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Copyright

Este libro (y esta colección)

Agradecimientos

Dedicatoria

Introducción

1. La música amansa a las fieras (¿o no?)

2. Cuando todo se vuelve oscuro

3. Satisfacción

4. Simpatía por el diablo

5. Cuestiones de abogados: ¿Beatles o Stones?

6. Neurocirugía barata y zapatos de goma

7. El club de los 27

8. No siempre puedes conseguir lo que quieres

9. Los conspicuos labios de Jagger

10. ¿Cantos rodados o piedras movedizas?

11. A 2000 años luz de casa

Epílogo

Bibliografía comentada

Acerca del autor

Ernesto Blanco

Los Rolling Stones y la ciencia

¡No es sólo rock and roll!

Blanco, Ernesto

© 2018, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Este libro (y esta colección)

¿Qué tal se siente?

¿Qué tal se siente

Estar abandonado a tu suerte

Sin vuelta a casa,

Ser un completo desconocido,

Como una piedra que rueda?

Bob Dylan, “Like a Rolling Stone”

No puedo obtener satisfacción. Quizá tenga que ver con mi cerebro, cuyos circuitos de placer y recompensa están saturados, casi como ocurre con la tolerancia a las drogas adictivas. ¿Será que la música es una droga adictiva? ¿O la ciencia? Me pregunto cómo estudiar la satisfacción, qué experimentos realizar, cómo medir los cambios en los circuitos cerebrales que causan el deleite, la euforia, el bienestar.

Aunque una cosa es cierta: no siempre se puede obtener lo que se quiere. Y eso, más que falta de satisfacción, es el sentimiento de frustración que conocemos de cerca cuando las cosas salen mal, o al menos de manera diferente de lo que esperábamos. Quizá todo lo que hacemos se base en comparaciones: establecemos un umbral, un límite contra el cual chequear nuestros resultados. Si logramos superar el umbral, al menos por un rato tendremos la satisfacción de que brille una luz, que alguien nos diga enciéndeme, en fin, que la vida nos sonría y por un rato seamos verdaderos caballos salvajes.

Pero cuando todo se pinta de negro, cuando pedimos que nos den sombra, a medida que las lágrimas caen, el mundo se marea y no hay ciencia que pueda salvarnos. Queremos que todos salgan de nuestra nube, y hasta estamos dispuestos a hacer un pacto, sólo como ejemplo de nuestra simpatía por el diablo.

Y así podríamos seguir durante páginas y horas, descubriendo versos y canciones que llevamos dentro, que forman parte de nosotros y se nos aparecen sin aviso previo, fraseos, armónicas y guitarras rítmicas que reconoceríamos aun en estado de coma. Son los Rolling Stones, sus majestades satánicas, la banda de rock más grande y longeva del mundo. Sí: esos muchachitos llamados Mick, Keith y Charlie –junto con otros amigos que entraban y salían con los años– que desde 1962 (¡1962!) vienen alterando a varias generaciones de jóvenes.

Pero… ¿y la ciencia? ¿Tendrá que ver con el pasado de Mick Jagger en la Escuela de Economía de Londres? ¿Con las lecturas de Keith Richards o los experimentos del malogrado Brian Jones? Eso mismo: ¿qué tienen que ver los Rolling Stones con la ciencia?

Para el lector de Ciencia que Ladra ya es un hecho conocido que esa mirada entusiasta y curiosa que llamamos “ciencia” está en todos lados, del baño al fútbol, de la cocina al concierto. Y la ciencia rolinga no es una excepción… aunque para conocerla nos haga falta un manager, como el Andrew Loog Oldham que los descubrió y emparentó con esos otros muchachitos, los Beatles. ¿Y qué mejor manager que un físico-músico-superhéroe, quien ya nos adentró en lo científico que puede haber en los cuatro muchachos de Liverpool que cambiaron el mundo?

Sí, nuestro conocido Ernesto Blanco vuelve a la carga con sus rocanroles y sus fórmulas, sus guitarras y sus análisis. Allí donde a primera vista sólo hay nubes, acordes y distorsiones, él encuentra los colores, las ondas, la evolución, las siete (o más) vidas de Richards explicadas desde el más puro raciocinio.

Cuando creíamos que ya todo estaba dicho y escuchado sobre los Stones… llega la mirada científica que ilumina aspectos desconocidos y oscuros de la banda, para disfrutarlos, quererlos y hasta entenderlos un poco más.

Es sólo rock and roll. Y un poco de ciencia.

Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil.

Ciencia que ladra… no muerde, sólo da señales de que cabalga.

Diego Golombek

Agradecimientos

A Diego Golombek, por recibirme de muchas maneras y por su luminoso ejemplo.

A Marisa García y al equipo editorial de Siglo XXI, por haber vuelto a crear juntos.

