Eternamente

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Eternamente

 

Serie Solo por ti vol.3

 

 

 

Angy Skay

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cual-quier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

 

© Angy Skay 2014

© Editorial LxL 2014

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

 

Primera edición: mayo 2019

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-943832-3-6

 

 

 

 

 

 

 

 

Quiero regalarte mi alma,

arropar tus sueños con amor,

iluminar como el sol tu mirada,

alejar de tu ser todo dolor,

ser el custodio de tu alegría

y morir al amarte cada día.

 

Para el hombre de mi vida.

 

Índice

 

Índice

Agradecimientos

1

2

Cinco meses después

3

4

5

6

7

Bryan

8

Annia

9

10

11

12

13

14

15

16

Bryan

17

Annia

18

Bryan

19

Annia

20

21

Bryan

22

Annia

23

24

25

Bryan

26

Annia

27

28

29

30

Dos semanas más tarde

Epílogo

Biografía de la autora

 

Agradecimientos

 

 

 

 

Estos agradecimientos los redactaré muy breves, puesto que todos sabéis el aprecio que os tengo por apoyarme a seguir en este camino.

A mi madre, Merche, porque la quiero más que a nadie en este mundo y porque siempre está a mi lado para mis nuevas locuras, sean cuales sean.

A mi hermana Patri, quien, aunque en este caso ha preferido mantener la incógnita, siempre está ayudándome, y sé que se llevará una enorme sorpresa al leer la última entrega.

A mi hijo Bryan, porque él es mi fuente de inspiración, y pronto lo será su hermano Eidan.

Por último, quiero agradecer a una persona que ha entrado en mi vida hace poquito pero a la que aprecio un montón, pues todos los días hablamos y se preocupa por mí y por mis estados de ánimo, sean catatónicos o no. R.Cherry, serás una gran escritora y llegarás muy alto.

Y, cómo no, a todas las provocadoras y provocadores que hay por el mundo. Porque sin vosotros esto no sería posible.

 

Angy Skay

 

 

 

1

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Preciosa…, simplemente es preciosa.

Tus ojos verdes llenan el vacío de mi corazón y provocan que lata por ti con fuerza. Tu figura esculpida logra que ansíe tu cuerpo cada segundo que pasa del día. La manera de ser que tienes y esa sonrisa que derrite hasta al hombre más frío de la tierra consiguen que pierda la cabeza.

Ojalá hubieras acabado en mi cama. No tendrías que haber puesto tantos impedimentos, y estoy seguro de que habrías disfrutado como jamás en tu vida.

Veo cómo te sonrojas, y sé que acabarás te blando debajo de mi cuerpo tarde o temprano. Porque sé que una parte de ti lo desea tanto como yo.

Ahora acabas de decirle a ese capullo que vas a casarte con él… Qué pena. No sabes ni siquiera con quién te acuestas. No tienes ni la menor idea de con quién compartes tu vida, esa vida que piensas que es perfecta. Pero no, tesoro. No es perfecta. Está llena de manchas negras. Piensas que tu pasado es lo peor. Sin embargo, no tienes ni idea de quién es Bryan Summers. Pobre de ti.

Te has vuelto mi obsesión, una obsesión irremediable, y lo mejor de todo es que sé que acabarás en mis brazos.

No voy a consentir que te quedes con él, princesa. Tenlo claro.

Cueste lo que cueste.

Tengo muchos planes para ti, amor.

 

2

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cinco meses después

 

Suspiro con fuerza.      

El sonido de las olas rompiendo en la orilla inunda mis oídos de manera relajante. Contemplo el hermoso paisaje que tengo ante mis ojos mientras muevo mis manos de un lado a otro y mis brazos acarician el agua de la piscina.

Necesito relajarme…

Y aquí estoy, en una bonita casa y en una estupenda piscina frente al mar. Eso sí, dándole vueltas a todos los acontecimientos que me han ocurrido desde que mi vida está unida a Bryan. ¿Por qué todo es tan complicado? ¿Por qué no podemos ser una pareja como cualquiera? Solo quiero una vida normal. Pero no, nada de lo que hay a mi alrededor es normal.

La boda. ¡Ay, la boda! Ese es otro tema. Es un completo caos, y solo faltan tres semanas para el gran día.

Nada está saliendo como debería. Todo se desmorona por momentos: los músicos nos dejan en la estacada, la floristería cierra por motivos personales, el restaurante nos cambia la fecha prevista… ¡Un desastre!

Y Bryan, ese hombre, mi hombre, me tiene loca perdida. Se ha emperrado en hacerlo todo deprisa y corriendo, y a la vista está que las prisas no son buenas consejeras.

Brenda y Ulises han venido desde Málaga para ayudarme a organizarlo y, aun así, nada sale bien. Lo cierto es que necesito apoyo. En algunos momentos me siento muy sola. Nina y John están muy liados. Han comprado una nueva casa y están en plena mudanza. Además, mi sobrina ya ha nacido y tienen que organizarse. Les dije que íbamos a ayudarlos con todo, pero se negaron. Ambos le aconsejaron a Bryan que nos fuésemos lejos unos días. Finalmente, así lo hicimos. Nos hemos venido con nuestras pequeñas, así como con Brenda y Ulises.

Todavía recuerdo el día que Nina dio a luz. Pensé que la perdía…

Ese día me hizo creer que sí existía un Dios, ya que escuchó mis plegarias y mis súplicas. Fue todo un constante terror para mí y para los que estuvimos a su lado.

