Portada. La conciencia viviente

La conciencia viviente

José Luis Díaz


Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2007

Primera reimpresión, 2008

Primera edición electrónica, 2011

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ISBN 978-607-16-0774-4 (ePub)
ISBN 978-968-16-8352-8 (impreso)

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Breve semblanza del autor


José Luis Díaz Gómez nació en la ciudad de México en 1943. Se graduó de médico cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1967. En los mismos universidad y año emprendió una carrera académica como investigador de tiempo completo que continúa. A principios de la década de 1970 amplió su entrenamiento como investigador asociado en los Laboratorios de Investigación Psiquiátrica de la Universidad de Harvard y del Hospital General de Massachussets en Boston, Estados Unidos. En la UNAM ha sido investigador del Instituto de Investigaciones Biomédicas (1967-1993) y del Centro de Neurobiología, campus Juriquilla (1993-2004). Ha fungido como investigador asociado de las Unidades de Neurociencias en el Instituto Nacional de Neurología (1968-1985) y en el Instituto Nacional de Psiquiatría (1985-1993), así como profesor visitante del Programa de Ciencia Cognitiva de la Universidad de Arizona (1994-1995) y de la Facultad de Psicología de la Universidad de Santiago de Compostela (1999). Actualmente es profesor e investigador del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina en la Facultad de Medicina de la UNAM.

José Luis Díaz se ha dedicado a la psicobiología, es decir al estudio de las bases biológicas y cerebrales de la mente y el comportamiento. Sus estudios han abarcado la neuroquímica, la psicofarmacología, la etnofarmacología, la etología, el problema mente-cuerpo, la naturaleza de la conciencia, la ciencia cognitiva y la epistemología. Es autor de unos 100 artículos científicos y de divulgación y, entre otros, de los libros Psicobiología y conducta. Rutas de una indagación (1989), La mente y el comportamiento animal (Editor, 1994) y El ábaco, la lira y la rosa. Las regiones del conocimiento (1997), los tres editados por Fondo de Cultura Económica.

Este libro está entrañablemente dedicado a
mis hijos mayores,
Damián, Cybele y Mariana
Díaz Wionczek, por el auge de la
conciencia.

Introducción: conciencia y vida

Proclama la vida su condición de espejo en alteración constante, ondulado por la vibración, desigualmente capaz de reflejar, tornasolado en su relucir.

María Zambrano, Los bienaventurados (1991, p. 21)

El enfoque básico: la vida sensible y la conciencia natural

El enigma de la conciencia ha atareado, intrigado y azorado toda mi vida como investigador en neurociencias, psicobiología, conducta animal y ciencia cognitiva. De hecho, podría recapitular mi esparcido itinerario académico como fases diversas de esa pertinaz interrogante. A partir de 1994 decidí, un tanto audazmente, emplazar a la conciencia como mi tarea principal de investigación y para ello tomé 18 meses sabáticos en el Programa de Ciencia Cognitiva de la Universidad de Arizona; allí se concentraban no sólo diversos investigadores interesados en el asunto, sino que también se desarrollaba, cada dos años, un congreso sobre al abordaje científico a la conciencia, del cual fui asiduo participante. Durante mi estancia en ese departamento me dediqué a elaborar varios artículos que, de manera preliminar, había bosquejado en una investigación previa realizada en México y que conforman, con múltiples correcciones, los primeros tres capítulos de este libro. En esos trabajos de transición recopilé datos que en su momento me parecieron pertinentes, dispuse mis ideas sobre la materia y esbocé varias inquietudes y conceptos que me ocuparían en la siguiente década y que constituyeron publicaciones más específicas; corregidas y aumentadas, se incorporan aquí para conformar la mayor extensión de este volumen.

