portada

LA LENGUA FLORIDA

Antología sefardí

ANGELINA MUÑIZ-HUBERMAN
 (compiladora) 

Fondo de Cultura Económica

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 1989
    Tercera reimpresión, 2014
Primera edición electrónica, 2016

Contraportada

Detalle de la dedicatoria al rey don Pedro I en la sinagoga de Samuel ha-Leví, en Toledo. (Foto: Alberto Huberman.)

 

A la memoria de CARMEN SACRISTÁN
y de MARCELA HUBERMAN

 

A ti lengua santa,
a ti te adoro,
más que toda plata,
más que todo oro.
Tú sos la más linda
de todo lenguaje,
a ti dan las ciencias
todo el avantage.
Con ti nos rogamos
al Dio de la altura,
Padrón del universo
y de la natura.
Si mi pueblo santo
él fue captivado
con ti mi querida
él fue consolado.

 

(Antiguo poema sefardí)

AGRADECIMIENTOS

Esta obra ha sido resultado no sólo del esfuerzo personal de la autora, sino de la valiosa ayuda de un grupo de personas e instituciones sin la cual no hubiera sido llevada a feliz término.

En primer lugar agradezco, a mis alumnos del Seminario de Literatura Medieval Española de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, por su colaboración en la transcripción de los textos. De manera especial, a Miriam Huberman, mi hija, por su dedicación y paciencia en la elaboración del glosario y revisión final del libro.

Agradezco a Lily Halfón por su ayuda en la búsqueda de material y préstamo de libros de la Biblioteca del Colegio Hebreo Sefardí. A Juan Carlos García, por su infatigable localización de textos en las bibliotecas de la ciudad.

Finalmente, agradezco al Fondo Pauline Kobalsky por la beca que me otorgó para completar parte de la investigación en la Universidad de la Sorbona, entre agosto y septiembre de 1985.

Esta investigación, efectuada durante mi año sabático (1985-1986), recibió el apoyo de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Centro de Educación Continua de la Facultad de Filosofía y Letras.

AL LECTOR

En el principio el verbo sirvió para ordenar el caos y la palabra divina fue poniendo armonía al ir nombrando seres y cosas. La palabra formó la lengua y la lengua fue atributo del hombre. El don más antiguo y el don más preciado que se remonta al origen. Que reintegra la edad de oro. Que es la historia del hombre y que lo vuelve parejo a sus ancestros y parejo a sus herederos. El hilo sutil de padres a hijos, la tradición, en fin, es la lengua.

La lengua permanece, la lengua se adhiere, es propia y es de todos, se adapta y cambia, se remoza y se revela. Quienes la conocen la aman. Quienes la aman no pueden olvidarla. Y si no hay olvido, hay vida eterna.

Los judios sefardíes (Sefarad = España), siglos y siglos de residencia en la tierra, lo que aprendieron fue a amar la lengua. Y con una generosidad sin límites —no obstante la ignominiosa expulsión— se llevaron lo mejor de España.

Expertos en preservar lenguas —la hebrea fue la primera—, con idéntica unción preservaron la castellana. Condenados a diáspora de la diáspora, por dondequiera que iban les acompañaba el dulce sonido de su lengua que repetían en los cantos, en los romances, en las endechas, en los refranes, en los relatos y en el habla cotidiana. Durante siglos guardaron este tesoro que nos ha sido legado en nuestros días en forma casi intacta.

El propósito de esta antología ha sido el de seleccionar y reunir una serie de textos representativos de lo más florido de la literatura sefardí, por las distintas etapas que ha atravesado. No nos guía, ni mucho menos, intención erudita, más bien, amor por la palabra, por la lengua, por la obstinada fe en una patria sin tierra, abstracta y paralela situación de todo exiliado.

De la variedad de textos seleccionados, desde la Edad Media hasta nuestros días, desde el castellano arcaico hasta el ladino, una de las dificultades fue la del criterio a seguir para uniformar la escritura de fragmentos provenientes de las más variadas fuentes. De acuerdo con el criterio de divulgación, optamos por modernizar la ortografía e incluir un glosario para las palabras de difícil comprensión.

Hechas estas advertencias, remitimos al lector a que ejerza su buen oficio y saboree con deleite las muestras de una literatura que, en honor a la justicia, debería ser incorporada al estudio general de la literatura española.

