. ¡No se puede ser más tonta de lo que es ella! En el fondo, me parte el alma que esté así. No se lo merece.

—Nina, esta noche voy a la casa de unos amigos. ¿Quieres venirte conmigo? —le pregunto para que se anime un poco y pueda despejarse.

Niega con la cabeza, se pone la cara entre las rodillas de nuevo y empieza a llorar. Decido entrar en mi casa para ver cómo está el ambiente; aunque, según mi hermana, no muy bien.

Parece que ya se ha cansado el gran hijo de puta que tengo por padre, porque está tirado en el sofá roncando como un oso. Ahora mismo, lo que más me apetece es ahogarlo con un cojín para que deje de hacerla sufrir.

Encuentro a mi madre en la cocina, limpiándose las lágrimas disimuladamente, y entro para saludarla.

—Hola, mamá. —Aprovecho y le doy un abrazo cariñoso que me devuelve encantada.

—Hola, tesoro. ¿Qué tal el instituto? —se interesa con una bonita sonrisa en los labios.

¡Cómo la quiero! Siempre saca una sonrisa en los peores momentos. No sé cómo lo hace.

—Bien. Oye, mamá, esta noche tengo una fiesta en casa de Álex, un amigo de bachillerato. Vendré tarde, así que no te preocupes, ¿vale? —le digo, cogiendo un trozo de pan.

—De acuerdo, cielo, pero ten cuidado.

No puedo evitar fijarme en sus pesados ojos. Es muy joven para tener que estar así. Se la ve cansada de vivir.

—Mamá, ¿hasta cuándo piensas seguir de esta manera? ¿Es que no te das cuenta del mal que te hace? —le pregunto molesta.

No me contesta; se dedica a darse la vuelta y aparta la vista. No quiere hablar, lo veo en sus ojos, pero estoy harta de esta situación. ¡Esto tiene que acabarse ya! Llevamos media vida así. Es insufrible. Algunas veces me dan ganas de hacer la maleta y marcharme de casa, aunque sea para vivir debajo de un puente. Seguro que allí no tendría tantos problemas ni tantas complicaciones, pero el solo hecho de separarme de mi madre y de Nina me hace pedazos. Las quiero demasiado como para dejarlas solas, y si alguna vez les pasara algo por mi culpa, por no estar con ellas, no me lo perdonaría.

Así que vuelvo a intentar hacer que entre en razón:

—Mamá, sé que no quieres hablar, pero no lo necesitas. ¡Por el amor de Dios, mírate! —exclamo, señalándola—. No puedes permitir que ese hombre siga poniéndote la mano encima.

—¡Ese hombre es tu padre! —sisea, apuntándome con el dedo.

—Ese hombre dejó de ser mi padre el primer día que te pegó —le respondo en el mismo tono que ha usado ella.

Nos miramos desafiantes, sin embargo, al final decido que no merece la pena seguir discutiendo. ¡Está totalmente ciega! Me voy de la cocina, no sin antes girarme y decirle:

—Tú sabrás lo que haces, pero yo estoy harta de todo esto. Y que sepas que algún día pasará algo peor, y luego nos lamentaremos.

Subo a mi habitación y me dispongo a ducharme y a cambiarme para ir a la fiesta. La verdad es que no conozco lo suficiente a Álex como para presentarme así en su casa, pero como van prácticamente todos mis colegas, yo he decidido hacerlo también. Además, vendrá Mikel conmigo.

Mikel es mi novio desde hace unos meses, y es cierto que encajamos perfectamente. No es muy atento conmigo, pero tampoco lo necesito; a los dos nos va el mismo rollo y compartimos muchas cosas en común. Y, aunque somos muy jóvenes, creo que tenemos un futuro por delante.

Me decido por una minifalda muy corta y un top con la barriga al descubierto. Como hace calor es lo ideal, y me queda a la perfección sobre mi vientre plano. Me calzo mis sandalias de plataforma y aliso mi pelo castaño. ¡Hala, ya estoy lista!

Al bajar, mi padre ya se ha despertado. ¡Mierda! Ahora me preguntará a dónde voy con sus formitas de siempre.

—¿A dónde te crees que vas con esa ropa, Annia? ¡Pareces una fulana!

—A donde a ti no te importa, y visto como me da la gana —le espeto en un tono de indiferencia hacia sus palabras.

—No me hables así, jovencita. ¡Soy tu padre! —sisea furioso.

—Por mí, como si quieres ser Dios —me burlo de él.

Paso por su lado. No tengo ganas de hablar con él, ya que hace mucho que le perdí el respeto, así que paso. Sin embargo, cabreado por mi contestación, me agarra del brazo y me gira de malas maneras, haciendo que mi espalda se golpee contra el marco de la puerta.

—¿Quién cojones crees que eres para hablarme así, niñata? —escupe en mi cara.

—¡Suéltame! Me haces daño. —Intento zafarme de él.

—Si no aprendes modales, ¡yo te enseñaré lo que son! —me amenaza, levantándome la mano.

—¿Cómo? ¿Pegándome como haces con mamá? —le reto.

En ese momento, mi hermana Nina nos ve y corre para llamar a mi madre, que viene a toda prisa hacia nosotros.

—¡Julián! ¡Julián! Por Dios, suelta a la niña, te lo suplico —le pide ella, desesperada.

Se posa ante él de rodillas, histérica, con las manos pegadas palma con palma a modo de súplica. ¡¿Cómo puede rebajarse así?! Él la mira y después me suelta con desdén.

