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Reservados todos los derechos

©  Pontificia Universidad Javeriana

© Hernán Rodríguez Vargas

Primera edición

Bogotá, D. C., abril de 2018

ISBN 978-958-781-320-3

Hecho en Colombia

Made in Colombia

Corrección de estilo

Laura Acero Polanía

Diseño de colección

Isabel Sandoval

Diagramación
Sonia Rodríguez

Montaje de cubierta
Claudia Rodríguez Ávila

Desarrollo ePub

Lápiz Blanco S.A.S.

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7.a n.° 37-25, oficina 1301, Bogotá

Edificio Lutaima

Teléfono: 3208320 ext. 4752

www.javeriana.edu.co/editorial

Bogotá, D. C.

 

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Pontificia Universidad Javeriana. Vigilada Mineducación. Reconocimiento como universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento como personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

 

Rodríguez Vargas, Emiro Hernán, autor

Las armas, las letras y el compás en Milicia y descripción de las Indias: la construcción del caudillo colonial a finales del siglo XVI y principios del XVII / Hernán Rodríguez Vargas. -- primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2018. – (Taller y oficio de la historia)

164 páginas ; 24 cm

Incluye referencias bibliográficas (páginas 159-163).

ISBN : 978-958-781-320-3

1. Vargas Machuca, Bernardo de, 1557-1622 - Crítica e interpretación. 2. Milicias – Historia - Colombia – Siglos XVI-XVII. 3. Colombia – Historia - Colonia, 1550-1810. 4. América Latina – Historia - Hasta 1600. I. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Sociales

CDD 980.01 edición 19

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J.

 

inp  23/03/2018

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

AGRADECIMIENTOS

Toda experiencia de escritura es siempre colectiva. El nombre del escritor figura porque es él quien se hace responsable de cada una de las ideas que en su texto se consignan. Cuando escribe, el historiador se debe primero que todo al tiempo y después a aquellos detalles de los cuales se ocupa y a los que les da vida desde un ángulo que siempre queda en deuda con la totalidad. El escritor se debe siempre a los afectos de los suyos: familia y amigos. A quienes somos además de investigadores, docentes, a nuestros estudiantes de ayer, hoy y mañana.

En este sentido, primero quiero agradecer a mis padres y hermana, por su apoyo incondicional. A Juliana Barrera, para quien he escrito este y muchos otros textos; a ella, por los días en que me ayudó a tomar fuerza cuando me faltaron los ánimos: por ser toda mi fuerza y mi ánimo.

Agradezco a mi director en este proyecto, el profesor Aristides Ramos, sus valiosos aportes en cada momento de la investigación. Fue su clase de Historia Colonial la que inspiró mi curiosidad por el caudillo que es Bernardo de Vargas Machuca y el original libro que produjo. Considero que buena parte de quienes investigamos la historia del mundo colonial estamos en deuda con el trabajo académico del profesor Aristides. Espero que este texto haga las veces de homenaje a todos sus años dedicados a la enseñanza de la historia.

Al Centro de Estudios Indígenas, Coloniales y de las Independencias, en especial a la profesora Juana Marín, por la pertinencia de sus comentarios desde el inicio del presente proyecto, cuyo producto final descansa ahora en estas páginas.

También, a la profesora Amada Carolina Pérez; a sus consejos debo la buena construcción de la primera parte de este texto, especialmente en lo que se refiere al análisis del frontispicio de Milicia y descripción de las Indias.

Finalmente, a cada una de las personas que a su modo contribuyeron a que fuera posible la realización de este escrito.

INTRODUCCIÓN

Tu, quis, qui, quare, Cui, qualiter, under, requiere.

JEAN GERSON

Durante el medioevo, Jean Gerson, en un texto llamado De distinctione verarum visionarum a falsis, crea algo semejante a un método para distinguir las verdaderas de las falsas visiones y así los verdaderos de los falsos profetas. Lo interesante es que a lo largo de su texto sintetiza, en la expresión que aquí sirve de epígrafe, una de las tareas más importantes del historiador: buscar el quién, el qué, el porqué, a quién, qué clase, de dónde de todo cuanto investiga. En este caso, a diferencia de Gerson,1 el trabajo que sigue no emprende tal búsqueda para distinguir un verdadero de un falso profeta, sino para indagar a profundidad sobre la persona y el contexto de un hijodalgo español, Bernardo de Vargas Machuca, quien encontró una manera particular de hacerse a sí mismo en su carrera por las Indias y de crear una obra como Milicia y descripción de las Indias, publicada en el último año del siglo XVI. Allí, establece el ser y el deber ser del sujeto tanto biográfico como ideal del caudillo, es decir, el sujeto de la iniciativa militar de su tiempo, aquel que, a su vez, consideró fue él mismo.

