Índice

Cubierta

Índice

Portada

Copyright

Este libro (y esta colección)

Agradecimientos

Dedicatoria

Epígrafe

Parte I. Sobre la diversidad biológica

1. La saga (más microbios)

2. Sherlock (el valor de la pregunta y la respuesta)

3. Plantas (las mismas)

4. Bacterias (las originales, las pasteurianas)

5. Arqueas (el valor de los errores o la persistencia del ignorante)

6. Hongos (más o menos los mismos)

7. No estábamos tan solos (las midiclorias de los Jedis)

8. Microbiomas (el juego de los fractales)

9. Endófitos (el escondido y la piedra libre)

10. Sociomicrobiología (organización de la comunidad microbiana)

11. Comunicación y redes sociales (los idiomas microbianos y el juego de señales)

12. Internet natural o la wood wide web (suelo: lugar por donde los organismos se conectan y se comunican sin operadores de cable que facturen todos los meses)

13. Hobbits, elfos y orkos (el bien y el mal no se definen por penales)

14. Colonización, antagonismo y cooperación (cómo poner en escena la tragedia para que la obra funcione)

15. Crimen y castigo (la liga de la justicia legítima)

16. Revolución y evolución (labramos aramos rompemos ignoramos)

17. Agroquímicos y agrobiológicos (medicina de recetario y Zhi Neng)

18. Los gases (el invernadero no deseado)

19. Desastres, resiliencia y resurrección (Pompeya y más allá la inundación)

20. Los bosques de piedra (al ver verás)

21. Gabinete de curiosidades (los antihéroes como esperanza de la humanidad)

22. Cuando menos es más (evolución y aumento de la diversidad por despojo)

23. Transformers y la evolución de los pokemones (docencia y transmisión de conocimiento en el subsuelo)

24. Los trans y las tribus que vendrán (nuevo juego de niños en manos de hombres ignorantes)

25. Por el mismo baticanal (continuará)

26. Una más y no jodemos más (últimas noticias para este boletín)

Parte II. Sobre otros temas del título y algunos aspectos de la diversidad cultural

27. La madre de mis hijos (mi exmujer) ([R]evolución #9)

28. Mi novio (azar y necesidad, felicidad y resiliencia)

29. El cocinero (los placeres que evolucionan)

30. Más amantes (la búsqueda infinita)

Luis G. Wall

HISTORIAS DEL INFRAMUNDO BIOLÓGICO

Más bacterias, las mismas plantas, mi exmujer, mi novio, el cocinero y más amantes (sobre diversidad biológica y cultural)

Wall, Luis Gabriel

© 2020, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Este libro (y esta colección)

Bosques de algas y hongos en cada piedra. Galaxias invisibles al ojo humano en un milímetro de musgo. Mares poblados de zoologías insondables en la gota que tiembla sobre la hoja. Antigua idea de un macrouniverso donde nuestros planetas son moléculas. Para él nuestra historia y nuestro sufrimiento se vuelven tan importantes como para nosotros las guerras, plagas, invasiones y cataclismos que ocurren entre los infusorios.

José Emilio Pacheco, “Microcosmos”

Hay otros mundos, pero están en este.

Paul Éluard

En el principio fueron las plantas. Y las bacterias. Y los hongos. Pero también su mujer. Y por qué no, el cocinero. Y ya que estamos, su amante (el del cocinero). Fue la época en que debíamos convencer a los científicos de que valía la pena ladrar la ciencia, salir del laboratorio a contar nuestras historias… aunque en este caso no había mucho que convencer: con su alma de Tintín viajero de los suelos y las raíces, nuestro autor venía narrando esta historia desde hacía rato, en la ciencia y en las aulas.

Pero ¿cómo? ¿Ya se contó esta historia de las plantas, los hongos, las bacterias y todos los demás? Sí y no. En la naturaleza todo es maravillosamente simple y complejo a la vez, y si en un gramo de suelo entran 10 000 millones de bacterias, vaya si hay tela para cortar.

Cada vez que caminamos en un bosque o en un prado, estamos andando sobre comunidades enteras de microorganismos, un inframundo rebosante de vida y de conversaciones. Luis Wall oficia aquí de lenguaraz, de intérprete de las diminutas charlas que ocurren debajo de nuestros pies, casi como en una de cowboys o de aventuras en que los hongos interactúan con las bacterias, los dos con las raíces y todos con el suelo. Y estas no dejan de ser historias de amor… microbiológicas. Porque de esas interacciones depende nada menos que la vida en la Tierra.

