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ECONOMÍA PARA TODOS

PHILIP MCSHANE

 

ECONOMÍA PARA TODOS

EL CAPITAL JUSTO

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Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Philip McShane

© De la traducción, presentación y notas,

Francisco Sierra Gutiérrez y
Jaime Barrera Parra

Título original: Economics for Everyone:
Das jus Kapital. Axial Publishing, 2017.

Primera edición en español: abril de 2018

Bogotá, D. C.

ISBN: 978-958-781-226-8

Hecho en Colombia

Made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7.a, n.º 37-25, oficina 1301

Edificio Lutaima

Teléfono: 320 8320 ext. 4752

www.javeriana.edu.co/editorial

Bogotá, D. C.

 

Corrección de estilo

Bibiana Castro

Diagramación

Marcela Godoy

Diseño de cubierta

Marcela Godoy

Desarrollo ePub

Lápiz Blanco S.A.S.

 

Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

McShane, Philip, 1932-, autor

Economía para todos: el capital justo / Philip McShane; De la traducción, presentación y notas, Francisco Sierra Gutiérrez y Jaime Barrera Parra. -- Primera edición. -- Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2018. 

208 páginas : ilustraciones; 14 x 24.5 cm

Incluye referencias bibliográficas.

Título original: Economics for everyone. Das jus Kapital

ISBN: 978-958-781-226-8

1. Economía. 2. Capitalismo. 3. Democratización de la economía. 4. Calidad de vida. 5. Justicia distributiva. 6. Lonergan, Bernard Joseph Francis, S. J., 1904-1984 – Pensamiento económico. 7. Marx, Karl, 1818-1883 - Pensamiento económico I. Sierra Gutiérrez, Francisco, traductor. II. Barrera Parra, Jaime, traductor. III. Pontificia Universidad Javeriana.

CDD 330 edición 21

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

inp. 23/03/2018

Economía para todos: el capital justo / Philip McShane; De la traducción, presentación y notas,

A mi esposa, Sally

Un solo ejemplar de un libro que, trasplantado por casualidad, cae en el suelo fértil de una mente receptiva de esa forma particular de sentir basta para albergar allí una planta inexistente que quizá crezca y llegue a ser muy frondosa.

ANDRÉ MAUROIS,
From Proust to Camus

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PRESENTACIÓN

Cuando el sistema necesario para nuestra subsistencia colectiva no existe, entonces es inútil excoriar la situación dada y, al mismo tiempo, ignorar alegremente la tarea de construir un sistema económico técnicamente viable que pueda ser puesto en su lugar.

BERNARD LONERGAN, A Third Collection

Amable lector:

En este libro usted encontrará una pedagógica pero exigente invitación a poner sus manos en una obra inicialmente pensada y emprendida para contrarrestar la llamada crisis del 29 del siglo pasado, retomada por su autor hacia los años setenta, inacabada a su muerte y, aún hoy, sin duda iluminadora para buscar salidas a la turbulenta situación económica local, regional y global de nuestro tiempo. Con todo, paradójicamente, es una empresa que sigue siendo pasada por alto tanto por expertos como por la ciudadanía en general.

Por más de cinco décadas el autor del este texto, el irlandés Philip McShane (1932), como pocos, ha afrontado con valentía el enorme desafío que supone no solo apropiarse de la génesis, sino del perfeccionamiento de esta idea creativa que hace falta: la ha sometido a la crítica, ha efectuado las transformaciones y adaptaciones a la situación actual, ha liderado su afianzamiento ante diversos auditorios en México, Colombia, Estados Unidos, Canadá, Irlanda, India, Korea, Australia, Reino Unido y ha reclamado sin sosiego, en este y otros textos suyos, el cambio integral de mentalidad que esta nueva idea económica demanda a todos los ciudadanos.

¿De qué idea se trata?, se preguntará usted de inmediato; sin embargo, conviene mantener alerta su curiosidad hasta que descubra por sí mismo, mediante pequeños ejercicios, los indicios de una respuesta que aparece hacia el final del recorrido de este texto introductorio y de la mano de su autor. Por lo pronto, la invitación es concreta y directa: que los ciudadanos comprendamos nuestros quehaceres económicos y, al mismo tiempo, nos familiaricemos con la gran obra de su mentor, Bernard J. F. Lonergan (1904-1984), un canadiense jesuita, filósofo, teólogo y educador que, como los más grandes economistas de la historia, supo afrontar la crisis de su época con un ensayo científico, riguroso y exigente en el que definió los términos y las relaciones básicas de una nueva teoría económico-política dinámica, una teoría de seres humanos libres y con iniciativa que es y será una herramienta indispensable para las democracias y las culturas de hoy y por venir.

En una primera consideración, McShane lo invitará a usted, el lector, a cambiar su actitud hacia la economía: que pase de ser tan solo un cuenco de la mano para recoger frutos a, poco a poco y con esfuerzo, una cesta que recibe toda una nueva mentalidad explicativa, innovadora y autocomprensiva de su funcionamiento en las nuevas circunstancias y con los lenguajes del mundo global actual. En concreto, el autor lo ayudará a captar la diferencia entre comprar un azadón para el trabajo en el campo y adquirir papas en el supermercado. Luego vendrán otros ejercicios específicos que lo prepararán para emplear expresiones técnicas y formulaciones matemáticas no muy comunes entre los economistas. Este curioso inicio del libro resultará ventajoso porque no seguirá la pendiente establecida por los voluminosos textos introductorios a la economía que, desde un comienzo, se ocupan de todas las complejas variables del proceso productivo y confunden o atemorizan a los principiantes o a los que desean captar lo esencial de este.