NOTAS A ESTA EDICIÓN

1. El sistema de transcripción fonética ha sido el siguiente.

a) Para el ladino, todas las letras se articulan como en castellano, salvo: ce, ci, j, z: se articulan como en francés; ge, gi: se articulan como en italiano; x: se articula como en portugués o como la ch francesa.

b) Para el hebreo, todas las letras se articulan como en castellano, salvo: h: se aspira; v: se articula como en francés; z: se articula como en francés.

2. La ortografía de los textos ladinos se ha modernizado. Sin embargo, se han conservado sin modernizar palabras típicas del ladino como: ansí, agora, dotor, melecina, etcétera; y se ha mantenido la sintaxis ladina.

3. Se ha unificado el criterio de transcripción fonética del hebreo en todos los textos seleccionados.

4. Las voces que son de origen hebreo aparecen en cursivas.

5. El glosario incluido al final se ha dividido en cuatro secciones: abreviaturas del hebreo, nombres propios, palabras en hebreo y palabras en ladino.

I. LOS JUDÍOS EN ESPAÑA

SI BIEN los historiadores coinciden en fechar el establecimiento de una comunidad judía organizada en tierras de España hacia los siglos I o II de la era común, su esplendor cultural necesitará las condiciones propicias que permitan el pleno desarrollo de su potencial humanístico, artístico, filosófico, religioso y científico.

Tales condiciones no se dan sino a mediados del siglo X, con la época del Califato. Sin embargo, es un hecho que la comunidad hispanohebrea nunca había cortado sus lazos de unión con las Academias de Oriente, lo que coadyuvó a que los estudios bíblicos no fueran interrumpidos y a que el ejercicio intelectual fuera un proceso constante e infatigable.

Dicha capacidad para el estudio y para las ciencias del conocimiento ejercida durante siglos sólo necesitó un momento histórico, político y social adecuado para desenvolverse plena y abiertamente.

Desde mediados del siglo X hasta finales del siglo XV, tanto en la España musulmana como en la España cristiana, la cultura hebrea floreció en todo su esplendor. Después de la expulsión de 1492, los sefardíes se llevaron consigo su cultura al exilio y contribuyeron al progreso de diversos países de Europa, África y Asia. Durante más de cinco siglos los hispanohebreos atesoraron un legado que aún hoy sigue siendo fuente de luz para la historia de la civilización.

Las ramas del conocimiento en las que se desenvolvieron los judíos de España abarcan los siguientes aspectos:

Religión: conocimiento de judaísmo, cristianismo y mahometismo.

Judaísmo: Biblia, Talmud, Midrash, Cábala.

Lingüística (gramática, lexicología y traducción): árabe, hebreo, arameo, latín, ladino (judeoespañol), lenguas romances.

Letras: poesía, filología, filosofía, teología, historia.

Ciencias: matemáticas, geografía, astronomía y astrología, medicina, química y alquimia, farmacología.

Poliglotía: cargos en cancillerías, secretarías, embajadas; funciones de interpretación.

Didáctica: escuelas y academias.

Ética: tratados de moral.

RELIGIÓN

La religión en el pueblo judío fue, desde sus inicios, una forma de cultura. Que la Biblia haya sido llamada “el libro”, y sus seguidores “el pueblo del libro”, demuestra la compenetración entre lengua, conocimiento y pensamiento metódico. La Biblia, sujeta a lectura, explicación e interpretación, exige un público lector activo, dispuesto a la discusión y a la aclaración de cualquier duda. La predisposición al debate filológico fue el terreno preparado para encauzar el pensamiento racional hacia toda rama del saber.

Por otro lado, el hispanohebreo debía tener conocimiento profundo de las otras dos religiones con las cuales convivía, ya que los debates públicos sobre la preeminencia de una de ellas fueron frecuentes y los sabios judíos se preparaban. Las controversias con los musulmanes y con los cristianos fueron célebres. Hasta nuestros días han llegado tratados sobre tales discusiones. Como ejemplo, mencionaremos La disputa de Barcelona entre Najmánides y Pablo Cristiani, que se llevó a cabo en 1263, con la asistencia del rey de Aragón y su corte. La conversión, real o aparente, fue otro hecho que orilló al conocimiento y estudio de las religiones y su íntima relación.