No hace mucho tiempo que se popularizó el concepto de “microbioma”, entendido como el conjunto de bacterias que todas y todos tenemos dentro. Sí, en cierta forma somos más bacteria que gente (al menos si comparamos el número de microorganismos con el de nuestras células). Y parece que ese micromundo interior influye en todo lo que hacemos: desde la digestión o el sistema inmune hasta nuestro estado de ánimo. Pero hete aquí que existen otros microbiomas, como los del suelo, magníficamente reportados por Luis, quien nos lleva de paseo por comunidades de microbios que se mueven, que se complejizan frente a la raíz, que incluso se comunican con otras comunidades allá, más lejos en la tierra. Y como si esto fuera poco, hasta nos presenta microbiomas que viven dentro de las plantas. Efectivamente, es surrealista (de ahí el “Hay otros mundos…”).

A medida que leemos estas páginas, el planeta y sus interacciones nos generan un nuevo respeto. Es, como en la canción de U2 con letra de Salman Rushdie: “cómo nos hacía sentir, como me hacía real / el suelo bajo sus pies”.[1]

Como el reino de Hades, el suelo está vivo. Debajo de nosotros y también en este libro.

Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil.

Ciencia que ladra… no muerde, solo da señales de que cabalga.

Diego Golombek

[1] Se trata de “The ground beneath her feet”, en el álbum The Million Dollar Hotel Soundtrack.

Agradecimientos

A mi perro Tomás, que me acompañó en mis retiros para escribir.

A Néstor y Marcela, que me prestaron la casa de Mar Azul, hermoso lugar donde este libro arrancó y tomó forma.

A Chango Arbide, por sus comentarios sobre el primer manuscrito.

A Gabriela Massuh, por revisar la traducción de la frase de Thomas Mann y por sus libros, que también me inspiraron a escribir este.

A Rubén Szuchmacher, por su aliento para escribir y por sus comentarios sobre el texto.

A mis amigos, maestros y alumnos…

A mis amigas, maestras y alumnas…

A mis amigues, maestres y alumnes…[2]

Al que cuida el jardín, como quería Voltaire…[3]

[2] Son tiempos de cambios culturales y de saludables aperturas. Podría haber dejado solo la primera frase, pues para mí los términos finalizados en -o son los genéricos de mi idioma. Pero la lucha continúa (diría Sasturain), así que prefiero ser excesivo y remarcar algunos conceptos desde el comienzo, ya que este libro está inspirado en la maravilla de la diversidad biológica y cultural que nos constituye.

[3] Del poema “Los justos”, de Jorge Luis Borges (1983).

Si el suelo es lo único que alimenta, él es lo único que concede la libertad.

Thomas Mann, La montaña mágica

Parte I

Sobre la diversidad biológica

1. La saga

(más microbios)

Hace casi veinte años, comenzaba a escribir mi primer libro para la colección Ciencia que ladra.[4] “Veinte años no es nada”, dice el tango,[5] pero ha pasado mucha agua bajo el puente y, entre otras cosas, además de mi vida, la microbiología ha cambiado radicalmente y así cambia (o debería cambiar) la manera de comprender las plantas, el suelo… todo en realidad (y juro que no exagero). La dificultad con los microorganismos es que no los vemos a simple vista. Los microorganismos que viven en este planeta fueron y son más o menos los mismos de siempre. Quiero decir, estuvieron siempre, pero no los detectábamos. Hasta hace poco resultaban por completo invisibles a todos nuestros radares. En mi primer libro no les mentí, simplemente conté lo que sabía (o, en todo caso, fui un ignorante involuntario). Recurriendo a una analogía apropiada para esta era de series disponibles en internet, el libro anterior fue la primera temporada. El resto de la historia, las interminables temporadas que aún faltaban, fue tomando forma en los años siguientes, y de eso se trata este libro: una colección de nuevos trailers. Siguen apareciendo historias y hay material para muchas temporadas, más de las que podremos ver. Mientras tanto, en Ciudad Gótica,[6] los guionistas de la serie, los científicos autodenominados “ecólogos microbianos”, continúan analizado el planeta y todo lo que hay en él de una manera nueva, “febril la mirada”,[7] volviendo al tango en cuestión.