Con una segunda vuelta de tuerca, el autor lo conducirá a realizar una especie de revolución teórica fundamental que brota desde las ideas centrales de este mismo sistema económico que hace falta. Esta crucial experiencia le demandará comprender a profundidad los dos circuitos más significativos del proceso productivo a partir de instancias locales concretas y, en pasos sucesivos, hasta una dimensión global. Usted deberá agudizar su atención para lograr una comprensión adecuada de la distinción explicativa y funcional entre el flujo básico (destinado a la producción de bienes y servicios que elevan el estándar de vida) y el flujo agregado (surplus circuit; dirigido a producción indispensable de bienes de capital para acelerar el flujo básico). A la par del análisis de estos dinamismos, el lector irá percatándose de la normatividad intrínseca del ciclo puro de la producción, de sus correspondencias, transacciones, contraflujos e indeterminaciones. En retribución a sus esfuerzos, se espera que conciba ahora la economía como la transformación de las diversas potencialidades concretas de la naturaleza —incluida la nuestra— en la elevación del estándar de vida actual de individuos y comunidades humanas; no como una sucesión naturalizada e ininteligible de auges, caídas y crisis causada por la codicia. Atender al ciclo puro de la producción le resultará muy benéfico; comprenderá por qué el autor le aconsejaba no discutir desde el principio los problemas de la medición, la propiedad, la posesión, los conflictos entre trabajadores y obreros, los precios, los salarios, las tasas de interés, la medición del capital y, menos, la tarea de hacer predicciones sobre las situaciones concretas de la economía actual.

Ahora, conviene tener presente que toda nuestra actividad comprensora involucra la mediación de la creatividad imaginativa. El entendimiento comprende a través de las imágenes, decía Aristóteles en su libro Acerca del alma. Así que un nuevo entendimiento de la economía le pedirá sustituir la imagen de los casinos (reales y virtuales) en que se juegan hoy los grandes capitales alrededor del planeta, así como la imagen lineal circular del proceso productivo que vincula a los hogares, el capital y las empresas de suministro de bienes, por la de un diagrama multidimensional que se parece mucho a un campo de béisbol y al juego que allí se realiza. En el tercer capítulo, el lector identificará y comprenderá la compleja dinámica del proceso productivo mediante esta nueva imagen simbólica y heurística de la circulación de los flujos y contraflujos (básico y agregado), con sus interrelaciones y transacciones, así como de las distintas fases de la economía que allí se ilustran. Adicionalmente, deberá concentrar su atención en el ejercicio concreto de identificar con precisión las distintas clases de pagos, en descubrir el significado del flujo del dinero y en captar el énfasis general que aquí se pone en los ritmos del ingreso puro agregado que determinan, con sus innovaciones creativas, la expansión final del ciclo básico consistente en una mejora significativa del nivel de vida de los ciudadanos, del bien común. No olvide en ese momento que usted está explorando los pilares de una nueva teoría en construcción que tiene su propia lógica; no solo está tratando de aplicar modelos ya establecidos.

El paso siguiente al que lo invitará McShane es a rastrear, de manera general, los efectos del comercio y el gobierno en los ritmos de los dos circuitos del proceso productivo y a captar con detenimiento y agudeza el papel decisivo que juega desde el centro del campo de béisbol la función redistributiva del capital, cuyos movimientos deben ser comprendidos ahora mediante nuevas ecuaciones fundamentales. Igualmente, es de suma importancia que el lector comprenda la normatividad económica y ético-política intrínsecas al ciclo puro de la producción, que exige que ninguno de los circuitos (el básico o el agregado) drene al otro; ello precipitaría al proceso en un desequilibrio dinámico casi imposible de revertir.

Si el lector tiene aún en sus manos este libro, ya habrá podido calibrar lo indispensable que resulta para emprender o continuar la tarea de construir un sistema económico que remplace al que, a todas luces, viene haciendo aguas. El quinto capítulo trae consejos estratégicos del autor sobre el comportamiento económico actual de los ciudadanos y las comunidades sobre y la necesidad de una educación seria en la economía moderna que nos permita vislumbrar creativamente la necesidad de un cambio hacia un nuevo orden económico realmente democrático.

Pero el autor, de su propia cosecha, le ha reservado para este momento un desafío ulterior. Vinculará ideas posteriores de su mentor (pensadas originalmente para la teología y las ciencias humanas) con la necesidad de implementar un método de colaboración profesional transdisciplinario para este nuevo paradigma económico. Ese método articula de manera interdependiente ocho tareas diferentes y especializadas en un proceso que va desde los datos hasta los resultados. Cuatro de ellas abordan nuestra relación con el pasado que nos ha traído hasta hoy, mientras las restantes se hallan comprometidas en implementar nuestras opciones actuales, desde ahora y en el inmediato futuro. En breve, usted se pondrá a pensar cómo el nuevo paradigma del proceso productivo no solo transforma las potencialidades de la naturaleza y las de nuestras propias matrices culturales concretas a las que se debe, sino que se constituye en una pieza indispensable de mediación teórica actualizada y metódica entre esas mismas matrices y sus legítimos anhelos de una mejora histórica y valiosa de la calidad de vida de todos los seres humanos que vivimos en ellas.

El autor clausura su pequeño texto introductorio con la confesión de la poca acogida que estas ideas han tenido, como si se hubiese entregado un pez muerto (un pescado) al pensamiento económico, sensación que experimentó temprano el canadiense creador de estas. Pero McShane no se amilana y lo motivará una vez más a usted como lector, como también a los principiantes, a los economistas y a los estudiosos de la obra completa de Lonergan, a acometer esta labor con diligencia atenta, inteligente, crítica y responsable, capturando así el alcance del desafío global que supone su pensamiento integral.

