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Faruk Šehić (1970), nació en Bihać, República Socialista Federal de Yugoslavia.

Cursó estudios de veterinaria en Zagreb, hasta el inicio de la guerra. En 1992, fue reclutado por el Ejército de Bosnia-Herzegovina. Terminada la guerra, estudió Literatura y comenzó a escribir.

Su libro de poemas, Hit depot (2003) fue un bestseller en Bosnia. Under pressure (Pod pritiskom, 2004), ganó el premio Zoro Verlag. En 2013 publicó Las aguas tranquilas del Una, su primera novela, por la que recibió el premio Mesa Selimovic a la mejor novela publicada en Serbia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro y Croacia. Por esta novela recibió también el EU Prize for Literature.

Su libro más reciente es una colección de poemas titulado My Rivers (Moje rijeke, Buybook, 2014) por el que recibió, en 2014, el premio Risto Ratković al mejor libro de poesía en Serbia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro y Croacia; y el Premio Anual de la Asociación de Escritores de Bosnia-Herzegovina.

La crítica literaria de su país ha nombrado a Faruk Šehić, líder de la «generación mutilada», una generación de escritores nacidos en 1970 en Yugoslavia.

 

Faruk Šehić ha ido escribiendo estos relatos durante años para ponerse a salvo de la guerra y de la vida. «¿Por qué alguien inventaría historias de terror cuando las vivió durante los años de la guerra? —escribe el autor— ¿De qué fantasía hablamos cuando todo lo que vivimos fue fantástico? En nuestro país, la literatura es a menudo más que la vida misma, porque es una combinación de maquinación y hechos irrefutables.»

De este libro dice Miguel Rodríguez Andreu, traductor de su obra: «La supervivencia emocional oscila entre el encuentro con la belleza y la tragedia, y cada uno de estos cuentos es una apasionante reivindicación de la vida, incluso cuando se sabe que el único desenlace posible es la muerte». Cronista de los sueños y de lo real, Šehić nos vuelve a abofetear con su escritura empapada de dolor.

«Una obra que no deja indiferente y que atrapa, succiona al lector hacia lo más profundo de su mágico y turbulento interior con una brillante escritura poética de gran sugestión evocativa y de una rara, penetrante e hipnótica perfección formal. (…), de vez en cuando, surgen fascinantes textos que son auténticas obras de arte en su género»

Mercedes Monmany, ABC Cultural

FARUK ŠEHIĆ

Cuentos con mecanismo de relojería

(Sevdah preapocalíptico)

Traducción Miguel Rodríguez Andreu

Illustration

ESLES DE CAYÓN
2020

Título original:
Priče sa satnim mehanizmom

 

 

© De los textos: Faruk Šehić

© De la traducción: Miguel Rodríguez Andreu

Madrid, enero 2020

Edita: La Huerta Grande Editorial
Serrano, 6. 28001 Madrid
www.lahuertagrande.com

Reservados todos los derechos de esta edición

ISBN: 978-84-17118-63-1

Diseño de cubierta: La Huerta Grande

Producción del ebook: booqlab.com

Índice

  1.   Los soñadores

  2.   La fábula de hierro

  3.   El rey de las mierdas

  4.   El tiempo vuela

  5.   Matrix en Belgrado

  6.   La metamorfosis

  7.   El hombre mutilado

  8.   Mi Atlántida privada

  9.   El retorno a la naturaleza

10.   La reunión

11.   La ofrenda

12.   Greta

13.   Un reloj de sangre y carne

14.   El triunfo del olvido

15.   La cháchara siniestra del vendedor de luz

16.   Posfacio - Oscilaciones subespaciales, frecuencias residuales y fluctuaciones de lo imposible

 

Así es como acaba el mundo

Así es como acaba el mundo

Así es como acaba el mundo

No con un estallido, sino con un quejido.

The Hollow men (1925)

T. S. Eliot

 

It’s the End of the World as We Know It (And I Feel Fine)

R. E. M.

Los soñadores

El hielo será el barniz del invierno. Pronunciaste únicamente esta extraña frase. Nos acompañaban David Bowie y su Absolute Beginners, un televisor gigante, uvas blancas en un recipiente de vidrio, dos latas de cerveza, el frescor agradable del parqué, una cortina en la puerta del balcón; el viento cimbreaba la copa de los álamos blancos. En el pasillo, entre la sala de estar y el dormitorio, había una gran balda con libros. La biblioteca estaba allí situada, en el lapso entre el día y la noche. Justo en este punto me detenía haciendo una parada antes de dormir, sacaba un libro y lo leía de pie, olvidando momentáneamente en qué continente me encontraba. Era la estancia más íntima del apartamento, junto a una habitación eternamente envuelta en la semioscuridad. Afuera había personas, civiles. Ellos hacían, lejos de nosotros, lo que consideraban que tenían que hacer. Y, nosotros, hicimos lo mismo, colmando nuestros pequeños sueños de cada día.