—Natacha, sube a la habitación. ¡Ya! —le chilla.

Mi madre llora desconsolada en el suelo cuando mi padre se va escaleras arriba encolerizado. Va a pegarle, lo sé. Cada vez que tenemos la más mínima discusión él y yo, lo paga todo con ella, algo que me enerva.

—Anda, mi niña, vete y diviértete. Ten cuidado, cielo —me dice con ojos tristes.

La miro con cara de preocupación. Hace un breve movimiento con la cabeza para que me marche, se levanta y se da la vuelta sobre sus talones hacia donde le ha dicho que vaya. Me parte el alma verla así, pero no se deja ayudar nunca. Nina y yo hemos ido incluso a la policía a denunciarlo en varias ocasiones, pero siempre que llaman a declarar a mi madre, lo niega todo y se inventa excusas por los cardenales. Dice que se cae por su torpeza o por cualquier cosa que idea en ese momento.

Dudo durante un instante entre irme o quedarme en casa para intentar apaciguar las cosas. Algo me dice que debería quedarme, pero, por otra parte, necesito despejarme, así que doy media vuelta y salgo.

En cuanto estoy fuera, escucho un fuerte golpe, a mi padre gritar y a mi madre llorar. Está pegándole…, otra vez.

De camino a la fiesta, me encuentro por la calle con Mikel. Como ninguno tiene carné ni coche, nos toca ir a pie hasta la parada más cercana. Cogemos el primer autobús que pasa para dirigirnos hacia la fiesta. A lo lejos veo a John. Es el chico que está locamente enamorado de mi hermana, pero ella pasa de él, puesto que va a casarse con Norbert. Llevan algunos años juntos, aunque a mí ese tipo no termina de convencerme. Sé que esconde algo. Es más, estoy segura de que la engaña y ella no tiene ni idea. Ese es otro asunto que deberé tratar en cuanto pueda. Como siempre, metiendo las narices donde no me llaman.

Llegamos y la casa está a rebosar de gente, como imaginaba. A lo lejos diviso a Tania con más amigas y voy hacia ellas.

—¡Ey, ya has llegado! —me dice Tania con alegría.

—Sí, he tardado un poco más porque tenía movida en casa —me excuso.

Todo el barrio está enterado de lo que pasa. Los cuchicheos van de aquí para allá a todas horas. No sería la primera vez que escucho algo y tengo que liarme a golpes con algún vecino al oír hablar de cómo mi madre se deja pegar. Sé que llevan razón, pero ¡joder, es mi madre! Y, por supuesto, no voy a permitirlo.

Durante la fiesta nos ponemos a beber —y lo que no es beber— como cosacos. ¡Vaya ciego que cojo en una hora! Mikel, que está al tanto de mi estado de ánimo, me pide que me vaya con él a la parte de atrás de la casa. ¡Quiere fiesta! Así que vamos a darle alegría al cuerpo.

Nos dirigimos por los matorrales a la parte trasera de la enorme casa. Allí, apoyado en un muro junto a una especie de caseta de madera, me encuentro a Armando. ¡Oh, sí, trío a la vista! Pero mi sonrisa se borra cuando aparece Carolina, otra chica del instituto a la que, según sé, también le molan los tríos, aunque, visto lo visto, vamos a hacer una cama redonda. Me molesta un poco al principio, pero lo pienso mejor y me relajo pensando que puede ser divertido.

Nos miramos un instante, y Mikel, al ver mi cara de asombro, me dice al oído:

—Any, ¿te importa que Carolina se una a nuestra fiesta?

Niego con la cabeza y ella sonríe con cara de viciosa, cosa que no me hace tanta gracia. Las tías no me gustan. ¡Nada! Por lo tanto, me propongo dejarlo claro:

—No me importa, pero tened claro que no me gustan las mujeres. Creo que sabéis por dónde voy. —Miro a Armando y a Mikel.

Todos asienten y empezamos con nuestro tonteo entre los cuatro. Veo que Mikel comienza a meterle mano a Carolina, y es cierto que el simple hecho de mirar me pone un montón. Armando me quita con lentitud la ropa mientras me empuja hacia el interior de la caseta de madera. Por lo que puedo observar, es un cuarto para guardar herramientas y demás, y hay un montón de trastos por todos los rincones.

Contemplo a Armando. Es cierto que está mucho mejor dotado que Mikel en todos los sentidos, así que mientras mi novio se divierte con Carolina, intento aprovecharme de él todo lo posible.

Comenzamos a besarnos. Mete sus manos bajo mis bragas y empieza a masturbarme lentamente. Bajo las mías y desabrocho su pantalón para poder tocar su erección. Mmm…, cómo me gusta. Saboreo sus carnosos labios y aprovecho para darle pequeños mordiscos. En ese instante, noto que Mikel besa mis hombros, mi espalda y acaricia mi piel. Al mirar hacia el suelo, veo a Carolina hincada de rodillas chupándosela sin descanso. Armando también se postra de rodillas ante mí, y su ataque brutal contra mi sexo no se hace de rogar en cuanto Mikel pellizca mis pezones y se apodera de mi boca.

Nos tiramos un rato así hasta que Armando se levanta y me gira sobre él, dejando a un lado a Mikel, cosa que veo que a este no le agrada. ¿No ha querido traer a Carolina? Pues que la aproveche. Gracias a Dios, con Armando me lo paso de escándalo. Incluso pensándolo de manera fría, me sobraría mi novio.

