9788498976922.jpg

Félix Azara

Diario
de un reconocimiento
de las guardias y fortines que guarnecen la línea
de frontera de Buenos Aires para ensancharla

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9897-693-9.

ISBN ebook: 978-84-9897-692-2.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Proemio al diario de Azara 9

Oficio del señor don Pedro Melo de Portugal, virrey de Buenos Aires 13

Jueves 17 de marzo de 1796 18

Viernes 18 19

Sábado 19 19

Domingo 20 19

Lunes 21 19

Martes 22 19

Día 22 21

Día 23 21

Jueves 24 21

Viernes Santo, 25 22

Sábado 26 22

Domingo 27 23

Lunes 28 24

Martes 29 24

Miércoles 30 26

Jueves 31 26

Viernes 1.º de abril 28

Sábado 2 28

Domingo 3 31

Martes 5 31

Miércoles 6 32

Jueves 7 33

Viernes 8 33

Sábado 9 34

Domingo 10 35

Lunes 11 36

Martes 12 37

Miércoles 13 38

Jueves 14 40

Viernes 15 41

Domingo 17 42

Lunes 18 42

Martes 19 43

Miércoles 20 44

Jueves 21 44

Viernes 22 45

Sábado 23 46

Domingo 24 46

Oficio de don Félix de Azara al virrey al regreso de su comisión 47

Libros a la carta 67

Brevísima presentación

La vida

Félix de Azara, 18 de mayo de 1742 (Barbuñales, Huesca)-1821. (España.)

Fue militar, ingeniero, explorador, cartógrafo, antropólogo y naturalista.

Estudió en la Universidad de Huesca y en la Academia militar de Barcelona dónde se graduó en 1764. Sirvió en el regimiento de infantería de Galicia y obtuvo el grado de lugarteniente en 1775. Siendo herido en la guerra de Argel, sobrevivió de milagro.

Asimismo rechazó en 1815 la Orden de Isabel la Católica en protesta por los ideales absolutistas imperantes en España.

Mediante el tratado de San Ildefonso (1777), España y Portugal fijaron los límites de sus dominios en América del Sur y Azara fue elegido como uno de los cartógrafos encargados de delimitar con precisión las fronteras. Marchó a Sudamérica en 1781 para una misión de algunos meses y vivió allí veinte años.

Al principio se estableció en Asunción, Paraguay, para realizar los preparativos necesarios y esperar al comisario portugués. Sin embargo, pronto se interesó por la fauna local y comenzó a estudiarla acumulando el extenso archivo que más tarde conformó los cimientos de su obra científica.

Cabe añadir, además, que colaboró con José Artigas en el establecimiento de pueblos en las fronteras entre la Banda Oriental (actual Uruguay) y el Imperio del Brasil.

Azara murió en España en octubre de 1821, víctima de una pulmonía; fue también conocida su amistad con Goya, quien pintó un retrato suyo.

Proemio al diario de Azara

Este cuaderno, que contiene uno de los tantos proyectos que se han formado para la seguridad de nuestros campos, recuerda también uno de los importantes trabajos de don Félix de Azara en estas provincias.

El virrey Melo, testigo del celo de este inteligente oficial en el Paraguay, aprovechó su inacción en Buenos Aires para encargarle el reconocimiento de nuestra frontera. La proximidad y el arrojo de los bárbaros mantenían a los pocos moradores del campo en una alarma continua; y se trataba menos de ensanchar nuestro territorio que defender la vida de sus habitantes. Hasta entonces, y mucho después, el que presidía el vasto virreinato de Buenos Aires mandaba obsequiar a los caciques para que no le hostilizasen, y era general el deseo de salir de un estado tan degradante. Los hacendados y el Cabildo habían representado al rey la necesidad de avanzar y proteger las poblaciones; muchas cédulas habían llegado de España con la aprobación de estos planes, y destinando fondos para realizarlos; pero nunca faltaban pretextos para eludirlas, y la obra de nuestra frontera había tenido la misma suerte que la famosa acequia imperial de Aragón, en que se empezó a trabajar dos siglos después que fue proyectada.

Esta vez no se echó mano de agrimensores, como se hizo en tiempo de Vertiz, sino que se libró el problema a la consideración de geógrafos experimentados, como Cerviño, Insiarte y Azara, a los que fueron asociados Quintana y Pinazo, que sin ser facultativos tenían un conocimiento práctico del terreno.

