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Maldita

Helena

Daniel Tubau

Maldita Helena

Primera edición, 2019

© Daniel Tubau

Diseño de portada, ilustraciones y mapas:

© Sandra Delgado, dibujo libre basado en un antiguo grabado de Penélope

© Imágenes interiores:

Figura I: Aeneas Jerrers, por Iohannes~eswiki. Licenciado por CC BY-SA 4.0 Figura VIII: Casco de colmillos de jabalí, Museo Arqueológico de Heraclión, por afrank99. Licenciado por CC BY-SA 2.5

© Editorial Ménades, 2019

www.menadeseditorial.com

ISBN: 978-84-120204-5-8

MALDITA HELENA

1

VIAJES CON HELENA

1.1. Declaración de intenciones

Del mismo modo que hizo Montaigne al comienzo de sus ensayos, quiero advertir a mis lectores acerca de lo que este libro no es. No es un ensayo sociológico, psicológico o histórico acerca de Helena de Troya y tampoco un estudio acerca de la mujer en la Grecia arcaica, aunque también es todas esas cosas, pero solo de una manera modesta.

Pretendo aquí, y no es poco, buscar las huellas de la Helena mitológica, ofrecer un incompleto catálogo de las diversas visiones acerca de esta mujer que tanto interesó a la antigüedad, un inventario, en definitiva, de algunas de las muchas sugerencias que ha dejado este mito. La visión hecha de visiones que ofrezco de ella es tan poco exhaustiva que sería muy atrevido pretender que se trata de un retrato fiel. Por otra parte, me he limitado al mundo grecolatino, dejando fuera de mi mirada las mil y una visiones posteriores de Helena que nos ha ofrecido la literatura, la música, el cine, la poesía o el teatro a lo largo de más de dos mil años, cuando ya la voz de los antiguos dioses no se escuchaba en los templos abandonados.

En este libro me olvidaré, por lo tanto, de la Helena que se paseó por las páginas de Oscar Wilde, a la que el ingenioso artista enfrentó a la Virgen María y comparó con Jesucristo, y de la Helena que se unió a Fausto en los versos de Goethe, o de aquella Helena de Kazantzakis que encuentra el verdadero hombre de su vida en ese compañero ocasional de aventuras que fue el Ulises de la Ilíada, pero al que también abandona en busca de nuevos amores y nuevas inquietudes. No viajaré con la Helena de Marlowe, aquel «rostro que lanzó mil naves y quemó las altas torres de Ilión» y que inspiró a Isaac Asimov la unidad de medida llamada «millihelen», la cantidad de belleza necesaria para lanzar un barco al mar. De todas esas Helenas me olvidaré en este libro. Y lo haré porque no creo que ninguna de ellas nos revele, a no ser por una inesperada pero puramente casual coincidencia, algo del mito original de Helena.

Hermann Fraenkel nos advirtió acerca de la tentación de los historiadores de la Grecia arcaica de escribir «de atrás hacia delante», es decir, de examinar las acciones de los griegos antiguos a la luz de las de los griegos de la época clásica, convirtiendo a los héroes de Homero en filósofos de la naturaleza, discípulos de Sócrates, políticos a la altura de Pericles o personajes de los dramas de Esquilo, Sófocles y Eurípides.1 Este procedimiento produce en los lectores una sensación de inevitabilidad en la historia griega y trasmite la impresión, con toda probabilidad engañosa, de que existe un destino inevitable que lleva desde los héroes de Troya hasta la democracia ateniense de Pericles. Al leer a los investigadores del mundo griego, nos dice Fraenkel, nos parece distinguir una línea clara que conecta los orígenes remotos de los griegos con las últimas muestras de su genio que podemos considerar que va más allá de la época helenística y llega hasta los primeros siglos de nuestra era, quizá hasta los Evangelios cristianos y los textos del Nuevo Testamento, que Fraenkel considera las últimas muestras del genio griego. La razón de esta engañosa continuidad es que fueron los propios griegos, y tras ellos los romanos, y tras ellos los cristianos, quienes dibujaron los primeros trazos de la línea, real o imaginaria, que une su pasado y su presente, por lo que poco se puede reprochar a los modernos eruditos que, al intentar conocer a los héroes de Homero, acudan una y otra vez a obras e ideas muy posteriores. Conviene, de todos modos, tener presente la advertencia de Fraenkel y recordar siempre que es el pasado el que influye en el futuro y no a la inversa, que fueron los griegos de épocas remotas los antepasados de los de la Grecia clásica y helenística, y no al contrario.

No se puede negar, sin embargo, que el presente también inventa el pasado, como decía aquel historiador ruso que en tiempos de Stalin se lamentaba de que lo difícil no era predecir el futuro sino el pasado, siempre sujeto a los caprichos y reescrituras del tirano. O como nos reveló Borges con su Pierre Menard autor del Quijote, al mostrarnos que un texto idéntico no significa lo mismo en el siglo xvi escrito por Cervantes que en el siglo xx escrito por Menard. O como, antes de Stalin y de Menard, ya nos dijo Nietzsche al recordarnos que «cada nueva época histórica crea a sus griegos». Reescribimos continuamente nuestro pasado y lo adaptamos a nuestros intereses, revelando y ocultando lo que nos conviene o lo que nos avergüenza. Pero, una vez admitida esa gran verdad, hay que añadir que todas esas reescrituras no pueden modificar lo que ha sucedido, sino tan solo nuestra visión acerca de ello, porque, como admiten incluso los teólogos más estrictos, ni siquiera Dios puede hacer que lo que ha sido no haya sido, aunque sí puede borrar su recuerdo, del mismo modo que lo hacen las arenas del tiempo, al menos hasta que los arqueólogos las remueven para impugnar, en apenas unos años, esa labor de siglos.