Se sienta en el suelo sobre una especie de alfombra y agarra con fuerza mis caderas, tirando de mí para hacerme quedar a horcajadas encima de él. Poco a poco, introduzco su duro y excitante miembro en mi interior una vez que se ha colocado el preservativo, dando paso a un baile de lujuria. Estar con Armando tan íntimamente me excita y me gusta mucho a la vez. Es muy cariñoso, y siempre se preocupa por mí en todos los aspectos. Por ejemplo, siempre espera llegar al clímax junto conmigo, no como Mikel, que nunca ha tenido en cuenta ese pequeño detalle ni por un instante. Creo que esa es una de las razones por las que me encanta que venga con nosotros.

Después de tener mi primer orgasmo, noto que Mikel se sienta detrás, eleva mis caderas hacia arriba y se acomoda entre Armando y yo. Pone sus piernas por encima de las de Armando y entre los dos me colocan para una doble penetración.

—¿Estás bien, preciosa? —me pregunta Armando con cariño.

Asiento con la cabeza y, de reojo, veo que Mikel pone los ojos en blanco, como de costumbre. Nunca se preocupa por alguien más que no sea él. Y como ahora no es el momento de discutir, me dejo hacer. Todo esto me vuelve loca y no tengo ganas de pensar en nada más.

Armando empieza a introducirse por delante y, después, Mikel lo hace por detrás. Veo a Carolina masturbarse ante la escena, sin apartar los ojos de mí, algo que, de momento, no me molesta. Cuando estoy completamente apretada entre los dos, Mikel se mueve rítmicamente en mi interior, creando una sensación abrumadora e intensa, tan deliciosa y delirante que me hace gemir sin poder evitarlo. Apoyo mis manos en los hombros de Armando, arañando su fina piel sin ser consciente, hasta que las oleadas de placer comienzan a hormiguear por todo mi cuerpo sin darme tiempo a pensar.

Nos tiramos parte de la noche disfrutando del sexo, y sobre las cinco de la mañana, decido que ya es hora de volver a casa.

De regreso, creo que el pedo que llevo ha disminuido un poco, pero me fallan las piernas algunas veces. Entre el sexo, el alcohol y todo lo demás, estoy exhausta. Mikel se ha ido a su casa, y yo, al final, me he vuelto andando sola desde donde me ha dejado el autobús, en la oscuridad de la noche. Son muy pocas las veces que se digna a acompañarme. Estoy perdidamente enamorada de él, no voy a negarlo; me atrae mucho y espero que lleguemos a más. Sin embargo, algunas veces me saca de mis casillas.

Pienso en lo que ha pasado esta noche. No es la primera vez que lo hago, y me gusta bastante, siempre y cuando nadie se pase de listo y haga algo que alguno de los que participamos no quiera.

Cuando estoy a pocos metros de mi casa, veo todas las luces encendidas y me extraño. ¡Es tardísimo! Pero ¿qué hacen despiertos? Sigo el mismo paso que llevaba hasta que, de pronto, oigo a Nina gritar:

—¡Nooo! —Un sollozo sigue al alarido.

Mi pulso se acelera y corro hasta llegar con toda la sangre del cuerpo helada. Las llaves se me resbalan de las manos. ¡Mierda, los putos nervios! Cuando entro, no veo a nadie. Empiezo a correr en busca de mi madre y de Nina, mirando hacia todos los puntos que me son posibles.

—¡Nina! ¡Nina! ¿Dónde estás? ¿Mamá? ¡¿Mamá?! —chillo, dejándome la garganta.

No la escucho, así que intento llamar a mi madre otra vez. Pero nada, tampoco me contesta. Sin saber qué hacer, rebusco en todas las habitaciones de la casa y, por último, me dirijo a la parte de atrás del jardín, ya que es la única zona que no he visto. Cuando salgo, me encuentro a mi padre encima de mi hermana. Está agarrándola del pelo y tirando de ella. Sin dudarlo, voy hacia ellos.

—¡Suéltala! ¡Suéltala ahora mismo! —vocifero.

Trato de tirar de su hombro hacia atrás, sin éxito.

—¡Cállate, zorra! —Me mira furioso al mismo tiempo que me planta un bofetón.

Su tono de voz suena feroz. Es como si se le hubiera ido la cabeza por completo. Mi hermana está sangrando por la nariz.

Con toda la fuerza que soy capaz de reunir, me incorporo y empujo a mi padre, que cae de espaldas y se da en la cabeza contra el balancín. Sangra por la brecha que ha debido hacerse, pero yo no muevo ni un músculo para ayudarlo. Nina no para de sollozar y, como puedo, la acuno en mis brazos, intentando calmarla.

Tranquila, Nina, ya ha pasado, ya ha pasado. Tranquila.

Le doy pequeños besos en el pelo. Pero ella no es capaz ni de hablar, hasta que, de pronto, murmura:

—Mamá... —vuelve a sollozar.

La miro sin entender nada. Busco a mi madre con la mirada, desesperada, pero no la encuentro. De repente, fijo la vista en una esquina del jardín y la veo... De mis ojos empiezan a salir lágrimas como puños. Está tirada en el suelo. Me levanto y corro hacia ella sin pensarlo.

—¿Mamá? ¡Mamá! Por favor, despierta, por favor... —le susurro.

Comienzo a gritar como una loca, zarandeándola impulsivamente. ¿Por qué no se mueve? ¿Por qué está tan quieta? Lo intento de nuevo y nada, es en vano. No puede ser... Finalmente, al ver que no responde, me derrumbo y lloro sin control.

