Portada.jpg

EDITORIAL CLIE

C/Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: libros@clie.es

http://www.clie.es

© Manfred Svensson

«Culquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org <http://www.cedro.org>) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra»

© 2011 Editorial CLIE

aaa

Svensson, Manfred

El pensamiento de Dietrich Bonhoeffer. RESISTENCIA Y GRACIA CARA

ISBN: 978-84-8267-690-6

Clasifíquese: 0065 - PENSAMIENTO CRISTIANO

CTC: 01-01-0065-21

Referencia: 224741

Más allá de la sensatez

Vida y pensamiento de C.S. Lewis

A mi familia

Nota preliminar

El presente libro es una versión sustancialmente modificada de Ética y política: una mirada desde C. S. Lewis (CLIE, 2005). La segunda edición de un libro no sólo es una buena oportunidad para corregir o eliminar aquello de lo que el autor se avergüenza, sino también para repensar el tipo de público al que se dirige. Como resultado, este libro no se dirige tan exclusivamente a un público protestante como la edición anterior, sino que espero que se haya adecuado tanto a un público no creyente como a un público católico. No espero, desde luego, que se haya «adecuado» en el sentido de hacerse más inofensivo, sino más interesante. Con eso, por cierto, simplemente sigo la tendencia natural del objeto del libro: C. S. Lewis, un escritor que siendo anglicano ha sido —tal vez más que cualquier otro autor de dicha tradición— leído ávidamente fuera de su propia iglesia. Con eso en mente han aparecido algunos capítulos nuevos y la mayoría de los que se mantienen han sido reescritos total o parcialmente. Tal vez lo único que merecía mantenerse sin cambio era la dedicatoria a Carolina y a mis padres. Pero como entretanto se han sumado Félix, Tobías y Linnéa, lo dejo simplemente en «a mi familia».

Introducción

1. Más allá de la sensatez

C. S. Lewis es un autor hoy conocido por obras como Las crónicas de Narnia, obras profundas pero sencillas, que pueden ser comprendidas por los niños e incluso por algunos adultos —no escribía para niños, sino para los que son como niños. Pero no siempre fue así lo que escribió. Tras su conversión al cristianismo en 1932, la primera obra que publicó fue El regreso del peregrino. Una apología alegórica del cristianismo, la razón y el romanticismo. Y ésta no es una obra de fácil lectura. La lectura y comprensión de El regreso del peregrino es ardua, ella misma un peregrinaje. En medio de éste nos encontramos con un tal Mr. Sensible. Su nombre, por cierto, no debería ser traducido como «Mr. Sensible», sino como «Mr. Sensato». Este Sr. Sensato es un hombre que simplemente quiere todo en su justa medida —en eso consiste su sensatez. Un hombre que quiere, por ejemplo, cultura, pero sin los excesos de una filosofía que pregunta seriamente por la verdad. Y para fundamentar su moderación cita una clásica definición de Aristóteles, según la cual la virtud es un justo medio. Sólo evitar posiciones extremas, en eso consiste la sabiduría del Sr. Sensato. Pero otro de los personajes, Vertue, lo interrumpe y corrige, recordándole que según Aristóteles la virtud es un justo medio entre los vicios, igualmente apartado de ambos, pero que al mismo tiempo es algo extremo en dirección al bien. Nace de ahí una moderación radicalmente distinta. No sólo hay que huir de los extremos, sino también hay que buscar cierto bien. Y respecto de tal bien hay que ser extremo, pues no puede haber exceso de bien.

C. S. Lewis no fue un hombre «sensato». Representa por supuesto a una tradición de moderación. En su época podría haberse jactado, como cualquier Sr. Sensato, de no haber militado en ninguno de los extremos del espectro ideológico. Pero hizo más que eso. Seguía al Aristóteles de Vertue más que al del Sr. Sensato. Veía que para mantener sobre la tierra una vida humana no basta con huir de los extremos. Sea que nos dirijamos a los juicios morales y políticos de Lewis, o a sus ensayos sobre el amor o la literatura, nos encontraremos con lo mismo: con un autor que por una parte es moderado, que sabe de qué extremos debemos apartarnos, pero que a la vez no retrocede ante algunas convicciones que pueden parecer duras, porque en dirección al bien conviene ir lejos. Esa consecuencia es lo que disgustaba al Sr. Sensato, quien se queja en los siguientes términos: «La sensatez es ligera, la razón es dura. La sensatez sabe dónde detenerse con graciosa inconsistencia, mientras que la razón sigue como esclava una abstracta lógica sin saber hacia dónde la llevará»[1]. Lewis efectivamente estaba dispuesto a seguir dicha lógica, dondequiera que lo llevara —pero la de él no era nada de abstracta, sino encarnada en obras literarias de las que la mera sensatez es incapaz.

