Llueve en Tartagal



Después de diez años, nadie volvió.


I


No sé si era un jueves o un viernes pero llovía en Tartagal. Volvía de Vespucio en el auto de mi tío. Había ido a dejarle un sobre a un pariente. El limpiaparabrisas iba y venía de un lado al otro, sacando el agua del cristal que a cada rato se empañaba por dentro. Tenía que prender el aire acondicionado para ver bien. A un costado del paseo, cerca de doce chicos jugaban a la pelota, corrían apasionados detrás del balón y se arrojaban al suelo y resbalaban sobre el pasto húmedo. Más adelante, otros, trotando, intentaban escapar de la lluvia. Sol estaba entre ellos. Bajé la velocidad, me paré a un costado del camino, toqué bocina, abrí la ventana y grité su nombre; las gotas rebotaron en el borde y me mojaron la cara. Ella miró hacia los dos lados de la avenida y cruzó al frente. Le abrí la puerta del acompañante para que subiera. Antes de sentarse me preguntó si no importaba que mojara el auto. Le dije que no era mío, así que estaba todo bien. 

Sol me contó que venía de la casa de una amiga del secundario, que hacía mucho que no veía y que esta vez había ido por conveniencia. Su amiga abrió un negocio y andaba buscando alguien para atenderlo. Sol no era la indicada, según sus propias palabras y su risa burlona. Aunque se reía, pronto me di cuenta que el rechazo había dolido, más aún cuando me pidió parar en la estación de servicio para comprar dos cervezas y dar un par de vueltas. No tenía apuro, el auto lo tenía que dejar a eso de las diez y recién eran las siete de la tarde. 

Nos fuimos a la entrada de la ciudad, al frente del cartel de Bienvenidos, y tomamos dos cervezas de medio litro. Prendimos un par de cigarrillos y busqué en el baúl la toalla que siempre lleva mi tío. 

A pesar de que a Sol la conocía hacía poco habíamos pegado muy buena onda. Era una mina que escuchaba lo que decías y te miraba fijo a los ojos. Situación que al principio me ponía nervioso y luego me encantaba, porque su mirada no era de seducción, sino de atención, como interesada realmente en lo que uno decía. Ella también opinaba. La mayoría de las veces coincidíamos. 

Invité las otras dos cervezas. No sé por qué, en ese momento pensé que Sol no quería volver a casa. A veces le sucedía, dejaba el barrio, la madre, el hermano, el novio y se marchaba por ahí a dar vueltas sin ganas de regresar, tal vez buscando el valor para dejar lo que le molestaba. Sin embargo yo no sabía qué le molestaba, sólo sabía que era realmente atractiva y que más de un amigo se la había cogido, y a pesar de que después se sintieron mal o simularon estar mal, esa experiencia les había encantado. Admito que me gustaba, que la primera vez que la vi me quedé enamorado de su culo como todos alguna vez lo estuvimos, pero mucho más me gustó la forma en que me trató apenas la conocí. Esa mañana éramos tres y ella nos alcanzó los vasos, nos sirvió la cerveza, limpió el cenicero, el espejo, armó los cigarrillos y se fijó que nunca nos faltara nada. Pero a pesar de esos recuerdos, la cosa era que estábamos los dos, solos, con dos cervezas arriba, escondidos en la entrada de Tartagal con los vidrios empañados y yo no podía dejar de ver sus piernas mientras que, afuera, la lluvia caía como baldazos de agua y los desagües se tapaban de basura. De vez en cuando abríamos las ventanas para que entrara el aire y el olor a tierra mojada llegaba como bocanadas de aire frío que nos ponía la piel de gallina. No sé si fue en ese momento o antes que pensé en abalanzarme y darle un beso, pero no tuve tiempo, ella me ganó de mano, me tocó la pierna y se vino hacía mi boca. La situación me sorprendió y mi cabeza imaginó mil cosas al mismo tiempo, ninguna relacionada con sexo. La alejé con suavidad y dije que no, no quería ser como los otros, no quería traicionarlo a Iván, su novio, porque a pesar de que era sólo un conocido, el pibe me abrió la puerta de su casa de la mejor manera, como también lo hizo con esos amigos que después terminaron acostados con su novia, y lo peor era que él lo sabía, aceptaba la situación, y si llegaba a pasar algo conmigo también lo iba a saber. 




II


Estaba de vacaciones, pero lo mismo busqué hacer algo. Tenía ganas de volver a escribir periodismo. Fui a mi tía, que hace más de un año mantiene una publicación mensual y siempre me dice que le mande notas. En su casa me mostró la fotocopiadora nueva de donde salían las revistas, luego siguió hablando con una señora que no sé si era una amiga o una vendedora, así que me senté en la mesa de afuera con Mariano, mi primo, y un amigo de él a tomar cervezas y hablar del periodismo de Tartagal. El amigo de mi primo quería hacer un programa de radio, tenía algunas ideas que le parecían extraordinarias, pero la verdad es que para mí eran poco originales. Hablé de la responsabilidad que debe tener un comunicador y nombré a algunos periodistas que respetaba y critiqué a más no poder a Lanata, que para ellos era el símbolo del periodismo independiente.