Mi intención en este viaje en busca de Helena ha sido aplicar el método opuesto a escribir de «atrás hacia delante» y hacerlo «de delante hacia atrás». No convertir a los héroes de Troya en personajes de una tragedia de Eurípides o un diálogo de Platón, sino intentar encontrar en los textos de filósofos, poetas y dramaturgos las huellas de algo muy lejano: el mito original de Helena. Practicar, en definitiva, una arqueología de los mitos, del mismo modo que se hace una arqueología de las ciudades o de los lenguajes, como cuando se intenta descubrir las palabras de la lengua indoeuropea original a través de la comparación de todos sus descendientes, desde el español, el francés o el ruso hasta el latín, el griego, el persa o el sanscrito. Del mismo modo que la presencia de una palabra casi idéntica en todas esas lenguas nos hace pensar que en la lengua indoeuropea existía un término semejante, la mención de un detalle relacionado con Helena por parte de un dramaturgo, un poeta o un mitógrafo puede indicarnos que los tres han tomado ese motivo común de un mito lejano hoy perdido. Por lo tanto, aunque soy consciente de los muchos riesgos, en Maldita Helena también he recurrido a autores muy posteriores a la época de la guerra de Troya con la esperanza de encontrar pistas que nos conduzcan a la Helena original. Porque se da la paradoja de que un cronista tardío puede disponer de una fuente arcaica que no estuvo al alcance de los autores que le precedieron, a pesar de que ellos estaban más cerca del hecho narrado. Esa es la razón de que recurra a autores tan tardíos como el bizantino Eustacio de Tesalónica, que vivió en el siglo xii de nuestra era. Tampoco hay que olvidar que Hesíodo y Homero, los primeros autores que nos hablan de Helena, ya se encontraban a siglos de distancia de la época en la que ella pudo vivir.

Por otra parte, este es un ensayo muy personal y caprichoso, que va de un lado a otro. Mi única ruta narrativa es la de los viajes de Helena y no es mi intención ofrecer respuestas estupendas ni lecciones de ningún tipo. He aplicado el célebre dicho de Confucio: «Estudiar sin pensar es inútil y pensar sin estudiar es peligroso», por lo que he investigado el mito de Helena sin tomarlo como una simple excusa para mis divagaciones, pero tampoco he querido limitarme a repetir lo que otros pueden contar mejor que yo. En definitiva, lo que he aprendido a lo largo de la investigación me ha llevado a reflexionar y esas reflexiones, a su vez, me han empujado a investigar con más atención. Es cierto que en ocasiones me he desviado del asunto principal, para acabar desembarcando, ¡con qué placer y alegría!, en lugares inesperados, pero esa es la mejor recompensa que nos ofrecen los clásicos: hacernos pensar siempre de manera renovada acerca de las eternas cosas.

Con estas modestas pretensiones, solo me queda desear que encuentres, lectora o lector, suficientes estímulos para llegar hasta el final.

1.2. Helena según quienes la conocieron

Ella suele criticar a las mujeres ligeras y por Helena desaprueba la Ilíada entera.

Propercio, Elegías

Si tuviera que empezar este libro a la manera tradicional, o como todavía se hace con algunos personajes dignos de un bestseller hagiográfico, reuniendo testimonios y elogios de quienes han conocido a la protagonista de esta biografía, es decir, Helena, me vería en verdaderas dificultades para encontrar a un único testigo fiable de las andanzas de esta mujer extraordinaria. Ahora bien, puesto que contamos con el precedente de Don Quijote de la Mancha, que se inicia con los poemas escritos por Amadis de Gaula y Orlando Furioso en honor al ingenioso hidalgo, o incluso con un diálogo en verso entre Babieca y Rocinante, me siento autorizado a reproducir aquí las palabras de aquellos que conocieron a Helena, aunque solo fuera en la imaginación y en los versos de los poetas y dramaturgos. Debo anticipar, eso sí, que en el caso de Helena los elogios, encomios y defensas no serán lo más frecuente.

Podríamos empezar por lo que se decían entre sí los ancianos de Troya al verla caminar cerca de ellos:

No es extraño que troyanos y aqueos,2 de buenas grebas,3 por una mujer tal estén padeciendo duraderos dolores: tremendo es su parecido con las inmortales diosas al mirarla.4

Las compañeras de juegos y carreras de Helena, en la noche de bodas de su amiga, proclaman que entre las doscientas cuarenta jóvenes más hermosas de Esparta «ninguna hay impecable cuando se la compara con Helena» y anuncian al novio que:

De Zeus es la hija que ha venido a acostarse bajo tu misma manta, como ella no pisa la tierra aquea alguna.5

Otro testimonio, ahora en forma de lamento, nos llega desde el anónimo coro del Agamenón de Esquilo:

¡Ay, loca Helena! ¡Tú sola hiciste que perecieran muchas vidas, muchísimas vidas al pie de Troya!6

En un sentido parecido se expresa otro coro, el de la Helena de Eurípides:

Tú eres hija de Zeus, Helena; tu alado padre te engendró en el seno de Leda. Después, tu nombre ha sido en tierra helénide símbolo de traición y de infidelidad, de falta de justicia y de dios.7

Y esta es la opinión de su suegra Hécuba, esposa de Príamo y madre de Paris, su raptor:

Ella arrebata las miradas de los hombres, destruye las ciudades, pone fuego a las casas. Tal es su poder seductor. Yo la conozco, y tú, y cuantos han sufrido.8

Teucro, uno de los guerreros que lucharon en Troya y que allí vio morir a su hermano el gran Áyax de Telamón, exclama al ver a una mujer en todo parecida a Helena:

Estoy viendo la odiosísima imagen sanguinaria de la mujer que me perdió a mí y a todos los aqueos. ¡Que los dioses te rechacen, escupiéndote, por tu parecido con Helena!9

Si buscamos entre los parientes de Helena, encontramos a Ifigenia, su sobrina, que pronunció estas palabras poco antes de ser sacrificada por Agamenón:

¡Ah, desdichada de mí, que he encontrado amarga, amarga, a la maldita Helena; me asesina y perezco bajo los tajos impíos de mi impío padre!10

Y finalmente, contamos con el testimonio de la propia Helena:

¡Ojalá que el mismo día en que mi madre me dio a luz se me hubiera llevado un maldito remolino de viento hasta una montaña o sobre las olas del mar resonante, donde el oleaje me habría tragado antes de que estos hechos hubieran tenido lugar!11

Tras leer estos testimonios, que admiran la belleza de Helena pero también su efecto fatal, muchos lectores se preguntarán quién era esta mujer alrededor de la cual giró todo el mundo griego.

