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NUESTRAS INQUIETUDES
MÁS PROFUNDAS

Paz interior, felicidad, trascendencia

 

Alfredo Gaete Briseño

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PRIMERA EDICIÓN
Octubre 2019

Editado por Aguja Literaria
Valdepeñas 752
Las Condes - Santiago - Chile
Fono fijo: +56 227896753
E-Mail: contacto@agujaliteraria.com
Sitio web: www.agujaliteraria.com
Facebook: Aguja Literaria
Instagram: @agujaliteraria

ISBN: 9789566039266

DERECHOS RESERVADOS
Nº inscripción: 244.583
Alfredo Gaete Briseño
Nuestras inquietudes más profundas

Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático

DISEÑO DE PORTADA
Fotografía: Alfredo Gaete Briseño
Diseño: Josefina Gaete Silva

 



PARTE 1

Acercándonos
al Ser que somos

AGRADECIMIENTOS


He contraído con algunas personas ese tipo de deuda que vale la pena tener: se paga con amor y recuerda que el mundo está formado por todos. A un buen amigo le gusta repetir: “Somos como gotas de agua que regresamos al mismo océano”.

Agradezco la generosidad con que entregaron sus conocimientos para enriquecer el contenido de este manuscrito y también pulir su calidad literaria.

“El tiempo vale oro”. Gracias por el que ustedes invirtieron aquí.

A Carmen Gloria Silva Ugarte, con quien cumpliremos 40 años de matrimonio en enero próximo. Una mujer que con el paso de los años ha cultivado una inteligente nobleza que nos permite ser hoy mucho más que ayer. Respecto a mi desarrollo como escritor y en particular al contenido de este libro, sus opiniones, sinceras y por qué no decirlo, continuamente divergentes, han contribuido para que vea el mundo con una mirada notablemente ampliada, la cual, sin duda, ha influido en la maravillosa relación que hoy tengo con la paz y la felicidad.

A mi hija Josefina, quien con su pragmatismo me hace entender a diario que no todos piensan como yo, que mis deducciones no necesariamente son tan obvias y que mis comentarios suelen no ser fáciles de digerir. Su delicada sinceridad ha influido para que el contenido sea menos sesgado.

A mi hijo Cristián y su revisión de algunos conceptos, enfocada a evitar discusiones filosóficas o científicas que pudieran desvirtuar el cumplimiento de los objetivos del libro, dirigidos a hacer un aporte para mejorar la calidad de vida y no al conocimiento teórico de la humanidad. También su contribución para lograr una redacción más cercana al lector. Utilizo esta oportunidad para agradecerle aquel simple, obvio y genial comentario que acude a mi memoria cada vez que enfrento una revisión literaria: “Cuando el lector tenga una duda, tú no estarás a su lado para aclarársela”.

A mi hijo Joaquín, por su aporte en la revisión filosófica, entregando su mirada de psicólogo, así como sus conocimientos y experiencia de psicoterapeuta y docente. Especialmente por la acuciosidad con que realizó las últimas lecturas, ayudándome su aporte a hacer más digerible el texto, tanto en el contenido como en la forma. Estoy seguro de que los lectores sabrán agradecerle.

A mi hijo Alfredo, cuya visión de psicólogo y Doctor en filosofía contribuyeron a una mejor estructuración del texto. Además, sus comentarios también allanaron un acercamiento más amigable al lector.

A mi madre Q.E.P.D., mi querida “tejedora”, cuya ternura y sabiduría me han acompañado toda la vida. Sin dudar y con noble constancia, sembró en mí su cariño, sustentado en una inagotable cascada de comprensión y estímulo.

A mi buen amigo Eric Maxwell y su gran capacidad para escuchar, su sabiduría para motivar, sus esclarecedoras palabras y sus acertadas sugerencias.

Al escritor Francisco Javier Alcalde Pereira, por su gran aporte literario y los acertados comentarios filosóficos, acompañándome durante toda la elaboración de este trabajo. A esto sumo, sin duda, el significativo despliegue de motivación generada por su amistad.

Al escritor Ernesto Langer Moreno y su acuciosidad para leer y revisar el contenido de la primera versión. También por las interesantes y entretenidas horas que compartimos en la discusión del tema.