«Pues, te amo, ¿me imagino que eso lo sabrás?».

«¿Cuánto?».

«El que más de toda la ciudad».

«Eso no es suficiente para mí», dijiste.

«Bien, pues el que más de toda Europa».

«Me parece poco».

«El que más de toda la galaxia».

«Eso ya está mejor».

«Sabes cuánto te quiero: resulta difícil describirlo con palabras en el aire, si es que pudiéramos imaginar que éstas permanecen en el aire después de haberse dicho. Las palabras son tan impotentes como un globo pinchado, no queda nada de ellas. Esa es la esencia misma de la que hablan los poetas».

«Te quiero sin reservas. Ahí lo tienes».

«Ahora de nuevo intentas seducirme, siempre te funciona. Pero al final lo único que quieres es follarme».

«¿Qué tiene de malo eso? Nos unimos y nos fundimos en uno. El orgasmo es una poderosa ósmosis. Volamos juntos hasta el noventa y nueve arcoíris que hay en el cielo. Desaparecemos en nada en un segundo interminable. El tiempo se retuerce como la luz en un agujero negro».

«Poeta y filósofo, eso es lo que tú eres, pero no dejaré que me folles, por lo menos no en esta ocasión».

«Eso significa que no me quieres lo suficiente, si no, me darías tu cuerpo».

«No tenemos por qué estar follando siempre, solo piensas en ello. Un poco de atención y ternura, eso es lo que necesito de vez en cuando. El eros de la mente. No tiene que ser todo impulsivo y tenso. Relájate de vez en cuando».

«Bien, pues no te echaré un polvo nunca más».

«Ya está él con sus amenazas, veremos quién es el primero que se rinde, siempre eres tú. No podrás aguantarte. Eres el primero que terminas cayendo de rodillas».

«No pongas a prueba mi voluntad, es fuerte, y entonces sufrirás», dije.

«Como si tú no fueras a sufrir».

«De acuerdo, que el dolor sea compartido. ¿Cuál es el problema? Realza el espíritu y fortalece el cuerpo».

«Gilipolleces, y por eso siempre andas con explicaciones. Piensas que eres omnipotente».

«A lo mejor lo soy, a lo mejor no. Nunca se sabe».

«Venga, dame un beso», dijiste.

«¿Nos hacemos un porro?».

«Hazlo».

Me fui a la terraza. La ropa se secó en un monstruo alado de alambres y tubos vacíos. Una sábana blanca como los vestidos de los fantasmas. El cielo azul y arenoso. La luna es un kamikaze estático. La chimenea fálica de color roja y blanca habitaba todo el barrio. Monolito elíptico del progreso: la chimenea de una planta de fundición o de una instalación similar.

Enciendo la punta del cigarrillo; siempre que lo hago, recuerdo esas películas geniales en las que los personajes fuman con arrebato, especialmente las de vaqueros. Me gustaría ser tan fuerte como Lee Marvin. Solo que no es momento para Lee Marvines, el mundo ha estallado y nunca volverá a quedar de una pieza, así nos susurran las pantallas de los televisores. Me pareció que me alineaba con pensamientos grandiosos que pondrían el cosmos cabeza arriba. A menudo me lo parece cuando estoy colocado. Me deshice del filtro y observé cómo la luz se apagaba lentamente como si fuera una lluvia de meteoritos proveniente de un cometa cualquiera.

Te sentaste con las piernas cruzadas en el sillón de cuero. Sobre tus dedos resplandecía una luz roja oscura. Venas prominentes, esmalte color sangre, piel blanca y estirada. Adoro tu sangre. Un día fluiré por tus venas azules. Deseaba besar tus dedos y pies. Una extraña fuerza me atraía hacia ellos. Es como si hubiera visto un aura temblorosa que se extendía desde las piernas y por todo el cuerpo. Parpadeé. No hay manera de describir aquellos ojos. Si existe, entonces son profundos y de color azul oscuro como la melancolía que cae en el crepúsculo de mayo. No hay manera de describir aquel rostro. Lo veo sorprendido, siempre como si fuera la primera vez. Me recuerda a un ideal imaginario que veía en mis sueños infantiles. La cara de una mujer rubia que ríe dulcemente. Luego, los torrentes parpadeantes recorren los nervios. Entonces quiero al mismo tiempo desgarrarte y besarte sosegadamente. Y luego todo vuelve al principio. Besos, una pelea salvaje y suave, palabras lascivas que condimentan el aire. Grito mientras me corro en tu útero. Nos besamos como niños pequeños. Encendemos unos cigarrillos. Máquinas tiernas y eternas.

