Deseos de Amar

 

Alexandra Granados

 

 

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Primera edición en digital: abril  2018

Título Original: Deseos de amar

©Alexandra Granados 2018

©Editorial Romantic Ediciones, 2018

www.romantic-ediciones.com

Imagen de portada ©ponomarencko©vovan13

Diseño de portada: Olalla Pons

ISBN: 978-84-17474-00-3

 

 

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los

titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

 


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Prólogo

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Epílogo

Glosario


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para mi Juan por haberme dado cariño y comprensión,

y para mi familia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Prólogo

 

Hace tres mil años…

 

Arrodillado ante el padre de todos, el condenado esperaba su sentencia con la mirada puesta en el frío mármol del suelo. Las cadenas que ataban su cuerpo le obligaban a estar en esa postura, pero llegado el momento le daba igual.

Por el rabillo del ojo, a la derecha del trono se encontraban las tres nornas observando el infinito en silencio. Cualquiera que las conociera sabría que se encontraban decidiendo el destino de un pobre mortal en Midgard. Si tan solo pudieran decirle cuál era el destino que le tenían planeado a él…

―Mi señor, creo que es hora de comenzar ―oyó la voz de Heimdall a los lejos.

Sonrió con desprecio, levantando la mirada para ver al orgulloso guerrero guardián junto al rey. Sus ojos se cruzaron con el guardián del Bifröst justo cuando clavaba su vista en él. Odio visceral y profundo se pudo palpar en el ambiente. Su animadversión venía de siglos atrás, y si no fuera él quién estuviera junto a Odín para decidir su final, le habría dado todo igual, pero perder el poder frente a tu enemigo número uno era algo que no le hacía ni pizca de gracia a un dios tan orgulloso como siempre lo había sido él.

―Sí, creo que el nuevo destino está a punto de comenzar.

Al oír la palabra destino una de las nornas, la mediana en edad y magia rúnica, levantó la vista para ver al prisionero. Trazar el destino de las personas era su especialidad y un placer para su vista cansada.

―¿Voy a ser desterrado al reino del hielo?

Heimdall gruñó al oír aquella voz, agarrando con fuerza su espada. Todo el mundo sabía que nadie podía hablar hasta que el padre de todos hubiera dictado su sentencia. Era una falta de respeto enorme adelantarse a los designios del rey.

―¿Osas hablar en tu juicio final? ―le espetó con ira mal disimulada.

―Es obvio porqué estoy aquí –respondió el prisionero señalando sus cadenas mientras las movía de un lado a otro, haciendo tintinear el sonido del metal en toda la sala―. No soy más que un condenado más que viene a recibir su castigo, por una inocente broma causada a los humanos.

―¿Una inocente broma? ―se indignó Heimdall―. ¿Acaso llamas inocente broma al provocar la muerte de varios guerreros en la búsqueda de tu reinado y poder?

―Todo plan tiene su parte mala ―reconoció con una sonrisa traviesa―. La idea de conquistar fue buena… perdí la convicción al final.

Quiso concretar la parte de su plan en la que todos terminaban satisfechos con él en el trono del reino humano, pero el sonido del trono crujiendo le dejo callado y quieto como estatua. Ese sonido significaba que Odín ya había oído suficiente y que iba a pronunciar las palabras que le llevarían a su castigo eterno.

Sí, eterno, y duradero.

Desde que le habían hecho prisionero de guerra tras su intento fallido de gobernar, había sabido que el castigo que el padre de todos le impondría sería infinito y una completa tortura. La parte buena de ello era que al ser un Dios inmortal la muerte no sería un problema para él. La parte mala… la expresión tortura eterna mientras uno es inmortal no augura nada bueno.

―Estimado Loki… ―comenzó a decir el rey haciendo que en la sala reinara el silencio―. Tus actos de poder te han llevado a donde estás ahora, ante mí, arrodillado sin poder ni escapatoria. Te di muchas oportunidades, y ninguna aprovechaste. Olvidé tus pequeñas travesuras a lo largo de los años, porque no hacían excesivo daño a nadie…

―Sí claro ―rezongó por lo bajo Heimdall recordando la vez que la pobre Idhún fuera obligada a servir a gigantes para salvar su vida, haciéndoles envejecer a todos ya que no tenían su manzana de la juventud. La población en general se volvía vieja excepto el acusado aquí presente.

