CASANOVA


V.1: enero, 2020

Título original: Ladies Man


© Katy Evans, 2016

© de la traducción, Aitana Vega, 2020

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2020

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Katy Evans


Publicado por Principal de los Libros

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17972-15-8

IBIC: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

CASANOVA


Katy Evans

Traducción de Aitana Vega

1





Por ese sentimiento que no sabes expresar

pero que no puedes controlar.



Sobre la autora

2


Katy Evans creció acompañada de libros. De hecho, durante una época eran prácticamente como su pareja. Hasta que un día, Katy encontró una pareja de verdad y muy sexy, se casó y ahora cada día se esfuerzan por conseguir su particular «y vivieron felices y comieron perdices». A Katy le encanta pasar tiempo con la familia y amigos, leer, caminar, cocinar y, por supuesto, escribir. Sus libros se han traducido a más de diez idiomas y es una de las autoras de referencia en el género de la novela romántica y erótica.

CASANOVA


El chico del que no deberías enamorarte


Tahoe Roth es un seductor. Un chico malo.

Nunca pasa dos noches con la misma mujer y, aun así, no puedo evitar sentir algo por él.

Pero Tahoe no quiere nada conmigo.

Solo somos amigos.

Sin embargo, cuanto más tiempo pasamos juntos, más me confunde.

Y estoy segura de que acabará por romperme el corazón.



Descubre la emocionante nueva novela de Katy Evans, best seller del USA Today



«Casanova es de lo mejor que ha escrito Katy Evans. La mezcla perfecta de pasión, dulzura y sensualidad.»

J. Daniels, autora best seller del New York Times


«Tahoe y Gina tienen una química tremenda. ¡Uno de los mejores libros que he leído este año!»

Kim Karr, autora best seller del New York Times



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CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria


1. Esta es la noche

2. La mañana siguiente

3. La cita

4. ¡Emergencia!

5. Gabardina

6. Noviembre

7. Los Saint

8. Acción de Gracias

9. El regalo perfecto

10. Navidad

11. Año Nuevo

12. Empezar por todo lo alto

13. En llamas

14. De caza

15. El partido

16. Vacaciones de primavera

17. La casa de la playa

18. No puedo dejar de mirarlo

19. Malestar de aceptación

20. De fiesta

21. Resaca

22. Mayo

23. Hogar

24. Su acompañante

25. Hombrecito

26. Raíces

27. Abrazos

28. El bebé

29. Cuando lo bueno no basta

30. Halloween

31. Tira y afloja

32. La mañana siguiente

33. Mensajes

34. Navidad y Año Nuevo


Agradecimientos

Lista de canciones

Sobre la autora

Lista de canciones


Prayer in C, de Robin Schulz

Don’t Get Me Wrong, de The Pretenders

Walk, de Kwabs

Same Old Love, de Selena Gomez

Photograph, de Ed Sheeran

Realize, de Colbie Caillat

Burning Love, de Elvis Presley

Waiting, de Dash Berlin con Emma Hewitt

Resolution, de Matt Corby


1. Esta es la noche


Suena Prayer in C, de Robin Schulz, en la discoteca. El lugar es tan lujoso que hasta resulta irritante. Las paredes están recubiertas de cristal esmerilado y elegantes cascadas. Del techo abovedado y salpicado de diamantes cuelgan grandes candelabros modernos de cristal. Todo es de distintos tonos de azul: bebidas de color azul claro en copas de cristal, luces azules parpadeantes y fuentes de agua azul.

Cientos de invitados gritan y saltan en la pista de baile mientras pasan bandejas caras con bebidas colocadas artísticamente.

Todo el mundo celebra los veintiséis años recién cumplidos del anfitrión. Los chicos han conducido cientos de kilómetros y volado desde todos los rincones del mundo para venir, mientras que las chicas han dejado las tarjetas de crédito en números rojos para comprarse el modelito perfecto para la ocasión.

Mi mejor amiga Wynn y yo nos dirigimos a las salas de atrás, donde están la piscina y el bar en el agua.

Es probable que seamos las únicas que no han tenido que vender a sus futuros primogénitos para conseguir una invitación y las únicas que van demasiado arregladas con unos vestidos dos tallas más pequeñas de lo que deberían. El club se llama Olas y su atracción principal es una docena de piscinas en las salas de atrás, así que, en realidad, todo lo que pase de un escaso traje de baño o un pareo es ir «muy arreglada».

Pensé que ir tan tapada en una habitación llena de chicas medio desnudas mantendría a los babosos a raya.

Me equivocaba.

Ya me había defendido de tres intentos de tocarme el culo y otro nada disimulado de agarrarme una teta.

Wynn chilla cada vez que alguien la toca. Creo que, en el fondo, disfruta de la atención, pero yo estoy cansada de apartar manos largas.