*

«Eres un deprimente».

«¿Quién?, ¿yo?».

«Solo somos dos en la habitación».

Ensimismado, mi rostro expresaba preocupación cuando me detuve delante de un espejo antiguo. La araña encendida formó con mi figura una sombra alargada sobre el suelo, como si se elevara sobre una alfombra mullida. Desde el medio de mi pecho salió un filamento de energía que me surcaba por debajo del brazo, elástico y sutil. Terminaba en tus dedos. Nos atravesaba, enlazados y libres. La cinta es inmensa. Puede rodear el planeta Tierra.

Las palmas me tiemblan mientras te cubro la cara. Con la punta de los dedos recorro tu rostro. Relajado y sonriente. Comprimo mi ardor en tus ojos, nariz, frente. Recorro tu cabello desde el cuello hacia la coronilla. Te acaricio el pelo, sintiendo la calidez del cuello que magnetiza mis labios, mientras que los tuyos se estiran revelando unos dientes perfectos. En qué pensamos mientras nos estamos besando: en los picos nevados de los Urales. O en las antorchas que nos abrasan. Convirtiendo toda la habitación en un remolino de felpa. Una bola de nieve en la que palpitan dos corazones.

Los pezones oscuros quedan erectos bajo tu camiseta interior. Por ahí quiero dispersarme en polvo de polen. Haces dibujos abstractos en mi espalda con las yemas de los dedos. Los escalofríos descienden por la columna vertebral. La purpurina centellea delante de los ojos. ¡Oh, Dios mío!, dijiste así, de esta manera. Antes de que los dos nos sumergiéramos bajo los párpados.

«¿Tienes miedo a la muerte?».

«Sí».

Cientos de pequeños soles se balancean a través de los listones de las persianas de madera. Los solecillos se convierten en espadas que comienzan a parpadear, perdiendo su forma amenazante. En el suelo de parqué surgen brillantes charcos de luz. Utopías palpitantes. Nos estrujamos bajo una sábana roja. Rodeados por las mandíbulas babosas del mundo exterior.

*

Era hora de marchar. Estación del año extraña. No era una bestia tan rara. Primero morí yo, luego llegó tu momento. Sucede todos los días. La gente va y viene con cargas a sus espaldas. Las estaciones de autobús y tren recuerdan nuestras caras. El chirrido del vagón es nuestra música, toneladas de hierro viajan a la velocidad del viento. Recuerdo todo esto. La cara de la vendedora de la estación a la que compro un sándwich y agua. Filas de coches como columnas de versos. Misteriosas estaciones de tren: Miskolc, Srpske Moravice, Kotoriba. Las hormigas de las ciudades en las que nunca hemos estado cosquilleaban nuestra imaginación. Los buenos espíritus del viaje velaban por nosotros. Nos alimentaban con buenas experiencias —buenas esperanzas—.

Estación del año extraña. Temporada de lagartos, invasiones de saltamontes, de insólitos casuarios. Época del horóscopo europeo que aún no ha dicho la última palabra. Sus primeras fueron: sangre y tierra. Llegará el momento en que la gente dejará en masa las ciudades. Buscarán consuelo en la naturaleza, aliados con la flora y la fauna. Los trabajadores volverán a las raíces, al pueblo. Las fábricas abandonadas existirán solo a causa del romanticismo industrial, la hierba y las bestias salvajes. Llegará el día en el que dar un paseo por las ciudades abandonadas formará parte de la oferta turística de este planeta, para los viajeros intergalácticos. Ese será mi tiempo. Siempre me han gustado las casas abandonadas, los edificios solitarios, las cosas desechadas en los museos que están en relajada descomposición. Todavía no se había inventado el término: Ruin Lust. Entonces los elementos naturales gobernarán las ciudades y entonces el hielo será el barniz del invierno.