A la escritora Luisa Johnson Edwards, cuya colaboración contribuyó con creces para enriquecer los primeros borradores. Fue un inmenso placer compartir sus vastos conocimientos, su gran experiencia en la literatura y su cálida condición humana.

A la escritora Annamaría Barbera Laguzzi, quien con su alegría e inviolable sinceridad, permitió que sus comentarios de ética anidaran en mí.

A la escritora María Angélica Tagle Rainerie, por su franco y exigente análisis convertido en una valiosa contribución para mejorar tanto la forma como el contenido.

A las muchas personas que leyeron diferentes borradores y a sus valiosos comentarios que influyeron en la realización de algunos ajustes necesarios para lograr un texto más cercano a un universo mayor de individuos.

A los miles de lectores del libro Despertando el Interés por la Paz Interior, quienes me permitieron comprender la importancia de continuar con este tipo de escritos.

A la gran cantidad de personas que en privado y a través de su participación en talleres, me han permitido compartir su verdad.

A los integrantes del taller de literatura desarrollado en el Programa Artístico-Cultural Cementerio Metropolitano, y en particular a la escritora Alicia Medina Flores por sus acertados comentarios.

A la Revista Cultural Cementerio Metropolitano que desde su primer número, trimestre a trimestre, ha publicado esta obra por capítulos.

A los integrantes de CuidArte Chile, especialmente a la generosidad de Jorge Guerrero, Mario Riveros, Rodrigo Rocha y Cristian Navarro, quienes me acogieron durante muchos días miércoles en su programa de radio “Hablemos de lo nuestro”, permitiéndome compartir junto a muchos otros valiosos invitados y los auditores de radio Imagen en la Provincia Cordillera, el contenido de esta obra.

A todos, ¡muchas gracias!




Una historia para recordar


Un hombre se encontró con otro del cual había oído hablar.
–He escuchado que eres muy sabio.
El interpelado posó sus ojos sobre él. Aunque penetrantes, le parecieron acogedores. Tal calidez, lo animó a continuar.
–Dicen que eres profundamente feliz –la apacible cara del sabio enmarcó una amplia sonrisa–. Yo, en cambio, soy un hombre común y corriente que anda errante por la vida. Aunque poseo una familia, un trabajo y bastante riqueza material, no soy feliz. Tengo mucho, pero nada anda como debiera.
Un silencio cálido impregnó durante instantes el ambiente.
–¿Puedo preguntarte algo? Si quieres hacerte el tiempo de contestarme, por supuesto.
El sabio habló por primera vez:
–Siempre tengo tiempo para responder, especialmente si tú me lo pides.
–Entonces, dime: ¿qué debo hacer para ser feliz?
–¿Te das cuenta de la profundidad que encierra tu pregunta?
La respuesta le sorprendió y respondió que sí, que se daba cuenta.
–Entonces, no necesitas una respuesta.
Las mejillas del hombre enrojecieron.
–Disculpa, pero no, no me doy cuenta. En realidad, te respondí sin pensar.
–¿Sin pensar? ¿Cómo podrías?
–Bueno, o sea, obviamente pensé, pero... la felicidad es una palabra tan chica, corta y simple; sin embargo, en mi cabeza se hace tan grande que no alcanzo a abrazarla.
La mirada del sabio era un acogedor complemento a sus tranquilas palabras.
–Haz ahora lo que debes para que las cosas sucedan, pues mañana será tarde. Y asegúrate de que sea en concordancia con tus inquietudes más profundas.
Luego de una pausa, agregó:
–No dejes que cosas añejas interfieran con la evolución de tu presente.
Mientras el hombre hacía un esfuerzo para comprender, el sabio continuó:
–Ama. Está dentro del marco de tu responsabilidad. Es un verbo que puedes practicar sin dificultad. El amor es el resultado, el otro extremo del palo.
>>Sonríe. Una sonrisa tierna, igual que una mirada diáfana, refleja el alma. Es elixir de vida para quien la da, y al mismo tiempo, para el que la recibe.
>>Entusiásmate. Deja fluir la alegría por tus poros. No puede pasar desapercibida. Inunda todos los ambientes, especialmente el cuerpo que habita.
>>Vive en paz. Contigo y con el mundo. Es la receta para escuchar, distinguir lo que vale la pena y actuar en consecuencia.
–Y hazlo ahora. De lo contrario pierde su fuerza y la magia, y nunca se produce el milagro. Alinéate con los fundamentos milagrosos de la vida.
La viva expresión en los ojos del hombre, exigía con ansias la entrega de más detalles.
–Responsabilízate de tu vida y regala a través de la generosidad todos los secretos que te hacen grande, como las ganas de escuchar, tus sinceras palabras de consuelo y el abrazo de una mirada noble.
El hombre no supo qué más preguntar. De seguro en el camino nacerían muchas inquietudes, pero en ese momento solo atinó a agradecer y abandonar el lugar.
El sabio hizo una graciosa venia y agregó sus últimas palabras:
–Anda tranquilo, somos uno… Siempre estaré contigo.
 