Estaba en el trabajo y me llamó un número que no conocía. Cuando lo descolgué, era John, desde el hospital.

—¿Diga?

—¿Any? Por favor, necesito que vengas corriendo al hospital. Nina… Nina…

Me extrañé y me asusté tanto que empecé a desesperarme.

—¿Qué le pasa a mi hermana? —le pregunté alterada.

—Se ha puesto de parto, Any, y… es que…, es que…

Al verlo tan nervioso, le chillé sin pretenderlo:

—¡¿Qué demonios ocurre, John?! ¡Por el amor de Dios!

—Any, ven, por favor. Ven corriendo.

Y colgó.

Mi mundo se volvió oscuro y frío. ¿Qué estaba sucediendo? No lo sabía.

Enseguida llamé a Bryan, quien no dudó ni por un instante en acompañarme. Llegamos al hospital y el doctor que nos atendió nos lo explicó. John estaba tan nervioso que era incapaz de dejar de llorar y de andar de un lado a otro.

Mi hermana había perdido mucha sangre. Se le había complicado el parto de manera brutal y, finalmente, tuvieron que hacerle una cesárea de urgencia. Sacaron a John de la habitación cuando comprobaron que las constantes vitales de mi hermana bajaban de manera descontrolada. Tuvieron que reanimarla, y casi se muere.

Estuvimos horas y horas en el hospital mientras Nina se debatía entre la vida y la muerte. Cogimos al bebé, que, al final, resultó ser una niña de ojos verdes con la tez morena como su padre.

Preciosa. Esa era la única palabra que la describía. Un ángel.

Me dirigí a mi cuñado, el cual parecía a punto de morir del sufrimiento. Yo no estaba para menos, pero alguien tenía que intentar calmar el ambiente.

—John. —Le toqué el brazo de manera cariñosa y él se giró para mirarme con sus bonitos ojos encharcados de lágrimas. Se abrazó a mí con fuerza y le correspondí—. Tranquilo, todo saldrá bien. Nina es una luchadora.

—Ojalá, porque sin ella no sería capaz de vivir, Any.

Nos miramos a los ojos un instante y unas lágrimas surcaron mi rostro hasta llegar a mis labios.

—Estoy muy orgullosa de que te hayas cruzado en su camino. Se merece tener a alguien como tú a su lado.

Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa y, a continuación, lo que me reveló me dejó tan sorprendida que jamás lo habría imaginado:

—¿Sabes qué? Nunca se lo he dicho, pero, incluso cuando se casó con Norbert, yo la amaba más que a nada en el mundo. He sufrido mucho por ella, Any. No lo sabe, nunca se lo he dicho. Siempre la observaba y seguía sus pasos. Parecía un loco detrás de ella, pero algo no me dejaba separarme de donde estuviese. —Mi cara era un poema—. El trabajo aquí, en Londres, lo solicité yo. Lo hice para estar a su lado. Incluso, cuando me enteré de lo de Norbert, estuve muy cerca de ella, pero jamás me vio. A partir de ahí, siempre intenté coincidir en el autobús, en el metro, en su trabajo… Pero no se acordaba de mí.

—No tenía ni idea, pero si hiciste algo así, creo que deberías contárselo, porque es muy bonito, John.

Él sonrió ligeramente.

—No dudes que lo haré.

—¿Cómo conseguiste que se acordara de ti? —le pregunté, realmente interesada.

—Un día, en el autobús, decidí que era ahora o nunca y, sin más, me acerqué a ella. Y hasta el día de hoy la enamoré segundo a segundo, como se merece.

Mis ojos, llenos de lágrimas, lo miraban asintiendo a todo lo que me decía. Qué bonito es el amor cuando llega. Y sí, en algo llevaba razón John: se lo merecía; eso y mucho más.

En ese momento, el doctor nos llamó y, a toda prisa, decidimos dejar la conversación para otro momento. Según nos acercábamos, nuestros nervios florecían más y más, hasta que nos dijo que se encontraba bien y pudimos soltar todo el aire que teníamos contenido en nuestros pulmones. Nos abrazamos y nos besamos los unos a los otros, llenos de completa alegría. ¡Menos mal! Mi hermana es la única familia que me queda, por lo que no soportaría perderla, y gracias a Dios que todo quedó en un mal recuerdo. Aunque, a veces, no puedo evitar que un dolor inmenso me llene el corazón al pensar que el desenlace podría haber sido el contrario.

Luego está el tema de Jim… Este es otro cantar.

Estaba muy equivocada. Pensaba que era una persona transparente, pero me he dado cuenta de que no es así. No he vuelto a saber nada de él, aunque, no sé por qué, intuyo que me queda poco para tener noticias suyas. El beso que me dio en la puerta de mi casa ocasionó que un amargo sabor se quedara en mis labios y en mi pensamiento. No sé qué le rondará por la cabeza, pero es algo que no estoy dispuesta a consentir. Era el cliente perfecto, sin embargo, el supuesto príncipe azul ha resultado ser un sapo, y no un sapo cualquiera. Tendré que mantener mucho más las distancias, y siempre que esté en el trabajo, intentaré tener a alguien conmigo para evitar quedarme a solas con él.

Por último, está Mikel… ¿Qué habrá pasado con él? Para evitar una discusión, no me he atrevido a preguntarle a Bryan. No es que sea una desagradecida, ya que él me salvó la vida. De lo contrario, seguramente estaría muerta. Siempre se lo agradeceré.