1.3. El regreso de Helena

Helena de Troya es uno de los personajes más conocidos no solo de la antigüedad grecolatina, sino de toda la historia, a pesar de encontrarse en el movedizo terreno que separa a las leyendas y los mitos de la certeza histórica. En la antigüedad, empezando por Homero en su Ilíada y en su Odisea, nadie dudó de su existencia, aunque muchos detalles de su agitada vida se discutieron sin descanso. Pero cuando la cultura grecolatina entró en un cierto letargo y los antiguos dioses fueron sustituidos por el dios judío, cristiano y musulmán, se extendió el escepticismo acerca de todo lo que contaban los antiguos narradores, hasta el punto de que «griego» se convirtió en sinónimo de mentiroso. Satisfechos con sus propias mentiras, con su creencia en un dios inmutable que sin embargo crea el mundo, una virgen que da a luz a su hijo fecundada por un espíritu, un dios inmortal que muere en la cruz o un paraíso de leche y miel en el que cada hombre disfrutará de setenta y dos mujeres, los seguidores de los tres monoteísmos desterraron a los héroes de Troya al cuarto de los niños y a los libros de fábulas. Y con ellos se fue Helena.

Llegado el siglo xix, cuando el cristianismo ya había perdido casi por completo su vigor y gran parte de su dominio sobre las almas y los cuerpos de los europeos, persistía el escepticismo acerca de todo aquello que había contado Homero. Fue entonces, en las navidades de 1829, cuando los ojos de un niño de siete años se detuvieron en un grabado de Voltz que aparecía en una Historia Universal ilustrada que le había regalado su padre. En el grabado se veía a un guerrero que cargaba con un anciano a hombros y al que acompañaba un niño, quizá de la misma edad que el joven lector. Al fondo de la imagen se podía distinguir a varios guerreros luchando junto a las torres de una ciudad que estaba siendo devorada por el fuego. El guerrero era Eneas, el anciano, su padre Anquises, y el niño, Ascanio. Los tres huían de Troya, la ciudad que había sido incendiada y saqueada por los griegos en venganza por el rapto de una mujer, Helena de Troya.

Cuando aquel niño vio esa imagen, intuyó por primera vez cuál era su destino en la vida, pero tuvo su confirmación cuando años después escuchó a un molinero borracho recitar versos de Homero. El ahora joven Heinrich Schliemann no entendió nada, pero le sedujo la melodía de aquel idioma y rogó a Dios aprender griego alguna vez. Después de muchas vicisitudes, sin duda dignas de un Homero que las cantara, Schliemann dominaba más de cinco idiomas, entre ellos el griego clásico de Homero, y se había hecho rico, tanto como para buscar los muros de aquella imagen infantil. Finalmente, en las costas de Turquía, bajo las colinas de Hisarlik, encontró las ruinas de una ciudad que identificó como Troya. Y allí descubrió también un tesoro con muchas piezas de oro. Tras probar los collares a su propia esposa, la griega Sofia, pensó por un instante que se encontraba ante la mismísima Helena de Troya y que esas joyas habían adornado la belleza incomparable de la mujer destructora de ciudades y matadora de hombres. Helena había vuelto a la vida y los antiguos mitos y leyendas habían escapado de los vistosos volúmenes de cuentos para niños para entrar en la historia.12

1.4. Leyenda, historia, mitología

El redescubrimiento de Troya, y con él el de Helena, nos ha permitido cambiar nuestras ideas acerca de la antigüedad, al darnos cuenta de que muchas de las historias de Homero, Hesíodo y otros poetas griegos no eran simples fábulas, pero también han tenido un efecto mucho más radical, que intentaré explicar de manera sencilla.

En la antigüedad, los griegos pensaban en la guerra de Troya y en Helena como en una parte fundamental de su historia como pueblo. Fue en las llanuras de Troya donde los diversos reinos griegos se unieron por una causa común, el rescate de Helena, y se enfrentaron por vez primera a los bárbaros. Esa guerra se convirtió en el modelo a imitar cuando los descomunales ejércitos persas se presentaron en tierras griegas casi un milenio después y fueron vencidos13 por una alianza de estados griegos, y siguió siéndolo cuando el macedonio Alejandro, que llevaba siempre encima un ejemplar de la Ilíada, venció a Darío y estableció el imperio más extenso hasta entonces conocido. Los héroes a los que imitaban los soldados que vencieron a los persas en Maratón y Salamina eran Aquiles y Áyax, los consejeros a los que emulaban en las asambleas eran Néstor y Ulises,14 la mujer a la que debían imitar, Penélope; aquella a quien no debía parecerse una mujer decente, Helena. Los personajes de las dos grandes epopeyas de Homero y los escritos del mitógrafo Hesíodo contenían la historia más remota de los griegos y las razones de su orgullo como pueblo. El recuerdo de aquellos tiempos se repetía una y otra vez, en el teatro, la filosofía y la poesía, pues allí estaba el origen de lo griego, de lo helénico.

