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Diccionario Manual
Bíblico

Alfonso Ropero Berzosa

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: clie@clie.es

Internet: http://www.clie.es

p4

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© 2017 Editorial CLIE. Todos los derechos reservados.

DICCIONARIO MANUAL BÍBLICO

ISBN: 978-84-8267-754-5

eISBN: 978-84-8267-583-1

Obras de referencia

General

Índice

Presentación

Abreviaturas de libros

A

B

C

D

E

F

G

H

I

J

K

L

M

N

O

P

Q

R

S

T

U

V

W

Y

Z

Presentación

Con esta obra queremos poner en manos de todo lector y lectora una herramienta tanto informativa como formativa. Es decir, pensamos en aquellos que se inician en el estudio bíblico y que necesitan una información rápida de un vocablo determinado, pero, sin de momento, profundizar en el mismo. También, en aquellos otros que, sin necesariamente ser estudiantes de la Biblia, buscan saber de los personajes o geografía bíblicos.

Esta obra satisface cumplidamente este uso, pero sin caer en la banalización ni simpleza. Para ello hemos sintetizado todo lo posible cada término de modo que, en pocas palabras, pero suficientes, se ofrezca una información rigurosa y completa, a la altura de las modernas investigaciones bíblicas.

También pensamos en las personas que quieren saber qué dice la Biblia respecto a una palabra, un término doctrinal, un concepto teológico contenidos en la misma, sea con fines de estudio o de cultura general.

Decimos que también es formativa porque además de informar de una manera sucinta sobre todos los aspectos del mundo bíblico, las voces más importantes, aquellas que tratan temas centrales, y a veces controversiales, son tratados con la extensión que se merecen, de modo que quienes ya conocen la Biblia y su mensaje, pueden adquirir una visión más amplia y profunda, favorecida por el sistema de referencias internas.

Además de esto, se definen conceptos extrabíblicos que tienen que ver con la cultura judía, como las diversas fiestas y su entorno histórico en cada período; con la civilización antigua del entorno bíblico, como “Amarna”, “Hammurabi”, “Elam”, y con métodos de interpretación tanto judía, “Halaká”, o “Haggadá”, como cristiana “Exégesis”, “Tipología”, etc. Todo esto y mucho más es un valor añadido muy útil para seguir ahondando en el estudio personal o en grupo.

Pese a su carácter básico, no hemos dejado de reseñar ni un solo personaje, ciudad, país, accidente geográfico, río, monte, torrente, etc., costumbres, objetos, ideas, creencias, que aparecen en las páginas bíblicas. Naturalmente, de los personajes de los que el texto bíblico dice poco más que su nombre, no les hemos dedicado nada más que una nota que haga constancia de su existencia. Lo mismo se aplica a ciudades, lugares, animales o plantas de las que apenas si tenemos información.

Se presta atención especial a aquellos aspectos que pueden pasar desapercibidos al lector, como los símbolos y figuras retóricas de la Biblia, tan importantes para comprender el significado de su enseñanza.

La perspectiva es cristiana, y como tal se hace una lectura canónica de toda la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento como un todo, de modo que los acontecimientos y profecía de uno se relacionan con el otro, pero siempre respetando su contexto histórico y considerándolos como unidades autónomas que forman parte de un ser y un sentir homogéneo y a la vez en constante progreso. Este desarrollo se muestra comenzando por reseñar la primera vez que una palabra o enseñanza aparece en la Escritura y la evolución que tiene hasta llegar hasta Jesucristo y el fin del Nuevo Testamento. De este modo se correlacionan históricamente las creencias sobre el sacrificio, el sacerdocio, la adoración, la circuncisión o el destino eterno.

En resumen, esta es obra básica, en el sentido de fundamental, para tener un conocimiento completo y suficiente de la Biblia y su mundo. Imprescindible para no perderse en lecturas subjetivas o fuera de contexto. Útil para trasladarse a sus tierras y sus gentes, sus creencias y vida cotidiana. Sus batallas y sus esperanzas.

Esperamos que cumpla su cometido y anime a sus lectores a seguir profundizando en el inagotable contenido de este Libro universal que es la Biblia.

Alfonso Ropero, editor general.

Abreviaturas de libros

Libros aceptados en el Canon por todas la tradiciones eclesiales:

Antiguo Testamento

GénesisGn
ÉxodoEx
LevíticoLv
NúmerosNm
DeuteronomioDt
JosuéJos
JuecesJue
RutRt
1 Samuel1 Sam
2 Samuel2 Sam
Reyes1 R
Reyes2 R
1 Crónicas1 Cro
2 Crónicas2 Cro
EsdrasEsd
NehemíasNeh
EsterEst
JobJob / Jb
SalmosSal
ProverbiosPr / Prov
EclesiastésEcl
CantaresCant
IsaíasIs
JeremíasJer
LamentacionesLm
EzequielEz
DanielDn
OseasOs
JoelJl
AmósAm
AbdíasAbd
JonásJon
MiqueasMiq
NahúmNah
HabacucHab
SofoníasSof
HageoHag
ZacaríasZac
MalaquíasMal

Nuevo Testamento

MateoMt
MarcosMc
LucasLc
JuanJn
HechosHch
RomanosRo
1 Corintios1 Cor
2 Corintios2 Cor
GálatasGal
EfesiosEf
FilipensesFlp
ColosensesCol
1 Tesalonicenses1 Ts
2 Tesalonicenses2 Ts
1 Timoteo1 Tm
2 Timoteo2 Tm
TitoTit
FilemónFlm
HebreosHeb
SantiagoStg
1 Pedro1 P
2 Pedro2 P
1 Juan1 Jn
2 Juan2 Jn
3 Juan3 Jn
JudasJud
ApocalipsisAp

Libros Deuterocanónicos o Apócrifos

JuditJdt
TobitTb
Macabeos1 Mac
Macabeos2 Mac
SabiduríaSab
EclesiásticoEclo
BarucBar

Siglas utilizadas en este diccionario

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abrevabreviatura
acacadio
adjAdjetivo
advadverbio
armarameo
artArtículo
ATAntiguo Testamento
cfconsultar
contrcontracción
derivderivación
etmetimología
femfemenino
figfigurativamente
grgriego
gralgeneralmente
hebgriego
histhistoria
implimplicación
latlatín
litliteral, literalmente
masMasculino
NTNuevo Testamento
orgoriginalmente
p.ejpor ejemplo
plplural
primprimariamente
probprobablemente
sigsignifica
singsingular
sufsufijo
transtransliteración
vvariante
vbverbo

A

Aarón. Hermano mayor de Moisés y María. Actuó de intérprete de Moisés ante el faraón de Egipto. Fue el primer sumo sacerdote consagrado (Éx. 28:29; Lv. 8), considerado en Israel como antecesor de todos los sacerdotes legítimos. Según las tradiciones hebreas nació el 1574 a.C. en Egipto y murió en el monte Hor a la edad de 123 años.