No obstante, es el hombre con el que estoy compartiendo mi vida, y me gustaría saber el porqué de muchas cosas. ¿Qué hacía con una pistola? Y lo peor de todo…, ¿le pegas dos tiros a alguien sin más y sin importarte qué pueda pasar después? Si alguna vez se nos va de las manos alguna discusión, ¿podría correr yo esa misma suerte?

No es que lo piense, claro que no, y creo que no sería capaz. Pero siempre correrá la duda por mi cabeza.

Una persona normal puede perder los papeles y matar a su contrincante dándole un mal golpe en la cabeza, incluso de muchas maneras diferentes. Pero él… llevaba una jodida pistola como si nada. Y, por la serenidad que desprendía, parecía estar acostumbrado. Me atemoriza el simple hecho de pensarlo. ¿Habrá matado a alguien más? No quiero ni plantearme las posibilidades que puede conllevar hacerle esa pregunta.

Me tomé la libertad de contratar a un investigador privado hace cuatro meses. Me asusté. Y no precisamente por lo que encontré, porque no encontré nada sobre Bryan, ni una analítica siquiera. Eso fue lo que más me llamó la atención. Es como si él no existiera, lo cual atrajo más mis dudas. Si no existes, ¿quién eres? Eres una persona reconocida en Londres, pero si te investigan, no sale nada sobre ti. Solo datos mínimos, como el nombre propio y el de la empresa; algo muy extraño.

Bryan estuvo explicándome claramente —o al menos eso creo— el tema de la seguridad en la casa. Los dos gorilas, como yo los llamo, son sus trabajadores. Lo que no llego a comprender es el cometido que tienen en su empresa. Quizá sean sus guardaespaldas, aunque nunca lo he visto llevar a nadie. Ya he podido ponerles nombre. Sé que uno de ellos se llama Eduardo y el otro Liam.

Por lo que me ha contado Bryan, Liam es su hombre de confianza. Es como si Max fuese su mano derecha y Liam la izquierda. Nunca lo había mencionado, y creo que después de ver los desplantes que le hacía cada dos por tres a ambos, decidió contármelo todo.

Cuando ocurrió lo de las niñas, Bryan se tomó al pie de la letra la amenaza de esos mensajes y, acto seguido, puso todo patas arriba para garantizar nuestra seguridad. No he vuelto a recibir nada más desde entonces, y es algo que me tranquiliza, pero siempre hay alguien al lado de mis hijas cuando Bryan y yo no estamos. Como aquella vez que coincidimos los dos en Sevilla. Yo estaba allí por trabajo, y sé que mis hijas se quedaron en buenas manos con Giselle, Nina, John y los de seguridad. Estoy segura de que no podría haberles pasado nada.

Otra pregunta que florece en mi cabeza es qué hacía Bryan en Sevilla. Negocios, según él. Sí, pero ¿qué tipo de negocios?

Dudas, dudas y más dudas me consumen día a día.

Está claro cuál es el problema de esta relación. Por mucho que no queramos aceptarlo, hemos ido demasiado rápido como para detenernos a pensar en la cantidad de sucesos que nos han ocurrido desde que nos conocemos. Si analizamos las cosas buenas y las malas, son muchas más las buenas, está claro, puesto que el hecho de ser padres es la mejor alegría que nadie podría tener en la vida. Pero si pensamos en las malas, la balanza estaría muy igualada.

Esto no se quedará así, dado que mi cabezonería puede con todo. Y sé que, aunque sea tarde, averiguaré quién eres, Bryan Summers.

Yo saqué a la luz todo mi pasado, pensando que mi vida era lo peor para él y que me repudiaría por ello. Pero no, él lo sabía. Y ya me quedó bastante claro que la artífice de que la carpeta llegara a manos de Bryan fue ni más ni menos que Abigail Dawson, cómo no.

Esa es otra.

Si alguna vez vuelve a toparse en mi camino o me entero de que tuvo algo que ver con los mensajes que me mandaron, juro que me las pagará, y de la manera más cara que pueda, porque me tomaré la justicia por mi propia mano.

Y Max, ese hombre al que ya considero un amigo… Pero ¿amigo fiel? La respuesta es no. No llego a entender por qué protege tanto a Bryan. Recuerdo la conversación que tuvimos cuando se enteró de que contraté a un detective privado para investigar a Bryan. La reacción no podría haber sido peor. Ni la situación. No pensaba contárselo, pero me pilló de pleno. Lo recuerdo a la perfección.

Estaba en el aparcamiento de mi trabajo. Allí es donde solía ver a mi detective, como yo lo llamaba. Yo le pagaba y él me daba fotos e informes que destruía en cuanto salía del garaje para que Bryan no los viera. El último día que lo vi, pues no hubo manera de encontrar nada relevante como para continuar con la investigación, le entregaba un sobre con dinero en el preciso instante en el que entraba Max al garaje como un toro mientras yo le sonreía agradecida al hombre.

—Muchas gracias por sus servicios, aunque he de decir que no han servido para nada. Entiendo que no ha sido su culpa.

—El placer ha sido mío, señorita A…

¡Pum! Puñetazo en toda la boca y detective al suelo.

Me giré levemente para ver de quién se trataba. Cuando vi que era Max, desencajado, casi me dio un vuelco el corazón.

—Pero ¡¿qué haces?! —le chillé.