Más que un orden dictado por razones taxonómicas o de estructura interna del tema, la secuencia de los capítulos del libro sigue el curso de mi evolución en este campo de estudio durante la última década. Así, aunque el lector puede iniciar la lectura en el tema que más le llame la atención, debo advertir que en general los asuntos, revisiones críticas, reflexiones, argumentos y propuestas se tratan con mayor actualidad, detenimiento, puntualidad, profundidad y quizás con mayor soltura, conforme avanza el texto. Digamos que los primeros capítulos plantean una panorámica sobre la conciencia y los prolegómenos de una teoría de varias facetas y consecuencias que se adelanta y precisa en los siguientes capítulos. También es necesario indicar que varios de los temas principales se retoman en distintos capítulos, lo cual representa diversas fases de interés en ellos y, sobre todo, otras tantas perspectivas y niveles de tratamiento.

El libro ofrece un panorama del tema de estudio de la conciencia desde tres puntos de vista que planteo como necesarios y complementarios: el aspecto filosófico, el matiz fenomenológico y el aspecto biológico. De esta manera, el texto cultiva un terreno donde se imbrican, en forma todavía poco tersa, la ciencia y la filosofía, en particular la filosofía de la mente y las ciencias cerebrales, cognitivas y del comportamiento, abrevando tanto de la argumentación de la primera, como de la evidencia experimental de las últimas, para desarrollar como objetivo fundamental una teoría de la conciencia que, con las fatigas y aprietos propios del caso, maniobra tanto para estar filosóficamente informada y fundamentada como para ser empíricamente congruente y probable. El tema filosófico cardinal es, desde luego, el llamado problema mente-cuerpo y se trata repetidamente en el texto, no sólo con referencia a las diversas respuestas filosóficas pasadas y vigentes (capítulos II y X), sino de manera empírica como la probable relación factual que debe existir entre los procesos conscientes, los procesos biológicos y los procesos de conducta. Así, una tesis de partida del libro es que la conciencia como la conocemos y como podemos abordarla es un fenómeno peculiar de los organismos vivos, es decir una vivencia, y de allí el título de La conciencia viviente. En el capítulo final, a excepción de alguna referencia sobre la muerte, no se trata de la conciencia como posible entidad espiritual incorpórea ni como facultad moral auténtica, que merecería un tratado aparte, sino, más bien, de la conciencia en tanto el sentir y percatarse, una fascinante competencia mental real y natural al encontrarse estrechamente uncida a la vida, la conducta y la fisiología de los organismos más desarrollados y dotados de cerebro, en particular de los seres humanos. Es tarea fundamental de este libro explorar la naturaleza de esa vivaz y dinámica alianza para, con ello, engendrar una teoría naturalista de la conciencia.

Una teoría naturalista de la conciencia debe situarse sólidamente sobre varios pilares: la evolución de la vida que le dio origen, la función del cerebro que la fundamenta y la capacidad de expresión que la ubica en el mundo. Sin duda tal teoría, para ser factible, deberá apelar también al sector de la cultura en el que la conciencia se modula y expresa, porción que ocurre en el intrincado ámbito de la comunicación entre individuos vivientes y el no menos enmarañado contorno ecológico de la interacción del individuo con su territorio y ambiente. Si la vida se caracteriza por constituir una serie no lineal de formas orgánicas capaz de perpetuarse y replicarse, la conciencia es un sector particular de ese proceso pautado que se identifica con la cognición lúcida, con el saber y el sentir de los organismos vivos. De igual forma, si la vida se caracteriza por un vigoroso intercambio de energía e información con el medio, la conciencia es un fenómeno particular de esa correspondencia abocado a discernir, interpretar y moldear la realidad del entorno en provecho del organismo. Este proceso ostensible por y para sí mismo se fundamenta en jerarquías orgánicas sucesivas y niveles sobrepuestos de ordenación a partir de dos características elementales y particulares de la vida, a saber, la excitabilidad y la sensibilidad. Ambas constituyen capacidades celulares para activarse por los estímulos y reaccionar a ellos, facultades que devienen funciones especialísimas de la neurona y el sistema nervioso. En su nivel más encumbrado de operación, la función cerebral se torna capaz de sentir y discernir. En pocas palabras: la conciencia es viviente porque la vida es susceptible y es sensible.

Sinopsis y anticipo del proyecto

Para orientar al lector sobre la estructura y alcances del libro conviene hacer una recapitulación de las principales cuestiones que se abordan en él y las propuestas que se ofrecen.