Sin embargo, existían ciertos problemas para conectar el tiempo de aquellos héroes con la Grecia antigua y clásica. Los griegos eran conscientes de que habían transcurrido varios siglos entre los acontecimientos de Troya y su propia época, pero no prestaron demasiada importancia al asunto hasta que empezó a desarrollarse un pensamiento más metódico, racional y razonable, gracias a los filósofos presocráticos y a las investigaciones de los primeros historiadores, como Heródoto y Tucídides. Fue entonces cuando se extendió cierto escepticismo acerca de los antiguos relatos. Por una parte, los griegos pensaban que Homero había vivido en la época de sus poemas y que incluso había presenciado la guerra de Troya, que solían situar hacia el año 1200 antes de nuestra era, aunque se llegaron a proponer al menos dieciséis fechas diferentes, desde el 1346 hasta el 1127 a.n.e., así como un gran asedio anterior, el de la ciudad de Tebas, pero, por otro lado, no resultaba muy claro cómo se habían trasmitido los poemas homéricos hasta la época plenamente histórica, que es la que se inicia con la primera Olimpiada, en el año 776 antes de nuestra era. ¿Qué había sucedido durante esos más de cuatrocientos años? A pesar de las muchas lagunas en su conocimiento histórico, los griegos de la época clásica y helenística pocas veces pusieron en duda que la guerra de Troya hubiera tenido lugar, pero los expertos modernos sí acabaron por adoptar esa conclusión y dictaminaron que todos esos personajes, entre ellos Helena, habían sido inventados por poetas y cantores inspirados.

Sin embargo, como ya sabemos, Schliemann descubrió Troya, y de este modo situó a Helena y a todos los que lucharon por ella más cerca de la historia que de la leyenda. Ahora bien, los descubrimientos de Schliemann y sus sucesores ofrecieron respuestas a viejos enigmas, pero plantearon otros. El primero fue cuál de las nueve ruinas sucesivas que se encontraron en la colina de Hisarlik era la de la Troya de Helena. Schliemann pensó que era Troya II, y parece seguro que se equivocó, como el mismo reconoció poco antes de morir, cambiando la apuesta por Troya VI, quizá equivocándose de nuevo. Hoy en día se considera que la Troya homérica es la VII A, aunque no todos están de acuerdo y expertos como Michael Wood apuestan, como Schliemann, por Troya VI.15 Otros enigmas y descubrimientos que nos ha deparado la arqueología son más difíciles de resolver y habrían asombrado a los propios griegos de la época clásica, porque afectan directamente a su identidad y a la de Helena. Nos encontraremos con esas y otras sorpresas a lo largo de nuestro periplo con esta mujer tan viajera llamada Helena.

El viaje se inicia, como toda biografía, antes del nacimiento de su protagonista.


1 Hermann Fränkel, Poesía y filosofía de la Grecia arcaica.

2 Los aqueos son lo que hoy llamamos griegos. Los propios griegos se consideraban emparentados con los aqueos que lucharon en Troya, aunque hay ciertas dudas acerca de que realmente lo estuvieran, como se verá más adelante.

3 Las grebas son protecciones que llevaban los guerreros y que llegaban desde la rodilla, a menudo protegiéndola también, hasta los tobillos.

4 Homero, Ilíada.

5 Teócrito, Epitalamio de Helena (en Bucólicos griegos).

6 Esquilo, Agamenón.

7 Eurípides, Helena.

8 Eurípides, Las troyanas.

9 Eurípides, Helena.

10 Eurípides, Helena.

11 Homero, Ilíada.

12 En la actualidad, en el museo Pushkin.

13 En 481 a.n.e. tuvo lugar el intento de invasión de Grecia por el persa Jerjes y en 334 a.n.e. la invasión de Persia por Alejandro.

14 En este libro llamaré al héroe que combatió en Troya y protagonizó el libro de viajes más conocido de la historia (la Odisea) por su nombre romano, Ulises, y no por el más conocido y griego, Odiseo, debido a que el uso de Ulises está tan extendido que para muchos lectores resulta chocante llamarlo Odiseo. Del mismo modo, adopto el uso estándar de la palabra «griego» (denominación latina a partir de una tribu del Epiro) para referirme a los helenos.

15 Michael Wood, In Search of the Trojan War.

2

RÍO EUROTAS

(esparta)

2.1. La hija del cisne

Los hacedores de mitos, es decir, los poetas, nos cuentan que Helena nació de un huevo fecundado por Leda. Es un comienzo extraño para una mujer que pretende ser histórica, pero estamos obligados a respetar, al menos por el momento, las leyes del mito.

La razón de un nacimiento tan extraño fue que Zeus, el dios supremo de los griegos, se enamoró de Leda, una mujer de genealogía muy discutida. A Leda, en efecto, se le atribuyen varios padres, como Glauco, Sísifo o Testio, y muchas madres, como Laofonte, Deidamea, Eurítemis, Leucipe o Panteidula. Es probable que esta cantidad de padres y madres se deba al deseo de emparentar a Leda con diversas regiones de la antigua Grecia. Así, Glauco se supone que era corintio, mientras que Testio era etolio.

Fueran cuales fueran sus padres y sus madres, Leda estaba casada con el rey Tindáreo de Esparta cuando Zeus se fijó en ella y la acechó en las orillas del río Eurotas. Para seducirla, el dios se transformó en cisne y fingió que le perseguía un águila. Leda acogió al cisne en su regazo, momento que aprovechó el padre de los dioses para fecundarla, algunos dicen que mediante la fuerza, aunque no parece razonable que Zeus se tomara tantas molestias previas para después emplear un método que estaba al alcance de su omnipotencia desde el principio. Aunque no faltan las violaciones en la biografía de Zeus, por lo general prefería emplear la seducción y el engaño.