La señora se despidió de Mariano y a nosotros nos saludó de lejos, moviendo la mano y sonriendo. Me di cuenta de que no era ninguna vendedora, sino una amiga de la familia. Mi tía me invitó a pasar y mi primo se levantó junto a su amigo a terminar lo que estaban haciendo: un boletín informativo sobre el Concejo Deliberante de la ciudad. Me mostró las revistas que salieron y los temas que habían tratado. Algunos eran interesantes, otros medio aburridos. Me llamó la atención un informe que hablaba sobre el paco. Había fotos de niños y jóvenes tirados en el suelo, con las ropas sucias y los ojos cerrados. Parecían muertos. También observé un recuadro donde se explicaba el aumento del consumo en Tartagal. 

Hablamos de muchas cosas. En realidad, ella habló de muchas cosas. Me contó de la revista y me mostró los anunciantes que tenía. Me explicó lo complicado que era mantener un medio independiente y de las distintas dificultades que se le presentaban cada día. Al final la interrumpí y le conté por qué había venido. Quería volver a hacer periodismo (no había hecho un reportaje o una nota desde que tuve que cerrar la revista en Córdoba) y tenía ganas de hacer algo en Tartagal. Pensaba que el periodismo, en un lugar chico como el nuestro, podría ser muy influyente y de esa manera ayudaría a cambiar un poco la realidad del lugar. Pensé varias notas y se las dije. La que más me interesaba era la de las personas con Planes Trabajar y los nuevos jubilados que tenían que hacer cola una noche entera para poder cobrar. Lo había visto varías veces cerca de las fiestas y lo único que pensaba era que sólo en Tartagal podían pasar estas cosas. A mi tía le parecieron excelentes mis ideas; es más, me tiró un par de datos, y yo, como solía hacer antes, le expliqué la mirada que iban a tener las noticias. Le pareció perfecto. En un momento nos quedamos callados y ella, sin que yo insinuara algo, me dijo que plata no tenía, pero que si vendía una publicidad, me podía quedar con el dinero. 




III


Una madrugada, terminado el boliche, dos de mis amigos me llevaron por primera vez a la casa de Iván. Vivía cerca del río, junto a su abuela y dos primos. Llegamos en la camioneta de Pato. Pasamos al fondo de la casa, justo debajo de una planta de mangos. Sol nos alcanzó sillas, vasos y nos sirvió cerveza. Iván me dijo las reglas. Nadie me había dicho que tenía que respetar pautas para drogarme. Pero cuando habló, intuí que lo que decía era improvisado. La única regla clara que entendí fue la de no traer mujeres, las demás hablaban de lo mismo: ser discreto y no hablar de más. No sé qué argumentos le di, pero la cosa fue que me creyó, o por lo menos eso pensé, así que al rato estábamos hablando como si hubiéramos sido amigos de toda la vida, y esa mañana, en ese fondo con piso de tierra y lleno de hojas y mangos podridos, me sentí el huésped de honor.

Ellos fumaban pasta base mezclada con tabaco negro, mientras Pato y yo armábamos líneas de merca en el espejo. Sol manejaba todo: los tiempos entre cigarrillos y cigarrillos, nos avisaba cuándo aspirar para que desde adentro de la casa no nos vieran y servía cerveza.

Esa mañana conversé con Iván sobre arte, música, política y Tartagal. Desde un principio me pareció un tipo sincero e interesante, como me lo había descrito Pato. Le hice un par de preguntas sobre su vida, me intrigaba. Lo que conocía de Iván era muy poco, tal vez su edad y que en un tiempo había jugado bastante bien al fútbol. También sabía que tenía una hermana que se llamaba Narda y que era el amor del barrio entero. Cuando pasaba por los departamentos los chicos salían a los balcones a verla pasar, y ella devolvía las miradas con una sonrisa o un saludo. Narda fue la primera que se enteró del accidente de su hermano, cuando un camión lo chocó y dio vueltas por el cemento hasta parar en la banquina con las piernas rotas. Luego del accidente, según mis amigos, Iván probó la pasta base y no la dejó nunca más. 

 



IV


Volví a la casa de Iván más de una vez. En realidad, casi todos los fines de semana y uno que otro miércoles después del boliche. Él siempre mandaba mensajes para que vayamos. A ellos (Iván y Sol) no les gustaba salir y su única diversión parecía ser juntarse en ese fondo de piso de tierra, tomar cerveza con coca y armar cigarrillos de pasta base con tabaco. 