La tesis que defiende este trabajo sugiere que Bernardo de Vargas Machuca, además de ser consciente de su propia autonomía y de la legitimidad de sus acciones, pudo realizar toda una taxonomía de estas en términos de las facultades que convierten al caudillo, además de líder militar, en gobernador. Hablo de una especie de “príncipe sin corona”, puesto que su libro, aparte de servir como probanza de méritos y servicios e inscribirse a su modo en este género de escritura, fue toda una labor por convertir la vida militar de las Indias en ciencia y por poner al caudillo como la quintaesencia de la misma. Según la tradición occidental en el manejo de las artes, un saber completo y profundo sobre algo se traducía en la redacción de textos como el Ars amandi (todo el Ars amatoria de Ovidio, por ejemplo) o el Ars moriendi (relativo al arte del buen morir). Para el caso de Vargas Machuca, quien no debió ignorar esta tradición, su esfuerzo sería el de hacer un Ars bellica, con todo el contenido de su aventura como conquistador tardío, y el manual para otros que quisieran seguir sus pasos en las Indias.2 Se trata de un ejercicio de orden textual en el que, más allá de las simples evidencias, se ahonda explícitamente en las intenciones de un sujeto textual, que, para el caso, es Bernardo de Vargas Machuca.

En ese sentido, este libro responde al objetivo principal de indagar sobre la identidad del caudillo y su liderazgo en el marco de la dimensión política del mundo colonial, a través del análisis de Milicia y descripción de las Indias. Examinar la situación de autonomía de los caudillos de finales del siglo XVI y principios del XVII, así como la complejidad de sus relaciones –en particular con la Corona y, en general, con toda la sociedad de la época– a partir de esta obra concreta es el aporte que se pretende realizar a los estudios en historia colonial.

Este es uno de esos esfuerzos por recuperar y potenciar una obra y un autor que, lejos de ser irrelevantes, aportan nuevas formas de examinar a fondo una serie de asuntos de gran envergadura. En tal caso, hablo de la dimensión política de este caudillo que hizo carrera a lo largo de una buena parte de Hispanoamérica, luego se asentó en el Nuevo Reino de Granada y realizó allí la mayor parte de lo que él concibió, con sus especificidades, como una vida de continua iniciativa militar.3 En este contexto, como dice James Lockhart, al tratarse del trabajo de leer e interpretar una fuente

nos interesa un campo mucho más amplio que las intenciones conscientes o subconscientes del escritor de la fuente, o la llamada “voz”, o cosas semejantes, entramos en una región donde hay criterios distintos, donde puede ser que algunas cuestiones en la superficie queden sin resolver o aun sin acabar, pero por otro lado cosas no sospechadas, importantes, se descubren y se demuestran de una manera casi incontrovertible.4

Para cumplir con el objetivo de este trabajo, el documento se divide en dos partes. Cada una, a su vez, se compone de dos capítulos. La primera parte lleva por título: “La construcción de sí y las tensiones sociales del autor de Milicia y descripción de las Indias”. Por su parte, la segunda sección se titula: “La cuestión del Imperio y el liderazgo del caudillo”.

