cover.jpg

Las paradojas de los estoicos, de Marco Tulio Cicerón

Índice

 

 

 

 

 

Portadilla

Índice

Introducción

Las Paradojas de los estoicos

Sumario

Proemio

Primera paradoja

Segunda paradoja

Paradoja III

Paradoja IV

Paradoja V

Paradoja VI

Notas

Créditos

Introducción

 

 

 

 

 

Las Paradojas de los estoicos es el más breve de los textos filosóficos de Cicerón, que lo escribió en los primeros meses del año 46 a. C., según se deduce de sus mismas palabras.

En el año 47 a. C. se había retirado a su finca de Tusculum (junto a la actual Frascati, en las proximidades de Roma). Allí dio forma escrita a los discursos a favor de los pompeyanos Ligario y Marcelo, para implorar la clemencia de César. A lo largo del año 46 escribió varios escritos filosóficos además del que nos ocupa: Acerca de los límites del bien y del mal, las Tusculanas, Acerca de la naturaleza de los dioses y Sobre los deberes. No se ha escrito desde esta última obra, según Voltaire, «nada más sabio, ni más verdadero, ni más útil».

En ella declara Cicerón que acostumbra a seguir a los estoicos «no como traductor de sus obras, sino... tomando a mi juicio y arbitrio cuanto y como me parece conveniente» (De off. I 2, 6). En ese mismo año escribió un elogio de Catón de Utica, estoico y pompeyano. Y en el terreno de la Retórica: el Orador, el escrito sobre la mejor clase de oradores, las llamadas Clasificaciones oratorias —dedicadas en forma de diálogo a su hijo Marco— y una historia de la oratoria en Roma, a la que puso por título Brutus: M. Junio Bruto, precisamente la misma persona a la que dedica las Paradojas.

La palabra «paradoja» evoca algo contradictorio o, al menos, chocante. En realidad, ese término griego alude a lo que está al margen de la opinión común: ni se enfrenta a ella, ni manifiesta total acuerdo, sino que permanece “en los bordes”: no secunda lo que todos piensan, pero tampoco se aleja demasiado. No es un sinsentido con el que hay que entrar en debate; no hay que retirarlo de la circulación de las ideas.

En la literatura más próxima, el campeón de la paradoja es el británico G. K. Chesterton, que encarna lo paradójico en su personaje preferido: el padre Brown, ese curita de aspecto insignificante que resuelve de modo imprevisto y sencillo las situaciones más embrolladas.

La escuela estoica tuvo en la antigüedad greco-romana un influjo que ha traspasado barreras de siglos. Baste recordar al Séneca de J. Mª Pemán. Efectivamente, las doctrinas estoicas tuvieron una gran influencia en el pensamiento y en la sociedad durante los cinco siglos que van de su fundador —Zenón de Citio, s. III a. C.— a las Reflexiones que el emperador Marco Aurelio quiso escribir en lengua griega, ya en el último tercio del s. II d. C.

En el Archivo General de Navarra, el historiador J. Goñi ha encontrado señales de que a mediados del s. XVI ya el texto original resultaba incomprensible para los estudiantes del Estudio General de Estella: «... le hicimos que dexase las Paradojas porque no las entendíamos». ¿No entendían la lengua o no comprendían el pensamiento?

La selección que hizo Cicerón atiende principalmente al pensamiento de Sócrates; son cosas sorprendentes —admirabilia traduce él mismo— presentadas en forma de diatriba retórica: las supone verdaderas, las expone, las hace comprensibles a su público, formula objeciones y las aclara. Busca la adhesión del lector, al que se acerca sirviéndose de ejemplos romanos. Los temas que le importan son: el contraste virtud/vicio; el valor de la honradez; el lugar que ocupa lo práctico (utile); la gloria humana... Es, por tanto, un mensaje serio, presentado con cierto humor.

Como es sabido, Cicerón murió en un asalto a traición cuando se dirigía en litera hacia la costa, intentando escapar de los partidarios de Marco Antonio, entre los que se contaba Bruto, el destinatario del escrito que presentamos.

Dice Plutarco, en la biografía que escribió unos dos siglos después, que Cicerón, viéndose cercado, mandó parar la litera, sacó la cabeza y, llevándose la mano izquierda al mentón en un gesto habitual, miró de hito en hito a los asesinos, con el semblante demudado. Por orden de Antonio, la cabeza y las manos con que Cicerón había escrito contra él las Filípicas fueron expuestas en el Foro de Roma, sujetas a la barandilla de la tribuna. Tenía 64 años.

 

C. C.

 

Las Paradojas de los estoicos

Sumario

 

 

 

 

 

PROEMIO

Paradoja I — Que solo lo honrado es bueno

Paradoja II — Al virtuoso no le falta nada para vivir feliz

Paradoja III — Son iguales las cosas mal hechas y las acciones rectas

Paradoja IV — Que todos los necios están locos

Paradoja V — Que solo el sabio es libre y todos los necios, esclavos

Paradoja VI — Que solo el sabio es rico