—¡¿Qué haces tú con este?! —me gritó cerca de la cara.

—Pues…, pues…

—¡¿Pues qué?! —Me miraba colérico, esperando una respuesta.

Tras ayudar a levantarse al pobre detective, que había caído desplomado al suelo, miré a Max. Sabía que me echaría una bronca de tres pares de narices, y así fue.

—Max, este es José, un detective privado. Estaba… —pensé mi respuesta mientras Max me escrutaba con la mirada. Sería una tontería engañarlo— pagándole sus servicios.

—¿Sus servicios… para qué? —me preguntó, arqueando una ceja.

Por un extraño motivo, bajé la mirada, avergonzada. Pero enseguida la levanté, porque no estaba haciendo nada malo.

—Quería saber quién era Bryan, aunque ha sido en vano.

Max movió la cabeza enérgicamente de arriba abajo, con cara de pocos amigos.

—Entiendo… Váyase de aquí antes de que le deje sin un diente en la boca. ¡Ya!

El pobre detective no rechistó; se montó en su coche y se marchó a toda prisa.

No sabía dónde meterme.

Max empezó a dar vueltas de un lado a otro por el aparcamiento de la empresa. Lo escuché respirar con fuerza. Para ser más exactos, escuché hasta el latir de su corazón.

—Vamos a ver, Any…

Lo interrumpí antes de que empezara a hablar:

—No eres mi padre para decirme lo que debo o no hacer.

Al ver las malas maneras en las que se lo decía, se juntó a mí y se quedó a la altura de mi rostro, mirándome de manera intimidatoria. Alcé mi cabeza para mirarlo a los ojos, y en ellos solo había chispas.

—Claro que no soy tu padre, pero veo las consecuencias de lo que haces; consecuencias que tú ignoras por completo.

Enarqué una ceja y lo miré con más intensidad.

—¡Ah, ¿sí?! Y, según tú, ¿qué es lo que ignoro?

—Muchas cosas de las que no tienes ni puta idea, y con esto, solo lo empeoras todo.

Ya estaba empezando a desesperarme.

—Habla claro, Max. ¿Qué se supone que empeoro?

—Te he dicho muchas veces que cuando Bryan esté preparado, te contará lo que quieras saber. ¿Por qué sigues indagando?

—¡Necesito respuestas! Respuestas que él no me da, que nadie me da. —Resopló y se pasó una mano por el pelo, impaciente, al ver mi comportamiento—. ¿Qué pasa, Max? ¿Te altero? Pues esto solo es el principio, porque pienso enterarme de quién es Bryan Summers, cueste lo que cueste. Ni tú ni nadie va a impedírmelo —le dije, señalándolo con el dedo—. Ahora, si quieres —continué con aires de chulería—, puedes irle con el cuento a tu fiel amigo.

Entonces pasó algo que jamás me habría imaginado. Al darme la vuelta para ir hacia mi coche, Max me detuvo. Me cogió por los hombros y, zarandeándome, me chilló como nunca:

—¡No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo! ¿Quién cojones te crees que eres para indagar en su vida de esa manera? ¡¿Quién?! Si él decide contarte sus cosas, lo hará. Si no, créeme, es mucho mejor para ti. ¡Eres una necia!

A cada palabra que iba diciendo, yo abría los ojos más y más, hasta llegar a un punto en el que comenzaron a escocerme. Jamás lo había visto así. ¿Este era el verdadero Max? ¿Dónde estaba su lado cariñoso y pasional?

Me quedé helada, con la mirada fija en él. Enseguida se me escapó una lágrima, y él, asustado, me miró. Creo que en ese momento entró en sí y se dio cuenta de que había perdido los papeles. Y no con cualquiera, sino conmigo.

Cuando te apoyas tanto en una persona como yo lo hacía en Max, duele —y mucho— encontrarte con que no es como lo esperabas. Pero, claro, es lo mismo de siempre… Nada es como lo esperamos.

Max me soltó de inmediato y miró mis hombros marcados por la presión de sus dedos. Sus ojos se abrieron más que los míos al darse cuenta de lo que había hecho, al ver cómo me había hablado.

Retrocedí un paso.

—Any… —Elevé una mano en el aire para que no continuara, pero él no se dio por vencido—: Escúchame, lo siento. No sé qué me ha pasado… Por favor, espera —me suplicó.

Sin mirar atrás, me metí en el coche y salí echando humo del aparcamiento de mi empresa, dejando a Max de pie y observando cómo me alejaba.

Desde ese día, o sea, desde hace un mes, he intentado evitarlo por todos los medios, y hasta el día de hoy lo he conseguido. Todavía no me veo capacitada para hablar con él.

Sé que Bryan se ha dado cuenta de lo que ocurre. Estoy segura de que Max se lo ha contado, aunque él no me haya dicho nada. Pero yo no soy tonta; lo sé.

A pesar de todo lo malo, siempre hay algo que me hace sonreír día a día: mis adorables hijas Lucy y Natacha, mis dos luceros. Crecen tan rápido que a veces me asusta. No quiero que se separen de mí jamás. Son mi día y mi noche y, sobre todo, mis ganas de seguir adelante. Mis dos pequeñas tienen ya casi un año. Parece que fue ayer cuando las tuve. Cada día están más espabiladas. Son una ricura y se portan estupendamente. Andrea, como siempre, nos ayuda en todo lo que puede, sobre todo ahora, que tenemos más trabajo en la oficina y debo de estar más tiempo fuera de casa.