Odín carraspeó pidiendo permiso para continuar y el dios del Bifröst se sonrojó un poco por haberle interrumpido. Demasiado odio acumulado.A veces era imposible frenar el impulso de arremeter en su contra.

―… Pero ya se acabó mi indulgencia contigo. El día de hoy marcará una era de descanso para nosotros los dioses nórdicos. Tendremos paz y tranquilidad en nuestra vida, como nunca antes desde la guerra que sufrimos entre vanires y aesir. Nadie podrá negar tu mano en todo aquello.

El dios encadenado comenzó a reír sin poderlo evitar. A la mitad del discursito había dejado de oír. La batalla de los dioses había sucedido hacía muchos años, traerla ahora en colación era lo más absurdo de todo.

―Le recuerdo, señor― comenzó a decir con burla― que de esa batalla nos trajo como recompensa la inmortalidad, y el renacer del mundo. Para poder crear algo perfecto, primero tiene que destruirse lo que está podrido. Sin la ayuda de mis hijos y de mi ingenio, ahora mismo no estaríamos aquí vivos años después y más fuertes que nunca.

―¿Cómo te atreves a defender aquellos actos impuros? ―exigió Heimdall–. De la guerra lo único bueno que salió fue tu afán de lucha y de poder.

―Suficiente.

Esa simple palabra hizo que los dos dioses se quedaran callados. Al padre de todos no le gustaba alzar la voz, y cuando lo hacía era porque su paciencia ya se había rebasado tiempo atrás.

―Ya es hora de tu justo castigo.

¿Castigo? No puedo evitar reírse al oírlo.

―Serás condenado a vivir entre los mortales, sin magia, ni poderes mágicos por milenios. Vivirás encadenado a un cuerpo humano sin posibilidad de regresar a Asgard bajo ninguna circunstancia. Ordeno tu expulsión de la magia rúnica y de este consejo para siempre. No regresarás a no ser que alguna profecía contradiga mis órdenes.

Heimdall sonrío con ganas al oír el decreto del padre de todos, mientras que Loki miraba con fijeza al viejo sin bajar la vista ni una sola vez. No pensaba suplicarle ni rogar clemencia. Sabía perfectamente que él sin magia, no sería nadie pero le daba igual.

―¿Serás tan amable de soltarme entonces de las cadenas, mi señor?― musitó con burla―. Si voy a ser desterrado quiero ser libre para empezar mi nuevo destino con la cabeza bien alta.

Odín hizo un gesto simple con las manos y las cadenas del prisionero se deshicieron en el aire con un sonoro crack. Loki miró hacia la norna que no había dejado de observarle en todo instante, mientras sentía que su cuerpo se deshacía. Ni se inmutó al verla guiñarle un ojo como despedida. No se esperó recibir de su parte a través de conexión telepática unas palabras destinadas solo para sus oído.

Y no, nunca podría olvidarlas y menos con el paso de los milenios confinado en Midgard, tierra de humanos y de zánganos sin poder.

Tu destino es volver a Asgard y cambiar la estructura de las cosas. No te rindas y no temas la pérdida de tu cuerpo mortal. Aún no estás acabado Loki, aunque renazcas con nuevo nombre.

 

 

1

 

La tercera lectura de las runas volvía a decir lo mismo. Hoy era la noche. Si todo iba bien, hoy por fin lo conseguiría. Después de años de fantasías en soledad, y de placer en solitario, ya era hora de dejar de ser virgen.

Las runas estaban claras.

Tyr, Wyn y Ken.

Ken la runa por excelencia del amor apasionado, Wyn la runa de la victoria y del final feliz y Tyr, la masculinidad en persona.

Tres tiradas distintas, tres lecturas iguales.

Recogí con cuidado mis queridas runas, las guardé en su bolsita, y fui corriendo al cuarto de baño para arreglarme. Tenía que aprovechar el fin de semana para cumplir mi fantasía. Si las runas decían que mi destino sexual empezaba hoy, no pensaba darlo por perdido.