Era hijo de Amram y Jocabed del linaje levítico de Coat (Éx. 6:20). Nació en Egipto tres años antes que su hermano (Éx. 7:7). Tomó por esposa a Elisabet, con la que tuvo cuatro hijos: Nadab, Abiú, Eleazar e Itamar (Éx. 6:23). Asociado por Dios a Moisés como intérprete o portavoz de éste a causa de su elocuencia (Éx. 4:13-16), desempeñó esta misión tanto ante el pueblo (Éx. 4:27-31) como en presencia de Faraón (Éx. 5:1-5), ejerciendo, con su hermano, un oficio análogo al de profeta (Éx. 7:1-2). Bajo su dirección ejecutó prodigios superiores a los de los magos egipcios (Éx. 7:8-12).

Intervino en la producción de las plagas con que Dios quebrantó la resistencia de Faraón para que dejara libre a su pueblo, lo cual hizo exclamar a los sabios egipcios: «El dedo de Dios está aquí» (Éx. 7:1-2). Acompañó a Moisés, aunque no se le menciona expresamente más que en sus misiones ante el soberano (Éx. 8:21; 9:27; 10:3, 8, 16; 11:10; 12:1; Sal. 77:20).

Un mes después de la salida de Egipto, en el desierto de Sin, tuvo que escuchar, junto con su hermano, las murmuraciones del pueblo, al que apaciguaron con la promesa del maná y de las codornices, viendo Aarón reforzada su autoridad, mientras hablaba a la turba, con la aparición de la gloria de Yahvé en forma de nube (Éx. 16:1-10). Por orden de Moisés conservó una urna llena del maná, que colocó juntamente con las tablas de la Ley en el arca (Éx. 16:33-34). Defensor de su hermano también con la oración, nos lo encontramos sosteniendo los brazos de Moisés en alto hasta la puesta del sol, durante la batalla librada por Josué contra los amalecitas en Refidim (Éx. 17:8-13). En el banquete que el suegro de Moisés, Jetro, ofrece a los ancianos para estrechar los lazos familiares con Israel aparece también Aarón (Éx. 18:1-12).

Tuvo el raro privilegio de subir con Moisés al monte Sinaí, acompañado de sus hijos Nadab y Abiú y de los setenta ancianos de Israel, y de ver a Dios sin perder la vida, recibiendo el encargo, juntamente con Hur, de resolver las dificultades que se pudiesen presentar durante la ausencia del dirigente de Israel, que había de prolongarse durante cuarenta días y cuarenta noches (Éx. 24:9-18).

Aarón cedió ante las presiones del pueblo, temeroso de que Moisés no regresara, e hizo fabricar un becerro de oro que marchase al frente de la caravana. Con la esperanza de disuadirlos, les pidió los pendientes de oro que llevaban en las orejas, pero habiéndose desprendido todos de las joyas, Aarón las hizo fundir, en un simulacro muy semejante a los que habían conocido en Egipto, y el pueblo gritaba ante él: «He aquí tu Dios que te sacó de Egipto», mientras, se prepararon los enseres necesarios para un holocausto y sacrificio a la mañana siguiente (Éx. 32:1-6). Los cantos y las danzas fueron interrumpidos por la llegada imprevista de Moisés, que, montando en cólera, redujo el ídolo a cenizas y las arrojó al agua, que bebieron los culpables.

Moisés reprochó la conducta de su hermano Aarón por haber llevado al pueblo a semejante ocasión de pecado, y hubiese perecido él mismo víctima de la venganza de los sacerdotes, que pasaron a cuchillo a unos tres mil hombres, de no haber intervenido el mismo Moisés en su favor. Las palabras que dio como excusa de semejante proceder indican que obró por coacción del pueblo, enceguecido en su rebeldía (Éx. 32:17-29).

El relato de la promoción de Aarón y de sus hijos al sacerdocio da una idea de la importancia que el culto a Yahvé tenía en la Ley de Moisés. Se describen sus vestiduras con todo detalle (Éx. 39:1-31), y el ceremonial de su toma de posesión, que culminó con la bendición de Aarón al pueblo y la manifestación de la gloria de Yahvé (Lv. 8-9). Una falta de confianza en la Palabra de Dios en Cades atrajo sobre Aarón y Moisés el castigo de no entrar en la tierra prometida (Nm. 20:1-13). Murió a la edad de 123 años en el monte Hor, y el pueblo le lloró durante treinta días (Nm. 20:22-29; Dt. 10:6; 32:50-51).

La casa sacerdotal se designa con el nombre de «Casa de Aarón» (Sal. 115:10-12). Su carácter careció de la firmeza y de las dotes de dirigente de su hermano Moisés, habiendo pecado juntamente con el pueblo, aunque supo humillarse y reconocer su falta.

Dios usa a quienes, habiendo pecado, se arrepienten y reconocen sus errores. Su vara se guardó en el arca (He. 9:4). Su sacerdocio es una sombra del Sacerdocio de Cristo, que no termina, es eterno y perfecto (He. 5:1-10; 7:11-19).

A pesar de sus flaquezas, fue un tipo de Cristo por haber sido llamado por Dios y ungido; por haber llevado sobre su pecho los nombres de las doce tribus y por ser el intercesor del pueblo entrando en el santuario con la sangre expiatoria en el día de la expiación (He. 6:20).

Abadón (heb. «destrucción»). En Jb. 26:6; 28:22 y Prov. 15:11 denota simplemente la morada de los muertos, sin connotación negativa de su naturaleza. En la literatura rabínica, sin embargo, designa la región subterránea de los muertos, donde los pecadores son castigados. En Ap. 9:11 no se designa un lugar, sino al ángel del abismo infernal, que recibe el nombre de Apolión, equivalente al heb. Abadón. Es el espíritu gobernante del infierno que encabeza la horda invasora de los espíritus del mal que arrasan y destruyen todo cuanto se encuentra a su paso. Ver APOLIÓN.