A Mario Gadnich y al equipo de librería América Latina, por acercar esta colección (y a este autor) a los lectores en Uruguay.

A la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y a la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, por el apoyo a mis tareas de investigación, docencia y comunicación de la ciencia.

A los compañeros que integraron las distintas formaciones de la banda con la que brindamos los espectáculos de ciencia y música en vivo, en los que hablamos también de la ciencia de los Rolling Stones: Sebastián Sensale, Washington Jones, Valentina Sancristóbal, Ismael Acosta, Joaquín Acosta, Darío Briganti, Ernesto Acuña (quien sugirió la idea que dio lugar al capítulo sobre “Paint It Black”), Matilde Fernández, Noel Abella, Flavia López, Anaki Guzmán (quien propuso ejemplos sobre disonancia para el capítulo “Simpatía por el diablo”), Cynthia Moraes, Vanina Soldevilla, Franco Vairoletti, Rodrigo Ivagnes, Franco Cetinic y Ludmila Tukic, por lo que aprendí y compartimos.

A Lara Yorio, por ayudarme a continuar con la escritura en momentos difíciles y por la recopilación de información necesaria para el capítulo “A 2000 años luz de casa”.

A mis padres, todo el tiempo y cada vez un poco más.

A Sele, Sofi y Kari, por apoyarme siempre, por la lectura amorosa y crítica de los primeros manuscritos de este libro y por compartir muchas de las alegrías de este viaje (incluido el recital de los Rolling en Montevideo, en febrero de 2016).

A los Rolling Stones (en el sentido más amplio).

A “my ragged company”, cualquiera fuera o sea, y a todos los lugares del continuo espacio-tiempo en que habite.

Introducción

Los Rolling Stones, al igual que los Beatles, se formaron como músicos de un modo autodidacta, lo cual los emparenta de alguna manera con los científicos. Pero a diferencia de los de Liverpool, su perfil musical los posicionó como “los rebeldes”. Las letras de sus primeras canciones eran extremadamente directas para la época y apelaban a nuestro costado más íntimo e instintivo. Títulos como “I Just Want to Make Love to You”, “I Can’t Be Satisfied”, “Heart of Stone”, “Street Fighting Man” o “Back Street Girl” marcan un claro contraste con las correctas letras de las canciones de los Beatles. Los Stones no tenían problemas para lidiar con lo socialmente marginal, la sexualidad y la violencia. Después vendrían grandes éxitos (que analizaremos en este libro) como “Simpathy for the Devil”, “Satisfaction” o “Paint It Black”, que le hablan a nuestro costado más rebelde. Además, la fidelidad a la raíz musical del blues y la desenfadada presencia en el escenario de su vocalista (y de todos sus integrantes en la vida cotidiana) decían cosas bien distintas a las que transmitían los muchachos de Liverpool. Y en eso también hay algo de ciencia: los mejores trabajos científicos, como las revoluciones culturales (¿no son parte de la misma cosa?), suelen nacer de las fisuras que se encuentran en lo establecido. Allí es donde, desde el comienzo, golpearon los Rolling Stones.

En su autobiografía, Keith Richards habla específicamente de su relación formal con la ciencia:

El profesor había puesto una marca que abarcaba a todas las asignaturas de ciencias, y el panorama no podía ser más desolador: para todas y cada una de ellas había escrito el mismo comentario descorazonador: “No avanza”; no avanzaba ni en matemáticas, ni en física ni en química. […] Las notas de ciencias eran un relato abreviado de la gran traición de que fui víctima y de cómo pasé de ser un alumno relativamente aplicado a convertirme en uno de los terroristas de la escuela, en un delincuente dominado por una intensa y duradera furia dirigida contra la autoridad. […] Dibujo técnico, física, matemáticas… Todo me producía grandes bostezos porque, por mucho que intentaran explicármelo, por más que intentaran meterme el álgebra en la cabeza, yo sencillamente no lo entendía, y tampoco veía motivo alguno para entenderlo. No iba a estudiar aquello salvo a punta de pistola, si me amenazaban con un látigo y me tenían a pan y agua. Lo habría aprendido, habría sido capaz de aprenderlo, pero algo en mi interior me decía que no me iba a servir de nada y que si quería aprenderlo algún día podría hacerlo solo.

Y, aunque parezca extraño, su declaración tiene mucho en común con lo que han manifestado científicos muy particulares, como Richard Feynman y Albert Einstein. El tema de la rebeldía contra la autoridad nació temprano en el propio Albert, quien también cuenta en su autobiografía:

A través de la lectura de libros de divulgación científica me convencí en seguida de que mucho de lo que contaban los relatos de la Biblia no podía ser verdad. […] De esta experiencia nació la desconfianza hacia cualquier clase de autoridad, una actitud escéptica hacia las convicciones que latían en el ambiente social de turno; postura que nunca volvió a abandonarme.

