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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Carole Mortimer

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Un desafío para dos, n.º 2378 - abril 2015

Título original: A Prize Beyond Jewels

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6275-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Iglesia de Saint Mary, Londres

 

–No es demasiado tarde, Gabe –dijo Rafe en voz baja. La iglesia estaba abarrotada por los invitados de su hermano, que charlaban entre susurros mientras esperaban a que la novia llegara–. Lo he comprobado antes. Hay una puerta por donde te puedes escapar…

–Calla, Rafe –dijeron al unísono sus hermanos, sentados a su lado. Gabriel, con los nervios típicos del novio, y Michael, con su habitual laconismo.

–Silencio, Rafe –añadió su padre con una discreta advertencia desde el banco trasero.

Rafe sonrió sin el más mínimo gesto de arrepentimiento.

–El jet está listo en el aeropuerto, Gabe, y en lugar de marcharte al Caribe de luna de miel, podrías fugarte.

–¿Puedes parar? –Gabriel se giró para mirarlo, estaba pálido y tenso mientras esperaba a que comenzara la música del órgano que anunciaría la llegada de su novia a la iglesia. Bryn ya llegaba cinco minutos tarde, y cada minuto le había parecido una hora y había intensificado las arrugas de tensión en su rostro.

–¡Si no fuera por mí, Michael y tú no habríais vivido ninguna aventura!

–Casarme con Bryn va a ser la mayor aventura de mi vida –le aseguró Gabriel con certeza.

Rafe era consciente de los muchos años que su hermano llevaba enamorado de Bryn, un amor que Gabriel había creído condenado a no ser correspondido hasta hacía un escaso mes.

–Es preciosa, eso tengo que admitirlo.

–Rafe, ¿puedes dejar de incomodarlo? –dijo secamente Michael, el mayor de los tres, mientras Gabriel abría y cerraba los puños–. ¡Lo último que necesitamos para amenizar la velada es una pelea entre el novio y uno de los padrinos!

–Solo estaba… –Rafe se detuvo cuando su móvil sonó con fuerza en el relativo silencio de la iglesia.

–¡Te dije que apagaras esa condenada cosa antes de entrar en la iglesia! –le dijo furioso Gabriel, aunque claramente aliviado por tener algo concreto con lo que canalizar su tensión.

–Creía que lo había apagado –dijo Rafe sacándose el móvil del bolsillo para silenciarlo–. Pero en serio, Gabe, aún estás a tiempo de escaparte por detrás sin que nadie se dé cuenta.

–¡Raphael Charles D’Angelo!

Rafe se estremeció sin comprender cómo era posible que su madre, con lo diminuta que era, aún lograra callarlos a todos, tan altos y pasando ya de los treinta, únicamente pronunciando su nombre completo con ese tono de voz especialmente reprobatorio. Al menos tuvo la suerte de ahorrarse tener que mirarla porque justo en ese momento el órgano comenzó a tocar la marcha nupcial que anunciaba la llegada de Bryn.

Rafe notó la vibración de su móvil contra su pecho anunciando otra llamada entrante que decidió ignorar para ver a Bryn recorrer el pasillo hasta el altar del brazo de su padrastro.

–¡Oh, vaya, Gabe, Bryn está absolutamente impresionante! –dijo con sinceridad.

Bryn era como una visión en satén y encaje blanco; el brillo de su sonrisa al mirar a Gabriel podría haber servido para iluminar la iglesia entera.

–Por supuesto –murmuró Gabriel con petulancia y una expresión de adoración al mirar a la mujer a la que amaba más que a su vida.

 

 

–¿Quién podría tener el mal gusto de llamarte por teléfono durante la boda de tu propio hermano? –le preguntó Michael a Rafe con tono de desaprobación ya fuera de la iglesia, bajo el sol de verano, mientras observaba cómo fotografiaban a los novios. Tanto Gabriel como Bryn estaban exultantes de felicidad.