En lo que se refiere a la primera parte, para poder indagar a fondo en la figura del caudillo, será necesario examinar la vida de Bernardo de Vargas Machuca en las Indias, su experiencia militar, su contexto y su situación social. El presupuesto rector de este apartado es que Bernardo de Vargas Machuca gozó de una serie de características que lo convirtieron en un personaje singular con relación a otros personajes similares de la época. Para ello, en primer lugar, se dará cuenta brevemente de los estudios hechos a propósito de su figura en la historiografía del siglo pasado y comienzos de este, para así iniciar con el primer capítulo del estudio –apoyado por el retrato de sí mismo que aparece en el frontispicio de su obra–. Es decir, este trabajo comienza examinando literalmente lo primero que nos encontramos al abrir su libro, a saber, la imagen que aparece allí, con el fin de analizarla en calidad de artefacto histórico.5

Más adelante, aprovechando las estrechas relaciones que Vargas guarda con personajes emblemáticos de su tiempo y lugar de origen como el Cid, don Quijote y Garcilaso de la Vega, este texto propenderá por evidenciar toda su singularidad. Nótese que los dos primeros son personajes ficcionales representativos de la cultura hispana, mientras que el último fue el famoso poeta, tan audaz con la pluma como con la espada, que se convirtió en el paradigma humano según el cual le hubiera gustado a Vargas Machuca haber sido reconocido y recordado. En este sentido, el segundo momento del primer capítulo consistirá en aprovechar la relación que estableció nuestro caudillo con las imágenes heroicas de estos personajes.

Por ejemplo, el vínculo de identificación de Vargas con el Cid, como se verá, es doble. Por una parte, hablamos del héroe que conquistó Valencia y la amistad con el rey, motivos suficientes para haber sido erigido digno modelo a seguir por Vargas Machuca, al mismo tiempo asiduo lector de historias de caballerías y figura española por excelencia. Por otra parte, asunto con el cual se abre el segundo capítulo, nos referiremos a la relación del caudillo con el Cid todavía más invencible que fue Fray Bartolomé de las Casas, llamado “Cid campeador” por uno de sus apologistas.

A partir de estos presupuestos, se profundizará en los puntos de cercanía y de distancia de Vargas con el caballero de la triste figura y con Garcilaso de la Vega. Al final del segundo capítulo, a modo de apéndice, se tocarán unos aspectos llamativos e importantes de examinar en las dedicatorias de las obras de Vargas Machuca, a saber, su astucia para moverse dentro de la sociedad de la época y, por último, su relación con un héroe aún más lejano en el tiempo, Odiseo, el héroe de Ítaca, quien, a diferencia de un héroe local como el Campeador, fue un héroe cuya vida después de Troya consistió en hacer del viaje un puro deseo de conocimiento.

En últimas, lo que busca esta primera parte, enriquecida por el estudio juicioso del frontispicio y de las relaciones literarias que hay de la construcción de sí en Milicia y descripción de las Indias, es echar un vistazo sobre la compleja posición de Vargas Machuca ante la Iglesia, el rey, la nobleza peninsular, los indios de las Américas, los otros caudillos y ante sí mismo, desde que inició su carrera militar en Italia hasta obtener su puesto de gobernación en 1602.6 Así, a partir de los puntos en común con otros encomenderos en situación semejante, es decir, inscrito en un contexto social, se evidenciarán sus diferencias y, como se ha dicho, su singularidad. Igualmente, de este modo se mostrará que para asomarnos a una historia se debe “conseguir una comprensión más profunda de toda una sociedad compleja y multiétnica”.7

En la segunda parte, una vez que se ha contextualizado el mundo social del caudillo junto con sus aspiraciones dentro de él, todo ese mundo se pone en la escena de lo que J. H. Elliott y Kamen han denominado “monarquía compuesta”. Esta categoría pone en evidencia el hecho de que los Habsburgo, aunque encabezados por un solo monarca, mantenían un tipo de organización individual “según sus leyes y sus formas de administración local”;8 es decir, que aceptaban las lógicas gubernamentales de cada reino inscrito al imperio bajo la condición única de la evangelización. De aquí que esto permita a un historiador como Anthony Pagden hablar de “imperio”, no en el sentido de la dominación de un estado sobre otro –como se va a entender en el siglo XIX–, sino en calidad de un mandato, para este caso y como se ha dicho, el de la evangelización.9

Lo anterior abre la perspectiva para poder analizar una parte de la dimensión política del mundo colonial y el papel que jugaron en ella caudillos como Bernardo de Vargas Machuca. En este horizonte, si bien se reconocía la dominación del monarca como figura imperial, no hay que descuidar el hecho de que otras formas de dominación eran más que plausibles. Junto con los historiadores John Phelan y el mismo Pagden es posible hacer un estudio de estas otras formas para el caso de la dominación de Carlos V y los reyes Felipe II y Felipe III en Europa, y, como es el caso también, de sus particularidades en América, lugar donde los caudillos, más que ser hombres subordinados a la autoridad del rey de turno, mantuvieron una diferencia social por su “calidad” o, como se insistirá a lo largo del trabajo, por su “liderazgo” en la lógica de las conquistas postergadas que abren diversas dinámicas de pacificación a finales del siglo XVI y principios del XVII. Como se verá, fue su calidad la que los caracterizó y los distinguió socialmente.