A lo largo de la historia, la humanidad ha desarrollado ideas, pensamientos, religiones o mitos con el fin de explicar nuestra existencia en este planeta. En general, todas estas explicaciones, relatos, teorías o conjunto de ensayos que dan respuestas a las preguntas esenciales han puesto (y ponen) a los seres humanos como centro del universo o como centro de la cuestión. Aún en la actualidad, cuando ya la Tierra ha dejado de ser plana, el sol ha dejado de ser el centro del universo y el escenario en que vivimos ha cambiado, sigue siendo muy común que los relatos consideren al humano como la especie dominante del planeta, explícita o implícitamente. Una breve historia de la humanidad narrada desde una perspectiva evolutiva, al punto de sostener que el trigo domesticó a hombres y mujeres y no al revés, confunde (en el mejor sentido de la palabra) biología con cultura y genera un ensayo muy interesante acerca de las razones que explican, para el autor, el éxito del Homo sapiens como especie dominadora del planeta.[8] En lo personal, tengo mis dudas acerca de esa conclusión, y lo que me mueve a escribir este libro es hacer saber al público en general la relevancia y preponderancia de los microorganismos en nuestro planeta y, eventualmente, poner en duda si hay una especie dominante y cuál es. Al hablar de los microorganismos quiero desarrollar algunos conceptos acerca de la diversidad microbiológica y trataré de explicar de qué se trata la ecología microbiana y por qué la del alcohol en gel es una batalla perdida.

La diversidad biológica no es ajena a la diversidad cultural y viceversa, y sobre eso también quiero hablar. De allí que el título de este libro sea como una evolución del título del anterior.

Hablando de la invisibilidad de los microorganismos y para dejar descansar a Saint-Exupéry y su frase del zorro, popularizada en infinidad de pósteres y emotivas tarjetas, voy a tomar un célebre refrán, famoso por preservar muchos amores en este planeta: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Propongo reformularlo del siguiente modo: “Corazón que ve, ojos que sienten”,[9] como una manera de entrar a este libro con otra configuración en nuestro corazón y en nuestra cabeza, para poder ver.

En tren de definiciones, la vida es eso que se expresa en las plantas, las bacterias, los hongos, las arqueas, mi amada exmujer, el cocinero, mi amado novio y los amantes. Es cuestión de saber mirar o de aprender a mirar.

Al hablar sobre lo que hacen los seres vivos, nos referimos no solo a las acciones que ocurren en ellos durante su desarrollo, sino a las que suceden entre los seres vivos y las de ellos sobre el medio que los rodea. A las que ocurren entre los actores de la vida las denominamos “interacciones”. Las interacciones entre organismos tienen como consecuencia que ambos cambian de alguna manera luego de interaccionar con el otro, como cambia quien fue mi esposa (mi exmujer) cuando le regalo una planta o un libro para el día de la madre, que no es lo mismo que si hubiese intentado regalarle una bacteria o un hongo.

En gran parte de este libro nos ocuparemos de interacciones biológicas y describiremos esa enorme diversidad de vida que nos rodea, que vive encima de nosotros y que hace funcionar el planeta. Así como son complejas las interacciones entre los humanos que provienen de diferentes culturas, algo parecido sucede en el inframundo biológico, en el nivel de la vida microbiana. Las interacciones entre microorganismos diferentes y entre microorganismos y organismos más grandes también son complejas. Sin embargo, son comprensibles o abordables, igual que las relaciones entre los humanos (al menos en parte). Aprovechando esta similitud y cuidando de no caer en una postura antropocéntrica, espero que no resulte extraño que utilice algunas categorías propias de la cultura humana para intentar explicar o interpretar cuestiones microbiológicas. Es cierto que los microorganismos son seres mucho más simples que los humanos, pero también lo es que interaccionan mucho y de muy diversas maneras con su entorno. Comprender estas redes de interacción nos permitirá conocer un poco mejor el planeta en el que vivimos y quizá nos sirva de espejo para comprender mejor nuestras interacciones entre humanos. A fin de cuentas, todos estamos hechos de ADN y de las mismas moléculas de la vida, o como diría Moby, we are all made of stars.[10]

Es mi intención que, al llegar al final de este libro, el mundo microbiano se haya revelado para la lectora y el lector, y que las plantas y el suelo se vean un poco diferentes, quizá más interesantes que antes de su lectura. A lo largo del texto veremos que estas relaciones o interacciones entre plantas, microorganismos, suelo y ambiente en su conjunto son fundamentales para el desarrollo y la calidad de la vida humana, y a la vez, una herramienta muy valiosa para cuidar el planeta.