Abana. Uno de los dos ríos de Siria mencionado por Naamán, general sirio, curado por el profeta Eliseo (2 R. 25:12). El militar sirio afirma que el Abana y el Farfar son cristalinos y mejores que todos los ríos de Israel, y se enoja con el siervo de Dios que le recomienda bañarse en el Jordán. Naamán no es curado hasta que no obedece al profeta. El río Abana, también llamado Amana (cf. Is. 23:16, Cnt. 4:8), se ha identificado con el actual Barada, que después de pasar por la ciudad de Damasco, desemboca en un lago pantanoso a 30 km al este de la ciudad.

Abarim (heb. «regiones de más allá»). Nombre dado por los habitantes de Canaán a la región montañosa situada al este del río Jordán (Nm. 33:47; Dt. 32:49; Jer. 22:20). Era una cadena de montañas (Nm. 33:47-48) que atravesaba el territorio de Moab asignado a la tribu de Rubén. Las cumbres de los montes Nebo, Pisga y Peor forman parte del Abarim (Nm. 27:12; 33:47-48; Dt. 32:49; 34:1). En su marcha por el desierto durante el éxodo, el pueblo de Israel acampó dos veces en un lugar llamado Ije-Abarim, cuando rodeaba la «tierra de Moab» (Nm. 21:11).

Abba. Palabra aramea que significa «padre». Jesús la emplea frecuentemente para dirigirse a Dios en tono de intimidad (Mc. 14:36). En Israel se usaba con extrema prudencia el nombre padre aplicado a Yahvé (cf. Dt. 32:6; 2 Sam. 7:14; Sal. 68:5; 89:27; Jer. 3:4.19; 31:9; Is. 63:15-16, 64:7: Mal. 1:6; 2:10), y cuando se hace es siempre exclusivamente en el contexto de la elección, de la alianza y de la salvación histórica, no del origen del cosmos o de la generación de la humanidad. Yahvé es un Dios único; no tiene hijos ni hijas, como en la religión cananea.

Jesús usó probablemente la palabra Abba muchas veces, aun en algunas en que los pasajes bíblicos han transmitido la versión griega «Padre», «Padre mío», y también «mi Padre». La expresión aparece más de 250 veces en el NT. Es una manifestación de plena confianza, intimidad y adhesión con la voluntad del Padre, que Jesús quiere comunicar a sus discípulos. La palabra se usaba solamente en el lenguaje familiar antes de Jesús. No aparece en la literatura profana ni rabínica de la época en el sentido utilizado por Jesús para referirse a Dios, se puede decir que es una característica del vocabulario de Cristo. Los judíos a veces invocaban a Dios como abi, mientras que al padre terreno le llamaban abba. Existía un verdadero cuidado en distinguir una paternidad de otra. Pero Jesús, de manera desconcertante, comienza a llamar abba a Dios. Según el Talmud de Babilonia, abba es la palabra que pronuncia el niño cuando rompe a hablar. Jesús es el revelador de Dios como Padre, es el que muestra a los hombres el corazón del Padre (Jn. 10:15). Jesús tiene un conocimiento íntimo del Padre, igual que el Padre lo tiene de él, por eso puede darle a conocer. Esta revelación de Jesús es superior a la de Moisés y a la de los profetas (cf. Jn. 1:17). La gran novedad de la revelación del nombre de Dios como Padre por parte de Jesús (Jn. 17:6) es que la palabra «Padre» no se refiere al hecho de que Dios sea el creador y señor del hombre y del universo, sino al hecho de que ha engendrado a su Hijo unigénito, Jesucristo, el cual se convierte en hermano mayor de todos los discípulos, adoptados mediante la fe en la familia de Dios (Ro. 8:28-30). Al ser hermanos en Cristo, los cristianos son hechos en Él hijos del Padre (cf. 1 Tes. 1:3; 3:11-13; 2 Tes. 1:1; 2:16), y por eso pueden invocar también ellos a Dios como Abba (cf. Gál. 4:6; Ro. 8:15).

Abdías, Libro de. Cuarto de los profetas menores. Su escrito es el más breve de todos los del AT, consta de un solo capítulo de 21 versículos. No se conoce nada del autor, procedencia, indicación cronológica, familia y otras circunstancias que ayudarían a ubicarlo correctamente en el tiempo y en la historia de Israel. El texto muestra que era un hombre piadoso, patriota, de naturaleza espiritual y emocional muy sensible, residente en Judea, quien puso en esta profecía algo de la llama patriótica y religiosa de su propia alma. Algunos exegetas creen que el v. 20 hace una referencia implícita a Abdías como uno de los cautivos en Babilonia.

La fecha de la redacción de esta profecía es bastante incierta, pero fue probablemente entre la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor (587 a.C.) y la conquista de Edom, que tuvo lugar cinco años después, pues los términos en que se expresan los vv. 11-14 pueden muy bien ser entendidos como referentes a la captura de Jerusalén por parte de Nabucodonosor. Algunos (E. B. Pusey y C. F. Keil) le asignan una fecha más antigua, cerca de trescientos años antes, en el 845 a.C. aprox., durante el reinado de Joram (2 R. 21:16, 17), cuando los árabes y los filisteos se unieron en batalla contra Judá. Otros autores le atribuyen una tercera fecha más reciente. Sostienen que los vv. 11-14 se refieren a la captura de Jerusalén por parte de Nabucodonosor, pero advierten que el v. 20 no prueba realmente que Abdías haya vivido durante el perío -do babilónico del exilio. Pese a la diversidad de opiniones respecto a la fecha de composición del libro de Abdías, ninguna de ellas se encuentra en conflicto con la naturaleza profética sobre la posterior ruina de Edom y los tiempos mesiánicos.