Hablé con Richard y, en vez de dejar de trabajar por completo como Bryan quería, redujimos unas cuantas horas de jornada. Me da tiempo suficiente para hacer todos mis proyectos y poder disfrutar de mi familia.

Bryan, últimamente, está mucho tiempo trabajando, así que lo veo a duras penas. Aunque intento aprovecharlo al máximo, siempre hay algo que me dice que esté alerta.

—¿Qué estás ocultando, Bryan? —murmuro mientras continúo sumergida en la piscina, relajándome. Hay veces que pienso que me tiro más tiempo en el agua que en mi propia cama.

Noto cómo alguien entra y, seguidamente, me pone una mano en la cintura.

Y aquí está el hombre de mis más profundos pensamientos y dudas.

—Hola… —Besa mi hombro. Me giro y cojo su cara con mis manos para darle un apasionado y largo beso—. ¡Vaya, qué buen recibimiento! —Asiento—. Pero, a pesar de esta magnífica acogida, veo que alguien está dándole vueltas a algo aquí. —Me señala la cabeza. Me mira con admiración, aunque también con cara de «Sé que ocultas algo»—. ¿Es por Max?

Decido que si le digo que sí dejará de preguntarme, pero también sé que creará otra duda más. Realmente, estoy harta de guardarme todo para mí.

—Sí —me limito a decir. Asiente; lo sabe—. Sabes por qué estamos así, ¿no es cierto?

Me observa durante un momento, y creo que está a punto de mentirme, pero no lo hace:

—Sí. —Ahora es él quien me mira como diciendo «Sé más que tú». Lógico…

—¿Y bien? ¿No piensas decirme nada?

Apoya su frente en la mía y suspira levemente.

—¿Qué quieres que te diga? Tú debes saber valorar tus actos y lo que haces.

Me separo de él, dándole un suave empujón hacia atrás.

—Sé perfectamente por qué lo he hecho. Quizá sea porque es la única manera de saber lo que tú te niegas a contarme. —Lo miro desafiante.

Coge uno de mis brazos y tira de mí para acercarme a él.

—¿Has encontrado algo relevante? —Niego con la cabeza—. No tienes que preocuparte de nada. Son cosas de mi pasado y, créeme, es mejor que se queden en el pasado. Ya no tiene importancia —me asegura, pegado a mi boca.

—Tú conoces el mío de pies a cabeza. Tú y medio mundo —refunfuño.

—Any, déjalo estar, no merece la pena.

Roza sus labios con los míos; ya está intentando desviar el tema.

—Bryan…

—Mmm… —murmura sin despegarse de mi cuello.

Agarra mis nalgas y las estruja, elevándome. Enrosco mis piernas alrededor de su cintura y me restriego un poco contra él. Gime pegado a mi oreja cuando noto en mi muslo su enorme erección lista para entrar en acción. Mete su mano derecha hábilmente por la parte baja de mi bikini y la posa en mi sexo. Arqueo mi espalda cuando aprieta mi clítoris, provocando que nos movamos hacia delante y que perdamos un poco el equilibrio.

—¿Quieres hacer el favor de ser más disimulada?

Encima se guasea de mí.

¿Quieres hacer el favor de ser menos atrevido?

Me mira como si estuviera enfadado. Pero no lo está; solo quiere parecerlo. Levanta una de las comisuras de sus labios, gesto que me dice que va a reírse. Sin embargo, mi cara cambia cuando noto su ancha cabeza en la entrada de mi sexo.

—No me perdería por nada del mundo tus caras, nena.

—Eres un degenerado.

—Y tú una provocadora.

Mi vista se separa de los bonitos ojos de mi adonis y me encuentro con el otro adonis al que llevo evitando un mes a los pies de la piscina y con los brazos cruzados en el pecho. ¿Qué hace aquí?

 

 

 

 

 

3

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—Ejem…

Ese ruidito sale de la garganta de Max para indicarnos claramente que está ahí. Me separo un poco de Bryan. Él levanta la cabeza, pero no se mueve del sitio.

—¡Ey! —lo saluda efusivamente Bryan. Sin embargo, al ver la cara que trae el otro, arruga el entrecejo—. ¿Qué ocurre, Max?

Max me mira a mí, luego a Bryan, y dice con seriedad:

—Hola, Bryan. Tenemos que hablar. Es urgente.

Se da la vuelta en dirección a la casa y yo me quedo atónita en la piscina. «¿Hola, Bryan?». Creo que la decepción es palpable en mi rostro. Bryan me mira, entendiendo mi cara y mi malestar. Se separa de mí un poco y me recoloca la parte baja del bikini. Él hace lo propio y me da un beso.

—Deberíais hablar. No es bueno para nadie que estéis así.

—Yo no tengo nada que hablar con él —le digo enfadada.

—Me parece que sí, amor —insiste, dándome otro beso, ahora en la mejilla, y sale de la piscina.

Cuando va subiendo las amplias escaleras, por un momento me permito olvidarme de todo y ver a la perfección las líneas de su espalda. ¡Jesús! Su musculatura es irresistible. Sus músculos se definen tan duros como el acero, y la vista que tengo desde mi posición no podría ser mejor. Gozaría lamiéndole la espalda desde el cuello hasta el coxis cien mil veces.

Parece que me lee el pensamiento, pues gira la cabeza, me mira y sonríe, ocasionando que todos los músculos de mi cuerpo se contraigan, especialmente los de mi parte baja.