Sobre esta traducción: la equivalencia que hacemos aquí del texto de McShane al castellano ha sido realizada con base en la primera edición de esta obra en inglés (1996), por la editorial Commonwealth Publications, Edmonton, AB, Canadá, a la que le hemos agregado al final un amplio suplemento bibliográfico que recomendamos a los lectores que se sientan motivados a investigar más en torno a este cambio de paradigma macroeconómico y cultural aquí planteado. Este suplemento también incluye referencias a acciones emprendidas con base en estas nuevas ideas en comunidades rurales de Australia, en la región del Magdalena Medio en Colombia, en comunidades populares en Manila en Filipinas, entre otras. Muy a nuestro pesar, mientras esta traducción se hallaba en prensa en el 2017, McShane publicó este mismo año una nueva edición en inglés con dos nuevas secciones: un prefacio y un apéndice titulado “El volumen de los negocios y la teoría cuantitativa del dinero”, novedades que no alcanzaron a ser incluidas aquí.

Sobre el autor: El Dr. Philip McShane (1932), irlandés residenciado en Vancouver (Canadá) es M. Sc., Lic. Phil, S. T. L. Obtuvo su pregrado en Teoría de la Relatividad y Mecánica Cuántica en University College de Dublín, y un Ph. D. en Filosofía en la Universidad de Oxford. Es profesor emérito de la Universidad Mount St. Vincent, de Halifax, Canadá. Filósofo, matemático, teólogo, con estudios de física, biología, economía; músico y pedagogo. Sus libros más recientes sobre este nuevo paradigma macroeconómico: Sane Economics and Fusionism (2010), Piketty’s Plight and the Global Future (2014) (hay traducción castellana de Pedro Ponce Miranda, El predicamento de Piketty y el futuro global, Amazon, versión Kindle) y Profit: The Stupid View of President Donald Trump (2016). Ver más referencias en el suplemento bibliográfico al final del texto.

 

JAIME BARRERA PARRA

FRANCISCO SIERRA GUTIÉRREZ

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PRÓLOGO

El título de este pequeño libro contiene varios significados. El más evidente es poner la economía a disposición del lector común y corriente, y ese es mi significado primordial. En efecto, por razones que irán apareciendo, espero que este tipo de lector saque mucho más provecho del libro que el economista sofisticado. En este libro expongo una teoría, una concepción del funcionamiento adecuado de las economías nacional y global que, podría afirmar, es escandalosamente obvia aunque, también, de manera escandalosa, está ausente de la mente de los economistas.

El segundo significado del título es que la economía es democrática: es para todos. Esto aparenta ser parcialmente obvio, y quizá muchos economistas y políticos podrían sostener que esta es, precisamente, la forma como ellos conciben la actividad económica. Sin embargo, hay un sentido en el que el funcionamiento evidente de las economías actuales, aun en el así llamado mundo democrático, solo beneficia a los que controlan el dinero y la administración, con cierto colapso que beneficia a la clase media y a los humildes.

También en mi título viene agazapado un tercer significado, y es que el control de la economía debe estar al servicio de la mayoría y que, además, no es esencialmente un asunto político. Conviene establecer aquí una analogía que iré explotando a lo largo de todo el libro. El control de la conducción de un automóvil estándar ciertamente está en manos de muchos, pero de ninguna manera es objeto del debate político. Hay una forma correcta de encender y acelerar este tipo de vehículo que no es sometida al Parlamento. Lo que podría ser tema de debate público, entre otros temas, es el uso y el abuso del potencial de transporte que el automóvil representa, la manera como este estructura el interior de las ciudades y sus conexiones externas.

Estas últimas frases podrían ser una fuente de confusión para usted, lo cual sería con toda seguridad una lástima en una etapa tan temprana de un libro que pretende ser iluminador a nivel popular. De ahí que tengamos que detenernos un poco en la analogía planteada entre la conducción de un automóvil y la “conducción” de la economía. La semejanza precisa proviene del hecho de que un automóvil tiene normas propias para su conducción: hay ritmos en los que se acelera, se usa el embrague, se hace el cambio, se frena. Si alguien va en contra de estas normas, fracasará rotundamente en la conducción apropiada del vehículo y, con toda seguridad, dañará el motor. La analogía aparece cuando se afirma que la economía tiene normas propias para su “conducción”. Ayudarle a descubrir de manera elemental cuáles son esas normas nos ocupará la mayor parte de este libro. Por ahora, solo voy a mencionar dos cosas sobre estas normas antes de seguir con mi descripción de esta analogía.

En primera instancia, estas normas no hacen parte del material de los textos tradicionales de economía, por lo que sospecho que mi libro podrá ser menos comprensible para los versados en esa tradición, sean estudiantes o profesores, que aquellos que no saben nada de la economía actual. En segundo lugar, echarles un rápido vistazo a las normas inherentes a los ritmos de producción e innovación de los procesos económicos nos va a demandar bastante imaginación concreta. Las normas sobre las que escribo, entonces, no son familiares para ninguno de los dos tipos de lector. De allí que debo pedirle que tenga paciencia conmigo en esta etapa mientras desgloso mi analogía.

Le pido, entonces, que acepte provisionalmente mi hipótesis de que existen ritmos inherentes al funcionamiento adecuado de la economía, nacional o global. Lo que entiendo por un funcionamiento adecuado está, desde luego, íntimamente ligado con la normatividad que aún no se ha especificado y que se parece en algo al “no apriete el freno y el acelerador a la vez”. Si el lector acepta este tipo de símil entre un automóvil y la economía, entonces podrá aceptar que es posible afirmar que “la economía está siendo muy mal conducida”. No es preciso decir que este tipo de denuncia se ha vuelto ya muy común: tanto las personas comunes y corrientes como los economistas critican las políticas del gobierno. Pero mi anhelo es conducirlo hacia lo que en este libro constituye una noción y una competencia, no para criticar al gobierno, sino para la autocrítica de los ciudadanos.