Rápidamente de forma mecánica me duché, vestí y arreglé, lista como si fuera para matar. No era dada a ponerme vestiditos, o tacones, pero esa noche merecía la pena intentarlo así. Total, buscaba deshacerme al fin de mi virginidad, qué más daba que el tío que fuera a encontrarse conmigo viera a una chica que no era la real.

El mundo de los adultos era así, ¿no?

Me reí de mi misma, mientras me pintaba y veía como brillaban mis ojos en el espejo. Era la primera vez en mucho tiempo que me sentía excitada ante algo que iba a hacer. Tenía que aprovecharlo al máximo. El destino decía que hoy pasaría algo excepcional y debía dejarme llevar.

Tres horas después, me encontraba en el bar de moda de la ciudad, oyendo la estridente música sonando a través de los altavoces, y como era algo habitual en mí, la ilusión se había ido en seguida.

Nadie se había acercado, ni me habían mirado, ni deseado siquiera de reojo.

Había intentado de todo, aunque sonara horrible. Beber hasta querer emborracharme, bailar, observar disimuladamente a los tíos que pasaban a mí alrededor que estaban solos, pero nada, ni uno sólo me había entrado.

Sola me hallaba…

Las runas habían fallado y yo como tonta había confiado en que algo cambiaría en mí esa noche. Qué ingenua, por dios.

Deprimida, dejé la copa que ni emborracharme había logrado, y fui al baño. El plan de emergencia era refrescarme la cara, quitarme el maquillaje y volver a casa. Cada día que pasaba tenía más claro que nunca dejaría de ser virgen. A las pruebas me remitía.

Abrí el grifo del lavabo, y comencé a refrescarme la cara, quitando todo el maquillaje que afeaba mi aspecto. Con rabia, cogí una toallita del bolso y me dejé la carita inmaculada de limpia.

Este es tu destino, nena.

Aquellas odiosas palabras venían de mi mente, dejándome marcada y sintiéndome muy tonta por haber creído que algo bueno iba a pasarme. Total, no buscaba nada más que un polvo pasajero y estúpido, no tenía porqué sentirme mal por no haberlo logrado. No era el fin del mundo.

Si tú lo dices.

―No te voy a alimentar de helado como sigas así. ―Dije en voz alta metiéndome con mi conciencia, mientras me observaba en el reflejo del espejo―. Sí, hablando sola, menuda forma de polvo casual que acabé teniendo hoy.

Un gemido proveniente de uno de los retretes me hizo dar un salto.

Oh dios, esperaba que no fuera lo que estaba pensando.

Agarré fuertemente el bolso y caminé hacia allí, justo cuando a través de la puerta del cubículo comenzaba sonar un golpeteo fuerte y rítmico. Un sonido inconfundible.

―No lo puedo creer.

Queriendo ver que estaba equivocada y que mi mente enferma de sexo imaginaba ya cosas, me metí en el espacio reducido que había al lado y con cuidado me subí a la loza del sanitario para ver por la rendija superior.

Abrí fuertemente los ojos al ver que mi mente no me jugaba una mala pasada. En ese espacio reducido había una rubia abierta completamente de piernas, mientras un tío la follaba con fuerza. Y no era un tío normal, era el típico morenazo que salía en las películas, alto, cuadrado, cachas y sin duda alguna pasional. La barbie que le tenía entre sus piernas así parecía vivirlo en su propia piel.

Un jadeo se escapó de mi boca, haciendo que el macizo elevara un poco su vista para mirarme. Me quedé paralizada pensando que ahora sí la había hecho buena. Tenía muchas fantasías que cumplir, pero ser voyeur no era una de esas.

Para mi sorpresa, el capullo sólo sonrió sin dejar de embestir contra la rubia que tenía apostada contra la puerta. Es más, le dio más velocidad a sus penetraciones, guiñándome un ojo.

―Será cabrón… ―Musité mientras me bajaba temblorosa del inodoro.

Ni de coña iba a participar en un trío con él… sí, puede que yo hubiera ido a aquel local en busca de sexo, pero a poder lo quería monógamo, y no con dos pervertidos que follan en el baño como si fueran conejos.