Ese mismo día, Leda tuvo amores con su marido y fue fecundada de nuevo, por lo que acabó por dar a luz dos huevos semejantes:

Júpiter (Zeus), metamorfoseado en cisne, poseyó a Leda, hija de Testio, a orillas del rio Eurotas. De él dio a luz a Pólux y a Helena; y de Tindáreo a Castor y a Clitemnestra.16

Las dos parejas de gemelos vivieron vidas casi paralelas. Helena y Clitemnestra se convirtieron en reinas de Esparta y de Micenas, casándose con dos hermanos, Agamenón y Menelao. Cástor y Pólux se convirtieron en una pareja inseparable, la de los Dioscuros («hijos de Dios»).

2.2. Los dioses que aman a las mujeres

En casi todas las mitologías abundan los encuentros sexuales entre los dioses y los humanos, semejantes al de Zeus con Leda. Se han inventado muchas interpretaciones psicoanalíticas, ideológicas, metafísicas e incluso políticas para intentar explicar esta extraña afición de los dioses.

Se supone que los dioses son seres superiores, inmensamente poderosos, sabios y bellos, mientras que los seres humanos somos criaturas imperfectas que nos arrastramos sobre la tierra a merced de todo tipo de calamidades. Y, sin embargo, los dioses están interesadísimos en nosotros. Da la impresión de que pasan gran parte de su tiempo mirándonos, vigilando lo que hacemos… y enamorándose de nosotros.

¿Puede ser que las relaciones entre dioses y hombres reflejen el deseo de los mitógrafos de elevar su propia autoestima, la de la humanidad? ¿O sucede que en las antiguas religiones dioses y humanos no estaban tan radicalmente separados como lo están en las religiones evolucionadas? Hesíodo parece estar de acuerdo con esta concepción en Trabajos y días:

Ahora si quieres te contaré brevemente otro relato, aunque sabiendo, —y tu grábatelo en el corazón— cómo los dioses y los hombres mortales tuvieron un mismo origen.17

En la mitología griega encontramos a menudo a héroes que se enfrentan a los dioses, a veces con éxito. En la Ilíada, Diomedes no rehúye el combate con las divinidades que ayudan a los troyanos y llega a enfrentarse al mismísimo dios de la guerra Ares, al que hiere en un costado, y a Afrodita, a la que hiere en la mano. En el Génesis también se nos dice que Jacob combatió con un ángel o quizá con el propio Dios:

Se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: «Déjame, porque raya el alba». Y Jacob le respondió: «No te dejaré, si no me bendices». Y el varón le dijo: «¿Cuál es tu nombre?» Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.18

En cuanto al sexo con los mortales, encontramos esa afición entre los ángeles del Génesis, a los que en los textos judíos se conoce como «los hijos de dios»:

Los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, y tomaron para sí mujeres de entre todas las que les gustaban.19

La costumbre llegó hasta los orígenes del cristianismo, cuando Dios se fijó en María y la hizo concebir a Jesús. ¿De qué manera? Según intérpretes cristianos como San Efrén de Siria (307-373), a través de las orejas (conceptio per aurem), pues el espíritu de Dios se introdujo como verbo por el oído (concepit ex auditu):

No bien hubo pronunciado la Virgen con toda humildad estas palabras, el Verbo de Dios penetró en ella por la oreja, y la naturaleza íntima de su cuerpo, con todos sus sentidos, fue santificada y purificada como el oro en el crisol. Quedó convertida en un templo santo, inmaculado, mansión del Verbo divino. Y en el mismo momento dio comienzo el embarazo de la Virgen.20

Este es el poder del verbo, del logos, que más adelante veremos que tiene mucha relación con el mito de Helena.

Pero es en Grecia donde encontramos una y otra vez a dioses buscando amantes entre las mujeres. Destacan Poseidón y su hermano Zeus, que tienen decenas de hijos e hijas con mujeres. Del dios del mar se conocen más de cincuenta amantes humanas, además de dos o tres decenas divinas o semidivinas, como ninfas o nereidas. Su hermano Zeus no se queda atrás e incluso lo supera.

Entre las decenas de amantes de Zeus, Leda destaca, como ya hemos visto, porque, para seducirla, el Padre de los dioses se tomó un trabajo especial, transformándose en animal y urdiendo un engaño. A pesar de que sus uniones con diosas, seres semidivinos y mujeres mortales se cuentan por decenas, solo en diez o veinte ocasiones Zeus se transformó en un animal. En un águila para seducir a Egina, en un fénix con Casiopea, un toro para raptar a Europa, un oso con Mantea, un águila para llevarse al Olimpo al joven Ganímedes o incluso en una hormiga para poseer a Eurimedusa. Es decir, que, como denunciaron siglos después los cristianos, los dioses griegos no solo eran pecadores, soberbios y adúlteros sino que también practicaban la zoofilia.


16 Higinio, Fábulas.

17 Hesíodo, Trabajos y días.

18 Génesis 32:22-30

19 Génesis, 6:2. Las Escrituras hebreas usan las expresiones «los hijos del Dios verdadero» y «los hijos de Dios» en Génesis 6:2, 4; Job 1:6; 2:1; 38:7 y Salmos 89:6.

20 José María Salvador González, Per aurem intrat Christus in Mariam. Aproximación iconográfica a la conceptio per aurem en la pintura italiana del Trecento desde fuentes patrísticas y teológicas.

3

Ramnunte

tica)

3.1. Némesis, la otra madre de Helena

Cuentan que una vez Leda encontró un huevo.