La profecía trata casi exclusivamente del destino condenatorio de Edom, pueblo hostil a Israel desde épocas inmemoriales. A este pueblo orgulloso y terrible con sus vecinos y parientes hebreos, Abdías anuncia la venida del «día de Yahvé», quien triunfará sobre todos sus enemigos y establecerá su Reino sobre la tierra. Es una de las profecías más tajantes y fuertes de la Biblia, sin posibilidad de reparación ni perdón. La razón de esta dureza es que los edomitas se alegraron cuando los judíos fueron derrotados; y además ayudaron a los enemigos, capturando a algunos de los fugitivos israelitas, entregando a algunos al enemigo, esclavizando a otros, vendiendo a los más y saqueando también a los vencidos, en lugar de ayudarlos en su calamidad. El estilo de Abdías presenta a veces cierta semejanza con el de Jeremías y Ezequiel, mientras que otros pasajes reproducirían el lenguaje de los profetas más antiguos, Joel y Amós, de aceptar la datación tardía, o por el contrario, éstos citarían a aquél, de aceptar la datación más temprana. Puesto que hasta diez de sus versículos se leen con pocas variantes en Jer. 49:7-22, cabe preguntar cuál de los dos textos es el original. No se excluye, sin embargo, que los dos dependan de otro texto que no ha llegado a nosotros, pues en aquella época eran muy frecuentes los oráculos contra Edom.

Abed-Nego. Nombre impuesto a Azarías, uno de los tres compañeros de Daniel en Babilonia (Dn. 1:7; 2:49; 3:12-30). Juntamente con Mesac y Sadrac, fue nombrado para servir al rey Nabucodonosor (Dn. 2:49). Cuando los tres jóvenes creyentes israelitas rehusaron adorar la estatua de oro que el rey había mandado levantar, se les condenó a morir en un horno de fuego (Dn. 3:13-22). Dios intervino para salvarlos (Dn. 3:24-26), y sus cargos oficiales les fueron restituidos (v. 30). La fe de estos tres jóvenes ha servido de ejemplo a través de las edades tanto para los judíos en el AT como para los cristianos, por saber resistir a quienes invitan a adorar ídolos o dioses falsos o a dar más respeto a los hombres que a Dios (cf. He. 11:33-34).

Abel. Segundo hijo de Adán, de oficio pastor, que por envidia fue asesinado por su hermano Caín, porque Yahvé le miró con agrado a él y a su ofrenda y rechazó la de éste (Gn. 4:1-16). Se han hecho muchas conjeturas acerca del porqué su ofrenda fue aceptada por Dios y no así la de Caín. Es difícil saberlo. Para algunos se trata de un relato que recuerda el antagonismo y la rivalidad entre los pueblos agrícolas y ganaderos. Desde el punto de vista teológico se ha adelantado la teoría de que el sacrificio de un cordero pudo haber sido mandato de Dios como anticipo del «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo», o sea, el plan de la redención.

En el NT Abel es considerado como mártir (Mt. 23:35) de su fe (He. 11:4) y de su justicia (1 Jn. 3:12). El primero en morir de la raza humana y el primero en entrar en la gloria de Dios, prenda de las primicias que nadie puede enumerar.

Abel, del egipcio íbr, nombre de lugar que denota «pradera», «prado» o «llanura cubierta de hierba», presente en la composición de numerosos topónimos, entre otros Abel Keramín, «campo de viñas» (Jue. 11:33), y Abel-meholá, «campo donde se danza», patria del profeta Eliseo (Jue. 7:22; 1 R. 19:16).

Abel-Bet-Maacá. Ciudad-estado aramea en el norte de Israel. Joab le puso sitio porque Seba, en rebelión contra David, se había refugiado en ella (2 Sam. 20:14-22). La expresión «ciudad que es madre en Israel» (2 Sam. 20:19) parece indicar que tenía otros pueblos o aldeas bajo su jurisdicción. Fue conquistada y ocupada por Ben-adad, rey de Damasco, cuando firmó un pacto con Asa contra el reino del norte (1 R. 15:20). Posteriormente fue incorporada a Asiria por Tiglat-Piléser III en el 733 a.C. (2 R. 15:29). Se la identifica con Tell Abil, en una región regada por uno de los ríos tributarios del Jordán. En 2 Cro. 16:4 recibe el nombre de Abel-Maim.

Abel-Maim (heb. «pradera de agua»). Una de las ciudades almacenes de Neftalí en Israel, atacadas por la coalicion de Asa, rey de Juda y Benhadad, rey de Siria (2 Cro. 16:4; 1 R. 15:20), llamada también Abel-Bet-Maacá.

Abel-Mehola (heb. «pradera de la danza»). Ciudad de la tribu de Isacar, no lejos del Jordán, hasta donde llegaron los madianitas fugitivos, tras la derrota que les infligió Gedeón en su campamento establecido al norte de las colinas de Moreh (Jue. 7:22). Lugar del nacimiento del profeta Eliseo (1 R. 4:12; 19:16). Situación dudosa, probablemente en Transjordania, en Tell el-Maqlub. También podría localizarse en Abila de la Decápolis. Posiblemente Abel-Mehola sea la Yabilima de la carta de Tell el-Amarna, del norte de Galaad y de la Gaulanítide. La tradición rabínica presenta a Eliseo originario de Transjordania.

Abel-Sitim (heb. «valle de las acacias»). Valle de la llanura de Moab, cerca del monte Peor, al este del río Jordán. Fue lugar de uno de los campamentos de los israelitas en la peregrinación por el desierto antes de la muerte de Moisés (Nm. 33:49). A este sitio se le llama también simplemente Sitim en Jos. 2:1. Allí el pueblo fue seducido por la impureza de la idolatría de Baal-peor por las mujeres de Moab y de Madián y perecieron en gran número (Nm. 25).

Abías. Nombre bastante común en hebreo y que se usa también en su forma femenina. Entre los personajes principales así llamados están:

  1. Segundo hijo de Samuel, que, juntamente con su hermano, fue juez de Israel por nombramiento de su padre. La corrupción y mala administración de la justicia hizo levantar al pueblo, que pidió un rey (1 Sam. 8:1-5).
  2. Fundador de una familia entre la descendencia de Aarón y Eleazar. En tiempos de David, cuando se organizó el servicio del Templo, la octava división llevaba su nombre (1 Cro. 24:10). En el Nuevo Testamento se le llama con el nombre de Abía (Lc. 1:5). De la clase de Abías era el sacerdote Zacarías, padre de Juan el Bautista.
  3. Uno de los hijos de Jeroboam, el primer rey de Israel. Era un joven apreciado y popular que fue llorado por el pueblo cuando murió siendo aún joven (1 R. 14:1-18).
  4. Hijo de Roboam, el primer rey de Judá (Mt. 1:7); en 1 R. recibe el nombre de Abiam. Su reinado fue corto, solamente tres años, y subió al trono en el año 18 de Jeroboam, 958 a.C. Fue un militar de cierto ingenio y venció a Jeroboam en una memorable batalla (2 Cro. 13); a pesar de ello siguió los malos ejemplos de su padre (1 R. 14:23-24).
  5. En su forma femenina lleva este nombre la hija de Zacarías y madre del rey Ezequías (2 Cro. 29:1), y consecuentemente la esposa de Acab, a quien sobrevivió, llamada en otros lugares en la forma abreviada de Abi (2 R. 18:2).

