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© Círculo de Tiza

Título: Literatura infiel

Autor: Ricardo F. Colmenero

© del texto: Ricardo F. Colmenero

Primera edición: abril 2019

Diseño y maquetación: Miguel Sánchez Lindo

Impreso en España por Imprenta Kadmos

ISBN: 978-84-949131-5-0

E-ISBN: 978-84-121237-5-3

Depósito Legal: M-7495-2019

Reservados todos los derechos. No está permitido la reproducción total ni parcial de esta obra ni su almacenamiento, tratamiento o transmisión de ninguna manera y por ningún medio, ya sea electrónico, óptico, de grabación o fotocopia sin autorización previa por escrito de la editorial.

A Lur

Equinoccio

Creo que acabo de escribir el primer equinoccio de la historia de la literatura. Cuando a la abuela de mi amiga Sonia le contaban los desmadres que proliferaban en la calle (que en realidad era la isla de Ibiza), auguraba el fin del mundo llevándose las manos a la cabeza y luego decía: «Esto es el equinoccio». A veces uno no acierta con las palabras, pero se le entiende enseguida. Los libros están llenos de epílogos y prólogos, pero hay poquísimos equinoccios. Yo dije lo mismo cuando me dieron el Camba: «¡Esto es el equinoccio!». Y eso que cuando me llamaron por teléfono y me dijeron de dónde eran ni se me subieron las pulsaciones. A saber qué querrían estos. Porque esas cosas están dadas, ya se sabe. ¿Si no de qué? Nadie anda soltando euros así como así. Además, esto que empieza por Premio Nacional de Periodismo siempre acaba en Torcuato Luca de Tena, o en Manolo Rivas, o en Jabois, o en Savater, o en Felipe Benítez Reyes, o en Ángeles Caso, o en Trapiello; y no en Colmenero, uno de Ourense que no conoce nadie, que vive en una isla como si hubiera sufrido un accidente aéreo y que escribe un artículo sobre su comunidad de vecinos porque no puede salir de casa.

El Camba, más que como un premio, me cayó como un diagnóstico. Lo supe por cómo lo describe Miguel-Anxo Murado: «Un superficial, un perezoso, un individuo al que no le gustaba escribir y al que no le interesaban las ideas, que podía defender una cosa y la contraria, a veces en el mismo artículo. Como corresponsal en Constantinopla solo mandó un artículo sobre un baño que se dio. Como corresponsal en la Primera Guerra Mundial, cubrió el conflicto desde Suiza, que no participaba».

Yo empecé a hacer columnas solo para retrasar mi despido, aun corriendo el riesgo de que mis jefes supieran que tenían en nómina a un redactor en la isla de Ibiza. Ganar el Camba complicó mi anonimato, y también que tres meses después me llamara una compañera desde Cádiz porque un artículo mío se le había incrustado en el estómago. Cuando se calmó me dijo que acababa de ganar el XXXV Premio Unicaja de Artículos Periodísticos. Desde entonces mi problema dejó de ser que me despidieran y empezó a ser que ya no me quedan más premios que ganar para alimentarme.

El despido es la segunda peor cosa que le puede pasar a un periodista. La primera es no poder escribir por andar haciendo de periodista. Como mis jefes me pidieron que en mis artículos no contara mi vida, tuve que contar la de mi personaje literario en su más cruda realidad. Tratar de evitar su fatal desenlace en la cola del paro me obliga a crear tramas y personajes nuevos que los mantengan enganchados, como en una telenovela.

Al recopilar mis artículos compruebo con estupor que viajo con soltura por Ourense, Pamplona, Santiago, Miami, Madrid e Ibiza como si hubiera vivido en esos sitios, cuando la realidad es que apenas reconozco al individuo del que habla mi memoria en las páginas de El Mundo o de GQ. Recolectar los mejores es decir, los más humillantes para el autor y en los que queda reflejada mi torpeza como adolescente, estudiante, periodista, novio, exnovio, marido, padre, hijo, nieto, pasajero, contribuyente, paciente, derramador de cenizas y víctima de incendio— no fue nada fácil. Por ello he añadido bastante material inédito que sirve como esos puntos de los pasatiempos infantiles que, al unirlos con el lápiz, dan como resultado una ballena o un payaso.

El titular fue aún más complicado. Yo quería poner «Lapidando a la abuela», pero no he logrado que a ningún lector, editor, tuitero, compañero, familiar o islamista le pareciera una buena idea. Ni siquiera coló que lapidar en la traducción portuguesa significara «pulir o embellecer». Al final ha triunfado por unanimidad lo de Literatura infiel, que es esa en la que nos enamoramos de los personajes con los que podemos pasar noches enteras sin levantar sospechas. También es la de los textos que no escribimos, y la de los que escribimos, pero nadie puede leer; abandonan tu cuerpo como en un exorcismo para pasar al de una libreta, un ordenador endemoniado o un libro maldito que, si lo es lo suficiente, te puede poseer para siempre.


Ibiza, 31 de enero de 2019