A lo largo de Milicia y descripción de las Indias, Bernardo de Vargas Machuca realiza todo un estudio y una defensa de lo que significa el caudillo para las Indias y para el rey. Incluso, desarrolla toda una filosofía –o un Ars bellica, según hemos dicho– acerca de lo que representa esta figura a priori por sus cualidades naturales, a posteriori por su aprendizaje y sus vivencias en las Indias, y a fortiori por añadidura. Cabe mencionar que desde el lenguaje de la obra se “mencionan y revelan muchos detalles acerca de una gran diversidad de la gente, que incorporan, en palabras de veras usadas en textos, centenares de los conceptos organizadores de la sociedad y la cultura”.10

En este contexto aparece, como correlato a la idea de caudillo propuesta por Vargas Machuca, la concepción de Weber sobre los tipos de dominación y, en particular, el tipo de dominación carismática –del que nuestro autor ya habla y da desde muy temprano una muestra– desplegada con el fin de legitimar su merecimiento como gobernador de alguno de sus lugares más deseados en las Indias, entre ellos, el Nuevo Reino de Granada, que tan bien presumió conocer. Esto, además, acompañado de la noción de calidad, mencionada anteriormente, que defenderá con vehemencia un autor como Pedro de Bolívar y de la Redonda en su libro Memorial, informe y discurso (1667), donde aparece una serie de coincidencias con buena parte de los atributos que Vargas Machuca da a su caudillo y que aquí se mencionarán cuando sea pertinente.11 La importancia de Weber es, como señaló Durkheim en la revista L’Année Sociologique (1898), haber señalado el influjo de la sociología sobre la disciplina histórica, el cual “se basa en la sencilla pero pragmática idea de que la historia solo es científica cuando es capaz de trascender lo individual y se adentra en la dimensión sociológica de la realidad”.12

A lo largo de los dos capítulos que componen esta segunda parte, el lector podrá apreciar la manera como el liderazgo o la “calidad” del caudillo se completan cuando logra integrar, no solo a los aventureros peninsulares y a los sacerdotes bajo su potestad militar, sino también a los indios e incluso al paisaje mismo. Todo esto, en un texto que parte de sus merecimientos –los cuales hacen de él una figura tan grande como Hernán Cortés o Cristóbal Colón–, luego pasa por la caracterización del ideal de caudillo, y finaliza con la descripción de las Indias y el completo conocimiento de la geografía americana. En esencia, allí se configura el ser y el quehacer del caudillo colonial de finales del XVI y principios del XVII, particularmente en lo que fueron todos los procesos de aquellas conquistas postergadas cuando la generación de primeros conquistadores ya había desaparecido.

En ese sentido, como puede verse, la línea discursiva de este texto maneja un solo punto de convergencia para el análisis: Milicia y descripción de las Indias. Sin embargo, hace su lectura desde diversos lugares del saber en el ámbito de las ciencias sociales, más que con fines interdisciplinares, con el fin de explorar según diferentes ángulos teóricos la riqueza histórica de una obra y de un periodo que, en sí mismo, puede ser leído a partir de múltiples perspectivas. Lo importante en cada momento ha sido dejar hablar a la fuente y buscar recursos para hacerla hablar, puesto que, como dice Marc Bloch: “¿Qué historiador no ha soñado, como Ulises, que podría alimentar a las sombras con sangre a fin de interrogarlas?”.13 Aquí, en lugar de la sangre, la diversidad de fuentes –que van desde la literatura hasta la sociología, sin salir del lugar de enunciación del texto de Vargas Machuca– ponen de manifiesto el hecho de que el trabajo del historiador encuentra como ejercicio propio el seguimiento de huellas de diversos tipos, como sugiere Ginzburg,14 a fin de mostrar un problema e historizarlo, es decir, hacerlo y dejarlo ver como historia.