En los apartamentos abandonados encontré mi propia armonía. Aquí soñé el silencio y la paz de las vidas ajenas. El viento corre como puede debajo de la puerta blindada y esparce el polvo sobre un apartamento semivacío. El polvo invade el aire y sus partículas centellean al sol. Caen sobre los libros, reposan unas sobre otras. En algún libro continúa nuestra vida incansable. Allí nuestras palabras hacen el amor. Aquí ni el polvo siquiera tiene algo que hacer. Envejecemos, pero somos eternamente jóvenes. A veces, sucede que la sangre emana de las palmas de las manos. Y nos recuerda cuan abrumadora es nuestra preocupación. Esta es nuestra última tentación. Recordando todo lo que pudimos ser y no fuimos. Caminamos bajo la lluvia, caras sonrientes. Cruzamos por debajo del arcoíris. En una hilera de árboles sin final, atravesada por la luz dorada de la tarde, nuestras sombras ocupan su lugar de honor.

La fábula de hierro

Si alguien fuera capaz de escribir una hermosa historia, sería capaz de extender la mano y recibir aquello que no existe. Si fuera capaz de, con la mano extendida, recibir aquello que no existe, entonces estaría capacitado para el amor.

Pequeños tratados, Pascal Quignard

Decidí curar mi resaca escribiendo. Decidí que el comienzo de esta historia diga: «Todas las personas que conozco son infelices, incluyéndome a mí mismo también». Por eso decidí que esto fuera un episodio sobre la felicidad. Tenemos que ser felices. La humanidad es feliz, entonces por qué no lo íbamos a ser también nosotros. Estamos predispuestos para la felicidad. Una tierra soleada llena de ríos, lagos, montañas, bosques, costa y el hielo eterno. Tenemos un cinturón submediterráneo donde crecen las frutas del sur. Tenemos mandarinas, palmeras, kiwis, higos, naranjas y excelentes vinos. La geografía y la gastronomía determinan en gran medida la cantidad de hormonas felices. Debemos ser felices. Estamos predispuestos para la felicidad. Y nada más que eso.

Primero: El día en Sarajevo fue clínicamente loco. Así es el estilo de vida en esta ciudad. Mientras te das la vuelta, pasan cinco años de vida.

Segundo: No tenía ni un fening en el bolsillo.

Tercero: No he comido nada en todo el santo día.

Cuarto: Tenía una caja de cigarrillos medio vacía.

Quinto: Esperaba pedir dinero prestado a algún colega. Ese es mi estilo de vida.

Sexto: No quiero lamentarme de la penuria.

Séptimo: Hacía viento sur y nos sentamos en Júpiter.

Octavo: Estábamos bajo el toldo, y la lluvia primaveral caía junto a nosotros. El aperitivo era jamón, queso curado, aceitunas y pimientos en vinagre.

Noveno: Después de un café, pedí una cerveza helada.

Décimo: Difundimos los chismes del mundo literario. Acerca de los editores que explotan a sus autores y sobre que nada está donde debe estar porque el globo terrestre entró en una fase de rotación demoníaca.

Undécimo: Empecé a cogerle gusto al adjetivo «demoníaco».

Duodécimo: A nuestro lado pasó el embajador iraní en una limusina negra con una barba recién perfilada. Esta frase no vale ni diez fenings.

Decimotercero: Las nubes tenían los contornos de nuestros pensamientos y de su peso. Nuestros pensamientos eran zepelines sobre París.

Decimocuarto: En la primera semana murieron 40000 personas durante los ataques aéreos a Stalingrado.

Quince: Fulano dijo que toda la historia de Rusia, en realidad, es un collar de penuria y sufrimiento.

Decimosexto: Nos suena familiar.

Decimoséptimo: En esta y en la Rusia soviética, Ana Ajmátova escribió la siguiente frase: «Según qué criterio, este siglo sería peor que otros».

Decimoctavo: Sobre Ajmátova solo podía sentir admiración.

Decimonoveno: El camarero nos trajo algunas botellas que nos convertirán en cuerpos aturdidos y celestiales.

Vigésimo: El camino al paraíso será pavimentado con vasos de cerveza.

Vigésimo primero: Me sentí abrumado por una ola de felicidad, pero no podía recordar por qué motivo.

Vigésimo segundo: Fulano se fue y su lugar fue ocupado por Mengano.