Está… Está… muerta…

Por el rabillo del ojo, veo que mi padre se levanta y va hacia el salón tocándose la cabeza y maldiciendo. La rabia se apodera de mí. ¡Maldito cabrón! Vuelvo la vista hacia mi madre y, en un susurro desgarrador cerca de su oído, le digo, acariciándole el pelo:

—Lo siento, mamá. Te quiero.

 

2

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Marbella

Unos años después

 

 

—¡Ya voy!

Mi amiga es una impaciente. ¡Qué mujer! ¡Si vamos a llegar dos horas antes!

Hoy tengo una reunión muy importante relacionada con el trabajo. Puedo llevar acompañante, por si nos diera tiempo a disfrutar de la fiesta, algo que en estos casos dudo mucho, puesto que siempre tenemos trabajo. Y, claro, como yo no tengo pareja ni marido, le he dicho a Brenda, mi amiga del alma, que se venga. ¡Ja! Maldita la hora. ¡Me desespera! A las nueve de la noche tenemos que estar en el hotel Fama de Málaga, uno de los más lujosos de toda la capital. Incluso de noche, el tráfico en algunas ocasiones es estresante; a decir verdad, la mayoría de las veces. Llevo meses preparándome para esta convención, la cual, según mi jefe, es primordial para nuestra empresa: Marbella RealGold.

Me dedico al sector inmobiliario. Soy personal shopper, encargada del asesoramiento al cliente, es decir, mi trabajo es encontrarles la mejor vivienda y la más adaptada a sus necesidades, ya que trabajamos exclusivamente la venta. Tenemos varios departamentos, como el Comercial, que es el que enseña todas las casas, y el de Decoración de Interiores y Exteriores. En algunos casos, yo misma tengo que ir a cerrar tratos que mis compañeros del Departamento Comercial no consiguen, puesto que hay clientes que son un tanto especiales. Trabajamos sobre todo con personas extranjeras, en todo el país, y en determinadas ocasiones viajamos fuera de España cuando tenemos ofertas en algunos puntos del mundo, las cuales suelen ser interesantes y dejan bastante dinero.

Esta noche, nuestro trabajo es conseguir muchos contratos. Nos ha contado mi jefe que vendrá gente importante a la reunión, y cada empresa se prepara las mejores ofertas que tiene para poder mostrarlas a los invitados. En pocas palabras: ¡mucho estrés! Llevamos años acudiendo a este evento, y la verdad es que siempre tenemos mucha suerte; o eso, o que somos los mejores, hablando sin medias tintas.

El apartamento donde vivo está cercano al trabajo; además, es bastante funcional. Tiene un salón pintado de color amarillo chicle y blanco, lo que hace que parezca más grande de lo que es en realidad. En las paredes tengo grandes cuadros de Nueva York y Londres, puesto que adoro esas dos ciudades. Siempre he soñado con poder vivir allí alguna vez. La cocina está separada del salón por una encimera de color negro y gris, alrededor de la cual tengo cuatro taburetes que me vienen estupendamente a la hora de la comida. Dos dormitorios normalitos, pero lo suficiente para mí. Está todo bien diseñado y, aunque sea pequeño, es muy acogedor y perfecto para mí sola.

—¡¡¡Tachááán!!! —Me doy la vuelta como si fuese una diva.

Mi amiga Brenda se queda unos instantes mirándome. Al final, con los ojos como platos, exclama, piropeándome y asintiendo frenéticamente:

—¡Madre mía! Esta noche no sé si conseguirás muchos contratos, pero está claro que más de uno se fijará en ti. ¡Estás impresionante!

Le doy las gracias y le digo que no sea tan exagerada, aunque lo cierto es que esta noche voy hecha un pincel. Para la ocasión, he decidido ponerme un vestido de color negro que me llega por las rodillas, con mangas de encaje y unos zapatos de diez centímetros de tacón de color rojo pasión. He recogido mi pelo en un moño alto que resalta mis ojos verdes.

Listas para irnos, bajamos al garaje para coger mi coche.

—¿No pensarás ir en esa chatarra a un evento tan influyente? —me pregunta con sorpresa y desaprobación.

—¡Oye! —exclamo—. ¿Qué problema tienes con mi coche? —La miro enfurruñada.

La verdad es que no es el adecuado para una ocasión como esta con tanto caché. Tengo un Opel Corsa de color gris y, sinceramente, cuando me vean, pensarán que soy la macarra de la empresa. El pobre ha sufrido varios percances ya, pero es lo único que pude permitirme cuando me saqué el carné.

Al final, claudico:

—Creo que por una vez llevas razón. Vamos en tu super-Audi, si no te importa —dramatizo.

A las nueve menos veinte llegamos a la puerta del hotel, donde el aparcacoches se hace cargo del vehículo y nosotras nos adentramos en el recinto. En este tipo de eventos se encuentran bastantes gangas en viviendas, que es el motivo principal por el que la mayoría acude.

A lo lejos veo a mi jefe, tan perfecto como siempre con su traje negro.

—Buenas noches. Qué bien que hayas llegado antes. Ven, que te enseño la mesa donde haremos las gestiones. Brenda, si quieres, puedes pasarte por la zona de la barra, donde están el resto de los invitados. —Le señala con el dedo otra área del impresionante salón.

—Gracias, Manuel —le responde con educación.

Para la edad que tiene, he de decir que mi jefe posee muy buen físico. Es alto, con ojos verdes y pelo rubio, y se mantiene en forma. Tiene alrededor de unos cincuenta años. Nunca me acuerdo exactamente de su edad; tengo muy mala cabeza para eso. En cualquier caso, es el mejor jefe y se porta con todos de manera excepcional.