En el terreno fenomenológico, el libro propone que la conciencia necesita ser mejor comprendida en tanto fenómeno mental y que es necesario desarrollar modelos y conceptos robustos sobre su naturaleza, sus procesos, sus características y sus funciones para lograr insertarla exitosamente en el mundo natural (capítulo I). De esta manera, la tónica general del texto es tratar formalmente a la conciencia como un sistema cognoscitivo singular para, en cada rubro y aspecto de sus componentes, proponer los posibles fundamentos biológicos, correlaciones nerviosas o conductuales y pertinencias culturales. Al tratar a la conciencia como un proceso cognoscitivo se subraya su aspecto de procesamiento de información, lo cual es relevante y científicamente más tratable que el espinoso problema de las cualidades o los qualia de la conciencia, como son los colores, olores, timbres, dolores o sentimientos, que siguen constituyendo un inquietante misterio para la reflexión y la ciencia. Sin embargo, en diversas partes no puedo ni quiero evadir la referencia y el tratamiento de los qualia, al menos para acotar o definir las incógnitas específicas y sus perspectivas de abordaje, además de discutir el problema severo de si acaso será posible reducirlos a procesos nerviosos o comprenderlos en estos términos.

Las diversas líneas temáticas de este libro se ubican, se sustentan y se hacen compatibles en términos de una de las soluciones filosóficas tradicionales al problema mente-cuerpo: la teoría del doble aspecto, que fuera desplegada por Baruch Spinoza en su Ética y que aquí se actualiza y especifica en términos de la ciencia de hoy (capítulos II y X). La idea fundamental es que la conciencia y el cerebro, o más bien los procesos conscientes y los procesos neurofisiológicos de alto nivel de integración correlacionados con ellos, son dos aspectos o facetas de una realidad psicofísica única. Esta teoría constituye un monismo concordante con el resto de la ciencia y un dualismo de propiedades que por un lado requiere la aplicación de varias perspectivas de análisis y, por otro, el desarrollo de una psicología de la conciencia y de una neurofisiología, ambas robustas e interactuantes. El capítulo X revisa los antecedentes, alcances, inconvenientes y límites del doble aspecto, al tiempo que formula diversos argumentos específicos a favor de esta noción.

Con referencia a la conciencia animal se analizan extensa y críticamente los criterios y las evidencias para asignar mente y conciencia a los animales (capítulo IV). También se tratan de manera amplia las emociones como procesos conscientes particulares dotados de una cualidad distintiva. Las emociones son un caso especialmente ilustrativo de la aproximación general del libro, en el sentido de que son tratadas como fenómenos mentales conscientes reales y naturales con ciertos fundamentos nerviosos, correlatos fisiológicos y conductuales modulados por la cultura y el lenguaje (capítulo V). Se hace una comparación entre el color y la emoción como procesos de naturaleza psicofísica, ambos susceptibles de una taxonomía relativamente sistemática. A partir del modelo “cromático” del sistema afectivo que resulta de este intento (capítulo VI) se podrán intentar estudios empíricos sobre las zonas cerebrales involucradas en las emociones particulares. El caso específico del dolor, como una percepción emocional aversiva de naturaleza esencialmente cualitativa y subjetiva, es tratado en el capítulo VII, donde se reformulan las diversas teorías mente-cuerpo, los diversos enfoques epistemológicos, y se ilustra la dificultad central de una naturalización del dolor en tanto acontecimiento consciente con un cuento de mi autoría de neurociencia ficción llamado “El dolor de María”.

