SINOPSIS
COSTUMBRES ERÓTICAS OCCIDENTALES
José Ramón Arana
La cultura occidental no sólo ha producido numerosas teorías sobre el amor, estudiadas ya por José Ramón Arana en su libro Historia del amor. El poder del eros en la cultura
occidental, sino que ha vivido su amor de manera muy diferente: es lo que se
relata en este nuevo libro. Sorprende, cuando se estudian estas costumbres,
hasta qué punto han estado ligadas a la creación de cultura: desde una concepción trivial del sexo, en que la sexualidad no sería otra cosa que la búsqueda de un placer meramente puntual, corporal, de procedencia cristiana,
resulta difícil de concebir esta creatividad cultural de la sexualidad. Pero el erotismo es
mucho más que sexo: no se puede concebir la sexualidad sin imaginación, además de la corporalidad y la afectividad.
En este libro se recorren algunas de estas costumbres sociales y culturales en
que los Occidentales han plasmado sus vivencias eróticas. Desde la pederastia educativa griega y su insistencia en la amistad,
pasando por las Cortes caballerescas de amor y el refinamiento de las
costumbres palaciegas, conviviendo con los deslumbrantes salones dieciochescos
organizados y presididos por grandes damas, donde se fraguó gran parte de la mejor literatura de ese siglo y se incubaron algunas de las
ideas que llevaron después a la Revolución francesa, hasta el grito de desbordamiento y la amistad paritaria de mujeres y
varones en el romanticismo, no hay acontecimiento cultural duradero que no esté relacionado con la sexualidad y el erotismo.
El erotismo no sólo es un mundo gozoso, sino un mundo de sorpresa. Lee y compruébalo.
Este es el segundo libro de una trilogía sobre la historia del amor en occidente: Historia del amor. El poder del eros
en la cultura occidental; Costumbres eróticas occidentales y Amor y literatura (en preparación). Los tres publicados por Ediciones Beta.
COSTUMBRES ERÓTICAS OCCIDENTALES
A todos los que gustan de los juegos del amor
“El problema del amor no es la escasez de amantes,
sino la falta de recursos para satisfacerlo”
Fourier
PRÓLOGO
Dos intereses han dominado la cultura occidental hasta la obsesión: el amor y la muerte y, a veces, su complicidad destructora. ¿Qué quedaría si por un experimento mental elimináramos toda referencia al amor en la literatura, la pintura y la escultura? Es más ¿qué nos ocurriría si por una hipótesis desgraciada nos imagináramos sin amar o sin ser amados?
Esta constancia de interés no significa en modo alguno identidad en el modo de vivirlos. Es tan fuerte su
poder que tendemos a creer que siempre, en todo lugar y todas las personas han
vivido y amado como amamos y vivimos nosotros. Y es que el “siempre”, el “todo” dominan las representaciones del amor, y no nos imaginamos amando a medias: o
se ama o no se ama. Y esa manera absoluta de vivir nuestro amor la proyectamos
sobre otras épocas y culturas. Y con el siempre, los modos como aplicamos y como creemos que
es necesario que se realice: si siempre y todo el amor es así, sólo hay una manera de amar. Por supuesto, la nuestra.
Sin embargo, no ha sido así. Porque el amor ha jugado un papel, muy distinto en cada sociedad e incluso en
cada individuo. Incluso hoy, se diga lo que se diga en público y cualquiera que sea la ideología oficial, manifestada en los tópicos cotidianos o en las novelas y canciones, hay personas para las que el amor
es sólo un aspecto menor de su personalidad y se sorprenden del gran dolor que puede
provocar el desamor o del gran placer que genera su goce. Y lo mismo que no
todas las flores se polinizan de la misma manera, así tampoco hemos de creer que todo el mundo, ni siquiera hoy, vive el amor con la
misma obsesión.
Qué será si echamos la vista atrás y miramos cómo las sociedades de nuestra propia cultura –dejemos otras, que no son más oscuras– han vivido su amor.