No suelo pasar las noches de los sábados así. Normalmente, me tiro en el sofá a ver mi serie favorita con un cuenco enorme de palomitas. Llevar vaqueros e ir a reuniones íntimas y con poca gente me gusta mucho más.

Wynn se ha empeñado en encontrar formas de entretenerme todos los días desde que nuestra otra mejor amiga (y mi anterior compañera de piso), Rachel, se casó el fin de semana pasado.

¿Por qué dejé que me convenciera para venir? Estaba de los nervios desde que habíamos salido.

Por Dios, ¿qué hago aquí?

—¡Gina! —Frustrada, me agarra la mano y tira de mí.

Intenta abrirse paso entre la gente y trata de ayudarme a encontrarlo. Quiero soltarme y salir a toda prisa hacia la puerta. ¿Qué hago aquí?

Las mujeres desnudas con lunas azules y brillantes en los pezones que cuelgan de los candelabros de cristal me llaman la atención. Casi se están follando los cristales, con el cuerpo reluciente y la piel expuesta, retorciéndose como lagartijas y meneando sus culos perfectos.

Mi ropa y mi maquillaje son lo más soso del local. ¿Para qué me he pasado horas preparándome?

El corazón se me acelera. Sé que está aquí. He visto su coche en el aparcamiento al llegar, un Rolls Royce Ghost blanco carísimo, que deja muy claro cuánto dinero tiene, pero con las ruedas sucias para demostrar que «le importa una mierda».

Hacía mucho que no entraba en una discoteca con tanta gente, pero debería haber sabido que el rey de la fiesta celebraría los veintiséis con estilo.

Su nombre es Tahoe Roth y somos amigos. Es el único motivo por el que he venido. Los amigos van a las fiestas de cumpleaños de sus amigos, ¿no?

—Nos acercamos, lo felicitamos y nos largamos —le susurro decidida a Wynn al oído.

Se da la vuelta con los ojos muy abiertos.

—¿Tan pronto? ¿Antes de que llegue Emmet? ¡Ni en broma! —Frunce el ceño y me empuja—. Vas a mover el culo, a felicitarlo y a decirle que tienes un regalo solo para él. Luego te lo llevas a casa, te lo tiras y te sacas esa espina de una vez por todas.

—Me parece que no.

—Ese era el plan, sacarte la espina y olvidarlo.

Me enfado.

—Ese no era el plan, en absoluto. No voy a sacarme ninguna espina porque no hay nada que sacar.

Nos apretujamos mientras la gente pasa a nuestro alrededor en dirección a una de las salas con piscina. Por duodécima vez hoy, me arrepiento de haberle dicho a Wynn que no sé si quiero darle un puñetazo a Tahoe o follármelo toda la noche. No ha parado desde entonces.

Llevo el conjunto de ropa interior sexy que me he comprado hoy pensando en sus ojos azules.

Siento mariposas en el estómago al imaginarme su hoyuelo.

Hiperventilo y me pregunto cuántos tequilas me harán falta para reunir el valor de hacer eso con lo que llevo fantaseando todo el día.

—Vamos a buscarlo en la piscina. Nos hace falta quitarnos algo de ropa.

Escucho cuchicheos a mi derecha cuando una chica y su amiga pasan disparadas junto a nosotras hacia a la misma piscina a la que nos encaminamos.

—¡Mira! ¡Ahí está! —exclama Wynn.

Tomo aire agobiada y siento la frustración que siempre me asalta cuando lo veo. Me saca de quicio. Es un idiota, un presumido y un egoísta egocéntrico. No sé ni por qué somos amigos. Paro a una camarera y le robo un chupito de tequila de la bandeja, me lo bebo de un trago y me dirijo hacia Tahoe. El alcohol no me sirve para aliviar el efecto que tiene en mí.

Está con un grupo de hombres, pero solo lo veo a él.

El pelo rubio resplandece bajo las luces. Los ojos azules sueltan chispas. Tiene un aspecto duro y salvaje. Lleva una barba de un par de días que le da una apariencia primitiva, casi animal. Vikingos es una de mis series favoritas y me recuerda a la de Ragnar. Me deja sin aliento.

También está esa sonrisa contagiosa que esboza tan a menudo. Nunca he visto a un hombre sonreír tanto. Es burlona y sarcástica, porque Tahoe no siente respeto por nada.

El estómago me da un vuelco al verlos a él y su perfecta e indecente boca.

Las dos acosadoras que querían desnudarlo se le acercan; él le pasa un brazo a cada una por los hombros. Así, de repente, tiene a una mujer a cada lado y yo siento una punzada en el pecho. Una horrible punzada de miedo, como las que te dan cuando estás rodeada de cientos de extraños, que bailan, hablan y beben mientras miras al tipo con el que estás obsesionada y no sabes qué hacer al respecto.