2. Luz en la tierra de sombras

¿Pero quién fue este C. S. Lewis? La película Tierra de sombras nos da una imagen bastante correcta de su vida, en cuanto nos lo presenta ante todo como un catedrático. Como Lewis es hoy conocido por obras de fantasía y literatura (aparentemente) infantil, podemos con facilidad perder de vista ese aspecto central de su vida, llevando a que lo imaginemos sólo como un escritor en lugar de verlo como un académico, y un académico singularmente erudito. Pero su vida estaba en la universidad, como profesor de literatura inglesa medieval y renacentista. También la vida de un académico puede ser bastante interesante, como lo muestran de sobra las excelentes biografías que hay de Lewis. Pero como tales biografías ya existen, aquí limitaremos lo biográfico a ciertos aspectos de su carácter que podemos destacar en Sorprendido por la alegría, su propia autobiografía. A partir de dicho libro quiero resaltar tres aspectos de Lewis que nos permitirán entrar a los temas que trata en el mismo espíritu que él los trata. Quiero presentarlo como un hombre de libros, de consecuencia y de inteligencia.

Un hombre de libros. Su niñez la pasó en distintas escuelas y bajo diversos tutores privados. Uno de éstos advirtió desde el primer momento al padre de Lewis que éste o bien llegaría a ser un académico, o bien no llegaría a ser nada. Había crecido y seguía creciendo entre libros. Descubrir un amigo era descubrir a alguien que leyera los mismos libros. Lewis da un ejemplo claro del papel que ocupaban en su vida los libros al comentar lo que le ocurrió al ser enviado a luchar en la Primera Guerra Mundial. Recuerda que al entrar al campo de batalla y oír por primera vez una bala, su pensamiento fue «esto es una guerra. Es de esto que escribió Homero»[2]. ¿Qué debemos pensar de alguien capaz de hacer tal comentario, de alguien al que, en medio de la guerra, las balas lo hacen pensar en libros? Esas son las palabras de alguien que no leía para «distraerse», sino que vive con la lectura. Y lo mismo se nota en otros temas muy decisivos: «si un joven quiere seguir siendo ateo», escribe en otro momento, «tendrá que ser muy cuidadoso en la selección de sus lecturas»[3]. Él mismo había experimentado el giro involuntario que un buen libro puede dar a nuestra vida. Al leer a Chesterton, escribe, «no sabía en lo que me estaba metiendo»[4]. Ahora bien, es muy importante notar desde un comienzo que este gusto por los libros no tiene nada que ver con un «mundo de la cultura»: confiesa haber dedicado años a la lectura antes de enterarse de que existía siquiera tal mundo[5]. Lewis no es del mundo de la cultura, sino de los libros y de las realidades descritas y abiertas por ellos.

Eso nos lleva al segundo punto: un hombre consecuente. Eso desde luego no es idéntico con ser un hombre invariable, incapaz de cambiar. Lewis precisamente cambió porque era consecuente a la hora de seguir argumentos. Encontró argumentos y experiencias que le mostraron que estaba equivocado, y siguió con consecuencia dichos argumentos y experiencias. Pero también el ser consecuente es algo que tuvo que aprender. Así recuerda, por ejemplo, que recién en su juventud, al ser enviado a la guerra, le tocó conocer por vez primera a «un hombre de conciencia. Hasta entonces no me había encontrado con nadie de mi edad o naturaleza que tuviese principios»[6]. Él mismo tampoco los tenía, pero iniciaba gracias a amigos como éste su camino hacia ese tipo de vida. Pero lo que me interesa notar es que si bien hay un sentido en que Lewis se ve «deslumbrado» por lo que estaba descubriendo, no significa que necesariamente se sintiera «a gusto». Desde luego se vio «sorprendido por la alegría», pero porque no buscaba sólo alegría, sino verdad, y aprendió a seguirla también cuando no parecía alegrarlo. El punto en que esto más claramente puede ser visto es en el momento en que deja de ser ateo: «en 1929 cedí, admití que Dios era Dios, me arrodillé y oré; tal vez esa noche era el converso más abatido y reacio de toda Inglaterra»[7]. Pensar de la mano de Lewis implica aprender, al menos de vez en cuando, a pensar contra nuestras propias inclinaciones inmediatas, a seguir de modo reacio algunos argumentos.