Para esto necesitamos darle un giro a nuestro símil. Por lo general, solo existe un ciudadano conductor por automóvil. Si la conducción es deficiente o espantosa, será explícito para los ciudadanos vecinos, especialmente si van en el asiento de atrás o se hallan a una distancia en que puedan ser atropellados. Incluso, así sea para que no se los trate de incompetentes o se los pueda llegar a arrestar, los ciudadanos pueden llegar a conducir muy bien sus vehículos. Sin duda, mi lector podrá reírse de lo que pueda significar “conducir muy bien” en ciudades como Montreal, Roma o Bombay. Con todo, dentro de cualquier comunidad particular existe una presión de sentido común aceptado que invita, convence con marrullerías o fuerza para que se conduzca con un cierto grado de competencia.

Mi símil apunta a la urgencia de desarrollar un sentido común parecido en los ciudadanos del mundo con respecto al manejo de la economía, y mi libro pretende que ello sea plausible. El lector informado y astuto bien puede hacer un alto ahora para poner bajo sospecha si eso de lo que le estoy hablando no tiene que ver más bien con una decisión centralizada impuesta: la política monetaria, el sistema tributario, la tasa de interés.1 Qué pasa con todo esto en el análisis que estamos emprendiendo es un tema que abordaremos más adelante. Pero no, no estoy hablando de aceptar ciegamente una tasa bancaria: hablo de la prioridad que debe tener el modo común de conducir adecuadamente la economía sobre las tasas bancarias o las medidas tributarias. Hablo de una democracia genuina que se interesa seriamente por la economía. Obviamente, escribo sobre algo remoto, y me arriesgo a volver a mencionar aquí el título de un artículo que escribí sobre el tema hace ya veinte años: “Una concepción cristiana improbable y los ritmos económicos del segundo millón de años”.2 No escribo aquí sobre una concepción cristiana de la economía como tampoco sobre una concepción cristiana del automóvil. Escribo sobre una actitud inteligente hacia los ritmos naturales, sobre un tipo de actitud que penetre gradualmente las mentes y los huesos de los ciudadanos. ¿Gradualmente? Sí, pues escribo con un optimismo de muy largo alcance. Avizoro un futuro distante cuando el ethos de conducir adecuadamente la economía haya alcanzado el mismo carácter del ethos actual de conducir automóviles. Hoy día, cualquier ciudadano de una de las naciones avanzadas puede aprender a conducir un automóvil dentro de una compleja cultura del desplazamiento vehicular. Para ese futuro, todos los ciudadanos podrían aprender a conducir una economía particular en una cultura que fomente de manera concreta los ritmos del progreso económico.

No es de esperar que este cambio de perspectiva ocurra por estos días. Bernard Lonergan, el pensador que dio origen a la teoría que trato de popularizar, me dijo una vez que “esto iba a tomar unos 150 años”.3 Solo puedo hacer conjeturas de por qué eligió esa cifra. En realidad, se trata de un pesimismo que supera al de Max Planck, que creía que sus teorías físicas solo llegarían a ser aceptadas cuando fallecieran los profesores más antiguos de su universidad. Pero hay mucho más en juego en el actual estado de desorganización de la economía, y tenemos que vérnoslas con una arrogante solidaridad en la teoría económica de fines de este siglo XX que a la comunidad de los físicos no le tocó afrontar en sus comienzos. Una voz económica que disiente de estas décadas pasadas es la de Alfred Eichner, quien a menudo expresa su convicción sobre la camarilla fuertemente estructurada que tiene agarrada por el cuello a la educación económica presente y futura, si bien le pone una pizca de humor esperanzador cuando anota que

por las tardes, luego de dos o tres tragos, muchos profesores de economía comienzan a reconocer con sus propias reservas la teoría que constituye el núcleo del currículo de la carrera de economía. La teoría, llegan a admitirlo, contradice el sabido comportamiento de las instituciones económicas. “Pero, ¿qué otra cosa les vamos a enseñar a nuestros estudiantes?”, se preguntan.4

¡Quizás haya que enseñarles introducción a la economía a esa misma hora de la tarde!

En la triste situación actual de la ciencia económica, queda ciertamente lugar para la sátira y el humor. Una de mis indirectas favoritas en estas décadas pasadas, en las que he hecho varias presentaciones para hacer popular esta perspectiva, ha sido la de comparar al economista con un conductor que, en forma estúpida y sin saber conducir adecuadamente, echa a andar el vehículo hacia adelante en un solo cambio y, tan pronto como se le recalienta el motor, decide mandar a pintar el auto. Quizá una imagen que el lector puede encontrar más diciente es la de los economistas que se parecen a la gente que con sus pies en la playa pretenden que las olas se aplanen o lleguen de forma completamente horizontal. La última imagen se aviene maravillosamente con la actitud estúpida de ir contra la naturaleza que, yo sostendría, es parte y parcela de la teoría tradicional del equilibrio, o de su prima hermana, la teoría del crecimiento estable. Pero aquí estoy tocando tópicos mucho más amplios que solo podrían distraer a mi interesado principiante. Entonces, suspendo de inmediato mi divagación sobre la economía actual con una cita de un respetado economista que señala con mucha precisión dónde se iniciaron nuestros problemas:

[L]a dificultad de un nuevo comienzo radica en señalar con precisión el área crítica donde la economía perdió su rumbo […]. Yo la ubicaría hacia la mitad del capítulo IV del vol. I de La riqueza de las naciones […]. En [ese] capítulo Smith, después de haber explicado que en una economía social se necesita dinero, repentinamente queda fascinado con la distinción entre el precio del dinero, el dinero real y el valor de cambio y, a partir de ahí, digo casi de inmediato, su preocupación se empantana en el problema de cómo determinar los valores, los factores y los precios de los productos. En los capítulos siguientes de Smith, es posible trazar el desarrollo más o menos continuo de la teoría de los precios, pasando por Ricardo, Walras, Marshall, hasta Debreu y los más sofisticados economistas americanos actuales.5