No sabes qué hacer con él.

—¡Gina! —Wynn me da un codazo—. Pon en marcha el plan. Ya sabes que es una bestia en la cama. Cumple años a finales de octubre, lo que significa que es escorpio, el signo del sexo. Y tú eres como una Marilyn Monroe morena y sexy que pide un revolcón a gritos con ese vestidito y los labios rojos.

Respiro hondo e intento armarme de valor, pero fallo y me dispongo a largarme por donde he venido cuando Wynn me detiene.

—No puedo, de verdad que no quiero. Ni siquiera me gusta —protesto.

Con el ceño fruncido y enfadada conmigo misma, evito mirarlo cuando me encuentro con otro chico que me observa. Es bajito y parece inofensivo, así que le sonrío y rezo porque no sea un amigo cercano de Tahoe.

Él me devuelve la sonrisa y se acerca, pero rompo el contacto visual cuando escucho un grito al otro lado de la sala.

—¡Roth!

Me vuelvo hacia una chica que grita desde debajo de la cascada. Sin poder contenerme, lo miro otra vez. ¿Por qué no lo ignoro?

Está con Callan Carmichael y dos hombres mayores. Las dos chicas que los acompañan se desvisten y se quedan en bikini. Carmichael y Tahoe están muy buenos. El primero es un tipo alto y atlético de pelo cobrizo y el segundo es… Tahoe.

Tahoe, la bestia en la cama.

Va vestido de negro de los pies a la cabeza. Las luces de los focos le resaltan el bronceado. El pelo parece más rubio y la barba más oscura. Se me erizan los pezones y tenso los muslos.

Tahoe Roth es…

El hombre más sexy del mundo. Un hombre de uno noventa y cinco de estatura y de, al menos, noventa kilos. En la boda de Rachel y Saint, incluso con esmoquin parecía salvaje. Rebosa testosterona. Tiene unas ligeras patas de gallo de sonreír tanto, tal vez de divertirse demasiado y no preocuparse por nada más que de pasar un buen rato. Los vaqueros negros se le ajustan al bajo de las estrechas caderas y le dan un nuevo significado a «estar más bueno que el pan».

Las dos chicas que persiguen a Tahoe y la que estaba debajo de la cascada tiran de él, lloriquean e intentan engatusarlo para que se meta en la piscina con ellas.

—Hola.

Me sobresalto y miro de reojo al desconocido de ojos marrones y aspecto amable. Lo saludo sin prestar mucha atención a la vez que escucho el agua salpicar y los grititos de las chicas. Intento ver qué pasa, pero un grupo de gente que ha venido a aplaudir me tapa la vista.

El tipo que tengo delante se mueve un poco y consigo ver algo. Tahoe está dentro, se aparta el pelo húmedo de la cara y tiene la camiseta mojada pegada al cuerpo. Agarra por los tobillos a las chicas que están en el borde de la piscina y ellas chillan y se apartan dando saltitos.

—Os venís al agua las tres —bromea Tahoe.

Al sonreír se le marca el hoyuelo y, mientras las chicas ríen de forma insinuante, sale del agua de un salto, las agarra y las tira a la piscina una por una y todas dejan escapar gritos de placer.

Después se tira él. Una de ellas se acerca a salpicarle, pero sus manos son más grandes y le devuelve la jugada. Las chicas juegan entre ellas cuando se aparta. Le hace una señal a un camarero para que le lleve una copa mientras se quita la camiseta y la lanza a un lado. Estira los brazos sobre el borde cual noble romano y después pasea la mirada por la piscina como si estuviera decidiendo si salir o no.

Se impulsa con los brazos para hacerlo, se enrolla una toalla a la cintura y se quita los vaqueros. Los aparta y, entonces, nuestras miradas se cruzan. Tiene el pecho perlado de gotas de agua. Está espectacular, le brillan el cuerpo, los abdominales, los pectorales, los músculos de los brazos y hasta las pantorrillas que le asoman bajo la toalla.

Me mira y me reconoce. Luego, mira al chico que tengo al lado, vuelve la mirada hacia mí y enarca una ceja.

Me quedo donde estoy, alterada y nerviosa. Se aleja de la piscina y camina hacia a mí. Su cuerpo irradia calor y sonríe, divertido, al verme sin habla.

No sé qué hacer. ¿Lo abrazo? Ay, Dios.

«¡Felicítalo y punto, idiota!».

—Ven aquí —dice con voz grave.

—¿Perdona?

—Que vengas aquí.

—No —replico con el ceño fruncido.

Sonríe y ladea la cabeza.

—Vienen a por ti.

—¿Cómo? —pregunto. Estoy de los nervios.