—¿Debería pensar en voz alta, señor Summers? —le pregunto pícara.

—No estaría mal, pero le quitaría la gracia.

—¿Y eso por qué? —Arqueo una ceja, temiéndome la respuesta.

—Me gusta ver la cara que pones cuando te pillo en medio de pensamientos… De esos que nos gustan a ambos.

Enarco más la ceja, si es posible, y él vuelve a sonreír, pero esta vez se ríe con ganas. Se marcha negando con la cabeza y con un gran bulto en medio de las piernas.

—Esto —señala su paquete— es por tu culpa. Ya hablaremos después…

Le sonrío como una niña buena y salgo de la piscina. Me seco el pelo, me pongo un vestido largo, cojo a las dos pequeñas, que están en el parque cuna, y me voy a buscar a Brenda.

—¿Brenda? —la llamo desde la habitación.

Al ver que no me contesta, decido entrar para llamarla por si está durmiendo, pero cuando accedo, tengo que taparme los ojos deprisa.

—Lo siento, lo siento —me disculpo.

—¡Any, joder! —grita Ulises del susto.

Brenda se incorpora ipso facto de la cama y empieza a reírse como una descosida.

—Brenda, venía a decirte que voy a ir con las niñas a la playa a dar un paseo. ¿Quieres venir?

En medio de un ataque de risa, consigue contestarme:

—Cla…, claro.

—Bien, te espero abajo. Lo siento de nuevo, Ulises.

—Tampoco ha sido tan grave —me contesta como si nada.

Negando con la cabeza por mis pensamientos, desciendo las escaleras. Brenda tenía razón: está bien dotado el amigo. Me río como una tonta.

Cuando llego abajo, giro a la derecha para coger a las niñas, que las he dejado un segundo en el salón, y me estrello contra Max justo cuando sale de una de las habitaciones de la casa. Me separo de él poniendo mis manos en sus hombros para recuperarme del golpe que acabo de darme.

—¿Estás bien? —me pregunta más frío que el hielo.

—¿Te importa? —le contesto sarcástica.

Me mira. Yo le devuelvo la mirada sin amilanarme, pero no contesta. Simplemente, me esquiva por el lateral y se marcha. ¡Esto es increíble! Me quedo con cara de estúpida en medio del pasillo. Al fondo, veo a Bryan asomado por una de las puertas. Niega, y al ver el estado en el que me he quedado, se dirige hacia mí.

—¿Estás bien, nena? —me pregunta, y me da un beso.

—¿Desde cuándo Max es tan imbécil?

—No es imbécil. Solo está cabreado.

—Claro… —murmuro desganada—. Me voy con Brenda y las niñas a la playa a dar un paseo. Ahora volveré. ¿Qué hacía aquí?

—Ha venido a entregarme unos papeles.

—¿Va a quedarse?

Estamos muy lejos de casa, así que dudo que se marche.

—No, no ha querido. Ya se lo he dicho.

Me marcho con los ojos brillantes. Pero no pienso llorar; él se lo ha buscado. Yo no estoy comportándome de manera infantil. Él fue el que se pasó tres pueblos conmigo. Si quiere algo, que venga a decírmelo.

Cojo a las pequeñas y salgo a la entrada de la casa para esperar a que llegue Brenda. Veo cómo Max se sube en su coche y sale disparado. No sé qué hará aquí o qué será tan importante, pero algo grave debe ser cuando se ha pegado este viaje para venir. Tendré que enterarme, y sé cómo voy a hacerlo.

Paseamos por la playa que tengo frente a la casa en la que estamos. Es de arena blanca y fina. Tenemos muchos kilómetros de playa privada que corresponden a la finca. Todo un paraíso. Ponemos una toalla sobre la arena, tanto para las pequeñas como para nosotras, y nos sentamos.

—¿Estás bien? —me pregunta Brenda.

—No lo sé. Creo que están escapándoseme muchas cosas.

—¿Has averiguado algo más?

Asiento. Estoy harta de hacer averiguaciones sobre la vida de Bryan. Aunque él me haya dicho que pertenece a su pasado, ¿tan malo es para no compartirlo?

—¿Y bien? —inquiere.

—Es poco, pero me sirve. Sé que la llave que me entregó Anthony es de un pariente suyo y que corresponde a una casa. Pero no sé dónde está siquiera. Es un puto rompecabezas, Brenda.

—¿Y qué hay de lo otro?

—Un pen drive.

Brenda me mira sin entender nada. Está hablándome de lo que había detrás de la chimenea; lo que parecía más misterioso de todo, a fin de cuentas. Esta familia y sus secretos…

—¿Cómo dices? —me pregunta asombrada.

—Sí, así me quedé yo. Lo que había detrás de la chimenea de Anthony era un pen drive.

—¿Qué hay dentro?

—No lo sé. No sé siquiera si estoy preparada para verlo.

Me quedo unos instantes mirando el mar. Pienso, le doy vueltas a todo una y otra vez. Mi rompecabezas no termina de encajar, y tengo un descontrol mental que no me deja ni dormir. Le cuento que hoy ha venido Max, que necesito que me ayuden una vez más para despistar a Bryan, para llevar a cabo mi plan.

—Claro que sí. Sabes que puedes contar con nosotros para lo que quieras. Y cambiando un poco de tema, ¿qué te ha parecido Ulises?

—Lo he pasado mal… ¡No te rías!