¿Qué estamos buscando? Nuestros esfuerzos se encaminan a descubrir una perspectiva realista dinámica que se atenga a los hechos y a las posibilidades concretas del progreso y el propósito económicos, que no se vaya por el callejón sin salida del análisis general de los precios y que no considere las ganancias, las pérdidas y las tasas de interés como “los semáforos de una economía de libre empresa”.6 En términos de nuestra analogía automovilística, pretendemos analizar el motor, la dirección, los cambios y las llantas para poder dictaminar así los ritmos para conducir, sin importar quién lo haga ni de qué tamaño sea el automóvil. En el epílogo expondré cómo este tipo de realismo concreto va a exigirnos, si hemos de desarrollarlo por completo, un extraordinario cambio cultural que esté mediado por el fin de lo que hasta hoy se conoce por filosofía. Pero, entretanto, en el texto, nos concentraremos en este cruce menor del Rubicón:

con la frase “cruce del Rubicón” quiero subrayar que, por importantes que hayan sido esas excursiones ocasionales en el análisis secuencial, estas dejaron el cuerpo principal de la teoría económica del lado de la banca estática del río; lo que hay que hacer no es complementar una teoría estática con el botín de esas excursiones sino remplazarla por un sistema de dinámica económica general dentro del que la estática entraría como un caso especial.7

Puesto que suele asociarse popularmente a Keynes con una revolución de la economía en el siglo XX, quizá le cause intriga que no esté presente en este texto. La cita anterior es de Joseph Schumpeter, y conste que no soy el único en considerarlo el economista más importante.8 Cuando Keynes se refiere a nuestro tema central, trae una muy burda explicación.9 Es más, Michal Kalecki parece haberlo hecho mejor que Keynes.10 Pero estos no son tópicos para principiantes, ni tampoco lo son mis citas a pie de página aquí y a lo largo del libro: estas apuntan más allá del texto en formas que espero puedan ayudar a los economistas y a los que estén interesados en seguir con empeño el desafío más amplio.

Le hago una venia a Marx, claro está, en mi subtítulo, El capital justo, y nos ocuparemos de este principalmente en el epílogo. Por ahora, es mejor asumirlo como una lectura con sabor joyceano y acento dublinense de la exclamación: “That’s just capital”.11

La concepción de las realidades económicas que con el dedo señalo a mi lector no es completamente original. Simplemente, pretendo hacer asequible la proeza de Bernard Lonergan, que dedicó décadas enteras de su vida a forcejear con el problema y al final de sus días escribió una introducción sobre Macroeconomía dinámica, título apropiado para su inacabada obra.12 Quisiera pensar que este pequeño libro prepara el camino para esa introducción.13 Entonces, comencemos.

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CESTAS Y CUENCOS

“Es hora de volver al principio y comenzar de nuevo”.14 La cita procede de una introducción un tanto no ortodoxa a la economía que apareció al comienzo de los setenta y casi de inmediato desapareció, y se encuentra hacia el final de un breve pero iluminador resumen de teorías económicas pasadas, seguida de un nuevo comienzo. Uno de los autores, Joan Robinson (1903-1983), fue bien conocida por sus discrepancias con la economía estándar, en especial con la americana. Su pequeño libro Economic Heresies la remonta a sus discusiones con Keynes. Robinson anota en un pasaje que “las ideas de Keynes no siempre eran definidas, precisas y consistentes”,15 y recuerda haberle escrito acerca de las dificultades que tuvo para seguir el argumento del capítulo diecisiete de la Teoría general. “Keynes respondió que, en efecto, no se sorprendía porque él mismo lo hallaba difícil”.

Espero no consternarlos mencionando teorías económicas pasadas y sus dificultades que, por lo general, se dejan de lado en los textos introductorios comunes. No voy a sumergirlos en esas turbias aguas. Es más, si de algún modo ya han padecido un curso de introducción a la economía, quizá se complazcan al escuchar que esta es la primera y última vez que voy a mencionar en mi pequeño libro ese famoso gráfico IS/LM que predomina en esos textos.16

Así que pretendo alcanzar en su compañía un nuevo comienzo y parte de él puede consistir en que surja en ustedes una nueva actitud. Les voy a pedir imaginación y que se rompan la cabeza, no propiamente con el contexto de cualquier teoría o terminología económica, sino con una apertura a lo que está sucediendo o podría suceder en la economía. Los comienzos de esa actitud quizá ya están en ustedes, especialmente si se mantienen intactos con la enseñanza de la economía actual; incluso, si ya han pasado un curso introductorio en la universidad. Por otra parte, si ya se han graduado de economía y se han encaminado a cosas superiores, quizá perciban mi propuesta como demasiado extraña; es más, como inaceptable.

En este primer capítulo, quiero invitarlos a reflexionar sobre lo que parece ser una distinción muy sencilla: la distinción entre comprar un arado para las labores de una granja y comprar una bolsa de cinco libras de papa para su uso en casa. Este será el foco de atención más importante de la primera parte del capítulo. En la segunda, volveré a los dos textos ya mencionados, el de Robinson y Eatwell, y el de Gordon, para reflexionar sobre los nuevos comienzos que el primer texto nos ofrece y para buscar una comprensión adicional con una reflexión sobre la manera estándar de presentar el comienzo según Gordon. Esto ayudará a todos mis lectores: a los que no se han corrompido con la teoría económica actual les servirá para descubrir una mejor comprensión de las ideas básicas de la primera parte del capítulo, echando un vistazo al extraño mundo de las demás presentaciones. A los que estén cómodamente familiarizados con las posiciones comunes y corrientes, podrá serles útil por las comparaciones y contrastes que hago, para que muestren mayor simpatía por nuestro enfoque. El capítulo concluye con algunos comentarios adicionales sobre el problema de la actitud y la orientación de la cesta de bienes mentales que les señalo. Algunos lectores, por lo menos en una primera lectura, bien pueden saltarse la presentación de la primera parte del capítulo y pasar a las anotaciones que lo concluyen y pasar al segundo capítulo. Si los elementos de la astronomía newtoniana son satisfactorios, para qué sumergirse en algo menos satisfactorio como la astronomía de Tolomeo, así resulte fascinante o plausible hacer referencia a ella.