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Como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder
como se debe ir por todas las cuatro partes del mundo buscando
las aventuras como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado.

MIGUEL DE CERVANTES, El ingenioso hidalgo, Don Quijote de la Mancha

CAPÍTULO I. LA CONSTRUCCIÓN DE SÍ MISMO Y LA EXPERIENCIA INDIANA

En primer lugar, el presente capítulo examina la situación de Vargas Machuca ante la tradición historiográfica colonial y su lugar en ella. En segundo lugar, abre interrogantes sobre su vida a través de la imagen que él mismo ofreció de sí al mandar elaborar un retrato –cuya semejanza con el que Tiziano hizo de Felipe II es más que evidente (figura 1)– que hizo las veces de frontispicio de su libro Milicia y descripción de las Indias (figura 2). Como veremos a lo largo del trabajo, este último fue catalogado por Francisco Esteve Barba como uno de los más curiosos acerca de la historia de la Conquista a causa de su contenido diverso y, sobre todo, por las luces que arroja acerca del liderazgo de los caudillos en las Indias.15 Por último, en esta sección también se indaga por la vida y situación social del caudillo a través de su doble relación con el Cid: con el caballero de Valencia y con Fray Bartolomé de las Casas. En este capítulo, me ocupo solo de la primera relación.

Un gran caudillo al margen de la historia

Para un hombre como don Bernardo de Vargas Machuca existe toda una serie de categorías que lo califican tanto positiva como despectivamente. Categorías asociadas a su carácter militar: “maese de campo”, “teniente general” o, su favorita y más usada, “capitán”, entre otras. Además, categorías relacionadas con el modo como pudo ser visto por los otros: “indiano” o “perulero”16 –para buena parte de los peninsulares nobles–, “benemérito” o “baquiano”17 –para quienes admiraban el espíritu de los conquistadores, incluyendo a sus soldados–. Fue nombrado “encomendero”, “conquistador” y “caudillo” por la monarquía y en las obras de su autoría –en su gran mayoría probanzas de méritos por sus labores en las Indias–. Estos últimos términos son los que se usan con mayor frecuencia en la historiografía colonial para estudiar, desde la llegada de los primeros conquistadores, a todo “el puñado” –tomando prestada una expresión de Restall–18 de aventureros que vinieron a buscar en América tanto un posicionamiento social como una notable mejoría de su situación económica; intento que los condujo a llevar una forma de vida que se sintetiza en una serie de prácticas recurrentes:

Dentro de ellas podemos mencionar: el uso y porte de armas, la posesión de caballos, su forma de vestir, la arquitectura de sus casas, la heráldica, la organización de fiestas y eventos públicos bajo su patrocinio, el ocupar cargos dentro del gobierno local, el ingreso a las órdenes militares, la posesión de encomiendas, las genealogías, la elaboración de probanzas de méritos, la generosidad frente a los pobres y a la Iglesia; y en general toda una serie de conductas que enfatizan su carácter de soldado al servicio de la causa del Rey y de la fe, que debido a sus obligaciones debe mantener un estilo de vida que muchas veces lo arrastra a la pobreza.19 

El uso de la última terminología (encomendero, conquistador, caudillo) resulta ser el más adecuado, puesto que da cuenta de manera más precisa de las relaciones sociales y de las actividades específicas de estos hombres en las Indias durante todo el periodo colonial. Germán Colmenares explica, por ejemplo, que en el estudio de la institución de la encomienda se comprende mejor la sociedad y la economía coloniales, puesto que de ella “se derivaba tanto el poder político como el poder económico”.20 Sin embargo, aquí no se desdeñan las otras terminologías, puesto que, en su conjunto, todas parecen evidenciar aspectos que, en aras de ofrecer una visión holística, no han de ser descuidados, y que al avanzar irán cobrando protagonismo según el asunto a tratar.