¿Qué es esto de la posverdad?

(cómo doctorarse en la ignorancia)

“Posverdad” es un concepto que tiene mucho que ver con el tiempo que nos toca vivir. Un tiempo en el que nos enteramos y aprendemos de la realidad más por lo que leemos o vemos en las redes que por la observación de los hechos. El término “posverdad” se asocia a una distorsión deliberada de la realidad (la de los hechos) para influir en la opinión pública. Se terminan aceptando más las opiniones, lo que uno cree emocionalmente, que los hechos. De todos modos, la posverdad es algo muy viejo en la historia de la humanidad,[11] si bien con el poder y el tamaño de las redes de comunicación actuales, el término y el hecho de la posverdad adquieren mayor relevancia. Dicho en criollo, la posverdad es mentir o usar información falsa como verdadera. En ciencia, aparentemente, el riesgo de la posverdad es menor que en otras áreas, pues se supone que se basa en el análisis de los hechos, ya sea por observación directa o indirecta de la naturaleza, o por generar situaciones experimentales para luego registrar e interpretar los resultados. Quien interpreta los resultados en ciencia es un Homo sapiens. Curiosamente, una característica innata de este Homo sapiens sería su capacidad de mentir, lo que algunos historiadores con miradas novedosas señalan como una de las herramientas del éxito de la especie.[12] Más adelante veremos que la mentira no es privativa del Homo sapiens y que también hay estafas en el mundo microbiano.

El gran problema es que con tantos predicadores de posverdad en el mundo, la humanidad, en términos globales, ha tomado la ciencia como el refugio de la verdad. Buscar algo firme de donde agarrarnos es parte de nuestra naturaleza también. De ese modo, la ciencia pasó a ser la más moderna de las religiones y como tal también tiene sus fanáticos y predicadores de los que hay que saber cuidarse. Son esos que, en una conversación o en un progarma televisivo, dicen alzando levemente la voz: “¡Esto está científicamente comprobado!”, para que luego de semejante afirmación no haya tutía, ni mi tía, ni lugar a ninguna discusión posterior, algo impropio de la ciencia.

[4] Se trata de Plantas, bacterias, hongos, mi mujer, el cocinero y su amante, editado por la Universidad Nacional de Quilmes en 2000 y luego por Siglo XXI en el año 2005. Ese libro habla sobre la naturaleza química de los seres vivos, el ciclo de los elementos químicos en la vida y el rol de los microorganismos en todo eso. También presenta a las plantas como un ejemplo de complejas interacciones biológicas con grandes significados para la vida de los seres humanos. Nada de eso ha cambiado; simplemente, la escena es más compleja.

[5] Compuesto en 1934, el tango “Volver”, de Carlos Gardel y Gabriel Le Pera, es una joyita que cada tanto es bueno volver a escuchar.

[6] En la serie pop Batman y Robin de los años sesenta (en que los protagonistas usaban aerosoles repelentes de tiburones para surfear las olas de la realidad con estilo), para pasar de una escena a otra solían usar la frase “Mientras tanto en Ciudad Gótica…”, y yo me dejaba llevar de la mano de la ficción con mucho placer.

[7] Febriles son algunos ecólogos microbianos que están estudiando en todo el mundo los microbiomas de los ambientes urbanos, tomando muestras de los pasamanos de las escaleras, de los agarres para sostenerse en los colectivos y los subtes, de los asientos de los trenes, de las manijas de las puertas, de los vasos y las mesas de los bares, de los vidrios de las ventanas. Para más información, véase Meta SUB Project en el sitio <metasub.org>.

[8] Yuval N. Harari escribió un libro imprescindible llamado Sapiens. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad (Barcelona, Debate, 2016), cuya secuela reciente −21 lecciones para el siglo XXI, Buenos Aires, Penguin Random House, 2018− constituye una muy inteligente mirada sobre el presente de la humanidad que debería ser texto de debate en colegios y universidades, para dejar de hablar de categorías viejas y obsoletas.