—Any, ¡por Dios! Si lo conoces desde antes que yo.

—¿Y qué? Eso no me da derecho a tener que conocer todas las partes de su cuerpo.

—Entonces, ¿qué? —insiste, realmente interesada.

—¡Oh, Brenda! ¡Venga ya! ¿De verdad quieres que te lo diga?

—A mí me gustaría saberlo.

Nos quedamos las dos en absoluto silencio y, cuando giramos la cabeza, ahí está el hombre del que hablamos: Ulises. Las dos estallamos en una carcajada mundial. Ulises se sienta en la arena y coge a la pequeña Lucy en brazos de manera cariñosa. A Natacha, al momento, le da envidia y empieza a tocarle la pierna con su pequeña manita. Todos nos quedamos con cara de bobos mirándola. Al final, Ulises termina cogiendo a una en cada brazo.

—¿Y bien? —Mi amigo nos saca a ambas de nuestros pensamientos.

—No está mal —le contesto, a sabiendas de su respuesta.

Brenda comienza a reírse de nuevo.

—¿Cómo que no está mal? —pregunta molesto, pero en el fondo sé que no lo está.

Él mismo empieza a reírse; se lo tiene bien creído el tío. Se nos pasa la risa cuando Ulises suelta:

—Any, llevo un tiempo sin hablar cercanamente contigo, y la verdad es que lo echo de menos. Sabes que te quiero, y quiero a estas dos niñas tan preciosas que tienes, pero…

—Sigue sin gustarte —termino la frase.

Niega y mira a Brenda.

—No es eso. Bryan me cae bien; mejor dicho, al final ha conseguido caerme bien. Pero no me gusta verte así. Más que una persona normal, parece que eres de la CIA, y esto no puede seguir así. Creo que deberías ponerle las cartas sobre la mesa y que te diga lo que tenga que decirte. —Hace una pausa y suspira—. Tú hiciste lo que nadie jamás hubiese hecho nunca: le contaste toda tu vida a una cámara sabiendo que lo sabría medio mundo, y lo hiciste por él. Creo que lo mínimo es que él lo haga por ti.

—Lo sé, Ulises, pero no lo hace. Antes me dijo que era pasado y que ya no tenía que preocuparme. No sé si lo mejor es dejarlo estar…

—Haré por ti todo lo que me pidas, y lo sabes. Pero no puedes vivir así siempre: con las dudas, las preguntas sin respuesta… No, Any, eso no es vida para nadie. Tú también contaste tu pasado, te repito, por él.

Junto mis rodillas y apoyo mi cabeza en ellas. Pienso y pienso. Es lo único que hago últimamente. No sé qué hacer, pero la curiosidad, algunas veces —o casi siempre—, me puede. ¿Por qué no puede contármelo y ya está?

Mañana iré al cementerio a ponerle unas flores a mi madre. No estamos lejos de Cádiz, así que tardaré muy poco en llegar. Lo que no tengo claro aún es si iré sola o con Bryan.

A la hora de comer, como habíamos hablado, Ulises comienza con su plan para ayudarme a averiguar qué le ha traído Max a Bryan; tarea que parece no ser muy difícil.

—Bryan, ¿nos vamos a por esa botella de vino que hemos dicho?

—Claro, dame un segundo.

Se va escaleras arriba y, tras ponerse una camiseta para tapar ese escandaloso cuerpo que tiene, baja para irse con Ulises.

—No tardaré —me dice, dándome un beso en los labios y mirándome fijamente a los ojos.

Este hombre va siempre por delante de mí, y no sé por qué. Asiento como puedo. Me dirige una última mirada, pero no sin antes decirme:

—Recuerda: la curiosidad mató al gato.

Lo miro extrañada. Es imposible que haya escuchado mi conversación con Brenda y Ulises. No pierdo el tiempo en pensar. Quizá me lo ha dicho por la conversación que hemos tenido en la piscina.

Me meto por la puerta en la que estaba él antes y, efectivamente, es una especie de despacho. La casa no es nuestra, es de alquiler, así que no la conozco a la perfección. Empiezo a rebuscar todo lo que pillo a mi paso: cajones, muebles, estanterías… Todo. Hasta que, por fin, encuentro una carpeta negra en el fondo de un cajón secreto de la mesa. La saco y me pongo a mirarla, pero no entiendo nada.

—¿Qué es Darks? ¿Y quién es Darek? —susurro.

En la carpeta aparece todo tipo de información: propiedades, vehículos, familiares… Es impresionante lo que pueden llegar a sacar de ti los investigadores. Claro que Bryan tendrá uno bueno, porque el que yo cogí para que investigara no sacó nada.

Sigo pasando las hojas y veo un montón de fotos del tal Darek de espaldas, sin camiseta, en una especie de casa vieja. Tiene pinta de ser otro país. Lleva una estrella diminuta tatuada en la espalda, en el lado derecho. Es apenas visible si no te fijas mucho, pero me quedo helada cuando veo la siguiente foto.

«¿Bryan es policía? ¿Es de los buenos?». Me atrevo a pensarlo durante un instante. Pero no puede ser. Los buenos no suelen ocultarse; los malos sí. No obstante, es muy precipitado sacar conclusiones todavía.

Tomo nota de la dirección de la empresa que, casualmente, está en Londres. En cuanto llegue, será lo primero que haga para averiguar quién es Darek. No viene apellido ni nada; algo extraño. Solo un nombre. Preguntaré por él. Seguro que alguien lo conocerá.