Rafe se estremeció al levantar la mirada después de consultar el buzón de voz.

–Solo un amigo advirtiéndome de que Monique se ha puesto en pie de guerra al enterarse de que no voy a volver a París después de la boda.

Los tres hermanos se turnaban la gestión de las Arcángel, las tres galerías de arte y subastas que poseían y que eran conocidas en el mundo entero. El lunes Michael sustituiría a Rafe en la galería de París, Gabe se quedaría en Londres al regreso de su luna de miel, y Rafe se marchaba a Nueva York al día siguiente para ocuparse de la galería que tenían allí.

–¿Y no podrías habérselo dicho antes de marcharte? –le gritó Michael irritado.

Rafe se encogió de hombros.

–Creía que lo había hecho.

–Pues está claro que ella no recibió el mensaje –le contestó Michael antes de girarse para mirar a Gabriel y a Bryn–. ¿Te puedes creer que nuestro hermano pequeño ahora sea un hombre casado?

Rafe esbozó una sonrisa cariñosa al mirar a la feliz pareja.

–¡Y está claro que está encantado!

Sin embargo, no es que Gabriel fuera tan «pequeño» en realidad; solo tenía dos años menos que Michael, de treinta y cinco, y uno menos que Rafe, de treinta y cuatro.

Además de llevarse pocos años, los tres hermanos se parecían mucho: todos eran altos y de facciones duras, aunque muy guapos, con el pelo color ébano, los ojos marrones y la piel aceitunada, todo ello cortesía de su abuelo italiano.

Michael era el hermano distante y austero, el que prefería llevar el pelo corto, y que tenía unos ojos de un marrón tan intenso que parecían negros y resultaban tan misteriosos como el hombre que se ocultaba tras ellos.

Gabriel era discreto, pero tremendamente decidido, con el pelo ondulado a la altura de las orejas y la nuca y los ojos de un marrón chocolate.

Por su parte, Rafe llevaba el pelo por los hombros y tenía los ojos tan claros que resplandecían con un brillo dorado. Además, los que no lo conocían bien, lo consideraban el menos serio de los tres hermanos D’Angelo. Los que sí lo conocían, eran completamente conscientes de que bajo esa fachada bromista y provocadora, Rafe era tan formal como sus hermanos.

Michael enarcó las cejas con gesto burlón.

–¿He de suponer que Monique no era la mujer de tu vida, como tampoco lo ha sido ninguna de esa legión de mujeres con las que has tenido relación durante los últimos quince años?

Rafe le lanzó a su hermano una mirada de desdén.

–No estoy buscando a la mujer de mi vida, ¡muchas gracias!

Michael sonrió ligeramente.

–¡Pues puede que uno de estos días ella te encuentre a ti!

–¡Ja! Puedo aceptar que Gabe está extasiado de felicidad con Bryn, pero no me creo eso de «el amor de tu vida» cuando se trata de mí, igual que tú tampoco lo crees.

–No –le confirmó su hermano rotundamente–. Cuando llegue a París, no me veré invadido por llamadas y visitas de esa tal Monique suplicándome que le diga dónde estás y cómo puede ponerse en contacto contigo, ¿verdad?

–Espero que no –respondió Rafe con un suspiro–. Nos divertimos unas semanas, pero todo ha terminado.

Michael sacudió la cabeza con gesto de irritación.

–Pues ella no parece haberse dado cuenta –lo miró con dureza–. Tal vez podrías volcar tus encantos en algo más útil cuando llegues a Nueva York. La hija de Dmitri Palitov irá a la galería el martes –le explicó ante la mirada inquisitiva de su hermano–. Supervisará personalmente la instalación de las vitrinas que ha diseñado para la exposición de joyas de su padre y se quedará mientras dure la exposición junto con el equipo de seguridad de Palitov.

Rafe abrió los ojos de par en par con incredulidad.

–¿Qué estás diciendo?

