Indice

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Juan está en su dormitorio y ya es de noche. Ha regresado de la biblioteca de la universidad y ahora quiere revisar su correo electrónico. Cuando se conecta a la red y abre su correo, se da cuenta de que hay un mensaje de Martin:

Hola Juan:

Por fin tengo el dinero necesario para hacer un viaje al Perú. Y lo más importante es que ya he terminado mis estudios en la universidad. He trabajado mucho en mis horas libres y he ahorrado bastante. Mis padres me han regalado el pasaje y yo ya tengo suficiente dinero para pagar mis gastos de viaje. ¿No es fantástico? Ahora sí puedo aceptar tu invitación. Podría hacer el viaje en la estación de verano de ustedes. Eso es entre diciembre y marzo, ¿verdad? Claro que no pienso quedarme mucho tiempo. Además me he informado a través de internet y me gustaría profundizar mis conocimientos sobre la historia de tu país. A parte de Lima Colonial, me encantaría conocer Cajamarca donde está el “Cuarto de Rescate”, Cusco, por su maravilla “Machu Picchu” y el Lago Titicaca en Puno.

Por favor escríbeme pronto para reservar mi vuelo lo antes posible.

Saludos

Martin

Juan se pone muy contento y baja inmediatamente al primer piso para dar la noticia. Los padres de Juan saben desde hace tiempo, que su hijo conoce a muchos jóvenes extranjeros a través de internet y que Martin se ha convertido en un buen amigo.

Luego de un rato Juan le contesta a Martin:

Hola Martin:

¡Qué alegría! Naturalmente sigue en pie1 la invitación. No sólo yo voy a estar muy contento, sino toda mi familia. Ya les he hablado de ti y de cómo nos conocimos en la red. A partir de mediados de diciembre yo ya estoy de vacaciones. No tengo clases en la uni. Así que voy a tener tiempo para mostrarte Lima. ¡Vamos a pasarlo mostro2!

¿Qué te parece si vienes para pasar el año nuevo con nosotros?

Avísame cuándo estás llegando, para organizarlo todo.

Te esperamos.

Abrazos

Juan

1 sigue en pie: ist noch gültig

2 (umgspr.) supergut

2

Seis meses después, a finales de diciembre…

Media hora antes de llegar a su destino las azafatas les entregan a los pasajeros un pequeño formulario. Es un papel de inmigración en el que deben de escribir sus datos: nombres, apellidos, número de pasaporte, la dirección donde van a hospedarse, motivo del viaje, etc., etc., etc. Es un poco difícil rellenarlo, ya que los espacios son diminutos3.

Cuando ya el avión aterriza, Martin piensa: “Por fin, después de 13 horas de viaje, cruzando el Atlántico, he llegado al Perú, un país con más de 30 millones de habitantes”.

Entonces, cuando al final se detiene el avión, Martin se pone de pie y saca su maletín negro, marca Puma, que está arriba de su asiento, en el compartimiento de equipajes de mano. El avión, repleto de pasajeros, con más de 300 a bordo, abre sus puertas y todos salen y van a recoger sus maletas. Hay muchos extranjeros de diferentes nacionalida- des y también muchos peruanos que visitan a sus familias o regresan de un paseo por Europa.

Antes de recoger su maleta, Martin hace una cola para presentar su pasaporte y entregar el papel de inmigración. Un agente sella ambos y le devuelve su pasaporte con visa de turista por 90 días y una parte del papel de inmigración.

–Señor, esta parte, guárdela, porque la va a necesitar para su salida del país –le dice el agente.

–Ok. Gracias –responde Martin.

Juan ha preparado un cartel grande en el que dice:

“Martin, ¡Bienvenido al Perú!”

Además ha llegado con tiempo al aeropuerto. Ha leído en las pizarras electrónicas y parece que el vuelo de Madrid llega sin retraso. Martin ha viajado desde Düsseldorf y ha hecho escala en Madrid. Juan va a la puerta por donde salen los viajeros. Allí espera, con mucha emoción, a su amigo alemán.

Después de un rato, ve cómo una cabeza rubia sobresale entre los pasajeros que vienen de Madrid. Es Martin, quien a su vez, ve a lo lejos el cartel y se acerca a Juan:

–¿Juan? –pregunta Martin y sonríe a la vez, abriendo sus grandes ojos azules.

–¿Martin? –pregunta a la vez Juan, sonriendo de oreja a oreja.

Ambos se abrazan. Sólo se habían visto un par de veces a través de la webcam. Pero en persona, se veían por primera vez.

–¡Qué bien hombre! –dice por fin Juan–, ¿y qué tal el viaje?

–Bien, un poco cansado, pero bien.

–Me imagino. Son muchas horas de vuelo, ¿no?

–Sí. Pero eso no es lo más pesado, sino los asientos. Son muy pequeños para un largo viaje y yo, con mis piernas largas…

–Claro, entiendo –interrumpió Juan, y bromeando, agregó–, pero para un chato4 como yo; eso no sería un problema.

Jajaja… ambos se ríen mientras van caminando hacia la salida.

Martin es alto como muchos alemanes, mide casi 1,90 m., en cambio, Juan, como la mayoría de los peruanos, es bajo y mide unos 25cm. menos que su amigo alemán.

–Pero ya estás aquí y eso me alegra muchísimo. Ven conmigo, el carro5 está en el estacionamiento –agrega Juan–.

Ponen la maleta y el maletín negro en la maletera6 y suben al carro.