La vida se inventó para ser feliz


Hay personas a las que les va bien, en cambio no a otras. ¿Por qué? ¿Qué hace la diferencia?
Sujetos pertenecientes a una misma cultura, incluso hijos de los mismos padres, encuentran caminos y logros que pueden llegar a ser muy disímiles. Forjan su mundo a partir de la genética que les tocó, las particularidades de su nacimiento, las circunstancias que los van envolviendo, el crecimiento de su autoconciencia y el desarrollo de la espiritualidad.
Así, al pasar los años, mientras unos descubren sus procesos espirituales, los alimentan y abren las puertas a una transformación que los hace sentirse realizados, otros se identifican con su mente, sus pensamientos, sus emociones y lo que sucede fuera de ellos, entrampados en la dependencia, manipulados por las circunstancias y el mundo material. Desconectados de sus inquietudes más profundas, cultivan una insatisfacción que en muchos casos llega a extremos lamentables.
De vez en cuando, uno sabe de alguien a quien siempre le va bien: haga lo que haga, diga lo que diga, piense lo que piense, se mueva como se mueva... Nos preguntamos si realmente puede ser, y en nuestra defensa, quizá lo neguemos y digamos: “vemos caras pero no corazones”.
La experiencia me ha enseñado que esas personas existen, cada vez son más, y todos podemos entrar al club. Es cuestión de creerlo y ponerse en acción.
Son individuos que desplegando patrones de comportamiento obedientes a sus propios designios, descubren que su existencia puede trascender a la corta estadía en este planeta. Han desarrollado mecanismos de cambio que, en un progreso alucinante, les permite variar el enfoque y girar su comportamiento por un camino con sentido y satisfacción constante. Alegres, sin cargas antipáticas, convencidos de que el propósito de su vida, cual sea, sin duda pasa por ser feliz.
 


