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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2008 Trish Milburn. Todos los derechos reservados.

LLAMAS DE AMOR, Nº 1 - enero 2012

Título original: A Firefighter in the Family

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-417-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

LAS llamas se habían extinguido y ninguna columna de humo mancillaba el brillante cielo azul, pero Randi se estremeció al notar el acre y familiar olor a ceniza mojada, que lo impregnaba todo. No era el primer incendio que se declaraba en su ciudad natal. Pero por fortuna, esa vez no había víctimas.

Se encontraba en la carretera de la costa, en un punto desde el que antes habría visto las olas, una playa de arena blanca y una línea de casas pintadas con tonos rosados, amarillos y azules. Sin embargo, ahora sólo veía los restos achicharrados de un edificio; fragmentos de madera quemada y metal retorcido que, en un lugar tan idílico como aquél, le parecieron más fuera de lugar que en ninguno de los incendios que había investigado.

Giró la cabeza hacia el aparcamiento y distinguió el cabello plateado de un viejo conocido. Sonrió y caminó hacia él.

–Mira quién está aquí.

Jack Young dejó el material que estaba guardando en el camión de bomberos y la miró con alegría.

–Vaya, vaya… pero si es Randi. Hacía siglos que no te veía.

El hombre al que Randi siempre había llamado tío Jack se dirigió a ella y le dio un abrazo sorprendentemente fuerte para un hombre que se acercaba a los setenta años.

–¿Todavía sales a apagar incendios? Deberías tomártelo con calma.

Randi lo dijo en tono de broma, pero con un fondo de absoluta seriedad. Le preocupaba que siguiera trabajando en algo tan peligroso.

–Cariño, llevo tanto tiempo en este trabajo que no sé hacer otra cosa. Además, el departamento de bomberos se hundiría si no fuera por mí. Esos jovencitos no sabrían distinguir una manguera de otra –declaró, haciendo un gesto hacia dos de sus compañeros.

Sus dos compañeros resoplaron.

–¿Y bien? ¿Qué haces aquí? –continuó Jack, que se secó el sudor de la frente–. Me extraña que Steve te haya enviado a casa a investigar un incendio.

Randi hizo caso omiso de la referencia de Jack; Horizon Beach ya no era su casa. Ni siquiera quería pensar en ello. Le dolía mucho.

–Sí, le ha parecido que este caso era demasiado para vosotros.

–Y que lo digas. Ha sido un incendio increíble, todo un espectáculo.

Randi pensó que el incendio debía de haber sido verdaderamente pavoroso para que Jack se expresara de una forma tan contundente. A fin de cuentas, había visto todo tipo de incendios, desde simples fuegos causados por un rayo hasta depósitos de petróleo en llamas en el Golfo de México.

Contempló el perfil de Jack y pensó que siempre tenía la misma expresión después de un incendio importante. Como si hubiera mirado a los ojos de una bestia terrible y hubiera sobrevivido para contarlo.

De todas las personas que conocía, Jack era el más consciente de que el fuego no era exactamente una cosa, sino casi un animal; una fuerza llena de vida que anhelaba la destrucción, una fuerza digna de respeto.

–¿Qué ha pasado? –le preguntó.

Jack se frotó la mandíbula.

–Deberías hablar con Will. Ha sido el primero en llegar. Yo viajaba en el último de los camiones –respondió.

Randi maldijo para sus adentros. Habría preferido comer arena a tener que hablar con su hermano.

Pero no tenía más remedio.

–Está bien. Nos veremos después.

Randi se dirigió hacia el camión de bomberos que estaba más cerca del edificio incendiado. Segundos después, se bajó de la acera porque estaba llena de residentes de Horizon Beach y de turistas que charlaban sobre lo sucedido.

–Vamos, Thor… –le dijo a su perro.

Thor se pegó a ella hasta que llegaron al enorme esqueleto de lo que horas antes había sido el hotel Horizon Vista, que estaba en construcción y a punto de terminarse. Thor era un labrador enorme, de color negro, el mejor amigo de Randi.

Un joven bombero se acercó a ella y dijo:

–No puede estar aquí, señorita.