Pero ser consecuente, ser capaz de seguir argumentos incluso de un modo reacio, requiere ser al menos en alguna medida un hombre de inteligencia. A nadie le cabe la menor duda de que en el caso de Lewis esta condición se cumple. El siglo XX tuvo tal vez otros autores cristianos más profundos que él, algunos tal vez más populares, otros más eruditos, pero es poco probable que haya tenido alguno tan claro. Lewis es un autor que enfrentado él mismo a un problema, o enfrentándonos a nosotros a un problema, suele sacarnos de la confusión y ponernos ante las alternativas realmente existentes. Pero eso es no sólo un don, sino también algo trabajosamente cultivado. En este sentido es importante recordar que si bien dedicó la mayor parte de su vida a la literatura y la crítica literaria, el comienzo de su vida académica fue en la filosofía, disciplina en la que fue tutor en Oxford por un breve período. Su cambio de la docencia en filosofía a la literatura lo describe en una carta a su hermano Warren en los siguientes términos: «Me alegro bastante por el cambio. Si bien tal vez tenía la mente, ciertamente no tenía los nervios como para una vida dedicada a la filosofía. Una continua búsqueda de los fundamentos abstractos de las cosas, un continuo cuestionar lo que hombres comunes dan por sentado, [...] ¿es ése un género de vida ideal para gente con un temperamento como el nuestro? [...] No estoy condenando la filosofía. De hecho, al dejarla para dedicarme a la literatura y a la crítica literaria estoy consciente de que eso significa bajar un peldaño. Y si bien el aire en las alturas no me acomodaba, me he llevado de ahí algo de valor. Será un consuelo que me acompañará toda la vida el saber que el científico y el materialista no tienen la última palabra. Que cuando Darwin y Spencer se dedican a poner en duda creencias ancestrales, ellos mismos están sobre un fundamento de mera arena, con gigantescos presupuestos y con contradicciones irreconciliables a apenas unos centímetros de la superficie»[8]. Años más tarde escribirá que «tiene que existir filosofía buena, si no es por otra razón, al menos porque la mala tiene que ser contestada»[9]. A eso, a responder a filosofías que le parecían malas, dedicó una energía más considerable de lo que puede imaginar quien en un principio sólo se ha familiarizado con su obra literaria.

Pero la capacidad para ofrecerles respuesta no proviene sólo de la genialidad de Lewis, no proviene sólo de la consecuencia y la inteligencia, sino también de los libros, de haber estado apoyado en una riquísima tradición de reflexión sobre los problemas últimos del hombre. ¿En qué consiste esa tradición de la que Lewis se hace vocero? En su charla inaugural en Cambridge se presentó a sí mismo como un «viejo hombre occidental». Pero este viejo hombre occidental se compone de varias tradiciones, en el caso de Lewis al menos tres tradiciones muy distintas. En primer lugar la tradición clásica: la literatura, filosofía e historia de Grecia y Roma. Luego la literatura inglesa, de la cual era especialista en los períodos medieval y renacentista. Finalmente, la tradición intelectual cristiana. Dónde se encontraba dentro de dicha amplia tradición cristiana es algo que tendremos ocasión de ver más adelante. Por lo pronto baste con notar que esto es ante todo una formación antigua —algo que para Lewis y quienes lo admiramos está lejos de constituir un reproche. Después de todo, alguien que creció con esa formación puede gracias a ella estar particularmente atento ante los problemas modernos.