Nos encaminamos hacia la mesa cuando la gente empieza a entrar en la estancia, que está decorada cuidando hasta el más mínimo detalle. En la entrada se encuentra la recepción, donde dos chicas muy alegres nos saludan con entusiasmo. La sala está completamente revestida de mármol y las paredes son marrones en varios tonos, con raspados en blanco. En cada esquina hay varios jarrones con flores, y las mesas que hay preparadas son amplias, de color blanco, lo que le da un aire moderno al ambiente. De las paredes cuelgan pancartas con el eslogan de cada una de las empresas que están aquí.

Nos disponemos a llegar, no sin antes hacer demasiadas paradas para mi gusto. Pero, claro, en eventos así, no queda otro remedio. Cuando creo que ya hemos terminado de ver a todo el mundo y de saludar a todo el personal, ¡mi jefe vuelve a pararse! Ay, Dios..., no se cansa.

—Buenas noches, señor Summers, no sabía que iba a venir. ¿Cómo está? —le pregunta, estrechándole la mano con brío.

Le habla en un perfecto inglés, puesto que casi siempre tratamos con compradores extranjeros. Ellos no entienden nada de español, y supongo que este es uno de esos casos.

—Buenas noches, señor Martínez, encantado de volver a verle. No pensaba venir, pero al final acepté la invitación. Creo que podré encontrar algo de mi gusto —le responde el tal señor Summers, estrechando su mano también.

Al margen de la conversación, inspecciono al individuo. No tengo ni idea de quién es, no lo he visto en mi vida, pero llama la atención cómo emana riqueza por todos los poros de su piel. La verdad es que es bastante... interesante, por decirlo de alguna forma. Es muy alto; medirá sobre un metro noventa más o menos. Tiene los ojos aguamarina, el pelo castaño claro, casi rubio, y se nota que se machaca bien en el gimnasio. En dos palabras: ¡un modelito! Aunque también he de decir que tiene pinta de estirado. El traje azul marino que lleva le queda que ni pintado, dejando entrever unos brazos fuertes y perfectos. Y, por lo que puedo observar, es muy educado y cortés.

Noto que mi garganta se reseca, y decido desviar mi vista disimuladamente para que no se dé cuenta del repaso al que estoy sometiéndolo.

—Oh, señor Summers, disculpe mis modales, se me olvidaba presentarle a la encargada de asesoramiento de nuestra agencia. Annia, este es Bryan Summers, de la empresa TheSun —me dice mi jefe y, mirando al cliente, continúa—: Señor Summers, ella es Annia Moreno.

¡Vaya! Manuel se ha dado cuenta de que estoy aquí. «Eso es que algo quiere», pienso para mí. Con toda mi educación, le tiendo la mano al hombre al que estoy mirando embobada y sin ser consciente.

—Encantada, señor Summers.

Pero lo que me sorprende es que rechaza mi mano y me planta dos besos. ¡Hala! ¿No se supone que los guiris son de estrechar manos? En fin, no voy a negárselos, así que le doy los dos besos imitando su gesto y bajo mi mano con disimulo.

—El placer es mío, sin duda, señorita Moreno —me contesta con ojos brillantes y en un tono más dulce que la miel.

¿Eins? ¿Y esa mirada? Evito pensar en el juego de doble sentido respecto a sus palabras y observo a mi jefe de reojo, el mismo que no nos quita la vista de encima. Puedo notar cierta tensión en él. Cuando el señor Summers se va, me coge del brazo tirando de mí hacia la mesa, algo que me hace gracia, ya que por poco no me lleva a rastras. Eso es que está nervioso. No me molesto, ya que lo conozco y sé que no lo hace con maldad.

Estando con estos pensamientos, me suelta:

—Este cliente es de vital importancia esta noche, así que prepara todo el arsenal que tengamos. Que sea lo mejor de lo mejor, Any —me dice, tocándose la cara con histeria—. Tiene que comprar con nosotros sí o sí. No sabía que iba a venir y no hemos preparado nada especial. ¡Ponte a ello ya!

—Manuel, tranquilízate. —Le froto el brazo de arriba abajo de manera cariñosa—. Está todo controlado. Tenemos material de sobra para sorprender al señor Summers y a veinte como él. No te estreses, que está todo bajo control. ¿Alguna vez te he decepcionado? —Arqueo una ceja.

—Bah…, no digas tonterías. Nunca me has decepcionado —me asegura.

—Pues entonces ve y empieza a traerme inversores para poder enseñarles todo el trabajo que llevamos meses preparando. —Lo animo con la mano para que se marche.

Contemplo a mi jefe de un lado para otro sin parar, atendiendo a todos los clientes que vienen con él o por propia iniciativa. La gente de por sí es muy agradable y educada y, gracias a eso, la noche transcurre bien.

En la mesa estamos mi compañera Emy y yo. Trabajamos mano a mano, y ese es el fruto que nos llevamos cuando nos damos cuenta de que hemos firmado más acuerdos de los que pensábamos.

—Madre mía, Any, estoy agotada, ¿tú no? —me pregunta, soltando un suspiro.

—La verdad es que me gusta mi trabajo —le contesto, haciendo un mohín—. Pero sí, estoy un poco cansada. Son las doce de la noche ya. —Me toco el reloj.

—Espero que Manuel no venga con nadie más. Hemos conseguido contratos como para no trabajar en un año.

