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Dedicatoria

Epígrafe

Introducción

1. El momento populista

2. Para aprender del thatcherismo

3. Para radicalizar la democracia

4. La construcción de un pueblo

Conclusión

Anexo teórico

Agradecimientos

Chantal Mouffe

POR UN POPULISMO DE IZQUIERDA

Traducción de
Soledad Laclau

para Ernesto

Los hombres pueden secundar a la fortuna y no contrarrestarla; pueden tejer sus hilos, pero no romperlos. No deben abandonarse a ella porque, ignorando sus designios y caminando la fortuna por desconocidas y extraviadas sendas, siempre hay motivos de esperanza que sostendrán el ánimo en cualquier adversidad y en las mayores contrariedades de la suerte.

Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio

Introducción

Este libro surge de mi convicción de que resulta imperioso para la izquierda comprender la naturaleza de la actual coyuntura y el desafío que representa el “momento populista”. Asistimos a una crisis de la formación hegemónica neoliberal, que abre la posibilidad de construir un orden más democrático. Para poder aprovechar esta oportunidad, es esencial entender la naturaleza de las transformaciones ocurridas durante los últimos treinta años y sus consecuencias para la política democrática.

Estoy persuadida de que numerosos partidos socialistas y socialdemócratas están desorientados porque se aferran a una concepción inadecuada de la política, cuya crítica ha sido el foco de mis reflexiones durante muchos años. Esa crítica comenzó con Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una política democrática radical, libro que escribí con Ernesto Laclau y fue publicado en 1985.

Lo que nos motivó fue la incapacidad de la política de izquierda, tanto en su versión marxista como en su versión socialdemócrata, para tomar en cuenta una serie de movimientos surgidos tras las revueltas de 1968 y que respondían a diversas resistencias contra una variedad de formas de dominación que no podían formularse en términos de clase. La segunda ola del feminismo, el movimiento homosexual, las luchas antirracistas y los problemas del medioambiente habían transformado de raíz el panorama político, pero los partidos de izquierda tradicionales no fueron receptivos a sus demandas porque no lograron reconocer su carácter político. Para subsanar esas limitaciones, decidimos indagar los motivos que habían llevado a esa situación.

Comprendimos pronto que los obstáculos por superar provenían de la perspectiva esencialista que dominaba el pensamiento de izquierda. Según esta perspectiva, a la que denominamos “esencialismo de clase”, las identidades políticas expresaban la posición de los agentes sociales en las relaciones de producción, y esa posición definía sus intereses. No es extraño que tal perspectiva fuera incapaz de comprender demandas que no estuvieran basadas en el concepto de “clase”.

Dedicamos una parte importante del libro a refutar este enfoque esencialista, para lo cual recurrimos a algunas ideas del postestructuralismo. Combinándolas con las de Antonio Gramsci, desarrollamos un enfoque alternativo “antiesencialista”, al que consideramos adecuado para aprehender la multiplicidad de luchas contra diferentes formas de dominación. A fin de dar expresión política a la articulación de aquellas luchas, propusimos redefinir el proyecto socialista en términos de una “radicalización de la democracia”.

El proyecto consistía en establecer una “cadena de equivalencias” que articulara las demandas de la clase obrera con las de los nuevos movimientos para construir una “voluntad común” y crear lo que Gramsci denominó una “hegemonía expansiva”. Al reformular el proyecto de la izquierda en términos de una “democracia radical y plural”, lo inscribimos en el campo más amplio de la revolución democrática, dejando en claro de este modo que las múltiples luchas por la emancipación se fundan en la pluralidad de agentes sociales y sus luchas. De esta manera, el campo del conflicto social se amplió, en vez de concentrarse en un “sujeto privilegiado” como la clase obrera. Debe quedar claro que, a diferencia de lo que afirman ciertas interpretaciones erróneas de nuestro argumento, esto no significa que hayamos privilegiado las demandas de los nuevos movimientos en detrimento de las de la clase obrera. Lo que destacamos fue la necesidad de que la política de izquierda articulara las luchas en torno a diferentes formas de subordinación, sin atribuir una centralidad a priori a ninguna de ellas.

También indicamos que la expansión y radicalización de las luchas democráticas nunca lograría alcanzar una sociedad plenamente liberada, y que el proyecto emancipatorio ya no podía concebirse como la eliminación del Estado. Siempre existirán antagonismos, luchas y una opacidad parcial de lo social. Por lo tanto, había que abandonar el mito del comunismo como una sociedad transparente y reconciliada, que claramente entrañaría el fin de la política.

Hegemonía fue escrito en una coyuntura marcada por la crisis de la formación hegemónica socialdemócrata en los años de la posguerra. De todos modos, y aunque la ofensiva neoliberal desafiaba los valores socialdemócratas, estos todavía ejercían influencia en la configuración del sentido común de Europa Occidental, y nuestro objetivo era encontrar una manera de defenderlos y radicalizarlos. Lamentablemente, cuando en 2000 se publicó la segunda edición del libro, en la nueva introducción señalamos que durante los quince años transcurridos desde su publicación original se había producido un fuerte retroceso. Con el pretexto de la “modernización”, un creciente número de partidos socialdemócratas habían descartado su identidad de “izquierda” y se habían redefinido eufemísticamente como de “centroizquierda”.

