Desde pequeños nos enseñan que hay animales a los que debemos querer y otros a los que podemos usar y comer, aunque cada vez son más las personas que rechazan esta idea y encuentran en el veganismo una filosofía de vida acorde con sus principios. Pero ¿es fácil ser vegano? ¿Por dónde empezar?

Jenny Rodríguez se hizo vegana a los 17 años y su blog de cocina, Mis Recetas Veganas, se ha convertido en un referente de la alimentación vegetal. Partiendo de su propia experiencia, en este libro habla sobre por qué ser vegano y aporta estrategias para dar los primeros pasos, ejemplos de qué comer al principio o una lista con ingredientes esenciales. Además, nos descubre algunas de sus recetas más ricas y saludables, tanto para el día a día como para sorprender a los invitados. Porque ¿quién puede resistirse a una buena hamburguesa vegetal o a una carbonara de anacardos?

Tanto si buscas reducir el consumo de alimentos de origen animal como si quieres dar el paso definitivo al veganismo, este libro te ayudará en tu propósito.

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Jenny Rodríguez

Vive vegano

una guía sobre ética animal y alimentación vegetal

Desde pequeños nos enseñan que hay animales a los que debemos querer y otros a los que podemos usar y comer, pero cada vez son más las personas que rechazan esta idea y encuentran en el veganismo una filosofía de vida acorde con sus principios. Pero ¿es fácil ser vegano? ¿Por dónde empezar?

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Vive vegano. Una guía sobre ética animal y alimentación vegetal

© 2019, Jenny Rodríguez

© 2019, Diversa Ediciones

EDIPRO, S.C.P.

Carretera de Rocafort 113

43427 Conesa

diversa@diversaediciones.com

ISBN edición ebook: 978-84-949486-2-6

ISBN edición papel: 978-84-947163-9-3

Edición: febrero de 2019

Diseño: Jenny Rodríguez

Fotografías de interior y cubierta: © Jenny Rodríguez

Maquetación ebook: Diversa Ediciones

Todos los derechos reservados.

www.diversaediciones.com

Índice.

Prólogo

Introducción

El proceso de un diálogo interno

Vegano, ¿qué y por qué?

Lidiar con el entorno

Respuestas a las primeras dudas

De la teoría a la práctica

Mis ingredientes esenciales

Viviendo vegano

Principales

Hamburguesas y carnes vegetales

Panes caseros

Bebidas

Dulces

Caprichos

Conclusión

Agradecimientos

Recursos

La autora

Índice de recetas.

Principales

Bandeja fácil de vegetales asados

Burrito de alubias con «queso» de patata

Ensalada de pasta con mayonesa de remolacha

Tortilla francesa sin huevo con revuelto de espinacas

Bol de quinoa y aguacate con lima

Tallarines con salsa carbonara de anacardos

Dhal fácil de lentejas rojas con arroz basmati

Crema de zanahoria y calabaza

Raviolis de salsa de setas

Calabaza asada rellena de garbanzos especiados

Gyozas de puerro y patata con champiñones

Hamburguesas y carnes vegetales

Hamburguesa BBQ de soja texturizada

Clásica de seitán con patatas especiadas

Hamburguesa de alubias blancas con shiitake

Barritas crujientes de tofu marinado

Filetes de seitán: la carne vegetal casera

Albóndigas vegetales en salsa

Panes caseros

Bagels de canela con semillas de sésamo

Panecillos integrales de espelta y romero

Bollos de arándanos

Pan trenzado semiintegral de cúrcuma y ajo

Bebidas

Zumo de zanahoria, piña y romero

Batido de banana y mango con chía

Leche vegetal de chufa, horchata

Leche vegetal de nueces

Tostadas de nueces secas, fresas y sirope

Dulces

Tostadas francesas de crema de cacao y fresas

Pink porridge: avena, frutos secos y fruta

Tarta helada lima-limón con base de almendras

Paletas de sandía con chocolate y pistachos

Helado cremoso de frutos rojos y plátano

Granola casera con chocolate negro

Parfait frío de granola con yogur de soja

Galletas bizcocho de avena y chocolate

Yogur cremoso de anacardos y fresas

Brownie de nueces con chocolate fundido

Mantequilla de cacahuete casera

Bagels con mantequilla de cacahuete

Mousse de chocolate y avellanas

Flan de vainilla con caramelo

Volcanes de crema de chocolate

Caprichos

Rebanada de espárragos, champiñones y aguacate

Crepes saladas con paté de olivas negras

Scramble de tofu al estilo «huevo» revuelto

Crujientes de chocolate rellenos de mermelada

Con la compra de este libro estás haciendo un donativo a la Fundación Santuario Gaia, cuyo incansable trabajo salva y mejora la vida de cientos de animales víctimas de la explotación ganadera.

La Fundación Santuario Gaia nació hace seis años como un rincón de paz y libertad en Camprodón, Girona, en plenos Pirineos. Un lugar rodeado de naturaleza donde los animales disfrutan una vida plena independientemente de la especie a la que pertenezcan.

Puedes conocer más y hacer un donativo a través de la página: www.fundacionsantuariogaia.org

Prólogo.

Querido/a lector/a:

Es posible que lleves tiempo esperando un libro como este, o este libro en concreto, así que prometo ser breve para no demorar mucho más tu espera, aunque entenderé al 100% que te saltes el prólogo y pases directamente al contenido. Como dicen los ingleses: no hard feelings.

Pocas veces tiene la suerte una de que le encarguen tareas tan bonitas como esta, en las que mis palabras son teloneras del talentazo de tres artistas así. Digo artistas con conocimiento de causa porque todo aquel que tiene un don y lo comparte con el mundo, de esta forma tan creativa y dedicada, merece el calificativo de arte.

Empiezo por la mención al equipo de la editorial, Olga y Carlos, dos personas dedicadas en cuerpo, mente y alma al aún necesario oficio de hacer libros. El proceso que tiene cada libro de creación, edición, corrección, imprenta, distribución y promoción es duro. Y aún no se ha perdido, aunque la piratería y la Cultura Libre hicieran su aparición estelar hace tiempo. Así que es gracias a ellos, pero también a ti, que Vive vegano es posible. Que este manual para hacer mejor las cosas por los otros animales existe. Aunque ahora en 2018 el hype por la cultura vegana se haya extendido y generalizado –y menos mal–, esta pequeña editorial resiste, igual que la archiconocida aldea de los irreductibles galos, como estandarte de los valores que se sitúan en el lado de la historia que está a la vanguardia de los derechos de los otros animales. Y sí, me empeño en decir «otros» porque nosotras también somos animales. Por si tenemos aún algún despistado en la sala: nunca es tarde para que nos recordemos de dónde venimos, sobre todo si queremos andar el camino del «a dónde queremos ir».

Volviendo a la editorial, Carlos y Olga son unos valientes, porque sabiendo que con su marca, Diversa, renuncian conscientemente a muchas oportunidades de negocio, saben que el ethos de la compañía está por encima de todo. Además, sé de buena tinta, las facilidades que le han dado a Jenny para poder hacer el libro que ella tenía en mente, con toda su personalidad impresa en él. No hay negocio posible sin ambición, pero la diferencia con otros radica en que tanto Olga como Carlos como Jenny tienen ambición de un mundo mejor. De forma desinteresada y sin caer tampoco en un espíritu de credulidad un tanto ingenua, buscan un mundo con menos sufrimiento para todos. Y los libros siempre han sido una herramienta potente y capaz de encerrar respuestas a muchas preguntas, pero también de plantear las preguntas correctas para quienes están buscando. Es cierto que internet cambia las reglas del juego, desde mi punto de vista amplía las posibilidades, pero un libro es un libro. El ritual de sentarnos en cualquier parte, tocar la portada, pasar rápido sus páginas e impregnarnos de ese olor, a nuevo o viejo, tanto da..., es de las mejores sensaciones del mundo para quienes aún apreciamos el esfuerzo de alguien por comunicarse con el resto a través de tinta y papel.

Ahora que ya sabemos la intencionalidad que Vive vegano encierra, ¿qué encontrarás en este libro? El título ya nos da la pista: este es un libro vivo. Y lo es porque hallarás también extensiones a su conocimiento en las redes sociales de los principales protagonistas: no solo de Jenny y de Diversa, sino también de los santuarios de animales, de las asociaciones de derechos animales, de blogueras, escritoras, periodistas o activistas mencionadas en él. Y tendremos que, a petición expresa de la autora, compartir su conocimiento con otras personas. Porque eso es lo que ella lleva años haciendo a través de sus blogs y de sus redes: extendiendo el conocimiento de forma tan exponencialmente rápida, para provocar cambios en la gente y conseguir salvar más vidas.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención al leer el libro es lo bien estructurado que está: no se hace pesado, a pesar de que el tema a tratar es vasto, muy traumático y con tantísimos matices como realidades socioeconómicas, políticas y culturales rodean al carnismo o al especismo en el mundo. El especismo es la discriminación arbitraria por especie y el carnismo es ese sistema que opera invisible en el que se nos normaliza el uso y abuso continuado de los animales. Así que como veis, no es un tema ligerito. Pero Jenny consigue que se traten todos los puntos con rigor y sin dejarse ninguno de los pilares de la explotación animal.

Habla desde el corazón, pero con muchísima cabeza, algo que no debería sorprender si miramos sus redes y el trabajo que lleva realizando este tiempo, pero que alguien como yo, que ya tengo década y media de trabajo por los animales a mis espaldas, aún no sabe si ha conseguido hacer. ¿Por qué menciono esto? Porque sabemos que las personas que nos enfrentamos a la dureza de la explotación animal y a situaciones de violencia en las que –literalmente– no podemos hacer nada podemos sufrir de Estrés Postraumático Secundario. Y sabemos que comunicamos desde la frustración, el enfado, la rabia, la tristeza y, a veces, desde la soberbia de quien ya está haciendo lo correcto. Pero es que no hay nada de todo eso en este libro. Y me sorprende, insisto, porque yo también dejé de comer animales a la misma edad que Jenny, a los 17, aunque se formalizó en mi 18 cumpleaños en una familia y un entorno que andaban bastante beligerantes con el tema. Como este 2018 hará 14 años ya, entiendo que las cosas han cambiado muchísimo y con suerte, con mucha suerte, la forma de hacer pedagogía en torno al veganismo también va cambiando.

Jenny, este libro y tú, que nos estás leyendo, seguramente seáis los mejores ejemplos de este cambio de paradigma que estamos viendo dentro de nuestro pequeño y aún joven movimiento de Derechos Animales. Y quizá pienses, como lector/a, que ya está la del prólogo con el proselitismo. Puede. ¿Tú no compartes aquello que consideras bueno y necesario en tu vida con tu entorno? Eso hace Jenny en este libro. Con la lucidez que tiene quien ha mirado al sufrimiento de cara y ha empatizado más allá de lo humanamente posible con el diferente. Y lo ha transformado en esta «bonitez» que tienes entre manos.

Te van a enternecer las historias de algunos habitantes del santuario Gaia; se te va a hacer la boca agua con sus recetas, aptas hasta para cocineras inexpertas como yo; se te va a encoger el corazón con algunos de los episodios de explotación animal; se te abrirá la boca de incredulidad con las cifras sobre los animales desaparecidos diariamente en el mundo; y puede que te sientas identificada con ese proceso individual que Jenny ha hecho y que ahora comparte con todas nosotras. Sea cual sea la emoción, no dudes en identificarla, sentirla y observarla sin juzgar. Y a partir de ahí, quizá sientas el mismo deseo que desde que he leído este libro comparto con Jenny: que la cocina vegana pase a llamarse solo cocina. Bon profit y mejor lectura.

Paula González, colaboradora del Centre for Animal Ethics de la UPF, escribe en eldiario.es y otros medios. http://paulagonzalezcomunicacion.com

Introducción.

Si hace seis años me hubiesen dicho que pronto llegaría el día en que elegiría voluntariamente una alimentación basada en vegetales, jamás lo hubiese creído. Igual que tú, yo crecí rodeada de estímulos que me empujaron a preferir un postre lácteo azucarado a una pieza de fruta, porque la fruta no me parecía suficientemente dulce. Durante toda mi infancia y parte de mi adolescencia preferí un batido de yogur a un vaso de insípida agua. Por no hablar de los vegetales como el pimiento, la cebolla, el ajo o las hojas verdes. Creo que ni siquiera sabía qué sabor tenían realmente, porque siempre me negué rotundamente a probarlos.

No fue mi salud lo que me llevó a este cambio. No importaba lo que me dijeran los médicos sobre la necesidad de consumir más vegetales. No fueron la anemia, ni el colesterol alto que la herencia genética me había dejado. Tampoco el cansancio constante y la baja energía. ¿El sobrepeso? No me importaba lo suficiente. No fue el constante intento de mi madre por introducir vegetales frescos en mi alimentación diaria. Lo que realmente me convenció de la importancia de llevar una alimentación basada en vegetales fueron los animales.

Siempre amé a los animales. Desde mi quinto cumpleaños he convivido con ellos, y con el paso del tiempo me ayudaron a comprender cuánto y cómo son capaces de sentir. Ese sentimiento fue evolucionando hasta comprender que no tenía ningún sentido contribuir a su sufrimiento. Ya no existían excusas que pudieran justificar el dolor que les provocaban mis actos, aunque esto fuera de manera indirecta.

A día de hoy sé que si la lucha por los derechos de los animales no me hubiese traído hasta aquí, probablemente jamás hubiese cambiado mi forma de entender la alimentación. Probablemente nunca hubiese sido capaz de ver que nuestra alimentación es un acto político. Uno de nuestros actos más rutinarios y con mayor impacto sobre el bienestar de los demás humanos, sobre el medio ambiente y, por supuesto, sobre los animales considerados de granja.

Cada uno de nosotros encuentra un motivo diferente para cambiar, y ese fue el mío. Algo que me ha hecho sentir mejor a tantos niveles que llevo seis años preguntándome por qué esperé tanto para hacer el cambio.

Nuestras decisiones son clave, hasta la más pequeña de ellas. Algo tan aparentemente insignificante como introducir un producto en tu cesta de la compra puede cambiar la vida de un ser vivo en la otra punta del mundo. Los pequeños gestos marcan la diferencia y con ellos podemos contribuir a crear un mundo más justo y empático.

Si sabemos cómo hacer la vida de otros más fácil, ¿por qué no hacerlo? ¿Por qué decidir ser meros espectadores pasivos?

Haz de tu alimentación una nueva revolución.

El proceso de un diálogo interno.

Es curioso ver como nosotros, los humanos, que tenemos esa tendencia a ansiar siempre más poder, no nos damos cuenta de que nuestro verdadero poder se encuentra en las pequeñas decisiones rutinarias. Y es que cuando nos llevamos un alimento a la boca nos convertimos en el último escalón de un proceso industrializado que puede ser el motivo de la devastación de algunos animales con los que cohabitamos en el planeta. Cuando comemos animales somos, sin quererlo, parte de una de las industrias más oscuras, crueles y herméticas que jamás haya existido. Parte de una voz callada, un secreto que se puede escuchar a voces, a gritos, en forma de llanto desgarrado, pero que ignoramos amparados bajo la comodidad, la costumbre y la educación.

Cuando comemos animales hacemos malabares con los derechos de cada una de esas vidas especiales, únicas e irrepetibles. Somos parte de la cadena que refuerza el maltrato en masa, la muerte en vida. De la separación de familias, del dolor colectivo. Sin quererlo, perpetuamos un sistema de tortura que nos lleva a una completa desconexión con el respeto hacia los animales.

¿Puedes ahora imaginar qué no seríamos capaces de conseguir queriendo?

Durante los diecisiete años que comí animales pensé que renunciar a ello sería renunciar al placer de comer. Siempre me gustó disfrutar de la comida, aunque no profundizase demasiado en nuevos sabores ni texturas. Pero, irónicamente, desde que dejé de hacerlo (insisto: no sin antes pensar que no volvería a comer nada delicioso por el resto de mi vida) vivo la alimentación de una forma nueva y aún más hedonista. Durante gran parte de mi vida no pensé en que «vaca», «pollo», «pavo», «cerdo» o «pez» pudieran ser seres vivos con intereses, gustos y deseos propios. Nunca pensé que aquellas bandejas que yo tardaba apenas uno o dos días en vaciar habían sido llenadas con animales rebajados a simples lonchas. Por aquel entonces ni «vaca», ni «pollo», ni «pavo», ni «cerdo» ni «pez» eran para mí seres sintientes, ni tan siquiera individuos. No si se encontraban loncheados y cubiertos por papel de film.

No sabéis cuánto amaba a los animales..., pero eso no eran animales, ¿no? Eran simple materia, comida, que había llegado allí para mí. Para mi placer. Para alimentarme a mí y a los otros 7350 millones de humanos.

Nadie me había dicho que aquello no era «simple materia», que en realidad era un animal con sus propios ojos, su boca y su propia voz, su carácter, su capacidad de sentir amor, deseo, tristeza, pánico, frío, angustia. De sentir miedo, de temblar. Con la capacidad de saber qué está a punto de suceder. De necesitar una caricia. A sus seres queridos. A su hijo, a sus padres. Como tú. Como yo. Un animal que había sufrido toda una vida para mis quince minutos de placer. No tenía cara, no tenía forma animal. Solo eran lonchas. ¿Pero acaso no estaba claro cuál era su origen? Desde pequeños nos dijeron: «El jamón viene del cerdo». La información estaba ahí, solo que quizá no fuera lo suficientemente explícita. Por eso ahora miro atrás y veo que sí lo sabía. No querer reconocerlo fue simplemente una justificación, y como consecuencia de ello estuve demasiados años contribuyendo a algo que no forma parte del cómo soy y del cómo siento que tengo que ser con el mundo. Perdí mi tiempo y me hice responsable de sus vidas mientras buscaba culpables, solo por no querer buscar soluciones.