JUDAÍSMO

Dentro del campo del judaísmo los estudios básicos abarcaron la Biblia y el Talmud. La creación del Talmud, tanto el Palestinense como el Babilónico, se basa en la tradición de que Moisés entregó dos leyes a su pueblo: una, la ley escrita o Torá, y otra, la ley oral que habría de ir conformándose en épocas posteriores. Del largo proceso de mil años durante el cual se desarrolló la ley oral y su forma definitiva por escrito que es lo que se llama Mishná, más los ocho siglos de debate y comentarios a la Mishná, dieron por resultado la Guemará, que es lo que se nombra en su conjunto Talmud.

El Talmud recoge, por lo tanto, la doctrina tradicional del judaísmo. Podría considerarse el equivalente a la literatura patrística entre los cristianos o a la Sunna entre los musulmanes.

La amplitud talmúdica es tal que incluye desde la teología propiamente dicha, leyes civiles y religiosas, hasta las más diversas disciplinas, inclusive fábulas y anécdotas. El Talmud salvó al judío de la ignorancia y lo inició en las ciencias profanas. Le proporcionó las bases dialécticas y especulativas que mantuvieron su espíritu alerta. Su enseñanza desde temprana edad sometió a la mente a una gimnasia intelectual basada en el entendimiento, la lógica y la profundidad, que permitió al judío sobrevivir en las más adversas situaciones y evitar el anquilosamiento que sufrieron otros pueblos. El Talmud sirvió para educar al pueblo y mantener intacta la unidad del judaísmo.

El Midrash, también de origen oral, es la materia exegética sobre la Biblia y se desarrolló entre los siglos IV y XII de nuestra era. Comprende la Halajá (ley tradicional) y la Hagadá (relatos y parábolas). El Midrash proporciona las explicaciones que no aparecen en el texto bíblico. Llena huecos, elucida confusiones, armoniza contradicciones. El misterio, el silencio y el laconismo son aclarados y para todo se halla una respuesta. Por ejemplo, se preocupa por responder qué pensaba Isaac cuando era conducido al sacrificio por su padre, o cuál fue la razón por la que Caín mató a Abel.

El Midrash no contiene un texto específico que lo represente, es más bien un tipo de proceso o actividad. Pertenece a las enseñanzas de tipo homilético, es decir, derivadas de las homilías o sermones del rabino en la sinagoga. Su propósito es didáctico y de edificación moral.

La Cábala merece un lugar aparte. Literalmente significa recepción o tradición y es la suma del misticismo judío. Los niveles a los que llega son tan profundos que la ley de la Torá se convierte en un símbolo de la ley cósmica y la historia del pueblo judío en un símbolo del proceso cósmico. Por extensión, incluye énfasis en lo espiritual y en lo emotivo frente a lo racional. Se desarrolló entre los siglos VI y XIV de nuestra era, pero su época de esplendor fue en el siglo XIII en Provenza y en España.

La doctrina de la Cábala parte de la teoría de las emanaciones divinas o sefirot que une a un Dios trascendente con el mundo. Recurre a símbolos, mitos y misterios de interpretación. Su preocupación fundamental es: 1) la búsqueda del nombre de Dios que aun en el caso de ser hallado sería impronunciable; 2) el principio de la Torá como un organismo, con cuerpo y alma, y 3) el principio del infinito significado del mundo divino. Enseña a leer no sólo lo escrito, sino aquello que está en los espacios en blanco: de ahí que abra el camino a la imaginación, al misticismo y al simbolismo.

El estudio de la Biblia debe entenderse como la comprensión de los significados ocultos: no como un texto cerrado, sino al contrario, como un texto abierto a la interpretación y cuyos secretos deben ser develados.

En el Zóhar o Libro del esplendor, Moshé de León recoge las doctrinas cabalísticas del siglo XIII, creando así el libro clásico del cabalismo español. Sus antecedentes fueron el Séfer yetsirá y el Séfer habahir. Otros cabalistas famosos del siglo XIII fueron Najmánides y Abraham Abulafia.

LINGÜÍSTICA

Los estudios gramaticales y lexicológicos cobraron gran importancia en el siglo X dentro de las comunidades hispanohebreas, como resultado de su elevado nivel cultural. Menajem Ben Saruq y Dunash Ben Labrat destacaron en el campo de la lingüística y sentaron las bases de continuidad por medio de la obra de sus discípulos hasta el siglo XIII.