La autoconciencia y el despertar a la satisfacción


Para reconocer el camino y la dirección que nos conviene, y desarrollar una vida que valga la pena, es imprescindible alinear nuestras inquietudes más profundas con aquello que llamamos realidad. Quienes mantienen estándares bajos de satisfacción, son personas que permitiendo al futuro y el pasado estar constantemente superponiéndose a su presente, ignoran que en el quehacer diario buscan su identidad en ilusiones creadas por la mente.
La mente les hace creer que es lo mismo que ellos. Un vil engaño que les impide tener control sobre los mensajes expresados a través de sus emociones, sucumbiendo a diálogos interiores desordenados que se convierten en una bulla que eclipsa su estado natural de conciencia. Como resultado, derivan hacia una inconsciencia que destruye el espacio disponible para el desarrollo de las condiciones que les permita acunar su paz interior.
Estamos ante una figura disminuida de la autoconciencia. Me refiero a esa inteligencia que tenemos los seres humanos, que nos permite hacer conciencia de nuestros propios procesos de pensamiento, rediseñarnos e influir sobre las circunstancias. Capacidad que, de ser enriquecida, permite que aumentemos la habilidad para centrarnos en el estado de presencia, observar el comportamiento de nuestra mente y reconocer las distorsiones que en ella hacemos, partiendo por las que nos conducen a traicionar nuestros propios intereses.
Una autoconciencia en crecimiento nos permite ampliar nuestra óptica y situarnos en una perspectiva desde la cual evaluar en qué medida somos consecuentes con nuestras inquietudes más profundas. Fundamental, pues solo conociendo nuestros intereses primarios podemos zafarnos realmente de las circunstancias y cambiar enfocados en un proyecto de vida atractivo que nos permite transformarnos en seres libres.
Cuando nos identificamos con la mente y los pensamientos, sin establecer diferencias claras entre las ilusiones y el panorama real, desviamos nuestra existencia y nos extraviamos ocultando aquello que late en nuestro interior bajo el velo de asuntos que brillan afuera. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando ponemos el énfasis en conseguir pertenencias materiales o dar rienda suelta a la ambición, convirtiéndoles en nortes hacia dónde dirigir nuestra vida. O, si lo miramos desde otro punto de vista, situándolos como plataformas para el montaje de nuestra escala de valores. Al hacer esto, sin darnos cuenta, estamos elaborando una construcción que oculta nuestra esencia, atentando directamente contra nuestra espiritualidad y nuestras creencias, las cuales también se transforman en ilusiones.
Al identificarnos con la mente y los pensamientos, asumimos la falsa esperanza de solucionar nuestros problemas a través de hechos circunstanciales que sucederán más adelante en el tiempo, en lugar de comprender que indefectiblemente el momento es ahora. Las expectativas que surgen de tan lamentable equivocación no demoran en conducirnos a un escenario donde las frustraciones, la negatividad y el desaliento cargan con nuestros pesares y culpamos a las circunstancias, y a falta de un presente por donde caminar, lo hacemos por un enjambre de vericuetos montados en un pasado que nos ha equipado, y lo sigue haciendo, con infinidad de disfraces y roles.
Reducido el presente a una mera intersección entre nuestro pasado y un porvenir repleto de endebles promesas, hace que tergiversemos el valor de la incertidumbre, permitiéndole convertirse en una intimidación angustiante.
Así, víctimas de la diversidad de temores que constantemente nos están atacando, destaca el de perder nuestra identidad, el cual nos emborracha y arrastra a depender de nuestra mente, la cual nos somete a su voluntad con la enorme cantidad de armas que a través del tiempo, ingenuamente, le hemos ido entregando.
Y cubrimos nuestra mediocridad con justificaciones, lamentos, críticas y condenas, mientras nos inyectamos el veneno de una culpa que nos permite sentirnos “importantes” a través de actividades dirigidas a solucionar penosos compromisos de subsistencia y satisfacer apariencias, sin considerar que las ansias por recibir de los demás señales de aprecio suelen costar muy caro. Y en esta indigna búsqueda, al silenciar los latidos de nuestras inquietudes más profundas, nos abandonamos a la deriva y perdemos de vista toda posibilidad de un proyecto de vida atractivo.
Transformados en víctimas de los direccionamientos provenientes de las circunstancias, perdemos nuestra condición de seres superiores, y ajenos a lo que nos sucede, sepultamos las habilidades requeridas para fortalecer nuestro carácter.
Quienes mantienen una autoconciencia en crecimiento dan consistencia al contenido de su carácter, a partir del cual desarrollan una contundente inteligencia emocional y aprenden a vivir guiados por el paradigma de una nueva ética. Al entrar en este proceso de cambio, ya no necesitan deambular en busca del sentido de su vida, pues han comprendido que este brota desde el interior.
 