Las dos nos reímos a mandíbula batiente por su comentario. ¡Es de lo que no hay! Se levanta y se va a buscar algo de beber. Pienso que se ha acabado todo ya cuando veo venir a mi jefe con el estirado del señor Summers. ¡Vaya, se me había olvidado! Espero acabar rápido.

—¡Any! El señor Summers quiere ver qué podemos ofrecerle. —Llega a mi mesa.

Realizo un breve movimiento de cabeza y, por lo bajo, para que nadie lo oiga, me dice en español:

—Cúrratelo bien.

Vuelvo a asentir. Me parezco a los muñequitos que se ponen en los coches, esos que están todo el rato moviéndose.

—Siéntese por aquí, señor Summers, por favor —le indico con la mano.

—Llámame Bryan, por favor, fuera y dentro del trabajo —me pide.

Asiento —por tercera vez en menos de un minuto— y me quedo pensando en que dudo mucho que fuera del trabajo vaya a verlo. No entiendo su comentario, así que lo deshecho de inmediato.

—¿Solo sabes asentir? —me increpa, levantando una ceja, algo que me molesta un poco.

—No, sé hablar perfectamente —le contesto, imitándole el gesto.

Pienso durante un segundo. No, no estoy aquí para discutir eso. Mi jefe se pone a mi lado en plan hurón y comienzo con mi desplegable de viviendas.

Nos tiramos más de una hora enseñándole todo tipo de casas, en varias zonas de España y en otros países, pero el estirado está convirtiéndose en don Peguitas Estirado. ¡Está poniéndome de los nervios! Mi jefe, que tiene una paciencia que ni yo misma entiendo, intenta convencerlo. Cuando Manuel ve que mi cara va transformándose poco a poco, me pide tranquilidad con la mirada, y yo le contesto poniendo los ojos en blanco. Mi compañera Emy, que ha sido testigo de todo, me contempla y se ríe.

Cuando ya no puedo más, me sale un tono agrio y fuera de lugar:

—Señor Summers, ¿qué es lo que está buscando? No puede decirme que no le encaja nada cuando tenemos las mejores ofertas de todo el mercado —le aseguro molesta.

—Bryan, me llamo Bryan —insiste con seriedad.

Resoplo, y en ese momento, Manuel, al escuchar mi tono de voz, interviene inmediatamente:

—Bueno, podemos intentar buscarle algo más adecuado a sus gustos. Seguro que lo encontraremos —le garantiza, y me mira de reojo.

En el instante en el que ellos se enfrascan en una conversación, giro mi silla y miro a Emy, que me devuelve la mirada y me dice en un susurro para que nadie nos oiga:

—La noche ha ido demasiado bien. Es normal que caiga algún plasta. ¿De qué te extrañas, si siempre nos pasa lo mismo?

—¡No puedo más! Me tiene frita. Encima de ser un guiri estirado, ¡es un paleto! Tenemos lo mejor, y está insinuándome que es un asco todo. ¿Tú te crees? —refunfuño con los ojos de par en par.

Emy me concede una risita y yo veo de reojo cómo él arquea una ceja. Supongo que no le gustará algo de lo que dice mi jefe, ¡cómo no! Me doy la vuelta, dispuesta a terminar con este asunto de una vez por todas, cuando el señor Estirado dice:

—Está bien. Veré lo que me ofrecen. Pero tengo una condición —nos comenta tajante.

—De acuerdo, señor Summers, ¿qué condición tiene? —le pregunta Manuel.

—Quiero visitar las viviendas con ella, ya que es la que está atendiéndome. Me gustaría que así fuera —le dice, ajustándose la chaqueta.

¡Por favor! Ya sí que está tocándome las narices, así que le contesto sin esperar a que Manuel intervenga en tan absurda cuestión:

—Señor Summers, creo que eso no va a ser posible, puesto que yo me encargo de asesorar a los clientes. Pero no se preocupe, le dejaré en buenas manos con mi compañero Tony, que es quien lleva ese departamento —le contesto triunfante por mi buena respuesta.

Sin embargo, tuerce el gesto. Parece no estar de acuerdo.

—Entonces tendré que pensarlo, Manuel. Le llamaré la semana que viene y le diré algo —declina, levantándose de la silla.

Mi jefe me mira con cara de pocos amigos para que diga algo, y como no estoy dispuesta a ceder, porque no me gusta este tío ni un pelo, sello mis labios en una fina línea y niego con la cabeza, hasta que Manuel zanja tajante:

—Espere un momento, señor Summers. Annia le hará las visitas encantada —le dice de sopetón.

¡La madre que lo parió!

Lo miro con los ojos como platos y él me observa como si fuera a matarme para que me calle. El señor Summers pasea sus ojos de mí a mi jefe. Arquea una ceja sin entender el porqué de nuestras miradas y al final sentencia con tono serio y prepotente:

—Podemos empezar la semana que viene, dado que hoy ya es viernes, y así tendrá tiempo para prepararlo todo.

Mi jefe le contesta con afán que no se preocupe, que todo estará listo para la fecha acordada. Bryan se dedica a mirarme, creo que esperando a que replique, y por respeto a mi jefe, no abro la boca. Lógicamente, haré lo que me mande, para eso es mi trabajo y para eso me paga.

Cuando terminamos, a mi jefe le estrecha la mano y a mí vuelve a darme dos besos, pero tarda un poco más de lo normal. Qué bien huele y... ¡qué tensión más rara!

—Espero ansioso —murmura.