Señala a dos hombres en bañador que se me acercan con miradas traviesas.

Tahoe da un paso al frente, me agarra la cintura y dice:

—La tengo.

Me levanta sobre los hombros como un saco de arroz y me lleva hasta el borde de la piscina, me mira por encima del hombro y sonríe.

No. No va a hacer lo que creo que va a hacer, por favor, que no lo haga.

—Ni se te ocurra —le advierto y me agarro a su pecho.

Antes de que me de cuenta, me ha lanzado al agua. Ni siquiera me da tiempo a tomar aire. Hace un segundo estaba seca y ahora me hundo en el agua de una manera muy poco grácil.

Salgo a la superficie mientras escupo y me lo encuentro justo delante, sonriendo divertido.

Entonces deja caer la toalla y se tira de cabeza en una zambullida perfecta. Cuando asoma la cabeza, le salpico. Estoy tan enfadada que no pienso con claridad.

—Era mi vestido favorito, eres un…

Sumerge la mitad de la cara bajo el agua mientras flota frente a mí; solo los ojos y la nariz quedan en la superficie. Las pupilas le brillan con el reflejo del agua.

La frustración me supera.

Quiero agarrarlo del pelo y besarlo.

Quiero quitarle la ropa interior y besarlo.

Quiero llevármelo a casa y besarlo.

Quiero que me lleve a casa y me bese.

Después, quiero olvidarme de haberlo besado y de haberlo deseado siquiera.

—¡Roth! —grita una de las chicas desde la escalera.

Cuando Tahoe la mira, se quita la camiseta con mucha teatralidad.

—Preciosas, nena —dice con una sonrisa a la vez que le mira las tetas.

Asqueada, nado hacia el borde de la piscina.

Con una poderosa brazada, me adelanta y llega primero.

Levanta las cejas cuando nuestras manos se aferran al borde y, una vez más, nuestros ojos se encuentran. Su expresión es indescifrable.

—Vale, me has empapado —digo por fin y olvido el enfado—. Sé cómo puedes recompensarme.

Se impulsa para salir del agua, hago lo mismo y me pasa una toalla.

—No me van los líos de una noche, así que lo que te ofrezco es una oportunidad de la que muy pocos han disfrutado. Una noche conmigo. Feliz cumpleaños.

Frunce el ceño mientras se seca el pecho con la toalla.

—¿Es coña?

—¿Perdona?

Se endereza tras enrollarse la toalla en la cintura, después esboza una sonrisa socarrona.

—¿Con cuántos?

—¿Con cuántos qué? ¿Cuántos tíos?

—Exacto.

—Pues… dos. Tres, incluido mi ex, Paul. Pero eso no fue un lío de una noche, estuvimos juntos dos años.

—En cualquier caso, es demasiado poco. No sobrevivirías a una noche conmigo.

Parpadeo, atónita.

—Madre mía, te lo tienes muy creído.

—Oye. —Me levanta la barbilla con los dedos y me obliga a mirarle a los ojos—. Estabas vulnerable en la boda de Saint y te abracé. Me gustó, pero hiciste lo correcto al rechazarme. Tú tenías razón y yo me equivoqué.

Frunzo el ceño y lo sigo.

—¿Crees que serías demasiado para mí?

Se detiene y me mira. Exhalo.

Sus ojos se oscurecen un poco.

Estoy nerviosa y me siento vulnerable. Me pregunto si lo habré malinterpretado por completo otras veces.

No obstante, me olvido de todo y me pierdo en el azul de sus ojos. La diversión que había en su mirada ha desaparecido; solo queda algo oscuro y acechante.

—Gracias por venir, Regina —dice.

Sus palabras se me clavan en el pecho como flechas.

—¿Rechazas mi regalo?

Aparta la mirada y se le tensa la mandíbula cuando suelta el aire. Me aparta de la multitud y me mira con un rastro de arrepentimiento en los ojos.

—No tengo nada que ofrecerte, Regina. —Me sostiene la mirada y se inclina. Sonríe junto a mi oído y me tiemblan las rodillas—. Verte mojada ha sido regalo suficiente.

Se relaja, levanta un dedo y hace una señal a las zorritas y a las dos acosadoras para que lo sigan por una escalera de caracol.

Rechino los dientes y observo cómo se marcha con un nudo en el estómago. Me odio por haberme expuesto de esta manera y por no haberme sacado esa espina cuando tuve la oportunidad. Ahora estoy empapada y he arruinado el vestido y la noche.

Wynn me saluda con la mano, con Emmet a su lado, y me mira preocupada.

Finjo una sonrisa.

Tahoe tiene razón, es mejor que lo haya rechazado y que me aleje de él. Ya me han hecho daño antes y, sabiendo que le volvería a ver por Saint y Rachel, acostarnos se convertiría en un error incómodo que tendríamos que soportar para siempre.