La ética del carácter y nuestros motivos más profundos


La ética del carácter es el marco conceptual que describe nuestra escala de valores y propicia que nos responsabilicemos de un comportamiento consecuente con el Ser que somos y actuemos leales a nuestra verdadera identidad.
Como escala de valores, me refiero a la que armada a partir de principios básicos dirigidos a rescatar nuestra riqueza interior, es fundamental para estructurar un proceso de cambio que nos permita movernos a nuestras anchas en el mar de circunstancias que conforman el mundo exterior, impregnándolo con nuestra impronta.
Un comportamiento consecuente con el Ser que somos, implica actitudes veraces y convincentes de un valor efectivo y duradero que, desplegadas en el espejo social, provienen de nuestras inquietudes más profundas liberadas de la bulla del torrente sin fin de pensamientos y emociones fuera de control.
La ética de la personalidad, como contraparte, está construida en base a intereses mezquinos para salir del paso, por lo cual describe cuadros donde las reglas morales están al servicio de “caer bien” para conseguir resultados inmediatos. Sin embargo, a mediano y largo plazo nos juega en contra, por cuanto sacrifica la sinceridad y el equilibrio. Aparte de funcionar como parche, produce un daño profundo a nuestra integridad.
Cuando aprendemos a reconocernos y comenzamos a enfocarnos amparados en la fortaleza de nuestro carácter, nos identificamos con nuestras motivaciones más profundas y consolidamos el comportamiento ético que de allí proviene. Satisfechos con la vida que llevamos, se nos facilita afianzar la habilidad que permite a nuestras actitudes positivas generar más de las mismas y, a su vez, favorecemos la presencia de pensamientos positivos, así como la exclusión de los motivos que generan los negativos, con lo cual multiplicamos las opciones provechosas.
De este modo, a diferencia de las aplicaciones egoístas de la ética de la personalidad, en lugar de mostrar actitudes artificiales basadas en técnicas para caer bien, convencer y manipular a otras personas, nuestro comportamiento se rige por valores expresados a través de un despliegue de generosidad. Readecuamos la manera en que percibimos la realidad y aprendemos a seleccionar, procesar y manejar los mensajes provenientes del exterior, como seres conscientes de nuestros pensamientos, dispuestos a responsabilizarnos de nuestra actuación.
El círculo del carácter se agranda, mientras el de las circunstancias pierde superficie.
 


Aumentemos el círculo de influencia


Al enriquecer nuestro carácter, que es donde forjamos la autoconciencia, o sea donde nos forjamos a nosotros mismos, disminuye la acción de las circunstancias sobre el desarrollo de nuestra vida.
El dibujo, a continuación, grafica de manera simple la relación entre el círculo de influencia que representa al carácter y el círculo circunstancial. Asunto importante de comprender, pues es parte constituyente de los cimientos de este libro.
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En la circunferencia exterior observamos, a modo de ejemplo, algunos de los centros circunstanciales que nos rodean, y que por ser tantos, resulta impensable especificarlos en su totalidad. Así mismo, tampoco es posible enfocarse en todos ellos de manera efectiva; en cambio, sí es factible hacerlo en el carácter. Al trabajar para ampliarlo, aumenta el nivel de satisfacción en nuestra vida, construyendo nuestra madurez personal y social a través de relaciones de interdependencia. Estas, como veremos más adelante, se dan a un nivel mucho más avanzado y recomendable que las pertenecientes a la condición de independencia.
Muchas personas viven para satisfacer los requerimientos de sus circunstancias y se olvidan de sí mismas. Con ello, también pierden de vista la importancia que tiene para su bienestar hacer aportes significativos y satisfactorios a los demás sin esperar una retribución directa. Por ello es tan importante ampliar el círculo de influencia. Las circunstancias son parte de nuestro entorno y nuestra vida, pero no tienen por qué determinarnos. Más aún, permitir que lo hagan implica transar nuestra libertad y, por ende, nuestra paz interior.
Compatibilizar nuestra libertad con la de los demás individuos, nos permite superar el estado de independencia y conducirnos por caminos de interdependencia, donde nos reconocemos como seres únicos y al mismo tiempo como parte de un cuerpo social. Más profundamente, como integrantes de un todo universal.
Creo interesante reproducir algunas palabras de Fritz Perls, el neuropsiquiatra y psicoanalista por años, que se centró en el aquí y el ahora, y creó junto a su esposa Laura, la Terapia Gestalt.

Yo soy Yo
tú eres Tú. 
Yo no estoy en este mundo
para cumplir tus expectativas. 
Tú no estás en este mundo
para cumplir las mías. 
Tú eres Tú
yo soy Yo.

Si en algún momento o en algún punto
nos encontramos
será maravilloso. 
Si no, no puede remediarse. 
Falto de amor a Mí mismo
cuando en el intento de complacerte me traiciono. 
Falto de amor a Ti
cuando intento que seas como yo quiero
en vez de aceptarte como realmente eres. 
Tú eres Tú y Yo soy Yo.