También intento sostener la validez de analizar la conciencia humana aunque no contemos con una definición final de ella, porque es posible eliminar del modelo a un yo, o sujeto insustancial, y debido a que los informes introspectivos en primera persona pueden cumplir con los requisitos normales del método científico (capítulo IX). La propuesta de que para estudiar la conciencia son convenientes modelos de ella capaces de conectar la teoría con la observación y la experimentación empíricas se basa en un análisis meticuloso de los modelos científicos y sus requisitos (capítulo XII). En diversas partes del libro se desarrollan modelos procesales de la conciencia fenomenológica integrados en la teoría más general. Un diagrama que se enriquece a lo largo del texto intenta incorporar los principales rasgos de la conciencia, es decir, su temporalidad, actividad, contenido, unidad y cualidad, partiendo de la metáfora clásica de William James de la conciencia como una “corriente”, aunque, en vez de un flujo continuo, se postula un proceso causal de contenidos mentales en secuencia (capítulo I). Además, se revalida que existen contenidos cognoscitivos procesados de manera no consciente y que por un mecanismo constructivo y activo algunos de ellos se hacen conscientes o surgen a la luz de la conciencia. De esta forma, queda planteada la existencia de un “umbral” dinámico que se mueve a distintas profundidades del proceso cognoscitivo y determina con ello niveles distintos de conciencia. Finalmente, el diagrama incorpora la atención como un movimiento en las márgenes del flujo, de tal manera que es posible modelar sus funciones conocidas como “linterna”, es decir, la capacidad de dirigirla, y zoom, es decir, la de concentrarla y focalizarla. El modelo más acabado del proceso consciente se presenta en el capítulo XIII. En diversos momentos ubicamos este modelo en un marco de referencia más amplio, que corresponde a la idea de los individuos como unidades biopsicosociales, de tal manera que la conciencia no sólo surge por la adecuada función jerárquica del sistema nervioso, sino por la convergencia con factores ambientales culturales y sociales en el individuo íntegro y operante. En este sentido, planteo que una vez establecido el flujo de procesos conscientes, éste es capaz de afectar tanto a los subsistemas cerebrales para producir la conducta deliberada o simbólica, como, por este mismo medio, de influir en el propio ambiente ecológico, social y cultural donde se inserta el individuo (capítulo XIV). Por esta misma razón el comportamiento constituye un foco de análisis muy relevante a la conciencia en diversas partes del texto, sobre todo en los capítulos III y XI. Otro de los modelos planteados en varias etapas del escrito propone que la autoconciencia, la facultad de la mente de registrar sus procesos y recrear una representación del organismo, consiste en un sistema cognoscitivo estratificado de múltiples procesos emergentes acoplados en niveles y referentes al propio cuerpo y la propia persona. El concepto se funda en un modelo cerebral de jerarquías anatomo-funcionales y en una noción de individuos como unidades psicofísicas. Este modelo pretende sustituir o al menos especificar a la noción imprecisa del yo y es susceptible de análisis empíricos (capítulo XIV).

Desde el punto de vista epistemológico, el libro trata ampliamente varios obstáculos aledaños planteados por el abordaje científico a la conciencia y el conocimiento de sus mecanismos y funciones. Destacan tres dificultades generales: el problema de su relación con la actividad cerebral y corporal, sin duda el meollo actual del dilema mente-cuerpo; el problema de establecer un modelo adecuado para su mejor comprensión, y el problema de su estudio empírico, tanto en animales como en seres humanos. Con referencia al problema mente-cuerpo, además de sostener una tesis filosófica específica, propongo una teoría coherente con ella que intenta ubicar y definir los tres aspectos empíricos relevantes al problema, es decir, las actividades cerebrales del más alto nivel, los procesos mentales conscientes y la conducta organizada y proyectada (capítulo II). La teoría define a los tres como procesos dinámicos de cierto tipo, a saber: como procesos pautados. Mediante el análisis de su dinámica organizada trato de mostrar que los tres procesos tienen características similares, pues bien pueden ser concebidos como series de pautas que se presentan en secuencias semiordenadas, en ciertas amalgamas, con ciertos ritmos e iteraciones y, finalmente, con ciertas cualidades o modalidades. Los procesos pautados, que incluyen a la música y el lenguaje, no sólo tienen características dinámicas comunes que los definen como isomorfos, o similares en su configuración, sino que tienen igualmente aspectos biológicos, mentales, conductuales y sociales de la misma magnitud y relevancia. Propongo, asimismo, que el recurso matemático y computacional conocido como Redes de Petri es idóneo para modelar los procesos pautados. Así, podremos contar con un abordaje empírico al problema mente-cuerpo en el marco de una teoría monista de doble aspecto compatible con el resto de la ciencia, es decir, una teoría que evite el dualismo mente-cuerpo sin renunciar al doble abordaje que impone la realidad de la conciencia y la actividad cerebral como apariencias o fenómenos claramente distintos, aunque ambos tengan, como lo suponemos y sostenemos, un fundamento psicobiológico único (capítulo XI). En alusión específica al cimiento, envés o “correlato” nervioso de la conciencia, a lo largo del texto se depura la hipótesis de que la dinámica cerebral intermodular puede ser un candidato fisiológico adecuado como fundamento encefálico de la conciencia, o al menos del proceso consciente. Al emerger en el estrato más elevado de la actividad cerebral, la dinámica intermodular puede adquirir características de un sistema dinámico similares a una bandada de pájaros o a un enjambre inteligente, y cumplir así con los requisitos estipulados al correlato nervioso de la conciencia, en particular la disponibilidad global de información, la efectividad causal, la estructura cinemática y la arquitectura narrativa que se deben exigir al supuesto fundamento cerebral de los procesos conscientes (capítulo XIV).