Quiero beber para olvidarlos, a él y a sus músculos cincelados, olvidarme de su olor y la imagen de su cuerpo mojado y cálido.

Tengo ganas de irme ya, pero Wynn y Emmet se han acurrucado en un reservado y yo necesito sexo; un polvo de una noche que me recuerde que soy humana, que sigo viva y que soy una mujer.

Cuando me doy la vuelta para salir de la sala de la piscina, choco con el tío que me había mirado antes.

—Oye, ¿estás bien? —pregunta, preocupado.

—De maravilla. ¿Quieres beber algo?

—Claro que sí —dice.

Le pregunto su nombre y, después de unas copas, me llevo a Trent (así se llama) a casa.


***


Estamos en la cama. Sus labios cálidos me recorren el cuerpo; unas manos, la piel desnuda. Me he quitado el vestido pero todavía llevo ropa interior húmeda. Ladeo la cabeza y recuerdo la boda de Rachel y Saint.


***


Después de la ceremonia y de haber tomado un par de copas, me alejo de la fiesta y paseo un poco por la playa. Me siento a mirar las olas y trato de no pensar en cuánto voy a echar de menos vivir con Rachel.

De pronto, siento un escalofrío en la nuca al percatarme de que no estoy sola. Sé perfectamente quién está aquí conmigo.

Él.

De todas las personas del mundo que no querría que me viesen vulnerable, él es el primero de la lista. 

Supongo que somos amigos.

Si no, no entiendo por qué se sienta en silencio a mi lado y me coloca la chaqueta sobre los hombros.

—Gracias —digo y me arropo con ella. Es como si me abrazara. Huele a él y me doy cuenta de que es la primera vez que toco algo que él ha tocado. Se me eriza la piel y se me acelera el corazón.

—¿Por qué lloras? —pregunta mientras mira al mar. Los dos lo hacemos, como si cruzar la mirada fuera demasiado íntimo.

Se acerca y me rodea con el brazo. Hace que me sienta segura.

—¿Qué tramas, Tahoe?

—Muchas cosas.

Apoyo la cabeza en su pecho. Es mucho más cómodo de lo que se esperaría de un pecho tan musculoso.

—Pues adelante —musito.

—¿Adelante? ¿Con lo que quiera? —Su voz me agita el pelo y me hace cosquillas en la sien.

Encojo los dedos de los pies cuando sonríe.

—Yo no… —Niego con la cabeza.

No sé si le estoy diciendo que no a él o a la sensación palpitante que me provoca entre las piernas. Huele a colonia cara.

Levanto la mirada y me observa con paciencia.

—Saint me ha dicho que me aleje de ti. —Todas mis dudas desaparecen cuando me dedica su sonrisa traviesa y dice—: No creo que le haga caso.

Me abraza un poco más fuerte y me levanta la cara.

—Primero voy a mirarte. Después, te tocaré y, por último, te saborearé.

Se le oscurece la mirada. Estudia mi rostro en busca de una reacción y deja de sonreír cuando ve algo que no quería ver. Me limpia la lágrima que me recorre la mejilla y se aparta. Ensancha los orificios de la nariz y frunce el ceño, pensativo.

—¿Hacemos algo que no sea verme llorar? —mascullo entre dientes, frustrada.

—Se me ocurren muchas ideas.

Sonríe y se desabrocha el primer botón de la camisa. Se me para el corazón, no se detiene y sigue con los demás, uno por uno.

—Estaba de broma.

—Yo no. Venga, seguro que estás preciosa desnuda.

—Cierra los ojos o no pienso hacerlo.

Me quito el vestido y finge darse la vuelta, pero sé que me observa. Evito su mirada. Dios mío. «¡Por favor, que la luz de la luna me deje en buen lugar!».

¿Por qué me importa lo que piense?

Camino hasta el agua lo más rápido que puedo y me fijo en que ladea la cabeza. Me está mirando de arriba abajo, lo intuyo.

Me sumerjo y jadeo al sentir el agua helada.

Salgo a la superficie y veo como se adentra en el agua. Le brillan los ojos a la luz de la luna y me siento atraída por el deseo que desprenden. Espero que me agarre y haga alguna travesura. Estoy decidida a pararlo, pero, aun así, quiero que lo intente.

—¿Por qué? —espeto.

—¿Por qué qué? —Su voz suena profunda por encima del romper de las olas.

—¿Por qué no te has lanzado?

Se hunde en el agua y nada hacia mí.

—Ya te han hecho daño. Un hombre como yo no puede hacer feliz a una mujer como tú. —Tensa la mandíbula y mira hacia la fiesta—. No entiendo eso de pasar toda la vida con una sola mujer.

—Y yo que creía que te gustaba —me burlo.