–Palitov quiere su propia seguridad y es comprensible –dijo su hermano encogiéndose de hombros–. Que su hija diseñara las vitrinas y que estuviera presente en la galería antes y durante la exposición fueron las otras condiciones para que accediera a exponer.

Rafe sabía tan bien como Michael que para la galería Arcángel había sido un golpe maestro que el ermitaño multimillonario ruso hubiese accedido a que su exclusiva colección privada se expusiera.

–Confío en que durante las próximas semanas tengas contenta a su hija.

–¿Y qué significa eso exactamente? Palitov ronda los ochenta, ¿cuántos años tiene su hija?

–¿Acaso importa cuántos años tenga? No te estoy pidiendo que te acuestes con ella, solo que vuelques en ella parte de ese encanto letal propio de Raphael D’Angelo –le dijo su hermano con tono burlón antes de darle una palmadita en la espalda e ir a reunirse con sus padres.

Rafe resopló, nada contento de tener que desplegar sus encantos con la hija de mediana edad de un ermitaño multimillonario ruso.

Capítulo 1

 

Tres días después. Galería Arcángel, Nueva York

 

–¿Le importaría apartarse? Me temo que está en medio.

Rafe estaba apoyado en la puerta de la sala de la galería donde llevaba unos minutos observando cómo se desarrollaba la instalación de las vitrinas de cristal y bronce que se habían llevado para la exposición. Se giró para mirar al joven que acababa de hablarle con tanta brusquedad.

Parecía un adolescente y debía de medir cerca de un metro ochenta; vestía los mismos vaqueros desteñidos y la misma sudadera negra ancha que el resto de los trabajadores y llevaba una gorra de béisbol que le cubría parte de la cara.

Una cara que era demasiado bonita para pertenecer a un chico, pensó: cejas negras y arqueadas sobre unos ojos verde musgo y rodeados por unas largas y espesas pestañas oscuras, una nariz respingona cubierta por pecas, pómulos altos, labios carnosos y una barbilla fina.

Sí, era demasiado guapo, aunque no parecía estar teniendo ningún problema a la hora de instalar las vitrinas.

Rafe había llegado a la galería a las ocho y media, como de costumbre, y su secretaria lo había informado de que el equipo de Palitov llevaba allí desde las ocho en punto.

–Solo estaba buscando…

–¿Le importaría apartarse ya? –repitió el chico con voz fuerte–. Necesitamos meter el resto de las vitrinas –y como para recalcar el hecho, dos de los trabajadores más fornidos se situaron al lado y detrás del joven.

Rafe frunció el ceño irritado ante tanto músculo; ¿dónde demonios estaba la hija de Dmitri Palitov?

Esos ojos verdes se abrieron de par en par al ver que Rafe no hacía intención de apartarse de la puerta.

–No creo que su jefe apruebe esta falta de colaboración.

–Pues resulta que yo estoy aquí precisamente porque estoy buscando a su jefe –respondió Rafe con frustración.

–¿Y usted es?

–Soy yo –confirmó Rafe con una dura sonrisa–. Tenía entendido que la señorita Palitov estaría aquí esta mañana para supervisar la instalación de las vitrinas –dijo enarcando las cejas y con gesto burlón.

–¿Y usted es?

–Raphael D’Angelo –respondió con satisfacción.

–Me lo estaba imaginando –el joven se puso derecho–. Buenos días, señor D’Angelo. Soy Nina Palitov.

Nina tuvo la satisfacción de ver a Raphael D’Angelo, uno de los tres hermanos dueños de las prestigiosas galerías Arcángel, perder por un instante parte de su arrogancia innata a la vez que esos ojos dorados se abrían de par en par con incredulidad y esos esculpidos labios se separaban con gesto de sorpresa. Todo ello le dio la oportunidad de observar por unos instantes al hombre que tenía delante. Debía de tener treinta y tantos, el pelo le caía justo por los hombros y tenía el rostro de un ángel caído, además de una depredadora mirada dorada, afilados pómulos sobre esa piel aceitunada de herencia italiana, una nariz larga y elegante, unos labios sensuales que parecían haber sido tallados por un escultor, y una barbilla cuadrada que en ese momento tenía ladeada con gesto arrogante y desafiante.