Randi sacó su identificación y se la enseñó.

–Soy Randi Cooke, del departamento de bomberos del Estado de Florida.

El joven examinó la identificación.

–En tal caso, usted debe de ser…

–En efecto –lo interrumpió–. Soy familiar de la mitad de los miembros de tu departamento.

Randi no quiso añadir que también era la hija del exjefe de bomberos de Horizon Beach y la nieta del jefe anterior.

–Eric y Will están allí, al fondo –le informó el joven.

–Gracias.

Randi respiró hondo con la esperanza de tranquilizarse lo necesario para ver a su hermano, pero sólo consiguió llenarse los pulmones con el olor a ceniza.

Los músculos de sus hombros se tensaron a pesar de su monólogo interior, dirigido a recuperar la actitud profesional que siempre tenía cuando estaba en la escena de un incendio. Justo entonces, Will la vio y le lanzó una mirada de sorpresa que la desconcertó un poco, porque suponía que la estaría esperando.

Will se había quitado casi todo el equipo, pero todavía llevaba las botas y los pantalones del traje de bomberos, sujetos con unos tirantes. Su cabello rubio estaba revuelto, como siempre que se quitaba el casco, y empapado de sudor.

–Hola, Will.

–Hola. ¿Cuándo has llegado?

Randi intentó hacer caso omiso de la frialdad de su tono, pero no lo consiguió. Will tenía motivos para ser frío con ella.

–Hace unos minutos. Veo que ha sido una noche complicada.

–Sí, tuvimos que pedir ayuda a Fort Walton. El edificio ardía por los cuatro costados cuando llegamos –explicó.

La voz de Will sonó mecánica, como si estuviera dictando un informe o hablando con una desconocida.

–¿Alguna idea sobre lo que pasó?

–No, pero no me sorprendería que fuera provocado.

–¿Por qué dices eso?

Will señaló los restos.

–Las únicas personas que estaban a favor de la construcción de este hotel eran los de la oficina de turismo, el secretario de Hacienda y el propio constructor.

–Jack no ha dicho que le parezca provocado.

–Oh, vamos… el viejo habrá estado dormido casi todo el tiempo. Ni siquiera estaba de turno. Hasta los chicos de Fort Walton llegaron antes que él.

–Debería jubilarse.

Will suspiró. Era una conversación que habían mantenido muchas veces.

–Ya sabes lo que pasa. No es tan rápido ni tan fuerte como antes, pero sigue siendo el mismo cabezota de siempre.

Randi se dijo que sería mejor que Jack se jubilara antes de que sufriera un accidente o de que alguien lo sufriera por su culpa. Pero no quería pensar en eso. Despertaba recuerdos dolorosos para ella.

–¿Quién es el propietario? –preguntó.

–Un tipo llamado Bud Oldham. Es de Tampa.

Will frunció el ceño. Aunque sólo llevaban un par de minutos de conversación, ya habían hablado más que durante los dos años anteriores. Randi era perfectamente consciente, pero necesitaba más información.

–¿Oldham estuvo aquí durante el incendio?

–No tengo ni idea –contestó mientras dejaba sus guantes en el camión–. He estado tan ocupado que no he tenido tiempo de fijarme en la gente.

Will se apartó de ella y cerró dos de los compartimentos laterales del vehículo. Los cerró con fuerza, obviamente molesto por la presencia de Randi.

Ella apretó los dientes e intentó mantener la calma.

–Sólo estoy haciendo mi trabajo, Will –se justificó.

Tiró suavemente de la correa de Thor para sentirse inmersa en el trabajo y olvidar el motivo por el que el mayor de los hermanos Cooke seguía enfadado con ella. Randi, la más pequeña de todos y la única chica, había cometido un error que la alejó de su hogar. Un simple error que, no obstante, había cambiado la vida de muchas personas.

Mientras hundía los pies en el barro causado por el agua de las mangueras, vio que Eric se acercaba. Su piel estaba manchada de hollín. El menor de los cuatro hermanos tenía el pelo tan corto que Randi sintió la tentación de pasarle la mano por encima. A diferencia de Will, le dedicó una sonrisa.

–Hola, hermanita. Me preguntaba si te enviarían a investigar este incendio.

Eric y se inclinó y acarició la cabeza de Thor.

–Qué remedio –dijo ella–. La hija de Steve se casaba hoy.

Steve, el jefe de Randi, había estado de los nervios toda la semana. Tan pronto le daba por decirle a todo el mundo que su hija iba a ser una novia preciosa, como maldecía su suerte por lo cara que le estaba saliendo la boda.

–¿Lo echabas de menos?

–Bueno, no se puede decir que los incendios me alegren, pero ha sido la excusa perfecta para librarme de la boda.

Eric soltó una carcajada. Sin embargo, su expresión se volvió muy seria cuando vio a su hermano mayor.

–Will parece de mal humor –observó.

–Sí, claro. Algunas cosas no cambian.

Randi intentó decirlo sin amargura, pero fracasó miserablemente.

–¿Habéis hablado? –preguntó Eric.

–No, me he marchado enseguida.

–Por todos los diablos, Randi, casi han pasado tres años. ¿Es que no vais a hablar nunca de lo que pasó?

Randi suspiró.

–Lo he intentado; te aseguro que lo he intentado, pero es inútil. Además, Will tiene razón –confesó ella.

–Eso es una tontería. Sólo fue un accidente, algo que…

Randi lo interrumpió.

–Concentrémonos en lo que ha pasado aquí, ¿quieres?

–Está bien.

Randi interrogó a Eric sobre el incendio y sobre el dueño del edificio hasta que Will lo llamó con un tono más propio de un jefe que de su hermano.

–¡Ven de una vez, Eric! ¡Tenemos trabajo que hacer!

–Ya voy…

Eric se giró hacia su hermana y preguntó:

–¿Seguirás por aquí?

–Por supuesto –respondió, echando un vistazo a su alrededor–. Tengo la sospecha de que esto me va a llevar un buen rato.

–¿Te quedarás en casa de papá y mamá?

Eric siempre le preguntaba lo mismo, aunque sabía que la respuesta de Randi también sería la misma de siempre.

–No. Tengo una habitación en un hotel.

Randi intentó no sentirse afectada por la mirada triste de los ojos azules de Eric.

–Entonces, te llamaré al móvil. Si te apetece, podemos ir a comer algo.

–¡Eric! –bramó Will, más enfadado que antes.

–Anda, márchate antes de que sufra un infarto –sugirió ella.

Eric se inclinó y le dio un beso en la mejilla.

–Me gustaría darte un abrazo, pero estoy muy sucio.

–No, gracias, quédate con tu sudor –bromeó.

Eric volvió a sonreír.

–Hasta luego, hermanita.

Mientras Eric se alejaba por el barro con todo su equipo de bombero, Randi se acordó de su infancia, cuando jugaban en los charcos después de una tormenta.

–Sigamos con lo nuestro –le dijo a Thor.

El perro se dedicó a olfatear los restos del edificio, buscando un acelerante.

En ese momento se levantó una brisa que sustituyó el olor a quemado por la frescura del océano. Randi respiró hondo y cerró los ojos. Necesitaba unas buenas vacaciones en la playa. Aquel año estaba siendo muy complicado. Florida había sufrido una oleada de incendios y Thor y ella tenían más trabajo que nunca.

–¿Va a atrapar al canalla que ha hecho esto?

Randi se giró hacia la voz. Era un hombre alto, de cabello canoso y tan moreno como si estuviera todo el día tomando el sol y sin ponerse una gota de crema bronceadora.

–¿Señor Oldham?

–El mismo.

Randi se acercó a él.

–¿Alguna idea de lo que ha pasado? –le preguntó.

–No, ninguna. Salvo que estoy seguro de que ha sido un incendio provocado –respondió él.

Ella se cruzó de brazos y lo observó detenidamente, pero su voz sonó tranquila, sin ningún fondo de acusación.

–¿Por qué dice eso?

–Porque los vecinos de esta zona odian el progreso.

–¿Los vecinos se oponían a la construcción del hotel?

Randi llevaba lejos tanto tiempo que no estaba informada sobre ese tipo de cosas. Los rumores de Horizon Beach no llegaban a su domicilio de Pensacola.

–Se podría decir que sí.

–¿Quién se oponía?

Él suspiró.

–Los residentes, el guardia forestal, los ecologistas y hasta ese estúpido del bar –contestó–. No soy la persona más querida por aquí.

Randi preguntó sobre todos los sospechosos posibles y tomó nota de sus respuestas.

–Ah, antes ha mencionado a un tipo de un bar… ¿Puede darme más detalles?

–Se llama Parker. Tiene un chiringuito en la playa.

El corazón de Randi se aceleró al oír el apellido.

Pero se tranquilizó enseguida. Zac Parker era bombero, no dueño de un bar.

–Quise comprarle la propiedad del local para poner una piscina, pero se negó a vender –explicó Oldham.

–Parece que sus obras no son muy populares por aquí. ¿Por qué no se marcha a otra parte? Puede que le fuera mejor –comentó.

Oldham la miró con cara de pocos amigos, pero ella no se dejó avasallar. Había interrogado a tantas personas que quemaban sus propias casas o sus propios negocios para cobrar el seguro que estaba hecha a todo.

–¿Ha visto el resto de la costa de Florida? Hay tantos edificios que ya no se puede construir nada más. Éste es el único lugar decente que queda.

–De momento.

–Pero eso es lo que importa. Randi asintió.

–¿Averiguará lo que ha pasado? –continuó él.

Thor ladró en ese momento. Fue un ladrido seco, el que siempre daba cuando había cumplido una misión.

Oldham y Randi miraron al perro, que estaba en lo que había sido la esquina sudoeste del edificio.

Randi asintió y declaró:

–Acabamos de dar un paso en la dirección correcta.

Zac Parker soltó una maldición cuando el viento cambió de dirección y arrastró el olor a quemado a su establecimiento. En otra época, ese olor había formado parte de su vida. Ahora, en cambio, sólo lo tenía asociado a malos recuerdos.

–Supongo que ha molestado a mucha gente, ¿verdad?

Zac, que estaba sacando una cerveza fría de la nevera del bar, lanzó una mirada a Adam Canfield. Su amigo, que también era cliente habitual, estaba observando los restos del controvertido proyecto de Bud Oldham.

–Sí, es posible –respondió Zac mientras le daba la cerveza–. Pero también es posible que haya sido por un simple cortocircuito.

–Oh, vamos, no lo dices en serio.

Zac se encogió de hombros.

–Francamente, ni lo sé ni me importa. No es mi problema.

Zac no quería admitir que sentía curiosidad por el origen del incendio, ni que se alegraba de que el arrogante Oldham hubiera recibido una lección. No quería alegrarse por un incendio. Al fin y al cabo, se había dedicado a apagarlos durante diez años, primero en Tallahassee y luego en Horizon Beach.

Además, era consciente de que su bar, el Beach Bum, podría haber sufrido el mismo destino si el viento hubiera soplado en dirección opuesta. Estaba junto a la propiedad de Oldham. Y no habría sido la primera vez que un incendio destrozaba su vida.

–Pues ha sido alguien, de eso estoy seguro –declaró Adam–. Quién sabe… puede que Oldham se cansara de la oposición al proyecto y decidiera quemarlo.

Decidido a evitar la conversación sobre Bud Oldham y el incendio del hotel, Zac señaló el muelle que se adentraba en las aguas del Golfo de México.

–¿Crees que pescarán mucho?

Adam se giró hacia los pescadores que llenaban el muelle.

–Sí, fundamentalmente pámpanos y lubinas.

A pesar de la respuesta, Adam miró a Zac con intensidad, como si supiera que sólo lo había preguntado para cambiar de conversación.

Zac pensó que Adam, su mejor amigo, era un hombre extraordinariamente observador. Tras pasar doce años en el Ejército, yendo de guerra en guerra y de desierto en desierto, había decidido dejar las armas y volver a Florida, donde la arena estaba al menos junto al mar. Al día siguiente de establecerse en Horizon Beach, pasó por el Beach Bum y anunció:

–Playas, surf, pesca, cervezas frías y biquinis hasta donde alcanza la vista. Me siento como si estuviera en el paraíso.

Zac rió y le invitó a una cerveza.

Los dos llevaban una vida parecida; se habían cansado de las responsabilidades y buscaban una existencia relajada. Para Zac, el Beach Bum era la excusa perfecta para oír las olas todo el día. Para Adam, la concesión del muelle era la excusa perfecta para ver biquinis todo el día y pescar cuando le daba la gana.

–¿Qué le pasa a esa mujer? –preguntó Adam de repente.

Zac miró hacia la playa. Una mujer rubia, con el pelo recogido en una coleta, caminaba hacia el chiringuito. Llevaba un perro de color negro, muy grande.

–¿Por qué lo dices? ¿Por qué no lleva biquini? ¿O porque su perro es tan grande como un caballo? –dijo Zac.

–¿Tiene un perro? Ni me había fijado.

Zac rió.

–Adam, eres incorregible…

Cuando la mujer llegó a la entrada del establecimiento, miró al perro y ordenó:

–Thor, quédate aquí.

–Thor… –repitió Adam–. Sí, es un nombre de lo más apropiado.

Zac ya estaba a punto de hacer una broma a costa de Adam, que evidentemente estaba decidido a coquetear con la mujer, cuando cayó en la cuenta de que su voz le resultaba familiar. Justo entonces, ella se quitó las gafas de sol y lo miró.

Era Randi Cooke.

Randi pasó por delante de Adam sin hacerle el menor caso y avanzó hacia Zac, que admiró sus preciosos y enormes ojos azules.

–Hola, Zac –dijo ella sin emoción alguna.

–Hola, Randi –replicó él del mismo modo.

–¿Os conocéis? –intervino Adam.

–Sí, nos conocemos –contestó Zac.

A pesar de su tranquilidad aparente, Zac habría dado cualquier cosa por saber que Randi tenía intención de visitarlo.

–Pues yo no te conozco… –insistió Adam.

–Soy Randi Cooke, del departamento de bomberos del Estado de Florida.

Randi lo dijo con un tono tan profesional y distante que Adam no pudo aprovechar su presentación para invitarla a una copa. Pero al menos sirvió para que Zac supiera que no estaba allí de visita, sino para investigar un incendio.

Lo último que necesitaba era una Cooke por los alrededores. Sobre todo cuando esa Cooke se había marchado de Horizon Beach por su culpa.

–Antes de que me lo preguntes, yo no estaba aquí cuando empezó el incendio –dijo Zac.

Randi arqueó una ceja.

–¿Cómo sabes que te lo iba a preguntar?

–Bueno, no hay que ser un genio para saber que no has venido a tomarte un martini seco –contestó–. Cierro el bar a la una de la madrugada, y el incendio empezó más tarde.

–No mucho más tarde. Los bomberos recibieron el aviso a la una y diecisiete minutos exactamente.

Zac se puso tenso y miró a los clientes del bar. Por suerte, estaban lejos de la barra y no la habían oído.

–¿Me estás acusando de algo, Randi?

Ella lo miró con sorpresa durante unos segundos.

–No recuerdo haberte acusado de nada –dijo con frialdad.

–Todavía no, pero me acusarás. Es una costumbre de tu familia.

–¿Cómo?

–Bueno, será mejor que me vaya –dijo Adam. Adam alcanzó su cerveza y se alejó de ellos.

Zac no prestó atención a su amigo. Estaba completamente concentrado en Randi. La maldijo para sus adentros por mostrarse tan fría, como si no se conocieran. Y se maldijo a sí mismo por permitir que la actitud de Randi le molestara.

Pero eso no le incomodó tanto como el hecho de que, a pesar de su frialdad, la encontraba más bella que nunca.

Su cabello parecía más rubio y sedoso; su mirada, más inteligente y su cuerpo, aún más perfecto. Era una mujer imponente en todos los sentidos.

Rompió el contacto visual y dijo:

–Oldham intentó comprarme la propiedad y yo rechacé su oferta. Tuvimos un pequeño enfrentamiento, pero no pasó nada.

–¿Sólo un pequeño enfrentamiento?

Zac volvió a lamentar que se comportara como si fueran un par de desconocidos, como si no hubieran sido compañeros de trabajo y como si no hubieran sido algo más que eso. Al parecer, Randi nunca dejaría de ser una Cooke.

Se dirigió a la parte más alejada de la barra para asegurarse de que los clientes no les pudieran oír y contestó:

–Sinceramente, me quedé con ganas de lanzar a ese idiota al Golfo de México, pero no fue tan grave como para quemarle el hotel. Será mejor que te marches y que busques a tu sospechoso en otro sitio.

–Eres demasiado beligerante para ser inocente, ¿no te parece?

Zac asintió.

–Cualquiera es beligerante cuando le acusan de un delito que no ha cometido.

Ella lo miró a los ojos y Zac creyó ver un destello de la antigua Randi. Sólo fue un momento, pero bastó para que extrañara lo que habían compartido en el pasado.

–No te estoy acusando, Zac. Me limito a hacer preguntas. Busco la verdad.

A Zac se le hizo un nudo en la garganta. La última vez que alguien le preguntó por un incendio y él dijo la verdad, lo premiaron con unas esposas y un viaje a la cárcel.

Pero ya estaba harto. No volvería a permitir que lo acusaran de forma injusta.

CAPÍTULO 2

ZAC resopló y se dio la vuelta para guardar unas botellas de vino.

–Tengo la impresión de que ya no te caigo bien –comentó Randi.

–Estoy ocupado. Tengo un negocio que dirigir.

–Sí, ya me he dado cuenta. No sabía que hubieras abierto un bar.

Randi se apoyó en la barra y admiró su perfil, su cabello corto y oscuro, su mandíbula fuerte y sus brazos morenos mientras se preguntaba por qué se habían cruzado sus caminos y por qué se había acelerado su corazón al verlo.

Una rubia de biquini rosa entró en el local y pidió dos cervezas. Randi esperó mientras Zac sacaba las cervezas de la nevera, se las daba y le cobraba. La rubia era verdaderamente atractiva, pero él ni siquiera la miró. Y ella se maldijo por alegrarse.

Había pasado mucho tiempo. Era absurdo que aún se sintiera atraída por él.

–¿Sigues aquí? –preguntó Zac.

–¿Por qué no dejamos nuestras diferencias, Zac? Es agua pasada.

Zac asintió, aunque no parecía muy contento. Sacó un refresco, lo abrió y lo puso delante de Randi.

–Como quieras. Pero yo tengo buenos recuerdos del pasado.

Randi disimuló su sorpresa. Ni siquiera esperaba que Zac se acordara de ella. Pero no estaba allí para hablar de esas cosas, sino por motivos de trabajo.

–Sabes que tengo que investigarlo todo, Zac.

–Lo sé. Y por mí, puedes investigar hasta mi partida de nacimiento. Pero te ruego que no llegues a conclusiones precipitadas. No me gusta que me acusen sin motivo.

Las palabras de Zac hirieron a Randi. Ya no sacaba conclusiones precipitadas. Había aprendido amargamente la lección.

–Me alegra observar que has madurado desde la última vez –dijo ella con amargura, sin poder contenerse.

Zac no pudo responder. Cuatro turistas rojos como tomates entraron en el local y se sentaron al otro extremo de la barra, de modo que tuvo que alejarse para atenderlos.

Randi decidió que ya se verían en otro momento. Ahora sabía dónde encontrarlo.

Miró la licencia de establecimiento hostelero, que estaba colgada de la pared, y se preguntó por qué habría dejado el cuerpo de bomberos y por qué había abierto un bar. Pero fueran cuales fueran sus motivos, estaba segura de que Oldham se había equivocado con él. Zac no era un pirómano.

Su voz profunda le llamó la atención. Siempre había sido un hombre sexy, y ahora lo era todavía más.

Zac miró a Randi mientras ella se alejaba hacia la zona del incendio. Casi habían pasado tres años, pero le gustaba tanto como antes.