Abib (heb. «espigas jóvenes»). Antiguo nombre del primer mes del año en el calendario hebreo, correspondiente a marzo-abril en nuestro calendario y en el cual tuvo lugar el paso del mar Rojo (Éx. 13:4; 23:15; 34:18; Dt. 16:1), denominado más tarde Nisán, después del retomo de la cautividad (cf. Neh. 2:1). En este mes comenzaba la siega y se celebraba la Pascua (Éx. 12:15-23; Dt. 16:1).

Abilene, Abilinia. Tetrarquía gobernada por Lisanias al noroeste de Damasco, cuya capital era Abila (la actual Abil el-Suq), situada en la vertiente oriental del Antilibano, surcada por una de las rutas caravaneras que se dirigían de Damasco al Mediterráneo. País fértil y bien regado, abundante en pastos.

Abigail (heb. «nuestro padre es alegría»). Nombre de dos mujeres relacionadas con David:

  1. Hermana del rey David y madre de Amasá (2 Sam. 17:25; 1 R. 2:16ss., 1 Cro. 2:16, 17).
  2. Esposa de Nabal, que intervino con su sabio razonamiento y regalos cuando David iba a vengarse de Nabal por su mezquindad. David aceptó las razones de Abigail y se marchó sin derramar sangre. Diez días después murió Nabal y su viuda pasó a ser esposa de David (1 Sam. 25:3), con quien tuvo un hijo llamado Quileab (2 Sam. 3:3).

Abihú (heb. «padre [adorador] de Él»). Segundo hijo de Aarón tenido con Elisabet, hija de Aminadab (Éx. 6:23; Nm. 3:2; 26:60; 1 Cro. 6:3; 24:1). Elegido como sacerdote, junto con sus hermanos Nadab, Eleazar e Itamar (Éx. 28:1). Acompañó a su padre, a Moisés y a los setenta ancianos de Israel al monte Sinaí (Éx. 24:1.9). Murió a consecuencia de ofrecer delante de Dios fuego extraño (Lv. 10:1-11; cf. Nm. 3:4; 26:61; 1 Cro. 24:2). Ejemplo extremo de la importancia de observar el servicio ritual al detalle.

Abimelec (heb.«mi padre es rey»).

  1. Hijo de Gedeón con una concubina cananea de Siquem (Jue. 8:31). A la muerte de su padre, indujo a los hombres de Siquem a que le eligieran como su rey, y a continuación dio muerte a 70 de sus hermanos. Solamente escapó Jotam, que lanzó una maldición contra los asesinos. Esta maldición se cumplió a raíz de la rebelión de los ciudadanos contra Abimelec; un tal Gaal fingió ser amigo suyo al principio y después le traicionó. Abimelec combatió y destruyó Siquem, incluyendo una famosa torre, la cual quemó con todos los que en ella se refugiaron. Luego sitió Tebes, donde murió cuando una mujer dejó caer desde la muralla una piedra de molino sobre su cabeza (Jue. 9:1-57; 2 Sam. 11:21).
  2. Sacerdote de Nob que le dio hospitalidad a David en su huida de la corte de Saúl. Por este motivo fue asesinado, junto con todos los sacerdotes de Nob, menos Abiatar, su hijo, quien se escapó y se reunió con David (1 Sam. 21-22; 1 Cro. 18:16). También llamado Ahimelec (2 Sam. 8:17).

Abisag (heb. «padre de emigración»). Joven de la ciudad de Sunem, en Isacar, de gran hermosura, cuidó del rey David en su vejez. El rey, sin embargo, «nunca la conoció» (1 R. 1:4). Al morir él, Adonías, que ya había intentado arrebatar el trono para sí y había sido perdonado, la pidió a Salomón, por medio de la reina madre, para que fuera su mujer. Salomón no solamente negó su petición, sino que lo hizo ejecutar, detectando una aspiración al trono, pues las concubinas del fallecido habían de pasar a su heredero (1 R. 2:13-26).

Abisai (heb. «fuente de riqueza»). Hijo de Sarvia, la medio hermana de David, y hermano de Joab. Sirvió muchos años a David como uno de sus valientes más fieles. Fue con David al campamento de Saúl mientras Saúl dormía (1 Sam. 25:6-9), y expresó la intención de matarlo, a lo que David se opuso (1 Sam. 26:5-9). Juntamente con Joab, se vengó traicioneramente de Abner por la muerte de su hermano Asael, tenida en buena lid (2 Sam. 2:18-24; 3:30). Permaneció fiel a David durante la rebelión de Absalón (2 Sam. 18:2). Se le menciona como el más renombrado valiente de David (1 Cro. 11:21). Salvó a este monarca en un momento de peligro, cuando un gigante filisteo estuvo a punto de atravesarlo con una lanza (2 Sam. 21:16-17).

Abismo (heb. tehôm, «depósito de agua subterránea»; gr. abyssos, «hondura», «sin fondo»). Nombre desacralizado del «océano primordial» (Gn. 1:2). En la cosmogonía hebrea, el «abismo» es el «océano primordial» en conexión directa con la «tinieblas», envolviendo todo lo existente, cielo y tierra (Sal. 24:2; 136:6). Al separar Dios las aguas que están sobre el firmamento de las que están debajo, éstas reciben en adelante el nombre tehôm como el depósito de agua subterránea del que brotan las fuentes y los ríos (Gn. 7:11; 8:2; 49:25; Dt. 8:7; 33:13; Sal. 104:6).

Posteriormente, tehôm se asocia al Seol, donde están los muertos, en el fondo del abismo (Prov. 9:18); en las regiones oscuras donde son castigados los reyes de Tiro, Babilonia y Egipto por su crueldad y orgullo. Éste es el abismo al cual los espíritus inmundos rogaron a Jesús que no les enviara (Lc. 8:31; Ap. 9:1; 11:7; 20:1,3; 2 P. 2:4).