Bajo estos auspicios salió la expedición de Buenos Aires, y se dirigió al fuerte de Melincué, desde donde bajó hasta la isla Postrera, recorriendo una línea marcada por el Salado y comprendida entre los 33º 49’ 24’’ y los 36º 5’ 30’’ de latitud austral.

En el informe con que Azara acompañó el diario de este reconocimiento, expuso al virrey los defectos que había notado en el sistema de defensa de la frontera y los principios que le habían guiado en el plan que él proponía para enmendarlos. Si no fuera intempestivo cualquier examen de estas ideas, que por la extensión progresiva de nuestros límites han dejado de ser aplicables, probaríamos que son cuando menos problemáticas las ventajas de establecer fuertes a igual distancia entre sí, y en la misma dirección; o (para valernos de las palabras del autor) que no adelanten notablemente unos de otros.1 Y sin embargo, tan penetrado estaba Azara de la utilidad de esta disposición simétrica, que «por sujetarse más a estas condiciones, no aprovechó muchas veces de sitios excelentes, y acaso mejores que los electos».2

Más cuerdo fue el consejo que dio de apoderarse de la isla de Choelechel, cuyos resultados favorables calculó con bastante acierto, aunque se equivocase en la influencia que debía ejercer esta ocupación sobre el comercio de las provincias interiores, fundándose en la unión del Diamante con el Río Negro. Pero este error, del que no era fácil precaverse en aquella época, nada quita al mérito del reconocimiento científico que hizo de nuestra frontera.

Los encargados de esta comisión adoptaron el método que habían empleado en la demarcación de límites, sujetando la parte gráfica y descriptiva del terreno a las observaciones astronómicas. De este modo determinaron muchos puntos en que se apoyaron después los trabajos geodésicos de esta provincia. ¿Y qué otra cosa puede hacerse mientras no se logre medir una base y envolver el terreno en un réseau de triángulos?

Azara era demasiado ilustrado para desconocer que la mejor defensa de un país es la que estriba en su población, y por lo mismo insiste en la necesidad de fomentarla. Su opinión era que se prefirieran las colonias militares, a que debían servir de plantel los cuerpos de blandengues.

En la enumeración de los abusos que prevalecían entonces, cita como un hecho muy obvio la enajenación que hacía el Estado de 30 a 40 leguas cuadradas por 80 pesos;3 y Viana agrega, en un papel que por su analogía hemos agregado al diario de Azara, que solo a la familia de los Ezeisa se les agració con ¡96 leguas de superficie!4

Entretanto, ninguno de estos feudatarios hacía el menor esfuerzo para poner la provincia al abrigo de las incursiones de los salvajes, a las que más bien favorecían estas grandes extensiones de terreno que se quedaban baldías por la incuria de sus poseedores. El desprecio con que se miraban antes las propiedades rurales, y el empeño que se tuvo después en monopolizarlas, contribuyeron igualmente a mantener la provincia en el mayor abatimiento.

Hasta el año de 1740, no solo la campaña, sino la misma ciudad de Buenos Aires estuvo a merced de los indios. Los gobernadores Ortiz de Rosas y Andonaegui fueron los primeros que se ocuparon en contenerlos; pero tan menguados eran sus medios de defensa, que continuaron las invasiones en todo el siglo pasado, hasta que se adoptó el arbitrio de entenderse con los caciques, a quienes los virreyes recibían con agasajo y con su traje de etiqueta.

Tal era el estado de nuestras relaciones con los bárbaros cuando se llamó a Azara; y no es extraño que su plan se resienta de la debilidad en que se hallaba constituido el poder que lo empleaba.

Algunos trozos de este diario aparecieron en 1822 con el título de Noticias relativas a la parte hidráulica, en los números 3 y 5 del Registro Estadístico que se empezó a publicar en Buenos Aires, haciendo alteraciones y supresiones en el texto, y hasta silenciando el nombre del autor. Con igual libertad se usó del informe de Azara, de donde se sacaron párrafos enteros, para redactar otro artículo5 que se insertó en el número 2 de ¡la Abeja Argentina...! Hubiéramos prescindido de apuntar estos hechos si no hubiésemos tenido que justificar el epígrafe de primera edición con que encabezamos este documento.

Buenos Aires, octubre de 1837.

Pedro de Angelis.

Reconocimiento de la frontera


1 Página 37 del Diario. (N. del E.)

2 Ibid. (N. del E.)

3 Página 41. (N. del E.)

4 Página 45. (N. del E.)

5 Historia de nuestra frontera interior. (N. del E.)