La antigüedad de la cultura y de la lengua hebreas dio como resultado el extenso estudio de los fenómenos lingüísticos, filosóficos y científicos que, si comparamos con la sociedad hispanocristiana en formación, explican su prioridad. Asimismo, el pueblo judío desarrolló una amplia capacidad filológica por su conocimiento de la lengua árabe y el uso que de ella llevó a cabo, tanto en los reinos cristianos de la península ibérica, donde llegó a ser patrimonio exclusivo de rabinos y eruditos hebreos, como en las regiones islámicas dentro y fuera de España.

La cultura hebrea alcanzó cúspides insospechadas en el dominio de las lenguas semíticas, ya que a los idiomas mencionados hay que agregar el arameo como un rancio vehículo cultural. Las obras de Derecho se expusieron fundamentalmente en arameo. Incluso la Cábala, en el terreno hebraicoespañol, se escribió en arameo en algunos de sus ejemplos. La conservación literaria y científica de esta lengua por el pueblo judío ha hecho posible que hoy pueda ser conocida y estudiada, puesto que, de otro modo, habría desaparecido totalmente, a no ser por las escasas inscripciones existentes.

El latín fue otro idioma cultivado también por los hispanohebreos, aunque no en la misma medida. Su estudio se hizo necesario por las controversias y debates públicos de índole religiosa, entre los siglos XIII y XV. Fue indispensable en la magna labor realizada en la famosa Escuela de Traductores de Toledo. O bien, era la lengua de comunicación entre los enviados en misiones diplomáticas o entre aquellos que se habían convertido al cristianismo.

Indudablemente, las otras lenguas cultivadas fueron las romances: castellano, leonés, aragonés, catalán y el resto. Se crearon obras poéticas, paralelamente en hebreo o árabe y en castellano, como en el caso de Yehudá ha-Leví. Surgieron obras de traducción tan límpidas como la versión castellana del Pentateuco por Moshé Arragel de Guadalfajara, llamada la Biblia de la casa de Alba (1422-1430). Y la primera muestra de lírica castellana, como considera Américo Castro a la poesía de don Sem Tob de Carrión.

Finalmente, las lenguas romances peninsulares fueron objeto de uso político por parte de prestigiados ministros y consejeros reales, como Ibn Hasdai o Ibn Nagrella. Y, desde luego, el uso cotidiano imprimió el amor por la lengua castellana que iba a ser preservada a lo largo de los siglos en sus más puras manifestaciones líricas y populares.

Otro fenómeno lingüístico es el de la influencia del hebreo sobre el castellano, difícil de deslindar por la analogía con el árabe, lengua semítica hermana. Sin embargo, en algunos casos es fácil de establecer el origen, como en la palabra “sábado”.

La creación del dialecto judeoespañol o ladino probablemente establece sus inicios de formación aún antes de la expulsión de 1492. Pero a partir de esa fecha, su intenso desarrollo y su conservación hasta nuestros días han dado como resultado, según los especialistas, un acervo de cinco mil obras en ese idioma.

LETRAS

Las letras hebreas parten de sus dos obras más representativas: la Biblia y el Talmud, así como de la extensísima labor exegética derivada de ambas. La escuela hispanohebrea de comentaristas no sólo destacó en el aspecto estudioso, sino en el de aportaciones y modificaciones, proceso que, a pesar de la expulsión de España, no fue interrumpido y siguió desarrollándose en la escuela española de Safed.

Las bases para el estudio científico de la Biblia fueron sentadas por los pensadores judeoespañoles, con Maimónides a la cabeza. Su posición fue la de inquirir ante el sentido literal o figurado del lenguaje bíblico, estableciendo un enfoque racionalista de los textos.

El estudio de las letras abarcó desde la teología y apologética hasta la gramática, lexicología, poesía, jurisprudencia, mística, ciencias puras y aplicadas, y artes menores.

Las ciencias y las letras iniciaron su apogeo durante el califato de los omeyas de Córdoba, en el siglo X. Abu Yusuf Ibn Saprut (915-970), originario de Jaén, fue quien propició el renacimiento cultural de las comunidades judías de Al-Andalus. Intelectual polifacético, cultivó y apoyó todas las ramas del conocimiento (medicina, farmacología, política, economía, diplomacia), así como las formas artísticas y religiosas de su pueblo. De esta época son los poetas Menajem Ben Saruq de Tortosa y Dunás Ibn Labrat. Gracias a la recopilación de crítica literaria realizada por el poeta granadino Moshé Ibn Ezra (muerto hacia 1140) conocemos y ha llegado hasta nosotros lo más importante en cuanto a poesía de esa época.

Millás Vallicrosa establece cuatro periodos en la historia de la poesía hebraicoespañola: 1) periodo de iniciación o juventud, que corresponde al califato cordobés (siglo X); 2) periodo de florecimiento, que corresponde al gobierno de los taifas y almorávides (siglos XI y primera mitad del XII); 3) periodo de madurez, que corresponde a la segunda mitad del siglo XII, el XIII y parte del XIV, y 4) periodo de decadencia y senectud, que corresponde a los siglos XIV y XV.

CIENCIAS

El cultivo de las ciencias no fue disciplina separada de las letras, sino que ambas se interpenetraban y el modelo literario debería ser válido para la expresión científica. En un principio las ciencias crecieron al amparo de la vida religiosa. La astronomía era necesaria para el establecimiento exacto del calendario litúrgico, de índole lunar, y asimismo, los reyes hispanocristianos solicitaban los servicios de los astrónomos judíos. La astronomía fue llamada la “ciencia judaica” por antonomasia. La dietética se regía según los preceptos mosaicos, dando lugar a normas higiénicas y afincándose en otras ciencias, como las naturales y la medicina. Las matemáticas, la física y la biología forman parte también del pensamiento talmúdico, tan extenso en su temática. Muchos de los argumentos cabalísticos están basados en las matemáticas y la geometría. La química, la medicina y la farmacología fueron intensamente estudiadas y desarrolladas. Los textos médicos de Maimónides fueron empleados hasta la época renacentista.

Junto a las ciencias puras o formales se desarrollaron seudociencias como la astrología y la alquimia que fueron actividades en relación con el mundo del pensamiento mágico y esotérico, pero que también coadyuvaron, en el caso de la última, al pensamiento científico, dentro del aspecto de aplicación práctica de ciertos procesos o experimentos.

Fundamentalmente, el campo de la medicina fue el más evolucionado. Arrancando de fuentes galénicas y árabes, el conocimiento fue perfeccionado hasta tal grado que las escuelas de medicina europea no se concebían sin las enseñanzas de los sabios judíos, quienes llegaron a ser médicos de reyes, emperadores y papas.

Por último, como un intento de ciencia de la estadística y de la demografía, así como de manejo de conocimientos geográficos, podríamos citar la obra del viajero Benjamín de Tudela quien, en sus itinerarios por las comunidades judeoeuropeas, nos dejó un minucioso relato de índole socioantropológica.

POLIGLOTÍA

El pueblo judío, como el pueblo del exilio y experto en sobrevivir, comprendió desde tiempos antiguos que el conocimiento de lenguas podría ser una tabla de salvación en sus ires y venires por el mundo.

De su lengua original, el hebreo, pasó al arameo durante el exilio en Babilonia. De sus lugares de peregrinaje aprendió todas las lenguas: en Alejandría el griego, en Roma el latín, y de cada uno de los países adonde fue llegando las lenguas propias del lugar. Pero sin desplazar nunca el conocimiento y estudio del hebreo, desde el rabino hasta el artesano, el mercader, el médico o el más simple trabajador.

El conocimiento de varios idiomas proporcionó al judío movilidad y carácter de intermediario a nivel nacional e internacional. Ocupó altos puestos cerca de los reyes y señores feudales hispanocristianos. El papel de intérprete entre cristianos y musulmanes fue uno de los más socorridos, así como el de profesor en los principales centros de enseñanza.

Las academias talmúdicas más importantes fueron la de Córdoba, del siglo X, la más antigua de todas, a la que siguieron las de Lucena, Sevilla, Granada y otras ciudades andaluzas. En los reinos cristianos se crearon las de Toledo, Gerona, Barcelona, Zaragoza, Alcalá, Calatayud y Tortosa. El dominio de las lenguas era indispensable para poder utilizar los diversos textos escritos sobre todo en lenguas semíticas. Prácticamente era obligatoria la instrucción elemental para los niños y en las yeshivot se profundizaba aún más la educación y el uso de las lenguas. Los manuscritos y libros acumulados eran cuantiosos y el estilo sefardí de escribir y caligrafiar destacaba en Europa como el más bello y perfecto. Desgraciadamente, mucho de este riquísimo e invaluable material fue destruido cuando empezaron las matanzas de judíos en Sevilla en 1391, iniciadas por el arcediano Ferrán Martínez, que atentaron con igual furia contra personas y cosas.