3. Ética y política en la tradición del «viejo hombre occidental»

¿Pero en qué sentido se puede escribir, a propósito de un autor semejante, un libro sobre ética y política? Lo que solemos llamar política a Lewis definitivamente no le interesaba. Recordando dos pequeñas novelas que Lewis había escrito como niño, su hermano comenta lo siguiente: «Entonces, en 1912, produjo una novela completa, un resultado digno de crédito para un niño que aún no cumplía los trece años; y lo interesante es notar que esta novela, tal como la que pronto le siguió, giraba del todo en torno a la política. Para cualquiera que recuerde el desprecio que Jack [apodo con que los amigos llamaban a C. S. Lewis] como adulto sentía por la política y los políticos, esto parecerá extraordinario»[10]. ¿No resulta entonces forzado escribir sobre ética y política desde su obra? A eso yo respondería del siguiente modo: el presente libro es un libro sobre «ética» y «política» en el sentido —¡no en la proporción!— en que diríamos del Gorgias o la República de Platón que son libros de ética y política. Ciertamente lo eran, pero no son éticas «aplicadas», sino libros que plantean la pregunta respecto de cómo debemos vivir.

Pensemos, por ejemplo, en el Gorgias de Platón. Sócrates, el filósofo que encarna la vida examinada, discute ahí con Calicles, un político descaradamente ávido de poder, y que ni siquiera oculta que dicho afán de poder es su centro de gravitación. De hecho, reprocha a Sócrates su vida filosófica: le concede que eso puede «tener su encanto» cuando se es joven, pero que un adulto ya debiera haber superado eso, debiera haber pasado a cosas más importantes[11]. ¿Debiera? El pasaje merece ser mencionado aquí, porque en su autobiografía Lewis escribe sobre el disgusto que siempre sintió por las conversaciones de adultos. Pero bajo «conversación de adultos» desde luego entendió la de Calicles, no la de Sócrates: «conversación sobre política, dinero, defunciones y digestión»[12]. En un momento de su vida, estuvo de hecho a punto de rendirse, de dejar la vida examinada y volverse si bien no un Calicles, sí alguien «sensato», que huye de todo el romanticismo que lo había movido[13]. Pero no llegó a rendirse a la sensatez, sino que mantuvo abierta la pregunta por la verdad. Ahora bien, Sócrates, quien también mantuvo entre los suyos abierta dicha pregunta, fue calificado por Platón como el único verdadero político entre sus contemporáneos[14]. Y en ese mismo sentido también podemos decir que Lewis —un romántico insensato que no quiere hablar sobre política y dinero— fue un «verdadero político». Pero si abordamos la vida política de ese modo, de la mano de la pregunta por la verdad, de la pregunta por cómo debemos vivir, esto —como bien sabía Platón— nos llevará a una pregunta por la justicia. ¡Pero de cuánto más tendremos que hablar entonces! Pues cuando Platón se pregunta por la justicia, no es extraño que termine también preguntando por la relación con los dioses, que se ocupe del papel del conocimiento en nuestra vida (¿necesitamos algo más que conocimientos «útiles»?), y que incluso termine con una narración mítica sobre el juicio final, como ocurre en el Gorgias y la República. Lewis era un autor atento a la pregunta respecto de cómo debemos vivir, y así este mismo rango de preguntas se abren en su obra, permitiendo que en ese amplísimo sentido podamos escribir sobre «ética» y «política» en su pensamiento.

Ahora bien, Platón no sólo pregunta por la justicia. También se pregunta qué pasaría si un hombre cabalmente justo apareciera en esta tierra. Su respuesta es que sería «azotado y torturado, puesto en prisión, se le quemarán los ojos y, tras padecer toda clase de castigos, será empalado» (el equivalente persa de la crucifixión)[15]. Pero Lewis no sólo estaría de acuerdo con que esto pasaría, sino que es un autor cristiano, que cree por tanto que algo así de hecho pasó. En efecto, entre Platón y Lewis ha ocurrido algo demasiado significativo como para ser pasado por alto. Entremedio apareció el cristianismo, que no parece plantear la pregunta —o al menos la respuesta— «cómo debemos vivir» del mismo modo que los antiguos paganos. ¿Se nota en Lewis ese cambio? Sin duda se nota y veremos sus efectos en muchas partes de su pensamiento. Pero por otra parte, Lewis no es el tipo de autor que ve lo precristiano con los mismos ojos que lo postcristiano. Se asemejan, dice, tanto como una virgen y una viuda: ambas carecen de marido, pero es muy distinto estarlo esperando que haberlo perdido. De ahí se sigue —cree Lewis— que para que el hombre postcristiano se interese por el cristianismo, casi hay que partir por volverlo un pagano: hay que volver a una situación de expectación.