El Ser que soy late subyacente a los pensamientos y a las emociones


Aquellas experiencias de vida que representan ejemplos interesantes a considerar para nuestro crecimiento espiritual, se fundamentan en la unificación interior dirigida a potenciar el Ser que late subyacente a los pensamientos y las emociones. Tal ampliación se logra a través del enriquecimiento del carácter, el cual se sustenta y fortalece en principios básicos que solo pueden darse al alero del presente, único espacio de vida capaz de contener la construcción de un camino de trascendencia fundado en la paz interior y la felicidad, exento de influencias provenientes del pasado y ofertas engañosas prometidas por el futuro.
Quienes creen que luego de alcanzar la felicidad, mantenerla en una realización continua es imposible, utilizan el viejo argumento de que esta solo se puede valorar en referencia a su opuesta infelicidad; error que surge porque al vivir buscando logros, en ausencia de una construcción en presente, crean la ilusión de su infortunio. Acostumbrados a vivir de expectativas, sin darse cuenta deambulan entre opuestos, ignorantes de que estos son inventados. Muchas personas que se han liberado de tal trampa, dan cuenta de ello a través de sus fascinantes experiencias de vida.
En el carácter elaboramos los mecanismos para desarrollar un florecimiento interior que nos conduce por una satisfactoria, interesante y ambiciosa propuesta de vida, a través de la cual comprendemos el reto sin límites que significa existir, el cual confirma a diario que construir un camino atractivo es mucho más simple de lo que parece.
Revisemos algunas opiniones sobre el carácter: Daniel Goleman, autor de La Inteligencia Emocional, lo usa para designar el conjunto de habilidades que la conforman; el economista y sociólogo Amitai Etzioni lo considera el músculo psicológico que exige la conducta moral; la Real Academia Española toma una acepción de la psicología tradicional, usada hoy en el lenguaje cotidiano: “Conjunto de cualidades o circunstancias propias de una persona, que la distingue por su modo de ser u obrar”. Dice, también, que “es firmeza y energía; la fuerza y la elevación de ánimo natural de alguien”.
Me parece que todas estas opiniones ofrecen un marco conceptual válido para elaborar un pronunciamiento ético sobre el comportamiento; sin embargo, al aventurarnos a descubrir nuestras inquietudes más profundas y actuar en consecuencia con ellas, creo necesario profundizar. Propongo partir del significado de la palabra griega psyché, que podemos entender como la esencia que nos acompaña toda la vida. Nivel al cual apunta la iluminación, la presencia, el Ser...
Mientras grafico el carácter como una unidad donde elaboramos nuestro comportamiento, a partir de los principios básicos y el modelo de una escala de valores que de allí emana, la palabra Ser representa la realidad que somos en conexión con el universo, con la vida en sí misma. Aquella que para muchos significa “sentirse parte de Dios”.
La escala de valores referida, responde a la inquietud de ser mejor persona. Y ello pasa por desentramparnos de los intereses pasajeros y los argumentos mezquinos que satisfacen las exigencias provenientes de otras personas a cambio de su aprecio.
Al dar solidez a nuestro carácter, aprendemos a reconocer nuestras emociones como indicadores de lo que sentimos. Fundamental en la realización de una administración responsable de nuestros pensamientos y conductas.
A medida que consolidamos esta estructura interior, vamos cambiando del estado de independencia, propio de un nivel bajo de consciencia, hacia el magnífico plano de la interdependencia. En esta fase comenzamos a comprender quienes somos, a dar debida importancia al hecho de relacionarnos adecuadamente con los demás, a comprender cuan involucrados estamos en la evolución del universo, y a adquirir una postura equilibrada entre la osadía con que nos comportamos y la consideración que imprimimos a nuestros actos. Alineamos lo que creemos, lo que decimos y lo que hacemos, con lo cual nuestro comportamiento se hace empático y efectivo.
Algunas personas jamás abandonan su estado de dependencia. Otras logran hacerlo y se mantienen independientes con la creencia errónea de haber logrado el camino correcto. Pocas de ellas comprenden que la independencia es una condición incompleta, ignorando que es solo la base para descifrar las claves que permiten continuar progresando por el nivel superior de interdependencia.
Logramos esta prosperidad interior, dando uno tras otro, pasos firmes, enamorados del poder milagroso que tiene el ahora. Reemplazando las conductas complacientes a nuestras circunstancias por las convenientes para la fluidez de nuestras inquietudes más profundas, cambiamos hacia relaciones donde todos ganamos.
Me refiero a aprender a autoadministrarnos efectivamente y ampliar nuestros paradigmas, vale decir, la forma en que “vemos” el mundo: cómo lo percibimos, comprendemos e interpretamos. Al explorar en busca de paradigmas más abiertos y flexibles, encontramos los recursos necesarios para abordar con claridad y rapidez aspectos de nosotros y de los demás que permanecían oscuros, pudiendo reconocer nuestras capacidades únicas, aquellas que marcan nuestra identidad, lo que refuerza nuestra autoestima y permite que reconozcamos y respetemos las capacidades únicas de quienes nos rodean.
A medida que despertamos nuestra conciencia, nos preparamos para comprender, regular y manejar la influencia del escenario exterior, reinventándonos enfocados en un nuevo y atractivo camino de vida. 
Entonces, vamos comprendiendo que tras nuestras actitudes y conductas está la esencia del Ser que somos, guía que ilumina todos nuestros caminos y nos ayuda a contribuir en el desarrollo de los demás.
De este modo, el mismo proceso de nuestra vida se encarga de convertir nuestros deberes en quehaceres atractivos, y nos entusiasmamos con la idea y el hecho de compartirlos, pues comprendemos que de lo contrario no valen la pena. En tal caso, el proceso de cambio no es más que un engaño.
 