Este libro pretende ayudar a comprenderlas. Y quiere, así, cumplir una función de satisfacción de curiosidad: por más que se hable del amor, casi siempre carecemos de datos sobre cómo nuestros contemporáneos y nosotros mismos, amamos. Y es que es una de las zonas más recónditas, siempre está velada del secreto. Y no sólo por pudibundez, sino por intimidad: el modo de hacer el amor plasma en un
acto puntual nuestra realidad más plena. A veces, aunque pudiera parecer lo contrario, nuestros antepasados han
podido ser sorprendidos en sus maneras de amar de manera más plástica que nosotros mismos.
Nosotros vivimos el amor como un placer y como una entrega. Pero el amor tiene
otras muchas dimensiones, por ejemplo, la ética. El amor no es sólo un goce del que se disfruta y, por tanto, un sufrimiento si se es privado de él, sino también una constelación de actitudes que conllevan obligaciones y compromisos.
El amor es una fuerza que aglutina segregando: como un imán, une a dos personas tan poderosamente, que casi las hace indisociables,
tendemos a creer que las hace uniformes. Y eso a costa de arrancarlas del medio
social y familiar en el que viven. Esa fuerza la han percibido y la han
plasmado todos los idiomas europeos no sólo en sus representaciones plásticas, sino con sus expresiones idiomáticas: “atracción”. Esta atracción es tan fuerte, que puede llevar al asesinato de la persona amada, si no cede,
del adversario erótico si es lo suficientemente poderoso como para sentirlo como una amenaza.
La reproducción biológica de la sociedad pasa por el amor, aunque es independiente de él. Pero no hay amor sin sexualidad. Y eso lo han reflejado los escritores de
manera positiva, cuando los amantes logran “poseerse” –terrible palabra–, como cuando este logro se frustra.
Y una dimensión del amor sobre la que no se insistirá lo suficiente: la imaginación. No se concibe la cultura sin obras motivadas por el amor. Una de las
dimensiones más llamativas del amor es su capacidad de crear cultura: la lírica monódica griega surgió casi exclusivamente de reuniones eróticas entre amigos; la poesía trovadoresca es el resultado de mendicantes de amor; la novela psicológica del siglo XVIII nace en las reuniones de los salones de las grandes damas; ¿y qué tendríamos de la canción popular actual sin sus remembranzas románticas?
A pesar de toda esta obsesión y de todas esas dimensiones, ¿quién se atrevería a decir lo que es el amor? ¿Quién se atrevería a distinguirlo de la amistad, del deseo, del agrado de la compañía, de la ayuda? Esos debates interminables e ilustrativos sobre si un varón puede ser amigo de una mujer y viceversa sin que intervenga amor erótico y sexo, esas sospechas sobre las amistades íntimas entre mujeres o entre varones, esos celos por las relaciones frecuentes
de nuestros amigos y amigas con otros amigos y amigas suyas, esas sesudas
reflexiones sobre si se puede estar enamorado de varias personas a la vez…, todo eso manifiesta el interés cotidiano por estas cuestiones, por la capacidad de excitar la reflexión que el amor tiene, y porque no nos conformamos con vivir nuestro amor, sino
que queremos racionalizarlo y explicitar lo que “nos pasa”.
Acostumbrados al romanticismo, nosotros espontáneamente consideramos el amor como una experiencia. Pero esa experiencia se
plasma en costumbres colectivas. Lo peculiar de una costumbre es su mayor o
menor generalización: en una sociedad hay costumbres que sólo alcanzan a grupos reducidos, por ejemplo, el montañismo en la nuestra; otras a la inmensa mayoría de sus miembros, por ejemplo, el trabajo fuera de casa y la vida en pareja.
