David E. Kronzonas

Emmanuel Levinas:
Entre la filosofía y el judaísmo

EMMANUEL LEVINAS: ENTRE LA FILOSOFÍA Y EL JUDAÍSMO

Emmanuel Levinas encarna una tensión entre Atenas y Jerusalén. Filósofo de la experiencia de la otredad –como fenomenología de la experiencia que desborda al pensamiento– y de la temporalidad –por fuera de la historia–, apela a la trascendencia de la subjetividad en clave ética, alega contra lo inhumano y encarna la intención de fundar una subjetividad más allá de la esencia inaugurando una relación sin violencia.

Rechaza la filosofía occidental como un todo; la filosofía identificada con la ontología es objeto de sospecha. Levinas se propone salir del ser. El individualismo de las sociedades occidentales se tradujo en términos de odio hacia el otro hombre, desprecio hacia su diferencia, falta de compromiso ante su llanto. Resultará fiel al lenguaje conceptual pero al mismo tiempo adhiere a la tradición judía que tiende a subvertir la racionalidad filosófica.

Frente a la barbarie, el nihilismo y las formas sutiles o brutales de desesperación, se hace necesario reavivar la memoria de otra fuente, distinta de la racionalidad griega. Fraternidad, igualdad, justicia, paz, responsabilidad cara a un rostro que me mira como absolutamente extranjero. La responsabilidad es lo que ofrece el sentido.

David Ernesto Kronzonas es abogado por la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, posee una maestría en Ciencias Sociales en el Área de Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y es doctor en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires en el Área de Filosofía. Se desempeña como asesor en la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Agradecimientos

 

Quisiera agradecer a Carlos González Gartland la paciencia en la corrección, las sugerencias en el uso de lengua y el estímulo tras haber leído los originales. A Manuel Alberto Fontenla, quien comentó conmigo el libro desde el principio hasta el final en su inicio filosófico. A los dos, mi amistad y reconocimiento. Ambos dieron pruebas de ser “editores” pacientes y firmes puntos de apoyo en una tarea que no siempre es lineal ni tampoco sencilla. A Pablo Antonio Anzaldi, teórico de la política y de la guerra.

Finalmente, mi reconocimiento a un fantasma presente, a un amigo ausente que recorre el texto, a Luis Alberto Warat.

Unas palabras a modo de prólogo
Carlos A. González Gartland

 

 

Prologar un trabajo de cuidadosa indagación como el que nos ofrece David Ernesto Kronzonas es, en sí mismo, difícil. Hacerlo sin ser un especialista en filosofía suma una dificultad. No obstante, me aventuraré a dejar algunas palabras sin otra pretensión que la de dar fe de la extraordinaria aplicación que ha demostrado el autor para brindarnos una mirada que diera cuenta de la significación de los aportes de Emmanuel Levinas producidos en el contexto de la deshumanización de la guerra, la persecución y la nunca simple evasión del sentimiento de venganza que razonablemente pudo alimentar la profundización del desprecio generalizado a la dignidad humana que caracterizó principalmente a Europa (también al Lejano Oriente) desde los 30 en adelante.

Este libro da cumplida cuenta de la fundamental significación de la otredad, reflejarse en el espejo de otro ser humano para reconocerse y reflexionar sobre cómo coexistir, convivir. Quererse (o amarse) más que tolerarse o por lo menos poder explicarse. Después de la catástrofe ha tenido que ser muy dificultoso sustentar estos principios y, casi seguramente, lo ha sido mayúsculamente para un filósofo nacido en una pequeña república –Lituania–, siempre aquejada de cambiantes pertenencias políticas y culturales, quien para peor de males pertenecía a una minoría judía por siglos perseguida y que durante la ocupación nazi quedó virtualmente aniquilada. Habiendo leído con especial sentido de neutralidad filosófica el trabajo que tengo el orgullo de presentar, pienso que Levinas logró su objetivo, ya que superó mi natural desconfianza cuando afronto reivindicaciones de cercana o lejana base religiosa, cualquiera sea su origen.

Este trabajo ayuda a internarse en cierta sacralidad no ritual ni propiamente religiosa y coopera a recordarnos que todos los seres humanos somos esencialmente iguales y diferentes, pero nos debemos a los demás. Hasta la más grande secta apóstata del judaísmo –el cristianismo– tendrá que reconocerlo.

 

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, julio de 2014

A modo de presentación

 

 

La obra de Emmanuel Levinas transita por la experiencia de la otredad y la temporalidad, la trascendencia de la intersubjetividad en clave ética, su alegato contra “lo inhumano”, la experiencia del prójimo y la idea de rostro: la presencia del Otro hombre en el seno de una subjetividad otra; la intención de fundar una subjetividad más allá de la esencia; la asunción e incompatibilidad de las tradiciones que conviven en nuestra cultura. Levinas –entre Atenas y Jerusalén– realiza una doble opción: por el mundo de la intersubjetividad y por la dialogía bíblica. La primera –como fuente original del sentido–: donde las categorías de identidad, libertad, poder, inocencia se sustituyen por las de diferencia, obediencia, impotencia, culpa–. Levinas propondrá abandonar el Mismo (ego, mónada, conciencia) y sustituirlo por el Otro, donde la subjetividad no desaparece sino sólo su fundamentación ontológica para reivindicar una subjetividad ética. La segunda, donde la Biblia es el libro de la interlocución, de la intersubjetividad junto con la tradición talmúdica. La referencia a una subjetividad trascendente no requiere una única visión de la realidad, ni la homogeneidad de pensamiento.