[9] En Qi Gong (medicina china) se dice que el corazón es la residencia del Shen o la morada de la mente y las emociones. Desde allí debemos mirar la vida. Los ojos son el órgano de uno de nuestros cinco sentidos, la vista, tan necesarios para movernos y avanzar, pero no irreemplazables, como nos enseñan los ciegos que desarrollan y utilizan otros sentidos para percibir y encontrar el camino.

[10] “We are all made of stars” es una canción de Moby, en su álbum 18 (2002).

[11] Véase el capítulo 17 de 21 lecciones para el siglo XXI, de Yuval N. Harari, ob. cit.

[12] Nuevamente acudo a Sapiens, de Yuval N. Harari, ob. cit.

2. Sherlock

(el valor de la pregunta y la respuesta)

La interacción entre dos seres vivos (dos personas, por ejemplo) ocurre cuando existe algún tipo de comunicación entre ellos, es decir, por algún medio uno reconoce y acepta la existencia del otro. Sea por lenguaje, señas, miradas, caricias o abrazos, por Twitter, por Instagram, por teléfono o por cualquier intercambio de elementos reconocidos de un lado y del otro, y de alguna manera comunes a ambas partes. Es necesario que haya señales y que haya receptores. Un abrazo a otra persona, a un animal, a un árbol comunica muchísimas cosas y constituye una interacción, pues luego de la acción hay un cambio. Sin el otro enfrente, un abrazo al aire no comunica nada. Sin embargo, la biología siempre nos sorprende: si una persona hace el gesto de abrazar a otra y continúa el movimiento del abrazo aun cuando no haya nadie frente a ella, esa persona se termina abrazando a sí misma y eso, curiosamente, genera una cierta comunicación con… nosotros mismos.

En este libro volveremos sobre algunos temas que analizamos en el anterior, pero vamos a ampliarlos y a profundizar la discusión. Por ejemplo, la comunicación. Vivimos en un mundo de redes sociales y comunicacion instantánea, en el que irse a descansar a una playa sin señal de internet levanta sospechas respecto de los problemas de salud de quien quiso conectarse con la naturaleza y consigo mismo. La comunicación entre los Homo sapiens siempre ha sido un problema por resolver y objeto de búsqueda de mejoras y evoluciones. No lo digo por haberlo estudiado, sino por haberlo vivido. Conocí las épocas de cartas escritas en papel finito para que pesaran menos en el avión, de llamadas telefónicas internacionales vía operadora con una larga espera, y no solo al extranjero, también cuando me quería comunicar con mi novia en algún pueblo del interior de Buenos Aires (aunque yo vivía en la misma provincia). Si lo contamos de este modo, la comunicación social parece ser una actividad cultural propia de seres inteligentes y autodefinidos como superiores, como el Homo sapiens. Sin embargo, no hace falta más que mirar, observar y hacer preguntas para poner en evidencia que la comunicación existe entre otros organismos que no seamos nosotros, los humanos. Ayer, en el jardín de la casa adonde me vine a escribir, en Mar Azul, un picaflor libaba las flores de las plantas que mi amigo Néstor, el generoso dueño de la casa, cultiva con darwiniana dedicación (según sus propias palabras, y eso que es matemático). Esta mañana, la misma flor fue visitada por una abeja. Puedo asegurarles que ni la abeja ni el picaflor vinieron a hurguetear en mi oreja. Evidentemente hay una relación distinta entre el picaflor y la flor y entre la abeja y la flor que entre el picaflor o la abeja y mi oreja. Quizá, si consiguiera el whatsapp o el instagram de la abeja o el picaflor, alguno de ellos repararía en mí. Es un tema de señales, de reconocimiento.

Volviendo al tema que nos ocupa: ¿se comunican los microorganismos? ¿Cómo se comunican entre sí, con las plantas y con otros organismos? ¿Cuántos niveles de comunicación habrán desarrollado en todo este tiempo?[13] Más adelante les contaré de qué forma se comunican las plantas con los microorganismos, si hay redes sociales, cableado, wifi molecular y veremos hasta qué punto podemos decir que esta interacción se basa en señales y mensajes o si será necesario inventar nombres para denominar esta nueva “cosa”,[14] para no ofender a semiólogos y lingüistas y a los muy aferrados a los ombligos humanos y al antropocentrismo.