Antes de aventurarnos en nuestra mítica isla, Atlantis, con su papa y su cultura emergente del arado, podemos detenernos un momento a imaginar con provecho una cultura muy primitiva recolectora de frutos y de granos. Esta pausa imaginativa es muy importante; es más, gradualmente va a llegar a apreciar el lugar central que esta ocupa para poder revitalizar la educación en el próximo siglo.17 Personalmente me agrada volver, llevar a mis estudiantes de filosofía a volver, y ahora llevarlo a usted a volver, con imaginación y activa curiosidad, al momento de la invención de la rueda. Me imagino a una anciana fumando una pipa, como lo fue mi abuela, que observa sentada el movimiento de una piedra muy grande mediante el uso de troncos ubicados en secuencia por debajo de esta: un tronco se introduce por el frente mientras el otro sale por detrás a medida que avanza la piedra. De repente, a la anciana se le ocurre una gran idea: “¡no usen el tronco del medio!”. Ese es el primer paso para un carruaje primitivo. La recolección de frutos y granos se ha transformado.

Y ahora, con nuestra brillante imaginación, podemos pasar a una transformación más temprana, porque antes del carruaje existió el recipiente, la cesta. Piense ahora en la recolección del fruto o el grano en el cuenco de la mano. La cesta se convierte para este pequeño grupo en un centro de actividad, puesto que la recolección está involucrada en su supervivencia. El lector avezado se dará cuenta de que estamos yendo a un periodo anterior a la cocción de vasijas con fuego, o anterior incluso a los vasos para beber. Pase lo que pase, alguien brillante puede relacionar un coco quebrado o una concha con la posibilidad de un cuenco mucho más grande. La vida de nuestro pequeño grupo se ha transformado.

Hablo aquí de cambios en el hogar o en la administración del pueblo, de innovaciones en lo económico (oikonomos).18 Joseph Schumpeter, un gran historiador de la teoría económica, escribe sobre este tipo de innovaciones y emplea la noción de “horizonte. Lo definimos como la amplia gama de elecciones dentro de la que un hombre de negocios se mueve libremente y dentro de la que es posible describir su decisión por un curso de acción”.19 La gran idea de la anciana representa un cambio de horizonte. El ámbito de opciones y cursos de acción que empieza a florecer lentamente de este, a lo largo de los siglos, involucra cambios adicionales de horizonte: nuestro grupo ha recorrido un largo camino desde el molino, la lanzadera y el motor. Pero piense en implementaciones relativamente inmediatas de la idea, en cambios en las opciones y en los cursos de acción que se dan en la pequeña comunidad, ¡así le quede difícil todavía percibir a la anciana como una empresaria que furtivamente llega a la oficina de patentes para certificar su invento!

Antes de entrar a considerar los detalles de estas transformaciones, sería bueno añadir un ejemplo más contemporáneo del arado: no quiero forzar su imaginación hablando de los negocios de una economía de mercado legalmente estructurada entre los recolectores de frutos.

Así que disfrutemos de la invención del arado. Desde luego, no busco despertar en usted un profundo interés por la historia de la agricultura, sino que procuro que cultive una actitud realista, concreta, que tendrá gran relevancia a todo lo largo de nuestros forcejeos con el pensamiento económico actual y del futuro. Es posible que no sepa nada sobre el arado simple de la antigua India, sin rueda o repartidor —familiar para mis lectores canadienses como la cuchilla angulada enfrente de un tractor para remover la nieve—, o sobre la contribución de los chinos de un arnés para el caballo, o sobre el arado con ruedas de la Europa del siglo XX, pero puede pensar concretamente en el logro de un invento para arar el suelo como un azadón inclinado bocabajo halado por un caballo. Si puede hacer eso, se puede incorporar no solo a nuestro relato de la isla sino también a nuestra reorientación del pensamiento económico.

Para nuestro relato de la isla también podríamos haber tomado, por ejemplo, la Isla del Príncipe Eduardo, famosa por su papa, o Irlanda, en una temprana etapa de una historia imaginaria. Pero situémonos en la muy reducida y distante isla de Atlantis donde, al comienzo de nuestro relato, se labra la tierra con azadón; allí también se encuentra el entretenimiento de las carreras de caballos; el transporte en la isla se hace en carruajes, pero no existe el arado. Sin embargo, hay una taberna en el pueblo, y la historia se inicia en su interior con un grupo de personas sentadas alrededor de una mesa; incluso hay una dama llamada Joey y es el personaje central: la dueña del establo más grande; también está el caballero que gerencia el primitivo banco local y un agricultor. Cuando vaya entendiendo el porqué del relato, podrá ir añadiendo otros personajes apropiados: el herrero, el dueño de la tienda de cueros, etc.