DIDÁCTICA

Íntimamente ligada con el aspecto anterior fue la preocupación de los hispanohebreos por la didáctica o enseñanza y transmisión de la cultura.

La cultura ha sido siempre una obligación sagrada para toda comunidad judía, desde el ámbito familiar hasta el institucional. Cada niño debía de recibir instrucción y la pobreza no era impedimento, pues se creaban fondos y donativos para estudiantes y maestros.

El acercamiento pedagógico era sumamente moderno para la época. Los grupos de alumnos nunca excedían el número de 25 para la enseñanza elemental, y si eran mayores los grupos entonces el maestro se ayudaba con un asistente.

Los libros básicos eran la Biblia, la Mishná y el Talmud que los niños empezaban a estudiar y discutir a temprana edad. Después se avanzaba por la lógica, la retórica, la poética, la aritmética, la geometría, la música, la astronomía, la física, la medicina, la metafísica y, además de la hebrea, las lenguas arábiga y latina. De tal modo que ninguna rama del saber quedaba descuidada, antes bien, se aspiraba a la máxima perfección en cada una de ellas.

En toda ciudad donde existiera una comunidad judía era indispensable, lo mismo que una sinagoga, una escuela o una academia. Sólo así puede comprenderse el elevado desarrollo cultural hispanohebreo. Siglos después, con la Inquisición en plena actividad en el XVI y el XVII, una de las características para identificar a un judío era porque sabía leer y escribir. En la angustiante pugna entre cristiano viejo y cristiano nuevo, el primero, para demostrar su abolengo, se jactaba de su incultura, y el segundo trataba de ocultar y desmentir sus conocimientos. Un refrán, repetido de boca en boca, describía exactamente la situación: “ni liebre lenta ni judío necio”.

Si las universidades medievales españolas llegaron a ser tan famosas fue por el importante peso de la cultura hebrea que, a la par de la árabe, fue la transmisora y preservadora de los más altos valores de la época. Efectivamente, la cultura griega, desaparecida en Europa, fue recuperada por el puente unitivo y traductor en que se convirtió el sabio judío empeñado en salvaguardar y amar las fuentes del conocimiento universal. La gran obra de creación única y original que fue la Cábala sirve como ejemplo de la revolución y síntesis del pensamiento espiritual y de una nueva didáctica medieval y hasta renacentista, no sólo en el ámbito judío sino profundamente en el cristiano neoplatónico, con los movimientos de cristianización del cabalismo desde Ramón Lulio hasta Pico della Mirandola y Marsilio Ficino, desembocando en Reuchlin, Giordano Bruno y John Dee.

ÉTICA

La ética es inseparable del pueblo judío. Es su aportación a los valores humanos, como lo es la estética por parte de los griegos.

Los principios básicos radican en la igualdad y la justicia. La tradición judaica afirma que, así como hay dos Biblias, la oral y la escrita, hay dos leyes y siempre será más importante la oral sobre la escrita. De este modo se establece la flexibilidad de la ley, no apegada estáticamente al texto —el cual es secundario— sino adaptable e intercambiable según la circunstancia y la época.

Se establece un principio de igualdad entre el delito y el castigo, puesto que todos los hombres son iguales ante la ley. El texto, por su carácter estático, debe ser interpretado y debe rechazar el literalismo. Es ahí donde interviene el carácter oral, capaz de esa ductibilidad. Por eso, la sentencia de “ojo por ojo” es analizada por Maimónides en su Mishná Torá y se aplica a una compensación monetaria, en la cual el delito debe equivaler en valor a un ojo y no a dos. Es claro que “ojo por ojo” es una metáfora y no debe tomarse en sentido literal.

En el Deuteronomio 16:20 se asienta: “la justicia seguirás” como el mandato más importante a cumplir. Con frecuencia, la justicia se relaciona con bondad, amor o gracia.

En la Mishná Torá, Maimónides afirma que, ante la inminencia de un juicio, los jueces deben averiguar si los litigantes desean llevarlo a cabo de acuerdo a la ley o si prefieren arreglarse por arbitración, ya que esta última “es más de alabarse”, pues así habrá de entenderse la sentencia: “Y reinó David sobre todo Israel; y hacía David justicia y caridad a todo su pueblo” (2 Samuel 8:15).