El traje sastre gris oscuro perfectamente confeccionado y la nívea camisa blanca no lograban ocultar la perfección musculada de su alto cuerpo. ¡Más bien parecía que lo hubieran diseñado para resaltar esa masculinidad! La camisa blanca era de la seda más fina, como la corbata color plata pálida anudada meticulosamente, y sus zapatos negros eran, claramente, de piel italiana.

Nina volvió a mirar ese rostro arrogante… e increíblemente hermoso.

–¿Deduzco, por su expresión, que no soy lo que se esperaba, señor D’Angelo? –murmuró.

¿Que no era lo que se esperaba? ¡Eso era quedarse muy corto! Estaba siendo un poco difícil de aceptar que ese chico fuera, en realidad, una joven preciosa, y además hija de Dmitri Palitov. Palitov tenía casi ochenta años y la mujer que ahora decía ser su hija tendría veintipocos. ¿O tal vez era la nieta y estaba allí sustituyendo a su madre por alguna razón?

Rafe se obligó a relajarse.

–No qué, sino quién –se excusó estrechando la mano que ella había extendido. Una mano cálida y artísticamente esbelta con unos dedos largos y delicadamente afilados.

Ella lo miró con gesto socarrón.

–¿Y, exactamente, a quién se esperaba, señor D’Angelo?

–A su madre, probablemente –le dijo Rafe secamente–. ¿O a su tía?

Ella sonrió.

–Mi madre está muerta, y no tengo tías. Ni tíos tampoco –añadió –, ni más familia que mi padre –terminó con voz suave.

Rafe se quedó atónito, intentando procesar la información que esa mujer acababa de darle. Ni madre, ni tíos, solo su padre. Lo cual significaba…

–Soy la señorita Palitov de la que le hablaron, señor D’Angelo –confirmó–. Creo que soy lo que algunos podrían describir como una niña nacida en el otoño de la vida de mi padre.

No se había podido imaginar que la hija de Dmitri Palitov fuera a ser tan joven. ¿Lo habría sabido Michael? Probablemente no, ¡porque de lo contrario su hermano jamás habría sugerido que la encandilara con sus encantos!

Ahora entendía la presencia de esos dos hombres musculosos detrás de ella. No había duda de que papá Palitov protegía muy bien a su joven y hermosa hija.

Como si la presencia de esos guardaespaldas, y la información de que esa joven era la hija de Dmitri Palitov, no hubieran resultado lo suficientemente desconcertantes, ella se quitó la gorra liberando una cascada de rizos rojizos que enmarcaron la belleza de su rostro y cayeron sobre sus esbeltos hombros antes de flotar descontroladamente hasta la cintura.

Y dándole a Rafe la total certeza de que era una mujer.

En cuestión de mujeres su preferencia siempre habían sido las rubias, pero al ver esos ojos color musgo y esos carnosos labios que estaban esbozando una burlona sonrisa a su costa, supo que en ese momento no podría haber nada que fuera a disfrutar más que tomar a esa mujer en sus brazos y borrar la sonrisa de esos dulces labios con un beso.

Un gesto que, sin duda, haría que los dos centinelas actuaran a la velocidad de la luz.

Nina miró a Raphael D’Angelo y supo que acababa de darse cuenta de que Andy y Rich no estaban allí simplemente para instalar las vitrinas. Llevaba casi toda su vida rodeada por los mismos guardaespaldas y se había acostumbrado tanto a tener al menos a dos de ellos vigilándola día y noche, que ya apenas se percataba de su presencia. Ahora trataba a los ocho hombres que conformaban su equipo de seguridad más como amigos que como gente empleada por su padre para salvaguardar su seguridad.