Safo

Existe una curiosa historia que conecta a Helena con Ramnunte, una ciudad del Ática, la región de la que es capital Atenas. Según este mito, la verdadera madre de Helena no habría sido Leda, sino una ninfa llamada Némesis de la que se enamoró Zeus y a la que persiguió por medio mundo. La ninfase transformó en pez y se arrojó al agua para huir de su acosador, pero Zeus, de quien ya conocemos sus capacidades transformistas, se convirtió en un castor y nadó tras ella. De nuevo en tierra, Némesis adoptó la forma de otros animales, pero no logró escapar de Zeus, que también se transformaba en animales más feroces y rápidos. En su último intento, Némesis adoptó la forma de un ganso salvaje y se elevó en el aire, pero Zeus la alcanzó en forma de cisne y la poseyó en Ramnunte. Allí, por lo tanto, fue concebida Helena, aunque meses después Némesis dejó el huevo de color Jacinto (azul) en un pantano de Esparta, donde lo encontró Leda, la esposa del rey Tindáreo.21

No todos están de acuerdo con esta versión y aseguran que para conseguir a Némesis Zeus se convirtió en un cisne y que fingió ser perseguido por un águila. De este modo logró que ella lo protegiera en su seno, momento que el dios aprovechó para violarla. Cuando tiempo después puso un huevo, Hermes lo arrojó entre los muslos de Leda y ella dio a luz entonces a Helena.22

A pesar de que en el arte, no solo grecolatino, sino universal, el motivo de Leda y el cisne ha sido uno de los más populares, parece que los autores más antiguos consideraban que la verdadera madre de Helena fue Némesis y que solo más tarde empezó a transferirse esa función a Leda. Según nos cuenta Pausanias en su libro dedicado al Ática, Fidias representó a Helena «conducida por Leda junto a Némesis».23 También en una obra perdida del comediógrafo Cratino llamada Némesis, parece que uno de los personajes tenía que representar a Leda, como una gallina que empolla un huevo que no es suyo:

Leda, te toca. No tienes que diferenciarte en nada de una gallina distinguida en tus maneras, empollando este huevo de aquí, para que nos hagas salir de él un hermoso y admirable pájaro.24

Homero y Hesíodo no llegan a mencionar el nombre de la madre de Helena, aunque Higinio dice que Hesíodo aseguraba que la madre no era ni Némesis ni Leda, sino una hija de Océano, lo que nos hace sospechar un descuido del propio Higinio, puesto que Némesis era precisamente hija de Océano. También se discute si esta Némesis madre de Helena se puede identificar con la diosa Némesis, que, como se puede deducir, es una entidad asociada a la fatalidad. Esta genealogía es muy tentadora, porque muestra uno de los aspectos más llamativos del mito de Helena, su carácter de mujer que lleva a la perdición a los hombres y los pueblos.

3.2. El padre humano de Helena

En el nacimiento de Helena existe un tercer elemento que es también un motivo repetido de muchos mitos griegos: los héroes o heroínas son al mismo tiempo descendientes de un dios y de un mortal, son semidioses.

Genealogía de Helena, Clitemnestra y los Dioscuros

Es cierto que Leda fecundó un huevo nacido de la simiente de Zeus, pero ya sabemos que ese mismo día se acostó con su esposo Tindáreo, que también la fecundó. Tiempo después, dio a luz dos huevos y de cada uno de ellos salieron los hijos y las hijas de Zeus y de Tindáreo. Se suele afirmar que del huevo divino surgieron Helena y Cástor, mientras que del humano nacieron Pólux y Clitemnestra, aunque poetas y dramaturgos ofrecen también otras combinaciones, incluso con tres hermanos en un solo huevo:

Esos trillizos que ves nacidos de un solo huevo, se consideran hijos de padres y madres inciertos. Los gestó Némesis, pero fue Leda la que, como madre, los empolló; sus padres son Tindáreo y Júpiter: aquél lo cree, pero este otro lo sabe.25

Helena, por lo tanto, es hija de un dios, pero también tiene un padre mortal, Tindáreo. Su familia, por este lado humano del árbol genealógico, se mueve alrededor de dos ciudades, Micenas y Esparta.

Todo comenzó en la ciudad de Esparta, donde reinaba Ébalo junto a su esposa Gorgófone (primera mujer en contraer nupcias tras la muerte de su marido). Los hijos del matrimonio eran Tindáreo, Icario y Arene, pero el heredero del trono fue un hijo ilegítimo, que Ébalo había tenido con una ninfa llamada Batia. Este hijo se llamaba Hipocoonte y en cuanto se hizo con el trono, expulsó a Tindáreo y sus otros hermanos de Esparta. Fue durante su exilio en Etolia cuando Tindáreo conoció a Leda.

Tiempo después, gracias a la intervención del gran héroe Heracles, que mató a Hipocoonte y a sus doce hijos, Tindáreo consiguió hacerse con el trono de Esparta.

Tindáreo tuvo varios hijos, como Timandra y Filónoe, que nacieron de manera natural y otros cuatro hijos, nacidos a partir de los dos huevos que fecundó Leda:

Leda de bucles hermosos semejante a los resplandores de la luna, al fecundo lecho de Tindáreo subió y alumbró a Timandra, a Clitemnestra de ojos de vaca y a Filónoe, que en su figura competía con las inmortales.26


21 Robert Graves, Los mitos griegos. Lo cuenta Pausanias en su Descripción de Grecia (Ática). Ateneo coincide con esta versión, que atribuye a los Cantos Ciprios.

22 Apolodoro en su Biblioteca dice que Némesis puso un huevo tras su unión con Zeus y que un pastor lo encontró y se lo entregó a Leda, que lo guardó en un cofre, hasta que nació Helena.

23 Pausanias, Descripción de Grecia.

24 Ateneo, Banquete de los eruditos.

25 Ausonio, Epigramas.

26 Hesíodo, Catálogo de las mujeres.

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TEMPLO DE ÁRTEMIS ORTIA

(Junto al río Eurotas, Esparta)

4.1. El primer raptor de Helena

Casi mil años antes de la Guerra del Peloponeso Helena fue el origen del primer conflicto entre Atenas y Esparta, que tuvo lugar unos veinte años antes de la guerra de Troya.