Hay un riesgo, por supuesto, cuando alguien tiene una imagen tan positiva del paganismo. El riesgo es que el cristianismo entre en su pensamiento, pero sólo en cierta área: que el cristianismo se haga cargo de lo «espiritual» —sea esto lo que sea— o que entre sólo como salvación, pero que no afecte el resto de nuestro modo de ver el mundo. Por decirlo en una palabra, que el cristianismo se haga cargo de lo sobrenatural, y la visión de mundo natural quede en manos del paganismo. Este tipo de dualismo, presente también entre quienes no son tan optimistas como Lewis respecto del paganismo, ha sido justamente denunciado por muchos pensadores cristianos de las últimas décadas. ¿Debemos situar a Lewis entre los justos objetos de tal denuncia? Creo que no, y podemos dejar que él mismo se defienda con las siguientes palabras: «Creo en el cristianismo tal como creo que ha salido el sol: no sólo porque lo veo, sino porque mediante él veo todo lo demás»[16]. Esto significa que el cristianismo está siempre presente en su pensamiento, pero no necesariamente como el objeto de su pensamiento, sino muchas veces como el lente mediante el cual mira los restantes objetos. Y es sobre todo a esos restantes objetos que dirigimos la mirada en este libro.

Lo dicho hasta aquí creo que se puede resumir de un modo muy sencillo: buscamos aquí dirigir la mirada a toda clase de temas, pero guiados por la pregunta respecto de cómo debemos vivir. Y el espíritu que nos anima en dicha búsqueda es un espíritu de moderación, pero que a la vez quiere situarse más allá de la mera sensatez. Así es como veremos a Lewis moviéndose entre progresismo y la crítica de la civilización, entre razón e imaginación, entre el protestantismo y el catolicismo, entre alta cultura y democracia de masas —pero nunca buscando un mero término medio, sino el máximo bien del hombre para la suprema gloria de Dios. Y así, sin más preámbulos, nos dirigimos en primer lugar a aquello en que Lewis está profesionalmente en casa: la crítica a la degradación del lenguaje.

[1] Lewis, C. S., The Pilgrim’s Regress. An Allegorical Apology for Christianity, Reason and Romanticism en The Collected Works of C. S. Lewis. Inspirational Press, Nueva York, 1996, p. 63.

[2] Lewis, C. S., Surprised by Joy. Fontana Books, Londres, 1960, p. 158. Mi cursiva.

[3] Ibid., p. 154.

[4] Ibid.

[5] Ibid., p. 85.

[6] Ibid., p. 154.

[7] Ibid., p. 182. Mi cursiva.

[8] Hooper, Walter (ed.), Letters of C. S. Lewis. Collins, Londres, 1988, pp. 212-213.

[9] Lewis, C. S., The Weight of Glory and Other Addresses. Macmillan, Nueva York, 1965, p. 48.

[10] Lewis, Warren, «Memoir of C. S. Lewis», en Letters of C. S. Lewis. Collins, Londres, 1988, p. 26. El texto de estas novelas se ha publicado como Boxen. The Imaginary World of the Young C. S. Lewis. Harcourt Brace, San Diego, 1986.

[11] Platón, Gorgias 484c.

[12] Lewis, C. S., Surprised by Joy. Fontana Books, Londres, 1960, p. 111.

[13] Ibid., p. 162.

[14] Platón, Gorgias 521d.

[15] Platón, República 362a. Lewis alude indirectamente a este pasaje de Platón en Lewis, C. S., Reflections on the Psalms, Collins, Londres, 1998, p. 89.

[16] Lewis, C. S., The Weight of Glory and Other Addresses, Macmillan, Nueva York, 1965, p. 106.