Lo cual reflejaba eso en lo que su vida se había convertido. Su padre era un hombre poderoso y rico, y con el dinero y el poder venían los enemigos. A pesar de saberlo y asumirlo, a menudo había fantaseado con lo agradable que sería poder hacer como el resto de gente de su edad, salir a comprar el periódico o leche por las mañanas, o ir a comprar cena a un restaurante de comida rápida, o compartir una noche divertida con amigas sin que sus guardaespaldas tuvieran que registrar primero el local. O tal vez tener una cita con algún hombre indecentemente guapo con el rostro de un ángel caído. Un momento… ¿Exactamente de dónde había salido ese pensamiento tan ridículo?

Tantos años bajo la protección de su padre hacían que, normalmente, se mostrara extremadamente tímida cuando tenía que hablar con algún hombre. ¡Nunca había tenido fantasías eróticas con uno al momento de conocerlo!

Miró a Raphael D’Angelo, un hombre extremadamente guapo y arrogante.

–Hoy tengo mucho que hacer aquí, señor D’Angelo –le dijo ocultando su timidez detrás de su enérgico tono–. Así que si no tiene nada más que decirme…

Rafe sabía cuándo no lo querían delante, ¡y también sabía cuándo no le gustaba eso!

Estaba al mando de la galería de Nueva York en ese momento, y era hora de que a esa tal señorita Nina Palitov y a esos matones les quedara bien claro.

–Primero hay una serie de cosas que me gustaría hablar con usted, si no le importa acompañarme a mi despacho en la tercera planta.

El aleteo de esas largas y oscuras pestañas fue la única señal de que la había sorprendido con su petición. No había duda de que el dinero y el poder de papaíto aseguraban que la señorita Nina Palitov no tuviera que acceder a las peticiones de nadie.

Sacudió la cabeza haciendo que esa larga cascada de cabello rojizo resplandeciera como una llamarada bajo el sol que se colaba por los ventanales que tenía detrás.

–Está claro que ahora mismo no tengo tiempo. ¿Qué tal un poco más tarde?

Rafe apretó los labios.

–Hoy tengo otras citas que atender –aunque ninguna que Michael le impidiera cancelar para así poder quedar con la hija de Dmitri Palitov cuando a ella le resultara conveniente.

Pero Michael no estaba ahí ahora mismo, Rafe sí y… «¡Maldita sea, Rafe, la razón por la que estás tan irritado es porque Nina Palitov es una belleza!». Y bajo otras circunstancias, en un lugar distinto, los dos desnudos y juntos en una cama con sábanas de seda, incluso disfrutaría con el desafío que ella suponía. Pero no estaban en ninguna cama, esa lujuriosa boca no era para él, y cuando se trataba de Arcángel, él era el único al mando.

–En ese caso, me temo que la discusión tendrá que esperar a mañana.

Rafe dio un paso hacia ella y, al instante, los guardaespaldas hicieron lo mismo, acercándose sin quitarle los ojos de encima a Rafe.

–Controle a sus perros guardianes –advirtió con dureza.

Ella se lo quedó mirando varios segundos antes de girar la cabeza lentamente hacia los dos hombres.

–Estoy segura de que el señor D’Angelo no supone ningún peligro para mí –les aseguró con ironía antes de volver a girarse hacia Rafe con gesto desafiante.

Rafe esbozó una voraz sonrisa y la miró de arriba abajo lentamente.

–Bueno, yo no estaría tan seguro de decir que no supongo ninguna amenaza para usted, señorita Palitov –dijo con tono suave y deliberadamente provocativo.

Esos preciosos ojos color musgo se abrieron notablemente y un delicado rubor se alojó en sus mejillas haciendo resaltar las pecas que le cubrían la nariz. Nerviosa, sacó la lengua para humedecerse los labios; unos carnosos labios que no necesitaban brillo labial para intensificar su volumen o su delicado color melocotón.