Con referencia al problema del registro empírico de la conciencia, y dada la falta de un aparato que manifieste lo que el individuo experimenta conscientemente, nos vemos obligados a utilizar como el dato más relevante al informe verbal en primera persona, lo que alguien dice que acontece en su mente. Presento en este libro argumentos para reforzar la condición científica de los informes verbales obtenidos de manera sistemática (capítulo IX). Además, planteo las bases y los procedimientos para obtener, seleccionar y abordar ciertos informes verbales en primera persona, a los que denomino “textos fenomenológicos”, como datos potencialmente científicos de operaciones y procesos conscientes. Para establecer un tratamiento metódico de los informes verbales echo mano de múltiples fuentes y recursos académicos, en especial a los desarrollados en la crítica literaria, la hermenéutica y la “narratología”, donde se han estudiado con gran profundidad y detenimiento los parlamentos literarios subjetivos y sus características (capítulo XV). Según veremos, además puede tratarse al texto fenomenológico con ciertas herramientas de la etología, como si fuera un segmento de comportamiento. De tal manera, es posible segmentar el texto fenomenológico en unidades y atribuirle contenidos mentales definidos con un procedimiento de acuerdo entre valuadores. Al poner en práctica este procedimiento se reafirma la dinámica de la mutación consciente como un proceso pautado.

Si bien las teorías del presente libro están ubicadas en una tradición académica occidental, tienen también algún nexo con la psicología tradicional del budismo. Al considerar a la conciencia como el origen, el método y el objetivo de la doctrina, el budismo se erige como una tradición que es interesante examinar en un análisis actual de la conciencia. La exploración del funcionamiento de la mente según la psicología budista muestra varios puntos de contacto con lo aquí expuesto, en especial el ser vislumbrada como un proceso. En diversas partes del texto y en el capítulo VIII se especifican aquel examen y esta conexión.

Destino del texto y reconocimientos

La intención general del presente texto de transmitir al lector especialista, al estudiante o investigador de ciencias o humanidades y al curioso no especialista información pertinente, actual y accesible sobre el intrincado asunto de la mente consciente, intrigarlos con las espinosas dificultades de la definición, la naturaleza y el abordaje de la conciencia, comentarles críticamente varios tratamientos tradicionales y en boga del tema, proponerles otros más personales y entusiasmarlos con la idea de que se trata de una investigación situada en lo que bien podría denominarse la frontera interior del conocimiento. En esta frontera se dan cita obligada buena parte de las disciplinas académicas actuales, cuando menos las ciencias biológicas, las ciencias clínicas, las ciencias sociales y las humanidades, en particular la filosofía. Esta dilatada y laboriosa frontera tiene tanta o más relevancia para nuestra vida como la frontera exterior que protagonizan, con merecido éxito y difusión, la astronomía y cosmología modernas. Se trata, en definitiva, de mostrar cómo este “intracosmos” de nuestra conciencia es tan complejo, fascinante y extraño como el origen, la naturaleza y los contornos del inmenso universo que nos rodea.