Se le oscurece la mirada y me atrapa la cara con las manos.

—Demasiado para joderte.

Me acaricia los labios con el pulgar y frunzo el ceño.

—Un tío de la mesa de al lado me ha estado haciendo ojitos durante toda la cena. Podría ir a buscarlo.

—Podrías. Y yo podría ir con las chicas que no han dejado de mirarme y pasar una noche mucho más movida que la que pasaría contigo.

Pero ninguno nos movemos. Nos quedamos una hora en el agua y cuando por fin nos arrastramos hasta la arena, resopla y se deja caer a mi lado.

Hablamos un poco, pero pasamos casi todo el tiempo mirando al cielo. Las estrellas brillan con intensidad, pero apenas las veo. Estoy demasiado ocupada pensando en su cuerpo mojado y casi desnudo a centímetros del mío. Su respiración, lenta y uniforme, me distrae, me reconforta y me seduce al mismo tiempo.

Acabamos en su habitación porque está bastante más cerca que la mía. Me pongo un lujoso albornoz y él se quita los pantalones y se tumba en la cama conmigo. Levanto la cabeza para mirarlo en la oscuridad y noto el olor a vodka de su aliento. Es muy atractivo y, ahora que estamos solos, resulta hasta peligroso. No dejo de observarlo y él me devuelve la mirada.

Ha dicho que iba a mirarme, a tocarme y a saborearme.

—¿Me deseas? —Su voz suena brusca, algo grave y entrecortada. Me observa con intensidad— ¿Sí o no? —Coloca las manos en mi cintura con gesto posesivo.

En sus ojos veo una batalla. No sabe si lanzarse o no. Si follarme o no. «¿Me deseas?», me preguntan sus ojos.

—No —miento.

Me mira incrédulo un segundo. Asiente y aprieta la mandíbula. Se aleja, se levanta y se pone la camisa.

—Descansa, llámame si necesitas algo.

Deja el teléfono inalámbrico sobre la cama, cerca de mí, y sale de la habitación.

Busca a alguna de las chicas de la boda. Lo sé. Mientras tanto, me quedo en la cama y me pregunto si es culpa del vodka que me importe.


***


Unas manos en las tetas.

Unos labios húmedos en el cuello.

Unos dedos intentan bajarme las bragas.

—Espera.

Le sujeto la mano y detengo la sesión de toqueteos con brusquedad. Quiero que Trent se vaya de mi cama. Esto no está bien. ¿Por qué no?

—¿Qué coño te pasa? Pensaba que te apetecía.

—No, es que… —«Mierda, ¿por qué no?»—. Oye, eres un buen tío, pero los rollos de una noche no me gustan.

Me mira, incrédulo, yo resoplo y me masajeo las sienes. Joder, está demasiado borracho para pillarlo.

—¿Estás borracho? —le pregunto. No responde, solo me mira y suspiro—. Quédate a dormir si quieres, pero nada de restregarnos, ni abrazarnos ni nada, ¿queda claro?

A los pocos minutos ya está dormido, pero a mí me cuesta cerrar los ojos. Me da miedo ver los ojos azules que no me saco de la cabeza y que, últimamente, no dejan de aparecer en mis sueños.

¿Por qué lo invité a casa? Nunca he traído a ningún tío aquí. Antes era un espacio sagrado para Rachel y para mí. Solo Malcolm Saint se había atrevido a venir y nunca me hizo mucha gracia.

A las cinco de la madrugada doy vueltas por la casa en pijama.

Odio el silencio.

Rachel y yo vivimos aquí desde que terminamos la universidad. Es un ático industrial tipo loft. Las estanterías de madera pintada separan el salón de la cocina. Ahora está oscuro, pero en cuanto salga el sol, quedará iluminado y soleado.

Miro al techo y luego echo un vistazo al calendario. En el mes siguiente hay una «X» que marca el día en que Wynn va a mudarse conmigo. Me alegro de que lo haga porque no puedo pagar el alquiler sola y no quiero irme de aquí. Tampoco me gusta estar sola.

He vivido en tres casas en veintitrés años y siempre he sido la que se quedaba sola. La primera vez, mis padres me dijeron que iban a vender la casa de mi infancia.

—Queremos volver a conectar y recuperar la chispa ahora que te vas a la universidad —me explicaron.

Se fueron a España en cuanto la venta se cerró. Hice las maletas y entregué las llaves al terminar.

La siguiente la compartí con Paul, mi novio de la universidad, que también fue el primero en marcharse.

Antes no sentía tanta adversidad hacia los hombres, hasta que me traicionó. Lo peor es que no lo vi venir. Estuve ciega y sorda durante mucho tiempo.