El rey Teseo, después de matar a Minotauro y escapar de Creta con Ariadna y abandonarla en la isla de Naxos; después de haber raptado a una amazona (Antíope, Melanipa o Hipólita según las diversas fuentes) y perderla tras el nacimiento de su hijo Hipólito;27 después de raptar a Anaxo de Trecén, después de casarse con Fedra, que se suicidó tras haber acusado de violación a su hijo adoptivo Hipólito, al que Teseo mató creyendo en sus palabras… Después de todas estas accidentadas y violentas relaciones con mujeres, el viudo Teseo y su amigo Pirítoo quisieron buscar nuevas esposas y decidieron que las dos fueran hijas de Zeus.

La primera hija de Zeus que les llamó la atención fue Helena de Esparta, la joven hija del rey Tindáreo, pues, como nos cuenta Isócrates, el rey Teseo, después de ver a Helena,

que todavía no estaba en la flor de la edad pero ya sobresalía de las demás, quedo tan prendado de su belleza… pensó que no merecía la pena vivir con los bienes que le rodeaban sin la compañía de aquella.28

Píndaro, que era sin duda un mal pensado, decía que la verdadera razón era que Teseo quería emparentar con los Dioscuros.

Para obtenerla, los dos amigos decidieron recurrir a un método muy común en la época para conseguir esposa, el rapto. Puede parecer que se trata de costumbres bárbaras y antiguas, pero es un sistema que todavía se practica en muchos lugares del mundo, donde las mujeres se compran, se venden, se intercambian o incluso se secuestran o raptan. Es un procedimiento que se practica en zonas dominadas por integristas musulmanes y que al parecer se está produciendo en algunos lugares de China, dada la escasez de mujeres, y en algunos países de África.

También, por supuesto, continúa la trata de blancas en todo el planeta, incluso en los países más desarrollados, aunque en este caso la intención no suele ser conseguir una esposa, sino una esclava sexual a la que explotar. Recientemente se ha descubierto que en la tribu originaria más prestigiosa e idealizada por los antropólogos, los yanomami, el rapto de mujeres es una de las principales razones por las que las diversas tribus entran en guerra. Se trata de guerras pactadas entre los hombres de tribus diferentes, con la intención de raptar a las mujeres de la otra tribu. En esas guerras se hieren o se matan algunos hombres, pero, al mismo tiempo, se apoderan de las mujeres ajenas, que es su verdadera intención.

Los cronistas nos cuentan que Teseo y su amigo Pirítoo decidieron raptar a Helena mientras estaba en el templo de Ártemis Ortia, danzando en honor de la diosa cazadora junto a sus compañeras, y quizá también junto a su hermana Clitemnestra. Era una tradición que las mujeres realizaran estos ritos sin ser molestadas y por eso se consideraba especialmente impío que los hombres interrumpieran estas ceremonias. Teseo y Pirítoo no solo las interrumpieron, sino que raptaron a Helena en mitad de un rito sagrado.


27 La abandonó o la perdió en la guerra contra sus compañeras.

28 Isócrates, Defensa de Helena.

5

TEGEA

(Arcadia)

5.1. El sorteo de Helena y la promesa fatal

Cuando estaban ya a la altura de Tegea, en la Arcadia, la región con la que todavía hoy nos referimos a un lugar idílico, campestre y de ingenuidad pastoril, Teseo y Pirítoo se detuvieron para sortearse a Helena, pero antes hicieron un pacto: el ganador de la apuesta ayudaría al perdedor a conseguir otra esposa, que también fuera hija de Zeus. Teseo ganó la apuesta y le correspondió Helena, pero al mismo tiempo selló de manera trágica su propio destino y el de Pirítoo.

6

AFIDNA Y ATENAS

6.1. La novia infernal

Cuando Teseo y su amigo llegaron a Atenas, el pueblo se escandalizó al ver que Helena era todavía una niña. Además, todos temían un conflicto con los poderosos espartanos, pues estaban seguros de que Cástor y Pólux, o quizá el rey Tindáreo en persona acudirían a rescatarla. Teseo, que no era muy popular entre los suyos desde que había decretado la reordenación del Ática, al unir a las ciudades y pueblos en una federación, pensó que era preferible esconder a Helena y la llevó en secreto a Afidna, donde la dejó al cuidado de su propia madre, Etra.29 Según Plutarco, en las Ciprias se contaba que Teseo mató a un tal Afidno a causa de Helena, pero no sabemos mucho más de esta historia.30

Después, los dos amigos fueron en busca de la mujer que había elegido Pirítoo como esposa. Esta vez el viaje era incluso más peligroso que el que les había llevado a Esparta, porque Pirítoo eligió entre las hijas de Zeus ni más ni menos que a Perséfone, la esposa del señor de los infiernos griegos, Hades. Fue allí, en el oscuro reino subterráneo, donde la buena suerte que hasta entonces había tenido Teseo se acabó. Hades les recibió con fingida cortesía y les invitó a sentarse mientras decidía acerca de su atrevida pretensión. En cuanto se sentaron, los dos héroes se quedaron pegados a las sillas infernales, incapaces de despegar sus atrevidos traseros. Años después, sin embargo, Heracles visitó el infierno y Hades le permitió rescatar a Teseo y a su amigo, siempre y cuando fuera capaz de separarlos de sus asientos. Heracles agarró a Teseo por los brazos y tiro de él con toda su fuerza, hasta que logró despegarlo de la silla, aunque dejándose en ella parte de su trasero. Dicen que esta es la causa de que los atenienses se caractericen por su culo flaco y escurrido. Con Pirítoo no hubo tanta suerte y se quedó en el infierno para siempre.