En la literatura sefardí el tema de la moral fue muy abundante, desde las máximas o Perlas de Shelomó Ibn Gabirol hasta tratados como el de don Sem Tob de Carrión o el de Isaac Mikael Badhab.

El fenómeno inusitado de un sabio judío que escribe un tratado de moral para un rey cristiano está representado de manera única por Sem Tob de Carrión, como lo menciona Américo Castro en su Realidad histórica de España. Los Proverbios morales son ejemplo no sólo de la universalidad de la ética judía, sino del inicio del carácter lírico de la poesía española. De este modo, ética y poesía alcanzaron su máxima expresión en la obra del rabino don Sem Tob.

Este rápido deambular por los temas más sobresalientes de la cultura hispanohebrea es muestra innegable de la importancia que ésta alcanzó durante los periodos medieval y renacentista. En los capítulos siguientes trataremos por separado los aspectos hasta ahora expuestos de manera general.

IMPORTANCIA DEL JUDÍO EN LA INTEGRACIÓN DE LA VIDA ESPAÑOLA MEDIEVAL Y RENACENTISTA

La vitalidad del pueblo judío dentro de la sociedad española medieval y renacentista ha sido un asunto poco estudiado. La parte histórica, los documentos y archivos inquisitoriales, los encuentros y disputas religiosas han recibido atención de los estudiosos de la materia, especialmente entre los siglos VIII y XV, con dos fechas significativas: de 711 a 1492. Pero la historia del pueblo hispanohebreo parecería detenerse en esta última fecha. ¿Qué es lo que ocurre después? Tres investigadores principales han tratado de resolver la pregunta: Américo Castro, Albert A. Sicroff y Haim Beinart.

El año 1492 es crucial para la historia de España: ocurren la toma de Granada, la expulsión de los judíos y el descubrimiento de América. Como nación, se inicia un periodo de gran empuje, no sólo sociopolítico, sino cultural y artístico. Poco después vendrán las conquistas y descubrimientos, el apogeo de las artes, del teatro, de la literatura, del misticismo y de la religión. En este contexto, ¿qué papel desempeñaron los judíos?

Para responder a estas preguntas debemos referirnos rápidamente a la historia de la formación de España como estado. Partiendo del origen bereber y celtíbero, el pueblo peninsular sufrió las invasiones fenicia, cartaginense y griega; luego la romana, más importante por la influencia sobre el idioma, el derecho y la política; posteriormente la visigoda y, por último, la árabe en 711. A partir de esta fecha se inician la separación y la diferencia históricas de España frente al resto del continente europeo. De 711 a 1492 España se ve enzarzada en una lucha constante contra el moro invasor. El problema fundamental de España es afirmar sus rasgos nacionales propios y definir sus fronteras, tanto políticas y militares como religiosas, morales y hasta lingüísticas. Si agregamos a esto el hecho de que el pueblo judío ocupara un lugar primordial en el desarrollo histórico de España y que su presencia datara del año 70 aproximadamente, puede aceptarse entonces la teoría de Américo Castro sobre la creación de una conciencia tricéfala o tridimensional en el territorio ibérico. Podemos afirmar que la historia española entre los siglos X y XV fue una amalgama de cristianismo, judaísmo e islamismo. Cuando los árabes conquistaron España llamaron a Tarragona Medinat al-yuhud, ciudad de los judíos, título que también adquirió Granada.

A lo largo de la Edad Media, la población judía de España destaca con rasgos sorprendentes, especialmente si la comparamos con la del resto de los países europeos. Sirva como ejemplo el hecho único de que sólo en España poseyeran los judíos una arquitectura viva con matices propios, si bien influida por el arte islámico. Para mencionar dos casos, están las sinagogas de Toledo y de Segovia. Cuando el islam español alcanzó la cumbre de su vitalidad en el siglo X, siendo Córdoba el centro cultural más importante de Europa, comenzaron a surgir también las grandes personalidades judías, tanto en las cortes musulmanas como en las cristianas. Hasdai Ibn Saprut fue médico, ministro de Hacienda y embajador de Abd al-Rahman III. Shemuel Ibn Nagrella fue visir del rey de Granada y lo sucedió en el cargo su hijo Yusuf. Son muchos los nombres hasta llegar a los más conocidos de Moshé Ibn Ezra, Shelomó Ibn Gabirol, Yehudá ha-Leví y el cordobés Maimónides. Sus obras literarias, científicas y filosóficas ocupan un lugar de primera importancia en la historia de la civilización occidental.

