Presentarse en forma grata

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Editorial Dos Bigotes

 

Presentarse en
forma grata

 

Joseph Salvatore

 

Traducción de Teresa Lanero

 

 

 

 

Primera edición: febrero de 2018

Título original: To Assume a Pleasing Shape

Autor: Joseph Salvatore

 

TO ASSUME A PLEASING SHAPE © Joseph Salvatore, 2011

Used by arrangement with The Permissions Company, Inc., on behalf of

BOA Editions Ltd.

www.boaeditions.org

 

© de la traducción: Teresa Lanero Ladrón de Guevara

 

© de esta edición: Dos Bigotes, a.c.

Publicado por Dos Bigotes, a.c.

www.dosbigotes.es

info@dosbigotes.es

 

isbn: 978-84-946824-7-6

 

Diseño de colección:

Raúl Lázaro

www.escueladecebras.com

 

 

Todos los derechos reservados. La reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, deberá tener el permiso previo por escrito de la editorial.

 

 

 

Para mi madre, mi primera lectora.

Y en memoria de mi padre.

 

 

 

No hay más que un animal. […] El animal es un principio que toma su forma exterior, y, para hablar más exactamente, las diferencias de su forma, en los medios que está llamado a desarrollarse. Las especies zoológicas resultan de estas diferencias. […] Pude ver que, en este aspecto, la sociedad se asemejaba a la Naturaleza.

Honoré de Balzac, prólogo de La comedia humana,

traducción de Aurelio Garzón, 1842.

 

―Entonces, ¿cuál es el propósito de la posesión? ―preguntó Karras con el ceño fruncido―. ¿Qué sentido tiene?

―¿Quién lo sabe? ―respondió Merrin―. ¿Quién puede tener la esperanza de saber? ―Pensó un momento. Después continuó sondeando―: Pero yo creo que el objetivo del demonio no es el poseso, sino nosotros… los observadores… cada persona de esta casa. Y creo… creo que lo que quiere es que nos desesperemos, que rechacemos nuestra propia humanidad, Damien, que nos veamos, a la larga, como bestias, como esencialmente viles e inmundos, sin nobleza, horribles, indignos. Y tal vez ahí esté el centro de todo: en la indignidad.

William Peter Blatty, El exorcista,

traducción de Raquel Albornoz, 1971.

 

Los antropólogos han comenzado a descifrar los misteriosos comportamientos físicos de la posesión. Sugieren que los poseídos se desvinculan del «mundo cotidiano construido socialmente» y entran en un estado donde lo considerado socialmente peligroso es un dominio permitido y más libre dentro de su psique. Sin un modo legítimo de expresar este conflicto de forma directa, las insoportables tensiones psíquicas se expresan físicamente a través del cuerpo de las mujeres.

Carol F. Karlsen, The Devil in the Shape of a Woman, 1987.

 

Partes

Bueno, cuando me agobiaba con el tema, mi padre (que en paz descanse) me decía que en realidad lo único que se puede afirmar del cuerpo humano es que está compuesto por partes, conocidas y desconocidas. No hay más, decía. Y no se refería sólo a los órganos que esconden enfermedades sin que lo sepamos o a la cantidad de males casi innombrables que existen (y no te quepa duda, decía, que los tenemos a montones; el pobre nunca supo cuánta razón tenía). Mi padre (que ya no está entre nosotros) trataba de tranquilizarme hablando de las cosas que encienden el horno del espíritu humano. En eso era un experto. Siempre con el espíritu humano para arriba, el espíritu humano para abajo. Sobre todo durante aquel último año en el que me tomó de aprendiz. Un buen café, me decía mientras se ponía el martillo en el cinturón, y un desayuno abundante (insistía en lo de «abundante») mantienen el cuerpo humano en marcha hasta mediodía; después, debes tomar un almuerzo ligero (insistía en lo de «ligero») y quizá un poco más de café; y más tarde, una cena pobre (insistía en lo de «pobre»); luego, si te apetece, un trago, por supuesto, una cerveza, un vino, lo que tengas por ahí, algo que te ayude a relajarte antes de una buena noche de descanso: de ese modo tú, tu cuerpo y tu espíritu estaréis bien para empezar un nuevo día. Pero el caso es, añadía mientras echaba un vistazo a un madero de pino, que tienes que estar así siempre. No puedes parar. El horno hay que alimentarlo. Busca la manera. Ganarás dinero. Tendrás una mujer. Niños. A lo mejor un hijo tuyo. Una casa, una mascota o dos. Un montón de trastos en un garaje, en un sótano, en un desván. Pero más pronto que tarde vendrán las averías. Las entrañas, puntualizaba mi difunto padre. No pueden aguantar ese ritmo. El espíritu y el espinazo… coño, eso se arregla con una taza de café. Pero las entrañas… Nunca olvides que por eso decimos que todo se acaba. Porque no conocemos otra cosa. Sabemos que esa mierda se muere, que empieza a morirse el día que nacemos. Y aunque sepamos cómo hacerla funcionar, no sabemos cómo funcionar nosotros mientras tanto. Ahí está el misterio, seguía diciendo mientras me ayudaba a subir a la furgoneta, dejaba el cinturón de herramientas a mi lado y apretaba el seguro antes de cerrar de un portazo. Vertemos sobre ellas tazas y tazas de café e intentamos ahorrar combustible, a sabiendas de que vamos a necesitar hacerlo una y otra vez, una y otra vez, hasta el día en que no podamos, decía con la mano algo temblorosa en el volante, recuerdo que ya empezaban los temblores. Conseguimos ir tirando, decía, con todo lo que sabemos y todo lo que no sabemos; miramos a nuestros hijos a los ojos un buen día y les contamos esta gran verdad… porque son las grandes desconocidas, decía. Las partes duras.