Ablución, del lat. ablutione, nombre dado al lavatorio ritual como símbolo de purificación espiritual o de especial consagración. Las abluciones han formado parte de los ritos religiosos desde los tiempos inmemoriales. Los antiguos griegos prescribían lavatorios ceremoniales para conseguir la purificación, especialmente después de ciertos actos relacionados con la efusión de sangre. Es una práctica universal observada por todas las religiones, unida a un momento especial. La Ley de Moisés prescribe diversos tipos de lavamiento ceremonial (Lv. 6:27, 28; 8:6; 11:25, 28, 40; 15:5, 6, 7, 11, etc.; cf. He. 9:10), que no hay que confundir con el lavado ordinario de las manos. Con estos lavamientos el adorador israelita quedaba ceremonialmente puro de las contaminaciones legales que hubiera contraído (por lepra, contacto con cadáver, por emisión seminal, menstruación en la mujer o por contacto con los así contaminados, etc., y que eran un impedimento para participar en las actividades del culto), y era de nuevo apto para participar en el culto.

En el sacerdocio aarónico, así como en el ministerio levítico, había también una provisión de lavamientos o abluciones, tanto para su consagración (Lv. 8:6; Nm. 8:7) como en el ejercicio de sus funciones (Lv. 16:4; etc.). Debe notarse aquí distinción; Aarón y sus hijos fueron lavados «una vez» íntegramente por Moisés al ser consagrados (Éx. 40:12). Después se les demandó que se lavaran sólo los pies y las manos en la fuente de bronce (Éx. 40:30-32). En Nm. 19 se dan más detalles de la purificación de los contaminados. En la actualidad muchos judíos practican lavatorios rituales de manos antes de tomar ciertas clases de alimentos.

Jesús reacciona contra la costumbre farisea del lavamiento practicado con espíritu externo y no en función de su significado simbólico y espiritual. Jesús y los suyos no dejan de lavarse las manos (Mc. 7:2) no en el sentido literal, higiénico, sino en el ceremonial. El bautismo cristiano satisface en un plano superior y más integral el ansia de purificación humana expresada en los lavamientos rituales, en cuanto se relaciona con la fe y el efecto purificador de la sangre de Cristo que conducen a una nueva vida.

Abner (heb. «padre de luz»). Primo del rey Saúl (1 Sam. 14:51) y general de su ejército cuando David mató a Goliat, y presentó a éste a Saúl (1 Sam. 17:55, 57). Cuando Saúl acosaba a David en el desierto de Zif, Abner descuidó la protección del rey, y David le increpó como digno de muerte (1 Sam. 26:1-16). A la muerte de Saúl, Abner tomó partido de la hostilidad de las otras tribus contra la de Judá, y en Mahanáyim proclamó rey de Israel a un hijo de Saúl, Is-boset, enfrentándose abiertamente a David, proclamado rey en Judá (2 Sam. 2:8-10). Abner fue vencido en una de las batallas entre las dos casas, y Asael, hermano de Joab, se lanzó a la persecución de Abner, que se vio obligado, después de insistirle a que desistiera, a matarlo en defensa propia. Abner tomó por mujer a una anterior concubina de Saúl, Rizpá. Is-boset se lo reprochó, posiblemente pensando que esto indicaba un deseo de Abner de asumir él mismo el trono. Ello enfureció de tal manera a Abner que se rebeló contra su señor, e hizo pacto con David. Éste le puso por condición que le fuera devuelta Mical, su anterior esposa e hija de Saúl. Cumplida esta condición, David hizo una fiesta en honor de Abner y de sus hombres. En esto, Joab, que había estado ausente, al conocer lo sucedido, y posiblemente celoso y temeroso de que Abner le arrebatara el puesto, lo mató a traición, dando como razón que Abner había dado muerte a su hermano Asael. David quedó muy afectado por este hecho, y lanzó una maldición sobre Joab (2 Sam. 3:6-39) que se cumplió, bajo Salomón, que siguió la última voluntad de su padre (1 R. 2:5; 28-34).

Abogado, del lat. advocatus, gr. paracletos, persona legalmente autorizada para defender la causa de otro (1 Jn. 2:1). Hace referencia a la persona que intercede. En el NT se aplica tanto al Señor Jesús como al Espíritu Santo. Jesús es el Paracleto en el cielo, que intercede por el santo, y el Espíritu Santo es el Paracleto en la tierra, para asegurar el bienestar espiritual del pueblo de Dios (cf. Ro. 8:34; He. 7:25; 9:24).

Abominación desoladora. Hebraísmo equivalente a un superlativo utilizado por Daniel para describir la profanación del templo (Dn. 11:31; 12:11). Equivale a sacrilegio en grado superlativo (Dn. 9:27). Jesús hace referencia a ella en los Evangelios (Mt. 24:15; Mc. 13:14; Lc. 21:20), como una señal que marca el momento de abandonar Judea. A pesar de todos los esfuerzos de tratar de explicar estos términos en hebreo, los eruditos no se ponen de acuerdo respecto al significado preciso. Se admite comúnmente, y de hecho acertadamente, que la expresión hebrea se debe entender como un emblema de la idolatría, cuya imposición supone una profanación insoportable de la sacralidad del culto divino. Daniel hace referencia a los sucesos acontecidos durante el dominio del rey griego de la dinastía seléucida Antíoco IV. Mostró un absoluto desprecio por la nación de Israel. En el año 168 a.C. saqueó el Templo de Jerusalén, apoderándose del candelabro de siete brazos, del altar de oro y de todos los utensilios preciosos. Un año más tarde, el 15 de diciembre de 167, profanó el templo erigiendo un altar a Zeus Olímpico sobre el altar de los holocaustos, derramando sangre de cerdo sobre el propiciatorio (1 Mac. 1:54-57; 2 Mac. 6:2), auténtica «abominación de la desolación».

En el discurso escatológico de Jesús la «abominación desoladora» (Mt. 24:15; Mc. 13:13; Lc. 21:20) ha de servir a sus discípulos como señal para abandonar Judea. Se considera que se cumplió durante la guerra con Roma (años 66-70), cuando los soldados romanos introdujeron sus estandartes y enseñas en la Tierra Santa, y más en particular en la ciudad santa de Jerusalén, poco antes de la destrucción del Templo. Éste sería el evento profetizado por Jesús a sus discípulos, como señal de su partida.