Otro rasgo de una costumbre es su vigencia: es más o menos poderosa, ejerce más o menos presión. Y, finalmente, para no alargarme, cómo las costumbres expresan y orientan comportamientos colectivos, delimitan lo
correcto de lo incorrecto, lo elogiable de lo reprobable.
Cada capítulo de este libro lo he dedicado a las costumbres eróticas de una época. No he expuesto las teorías amorosas de una época, sino sus maneras más relevantes de amar. Tampoco es una historia en sentido estricto: faltan muchísimos episodios: sólo he elegido aquellos momentos que me parecen lo suficientemente significativos
para dar información, bien porque sean lo suficientemente famosos en nuestra sociedad, o bien,
mucho más modestamente, porque a mí me interesan y quiero que interesen a los demás. El afán de completud está ausente de este libro. Lo mismo que uno va a una feria gastronómica, no para probar todos los platos, sino sólo para ver lo que allí “se cuece” y se conforma con probar algunos, quizás elegidos al azar o porque le han llamado la atención por su forma, por su color, por sus ingredientes, por su olor: basta con que
al salir de la feria su paladar esté agradecido.
Así quisiera yo que se leyera este libro: como un goce que otros nos ofrecen para
que los veamos en sus maneras de amar. Si hay estatuas que se colocan sobre un
pedestal, ¿por qué las costumbres eróticas no iban a poder ser elevadas a un pedestal para poder ser mejor
degustadas?
Extrañará que en este estudio utilice indistintamente los términos eros y amor como si fuesen sinónimos. No pretendo decir que son idénticos, pero prefiero que sean los propios autores los que se pronuncien sobre
sus diferencias o semejanzas: ha sido tal la variedad de concepciones y de
costumbres, es uno de esos términos tan raptores, que he decidido no posicionarme en mi exposición por una u otra de sus valencias: cuando un autor y una época han utilizado un término con exclusión de otro, lo he asumido yo también; lo cual no significa en modo alguno que asuma sus concepciones. Prefiero
dejarlo en su indefinición.
Como en otras obras mías, las traducciones de textos extranjeros serán mías, salvo aviso en contra. Este proceder no significa que desconfíe de otras traducciones existentes, algunas de ellas magníficas: sólo que concibo la traducción como un nadador que se lanza al mar, en vez de lavarse cómodamente en la bañera de su casa.
Este libro debe ser completado con otro en que expongo las teorías del amor, Historia del amor. El poder del eros en la cultura y con un tercero que estudia algunas tensiones que nos ha ofrecido la
literatura, El amor en la literatura. Con estos tres libros espero que el lector se familiarice con un tema
exuberante que ha obsesionado y sigue obsesionando a nuestra cultura y a
nuestra vida cotidiana.
Capítulo I
El AMOR EN LA GRECIA CLÁSICA
“Amor, invencible en la batalla”1.
Sófocles
Hay gran curiosidad y muchos malentendidos sobre el amor griego. Si en algún terreno se cumple esa ley psicosocial de definir las cosas por lo que las
diferencia, sería aquí: Grecia sería el país de la pederastia.
Pero el erotismo griego es mucho más complejo y pone en juego dimensiones insospechadas de este pueblo reducido a
veces, como de algo consabido, a haber creado la filosofía. Los griegos tuvieron un temor reverencial al amor, vincularon estrechamente
su poder y sus prácticas a la política, y mantuvieron en vigencia numerosas instituciones en que el amor jugaba un
papel preponderante. Por eso, hay que tratar estos temas separadamente:
I.- El poder del eros.
II.- Eros y política.
III.- La pederastia y otras formas de amor.
I
El poder del eros
El amor es una fuerza, no un estado de ánimo o un sentimiento o un placer o un conjunto de acciones. Antígona, al borde de su tragedia, cuando ya advierte que no tiene remedio, que
Creonte no va a cambiar su decisión, que su prometido Hemón se va a quitar la vida por ella y que ella morirá virgen y sin esposo, oye del coro el siguiente himno:
Himno al amor