Yo decía que eso era como el paco y que hacía muy mal. Iván me explicaba que la pasta base es de donde sale la cocaína y que el paco es el residuo o algo así. La cosa es que ellos fumaban la esencia de la merca y no tenía nada que ver con el paco. Tal vez por esa explicación, o porque todos fumaban, fue que me decidí a probar. Lo mejor que sentí fueron las ganas impresionantes de hablar y que se me quitara el sueño. A veces llegábamos cansados, borrachos y estábamos completamente mudos hasta que se prendía el primer cigarro y la situación cambiaba. No parábamos de hablar, de discutir, de pensar, de reflexionar y el tiempo pasaba sin que nos diéramos cuenta.


Más de una vez me descompuse y terminé vomitando en el baño; “es el hígado”, me decía Pato. A él le pasaba lo mismo: después de fumar o tomar merca chuñaba todo. 


Una mañana el after se alargó y después del mediodía sólo quedamos Ivan, Sol y yo. Iván se fue al baño, y Sol, mientras servía más cerveza y le ponía un poco de coca, me dijo que yo le tenía miedo y que era un cagón. La miré a los ojos y le dije que me encantaba, pero que no podía hacerle eso a Iván y por eso mismo le iba a preguntar si se animaba a hacer un trío, porque quería estar con ella y hacerle el amor. Sol me dijo que estaba loco y se puso a desarmar un cigarrillo. Se quedó allí sentada por un buen rato, como desconectada de la realidad.

Cuando volvió Iván hablamos de sexo. Le pregunté si alguna vez había probado estar con dos mujeres, o una mujer para dos hombres. Le conté experiencias pasadas como la vez que en Córdoba junto a dos amigos, en una noche de descontrol, tuvimos sexo con una pendeja que estudiaba Letras, o experiencias más recientes de cambios de parejas en el telo con el Pájaro. No le conté la historia de Pato, de su casa, de las yuteadas, de las chicas, de esos tiempos en que Pato estaba tan solo y yo lo acompañaba. Iván se reía pero después volvimos a las mismas charlas de siempre. Cuando me fui, a eso de las seis de la tarde, le di un abrazo a Iván y otro a Sol; cuando la besé, rocé sus labios y me fui pensando en aquella tarde de lluvia en el auto. 




V


Había alargado al máximo mi estadía en Tartagal pero ya no podía quedarme más tiempo, tenía poca plata en el cajero y desde Córdoba me llamaban todos los días para saber si había sacado el pasaje de vuelta. 

Dormía hasta muy tarde y sólo vivía de noche. A veces, los lunes o martes cuando no había nada que hacer, organizábamos partidos de pádel que duraban casi tres horas y nos servía (creíamos) para limpiar un poco el cuerpo. De miércoles a domingo, la ciudad despertaba y las confiterías del centro se llenaban de personas que comían lomitos, pizzas o los famosos charlys y pedían una cerveza tras otra. Los pubs abrían sus puertas y las putas, discretas, se paseaban por las pistas de los boliches. Algunas, las que conocíamos, se acercaban al lugar donde siempre estábamos y las invitábamos con tragos y bailábamos con ellas hasta que algún cliente pagaba lo que pedían y desaparecían. Si no llegaba nadie, terminaban en un telo con algunos de nosotros; Tartagal era una fiesta y yo era parte de ella. 


Mi tía me mandaba mensajes para preguntarme cómo me iba con las notas y más de una vez me habló pero no atendí porque estaba de after o durmiendo. Siempre hablaba de mañana. Cuando le contestaba los mensajes le decía que todo marchaba bien, pero la verdad era que nada marchaba. Apenas había entrevistado a un cacique de una comparsa y la nota acerca de los jubilados ni la había empezado. 


La última noche me mandé solo a la casa de Iván. Puse cincuenta pesos para comprar pasta base, tabaco negro, cervezas y cocas. Iván y Sol nunca tenían plata. Sol armó los cigarrillos como de costumbre y fumamos y tomamos. Mi idea era quedarme como hasta las dos y después mandarme para el boliche pero nunca lo hice. Puse cincuenta más y corrimos la mesa debajo de un techo que había en el fondo porque el viento movía las ramas del árbol. Los mangos caían, se estrellaban en el piso y el amarrillo del fruto salpicaba la tierra. Respiraba, y sentía olor a lluvia. 


Estaba preocupado, la noche anterior había ido a un telo con una chica, su hermana y Antonio. Antonio se la cogió más de dos veces a la hermana, y a mí nunca se me paró. Desde hacía un tiempo que no se me paraba. A veces cuando iba al baño me tocaba la pija y me masturbaba para ver si reaccionaba pero era en vano.