Por el momento, hay que señalar que a pesar de que expresiones como “conquistador”, “encomendero” y “caudillo” se puedan emplear como sinónimos, para ganar precisión se ha de usar “caudillo” con mayor frecuencia para hablar de Vargas Machuca. En primer lugar, porque así es como se refiere a sí mismo en Milicia y descripción de las Indias. En segundo lugar, porque se trata de una expresión que la historiografía ha descuidado al hacer referencia a los conquistadores, incluso cuando esta se puede rastrear en un texto como Memorial, informe y discurso (1667) de Pedro de Bolívar y de la Redonda, donde dice, exaltando las cualidades de los hombres que merecen el reconocimiento de la Corona, lo siguiente:

y más cuando se reconoce, y muchos desapasionados confiesan, que, en lo general, son de agudos y lucidos ingenios, excelentes capacidades, prudentes juicios y loables procederes, en que corresponden al buen origen que tienen de este reino, cuyo cielo y suelo ha producido y produce fortísimos y valerosísimos soldados, prudentísimos y expertísimos caudillos, elocuentísimos oradores, excelentísimos poetas, muy enteros, desapasionados y justicieros jueces y muy esclarecidos en todo príncipes.21 

Con “caudillo”, el autor se refiere al liderazgo de conquistadores como Cortés y Pizarro, y a todos los descendientes que desde 1492 merecen ocupar cargos de gobierno. Este asunto es seguido de cerca por Jaques Lafaye en el capítulo que dedica justamente a los caudillos en Los conquistadores: figuras y escrituras, donde afirma, por ejemplo, que

la actitud de caudillos como Cortés, Pizarro y Valdivia fue desde luego de un valor ejemplar; esta actitud creó el entusiasmo, suscitó émulos [todos los caudillos posteriores a estas grandes figuras], marcó con un sello indeleble en la futura civilización americana, nacida justamente del encuentro del Viejo Mundo, del que los conquistadores eran (de hecho, si no de derecho) los embajadores plenipotenciarios, y el Nuevo, violado por la fuerza y por la astucia o, si se prefiere, por las armas y por la política.22 

En el siglo XVII, el caudillo es definido por el Diccionario de Autoridades como “el que guía, manda y rige la gente de guerra, siendo su cabeza, y que como a tal todos le obedecen”;23 con todo, además de Lafaye –quien por cierto no dedica muchas páginas a explorar sobre este modo de caudillismo–, la expresión se pierde y se remplaza por “encomendero” o “conquistador”, como se ha venido empleando generalmente. Sin mencionar el hecho de que “la categoría del conquistador incluía tres grupos adicionales […]: mujeres conquistadoras (muy escasas), conquistadores negros (un número muy significativo) y conquistadores indígenas (muy numerosos, muy superiores en número a los conquistadores españoles y negros)”,24 y que, según Vargas Machuca, el caudillo solo puede ser, entre tantas otras cosas que implican su ser –o, como veremos, su “calidad”–25 de origen español, hidalgo y varón.

Ahora, si bien es cierto que el término expresa un liderazgo con relación a unas huestes, con el libro de Vargas Machuca la definición del Diccionario de Autoridades se queda corta. Mientras se profundiza en ella en la segunda parte de este trabajo, con todo lo que implica su construcción moral y social, cabe decir que esta es, en primera medida, la razón por la cual la palabra “caudillo” aparece como la más adecuada para referirse a Vargas Machuca y evidencia la pertinencia de referirse a otros conquistadores y encomenderos con ella.

Por otra parte, parece que no solo el concepto de “caudillo” ha quedado al margen de los estudios coloniales, sino que a don Bernardo de Vargas Machuca le ha tocado la misma suerte. Como caudillo, habrá de vivir a la sombra de las enormes figuras de los primeros conquistadores, en particular la de Hernán Cortés, en su propia experiencia indiana a mediados del siglo XVI; pero, eso sí, habrá de superar el anonimato y las sombras de esa inmensa mayoría de conquistadores que murieron en la oscuridad.26 Y ya después de su vida, también los grandes historiadores del mundo colonial como Lafaye, Gruzinski y Elliott, por nombrar algunos, al ocuparse de los primeros conquistadores y de su importancia, le darán a Vargas Machuca el lugar de breves comentarios en sus obras. Análogamente, historiadores posteriores se ocuparán de él. Entre estos, algunos trabajos mencionados en la introducción son de gran relevancia, razón por la cual irán apareciendo en este texto conforme sea adecuado.