Podríamos decir que Levinas recurre a un triple gesto: por un lado, el rechazo de la filosofía occidental como un todo; la filosofía identificada con la ontología es objeto de condena. La especulación occidental antepone lo cósico/mundano (supremacía de los conceptos de “ser” y “mundo”) a la relación ética –considerada como algo derivado, un epifenómeno–. La hegemonía del par sujeto/objeto, hombre/ser como fuente de todo sentido, relega o neutraliza la inteligibilidad ínsita en el encuentro interhumano. Levinas interpone como experiencia fundamental a la intersubjetividad en ruptura con el esquema sujeto/objeto, provocando un distanciamiento con una concepción del ser cuya evidencia mayor es la guerra. La ontología belicista supone que sólo es posible la pluralidad de sujetos como conflicto entre libertades. La guerra deviene, entonces, situación impersonal que disuelve las autoconciencias haciendo de los individuos meros transmisores de potencias anónimas, confrontación con la pluralidad de egoísmos (Hobbes) o con la totalidad que sacrifica el singular en el todo (Hegel). La ontología vive de la complicidad entre el ser y la violencia. Sólo es posible sustraerse a la ontología de la guerra –señala Levinas– mediante la escatología mesiánica que opone el ideal de la paz a un ser cruel. Por otro lado, Emmanuel Levinas marca la distinción entre el lenguaje griego –que debe ser preservado por su afinidad con la actitud monoteísta– y el contenido epistémico que transmite. En su reflexión sobre la condición judía, Levinas concede relevancia a la antítesis sagrado/santo. Este criticismo hebreo insinúa una vía de acercamiento a la filosofía, esta constatación propicia un diálogo entre ambas tradiciones. Se trata de la distinción entre el lenguaje griego de la filosofía y la sabiduría que transmite, del significante griego y el significado judío.

Finalmente, Levinas enfrentándose a la tradición filosófica hegemónica transita un territorio particular; podríamos afirmar que todo su edificio filosófico remite a ello: Mismo/Otro, inmanencia/trascendencia, ontología/ética, bien, libertad/responsabilidad. La tradición filosófica se mantiene fiel al prestigio de la unidad desechando la pluralidad. El logos filosófico sostiene: “hay ser” y señala como ilusoria toda trascendencia. Levinas se propone salir del ser por una nueva vía: abandonar el territorio ontológico con el anhelo de acceder a la trascendencia: del rostro como absoluto. Abrazará una inspiración pluralista, antitética a la tradición del prestigio del Ser-Uno (sujeto o sistema) que proclama irreductible la dualidad Mismo/Otro. Para Emmanuel Levinas el ser se produce como múltiple y como escindido en Mismo y Otro. Axioma que evita tanto la deriva idealista como la realista. Ello sólo será posible lograrlo en la intersubjetividad ética donde el yo, sin perder su condición de sujeto, se convierte en servidor del Otro. “Más allá del ser” se trata de una operación estrictamente filosófica y no de una experiencia mística.

La pregunta central de Levinas es la dificultad de hacerse cargo del Otro, de enfrentarse al abismo que nos separa del “No matarás”. Levinas propone hacer frente a la “barbarie” de la cual es testigo. Para ello opondrá a la perseverancia en el ser el deseo del Otro, deseo metafísico. El Otro es metafísica, metafísica como deseo que se opone a la necesidad, de quien no carece de nada (Platón), de permanecer como tal, como bondad, de ser para el Otro. Éste se impone como exigencia que domina la libertad, como resistencia frente a mi poder. Su presencia se inscribe en la imposibilidad ética de matarlo, excedencia absoluta, ética, más allá del ser, una trascendencia, un Eros. La Otredad del otro hombre no puede ser tematizada, para invocarlo el lenguaje habla “al” Otro y no “del” Otro. Exterioridad metafísica, identificada con la bondad. Esa trascendencia implica introducir un vínculo jerárquico donde el prójimo se revela en su señorío: exterioridad y altura. El rostro expresa menesterosidad: miseria, abandono, frío e indigencia.

El desarrollo levinasiano tendrá por eje la subjetividad, cuyas características son la imprevisibilidad, la irreductibilidad en el carácter único que estalla y se impone en sus múltiples formas. El sujeto es la experiencia del Otro como totalmente Otro. Levinas propondrá la fuga del ser, su evasión, su salida absoluta frente a un pensamiento occidental anclado en un monismo ontológico y que por principio, no tiene afuera. Resultará ser partidario de una responsabilidad en donde se dibuja la estructura metaontológica y metalógica entendida como “otro” orden. Piensa en una exterioridad que no es objetiva, ni espacial, no es recuperable dentro de la inmanencia, ni en el orden de la conciencia sino obsesiva, no tematizable, simplemente anárquica.