Portada

Contenido

  1. SINOPSIS
  2. 1. INTRODUCCION
  3. Prólogo
  4. La espada de Franco
  5. La pared constitucional
  6. Sin derecho a voto
  7. 2. EL FRANQUISMO (1939-1975)
  8. Un legionario gobierna España
  9. Cánticos y vestimentas
  10. Francolatría
  11. Franco mató a Falange
  12. Delito de lesa patria
  13. Nacionalización del Trabajo
  14. Una docena de falangistas
  15. La democracia orgánica
  16. Españoles aforados
  17. Después de Franco… ¿qué?
  18. Unidad de destino en lo universal
  19. Discrepancia de pareceres
  20. No se meta en política
  21. Flojas las filas: el franco-falangismo
  22. El Estado del 18 de julio
  23. Descanso del guerrero
  24. Bajo palio
  25. Apoyos ajenos, poderes propios
  26. Por tierra, mar y aire
  27. La bendición apostólica de su Santidad
  28. El amigo americano
  29. Dictadura y dividendo
  30. Familias políticas
  31. Los altavoces del régimen
  32. Correas de transmisión
  33. Formación del espíritu nacional
  34. Militantes de toga
  35. Oposición y legitimación
  36. Los disidentes
  37. Los monárquicos
  38. El pretendiente carlista
  39. Los vencidos en la guerra
  40. La respuesta del régimen
  41. Incuria liberal y Estado Asistencial
  42. La décima potencia industrial
  43. Las etapas del régimen
  44. Autarquía (1939-1951)
  45. Racionamiento y protestas
  46. Deuda y represión
  47. La División Azul y Bretton Woods
  48. Amenaza para la paz mundial
  49. Bienvenido mIster Sherman (1951-1959)
  50. Truco o trato
  51. A Dios rogando
  52. Sotanas en la oposición
  53. La Universidad rebelde
  54. Queso y mantequilla
  55. La pertinaz sequía
  56. El PIB como mercancía política (1959-1969)
  57. El rey franquista
  58. La paz de Fraga
  59. La muerte de las ideologías
  60. La España del 600
  61. Economía periférica
  62. Prensa y paradores
  63. La corrupción tiene nombre
  64. El gobierno monocolor
  65. El último franquismo (1970-1975)
  66. Vota al mejor
  67. Oposición armada
  68. El ocaso del régimen
  69. El atentado de Madrid
  70. Morir fusilando
  71. Qué fue el franquismo
  72. 3. LA TRANSICIÓN POLÍTICA (1975-1982)
  73. Ingeniería y consenso
  74. El escenario sociopolítico
  75. Un desastre sin paliativos
  76. “Qué error, qué inmenso error”
  77. De la ley a la ley
  78. Las dos Españas
  79. Un hecho político singular
  80. La foto del consenso
  81. Amnistía sin Nüremberg
  82. El gran capital
  83. Franquistas malos, franquistas buenos
  84. El rey bisagra
  85. La oposición rendida
  86. La izquierda efímera
  87. 4. LA CONSTITUCIÓN DE 1978
  88. “Café para todos”
  89. Un 59% del censo
  90. Constitución contra participación
  91. 1.286 veces España
  92. El rey superfluo
  93. La indisoluble unidad
  94. El mismo modo de producción
  95. Poderes y carencias constituidas
  96. “¡Se sienten, coño!”: el 23-F
  97. 5. EL GOBIERNO DEL PSOE (1982-1996)
  98. Diez millones de votos
  99. La “mili” en la OTAN
  100. El dinero como medida del éxito
  101. “¡Váyase señor González!”
  102. ÍNDICE DE SIGLAS
  103. AUTOR
  104. LEGAL




SINOPSIS

Entre la espada y la pared, es un análisis de la historia actual de España, desde el final de la Guerra Civil de 1936 hasta los primeros gobiernos del PSOE, de finales del siglo XX. 
Se trata de un ensayo histórico, que se ocupa de los hechos más relevantes del régimen franquista y los años de la transición, así como de los principales momentos de la Constitución y el felipismo.
El texto trata de dar una visión asequible de medio siglo de historia, abarcando los aspectos sociales, económicos y políticos más destacados y teniendo en cuenta sus personajes, leyes y acontecimientos.