Armonía e integridad 


Cuando nuestro carácter es íntegro y armonioso, vale decir, tiene una conveniente proporción y correspondencia entre sus componentes, somos capaces de expresar una voluntad consistente con nuestras inquietudes más profundas.
En el carácter, donde se conjugan los conocimientos y las experiencias que hemos atesorado, moldeamos nuestros sueños y damos forma a nuestro proyecto de vida. Realización que se produce a medida que construimos un camino en el cual consolidamos nuestra paz interior. Entonces nuestra felicidad adquiere permanencia y podemos hablar de estar logrando un éxito verdadero.
Es a partir de la integridad y la armonía en nuestro carácter, que aprendemos a despejar la bulla interior y nos sobreponemos al caos, comenzando a ser testigos del funcionamiento de nuestra mente. Ejercer el poder de la autoconciencia nos eleva a una vida plena, donde las conductas están precedidas por sentimientos sinceros y el deseo de establecer relaciones duraderas.
Para comprender mejor este tema, vale la pena detenernos a revisar las grandes e irreconciliables diferencias que existen entre la ética del carácter y la ética de la personalidad.
Cuando nuestra personalidad se convierte en el centro del comportamiento, nuestras actitudes y conductas obedecen a maquillajes que no perduran. Cabe aquí el patético caso del vendedor que ensalza al potencial cliente con la pretensión de conquistar su vanidad, sin más interés que el resultado inmediato del negocio que puede cerrar y su consecuente ganancia material.
A diferencia, una buena vida se despliega a través de la construcción de relaciones positivas y perdurables. Y la empatía generada por estas, nos va permitiendo generar respuestas consecuentes con nuestros intereses más profundos. Al aprender a situarnos en el lado positivo de las cosas, logramos descubrir y destacar en ellas la riqueza que las compone. Esta actitud mental positiva, proveniente de nuestro círculo de influencia, es una poderosa fuente de motivación para estabilizar nuestro proceso de cambio, que a la vez amplía considerablemente nuestra autoestima.
Como vemos, centrarnos en un carácter íntegro y armonioso, es la médula para vivir bien.
 