Por razones de entrenamiento y de relevancia para el tema de la conciencia viviente se resaltan en el libro la investigación cerebral y la neurobiología, aunque ciertamente no se agotan. Suele decirse que la neurobiología es una investigación especular: el cerebro humano avanza y se interroga sobre cómo opera el cerebro humano. Más bien es una empresa humana de conocimiento pertinente a nosotros mismos y a nuestra capacidad de conocer. Así, el premio de la investigación en neurociencia no es sólo la mayor posibilidad de solventar problemas de salud, de comprender mejor la evolución, el desarrollo y la operación del sistema natural más complicado que conocemos, sino el vislumbrar ciertos rudimentos esenciales de la conciencia y el conocimiento.

Además de los agradecimientos particulares expresados al final de cada capítulo y respecto a las deudas contraídas en la elaboración del presente escrito, deseo en principio hacer una mención especial y profundamente sentida a los maestros del exilio español que, en México, y particularmente en la UNAM, desarrollaron una escuela y una labor académica de enorme trascendencia. Varios de ellos influyeron de manera directa o indirecta en mis inquietudes de investigación, en particular la que aquí se despliega sobre la conciencia. Mi interés en el tema nació durante mi entrenamiento con el eminente neuropsiquiatra y añorado maestro Dionisio Nieto (1907-1985), quien se interesó en el problema mente-cerebro a través de su extenso trabajo sobre las bases cerebrales de los padecimientos mentales y los índices neuroanatómicos de la inteligencia (Nieto y Nieto, 1978). Ese interés mío fue desarrollándose durante la prolongada convivencia académica con otro exiliado español y alumno de Nieto, el pionero y mentor de la psicofisiología mexicana Augusto Fernández Guardiola (1921-2004). El libro precursor de este último sobre la conciencia (Fernández Guardiola, 1979), en el que contribuí con el capítulo relativo al libre albedrío, fue una piedra miliar en mi dedicación al tema. Además, si Augusto nos regaló la fiel traducción al castellano del clásico ensayo sobre la neurofisiología El cerebro viviente (Gray Walter, 1961), aquí propongo La conciencia viviente como contrapunto a ese rótulo y como homenaje a su traductor. Otros pensadores del exilio español que me favorecieron con su influjo en temas relevantes, y en ocasiones con su grata amistad, son el antropólogo social Santiago Genovés, el patólogo Isaac Costero, el neurofisiólogo Julio Muñoz y el filósofo poeta Ramón Xirau. Este último considera a la persona como una estancia o una presencia alma-cuerpo (Xirau, 1985), conceptos humanistas enteramente afines a los que aquí presento. Mención especial merece Eduardo Nicol (1917-1994), maestro de metafísica e innovador de la fenomenología, con quien tuve la inmensa fortuna de dialogar cordialmente durante el último año de su vida y cuya enseñanza, tanto oral como escrita (Nicol, 1957, 1963), se verá aprovechada en varias ideas y partes de este libro.

Mucho de lo que integra el primero y el cuarto capítulos del libro fue presentado en el Instituto Mexicano de Psiquiatría y publicado luego por el profesor Ramón de la Fuente, quien siempre me ha mostrado un amable auspicio, y por el neurobiólogo Javier Álvarez Leefmans. Los temas del comportamiento y del problema mente-cuerpo fueron inicialmente elaborados durante mi participación en el Grupo Universitario de Ciencia Cognitiva y se enriquecieron por la perspicaz crítica de José Negrete, George Graham y Enrique Villanueva, filósofo de la mente con quien recopilé una antología sobre el problema mente-cuerpo (Díaz y Villanueva 1996). Durante mi estancia en el Departamento de Ciencia Cognitiva de la Universidad de Arizona (1994-1995) mantuve una interacción fructífera con Merrill Garrett, Alvin Goldman y Alfred Kaszniak. Entre 1996 y 2001, periodo de mi participación como investigador en el Centro de Neurobiología de la UNAM en Querétaro, tuve el beneficio de departir sobre éstos y otros temas con Pascal Poindron, Thalía Harmony y Carlos Valverde, amigos de muchos años, en especial este último, quien por más de cuatro décadas me ha brindado un aliento fraternal y creciente. Debo agradecer la colaboración de Evelyn Díez Martínez y de mi esposa, Reyna Paniagua, en los trabajos referentes a los textos fenomenológicos, en los cuales tuve también la fortuna de contar con la asesoría de Luz Aurora Pimentel y de Lois Parkinson-Zamora. A mi esposa debo, desde luego, mucho más que su colaboración académica, pues en varios periodos ha postergado sus propios objetivos para acompañarme y secundarme en dilatadas travesías fuera de su ámbito profesional. Nuestra hija, Elisa Díaz Paniagua, ha constituido un deleite singular en esta jornada.