Paul Addison Moore era bueno conmigo, pero también lo era con otras dos chicas a la vez. Ambas sabían que yo existía y les parecía bien ser las otras. Yo, sin embargo, no supe de su existencia durante dos años. Dos años y nueve días, para ser exactos.

Un día, recibí una llamada de una chica enfadada que decía que era su novia y que llevaba meses esperando a que me dejase porque le prometió que lo haría.

Le colgué y le conté a Paul que me había llamado una loca para contarme eso.

Se puso muy nervioso y, de pronto, empezó a hacer las maletas.

—¿Paul? —pregunté—. Era una broma, ¿no?

Negó con la cabeza.

Llegábamos tarde a clase, así que entré en el baño para lavarme los dientes y escuché como se cerraban los cajones.

—No es la única, hay alguien más —gritó desde el dormitorio.

—¿Perdona? —Caminé hasta la puerta y hablé con el cepillo de dientes en la boca.

La habitación estaba vacía.

Salí al pasillo, aceleré cada vez más el paso y me lo encontré en el salón con una mochila y la maleta.

Me quedé de piedra.

—No te quiero, Regina.

Me había dicho esa palabra cientos de veces. Me la había dicho cuando vivíamos juntos, cuando nos acostábamos y cuando me llamaba solo para contarme que pensaba en mí.

Nos quedamos donde estábamos, yo todavía tenía el cepillo de dientes en la boca. Me imagino el aspecto que debía de tener. Me sentía como si me hubiera tragado el cepillo y me hubiera apuñalado el corazón.

Por fin, me lo saqué de la boca y se lo lancé.

—¡Serás…! —grité.

Lo recogió del suelo y se limpió la pasta de dientes de la camiseta.

—Muy madura, Gina.

No podía hablar ni respirar.

Había cambiado mis hábitos por este tío y había preparado comidas vegetarianas según sus gustos. Había dejado de comer carne por él. Estaba en todos mis planes de futuro, su nombre en todos los rincones. Sin embargo, para él, yo no era más que un peso muerto, algo que dejar atrás.

Rompí a llorar y enterré la cara entre las manos.

No dijo nada más. Se marchó y cerró la puerta. Escuché las ruedas de la maleta alejarse por la acera. Después de dos años juntos, después de cientos de «te quieros» y de enamorarme por primera vez, nunca volví a saber nada de ese cerdo mentiroso.

Soy fiel hasta la médula. Incluso ahora, de una forma extraña, le sigo siendo fiel. No he sido capaz de enamorarme otra vez. Se llevó mi corazón, las camisetas viejas que usaba para dormir, mi confianza y mis esperanzas. Me dejó demasiado asustada para arriesgarme a buscar esa clase de felicidad de nuevo. Salió por la puerta y me dejó preguntándome si de verdad era tan tonta o si no era lo bastante buena.

2. La mañana siguiente


Tras haber dormido solo una hora, me despierto pensando en la noche anterior. Me parece increíble la lujuria y la locura que había en el club. Sin duda, soy una de las pocas personas que no iban como una cuba al irse a casa. Pienso en el hombre borracho que duerme en mi cama y en que, si anoche hubiéramos llegado hasta el final, Paul ya no sería el último con el que me acosté.

Luego pienso en Tahoe. Dios, qué hombre tan sexy. Espero no tener que volver a verlo, al menos, hasta que Rachel y Saint vuelvan de su luna de miel, la cual, según me había explicado ella en un mensaje, iban a alargar un par de semanas más.

Me levanto del sofá y voy a la cocina. Enciendo el móvil y veo un mensaje de Wynn y lo escucho:

«¿Sabes qué? Emmet conoce al tío con el que te marchaste. ¿Qué tal fue? ¡Cuéntamelo todo! Y tengo que hablar contigo, así que llámame, ¿vale?».

Abro la nevera para sacar unos granos de café frescos, los muelo y llamo a Wynn mientras espero que el café se haga.

—Hola, ¿qué tal?

—Gina, Emmet me ha pedido que me mude con él.

Me quedo paralizada con la taza en la mano. La dejo en la encimera, despacio.

—¿Cómo dices?

—En la boda de Rachel y Saint me asusté cuando creí que estaba embarazada. Eso me hizo pensar en lo serio que es lo nuestro. Emmett también ha pensado en ello porque, bueno, ¡me ha pedido que vivamos juntos! —chilla.

«¿Y qué pasa conmigo?», quiero preguntar, pero no puedo ser tan egoísta. A ver, sí puedo, pero Wynn es mi mejor amiga. Ha esperado toda la vida para encontrar a su media naranja. Creo que siempre imaginó que sería la primera de las tres en casarse y al final fue Rachel, a quien solo le interesaba su carrera. ¿Por qué iba Wynn a quedarse con la eterna solterona? ¿Iba a decirle que no a su novio por mí? Ni de broma.