La sensación de hastío que le producía lo que debía aprender obligatoriamente lo acompañó incluso cuando estaba estudiando física y matemáticas en la Escuela Politécnica de Zúrich:

Para los exámenes había que embutirse todo ese material en la cabeza, quisieras o no. Semejante coacción tenía efectos tan espantosos que, tras aprobar el examen final, se me quitaron las ganas de pensar en problemas científicos durante un año entero. […] Es grave error creer que la ilusión de mirar y buscar puede fomentarse a golpe de coacción y sentido del deber. Pienso que incluso a un animal de presa sano se le podría privar de su voracidad si, a punta de látigo, se lo obliga continuamente a comer cuando no tiene hambre, y sobre todo si se eligen de manera conveniente los alimentos así ofrecidos.

La desconfianza respecto a la autoridad le permitió a Albert Einstein ir más allá de la venerada mecánica de Newton al no someterse ni a semejante figura legendaria.

Si volvemos al testimonio de Keith, otra cuestión que genera una enorme simpatía es su convicción de que él podría aprender álgebra solo, si alguna vez le resultaba necesaria. No hay dudas de que así sería, y no sólo para él, sino para la inmensa mayoría de las personas. Vean, si no, lo que dijo el Premio Nobel de Física Richard Feynman sobre la enseñanza del álgebra:

Mi primo, que era tres años mayor que yo, estaba haciendo el último año de secundaria. El álgebra le resultaba de una dificultad considerable, por lo que fue preciso ponerle profesor particular. A mí me dejaban quedarme sentado en un rincón mientras el profesor trataba de enseñarle álgebra a mi primo. Yo los oía hablar de “x”.

Le dije a mi primo: “¿Qué tratas de hacer?”.

“Estoy tratando de averiguar cuánto vale x, como en 2x + 7 = 15.”

Yo le digo: “Quieres decir 4”.

“Sí, pero tú lo hiciste por aritmética. Hay que hacerlo por álgebra.”

Aprendí álgebra pero, afortunadamente, no fue yendo a la escuela, sino porque descubrí un viejo texto escolar de mi tía allá en el ático, gracias al cual comprendí que lo importante es averiguar cuánto vale la x, y que es indiferente cómo se haga. Para mí no había diferencia entre hacerlo “por aritmética” y hacerlo “por álgebra”. “Hacerlo por álgebra” consistía en aplicar un sistema de reglas, que seguidas ciegamente producían la solución. […] Las reglas habían sido inventadas con el fin de que todos los niños que tienen que estudiar álgebra puedan aprobarla. Y por eso mi primo nunca fue capaz de hacer cálculos algebraicos.

Seguramente Keith estaba en lo cierto al confiar en el método autodidacta de Feynman, método que él mismo siguió con la música. Además Richards es un gran lector y poseedor de una extensa biblioteca. En una oportunidad tuvo el terrible honor de terminar en el piso tapado de libros y con tres costillas rotas por intentar alcanzar un tratado de anatomía de Leonardo da Vinci.

Por otro lado, su compañero Mick Jagger parece haberse sentido mucho más cómodo con ese sistema de obligaciones y deberes (ya tendría tiempo luego de liberarse en el escenario). No le iba nada mal con las matemáticas, a tal punto que decidió estudiar Economía y en 1960 obtuvo una beca para la prestigiosa London School of Economics. Hay también un testimonio muy curioso que lo muestra como alguien muy interesado en la ciencia (al menos por momentos). Cuenta Philip Norman en su biografía de Jagger que Christopher Gibbs, un anticuario, al conocer al vocalista de los Stones en el año 1965 quedó cautivado y dijo:

Era encantador, muy divertido, y tenía una forma curiosa de flirtear, sin carga erótica ni arrogancia. Yo nunca habría imaginado que un cantante pop pudiera ser tan brillante y estar al corriente de todo. Frente a mí tenía a alguien que leía New Scientist todas las semanas y tenía opiniones inteligentes de cuanto había leído.

New Scientist es una revista semanal de divulgación científica que se publica desde 1956 en Inglaterra. Es un excelente modo de mantenerse al día tanto para aficionados como también para científicos profesionales. Hoy en día cuenta con un servicio de noticias en la web, para que los nuevos vocalistas de pop se mantengan informados y con opiniones inteligentes.

Pero, en cualquier caso, es claro que los grandes aportes de los Rolling Stones fueron musicales y sociales, y no científicos. De todos modos podemos inspirarnos en ellos para nuestra próxima revolución (aunque sea una pequeña y personal) y también mirarlos desde la ciencia para verlos un poco distintos, tal vez aún más interesantes y llenos de significado. Y seguramente nuestro recorrido por algunos temas científicos será mucho más entretenido si lo acompañamos con la música de los Rolling Stones. Come on…