¿Qué? Levanto la vista y lo miro, y él se da la vuelta y se va, dejándome con la boca abierta ante su comentario fuera de lugar, o por lo menos eso me ha parecido.

En cuanto terminamos, me voy directamente a la barra. ¡Estoy seca! Tanto hablar me ha dejado la garganta pegada. Mientras estoy en la barra esperando a que me pongan una Coca-Cola fresquita, porque estoy trabajando y no puedo beber, siento que una voz me dice:

—¿Qué quiere decir que soy un paleto?

¡No puede ser! Me quedo pensando, y no me atrevo a mirar hacia atrás con miedo a lo que pueda encontrarme. Recopilo información en mi cabeza y recuerdo que al único que he llamado paleto es… ¡al señor Summers! ¡Mierda! ¿No se suponía que no hablaba español? Diooosss... ¡Mi lengua y yo! ¡Tierra, trágame!

—Hola, ¿me has escuchado? —insiste con rudeza en sus palabras.

Me ha comido la lengua el gato; no sé qué decir, no sé qué hacer... Así que, como buena actriz que soy, aun sabiendo que es de mala educación y que está justo detrás de mí, sujeto mi vaso, me hago la loca y huyo de la barra sin mirar atrás. Siento que me observa, pero no soy capaz de girarme. ¡Dios mío! ¡Si mi jefe se entera, me despide hoy mismo!

Me paso el resto de noche evitándolo de todas las formas posibles. Lo veo, y él me busca, supongo que para pedirme una explicación. Sé que tarde o temprano voy a tener que dársela, y una de dos: o le pido disculpas o lo mando a freír espárragos. La primera opción me parece la más razonable, puesto que, si perdemos el contrato por mi culpa, estaré fuera de la empresa en menos que canta un gallo, y eso no es bueno, o tendré que dejar de comer hasta que encuentre otro trabajo.

Un rato después, salgo a tomar el aire. Una vez en la terraza, me sobresalto al oír su voz. Ahora no tengo escapatoria, por lo tanto, que sea lo que Dios quiera.

—Hola de nuevo.

—Hola —le contesto con un hilo de voz. Creo que no me he oído ni yo.

—¿Estás esquivándome? —me pregunta con seriedad.

Lo miro... Me mira...

—¿No se supone que no hablaba usted español? —Es lo único que se me ocurre. ¡Seré imbécil!

—Nunca dije que no supiera. Y, por favor, tutéame. Me haces parecer mayor.

—¿Y si no quiero tutearle? —¡Ya empezamos con los retos! Es que mira que me gusta.

—¿Pero sí puedes llamarme «guiri estirado»? ¡Ah! ¿Y cómo era?, que se me olvidaba… —Se pone un dedo en la barbilla, pensativo—. Ah, ya… ¡Paleto!

Creo que se me ha ido de la cara hasta el colorete que llevaba. Ahora mismo debo estar transparente, y puedo apreciar que él lo nota, aun debajo de esos ojos escrutadores que me contemplan desafiantes.

—Escuche, señor Summers... —empiezo a decirle, pero me corta con un gesto de mano.

—Bryan, me llamo Bryan —me indica por enésima vez con gesto de cansancio.

—Está bien, Bryan. —Me aguanto el resoplido que iba a soltar—. Creo que le debo una disculpa y una explicación.

En ese momento, veo que se ríe y me callo. ¿Está riéndose de mí? Más le vale que no. Soy una persona que cuando ha hecho algo mal lo reconozco, aunque a veces salga corriendo, pero en situaciones como esta no me gusta que se rían en mi cara. Así que, con mi tono de retintín, le digo:

—¿Estás riéndote de mí? —lo encaro, tuteándolo por fin. Vale, ahora estoy cabreada.

Me mira muy serio durante unos segundos que me parecen eternos, porque me muero de vergüenza y mi cara debe ser un poema.

—Jamás me reiría de ti. No necesito que me des ninguna explicación. Yo mismo he visto cómo te he sacado de tus casillas a propósito. —Se ríe.

¿Cómo? No entiendo nada, pero nada. ¿A propósito?

—Discúlpame, pero no te entiendo —le digo confusa.

—Me gusta tu genio. —Inclina la cabeza a la vez que lo dice.

—¿Cómo se supone que tengo que tomarme eso? —Arqueo una ceja.

—¿Cómo quieres tomártelo? —Ahora me reta él.

Se aproxima un poco más y se me corta la respiración. Prácticamente, estamos pegados... Pero ¿qué está haciendo este loco?

—Señor Summers..., ¿está intentado seducirme? —le pregunto seria. Las palabras salen solas de mi boca. ¡Mierda!

—Llámame Bryan. Y... ¿quieres que te seduzca? ¿O ya lo estás? —me responde confiado.

¡Será egocéntrico! Me acaricia la mejilla y yo vuelvo a quedarme muda. ¡Seré imbécil! Pero ¿qué me pasa? ¡Annia, reacciona!

Con las mismas, se da la vuelta con una risa pícara en sus bonitos y carnosos labios, dejándome en medio de la terraza con cara de pava y sin saber qué decir. Definitivamente, este hombre no está bien. ¿O no estoy bien yo?

Busco a Brenda por todo el salón, pero no sé dónde está. Cuando por fin la veo después de andar horas buscándola, viene arreglándose el vestido. ¡Ay, Dios, ¿qué habrá hecho?!

—Brenda, ¿se puede saber de dónde vienes con esos colores y arreglándote el vestido? —le pregunto, poniendo los brazos en jarra.

—No, ¡no se puede saber! —me contesta, negando con la mano.