Estás celosa, ya hubieras querido tú tener eso ahora mismo entre tus piernas, nena.

Enfadada con mi conciencia salí del baño dando un fuerte portazo, gruñendo para mí misma, porque sabía que tenía razón. Para mi absoluta desgracia, me encontraba excitada…y con ganas de haber tenido el valor de haber dicho que sí a la mirada apasionada de aquellos ojos grises tormentosos.

¿Grises tormentosos? Lo que me faltaba ya, fijarme en el color de los ojos de un mujeriego que follaba la primera rubia borracha con la que se encontraba en un bar.

Tan ensimismada en mis pensamientos iba, que no vi el choque con la castañita despistada que se cruzó en mi camino. Y comono era lo que se dice una chica pequeña, terminó en el suelo y yo mirándola horrorizada por mi torpeza.

―Lo siento ―jadeé de nuevo en la noche, agachándome a su lado para ponerla de pie―. Pensaba en otra cosa y no te vi. ¿Estás bien?

La chica no respondió, se quedó observándome como si se hubiera quedado paralizada al verme a su lado. En su mano apretaba con fuerza una especie de colgante que le estaba haciendo sangre a la mano, ya que goteaba al suelo con ganas.

―¡Para!― le pedí asustada que el golpe le hubiera afectado al cerebro –. Te estás haciendo daño.

―Mis disculpas… ―Murmuró ella en voz baja, observando la herida que efectivamente tenía en la palma de su mano derecha–. Necesitabas mi sangre, no quería asustarte.

¿Perdón?

Sin querer prestar atención a su paranoia, la incorporé, sintiéndome tímida de repente al ver lo alta que yo era en comparación con ella.

Sentí una pequeña punzada de celos al ver lo delgadita y guapa que esta chica era con comparación conmigo.

Cabecee irónica conmigo misma, sabiendo que lo que la chica necesitaba era cuidados médicos, y no mis celos tontos.

―¿Has venido con alguien? Creo que necesitas asistencia médica del golpe.

―Vine sola… pero ya te encontré al final ―dijo feliz con una sonrisa brillante, mientras tomaba mi mano y me daba su colgante―. Guárdalo bien, es la puerta a tu destino.

―¿Qué?

―No tengo tiempo de explicarte, me persiguen, me costó usar el resto de mi magia en encontrarte. Sé que mi padre así lo querría, los magos de Tellheim necesitan tu ayuda, solo el portador, el guerrero y el guardián pueden salvarnos, antes que los dioses nórdicos recuperen su antiguo poder. Tienes que llevarlos de vuelta a casa. Os necesitamos.

Con la boca abierta me quedé escuchando las tonterías aquella chica estaba diciendo. ¿Magos? ¿Dioses nórdicos? No sabía si reírme ante la idea que una chica supiera del mundo nórdico como yo, o bien llorar de frustración al ver que con mi torpeza había dañado el cerebro de una pobre adolescente.

―Sé qué no crees una palabra de lo que digo, sólo recuerda estas palabras: cuando viajes a Tellheim recuerda decir que vienes de parte de Kathleem, que te encontró y te trajo a ellos. Mi pueblo necesita de tus runas.

―¿Mis runas?

Iba a decirle que mis runas eran solo unas piedrecitas que yo usaba para leer mi futuro, erróneamente claro, pero en plan hobbie. Llegue incluso a pensar que mis compañeros de trabajo me estaban tomando el pelo, pero el colgante lleno de sangre de esa castaña estaba en mi mano y parecía muy real.

La jovencita se puso nerviosa al oír unos ruidos de gritos y alboroto en la entrada del local.

―Ya están aquí… tienes que irte, yo los distraeré.

No me dejó ni protestar, me empujó camino hacia el cuarto de baño donde hacía unos minutos yo había salido.

―No hay salida aquí… solo una pareja que estaban…

Me calle de golpe al ver en la puerta del baño, al tío macizo follador observándonos fríamente, con los brazos cruzados. Sentí un escalofrío extraño al verle de pie, enfrente a nosotras, observándonos con abandono. Sentí su risa al reconocerme como la voyeur de antes.

―Sácala de aquí ―le suplicó Kathleem mientras miraba atrás con miedo―. No pueden encontrarla con el colgante. Eres un protector del orden, necesita tu ayuda.

―¿Protector del orden?―pregunté inquieta.

El tío macizo sonrió como lobo.

―Policía, cariño, es lo que soy.

Ahora sí que lo había oído todo. ¿Un poli follando en los baños de un local?. Vale, creo que había bebido demasiado antes en la barra y definitivamente si estaba borracha. Estaba soñando.

―¡Marchaos!.

El grito de angustia de la castaña se quedó en mis oídos justo seguido de un tiroteo. Lo único que tomé conciencia fue del plof que sonó enfrente de mis narices, y ver la sangre que rápidamente se extendía por el pecho de la tal Kathleem.

―¡No!― grité asustada mientras iba hacia ella.

Ni siquiera vi cómo el supuesto poli tío macizo follador sacaba de no sé donde una pistola y comenzaba  a disparar a diestro y siniestro a los asesinos de la castaña.

―Sal de aquí… salva mi pueblo. Te lo ruego.

―¡Vamos! ―Me gritó el poli cogiéndome con fuerza del brazo poniéndome bruscamente de pie―. Tenemos que salir de aquí, no estoy en mi jurisdicción y juro por dios que no sé explicar nada de lo que ha pasado aquí.

Como sonámbula me dejé llevar, con el corazón la garganta, mientras apretaba ahora yo el colgante en mi mano para hacerme yo sangre. Las gotas que salían eran sin duda un indicativo que no estaba soñando.

Dios, no estaba borracha.

Había visto follar a una pareja. Una castaña menudita me había dado un colgante, contado una historia de cuento de hadas de unos magos y de dioses nórdicos. El follador nato había matado y yo había visto morir a una joven en mis brazos.

Y en vez de gritar como una chica asustada tendría que hacer en estos casos, no se me ocurría otra cosa, que hacerme sangre en la mano y montarme en el coche de un desconocido, para huir del local, aprovechando el caos reinante.

Las runas dijeron que mi destino empezaba esta noche.

¡Pues bien que se habían equivocado las malditas!.

 

 

 

2

 

Al parecer follar y disparar contra objetivos vivientes no era lo único que se le daba bien al tío del local. Conducía con aspecto pensativo por las calles de la ciudad, mirando lo menos posible la carretera, ya que se dedicaba a escrutar mi rostro en busca de respuestas que ni yo era capaz de decirle.

Nada más meterme con él en el coche había arrancado sin preguntar a dónde íbamos, lo que me hizo temer que él sabía quién era yo y que había caído en una trampa. Segundos después respiré de alivio, al oír preguntarme mi dirección para llevarme a casa.

Tentada estuve a punto de mentirle y darle una dirección errónea. Vale, que estaba algo loca por meterme en el coche de alguien que no conocía, pero si era sincera conmigo misma estaba cansada y solo deseaba meterme en mi cama para olvidar la locura que había terminado siendo esa noche.

Placer y sexo sin compromiso. Ja. Sin duda las runas no podían referirse a esto como mi destino.

En un susurro le dije mi dirección y después me quedé callada, observando la oscuridad de la noche. Al parecer a mi acompañante no le importaba el silencio, y eso a mí me venía genial.

Tenía que reflexionar bien lo sucedido.

Para empezar ya había aceptado que no estaba en un sueño, ni borracha. Todo era muy real y había pasado. No podía perder la racionalidad ahora. Tenía que pensar en qué hacer a partir de aquél momento.

Una lectura de runas podría ayudarme.

Me reí de mi estupidez, haciendo que el conductor del coche me mirara intensamente unos minutos. Me sonrojé ante su nuevo escrutinio. ¿Cómo decirle que me burlaba de mi ocurrencia de pensar que tres runas iban a decirme mi destino?.

Sin duda era una completa loca. Había perdido el juicio. ¿Cómo explicarle que las runas y la mitología nórdica era mi único hobbie?. Cuando estaba deprimida estaban para mí, haciéndome compañía. Como un amante. Sexo podía no tener, pero sí creía en las runas…y aunque las usara como un juego en mis momentos aburridos, era imposible creer de verdad que todo esto había pasado porque una chica castaña creía que eran la salvación de su pueblo.

Tellheim… Ni siquiera ese nombre me sonaba de la mitología nórdica.

Mi siguiente parada nada más salir el sol sería ir a la biblioteca a investigar. Quería saber si mi locura tenía alguna base lógica o no.

―Si vas a seguir riéndote así, me gustaría que me contarás el chiste ―dijo con voz ronca mi acompañante― Ya que he tenido que cargarme a tres tipos raros, y dejar colgada a mi polvo de la noche, quisiera al menos algo de conversación agradable.

Me sonrojé ante su poca delicadeza con respecto a la barbie rubia.

―Puedes dejarme aquí y volver con tu… polvo. No te pedí ayuda.

Él alzó una ceja irónico, mientras yo me mordía la lengua. Había sonado una zorra celosa al decir eso, y no quería que él lo pensara así.

―Lo siento― me disculpé en voz baja― No quise ser grosera. Lo que sucede es que no entiendo nada de lo que ha pasado. Yo solo quería que fuera un viernes por la noche tranquilo, y terminé viendo un asesinato.

―Y una buena follada, no lo olvides ―bromeó él guiñándome el ojo, haciendo que mis mejillas pasaran del tono carne, al tono granate en unos segundos.

Quise decirle algo para dejarle con la boca cerrada, pero nunca se me había dado bien flirtear con un tío. Por algo lo de virgen a mi edad.

―Una chica que se ruboriza, quién lo diría de una voyeur.

―¡Yo no soy… eso! ―Grité enojada―. Si os miré fue por… por… por… bueno no sé porqué fue, pero no quería veros tener sexo. Se supone que los polis no podéis hacer esas cosas en sitios públicos.

―Estoy fuera de servicio, nena, puedo hacer lo que quiera.

Le hice burla, aunque me salió la jugada mal, porque al verme lo único que él hizo fue reír sin parar durante unos minutos, avergonzándome cada vez más.

―Chica tímida – susurró con voz seductora cuando paró de reír mientras giraba una esquina, a cuatro calles de mi casa―. Podrías decirme al menos como te llamas. Estoy a punto de dejarte en tu casa y sería lo suyo presentarnos al menos.

Le miré a los ojos, esperando ver algún rastro de burla en su mirada, pero justo ahora se hacía el concentrado en la carretera, por lo que me quedé con las ganas de ver si el iris gris de sus ojos reflejaban sinceridad o no.

―Sophie… a tu servicio.

―Vaya, una pequeña Sofie, no lo habría imaginado.

―Dije Sophie – repetí recalcando cada sílaba.

―No estoy sordo encanto, pero a mí me gusta más Sofie. ―Y me guiñó un ojo, haciéndome temblar de rabia ante su descaro.

No me dio tiempo a decirle nada, ya que aparcó enfrente de mi casa, apagando el motor de repente. El muy capullo había tenido la suerte de aparcar enfrente de mi hogar, con lo difícil que era encontrar aparcamiento en mi barrio.

Jodido capullo con suerte.

―Bueno, pues gracias por acercarme ―dije intentando ser educada, mientras acercaba mi mano al pomo de la puerta para salir de su coche y de su presencia para siempre.

―Espera un momento, muñeca.

Y me agarró del brazo deteniéndome en el acto. Mi corazón latió a mil al sentir el roce de su mano en mí. Dios, su simple toque era electrizante. No me extrañaba que la rubia hubiera caído rendida a sus pies.

―Creo que va siendo que me cuentes de qué iba la película de esta noche. No tengo por costumbre en mis vacaciones cargarme a un par de tíos y presenciar un asesinato en vivo y en directo en una discoteca de poca monta.

―Pregúntale a Kathleem― musité con voz ronca―. Fue ella quién me buscó y quién me dio esto― y le mostré el colgante que tenía la sangre reseca de ella y de mí―. Me lo dio antes de que la mataran, pidiéndome a que fuera a Tellheim, lugar de magos.

Pensé que esa simple explicación haría que me tomara por loca, y me soltara el brazo, pero me sorprendió con un acto de ternura, cuando vio mi corte en la mano y se la acercó para verla a luz de la bombilla del coche.