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5. EL GOBIERNO DEL PSOE (1982-1996)
Diez millones de votos
Tras el fracasado golpe de febrero, Calvo Sotelo fue elegido presidente, completando así la primera legislatura constitucional, iniciada por Suárez en 1979. Después se convocaron nuevas elecciones generales para octubre de 1982, que dieron el triunfo al PSOE, cuyos principales líderes eran Felipe González y Alfonso Guerra. El PSOE, que estaba a punto de cumplir cien años como partido político, hizo una campaña basada en la idea y la consigna de cambio. También se aprovechó de la crisis de UCD y la caída de Adolfo Suárez, así como del vacío de liderazgo en la derecha, ofreciendo la imagen de un Felipe González, con su historial antifranquista y el programa socialdemócrata, como la mejor alternativa. En la campaña socialista destacaban también dos promesas, que luego quedarían sin efecto: la salida de España de la OTAN y la creación de ochocientos mil puestos de trabajo. En un momento en que el paro se estaba incrementando a un ritmo de mil personas diarias, esta última promesa desequilibró la balanza en favor de González.
El PSOE conseguía, gracias a sus ofertas, diez millones de votos y 202 escaños. Mientras UCD (esta vez sin Suárez) sólo alcanzaba 11 diputados. Por 107 de la derecha renacida de Alianza Popular. En cambio el PC, de Carrillo, caía víctima de su propio posibilismo, de 22 hasta 4 escaños. El carrillismo se resentía así de su aproximación ideológica a la socialdemocracia, lo que le costó votos y militantes, que optaron por seguir la consigna del “voto útil”, apoyando al PSOE. El relevo electoral tenía una notable significación histórica. Un partido republicano ganaba las elecciones, apenas siete años después de muerto Franco. Es decir, la izquierda, volvía al poder después de 50 años. Si bien es cierto que no era una izquierda como la de los años treinta y que el PSOE de González no era el de Largo Caballero. El partido obrero y campesino de los años treinta, se había transformado, como la propia sociedad española, en un colectivo con mayoría de militantes urbanos, dirigentes universitarios y de clase media, aunque recibía votos del campo y de las fábricas, eran muchos más los ciudadanos de clases medias de Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza o Bilbao, quienes les votaban.
Después de 1982, los socialistas volverían a ganar en 1986, 1989 y 1993 permitiendo que Felipe González diera su nombre a una larga época de la historia reciente de España. Lo paradójico es que esta larga duración de éxitos electorales no se debía a la realización de las promesas de cambio radical, ofrecidas en la campaña de 1982. Sino precisamente a todo lo contrario: la rectificación sobre la marcha de algunos de los tics más izquierdistas del PSOE histórico, con lo que se ganó la confianza del centro y de las clases medias, pero la desconfianza de los obreros e incluso de su propio sindicato histórico, la UGT. La característica más notable del felipismo fue un acusado sentido práctico de la política, una rápida asimilación del papel del Estado moderno, y la tendencia, no exclusiva en el PSOE, a crear una maquinaria de funcionarios y políticos profesionales. Muchos de los cuales hicieron de la permanencia y del aprovechamiento personal del poder, su objetivo fundamental.
Otra característica, que marcó sobre todo la primera legislatura de González, fue su determinación para acelerar las reformas económicas, abordando las reconversiones laborales, que sus antecesores no se habían atrevido a afrontar en profundidad, por miedo a la reacción sindical. Los equipos socialistas se encargaron de cortar por lo sano la crisis industrial, cuya solución UCD había demorado, dando prioridad a las reformas políticas, con la autoridad que proporcionaba el voto obrero a su favor.
Los economistas neoliberales del gobierno (Boyer, Solchaga) se arrepintieron de su promesa más espectacular: la creación de 800.000 puestos de trabajo, para proceder a un duro reajuste monetarista con restricciones crediticias y devaluación de la peseta, acompañadas por la contención salarial, las rebajas de las pensiones y el subsidio de desempleo, una nueva Ley de empleo juvenil, con más flexibilidad laboral en el despido y la reconversión industrial de las principales fábricas, con las que el franquismo había construido su sociedad de consumo y pleno empleo, marcaron la política laboral del PSOE.
Los históricos Ensidesa, AHV, Altos Hornos del Mediterráneo, Astilleros Astano, Astilleros Españoles (Euskalduna), Explosivos Rio Tinto y un largo, etc., fueron reduciendo sus gigantescas plantillas, racionalizando sus modelos productivos, con cargo al presupuesto, haciéndose rentables antes de abordar su privatización. Los ministros socialistas, en contra de su programa histórico, no estatalizaron ningún sector, sino que subvencionaron la reconversión privada de la industria y parte de la minería. Este proceso de reciclaje se consumó en medio de importantes protestas y conflictos laborales, que duraron una década, costando a los equipos de González no sólo dinero, sino también la enemistad de los sindicatos. Incluyendo la propia UGT.