Principios básicos y ajuste de los paradigmas


Los principios básicos corresponden a leyes de la dimensión humana que por ser inmutables, a diferencia de los individuos, no se pueden quebrantar. Por ello actúan como puntos de referencia y ejercen una labor orientadora.
“Principio” viene del latín principium y del griego arjé, y se refiere a “aquello de lo cual algo proviene”. La causa, por ejemplo, es principio del efecto.
Los principios, al ser leyes universales inmutables que inspiran la buena conducta personal y social, gobiernan con propiedad el desarrollo de los individuos y su felicidad, y no quebrantarlos, permite que haya un equilibrio entre los paradigmas y la experiencia.
Aunque aparentemente intangibles, los plasmamos a través de nuestra escala de valores, dando consistencia a la ética y estructura al comportamiento moral.
En términos generales, se han aplicado en la mayoría de las religiones, filosofías sociales duraderas y sistemas éticos; a individuos, parejas, familias y a todo tipo de organizaciones. Han demostrado validez permanente como condición básica para una conducta humana que beneficia a cada individuo y a la sociedad.
Universales y válidos para todas las épocas nunca cambian, porque son independientes de lo que las personas piensen o sientan sobre ellos. No han sido inventados ni acordados por nadie. No son discutibles, están fuera de la manipulación de los individuos. Los respetamos o los quebrantamos, ¡punto! Y al violarlos, atentamos contra la integridad de nosotros mismos y de los demás. Son objetivos, a diferencia de los valores que son subjetivos. Son como un ladrillo que cae sobre nosotros. Podemos hacernos a un lado, pero no evitar que nos caiga sobre la cabeza si no nos movemos. Podemos rechazar la manera en cómo han sido formulados, pero no actuar contra ellos.
En el campo ético, es sobre los principios que se fundamentan el desarrollo de las personas, la convivencia y el orden social. Su validez no depende de otras ciencias o de ser aceptados por elección mayoritaria. Los grupos sociales y el Estado pueden reconocerlos y descubrirlos, pero no crearlos, porque son inherentes a la condición humana, tal que la ley de gravedad lo es a los cuerpos.
En nuestra cultura son evidentes por sí mismos, lo que se puede comprobar con facilidad, pues resulta absurdo pensar en una vida efectiva basada en su omisión. La mala fe, la bajeza, la inutilidad, la mediocridad y la degeneración, por ejemplo, distan mucho de ser una base sólida para la felicidad. Lo que puede cambiar es la escala de valores que de estos emana, a raíz de una manipulación antojadiza que los quebranta. De ahí las grandes diferencias que se llegan a producir entre personas cuyos planteamientos parecen tener su origen en un mismo principio.
Así, más exactos, funcionales y generadores de satisfacción serán nuestros paradigmas, cuanto más estrecha sea su concordancia con los principios básicos.
Revisemos algunos de estos últimos y su importancia en el crecimiento personal e interpersonal a largo plazo:
Rectitud: es el principio base para el desarrollo de la equidad y la justicia; principios también elementales para la armonía en las relaciones, que actúan en beneficio del respeto a la dignidad de las personas.
Integridad y honestidad: son los cimientos de la confianza, a su vez esencial para la cooperación.
Dignidad humana: resulta elemental para progresar. Encierra los principios de igualdad, derecho a la vida y libertad.
Servicio o idea de contribuir: consiste en la aplicación generosa de los conocimientos adquiridos a través del esfuerzo y la experiencia, para que otros individuos a partir de una decisión personal, entren en su propio proceso de crecimiento interior.
Excelencia: se aplica a la acción y está dirigida a hacer las cosas bien desde el comienzo, colocando en ello todo el potencial.
Crecimiento interior: se refiere a la liberación, al despertar de la conciencia, al descubrimiento del potencial y al desarrollo de los talentos. Condiciones que marcan pautas para la puesta en práctica de la autoadministración efectiva, la que cimentamos en los principios de automotivación y persistencia.
–Respeto hacia nuestras inquietudes más profundas: es el principio básico que en la práctica contiene a todos los demás. A medida que progresamos en su comprensión y desarrollo, generamos una plataforma de paz interior y una sensación estable de felicidad que nos permiten manifestarnos hacia la trascendencia.
En tanto nos centramos en principios básicos, nuestra percepción se ajusta a la realidad. Así, junto con avanzar en la comprensión de los paradigmas propios, lo hacemos también con los ajenos. Despiertos a la conciencia, nuestras interpretaciones nacen en la profundidad de nuestro carácter e interactuamos con flexibilidad y respeto.
De este modo, nos sentimos bien, también con los demás y ellos con nosotros, lo que produce un efecto mágico de actitud positiva en la comunicación y, de paso, un aumento, tanto en nuestra autovaloración como en la que tienen los otros de nosotros y viceversa.
Para centrarnos de manera permanente en estos principios, seamos consecuentes con nuestras inquietudes más profundas, enfoquémonos en el presente, hagamos un uso proactivo de nuestra inteligencia y dejemos de identificarnos con la mente y sus pensamientos.


PARTE 2

A las puertas
de una vida mejor



Nuestras emociones son indicadores