La popularidad, aunque marginada, de Vargas Machuca entre los historiadores de gran reconocimiento se debe principalmente al frontispicio de su libro y al lema que aparece en él (figura 3). En la edición española del libro de Elliott, El viejo mundo y el nuevo 1492-1650, la imagen fue la portada de su libro. Esta misma aparece en Los siete mitos de la conquista española de Matthew Restall para sintetizar la idea de que en las primeras décadas de la conquista “la espada y el compás eran los instrumentos de comunicación más eficaces”, así como el hecho de que la conquista, sobre todo, fue, en últimas, un tema de letras y de armas.27 A esto ha sido relegada la imagen y su lema en las grandes historias y asuntos a tratar en el mundo colonial: para sintetizar.28 Lafaye, por ejemplo, menciona a Vargas Machuca en medio de su narración sobre la querella entre Pizarro y Almagro,

que había de resultar en la ejecución del segundo, [y que] dejó en cierta forma a Chile sin conquistador. La dinámica propia de la Conquista que, por una especie de horror al vacío, se excedía sin cesar a sí misma: “A la espada y el compás, más, más, más y más”,29 de acuerdo con la divisa del capitán Bernardo de Vargas Machuca, habría de provocar una nueva expedición (entrada) a Chile.30 

Sin embargo, haciendo justicia al texto de Elliott que mencionaba anteriormente, además de utilizar el retrato como portada de su libro, allí el autor hace un comentario que bien parece corresponder a las ambiciones propias de este trabajo sobre Vargas Machuca cuando dice, a propósito del proceso de asimilación que representó la Conquista para Europa durante todo el siglo XVI, que

la Europa de 1600 confiaba en sí misma –más que la Europa de cien años antes–. Y una sociedad que confía en sí misma no pregunta muchas cosas que puedan dar lugar a respuestas embarazosas.31 Esta Europa estaba representada, no por el humanista con sus ilusiones y sus dudas, sino por el retrato del capitán español Vargas Machuca, que aparecía en la portada de su Descripción de las Indias de 1599 con una mano en su espada y con la otra asiendo un compás encima de un globo terráqueo. Debajo aparecía escrito el siguiente lema: 

A la espada y el compás,

más y más y más y más.32 

El frontispicio de Milicia y descripción de las Indias

Remontarse a la creación del frontispicio y su lema implica, en primera instancia, al menos dos cosas: la primera, tener en cuenta que la imagen ha sido empleada por los historiadores más en un sentido decorativo o ejemplar que como soporte histórico en sí mismo; la segunda, que, a pesar de aparecer en libros de gran relevancia, su estudio ha sido muy pobre, en especial porque toda la atención se ha centrado más sobre el lema que sobre ella en cuanto imagen. Textos como Visto y no visto33 de Peter Burke y “¿Se puede escribir historia a partir de imágenes? El historiador y las fuentes icónicas” de Tomás Pérez Vejo dan cuenta de la manera como los historiadores podemos trabajar con imágenes más allá de una explicación que deja entre paréntesis su calidad de fuente histórica. Al tratarse de un objeto que está por fuera de la escritura, este suele relegarse por la fuerte tradición logocéntrica que ha caracterizado la labor del historiador en Occidente.34

Bajo este supuesto, se deja por fuera el hecho de que toda imagen “cuenta unas veces de manera voluntaria y otras de manera involuntaria una historia”35 y, a su vez, el hecho de que “las representaciones no son neutras, sino que determinan una forma de ver y de imaginar”.36 De tal manera que la idea del estructuralismo y el posestructuralismo, según la cual las imágenes son también texto, va más allá de una simple metáfora. Según tal premisa, aunque se puedan decir muchas más cosas sobre las posibilidades históricas de las imágenes en tanto fuentes, basten los dos argumentos anteriores para realizar el análisis de este frontispicio y señalar, de paso, que el error de los historiadores al manipular esta o cualquier imagen –asumir sobre ella un sentido decorativo o meramente ilustrativo– ha sido el hecho que las ha reducido a lo que Burke denomina una “metafísica identitaria”37 o, en otras palabras, a un comodín para evidenciar prácticamente cualquier circunstancia en medio de sus relatos.