En las cortes cristianas ocurrían hechos como los siguientes que demuestran el papel de los judíos. El rey de Aragón, Jaime II, escribía a su hija: “Filla, recibiemos vuestra carta… en razón del fillo que hauedes parido… Mas, filla, non fagades, como auedes acostumbrado, de criarlo a consello de judíos…” Una inscripción hebrea en la sinagoga del Tránsito, de Toledo, reza así: “El rey de Castilla ha engrandecido y exaltado a Samuel Leví; y ha elevado su trono por encima de todos los príncipes que están con él… Sin contar con él, nadie levanta mano ni pie”.

Y aún más, el rey Fernando III el Santo, después de la toma de Sevilla, se afirmaba como rey de tres religiones, cosa que ningún otro rey europeo podía afirmar.

En el plano cultural, el papel del judío dentro de las cortes castellanas fue el de transmisor de los conocimientos árabes. Gracias a él, en cortes como la de Alfonso X se pudo llevar a cabo (junto con sus colaboradores árabes) la enorme obra de recopilación, traducción y divulgación de todo aspecto del saber humano. El hecho de que se empiece a usar, por primera vez en Europa, una lengua romance (el castellano) para escribir esta obra monumental es muy posible que se debiera al escaso interés del judío por el latín, quien, después del hebreo y del árabe, prefería el castellano.

Otro de los campos en el que la presencia judía fue indispensable es el de la medicina. En efecto, sería inusitado encontrar una mención de un médico de la casa real que no fuera judío. Esto no impidió, sin embargo, que se redactaran decretos prohibiendo a los cristianos valerse de médicos judíos, cuyo incumplimiento, empezando por el rey mismo, era notorio.

El encargado de recaudar tributos y del tesoro estatal fue también el judío. Si, por un lado, el cristiano se evitaba así una faena desagradable, por otro, es cierto que el judío conocía todas las intimidades del proceso administrativo del gobierno. Su posición cerca del rey y de los nobles, así como de los prelados, era clave, lo cual explicaría el vacío posterior, aunado a la falta de experiencia del hispanocristiano, cuando ocurrió el decreto de expulsión. Esta posición fue la más delicada y difícil de mantener, pues si bien el judío era indispensable para la clase alta, era visto, en cambio, como el explotador por la clase baja y se atraía su odio, lo cual podía ser aprovechado fácilmente por el clero para desatar las persecuciones antisemitas. Es decir, en este aspecto, el papel del judío era débil y peligroso. Los reyes defendieron la importancia del judío en la economía estatal, e incluso el propio Fernando el Católico (por cuyas venas corría sangre judía) los apoyaba en 1481, diciendo que leyes que prohibieran algo a los judíos era como prohibírselo a él. De este modo quedó establecida una lucha interna muy aguda: el enfrentamiento del poder real al eclesiástico.

En el aspecto social también el hispanohebreo se desarrolló con características diferentes del resto de Europa. En Las siete partidas había reglamentación especial para los judíos, no sólo especificando sus derechos y obligaciones, sino estableciendo la pureza de su religión y castigando a quienes no cumplían con dicha pureza. Asimismo, se asentaba que los judíos no fueran padrinos de boda o ceremonias cristianas, y que los cristianos tampoco lo fueran de las judías, lo cual prueba la frecuencia del hecho.

Avanzado el siglo XV se desarrolla un cambio fundamental en cuanto al enfrentamiento de los poderes y el eclesiástico va tomando mayor fuerza y afinando sus métodos de ataque. La persecución contra los judíos empezó a adquirir rasgos de ferocidad y los reyes se encontraban impotentes para detenerla, pues se jugaban su popularidad. Además, la nobleza había emparentado con judíos y su posición se había debilitado. En el siglo XVI aparecen dos libros, el Libro verde de Aragón y El tizón de la nobleza de España, donde se demuestra que prácticamente toda la nobleza española tenía algunas o muchas gotas de sangre judía.

En el campo de la literatura las aportaciones resultan también interesantes. Por un lado, tenemos al escritor judío de tipo tradicional que escribe en hebreo, árabe o castellano. Por otro lado, al escritor que no pierde su conciencia judaica pero que adopta formas literarias propias de la época y que pertenece a la historia literaria española, como don Sem Tob de Carrión. Y, por último, el caso extraordinario y único de los autores conversos que crean una nueva dimensión literaria en su momento.