Aborto. Las leyes del Antiguo Oriente —babilónicas y asirias— castigaban cuando se maltrataba a una mujer grávida, distinguiendo varios matices de pena, según fuesen las consecuencias sufridas por la lesionada. El Código de Hammurabi (arts. 209-214) castiga el aborto con una sanción económica, cuya importancia varía según la categoría social de la mujer; únicamente cuando ésta es hija de un gran señor y muere en el parto, la hija del causante del mismo es sentenciada a muerte. En las leyes asirias se trata solamente del aborto de la hija de un señor por causa de otro; éste pagará una crecida multa, recibirá cincuenta azotes y trabajará para el rey durante cincuenta días, o su mujer recibirá el mismo trato, compensando la pérdida del feto con su vida; si la accidentada muriera, el culpable recibirá la muerte. Como se ve hasta aquí, un aborto entre los antiguos era algo que trascendía los muros caseros y era considerado como una verdadera cuestión social. Entre el pueblo de Dios la ley era todavía más tajante aún: «Cuando dos hombres riñen y chocan con una mujer encinta, de modo que pare, sin que resulte otro accidente, el culpable habrá de entregar la multa que el marido de la mujer le imponga, pagándola tras un arbitraje. Pero si resultare accidente, tendrá que dar vida por vida, ojo por ojo...» (Éx. 21:22-25). «Sin que resulte otro accidente» se refiere a que no resulten dañados ni la madre ni el niño expulsado antes de tiempo.

El cristianismo primitivo condenó el aborto en base a su elevado concepto del valor de la persona humana, hecha extensible al feto. Así Tertuliano afirma explícitamente que provocar un aborto es igual a cometer un asesinato, ya que el feto es un ser humano en potencia: «A nosotros, en cambio, una vez que el homicidio nos está prohibido, tampoco nos es lícito matar al infante concebido en el seno materno, cuando todavía la sangre va pasando al ser humano desde la madre. Es un homicidio anticipado impedir el nacer, sin que importe se quite la vida luego de nacer o que se destruya al que nace. Hombre es también el que ha de serlo, así como todo el fruto está ya en la simiente» (Apología contra gentiles, IX, 8), otro tanto dirán Agustín y el resto de los Padres de la Iglesia.

Abraham. Primero de los patriarcas y padre del pueblo elegido (cf. Is. 51:2), cuya historia se narra en catorce capítulos del Génesis, resumen y compendio de antiguas tradiciones de Israel (11:27-25:18). Aunque falte consenso entre los especialistas, la mayoría sitúa al clan de Abraham en Ur entre los siglos XIX y XVII a.C. Abraham no era un simple nómada errante, las referencias bíblicas indican que poseía notables riquezas y prestigio. Es muy verosímil que esta riqueza estuviese representada por una gran caravana cuando salió de Harán hacia Canaán. Tenía entonces 75 años. Durante los primeros diez años de sus peregrinaciones en Canaán, Abraham plantó sus tiendas en Siquem, donde Dios le prometió aquella tierra para él y su descendencia. Allí edificó un altar a Yahvé. Pasó después a Bet-el, donde erigió otro altar, invocando el nombre de Yahvé (Gn. 12:6-8). Se desató el hambre, y Abraham descendió a Egipto, donde, temiendo por su vida y faltándole la fe entonces, dijo que Sara era su hermana; por su belleza, fue llevada a la casa del faraón, pero Dios la protegió, y Abraham y Sara fueron expulsados de Egipto después de una reprensión (Gn. 12:10-20). Volvió a Canaán y se asentó de nuevo en Bet-el, ante el altar que antes había erigido (Gn. 13:3). Visto el gran incremento de sus riquezas en ganado, surgieron riñas entre sus pastores y los de Lot, por lo que decidieron separarse. Abraham cedió a Lot el derecho de elegir a dónde dirigirse (Gn. 13:9), y éste eligió el valle del Jordán (Gn. 13:11). Abraham entonces se trasladó al encinar de Mamre, en Hebrón. Aquí el patriarca erigió un altar (Gn. 13 :18), recibió la visita divina, por la que se le prometió toda la tierra que podía ver y una innumerable descendencia (Gn. 13:14-17). Abraham habitó en Mamre al menos 15 años, quizá 23 ó 24. Adquirió una cueva del lugar, Macpela. Entró en alianza con unos príncipes amorreos (Gn. 14:13), junto a los cuales emprendió una expedición guerrera contra Quedorlaomer y otros reyes coligados con él; éstos habían invadido Sodoma y Gomorra, y las habían saqueado, llevándose cautivos a sus habitantes, incluyendo a Lot. Después de su victoria sobre estos reyes y de la liberación de Lot y de todos los demás, Abraham rehusó tomar ni un hilo del despojo que le ofrecía el rey de Sodoma; no quería enriquecerse de tal procedencia (Gn. 14:23); pero recibió la bendición de Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió con pan y vino a recibirle: a él le dio Abraham diezmos de todo. Dios se le reveló ahora como su escudo y gran galardón.

Con el tiempo el patriarca se convirtió en lo que los árabes llaman un sheij, un jeque. Con sus tiendas, su ganado y centenares de hombres cruza las tierras de Canaán. Lamentándose Abraham de su falta de descendencia, Dios le confirma la promesa (Gn. 15:5). A su pregunta de cómo iba a saber él que iba a poseer la tierra, Dios dispuso con él un pacto con sacrificio, como era la costumbre en Oriente (Gn. 15:9-10). Sin embargo, este pacto no fue confirmado por las dos partes, sino únicamente por Dios (Gn. 15:17-21) al ser solamente Dios, bajo la apariencia de una antorcha de fuego, quien pasó entre los animales divididos, habiendo quedado Abraham sobrenaturalmente postrado. Así, Dios se ligó incondicional y unilateralmente a Abraham por este pacto. Por sugerencia de Sara, tomó a su criada Agar, cohabitando con ella, y teniendo de ella un hijo, Ismael. Esto según las costumbres de la tierra (cf. Gn. 16:2; cf. Gn. 30:3). La cuestión del heredero de Abraham refleja con exactitud las costumbres de la época. Al verse sin hijos, Abraham piensa que su siervo Eliezer será su heredero, literalmente «hijo de herencia», en heb. ben meshek. Sin embargo, 13 años después la promesa se verificaría fielmente. El «Dios Todopoderoso» (El-Sadday) se volvió a revelar a Abraham, cuando éste contaba ya 99 años de edad, como «el Dios Todopoderoso», nombre que indica que los recursos se hallan en el mismo Dios. Entonces cambió su nombre de Abraham por el de Abraham, debido a que iba a ser el padre de muchedumbre de gentes, o naciones. Yahvé, renovando su pacto con Abraham, le prescribió el signo de la circuncisión, que puso en práctica en el acto. También cambió Yahvé el nombre de Sarai por el de Sara, porque iba a ser una princesa, e iba a tener un hijo (Gn. 17).