Con todo, el hecho de que la imagen sea utilizada por los historiadores como lo he descrito hasta aquí no es del todo descartable. Que el libro y la respectiva imagen del autor hayan sido publicados precisamente el último año del siglo XVI permite, en buena medida, ver en ellos una recapitulación de lo que fueron los anhelos y las maneras de verse a sí mismos de los conquistadores. Pero no solo de ellos, como sostiene Elliott, sino incluso de todo un continente, al estar más cerca de sus ambiciones este tipo de personajes que el humanismo renacentista, del que tanto se enorgullece la historia tradicional. Solo que esta idea, eso sí, oscurece lo que se quiere indagar aquí: aquello que veía Vargas Machuca de sí mismo y el sentido que tiene esta imagen al comienzo de su obra.

En primer lugar, aunque no se conoce al autor del frontispicio –y de seguro no es Tiziano–, algo es claro: independientemente de su anonimato, la imagen ya nos narra algo muy propio de su tiempo: la estima del “yo”, que viene de una forma de vida en Europa y un espíritu de los hombres que, al igual que Descartes, lo imponen como punto de partida para todas sus reflexiones montadas siempre sobre la propia experiencia. Así lo dice el mismo filósofo en sus Meditaciones: “Mas cuando hube pasado varios años estudiando el libro del mundo y tratando de adquirir alguna experiencia, resolvime un día estudiar también en mí mismo y a emplear todas las fuerzas de mi ingenio en la elección de las sendas que debía seguir”.38 En este sentido, “si Las Casas monta sus conclusiones sobre lo que él ha visto en las Indias y Acosta elaboró sus teorías sobre la evangelización indígena después de recorrer el virreinato del Perú [como muchos otros], a este mismo espíritu responde la obra de Vargas Machuca”.39

Una imagen de sí, en tal caso, contribuye a completar toda la dignidad que él mismo atribuye a su nombre y a su nobleza. De aquí que no deje de haber cierta ironía cuando se le menciona como alguien que, por su espíritu, incluye a muchos otros conquistadores y que cierra una experiencia común de finales de siglo. Vista así, su búsqueda por ser recordado como ningún otro habría fracasado, puesto que nadie es recordado porque se parezca a otros, sino por su singularidad. Al fin y al cabo, esta será, entre otras, una de las finalidades propias del libro, la cual también es subrayada en la epístola persuasoria realizada por Antonio de Carvajal, natural de la ciudad de Tunja, cuando dice:

 

Las armas belicosas donde el indio
su imperio dilatar quiso arrogante, 
don Bernardo de Vargas Machuca, 
cual español excelso y belicoso
las ha puesto en el punto más supremo
que jamás capitán le ha aventajado.
40 

 

En segundo lugar, en vista de que la imagen es una parte integral del texto tal y como fue concebido para su publicación, su composición ha de coincidir en buena medida con las intenciones de esta. La redacción del texto tuvo lugar en la visita que hizo Vargas Machuca a Madrid en 1595 con el fin de recibir las mercedes que no le habían sido otorgadas a causa de sus servicios en las Indias. Su publicación de 1599, al igual que sus campañas en América, dependerían de su propia financiación y la gestión de la licencia real para ello.41 De hecho, es fundamental saber que “las obras de Bernardo de Vargas Machuca fueron escritas para ser publicadas y leídas en España”42 y, en este contexto, no deja de ser significativo que su pose imite la de Felipe II, para entonces el rey difunto recientemente sucedido por Felipe III, puesto que

[l]os retratos de los conquistadores tomaban su inspiración y su legitimidad de otros dos géneros de retrato, el de los reyes y los virreyes. Los retratos de los reyes tendían a establecer tropos visuales que fueron posteriormente imitados en los retratos oficiales de los virreyes mexicanos y peruanos, así como en los retratos oficiales y privados de los conquistadores. […] En cualquier caso, el mensaje era suficientemente claro: el rey, el virrey y el conquistador estaban colocados y yuxtapuestos en una relación de legitimidad, autoridad y lealtad.43 

De esta manera, para la publicación y su venta durante diez años, llegó a un acuerdo con Juan Rodríguez Mercader, quien fuera el editor y el impresor del libro. Vargas Machuca asumió todos los gastos de la impresión y venta, mientras que las ganancias se repartirían entre las dos partes. De aquí que se pueda concluir que la imagen de sí mismo al inicio del texto también habría salido de su bolsillo, con el objetivo de ser recordado no solo por la obra que produjo, sino también por la imagen de quien la gestó.

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