Después de ingerir algunas bebidas populares embriagantes, fabricadas con papa, por supuesto (en Irlanda se las llama poiteen. A veces las dejamos fermentar solo cuarenta y ocho horas; ¡qué tal la rotación de inventarios para surtir la taberna!), la charla pasa al cultivo de la papa. Cómo será la popularidad de las carreras, las apuestas, las artesanías, la confección de intrincados vestidos, la elaboración y el consumo de poiteen, etc., que el granjero se ve a gatas para dar con buenos labriegos. El resultado final de la discusión y la agitación es: “¡eureka!”. La propietaria del caballo tiene la gran idea de, si al doblar el azadón del granjero, se podría de algún modo colocarlo en un ángulo ideal por detrás del caballo para que este lo hale; esto mejoraría la labor de arar y el ritmo del cultivo, y, por supuesto, la idea sería magnífica para los negocios de todos.

Una vez más, tenemos la semilla de un cambio de horizonte y una transformación de la economía local. En este caso, podemos sugerir de modo más plausible una moderna economía de mercado. Pero los tres casos —la rueda, la cesta, el arado— ilustran la distinción básica hacia la que queremos apuntar en este capítulo y también en el siguiente. Se trata de la distinción entre las actividades primaria y secundaria, anterior a la distinción entre variaciones o etapas de esas actividades. El ejemplo más claro es la diferencia entre la cesta y la fruta: las cestas no se pueden comer. Sin embargo, las cestas facilitan comer; es más, comer cómodamente.

Aclaremos más la importancia de la distinción. Cuando hay cestas disponibles en nuestro grupo primitivo, ya no hay que recoger la fruta en el cuenco de la mano, sino en cestas. Además, la única cesta que hay, obviamente, se puede usar de forma indefinida para recoger una cesta de frutas. Ahora podemos agregar a esto una división de abastecedores. El cambio de horizonte da lugar a dos grupos de proveedores de la comunidad: los de las cestas y los de las frutas, así estos últimos se autoabastezcan. Vale la pena pensar esto con ejemplos concretos. Se puede asumir que los proveedores se identifican con las cabezas de familia: toda la familia está involucrada, por decirlo así, en recoger la fruta, lavarla, pesarla, pero solo la cabeza de familia realiza el suministro mediante un tipo de venta. Puede que una sola familia entre veinte se dedique a las cestas. Tenemos entonces dos familias, la F y la C, cuyas actividades son, respectivamente, primaria y secundaria. Tenemos la actividad primaria del suministro de frutas y la actividad secundaria del suministro de cestas como medios para proveer frutas. Si se detiene un momento aquí, podrá pasar a la noción de las actividades terciaria y a otras superiores: la idea, por ejemplo, de un cierto tipo de aguja para tejer las cestas puede sumarse a estos niveles. De ahí que, en una economía moderna, sea posible identificar máquinas o herramientas para hacer herramientas que hagan máquinas como actividades secundarias.

Debo advertir en este lugar que tomarse un tiempo para hacer esta identificación vale la pena, es vital. Obviamente, se trata de ejercicios valiosos de perspicacia e imaginación que pertenecen al núcleo de su humanidad.20 Pero aquí son relevantes en un sentido necesario: sin hacer esta pausa —este esfuerzo sin esfuerzo— su acuerdo podría ser solamente nocional, nominal. Usted se puede convertir en alguien que asiente con la cabeza al pensador económico, o en alguien que tiene la apariencia de un economista: incluso puede llegar a ser profesor. ¿Estaré rayando aquí en la ridiculez o insistiendo en lo obvio? En mis largos años de vida académica he visto que demasiados estudiantes alcanzan un perfecto control automático de los materiales de estudio, e incluso logran pasar al refinado ambiente de los estudios de posgrado. Robinson expresa el problema con cierta rudeza con respecto a la economía:

Al estudiante de teoría económica se le enseña a escribir O = f (L, C) donde L es una medida de trabajo, C una medida de capital y O una tasa de producción de bienes. Se le instruye para que asuma que todos los trabajadores son iguales, y para que mida L en horas de trabajo-hombre; se le dice algo sobre el problema inherente al índice para elegir una unidad de producción; y luego se le apura a que pase a la siguiente pregunta, con la esperanza de que se le olvide preguntar en qué unidades hay que medir C. Pero, antes de que llegue siquiera a hacerlo, el estudiante ya se ha convertido en un profesor y, así, hábitos flojos de pensamiento se traspasan de una generación a la siguiente.21

Solo hasta el capítulo quinto volveremos al espinoso problema de la medición. En este momento nos interesa el ritmo, el ritmo del principiante. Quizá le sea útil que traiga a cuento mi propia experiencia de principiante, a los cuarenta años. Tener que vérmelas con la naturaleza e importancia de la distinción que domina este y el siguiente capítulo fue una lucha no solo de meses, sino de años.

En el contexto de estas extrañas digresiones, puede comenzar a leer mejor, con más paciencia, el proceso económico. Como solía decir el filósofo francés Gaston Bachelard: “solo se comienza a leer seriamente un libro cuando se apartan los ojos de la página”.22 ¿Añade realmente la idea de una herramienta para hacer cestas la posibilidad de un tercer y cuarto nivel de actividad? ¿En qué sentido una computadora es una máquina moderna para hacer herramientas que hagan herramientas? ¿Estamos atrapados aquí en una jerarquía de niveles de actividad de cierto modo imposiblemente abierta? ¿Estamos haciendo separaciones irreales? Evidentemente, las agujas y las computadoras parecen ser componentes de las actividades primarias. Se necesita no poca imaginación paciente al clasificar esos problemas para darse cuenta de que los productos, o incluso la materia prima, pueden cumplir funciones en diferentes niveles, para suponer cuántos niveles superiores de actividad están realmente entrelazados.