―No es nada― negué apartando el colgante y mi mano de su vista.

Él suspiró ante mi terquedad.

―No voy a decir que creo sin dudar el cuento que me acabas de contar. Soy poli. Mi obligación es dudar de todo hasta encontrar al malo pero si te puedo asegurar que no pienso dejarte sola hasta que no se resuelva esta noche infernal que parece que…

No pudo terminar de hablar, ya que una explosión en el piso de enfrente resonó en todo el barrio, haciendo vibrar el suelo y el coche.

―¡Agáchate!. –Gritó él cubriendo mi cuerpo con el suyo.

Sería un jodido capullo follador de barbies rubias, pero protector al menos lo era un rato.

Miré asombrada el origen de la explosión, cuando logré apartarme del poli. Se había producido en el piso segundo de mi portal. Tardé solo unos segundos en comprender que el segundo piso era mi casa alquilada. ¡Había sido una explosión en mi casa, joder!.

―¡Mis runas!.

Y sin pensar en nada, corrí hacia el interior de la casa, dejando a un poli boquiabierto y muy enfadado a mí espalda.

―¡Sofie maldita sea, regresa aquí!.

Ni le escuché.

En mi vida no había tenido nada memorable que recordar,  excepto la compañía que me habían hecho mis runas. Me habían acompañado los últimos siete años, y no pensaba dejarlas tiradas ahora en una casa ardiendo.

Dios, estaba entrando en un edificio en llamas, en busca de unas piedras. Si eso no era principio de locura que vaya alguien  y me lo diga.

No registré el hecho al llegar a mi descansillo que la puerta estaba abierta. Y eso no lo podía haber hecho la explosión, pero me era indiferente. Solo quería llegar hasta mis runas, notarlas en mis manos para que me dieran tranquilidad, como siempre hacían.

Gracias al cielo que mi piso era pequeño. Y nada más entré, obviando el humo y las llamas que había alrededor, me dirigí al cajón donde guardaba mi pequeño tesoro.

―¡Aquí estáis!― musité aliviada al ver que quemadas no estaban.

Lástima que mis libros y mi ordenador no estuvieran igual. Había perdido todo lo que me importaba en una noche excepto mis runas.

Intenté no hiperventilar al comprender que no tenía ningún sitio a donde ir.

―¡Sofie maldita sea agáchate! ―Gruñó la voz del tío macizo, pistola en mano, entrando a mi apartamento como si fuera el héroe de alguna peli romántica.

―¿Agacharme? Pero si no pasa…

Y por segunda vez en la noche oí el pum de unos disparos a través del cristal de lo que quedaba de ventana de mi habitación.

¡Me disparaban ahora a mí!.

Soltando un gruñido nada masculino, el tío macizo me tiró al suelo, mientras disparaba a los asaltantes, mientras yo metía en mi mini bolso mis preciadas runas y el colgante de Kathleem.

―Cuando diga tres corre hacia la puerta y te metes en el puto coche sin rechistar, sin preguntas, ¿quedó claro?.

Asentí acojonada ante su furia.

Al parecer no era buena idea desobedecer a un poli, se volvían agresivos y peleones.

―¡Tres! ―Gritó mientras se levantaba y comenzaba a pegar tiros sin parar.

No paré a pensar, hice lo que me ordenó.

Siempre quise vivir una aventura, al menos en eso las runas acertaron de lleno con la tirada de hace unas horas. Aunque ahora mismo no podía entender la relación que había con la pasión, la masculinidad y el final feliz de lo que representaban las runas que habían salido en la lectura.

Si sobrevivía al tiroteo, pensaba reflexionarlo hasta el fondo. Ahora no era el momento de pensar en ello. Sólo tenía que cumplir la pequeña orden del guaperas y llegar de una pieza al coche.

Gracias a Dios que era una sencilla orden.

Acojonada como nunca y sintiendo la adrenalina correr por mis venas entré en el coche y me arrodille en el asiento delantero esperando la llegada del gilipollas con suerte.

Sí, menuda suerte tenía el capullo aparcar enfrente de la línea de fuego, nena.