La versión humana o mundana de este mito, la que prefiere Plutarco en sus Vidas paralelas, en las que compara a Teseo con Rómulo, es que Teseo y Pirítoo no descendieron a los infiernos, sino que intentaron raptar a la hija del rey de los Molosos, Eidoneo, que había reproducido en su hogar un pequeño infierno familiar, al llamar Perséfone a su esposa, Core a su hija y Cerbero a su perro. Se supone que él mismo se identificaba con Hades, también conocido como Eidoneo.31 En cualquier caso, también en esta versión, el rapto terminó en fracaso y Pirítoo fue despedazado por el perro mientras que Teseo permaneció en prisión durante un tiempo.

Aprovechando la ausencia de Teseo, los dos hermanos de Helena, Cástor y Pólux, conocidos como los Dioscuros, acudieron con un ejército a Atenas para reclamar su devolución, pero no pudieron encontrar a la muchacha hasta que, tras saquear toda la región, un hombre llamado Academo les reveló que Teseo la había escondido en Afidna, ciudad que los dos hermanos saquearon. En agradecimiento a Academo, los espartanos le honraron en vida y respetaron siempre sus tierras, que con el tiempo albergarían la Academia de Platón. Otras versiones dice que en realidad Academo y Maratón llegaron desde Esparta con las tropas de los Dioscuros y que de ellos procede el nombre de la Academia y el pueblo de Maratón, que luego sería célebre por una batalla que a su vez daría origen a la prueba más extrema de los Juegos Olímpicos modernos.

Esta invasión de los espartanos, que precedería en casi mil años a las de la Guerra del Peloponeso, sería la explicación de que en Atenas se rindiese culto a los Dioscuros.

De este modo terminó el primer rapto de Helena que, como se ve, ya siendo tan joven pudo ser calificada como causante (aunque sin ninguna responsabilidad por su parte) de la muerte de hombres y la destrucción de pueblos y ciudades, la maldición que siempre la acompañaría tras la guerra de Troya.

Existe, sin embargo, una versión, nada popular, según la cual quienes raptaron a Helena fueron otra pareja de grandes héroes, y enemigos mortales de los Dioscuros, Idas y Linceo. En este caso, Teseo no habría sido el raptor, sino quien rescató a Helena y se la devolvió a los espartanos. Otra versión aseguraba que el propio Tindáreo puso a Helena bajo la protección de Teseo, porque temía que la raptara o la violara Enareforo, hijo de su hermano Hipocoonte, al que Tindáreo había arrebatado el trono con ayuda de Heracles.32

La historia del primer rapto de Helena sorprende a primera vista, como si fuera un relato tardío, creado para relacionar al gran héroe de Atenas con la mujer más célebre de la antigüedad, pero lo cierto es que Homero en la Ilíada menciona entre las criadas de Helena a Etra, la hija de Piteo, es decir, la madre de Teseo.33 Y resulta difícil explicar de otra manera qué hace la madre del ateniense Teseo como esclava de una espartana.34


29 Teseo quizá era fruto de una violación, la de Etra por el rey Egeo de Atenas, con el consentimiento del padre de la muchacha, Piteo de Trecén, que la hizo acostarse con Egeo tras emborracharlo.

30 Plutarco, Teseo.

31 Lo cuenta Plutarco en su Teseo (Vidas paralelas).

32 Plutarco se refiere a estas versiones en sus Vidas Paralelas: Teseo.

33 Otra versión asegura que la razón por la que Etra estaba en Troya como criada de Helena era que tiempo atrás el hermano de Paris, Héctor, había atacado la ciudad de Trecén y que fue entonces cuando se llevó entre los cautivos a la madre de Teseo. Algunos, como Aristarco, pensaban que la presencia de Etra era una interpolación posterior a Homero para justificar la participación de Atenas o de los hijos de Teseo en la guerra de Troya.

34 El rapto de Helena por Teseo lo cuentan muchos autores, como el poeta Alcman o Diodoro de Sicilia en su Biblioteca histórica.

7

CÉNCREAS

(Acaya/Argós)

7.1. El baño de Helena

De ser cierto que Helena quedó embarazada de Teseo y dio a luz a Ifigenía, quizá también lo sería lo que asegura Pausanias: que en la Argólida, enfrente de Cencreas estaba el Baño de Helena, un lugar en el que desde una roca cae hacia el mar agua salada «que da la impresión de que empieza a caldearse».35 Y allí cerca está el santuario de Ilitia, que Helena dedicó a la diosa tras dar a luz en Argos a Ifigenia. Para dar más verosimilitud a su relato, Pausanias dice que los argivos afirmaban que Ifigenia era, en efecto, hija de Teseo y Helena y que varios poetas escribieron sobre este asunto, como Euforión de Calcis, Alejandro de Pleurón o Estesícoro de Hímera, al que conoceremos más adelante.

Por otra parte, Lempriere en su impresionante A classical dictionary36 me puso sobre la pista de otra Helena, a la que encontramos en las páginas de Plinio. Esta Helena que vivía en Esparta y a la que se confundía con la hija de Leda. Se cuenta que esta otra muchacha llamada Helena iba a ser sacrificada cuando un águila se precipitó sobre el altar y arrebató al sacerdote el cuchillo. El sacrificio se detuvo al instante y además se abolieron para siempre los sacrificios humanos. No es extraño que se confundieran estas dos Helenas y resulta difícil pensar que no estén relacionadas: una mujer sacrificada, como Ifigenia, y un águila en el que es obvio que debemos reconocer a Zeus, el padre de Helena.


35 Pausanias, Descripción de Grecia (Corinto y la Argólide)

36 Lempriere, A Classical Dictionary containing a full Account of all the Proper Names mentioned in Ancient Authors (1788), también conocido como Bibliotheca Classica.