De pronto, la puerta se abre y me quedo muda.

¡Mierda!

—¡¿Tú otra vez?!

Cierro los ojos. ¡Mierda y más mierda! Guardo la carpeta donde estaba y me dirijo a la salida, no sin antes mirarlo de los pies a la cabeza.

—Yo no tengo que darte explicaciones a ti. —Me sujeta del brazo, pero me suelto de malas formas—. ¿Qué vas a hacer, Max? ¿Vas a zarandearme otra vez o vas a ir corriendo a decírselo a tu amigo?

—Mi amigo sabía esto antes de salir por esa puerta —me asegura, señalando la entrada.

Me quedo petrificada. No es una pregunta; es una afirmación. ¿Son brujos?

—Pues explicaciones que te ahorras —le digo sin darle importancia.

Nos quedamos un rato mirándonos. Finalmente, lo fulmino con una última mirada cargada de arrogancia y salgo del despacho. ¡No pienso ceder!

Cuando llego a la entrada, Bryan está aparcando el coche. Se baja de él junto con Ulises. Me resulta raro verlo sin traje. Desde que vinimos aquí hace dos semanas, está todos los días con ropa deportiva, y la verdad es que le sienta fenomenal.

Oigo cómo Max respira detrás de mí aceleradamente.

—¿Por qué te empeñas en darle tantas vueltas a todo? —me pregunta de malas maneras.

—Porque me da la real gana.

Me giro para mirarlo a los ojos a la vez que entrecierro los míos un poco para darle más énfasis a mis palabras. Max me lapida con la mirada, se da la vuelta y se marcha sin decirme nada más. Eso sí, estoy segura de que está a punto de echar fuego por la boca.

La comida transcurre bastante bien, excepto por las miraditas que Max y yo nos lanzamos de vez en cuando. Antes de que ocurriera todo este jaleo con él, decidimos que sería quien me acompañara al altar el día de la boda, pero como sigamos así, no sé con qué cara vamos a ir.

Me habría gustado que fuese Anthony quien lo hiciese, pero Bryan me dijo que no lo pusiera en ese aprieto, puesto que se encuentra peor que antes. Tememos que el día llegue antes de la boda, y por eso precisamente queríamos celebrarla con premura. Sobre todo, Bryan. Está muy preocupado, pero sabemos de sobra que no está en nuestra mano; será lo que el destino le depare.

Salgo de mis pensamientos y regreso a la tierra cuando escucho a Bryan hablar:

—Ejem… —carraspea incómodo—. ¿Queréis más vino?

—No —le contestamos Max y yo a la vez.

Ambos nos miramos como verdaderos rivales y, de reojo, me doy cuenta de cómo Brenda abre más los ojos. Ulises se recoloca la servilleta y Bryan se queda con la botella suspendida en el aire. Menudo panorama.

—Vale, perdonad por la ofensa —contesta con ironía.

Los dos hemos saltado de una manera mordaz y hemos hecho que toda la mesa nos observe.

—Lo siento, no pretendía ser tan brusco —se disculpa enseguida Max.

—Ni yo —lo sigo, un poco avergonzada.

—No importa —continúa Bryan, y deposita la botella en la mesa—. A más tocamos, pero podríais relajaros un poco.

Max me mira y yo a él, pero de manera asesina. Creo que no me reconozco ni yo.

—Yo no he empezado. Max está un poco alterado últimamente. —Hago una mueca.

—No estaría tan alterado si no me alterases tú.

Abro los ojos con desmesura. No ha dicho lo que acaba de decir, ¿o sí? Ulises se atraganta y Brenda empieza a darle golpes en la espalda.

Bryan levanta una ceja.

—¿Estás bien, Ulises? —le pregunta.

—Sí, gracias —contesta, recuperándose.

—Bueno, a lo que iba. ¿Por qué te altera ella? Ya que estamos, vamos a intentar aclararlo.

Lo miro. Me mira.

No hablamos ninguno, y por inercia contemplo mi plato. Max se mete un trozo de carne en la boca e intenta evitar la pregunta.

—¿Y bien? —insiste Bryan.

Max vuelve a mirarme y yo levanto mis ojos; ojos que no dicen nada. Si Bryan ya está al tanto de que le puse un investigador privado y supuestamente sabía que iba a registrar su despacho, ¿por qué está cubriéndome?, ¿por qué le ha contado una milonga? No lo entiendo. Me limito a no responder.

—Da igual. Ya lo aclararemos en otro momento. Disfrutad de la cena, no vaya a ser que a alguien le siente mal. —Y me mira mí.

Esto no es una indirecta, sino una directa con señales luminosas. Terminamos de cenar y todo el mundo se va a sus respectivas habitaciones. Me dirijo a la cocina para beberme un vaso de agua y no se me ocurre ni encender la luz, hasta que veo la puerta del frigorífico abierta y doy un brinco del susto. A continuación, escucho como si apretaran una especie de espray y miro por la otra esquina. ¿Qué coño es eso? Veo a Bryan al lado de la nevera… ¡zampándose un bote de nata!

—¡Joder, qué susto!

Se asusta también; casi se ahoga con la nata que lleva en la boca. Le doy un vaso de agua, gesto que me agradece con la mirada cuando empieza a toser como un descosido. No puedo aguantar más y me río como una loca. Sin embargo, como si un bofetón me hubiese atravesado la cara, la risa se me borra cuando escucho a Max hablar: