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BIBLIOGRAFÍA SELECTA

Bartra, Roger, ed. AXOLOTIADA, vida y mito de un anfibio mexicano. México, Fondo de Cultrua Económica 2011.

Armstrong John. B. y Malacinski George M., ed. Developmental Biology of the Axolotl. Estados Unidos, Oxford University Press 1989.

Wells, Kentwood D. The Ecology and Behavior of Amphibians. Estados Unidos, The University of Chicago Press, 2007.

Scott, Peter W. Axolotls. Estados Unidos, T.F.H. Publications 1981.

Casas, G., R. Cruz, y X. Aguilar. 2004. “Un regalo poco conocido de México al mundo: el ajolote o axolotl (Ambystoma: caudata: anphibia). Con algunas notas sobre la crítica situación de sus poblaciones”. Ciencia Ergo Sum. 3 (10) 304-308.

Kragl M, Knapp D, Nacu E, Khattak S, Maden M, Epperlein HH, Tanaka EM. 2009. “Cells keep a memory of their tissue origin during axolotl limb regeneration”. Estados Unidos, Nature, 460 (7251), 60-5.

Stephan, E. y J. Ensástigue. 2001. “El ajolote, otro regalo de México al mundo”. CONABIO. Biodiversitas 35:7-11.

MONOGRAFÍA DEL AJOLOTE

EL FAMOSO AMBYSTOMA MEXICANUM VISTO DE CERCA

SEMBLANTE DEL MONSTRUO HERMOSO

Antes de comenzar la monografía de nuestro protagonista es importante aclarar algunos puntos con respecto a su nombre.

El término ajolote es una castellanización del náhuatl AXOLOTL, que proviene de ATL (“agua”) y XOLOTL (“perro o monstruo”), en conjunto significan: PERRO DE AGUA o MONSTRUO DE AGUA. En la literatura muchas veces se utilizan indistintamente ambos nombres o el intermedio axolote, y de alguna manera ninguno es equívoco; no obstante, en español la forma más correcta de referirse a ellos es: ajolote. Y si se prefiere utilizar una nomenclatura más rigurosa también puede emplearse su nombre científico: AMBYSTOMA MEXICANUM, acuñado por Shaw y Nodder cuando describieron a la especie en 1798. (El género AMBYSTOMA significa “boca en forma de copa invertida o boca achatada”.)

Habiendo aclarado el asunto del nombre de pila de este MONSTRUO HERMOSO, prosigamos con nuestra labor descriptiva.

El semblante del ajolote es difícil de olvidar. Su aspecto remite a un ser arcaico, extravagante en extremo, propio de un mundo perdido o de una película de ciencia ficción. Con toda facilidad se le podría encontrar como un ingrediente primordial en los calderos de las brujas o como la mascota de un extraterrestre. Es un organismo tan singular que si no existiera en la naturaleza seguramente sería parte de la zoología fantástica de Borges.

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Al verlo flotando en el agua se tiene la sensación de que la evolución con él se portó un poco más imaginativa que con el resto de los seres vivos, moldeando a través de los años a un ente casi surrealista. Una pequeña bestia del pantano integrada por adaptaciones llamativas cuyo análisis cercano invariablemente resulta inquietante.

Si por separado sus atributos físicos pueden calificarse como extraños, en conjunto conforman un perfil gracioso; podría decirse que casi absurdo. Su gran boca y ojos diminutos sugieren que está siempre de buen humor y el gran penacho de branquias que se dispara por detrás de su cabeza ovoide lo asemeja a un dragón chino. Su piel es suave y está cubierta por mucosa, es blanda y gelatinosa. Su textura recuerda a la pulpa de un mango y, si se le sostiene fuera del agua, su cuerpo podría ser comparado con el interior de una penca de sábila. Hay quien incluso se ha aventurado a proponer que su consistencia es idéntica a la del fango que los rodea en su entorno natural.

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Lo que es seguro es que esta complexión resbaladiza los dota con la habilidad de escabullirse rápidamente. Si se sienten acorralados, se escurren entre rocas y plantas con singular maestría. Evaden la embestida con agilidad sorprendente y desaparecen en la espesura. Basta intentar atrapar a uno dentro del agua, y a mano limpia, para comprobar su gran destreza escapista. Quien lo intente, tras repetir unas cuantas veces la acción, quedará completamente frustrado, puesto que su piel membranosa resulta imposible de afianzar.

En un primer acercamiento los ajolotes sugieren una tranquilidad casi pasmosa. Una quietud digna de pieza arqueológica. Suspendidos en el fluido emulan a la perfección el concepto de la ingravidez. Su inmovilidad es tan rotunda que ha cautivado a escritores de la talla de Cortázar.

Aunque es cierto que pasan mucho tiempo inertes sobre el fondo lodoso, únicamente meciendo su protuberantes branquias, ante amenaza o impulso alimenticio se convierten en animales veloces. Como látigo, pasan del reposo absoluto a la actividad frenética en un segundo. Explosión súbita. Energía potencial convertida en cinética al instante. Contorsionan su cuerpo trazando movimientos en forma de “S” y se deslizan con gracia por la corriente.

La concepción generalizada, y ligeramente equivocada, de su constante letargo, se debe en gran medida a que los ajolotes son criaturas de hábitos nocturnos, lo que implica que la mayoría de quienes los han observado en el zoológico, lo han hecho durante el día, mientras los anfibios duermen; por eso no es de extrañar que se tenga la falsa noción de que prácticamente no se mueven.

No obstante, al caer la noche, su identidad cambia. Con la llegada de la oscuridad, el pacífico ajolote se transforma en un voraz depredador. Forrajea el fondo acuático en busca de cualquier presa que quepa en su boca: embosca, acecha y engulle. Visto de esta manera no es difícil comprender por qué el día sorprende al anfibio inmóvil. Permanece estático porque está digiriendo, descansando, recobrando fuerzas para la nueva vorágine que se avecina al final de la jornada.

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ESPERANZA DE VIDA

Para su pequeño tamaño los ajolotes son criaturas relativamente longevas. Bajo condiciones óptimas, se calcula que en vida libre pueden alcanzar entre los diez y quince años de edad. En cautiverio incluso un poco más, el récord para la especie ronda los treinta años.

Pero para llegar a viejos, es necesario que los organismos corran con mucha con suerte y estén al máximo de sus potenciales, ya que su hábitat natural se encuentra gravemente deteriorado. La alarmante contaminación y desecación de los canales de XOCHIMILCO