Permítame introducir ahora una simplificación de la agrupación de actividades. Primero, llamo actividades básicas a todas las que son primarias, a las que suministran inmediata o mediatamente los bienes de consumo en sentido normal —el cuero para hacer zapatos, por ejemplo—. Estos son los bienes y servicios que hacen parte de un estándar de vida. En un sentido menos normal, las actividades básicas consumen bienes y servicios de otros niveles de actividad. En segundo lugar, conviene considerar todos los demás niveles de actividad en grupo, como actividades del nivel agregado (surplus level). Estuve tentado a denominar a este grupo simplemente el nivel plus, para evitar tanto una distracción marxista como una curiosidad etimológica, pero la terminología es la de Lonergan y parece no haber inconveniente en aferrarse a ella. ¿Deberíamos atenernos tan rigurosamente a la terminología y a su división implícita de una manera permanente? La terminología va mucho más allá de Marx y la división es relativamente consistente en su significado, y nos permite comprender y medir los ritmos de la producción. Se podría, claro está, presumir un futuro milenio en el que la idea de un nivel superior les exija refinamientos a la teoría, la producción, las finanzas y la medición. Pero la distinción entre actividades básicas y no básicas es un rasgo permanente del futuro análisis económico.

Así que se distinguen dos niveles en la actividad económica: un nivel básico y un nivel agregado. El nivel básico suministra lo que normalmente se reconoce como bienes y servicios de consumo. El nivel básico es también consumidor del nivel agregado; y este último es consumidor para sí mismo. Empleo aquí la palabra consumidor, pero, curiosamente, no estoy hablando de nadie: hablo de un nivel de actividad de cualquier persona. Debo pedirle una vez más que reflexione sobre esto hasta que sienta que lo ha entendido correctamente. En realidad, lo invito a meditar y a que se dé una vuelta por ahí, para que examine su vecindario y su dinero contante y sonante. En mi propio pueblo de Riverside, New Brunswick, tenemos dos almacenes donde compro pan y mantequilla, azadones y estampillas, petróleo y pintura. En ambos alquilo videos. Aunque todavía no hemos detallado la variedad de transacciones financieras, podemos, sin embargo, preguntar con provecho sobre mis transacciones locales y las suyas, y las transacciones locales de los demás, en relación con nuestra descripción o, con más propiedad, con la explicación inicial.

Mis transacciones parecen ser simples: ¿acaso no soy simplemente un consumidor básico?; y ¿acaso no se identifican con facilidad las actividades de los dos almacenes? El problema consiste en que estamos tratando de encontrar distinciones explicativas funcionales. En realidad, la mayoría de mis compras son básicas, pero ¿qué sucede con la compra de estampillas para la correspondencia con un editor? ¿Qué pasa con la compra de gasolina cuando esta es para el vehículo de mi esposa, y está en relación con el permiso que el negocio (¡si es que la Iglesia Unida de Canadá es un negocio!) le da para hacer tales compras? El alquiler de videos es todavía más complejo, como lo es el alquiler en general, y ¡piense en el problema de un préstamo de dinero! En todos estos casos, hay que advertir que una actividad se puede identificar por su función económica. En uno de los almacenes locales, los conductores de camiones compran gasolina y los agricultores azadones: ¿pertenecen ambas actividades al nivel agregado? Tampoco el pan y la mantequilla están seguros: ¿tiene el conductor del camión una subvención para su almuerzo? Y, ya que estamos metidos en el asunto de los impuestos por compras inmediatas, en Canadá existen, además, dos impuestos: el provincial y el federal; y uno devora al otro. Solo más adelante estaremos en capacidad de especificar la forma indirecta como funciona esa porción de mi gasto aparentemente inocente. Por supuesto, también está la pensión para la vejez que hace posible que yo haga algunas de mis compras: ¿qué tipo de actividad me significa recibir mi cheque mensual?

Ahora bien, ordenar todos estos asuntos de modo que tengan una importancia científica y práctica será la tarea de los pocos capítulos siguientes. Por ahora, basta con advertir que esta complejidad requiere un esfuerzo de comprensión que vaya más allá de la fácil descripción de la economía y los modelos que se basan en ella, en términos de terratenientes y campesinos, capitalistas y obreros, tierra y maíz. Conviene hacer una analogía. Milenios de alquimia y química descriptiva precedieron los descubrimientos de Mendeléyev y Meyer hacia 1860. De ninguna manera es obvio llegar a saber cómo se estructuran las relaciones entre los elementos químicos como para que estos dos hombres les dieran una existencia científica. Tampoco hubo prisa por aceptar su aporte: sin embargo, hoy la tabla periódica forma parte de nuestra cultura. Ese cambio en la química se destaca como el principal cambio de paradigma en el área. ¿Será posible algo semejante en economía? Por cierto, algo similar parece bien necesario: Joan Robinson no está sola en su denuncia de las deficiencias de la teoría económica actual y la necesidad de un nuevo comienzo; y nos facilitaría el camino volver a hacer un alto para pensar en su propia lucha, junto con John Eatwell, a favor de un nuevo aire en la teoría económica. Pero primero debemos reunir las pistas claves de nuestras propias exploraciones.

Estamos tratando de identificar, en forma preliminar, dos tipos de flujo de actividades en el proceso económico: un flujo básico y un flujo agregado. No es demasiado difícil considerar esas actividades en un estado estacionario: existe provisión de azadones y provisión de papa. Si nuestra isla solitaria tiene una población básicamente estable con hábitos claramente definidos, entonces los dos flujos varían poco, y el negocio de azadones es primordialmente un negocio de reposiciones. Después de esto volcamos nuestra atención sobre una innovación cuya semilla fue una idea. Claro está que hay otro tipo de innovaciones debidas a cambios de hábitos en la industria, la procreación, la religión, el entretenimiento, que representan transformaciones que no son radicalmente brillantes. Los economistas podrían hablar aquí, por ejemplo, de una “ampliación del capital”. Pero en este lugar nos interesan los cambios significativos de horizonte: el descubrimiento de la cesta o del arado, del tren o de la computadora.