—¿No me digas que vienes de hacer lo que yo creo que has hecho? —Abro los ojos de par en par.

—Aaay... Any, escúchame antes de liármela —me suplica.

—No puedo creérmelo... —Estoy atónita. ¡Vaya noche llevo!

—El tío está demasiado bueno. Me ha mirado un par de veces y hemos empezado a hablar. Y, al final..., pues... hemos terminado en el baño. ¡No he podido resistirme, entiéndeme!

De verdad que mi amiga es de lo que no hay.

—Brenda, no puedo traerte a estos eventos y que te líes con mis clientes, ¡por Dios!

—¿Y por qué no? Que tú no lo aproveches es tu problema, guapa —me dice, señalándome con un dedo, con esa gracia suya al gesticular.

Me tapo la cara con las manos y decido que no es momento de hablar de eso aquí.

—Está bien, ya hablaremos. Espero que no te haya visto nadie. Ahora vámonos, que estoy cansada y los zapatos están matándome.

Decididas a dar por terminada la noche, nos dirigimos a la salida, donde el aparcacoches nos trae el Audi. ¡Estoy muerta! Y no sé por qué extraña razón creo que alguien me mira. Al darme la vuelta, veo al señor Summers observándome desde la puerta del hotel. Al ver que lo he visto, sonríe y me guiña un ojo.

Si esto no son tácticas de seducción, que baje Dios y me lo diga.

 

3

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El sábado transcurre bastante bien. Voy a cenar con Brenda, nos tomamos unas copas y poca cosa más. Como la semana que viene tengo mucho trabajo, apenas salgo, y me concentro en hacer un buen informe para el señor Summers. El domingo por la noche, después de horas y horas trabajando, se presentan Brenda y Ulises en mi apartamento. La verdad es que, desde el instituto, ellos han sido unos buenos amigos, y entre todos nos hemos aguantado muchas penas y alegrías. Sin duda, son los mejores. Y cada vez que estoy con ellos, por muy mal que vaya, me alegran el día.

—¡Ey! ¿No vas a salir de este agujero nunca? —me pregunta Ulises con gracia.

Me río. Ulises y sus comentarios.

—Tengo mucho trabajo. Además, me ha venido bien para ir adelantando.

Le planto dos besos y un enorme abrazo. Ulises es en quien más me apoyo cuando lo necesito. Y, la verdad, siempre está a mi lado. Saludo a Brenda y nos disponemos a acomodarnos en el sofá para ver una película y cenar la pizza que han traído.

—¿Cómo estás, Any? —se interesa él.

—Bien... —No es muy creíble.

—¡Uy! Ese «bien» no me ha sonado convincente. ¿Seguro que lo estás?

—Sí. Ya sabes..., cuesta, pero sé que será poco a poco.

—No te preocupes. Sabes que eres fuerte, y lo conseguirás. Tarde o temprano, estarás estupenda —me asegura.

Ulises me sonríe. Sabe que solo es cuestión de tiempo. He tenido muchos «problemillas» en el último año que no quiero ni recordar. La verdad es que me ha costado mucho estabilizarme.

Se me ocurre contarles el altercado que tuve con el señor Summers y ya es el cachondeo oficial de la noche.

—¿En serio le dijiste paleto y te escuchó? —me pregunta sorprendida.

—Totalmente en serio. Quise morirme, Brenda.

Ulises no puede ni hablar debido al ataque de risa que le ha entrado.

—¡Ay! —Suelta una carcajada—. De verdad, muchas veces pagaría por verte. Es que tienes un piquito de oro que ¡ya te vale!

—Sí, tienes razón, mi boca me trae muchos problemas algunas veces.

—¿Se lo has dicho a tu jefe? —me pregunta Brenda.

—No. Me despediría inmediatamente. ¡Ni pensarlo!

—De verdad que eres única. Te metes en unas situaciones tú sola...

Tras unos minutos de silencio, en los que nos recomponemos de la risa, aprovecho para ir a por una bolsa de patatas.

—¿Ha vuelto a llamarte? —me pregunta Ulises, cambiando de tema.

—No, desde el viernes no lo ha hecho más, y espero que no lo haga.

—Ese tipo... no me gusta nada. Te lo dije hace mucho y no me hiciste caso —me responde molesto.

—Ulises, no empecemos. Es agua pasada, no merece la pena recordarlo —le recrimina Brenda, quien me guiña un ojo.

—Lo sé, Brenda, pero Mikel no se la merece, y me da mucha rabia. Es algo que no puedo remediar. Any, sabes que te quiero como si fueras mi hermana, ¿verdad?

—Claro que lo sé, tonto, igual que yo te quiero a ti.

—Solo creo que necesitas rehacer tu vida. Menos mal que ya por lo menos sales, aunque sea de higos a brevas, pero por algo se empieza.

—Ulises..., ¡para!, que veo a dónde quieres llegar. —Lo señalo con un dedo acusador.

—Solo creo que tener una persona adecuada a tu lado no te haría mal, aunque no quieras entrar en razón.

La pobre de Brenda, que está harta de escuchar la misma conversación día sí y día también, se mantiene al margen. Sabe que al final siempre tiene que mediar para que no nos peleemos.

—Ulises, ¡te he dicho más de ochenta veces que no necesito a nadie en mi vida!, que estoy bien. Es mejor así.

—Pero si tuvieras a alguien...

—¡Ulises, basta! No empecemos con el temita, que no quiero. Mi corazón ya tiene un muro, ¡de por vida! —le aseguro.