De este modo, el neoliberalismo económico del nuevo PSOE se notaría en el comienzo de un largo proceso de venta de los recursos productivos en manos del Estado. El punto de partida lo señaló el ministro Boyer. A comienzo de 1983, tras expropiar RUMASA un conocido holding empresarial, dirigido por el banquero especulador Ruiz Mateos, procedería a la venta de sus activos a la competencia privada del mismo holding. En este punto, la política económica seguida por los gobiernos de González, poco o nada tenía que ver con la doctrina y la tradición histórica del socialismo. Por el contrario apostaron por un rabioso neoliberalismo, con desregulación de la economía y la liberalización financiera, siguiendo el modelo monetarista de moda. Impuesto por la llamada Escuela de Chicago y las recomendaciones del FMI, el GATT o el Banco Mundial, con los ojos puestos, en la reducción del déficit y en la integración europea.
En 1986, con la venta de la fábrica SEAT a la multinacional alemana Volkswagen, comenzaba también el desmantelamiento del histórico INI, el Instituto Nacional de Industria, que durante toda su existencia había sido una ruina, y que sufragaba, con cargo a los presupuestos, los precarios resultados de sesenta empresas, con mas de 220.000 trabajadores y 700.000 millones de pts. de deuda. El INI desaparecía definitivamente en 1995, siendo sustituido por la Agencia Industrial del Estado y la SEPI, cuyos objetivos eran terminar con las grandes empresas estatales. También siguiendo las recomendaciones librecambistas del Mercado Común, empezaron a desaparecer los grandes monopolios del franquismo. Como CAMPSA, Telefónica, Tabacalera, etc.
En 1983 se completó la reforma territorial del Estado, fijada en la Constitución. Con la concesión de Estatutos de Autonomía a Extremadura, Baleares, Madrid y Castilla y León. De este modo los gobiernos socialistas mantuvieron el proyecto autonómico diseñado por el gobierno de Suárez, aunque con mucha más precaución centralista. Además, regateando las transferencias exigidas sobre todo por vascos y catalanes. Los nacionalistas culparon de esta actitud a los efectos del 23-F, al miedo a la ultra derecha, a la aplicación de la LOAPA, mientras estuvo en vigor.
La “mili” en la OTAN
Otro de los aspectos en que se dejó sentir también el sesgo pragmático del nuevo liberal-socialismo fue el internacional. La corrección más sonada fue el arrepentimiento sobre la entrada en la OTAN, que el PSOE había criticado desde la oposición y cuya salida había prometido en la campaña electoral. En lugar de ello, el referéndum convocado el 12 de marzo de 1986, consiguió la permanencia por un ligero porcentaje, el 52,49 % de los votos escrutados, tras la rectificación del partido, con petición del voto para la integración total de España en la defensa occidental.
Relacionado con este asunto, se producirá otro traspiés de la política internacional del PSOE, inevitable tras la entrada en la OTAN. Fue el apoyo ofrecido a los EEUU, en la llamada primera Guerra del Golfo, que no sólo fue diplomático o testimonial, sino mediante la utilización de las bases americanas para abastecimiento, de acuerdo con los Tratados de 1953, incluyendo el envío de una fragata de guerra, a la zona del conflicto. El sorprendente neoatlantismo del PSOE y sus obligaciones militares empezaron a alarmar a la opinión pública, especialmente a las nuevas generaciones, que eran las posibles afectadas por las posibles movilizaciones de un gobierno proclive a la intervención militar. Hacer la mili, en la OTAN empezó a ser una opción temida, desde entonces, por los mas jóvenes.
Como una cierta compensación, se consideró un éxito la incorporación de España a Europa, con el Tratado de Adhesión de 12 de junio de 1985. Lo que representaba la culminación de un largo camino de negociación y espera, que se venía alargando desde los años sesenta, por culpa del déficit político y sindical, del régimen anterior. Por lo demás, los ministros de Exteriores socialistas mantuvieron las tradiciones de la diplomacia española franquista, con relaciones amistosas con los países árabes, en especial con Marruecos o Argelia, este último debido al suministro de gas, así como la proyección latinoamericana y renovación de las alianzas y tratados con los EEUU.
En este campo diplomático, los gobiernos del PSOE también hicieron algo inesperado: el histórico reconocimiento del Estado de Israel, algo a lo que siempre se había negado el franquismo. Con todo esto, además de los ingresos en la OTAN o en el MEC, se pudo decir que España finalmente se había reconciliado con el entorno internacional, en el que ya era uno más entre los medianos, culminando así, la fase de normalización de su papel mundial. Es decir, el de una antigua potencia histórica, muy deteriorada por la pérdida de las colonias y el sesgo fascista del régimen anterior.
Un capítulo relevante protagonizado por los gobiernos felipistas en el plano militar, aunque pasaría con mayor discreción, fue el de la reforma sustancial de las Fuerzas Armadas, su legislación, composición y caracterización. Tras haber experimentado directamente, con el 23-F, la posibilidad de un golpe militar, los distintos ejecutivos socialistas se tomaron muy en serio la reforma del Ejército, y aunque no se atrevieron con la supresión del servicio obligatorio, entre 1982 y 1991, y sobre todo con Narcís Serra como ministro, se procedía a reducir las plantillas de oficiales, a profesionalizar su función y a crear una dependencia mas directa de las Fuerzas Armadas respecto del Ejecutivo. En esta línea, se consolida la presencia de civiles al mando de Defensa o de la Guardia Civil, que ya había iniciado la UCD con Rodríguez Sahagún. También, mediante una serie de leyes, se preparaba el camino para la desaparición posterior de la obligatoriedad del servicio de armas, a cambio de contar, para la entrada en la OTAN, con un Ejército profesional, más caro, igual de innecesario pero mucho más peligroso.
El dinero como medida del éxito
A partir de 1985, se anunciaba la superación de la crisis económica de los años setenta. Se abría una fase de nueva prosperidad, coincidiendo con la entrada de España en el MEC, que supuso, entre otras cosas, la recepción de importantes cantidades como ayuda para el desarrollo de regiones en crisis. Los fondos de cohesión y otras aportaciones de la actual Unión Europea, han sumado un total de 100.000 millones de euros en veinte años (1985-2005), sobre todo, durante los gobiernos de González. Muchos economistas atribuyeron a esta masa de dinero, verdadero Plan Marshall a la europea, el periodo de bonanza económica y la elevación de la renta en estos años. Aumentaron las exportaciones, gracias a los relativos bajos precios de las mercancías españolas, tras la devaluación de la peseta. También crecieron de forma considerable las inversiones extranjeras, que solo entre 1986 y 1991, sumaban más de 60 billones de pesetas, muchas veces en sectores especulativos de la construcción, las infraestructuras viarias o las empresas públicas privatizadas.
Una vez resuelta la reconversión industrial, el PIB crecía a un ritmo del 4,5% anual. En especial, gracias a la construcción de viviendas y a las inversiones en infraestructuras. La red de autovías alcanzó 5.000 km. en 1992. Cuando apenas contaba 1.970 km. en 1985. Aunque siempre parecían insuficientes para dar servicio a un parque de automóviles, que crecía en los mismos años de 9,2 a casi 14 millones de vehículos. Con motivo de la Exposición de Sevilla de 1992, se apoyó el desarrollo regional andaluz, mediante la construcción de autovías y de un AVE, Madrid-Sevilla. El número de turistas que llegaron a ver las Olimpiadas de Barcelona, ese mismo año, o la misma Expo sevillana, hizo que se alcanzara la extraordinaria cifra de 52 millones de visitantes. Creció también la Universidad y el número de licenciados. En tanto que la mejora económica y la mayor recaudación fiscal, permitían sostener una población de parados de un millón y medio de personas en 1992, mientras los pensionistas llegaban a los siete millones en 1995.
En este clima, donde la abundancia de dinero era la nota dominante y medida del éxito, el ministro de Economía Solchaga afirmó imprudentemente que España era el país donde “más y más rápido se podía ganar dinero”. Para darle la razón, todo el mundo, especialmente algunos de su propio partido, empezaron a conseguir dinero de cualquier modo. De los fondos reservados, de la información privilegiada, de porcentajes por obras públicas, etc. La especulación, con rápido enriquecimiento, empezó a ser el objetivo de muchos. A esto se llamó la cultura del pelotazo, y fue el precedente, y caldo de cultivo, de una larga fase de corrupción generalizada en la clase política. El enriquecimiento rápido de nuevos banqueros y otros empresarios, como los Conde, de la Rosa, los Albertos, Botín, las Koplowitz, Amancio Ortega, etc., competía con el dinero fácil que llegaba a las arcas del partido gobernante, y de algunos de sus dirigentes, de forma fraudulenta.  
Algunos que empezaron a criticar esta actitud de enriquecimiento fueron los sindicatos. Los grandes, UGT y CCOO, que hasta ese momento habían dado un plazo de confianza al socialismo en el poder, protagonizaron un cierto distanciamiento del Gobierno. Entre 1983 y 1984, los dirigentes de estos sindicatos, Redondo y Gutiérrez, habían comprometido su prestigio en el apoyo a una enésima moderación salarial, que sirviera para superar la crisis. Pero las leyes de Pensiones (1985) y la del Empleo Juvenil (1988), que perjudicaban a los cotizantes y creaban el llamado contrato basura, sirvieron para una ruptura formal. El 14 de diciembre de 1988 se produjo un hecho histórico. El gobierno del PSOE tuvo que soportar una importante huelga general de veinticuatro horas, convocada entre otros por su propio sindicato. La convocatoria aludía a la política laboral y económica del gobierno, tan impopular y perjudicial, para los trabajadores, como cualquiera de la derecha.
El año anterior, el Gobierno y en especial su ministro de Educación, J.M. Maravall, tuvieron también que afrontar una dura reacción estudiantil, contra los nuevos planes de estudios. Primero los institutos de EEMM y luego las universidades, se manifestaron contra la masificación y degradación de la enseñanza. Las protestas, sobre todo las de Madrid, fueron de las más violentas de la historia estudiantil que se recuerdan, reflejando un grado de frustración social, que iba más allá del mero rechazo a los planes educativos, y que no tenía precedente, entre los estudiantes, ni en los peores años franquistas.
“¡Váyase señor González!”
A pesar de los problemas laborales, juveniles o sindicales, el PSOE seguía ganando las elecciones, en una situación en que la derecha, agrupada ahora en torno al Partido Popular de Fraga Iribarne, parecía incapaz de sobrepasar un determinado techo electoral. Mientras la izquierda, representada por el PCE y luego por Izquierda Unida, seguía sumergida en su crisis de identidad e inoperancia, en que se había estancado desde la dimisión de Carrillo, en 1983. Pero serían sobre todo los problemas de corrupción o la utilización de la guerra sucia contra ETA, con la aparición del GAL un grupo armado apoyado por miembros del staff gubernamental, quienes terminaron por desprestigiar finalmente la gestión del socialismo en el Gobierno. El GAL, cuyos verdaderos responsables permanecen todavía en el anonimato, terminó disparando contra Felipe González, provocando su muerte política. Entre 1983 y 1987, se atribuyeron a este grupo armado una treintena de acciones, en las cuales, al menos, murieron quince miembros de ETA, además de otros refugiados vascos y varios ciudadanos franceses, lo que provocaría la intervención del gobierno galo.
En 1992 el PSOE de González, modernizado, europeizado y próspero, no se parecía mucho al primer partido obrero de Pablo Iglesias, su fundador en 1892. Los cien años de honradez, lema de celebración de su aniversario, habían dejado paso a una carrera por la prosperidad, y a una burocratización en el poder. Desde la llegada de González a la Secretaría General, los reformistas transformaron las principales señas de identidad del partido. Además de aceptar la monarquía, como forma de Estado, el PSOE en su Congreso de 1979, había renunciado oficialmente al marxismo, base filosófico-política de su organización histórica. Felipe González y Alfonso Guerra se habían encontrado con alguna oposición, al respecto, pero finalmente consiguieron imponer su concepción de un “socialismo democrático”, con el que agradaban sobre todo a sus mentores y financieros del Partido Socialista alemán, y desde luego, se acercaban más al electorado español de centro, que les daría la victoria en tres ocasiones. Gracias a estas renuncias, en aquellos momentos del 92, el partido parecía no tener adversario político ni electoral. Sin embargo, en menos de tres años se produjo una crisis imparable, que le costó las elecciones de 1996.
Desde 1990 se supo que un hermano de Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno y uno de los políticos más representativos e influyentes del nuevo socialismo, se estaba aprovechando de este parentesco para su lucro personal, utilizando un despacho oficial en la delegación del gobierno en Sevilla. Fue el punto de partida. El escándalo provocó la dimisión del propio vicepresidente. Casi al mismo tiempo, se destapaba el asunto Filesa, en el que diversas sociedades cobraron centenares de millones de pesetas a grandes empresas, a cambio de concesiones oficiales y contratos, que terminaban en las arcas del PSOE. En 1992, se denunciaba al gobernador del Banco de España por la llamada información privilegiada, que le había servido para beneficiarse en operaciones de bolsa, y en 1994, se denunció a Luis Roldán, director de la Guardia Civil, y otros altos cargos, que estaban cobrando importantes partidas de sobresueldos, además de lucrarse con los llamados fondos reservados. La corrupción parecía no tener fin y alcanzaba también al presidente de Navarra, Urralburu, entre otros.
Ese mismo año, se sumaba a estos casos la acción del juez Garzón, anteriormente colaborador del PSOE, con el que llegó a presentarse a las elecciones, en las listas por Madrid (1989). Este juez, desde la Audiencia Nacional, reabría algunos casos de atentados mortales contra ETA y ciudadanos franceses, reivindicados por el autodenominado GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación). A consecuencia de esta investigación terminaron en la cárcel y fueron condenados algunos altos cargos, encargados de la seguridad del Estado. Entre ellos el ex-ministro de Interior, Barrionuevo, el director general de Seguridad Rafael Vera, dos gobernadores civiles, y otros miembros de la Guardia civil, con el general Galindo al frente. También fueron sentenciados varios funcionarios de los servicios de espionaje, el CESID, algunos policías y miembros relevantes del partido en el País Vasco, como García Damborenea.
De este modo, los disparos del GAL terminaron finalmente alcanzando las posiciones políticas de Felipe González, que incluso se identificaría con sus ex, Barrionuevo y Vera, acompañándolos a la entrada de la cárcel, junto a un numeroso grupo de militantes. Ambos ingresaron en prisión, acusados de delitos de terrorismo y condenados a diez años de prisión. Aunque posteriormente, fueron indultados por el Gobierno de Aznar. Pero los atentados de este grupo parapolicial, durante el gobierno González, junto a la trama verde de Intxaurrondo, la corrupción en la Dirección de la Guardia Civil, el asunto Filesa y por último, la minicrisis económica de comienzo de los noventa, tumbaron las expectativas de un cuarto mandato electoral del felipismo.
En este ambiente de tensión y enfrentamientos, con la oposición en plena ofensiva mediática, el aspirante Aznar pedía abiertamente la dimisión del presidente en el Congreso (1994), con una frase que se hizo justamente célebre: “¡Váyase señor González, váyase”. Al mismo tiempo, en pleno estallido del asunto Filesa, le hacía responsable de la crisis económica y del clima de corrupción e inestabilidad política del Estado. Con El Mundo, ABC, la COPE, etc., apoyando al candidato de la oposición se fraguó el adelanto electoral, al faltarle al PSOE en las Cortes, los votos del grupo catalán. Finalmente en las elecciones del 3 de marzo de 1996, el PP conseguía ser la lista más votada. Con un 38,9 % de los votos y 9,7 millones de papeletas, que le dieron 156 escaños. Seguida por el PSOE (37,3%, 9,4 millones, 141 escaños), que no fue tan castigado como se esperaba. Pero que no pudo reeditar un gobierno de izquierdas, a pesar de que Izquierda Unida, transformación socialdemócrata del antiguo PC, por su parte, alcanzaba con Julio Anguita su mejor resultado histórico con 21 escaños, lo que recordaba, de algún modo, el ilusorio comienzo del carrillismo parlamentario.
Con estas cifras terminaba la primera incursión del PSOE en el gobierno. Habían sido catorce años, en los que se consolidó el Estado constitucional de 1978, en los que se probó que, en España, podía gobernar un partido socialdemócrata, perteneciente a la izquierda republicana histórica, y ganar tres veces consecutivas las elecciones, sin provocar demasiado a la derecha ni a los militares. Sin duda, el paso del tiempo y la historia se notaba en los partidos, la sociedad y… los cuarteles.
Con la Transición o el felipismo, y mediante un duro relevo político que sólo en siete años (1975-1982) había contabilizado casi cuatrocientas víctimas, España parecía dejar atrás el golpismo militar, que había caracterizado su historia anterior. Como escribió, en 1979 con ironía, Telesforo Monzón el conocido político vasco: “La diversión favorita de los españoles durante los dos últimos siglos ha sido levantarse en armas contra su propia Constitución”. Con los primeros gobiernos del PSOE, en cambio, el Estado español alejaba el celtibérico ruido de sables, volviendo a recuperar el más pacífico turno de partidos, el conocido bipartidismo excluyente, otro de los vicios políticos heredados del siglo XIX, que dura hasta nuestros días. De este modo, el primer tramo del constitucionalismo actual, terminaba con el exordio de Aznar sobre González, dejando abierta la puerta de un reparto bipolar del poder, no menos tradicional en la vida política española que el temido golpismo de cuartel.
ÍNDICE DE SIGLAS
AP: Alianza Popular
CCAA: Comandos Autónomos Anticapitalistas
CCOO: Comisiones Obreras
CDS: Centro Democrático y Social
CIES: Centro Internamiento Especial
CNT: Confederación Nacional del Trabajo
CNS: Central Nacional Sindicalista
ELA: Eusko Langileen Alkartasuna
EEMM: Enseñanzas Medias
ETA: Euskadi Ta Askatasuna
FET y de las JONS: Falange Española Tradicionalista y de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas)
FFAA: Fuerzas Armadas
FMI: Fondo Monetario Internacional
FOP: Fuerzas de Orden Público
FRAP: Frente Revolucionario Antifascista Patriótico
GAC: Grupos de Acción Carlista
GAL: Grupo Antiterrorista de Liberación
GATT/OMC: Acuerdo General Aranceles y Comercio/Organización mundial del Comercio
GRAPO: Grupo de Resistencia Antifascista Primero de Octubre
HB: Herri Batasuna
HOAC: Hermandades Obreras de Acción Católica
INE: Instituto Nacional de Estadística
INI: Instituto Nacional de Industria
IRI: Instituto de la Reconstrución Italiano
JACR: Juventudes Acción Católica Rurales
LOE: Ley Orgánica del Estado
LOAPA: Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico
MEC: Mercado Común Europeo
OCDE: Organización de Cooperación y Desarrollo Económico
OJE: Organización Juvenil Española
OLP: Organización para la Liberación de Palestina
OMS: Organización Mundial de la Salud
PCE: Partido Comunista de España
PNN: Profesores No Numerarios
PNV: Partido Nacionalista Vasco
PP: Partido Popular
PSOE: Partido Socialista Obrero Español
REM: Red de Emisoras del Movimiento
SEU: Sindicato Español Universitario
TOP: Tribunal de Orden Público (Actual Audiencia Nacional)
UCD: Unión de Centro Democrático
UGT: Unión General de Trabajadores
UMD: Unión Militar Democrática