Hace calor. Más o menos unos 26 grados y está húmedo. Se siente bochorno7. Pero eso a Martin no le molesta en absoluto. Viene de un país en el que está haciendo mucho frío. Y, a pesar de que Lima es una ciudad con mucha humedad, él se siente muy bien.

–Martin, ¿quieres que ponga el aire acondicionado?

–No, gracias. Me gusta el calor.

–Sí. Lo sé. Pero viajar en el carro con este calor puede ser incómodo.

–Para mí no. Pero si tú quieres…

–No. Para mí tampoco es un problema. Hoy está más agradable que ayer. Pero seguro que el calor va a aumentar recién estamos a finales de Diciembre y acaba de empezar el verano.

Durante el camino charlan sobre muchos temas, del clima, de la economía, de los estudios y por supuesto de sus planes.

Después de manejar en la caótica hora punta del tráfico limeño, llegan a Monterrico, un distrito de Lima. Está fuera del centro y es tranquilo. Allí Juan vive con sus padres. Entran a la cochera8 y alguien abre la puerta principal:

–¡Hijo, por fin! –lo recibe la madre de Juan– ¡Tanto se han demorado! ¡Yo ya estaba preocupada! ¿El vuelo tenía retraso?

–No, mamá. ¡Es que el tráfico es fatal! Mira, te presento a Martin.

La señora, una persona gordita y muy alegre, abre los brazos y se empina9 para darle un beso en la mejilla a Martin, quien tiene que agacharse10 bastante para saludarla.

–Bienvenido, Martin. ¡Qué gusto de conocerte!

–Gracias, señora. Encantado de conocerla.

–Pero pasa, por favor, adelante. Debes de estar cansado, con hambre y con sed, ¿verdad?

–Sí, un poco.

El señor, bajo también, pero bastante delgado, sale a recibir al recién llegado y también abraza a Martin.

–Pasa Martin, estás en tu casa –dice el padre de Juan.

Martin se siente muy bien. “¡Que amables y hospitalarios son!”, piensa.

Juan le enseña la casa y cuando suben al segundo piso, le muestra el dormitorio donde va a dormir los próximos días. Sobre su cama hay unas toallas limpias.

–Martin, el baño está aquí al lado, si quieres puedes darte un duchazo11.

–Sí, gracias. Y después voy a desempacar.

–Claro, tranquilo, tómate tu tiempo y cuando termines puedes bajar. Nosotros estamos en la terraza tomando algo frío.

Luego de un rato, Martin baja fresco y sonriente.

–¿Una chela12? –pregunta el padre de Juan– quiero decir, ¿una cervecita?

–Sí, con mucho gusto, señor.

–Oye Martin, dice Juan que tú sabes hablar muy bien el castellano, ¿dónde lo has aprendido? –le pregunta el señor entregándole una botella de cerveza Cusqueña, su favorita–.

–Aprendí español en mi escuela secundaria y luego en la universidad. Además estudié un semestre en España. Y también chateo mucho con amigos latinoamericanos y españoles.

–¡Qué bien, qué bien! No hay nada más importante que los idiomas. Ahora que estamos en un mundo tan globalizado. ¡Qué bien!

Siguen hablando de muchos temas y ya son más de las once de la noche.

–Bueno muchachos, yo tengo un poquito de sueño y mi mujer seguro que ya se fue a dormir. Entonces, hasta mañana –dice el señor, levantándose de la silla–.

–Hasta mañana señor –dice Martin.

–Chau papá –dice Juan.

Entonces Juan le dice a Martin:

–Al resto de la familia, la vas a conocer mañana. Mis dos hermanas están casadas y ya no viven en casa. Pero mañana domingo van a venir a almorzar con sus esposos y sus hijos. Todos tienen ganas de conocerte.

Al día siguiente, a la hora del almuerzo, a eso de la una de la tarde, llegan las hermanas, sus maridos y sus hijos. Es una gran familia y todos se sientan a comer en la terraza. La música nunca falta y, en reuniones como ésas, es algo primordial. Así que Juan ha instalado su pequeño equipo de música en la terraza y ha puesto un cd de música peruana: valses, marineras, festejos y huaynos y también música moderna. El padre ha hecho una parrillada13, con chorizo parrillero14, churrasco15 y anticuchos16. La señora se ha encargado de los choclos17, las papas18 y la ensalada de lechuga, tomate y palta19. Además, para beber, hay cerveza y por supuesto la bebida nacional “Inca Kola”.

Martin nunca ha probado la Inca Kola y pone una cara rara, no quiere parecer descortés20, así que acercándose a Juan, le pregunta en voz muy baja:

–Juan, ¿y esta bebida? Es tan… tan… amarilla.

–Pruébala, Martin. Es riquísima. No contiene alcohol. Y heladita,… con este calor… uff, lo máximo21.

Martin la prueba y dice:

–Sí. En verdad no está mal. Aunque al principio –dice saboreando–, parece como… “Gummi Bärchen”.

–¿Gummi qué? –dice uno de los niños.

–Gu-mmi-Bär-chen –contesta Martin lentamente y con una sonrisa.

–¿Y qué es eso? –pregunta nuevamente el niño.

–Son gomitas dulces en forma de ositos.

–¡Mmmm, qué rico! –dice alegre el niño.

Martin se toma un vaso entero sin parar y se sirve más y otro vaso más. Ya va por el tercero, cuando Mayra una de las niñas, le dice:

–Oye Martin, ¡creo que te has vuelto Inca Kohólico!!! Jajaja… se escuchan risas.