Mis estudiantes de postgrado en el Centro de Neurobiología han sido de especial incentivo y ayuda. Agradezco en particular a Enrique Flores, músico, médico y actual neurobiólogo, su colaboración en el tema de las emociones y su permiso de ampliar y actualizar en el capítulo VI buena parte de la información sobre el modelo cromático de las emociones que publicamos juntos con anterioridad (Díaz y Flores, 2001). También debo especial gratitud a Héctor Vargas Pérez por su colaboración en los temas de la conciencia animal, por permitirme retomar en el capítulo IV parte de la indagación que emprendimos y que resultó en su tesis de maestría (Vargas-Pérez, 2000), por su constante ayuda con el procesamiento del manuscrito y por su curiosidad fresca y genuina en el tema de la conciencia.

Una estancia en la Facultad de Psicología de la Universidad de Santiago de Compostela para presentar, en el verano de 1999, varios de los temas que ahora integran este libro fue otro aliciente en el sinuoso camino, sobre todo por el intercambio de ideas establecido con varios distinguidos profesores gallegos a quienes me liga una perdurable avenencia de intereses y de origen, en particular el psicobiólogo Fernando Díaz, el filósofo de la ciencia Juan Vázquez y el antropólogo social José Manuel Vázquez Varela.

En esa misma época tuve la fortuna de entrar en contacto con José Luis Bermúdez, entonces profesor de la Universidad de Stirling, joven y talentoso filósofo de la mente con un impresionante bagaje en las ciencias de la conducta, las neurociencias y la ciencia cognitiva. Sus incisivas críticas a mi trabajo han sido aportaciones necesarias para el desarrollo de algunos de los temas centrales de este libro. En particular, el modelo más acabado de la autoconciencia que aquí presento fue especificado a través de un diálogo sobre su libro The Paradox of Self-Consciousness (Bermúdez, 1998). Entre los años 2001 y 2003 gocé de una Comisión Académica en el Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, al cual finalmente se ha transferido mi plaza de investigador de la UNAM, todo ello por la amable hospitalidad del doctor Carlos Viesca Treviño.

A partir de 2001 me he involucrado cercanamente en el Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos de la UNAM y he participado en los ciclos sobre modelos (2002) y sobre la conciencia (2003). Los últimos capítulos del libro corresponden en parte a ideas elaboradas para las ponencias allí vertidas o reformadas en respuesta a las oportunas reflexiones que merecieron los miembros del Seminario. Agradezco cumplidamente la gentil y calurosa recepción de su director, el doctor Ruy Pérez Tamayo, mi maestro de patología en 1962, admirado amigo y colega a través de las décadas. El ambiente académico del Seminario ha sido idóneo para ventilar teorías y controversias colegiales no sólo por su dinámica de exposición y evaluación crítica, sino por la extraordinaria calidad y desinteresada entrega de sus integrantes, eruditos en múltiples áreas del saber. En la preparación final del manuscrito y las figuras participaron de manera eficaz Alejandro Soler y, por parte del Fondo de Cultura Económica, Marcela Pimentel y Mauricio Vargas Díaz, a quienes agradezco su interés y compañía en la etapa culminante del proceso.

Y ahora, después de esta dilatada obertura, abramos el telón del escenario interno.

José Luis Díaz

Ciudad de México, otoño de 2004