Quise golpear a mi conciencia por venir a tocar las narices cuando nadie se lo pedía pero la llegada de mi querido amigo el poli lo impidió. Quede muda al verle correr al coche sin dejar de disparar a quien fuera que venía por nosotros. En serio que toda la situación parecía sacada de alguna película de televisión. Irreal y sangrientamente de ciencia ficción.

―Nos vamos cagando leche de aquí ―gritó él.

Asentí completamente de acuerdo con su idea cuando vi que tenía un reguero de sangre en su hombro.

―Mierda. Te han dado ―gemí apenada.

―Estoy acostumbrado ―dijo él para quitarle hierro al asunto.

Me quedé mirándole boquiabierta mientras metía la primera y salía raudo de mi barrio, conduciendo como un verdadero loco. En momentos como aquél pensaba que me había vuelto completamente loca. Ni de coña yo, una chica sosa, aburrida y virgen iba a estar viviendo aquello en compañía de un sexy poli.

―Espero que tu incursión al piso fuera por algo que merecería la pena… ―Musitó él indiferente. – Arriesgar mi vida bien lo merece.

No le respondí, a decir verdad no sabía qué decirle. Me mantuve en silencio unos minutos, mientras tocaba las runas buscando la paz que siempre me daban. Ahora mismo lo necesitaba.

―Tomaré tu silencio como un sí.

Sonreí ante su arrogancia, pero no levanté la vista de mis runas. Tampoco sabría qué decirle. La situación ya era lo suficiente irreal como para pensar que estaba soñando o quizá había muerto y estaba viviendo una fantasía. Un bonito final para mi triste vida.

A mi alrededor iban pasando las calles como si fuera un borrón, curiosamente no tenía ni idea de a dónde nos dirigíamos. Y si era sincera me daba igual, por primera vez en muchos años estaba viviendo una aventura y la iba a disfrutar hasta el último instante.

―¿Vamos a viajar en silencio todo el trayecto?. Lo digo por poner la radio si eso.

―¿Siempre hablas tanto? –Le pregunté fijamente a los ojos enfadada ante su ironía.― Que yo sepa en el baño no te vi hablar tanto, solo gemías y empujabas ante esa rubia estilo barbie.

Me quise morder la lengua, al verle sonreír travieso ante mi comentario. Estar frustrada y asustada daba este resultado.

―Vaya, si tenemos aquí a una dragona que enseña sus garras ―sonrió él complacido― No pensé que tendrías los cojones suficientes de contestarme así.

―Fíjate que puedo ser una caja de sorpresas.

Rió fuerte, mientras conducía sin apartar la mirada de la carretera y sonreí sin poderlo evitar. Sería un poli capullo y follador, pero al menos no era un mal tipo.

―¿A dónde me llevas?.

―A un lugar donde estemos a salvo. Creo además que te encantará conocer a la persona que vamos a ver. Es un buen amigo mío.

―¿Y por qué me iba a encantar conocer a…?

―Porque yo lo digo, señorita Sofie.

―Es Sophie… y yo no conozco tu nombre a todo esto.

―Aun no has merecido saberlo, querida Sofie.

Le mire con mala cara mientras me cruzaba de brazos, y él sonrió de nuevo susurrando algo sobre niñas malcriadas. Quise decirle algo cortante, pero me quede en silencio, esperando que llegáramos a nuestro destino. Una vez allí, llamaría a alguien y me largaría lo más lejos posible de la vida de ese poli macarra.

―¿Por qué sonríes ahora?.

Obvié su pregunta, fijando mi vista en la carretera. Ahora sí cerré los ojos, mientras bajaba la ventanilla para que el frescor del anochecer me diera de lleno en la cara. Las imágenes de mi casa saltando por los aires por la explosión, aún las tenía muy presentes en mi cabeza.

Tenía que estar agradecida de al menos no haber resultado herida.

Con ese pensamiento, me fui quedando dormida deseando que llegara el amanecer para dejar atrás toda esa pesadilla. A fin de cuentas sí había logrado cumplir la aventura que las runas decían.

Lástima que la parte del sexo abrasador no se hubiera cumplido.