¿Sabes qué? Yo me escudaba en que tomar decisiones como esta era muy difícil. Supongo que tuve la suerte del que ha tenido una vida fácil y aún no sabe qué es lo realmente difícil. Porque, en realidad, difícil para mí no es cambiar una costumbre. Difícil es que le arrebaten la vida a aquel que amas, sin tú poder hacer nada al respecto. Que te obliguen a ser esclavo desde el principio hasta el fin de tu vida. Que el día de tu muerte ya esté programado antes de nacer. Que nazcas solo para cubrir las necesidades de alguien. De alguien. ¿Es que acaso ellos no son también alguien? ¿En qué momento dejan de ser «alguien» para ser «algo»? ¿Por qué desnaturalizamos la verdad?

Recuerdo que el tema del vegetarianismo se había tratado varias veces en mi casa. Un día, mi madre trajo un periódico y nos leyó un artículo que decía que dentro de cincuenta años nadie comería carne porque la tecnología que existiría en el futuro nos permitiría saber cuánto sufren los animales por ello. Todos coincidimos en que era una brutal injusticia lo que se les hacía a los animales. Pero ¿sabéis qué hice después de eso? Seguir comiendo carne durante cuatro años más, y si me preguntáis por qué, no sabría qué contestaros. Aun así, a lo largo de esos años fue creciendo y creciendo el sentimiento de inconformidad y desacuerdo con el acto de consumir animales. Dentro de una parte de mí empezó a despertar la certeza de que llegaría el día en que dejaría de comer carne. Era un sentimiento muy fuerte que se contradecía con mis actos. Quería hacerlo, pero no me apetecía hacer ese esfuerzo que suponía renunciar a todo aquello. Me sentía culpable cada vez que comía carne, pero prefería mantenerme al margen y creer que mi sentimiento de culpa ya era implicación suficiente.

¿Está justificado matar solo porque decimos no saber cuánto daño estamos provocando? ¿No debería esa duda frenarnos en vez de justificarnos? Sabemos que estamos sembrando odio y terror sobre las demás especies, pero como sociedad escogemos ignorarlo y promover la desinformación.

Lentamente empecé a darme cuenta de que para la sociedad –y por tanto para mí– y su cultura colectiva existen animales de 1ª, 2ª y 3ª categoría. Y supongo que como estas categorías las inventamos nosotros, nos otorgamos el primer puesto. Una categoría que nos otorga derecho a la vida, derecho a no ser discriminados, a disponer de alimento, de un hogar. Después está la 2ª categoría, un peldaño más abajo, el lugar donde pusimos a los animales considerados mascotas. Nuestros perros, nuestros gatos, nuestros conejos, nuestros hámsteres. ¿Sus derechos? Bueno, sus derechos aún se cuestionan, pero en términos generales tienen derecho a no ser considerados cosas. Y en la 3ª categoría entra todo lo demás, todos los animales cuyos derechos no son reconocidos en ningún lugar: «vaca», «pollo», «pavo», «cerdo», «pez». Y «toro», «ratón»... Los animales que, en realidad, no son animales. Son alimento, ropa, zapatos, bolsos, objetos de experimentación en pro de la ciencia o divertimento humano. No son tratados como individuos, son tratados como masa. Sus cuerpos tienen precio. Sus derechos no son vulnerados porque no existen, y es que si se los otorgásemos, los humanos tendríamos que cambiar demasiadas costumbres.

Fueron varios los años en los que me mantuve estática ante mi necesidad de cambio y permanecí dentro de una actividad con la que estaba en total desacuerdo. No existió un único desencadenante, sino cientos de ellos que a lo largo del tiempo fueron cambiando mi conformidad por desaprobación.

Poco a poco fui aprendiendo que necesitaba buscar menos culpables y más soluciones, y sobre todo lo importante que es ser consciente de lo que estamos provocando con nuestras costumbres, independientemente de lo normalizadas que estas estén para el colectivo humano al que pertenecemos.

Somos la huella que dejamos en el mundo. Los cambios que hemos aportado y todo lo que nunca hubiese sido sin nosotros. Y yo, mientras pueda elegir, quiero que mi paso por este planeta les haga la vida más fácil a los demás.

¿Y si estamos a solo un diálogo interno de cambiar el mundo?

Animales «de granja» rescatados de la explotación ganadera por la Fundación Santuario Gaia.