AUTOR


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JOSEMARI LORENZO ESPINOSA

El autor, doctor en Historia y profesor de la Universidad de Deusto, ha publicado una veintena de libros de historia, análisis político y económico.
Especialista en historia del franquismo y del nacionalismo vasco.
Autor de una veintena de libros de historia entre los cuales: Rebelión en la ría (1988), Dictadura y dividendo (1989), La historia subversiva (1990), Eli Gallastegi (1992), Txabi Etxebarrieta (1993), Nacimiento de una nación (1995), De mi puño y letra (1997), La renuncia del PNV (2002), Un pueblo en marcha (2005), Entre la espada y la pared. De Franco a la Constitución (2017) (disponible en papel y en ebook).
También es autor del ensayo Historia económica de la historia (Ediciones Beta, 2012).
Ha publicado los poemarios: Tibi terra leve (Libertarias, 1994); Nihil obstat (Altafaylla, 1995); Si no matamos al centinela, Roque... (Beitia, 1997); Alter ego (Ediciones Beta, 2002); Hablar de árboles (Art, 2010); Hábeas corpus (Art, 2012) y Carpe diem (Ediciones Beta, 2014).


LEGAL

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (http://www.conlicencia.com o 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

© José María Lorenzo Espinosa

Cuadro de portada: Arturo Reque Meruvia: “Cruzados del siglo XX”.
La obra pertenece al Ejército de Tierra y se encuentra depositada
en el Palacio de Polentinos (Ávila).

© Ediciones Beta III Milenio, S.L. 2017
Ramón y Cajal, 35. 48014 Bilbao
Tel: 94 476 11 55
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Primera edición en libro electrónico (eBook): 2017
ISBN:  978-84-16809-53-0 (eBook)

Primera edición en papel: 2017
ISBN: 978-84-16809-35-6 (papel)
Páginas en papel: 256

Conversión a libro electrónico: Ediciones Beta III Milenio, S.L.

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1. INTRODUCCION
Prólogo
El presente texto es un análisis de la historia actual de España desde el final de la guerra de 1936, hasta los primeros gobiernos del PSOE de finales del siglo XX. Se trata de un ensayo histórico, que se ocupa de lo más relevante del régimen franquista y de la fase de transición que le siguió, así como de los principales aspectos del periodo constitucional actual.
Hay títulos que pretenden ser un manifiesto o una declaración de intenciones de lo que viene después, de lo que se quiere decir en el texto. Este es uno de ellos. Un título síntesis que aspira a resumir las páginas que le siguen. Este ensayo, al mismo tiempo, trata de dar una visión asequible e histórica de un largo periodo que abarca la segunda mitad del siglo XX de la historia de España y se ocupa de calificarlo en los aspectos sociales, económicos y políticos. Todo ello desde el punto de vista de un historiador. De alguien que recoge, recopila y selecciona materiales como documentos, hechos, ideas, datos, estadísticas, programas, leyes, declaraciones, intenciones, biografías etc. Y trata de relacionarlos para dar una visión analítica del conjunto y de sus partes.
La cronología del trabajo pertenece a la segunda mitad del siglo XX, desde el final de la guerra (1939) hasta el final de los primeros gobiernos del PSOE (1996). Son las fechas que van desde la dictadura militar hasta el relevo constitucional en el gobierno, entre los sucesores del franquismo y los antiguos republicanos, vencidos en la guerra. Sin que para este cambio medie, por primera vez en dos siglos, un golpe de Estado o una guerra.
La espada de Franco
Franco dirigió España durante casi cuarenta años, mediante el uso de su espada. A veces afilada, a veces desgastada. Pero siempre espada y siempre en sus manos. O en las de sus ayudantes. Aunque muchos puedan creer que esto es solo una metáfora, lo cierto es que fue así. Al menos en sus aspectos políticos principales. No de otra forma se explica que un régimen que empezó con una guerra de tres años, y más de medio millón de muertos, mantuviera una durísima represión durante otros cuarenta y terminara con las cárceles llenas de opositores. Y fusilando a cinco de ellos en septiembre de 1975, después de un juicio militar sumarísimo, el mismo año de la muerte del dictador.
Pero una vez desaparecido Franco, los políticos que le sucedieron en el poder, ya no eran franquistas. O no lo eran del todo. Estaban convencidos, además, que no era posible seguir gobernado el país con los mismos usos y formas políticas. También sabían que estaban rodeados de gentes y sociedades que habían evolucionado. Y el pueblo español con ellos, mientras el régimen permanecía haciendo equilibrios, en el filo de la espada del dictador.
La pared constitucional
Si el franquismo fue una espada, la Constitución es una pared. Un obstáculo levantado en 1978. De un lado, para contener las iras involucionistas de los franquistas rezagados. De otro, para sujetar el ansia revolucionaria y rupturista de las generaciones, que habían sobrevivido a la espada de Franco. Los protagonistas institucionales del cambio del 78 sabían que no podían permitir que las cosas cambiaran tan profundamente como muchos querían. Se enfrentaron entonces dos concepciones distintas de abordar la sucesión de Franco. Una era la opción que planteaba la oposición, con recuperación radical de las libertades, ahogadas durante cuarenta años. Volver a la España republicana de 1931, cerrar el régimen con un paréntesis conciliador y eliminar a los franquistas más recalcitrantes. Y a quienes hubieran colaborado estrechamente con la dictadura, empezando por la monarquía.
La otra opción no rupturista, que procedía del sistema autoritario heredado, defendía una voladura controlada del franquismo. Partiendo de las posibilidades que ofrecían las mismas Leyes Fundamentales del régimen. Para después, dar paso a otro modelo semejante al de los países capitalistas occidentales. En esta posición se alineaban los franquistas más evolucionados. Los llamados aperturistas. Mientras el rey, en su función de Jefe del Estado, permanecía a la expectativa. Esta era también la opción apoyada por los países occidentales, como EEUU o la Comunidad Europea, que tenían importantes inversiones e intereses en España.
Pero para una evolución controlada del franquismo, era necesario sustituir la espada de la dictadura por un muro constitucional. Construir una pared, con la que contener las reivindicaciones populares más agresivas. Colocar un obstáculo consensuado y suficiente, semejante al de otros estados democráticos, que ejerciera de muro pantalla de contención, que tuviera una mejor apariencia y decencia política formal, que las llamadas Leyes Fundamentales del franquismo. Con estas premisas, la Transición la hicieron los antiguos franquistas. Incluidos algunos exministros como Fraga o Suárez. Y la pactaron o aceptaron los principales partidos y sindicatos, que habían estado proscritos durante la dictadura. Fue, por tanto, una transición acordada y mezcla de realismo, miedo y oportunismo. Con estos ingredientes, la Constitución se redactó como un acuerdo o un arreglo. No como una ruptura.
Esta pared sustituyó al franquismo, en 1978. Sin embargo, casi cuarenta años después, los problemas que quedaron pendientes entonces, o cuya solución se quiso aplazar, están volviendo a la superficie. Amenazan con superar las barreras que plantó el texto del 78 y desbordar aquella filosofía del consenso, impuesta por los partidos mayoritarios. Porque “democracia constitucional”, hoy no es equivalente a “democracia participativa”. Sino que a veces, muchas veces, se le opone. Con el agravante añadido de que una parte notable de los hoy censados como españoles, ni siquiera había nacido entonces. Y otros muchos no tenían suficiente edad para votar y participar en la vida política. Y este asunto es serio. Mucho más de lo parece importarles a los parlamentarios, que aborrecen o tienen miedo a los cambios constitucionales.
Sin derecho a voto
Uno de los aspectos más llamativos de la situación actual es precisamente que la democracia constitucional del 78 se opone, en el caso español, a una verdadera democracia participativa. Entre otras cosas, porque no ha sido votada por los nacidos después de 1960. Desde entonces hasta hoy, hay 16 millones más de personas en el censo. Esto supone que un alto porcentaje de los bloqueados por el muro, nunca ha tenido la posibilidad de pronunciarse sobre el marco político, social o económico. De hecho, no ha tenido oportunidad de votar la ley más importante del Estado. A lo que hay que sumar, otra parte importante, que ya rechazó en su día la Constitución.
Desde este punto de vista, podemos decir, que la realidad política formal de España es la de una democracia constitucional, pero no participativa. Los constitucionalistas, naturalmente, están contentos y conformes con su Constitución. Algunos afirman incluso sentirse orgullosos de ella. Y, en todo caso, no tienen ninguna intención de cambiarla, ni siquiera reformarla. Ya que con ella han nacido y se han acomodado política y profesionalmente.
Este trabajo es un análisis histórico de lo que fue el franquismo. O quizá habría que decir, los franquismos. Y de cómo fue sustituido, tras un periodo corto y apresurado, llamado Transición, por otro régimen que bloqueaba muchas de las aspiraciones populares del pueblo español. Utilizando formas y modelos menos agresivos o excluyentes que el anterior. Pero igualmente negativos, desde el punto de vista de una democracia real, que por ahora sigue impedida por la pared de la democracia constitucional, fechada en 1978.

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