Abraham acogió a tres visitantes. Dirigiéndose dos de ellos a Sodoma, el tercero dijo: «¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?». Según Jn. 15:14, 15, aquí tenemos la razón de que Abraham sea llamado «el amigo de Dios» (2 Cro. 20:7; Is. 41:8; Stg. 2:23). Dios le reveló sus propósitos, y Abraham se vio con libertad para interceder por los justos en Sodoma, si los hubiera, en un número que va reduciendo hasta diez, pero como no los hay, Sodoma es destruida, y sólo Lot y sus hijas escapan al ser sacados de la ciudad por los ángeles (Gn. 18,19).

Al cabo de unos 15 años, durante la infancia de Ismael, en Gerar, nuevamente Abraham hace pasar a Sara por hermana suya. Por intervención de Dios se evita que la inclusión de Sara en el harén del rey de Gerar lleve al pecado, y Abraham es de nuevo reprendido, esta vez por Abimelec (Gn. 20:2). Nace Isaac (Gn. 21:2), surgen conflictos por su casa, Agar se burla y es expulsada junto a su hijo Ismael (Gn. 21:9-21). Después de varios incidentes con los hombres de Abimelec acerca de pozos abiertos por Abraham, hacen un pacto, y Abraham llama a su pozo Beerseba (Gn. 21:31), es decir, «pozo del juramento».

Habiendo ya crecido Isaac, Dios prueba la fe de Abraham; le ordena que se lo ofrezca en holocausto. Abraham obedece y a punto de sacrificar a su hijo es detenido por Dios, sacrificando un cordero en su lugar. Triunfante en la prueba, Dios le confirma la promesa incondicional de que en su simiente serán benditas todas las naciones de la Tierra (Gn. 22:18; cf. Gál. 3:14-18). Veinte años después, Sara muere a la edad de 127 años. Abraham, todavía nómada y peregrino en tierra extraña, la entierra en la cueva de Macpela (Gn. 23). Abraham pasó alrededor de 38 años en el Negev, después de la muerte de Sara, y se informa que tuvo otra esposa, Cetura, y varias concubinas, de las que tuvo hijos; a ellos les dio dones, y los envió a Oriente, para que Isaac pudiera morar pacíficamente en la tierra prometida (Gn. 25). Murió a la edad de 175 años, y fue enterrado con Sara, en la cueva mencionada.

Abraham es más que un modelo de vida religiosa y moral, es propiamente el fundador de la religión de los hijos de Israel. Desde los días de Abraham, los hombres se acostumbraron a hablar de Dios como «el Dios de Abraham» (cf. Gn. 24:12; 26:24; 31:42). Para enseñar que la religión de Israel no comienza con Moisés, Dios dice a Moisés: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham» (Éx. 3:6). La misma expresión se usa en los Salmos (Sal. 47:9) y es común en el AT (cf. 1 R. 18:36; 1 Cro. 29:18; 2 Cro. 30:6). Para los profetas, Abraham es el progenitor de los israelitas, llamados «raza de Abraham» (Is. 41:8; Jer. 33:26; cf. Mt. 3:9; Jn. 8:53.56; He. 7:2; 13:26), su vida se enmarca en la categoría del pacto o alianza con Dios, que garantiza el cumplimiento de las promesas respecto a la tierra y la descendencia (Eclo. 44:20-23). Según el apóstol Pablo, el pacto de Abraham es superior al pacto con Moisés en el Sinaí (Gál. 3:15-18). Éste tenía que ver con Israel; la promesa a Abraham con «todas las familias de la tierra» (cf. Gn. 12:3; 18:18; Is. 49:7). El primero es universal y según la promesa, el segundo, particular y según la Ley. En contraste con el judaísmo intertestamentario, Pablo demuestra que la justificación de Abraham se realizó por la fe, no por las obras (Gál. 3, 6-18; Ro. 4:2-3). Por eso, hijos de Abraham son solamente aquellos que tienen fe en la Palabra de la promesa (Ro. 4:16). Según la lógica de la historia bíblica, y conforme al método rabínico de interpretación del AT, Abraham recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que tenía estando aún incircunciso, para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, para que también a ellos les fuera conferida la justicia; de modo que vino a ser no solamente padre de la circuncisión, sino también de los que «siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado» (Ro. 4:12-13). Además, Pablo señala, que el término «simiente» o «descendencia» está en singular y se refiere a una sola persona, que es Cristo (Gál. 3:16). Por eso, solamente creyendo en Cristo se entra en posesión de los bienes anunciados y se hereda la promesa. Dado que esta promesa es gratuita y compromete sólo a Dios, hay que excluir que los herederos de los bienes prometidos sean los que observan la ley.

La historicidad de Abraham está generalmente demostrada por la evidencia arqueológica. Nombres, ciudades y costumbres aparecen en las inscripciones antiguas. El pensamiento de que el siervo herede las riquezas del señor, refleja las leyes de Nuzi, cuyas tablillas fueron descubiertas por la arqueología y dadas a la luz pública en 1925. Según estas leyes una pareja sin hijos podía adoptar como hijo a un sirviente fiel, que ostentaría los derechos legales y recibiría la herencia de sus padres adoptivos como recompensa por sus cuidados y el enterramiento en caso de fallecimiento. Las costumbres maritales de Nuzi, lo mismo que el código de Hammurabi, proveían también que si la esposa de un hombre casado no tenía hijos, el hijo de una criada podía ser reconocido como legítimo heredero; situación típica en el caso de Abraham, propia de las viejas costumbres de Mesopotamia, que nos remiten a un tiempo antiguo y a tradiciones históricas fidedignas.

Abraham, Seno de. Expresión simbólica de la época de Jesucristo, sinónima de «Paraíso». Es el lugar en que el alma de los justos disfrutaba del reposo ultraterreno (Lc. 16:22-23). La literatura rabínica usa esta expresión con el significado de ser feliz después de la muerte. En el lenguaje teológico posterior designa la porción del reino de los muertos en que los santos del AT aguardaban que Cristo los liberara después de la redención y los llevara a la bienaventuranza eterna.

Absalón