Pero, de pronto, me entra miedo de que Emmett le haga daño del mismo modo que Paul me lo hizo a mí.

—¿Estás segura de que es la decisión correcta? ¿Cuánto lleváis juntos?

—¡Un año! Gina, me siento fatal por dejarte tirada después de prometerte que me iba a mudar. ¿Y si te echo un cable con el alquiler? Ahora que voy a vivir con Emmett, ya no tendré que pagar el mío.

—De ninguna manera, Wynn.

—Rachel me hizo prometer que me mudaría contigo. No va a estar contenta cuando se entere. También se ofrecerá a ayudarte.

—Nadie me va a pagar el alquiler, ¿queda claro? Solo la persona que vive aquí, o sea, ¡yo! —protesto. Me quedo con el móvil en la oreja y echo un vistazo al bonito apartamento que ya no me podré permitir—. Estaré bien.

Estoy demasiado cansada para enfrentarme a la preocupación de tener que mudarme, así que le digo que ya nos veremos a lo largo de la semana y cuelgo.

Escucho una puerta abrirse, me doy la vuelta y me encuentro con el chico de anoche, Trent, totalmente vestido y listo para marcharse. Le dedico una sonrisa arrepentida y saco otra taza de café y un ibuprofeno. Lo llevo a la mesa y lo dejo delante del asiento vacío frente al mío.

—Uf, gracias —dice, aliviado. Se toma la pastilla—. ¿Cómo de horrible fue lo de anoche?

—¿Tan borracho estabas? —Me río—. No te preocupes, no pasó nada.

—Joder, ¿así de horrible?

—Fue cosa mía. Me entró el pánico después de un largo periodo de abstinencia.

—Ah. —Toma un sorbo de café—. Robé la invitación para la fiesta de anoche. Nunca me invitarían a un sitio así.

—¿En serio? —Me río.

—¿Cómo conseguiste una invitación? Espera, ya lo sé, porque estás muy buena.

—Ja, ja. No. Ni la mitad de buena que las demás chicas que estaban allí. Conozco a Tahoe. Nuestros mejores amigos se acaban de casar.

—Pues sí que tienes amigos importantes.

Pasamos un rato agradable charlando. Descubro que conoce a Emmett del trabajo (es proveedor del restaurante) y que, en el fondo, es un chico muy majo y honesto. Me da algo de pena que lo de anoche no llegara a ninguna parte. ¿Por qué una no puede decidir qué siente y cuándo? ¿Por qué estoy aquí sentada hablando con Trent mientras todavía siento una punzada en el pecho por el rechazo de Tahoe?


***


Trabajo en el centro comercial esta tarde. Para mí los domingos no son el día de descanso, más bien los lunes o los martes, cuando hay menos clientes. Todavía me impresiona el precio al que vendemos nuestros productos. Atendemos a la gente más rica de Chicago. La tienda es de lo más elegante y nunca está del todo llena excepto en las rebajas anuales, que atraen a todo el mundo, aunque solo sea para echar un vistazo a nuestros perfectos escaparates navideños y a una gran variedad de artículos de moda. Todavía quedan un par de meses para Navidad y el Black Friday, así que no hay mucha gente a quien vender cosméticos. Me preocupa el tema del piso y dudo entre si debería poner un anuncio en Craiglist para buscar una compañera o mudarme.

La idea de cambiarme de casa no me hace especial ilusión, pero convivir con una extraña me atrae incluso menos. Tengo veintitrés años, casi veinticuatro, soy demasiado mayor para compartir piso.

Martha, mi jefa, me llama:

—Gina, vamos a organizar esto, no me gusta ver Éxtasis Rosa en las estanterías de Fuego Naranja.

Martha siempre se preocupa de que la tienda esté impecable. Me gusta trabajar aquí, pasar el día rodeada de gente guapa y que viste de maravilla me hace feliz. Nadie llora en esta tienda. Nadie tiene problemas. A todos les gusta y se marchan con una sonrisa en la cara y a nosotras también nos hacen sonreír. Te dan las gracias y ya está. Hasta tengo algunas clientas habituales. Así que cuando entra la señora Darynda Kessles y me dice que no tiene tiempo para que la maquille, pero que ojalá estuviera disponible después porque tiene una gran fiesta, veo una oportunidad y la aprovecho.

—No me importa pasarme por tu casa para maquillarte.

—¡Sería fantástico! Nadie conoce mis rasgos mejor que tú. ¿Te va bien a las siete?

—Salgo a las seis, así que es perfecto.

Me alivia tener algo de trabajo extra. Me mantendrá ocupada para no pensar en lo que ocurrió anoche y me ayudará a pagar el alquiler hasta que se me acabe el contrato y tenga que mudarme. Anoto la dirección y le digo que iré cuando termine el turno.


***