La posibilidad de comunicación, antes del lenguaje, reside en el hecho de que los personajes / actores / organismos que se comunican están formados por la misma materia, que no es otra que la del universo,[15] y la composición química de todos los seres vivos conocidos hasta el momento es muy similar. Estamos todos formados por las mismas moléculas básicas.

En términos químicos, los seres vivos utilizamos muy pocos elementos de los 118 conocidos. Los que se encuentran en mayor cantidad relativa o proporción son solo cinco: carbono (C), hidrógeno (H), oxígeno (O), nitrógeno (N) y fósforo (P).[16]

Estos cinco elementos alcanzan para armar prácticamente todas las moléculas y estructuras de los seres vivos. A estas estructuras armadas con moléculas diversas se les agregan algunos elementos más para que las cosas funcionen como deben.[17] En mis clases, utilizo la metáfora de los juegos como el Lego®, en los que, con relativamente pocas piezas, ¡se arma de todo! Lo que la vida ha hecho todo el tiempo es jugar a armar cosas nuevas, probar y reproducir. ¿Por eso nos gustará tanto jugar a los Homo sapiens? ¿Y cómo jugarán los microorganismos?

Al hablar de la composición química elemental de los seres vivos, asocio el tema de la composición “elemental” con el latiguillo “elemental, Watson” del personaje Sherlock Holmes,[18] y así llego a otro Watson famoso, el de la dupla Watson y Crick, quienes, con sus elucubraciones, descubrieron la estructura del ADN. Esta estructura le otorgó sentido a muchas observaciones que ya existían en la biología naturalista del siglo XX. Entre otras cosas, le dio sustento molecular a la teoría de la evolución de las especies de Darwin, que no solo se bancó el dogma molecular de la biología moderna, sino que, en una perfecta interacción de conceptos, le dio sentido a la biología molecular posterior, como en un proceso de retroalimentación de teorías y modelos. Ya es vox populi que la información genética se asienta en moléculas de ADN[19] (o similares). Hoy es común escuchar a los periodistas que cubren noticias policiales hablando del ADN como verdaderos biotecnólogos. Estas moléculas de ADN tienen una característica muy particular que les posibilita guardar infinita información con secuencias de cuatro letras. El ADN tiene una estructura que le permite copiarse igual a sí mismo para garantizar la transferencia de la información genética de padres a hijos. Además, ofrece la posibilidad de cambiar y evolucionar. Toda esta maravilla de la molécula de ADN se describe como la estructura de la doble hélice, que fue lo que de manera genial descubrieron Watson y Crick.

Será el ADN, junto con la posibilidad técnica y metodológica de manipularlo, copiarlo, amplificarlo y leerlo en sus secuencias de bases,[20] lo que va a cambiar completamente nuestra manera de ver la microbiología y el mundo. Aunque aún no entendamos mucho de microbiología o del mundo.

[13] Según la historia natural, los microorganismos son las primeras formas de vida en el planeta y datan de hace unos tres mil quinientos millones de años. Un tiempito…

[14] Foucault, entre otros, se ha tomado el trabajo de pensar sobre las palabras y las cosas y lo que estas designan en, justamente, Las palabras y las cosas (Buenos Aires, Siglo XXI, 2017).

[15] Al presente, se conocen 118 elementos químicos diferentes que forman la materia conocida del universo, y se los puede ver ordenados y caracterizados por diferentes números en la tabla periódica de los elementos de Mendeleyev.

[16] A continuación de los nombres de cada uno de los cinco elementos se indica entre paréntesis el símbolo que los representa, que es una letra (en algunos casos se usan dos, pues son 118 elementos y tenemos solo 27 letras en el abecedario).

[17] De todos modos, en total, contando algunos elementos raros o muy escasos, la lista de elementos químicos de los seres vivos no supera la cantidad de veinte diferentes. Si quieren ampliar, les recomiendo la lectura del capítulo “CHONP”, de Plantas, bacterias…

[18] La frase “elemental, Watson” nos lleva al entrañable personaje del detective creado por Arthur Conan Doyle.

[19] ADN es la sigla que abrevia el nombre de la sustancia que contiene la información genética de todos los organismos vivos: ácido desoxirribonucleico. Un caso de palabra y cosa que no aparece en el libro de Foucault, aunque Foucault también tuvo su ADN.

[20] Todos estos métodos y tecnologías se desarrollaron a fines del siglo XX y comienzos del XXI.