Esta es la nueva coyuntura que analicé en En torno a lo político, publicado en 2005, libro que examina el impacto de la “tercera vía”, teorizada en Gran Bretaña por Anthony Giddens y puesta en práctica por Tony Blair y su partido Nuevo Laborismo. Allí demostré cómo, al haber aceptado el terreno hegemónico establecido por Margaret Thatcher en torno al dogma de que no había ninguna alternativa a la globalización neoliberal –su famoso “TINA” [There Is No Alternative]–, el nuevo gobierno de centroizquierda terminó por implementar lo que Stuart Hall denomina una “versión socialdemócrata del neoliberalismo”. Al afirmar que el modelo de política adversarial y la oposición izquierda/derecha eran obsoletos, y al celebrar el “consenso en el centro” entre la centroderecha y la centroizquierda, el denominado “centro radical” promovió una forma de política tecnocrática según la cual la política no constituía una confrontación partisana, sino una administración neutral de los asuntos públicos.

Como solía decir Tony Blair: “La opción no es entre una política económica de izquierda o de derecha, sino entre una buena o una mala política económica”. La globalización neoliberal se percibía como un destino que debíamos aceptar, y las cuestiones políticas quedaron reducidas a meros asuntos técnicos que gestionarían los expertos. No quedó margen para que los ciudadanos tuvieran una alternativa real entre proyectos políticos diferentes, y su rol quedó limitado a la aprobación de las políticas “racionales” elaboradas por esos expertos.

A diferencia de quienes la presentaban como un progreso para una democracia en proceso de maduración, argumenté que esta situación “pospolítica” originó un proceso de desafección respecto de las instituciones democráticas, que se manifestó en los crecientes niveles de abstención. También advertí sobre el creciente éxito de los partidos populistas de derecha que pretendían ofrecer una alternativa que devolviera al pueblo la voz que le fuera confiscada por las élites del establishment. Asimismo, insistí en la necesidad de romper con el consenso pospolítico y de reafirmar la naturaleza partisana de la política a fin de crear las condiciones necesarias para un debate “agonista” sobre las posibles alternativas.

En aquel momento –me doy cuenta ahora–, aún pensaba que los partidos socialistas y socialdemócratas podían transformarse con el objeto de implementar el proyecto de radicalización de la democracia que promovíamos en Hegemonía y estrategia socialista.

Es evidente que la esperada transformación no ocurrió, ya que los partidos socialdemócratas en la mayoría de las democracias de Europa Occidental están en decadencia, mientras que el populismo de derecha ha logrado avances significativos. Sin embargo, la crisis de 2008 puso en primer plano las contradicciones del modelo neoliberal, y hoy la formación hegemónica neoliberal es cuestionada por diversos movimientos antiestablishment, tanto de derecha como de izquierda. Pretendo analizar aquí esta nueva coyuntura, a la que denominaré “momento populista”.

El argumento central de este libro es que, para poder intervenir en la crisis hegemónica, es imprescindible establecer una frontera política, y que el populismo de izquierda –entendido como estrategia discursiva de construcción de la frontera política entre “el pueblo” y “la oligarquía”– es el tipo de política requerido para recuperar y profundizar la democracia.

Cuando escribí En torno a lo político, propuse restablecer la frontera izquierda/derecha, pero ahora estoy convencida de que esa frontera, en su configuración tradicional, ya no es adecuada para articular una voluntad común que contenga la actual diversidad de demandas democráticas. El momento populista es la expresión de una serie de demandas heterogéneas que ya no pueden formularse sólo en términos de intereses vinculados a categorías sociales determinadas. Además, en el capitalismo neoliberal han surgido nuevas formas de subordinación por fuera del proceso productivo que han dado lugar a demandas que ya no se corresponden con sectores sociales definidos en términos sociológicos o por su ubicación en la estructura social. Esas reivindicaciones –la defensa del ambiente, las luchas contra el sexismo, el racismo y otras formas de dominación– se han vuelto cada vez más importantes. Por esta razón, la frontera política debe construirse de un modo “populista” transversal. Sin embargo, también argumentaré que la dimensión “populista” no basta para especificar el tipo de política que la actual coyuntura requiere. Este tipo de política debe calificarse como populismo “de izquierda” para dejar en claro cuáles son los valores que persigue.

La estrategia populista de izquierda se hace eco de las aspiraciones de muchas personas porque reconoce el papel crucial que juega el discurso democrático en el imaginario político de nuestras sociedades y porque establece –en torno a la democracia como significante hegemónico– una cadena de equivalencia entre las diversas luchas contra la subordinación. A mi entender, en los próximos años el eje central del conflicto político estará entre el populismo de izquierda y el populismo de derecha. Por consiguiente, sólo mediante la construcción de un “pueblo” –una voluntad colectiva que resulte de la movilización de los afectos comunes en defensa de la igualdad y la justicia social– podremos combatir las políticas xenófobas que promueve el populismo de derecha.

Al restablecer las fronteras políticas, el “momento populista” señala un “retorno de lo político” luego de años de pospolítica. Este retorno puede dar lugar a soluciones autoritarias –mediante regímenes que debiliten las instituciones democráticas liberales–, pero también puede conducir a la reafirmación y la expansión de los valores democráticos. Todo dependerá de cuáles sean las fuerzas políticas que logren hegemonizar las demandas democráticas actuales, y del tipo de populismo que salga victorioso en la lucha contra la pospolítica.