Vigésimo tercero: Mengano era un escultor e hizo estupendos pájaros de alambre, tratando de acercarlos a su visión de las aves del paraíso con plumas de metal. Con la ayuda de las esculturas, Mengano envía mensajes a su ciudad natal, que ha sido desfigurada por los horrores de los crímenes de guerra. Sin embargo, la ciudad parece ser real para aquellos que todavía habitan en ella sumidos en un voto de silencio, insensibles a la muerte de los demás, independientemente del alto porcentaje de suicidios que no prueba la inocencia de nadie. La otra ciudad fue expulsada de su vida, alejándose de la memoria, porque no tenía otra opción. Las aves de alambre de aluminio vuelan a su verdadera patria geográfica, que está tejida con alambres de púas. Los movimientos de sus alas le son pesados, parece que su destino es inalcanzable. Es su promesa: nunca visitará su ciudad natal en la que en los noventa brotaron crímenes y campos de concentración. Incluso ni hoy en día la vida es mucho mejor.

Vigésimo cuarto: Mengano adoraba el alcohol tanto como el arte.

Vigésimo quinto: «Nada significa nada», escribió Nichita Stănescu.

Vigésimo sexto: He pensado: si me voy a casa estaré enfurecido, si me emborracho estaré de cualquier manera enfurecido.

Vigésimo séptimo: Esta no es una historia sobre la ira, porque esta es una emoción irrelevante para el lector de hoy.

Vigésimo octavo: Esto puede ser solo una historia sobre cuánto quiero a mi mujer. ¡Oh!, todos los establos del mundo en el que el heno olía al cuerpo de la chica carmesí. O viceversa.

Vigésimo noveno: Estos números se parecen a los de la Biblia, excepto que no tengo nada profético que anunciar a la ciudad y al mundo.

Trigésimo: Valoro más la calidez del cuerpo de la mujer que la poesía, no tengo vergüenza en reconocerlo. Me gustan las feromonas en el pelo, en el hoyo de la clavícula, el sabor de la lengua de otra persona, el deleite de la saliva ajena. Entre la mujer y la poesía hay un signo igual.

Trigésimo primero: Mengano me metió treinta marcos en el bolsillo, y nos separamos en el quiosco donde compré una caja de cigarrillos.

Trigésimo segundo: Aquí me encontré a Zutano, él era poeta y también estaba borracho.

33: Número sagrado en el islam. Hay tantas perlas pulidas en el tasbih. Cualquier borracho piensa en la religión.

Trigésimo cuarto: Nada significa nada.

Trigésimo quinto: El sexo, la Biblia, el islam, los cigarrillos. De estas palabras se podría hacer un poema inventado.

Trigésimo sexto: Las gotas de lluvia se estrellaban alegres contra el asfalto. Las gotas de lluvia son astronautas acuosos y redondos encargados de alimentar la tierra con sus cadáveres.

Trigésimo séptimo: Allen Ginsberg, mirando la repetición de Whitman, escribió innumerables veces en un poema que se llama «Aullido y otros poemas»: «¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!».

Trigésimo octavo: Me empapa la lluvia.

Trigésimo noveno: El aire está limpio y mis ojos absorben el color de los anuncios luminosos.

Cuadragésimo: Mujercita, esa deidad carnal.

Cuadragésimo primero: «¡Mujer! ¡mujer! ¡mujer! ¡mujer! ¡mujer! mujer!», clamaba el callejero Allen Ginsberg. En realidad, yo lo gritaba en mi mente.

Cuadragésimo segundo: Himno, oda, apología, panegírico, tratado, nada puede hacer inmortal a la mujer, salvo la caricia.

Cuadragésimo tercero: Camino rápido por la calle hacia el siguiente café. Es una parada en el camino para quedar sumido en la desesperación. ¡Oh, los suaves y verdes valles de la infancia en cuyo cielo queríamos ver naves espaciales relucientes!

Cuadragésimo cuarto: Solo un cuerpo exuberante (mundi imperatrix) podría vencer a la desesperación.

Cuadragésimo quinto: Merengana era de ojos verdes, joven, hermosa y atractiva. Me encantaban sus nalgas duras y respingonas.

Cuadragésimo sexto: Los dos éramos soñadores alcohólicos.

Cuadragésimo séptimo: Por eso también nos conocimos. Algunas noches existen solo para reducir la pena general.

Cuadragésimo octavo: A Merengana le gustaba el alcohol tanto como a mí.

Cuadragésimo noveno: Apurábamos el vodka como los cosacos de Zaporiyia de Gogol, y terminábamos desnudos en la alfombra junto a un horno de gas en mi celda de alquiler.

Quincuagésimo: Su monte de Venus era un triángulo amarillo y espeso similar al escudo oficial de Bosnia y Herzegovina.