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teoría



Traducción de Héctor Schmucler

roland barthes

mitologías




edición revisada y corregida






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Prefacio a la edición de 1970

          Los textos de Mitologías fueron escritos entre 1954 y 1956; el libro apareció en 1957.

Aquí se podrán encontrar dos decisiones: por una parte una crítica ideológica dirigida al lenguaje de la llamada cultura de masa; por otra, un primer desmontaje semiológico de ese lenguaje. Acababa de leer a Saussure y, a partir de él, tuve la convicción de que si se consideraban las “representaciones colectivas” como sistemas de signos, podríamos alentar la esperanza de salir de la denuncia piadosa y dar cuenta en detalle de la mistificación que transforma la cultura pequeñoburguesa en naturaleza universal.

Los dos gestos que se sitúan en el origen de este libro —evidentemente— ya no podrían trazarse de la misma manera en la actualidad (por esa razón renuncio a corregirlo). No es que haya desaparecido la materia, sino que la crítica ideológica se ha sutilizado o, al menos, requiere de sutilezas, al mismo tiempo que resurge brutalmente la exigencia de su utilización (mayo de 1968); y el análisis semiológico, inaugurado, al menos en lo que me concierne, por el texto final de Mitologías, se ha desarrollado, precisado, complicado, dividido; se ha transformado en un lugar teórico donde puede desarrollarse en este siglo y en nuestro Occidente, cierta liberación del significante. Yo no podría por lo tanto, en su forma pasada (aquí presente), escribir nuevas mitologías.

Sin embargo, lo que permanece, además del enemigo capital (la Norma burguesa), es la necesaria conjunción de estos dos gestos: ni denuncia sin su instrumento fino de análisis, ni semiología que no se asuma, finalmente, como una semioclastia.



R.B.
Febrero de 1970


Prefacio a la primera edición

          Estos textos fueron escritos mensualmente durante unos dos años, de 1954 a 1956, al calor de la actualidad. Yo intentaba entonces reflexionar regularmente sobre algunos mitos de la vida cotidiana francesa. El material de esa reflexión podía ser muy variado (un artículo de prensa, una fotografía de semanario, un filme, un espectáculo, una exposición) y el tema absolutamente arbitrario: se trataba indudablemente de mi propia actualidad.

El punto de partida de esa reflexión era, con frecuencia, un sentimiento de impaciencia ante lo “natural” con que la prensa, el arte, el sentido común, encubren permanentemente una realidad que no por ser la que vivimos deja de ser absolutamente histórica: en una palabra, sufría al ver confundidas constantemente naturaleza e historia en el relato de nuestra actualidad y quería poner de manifiesto el abuso ideológico que, en mi sentir, se encuentra oculto en la exposición decorativa de lo evidentepor-sí-mismo.

Desde el principio me pareció que la noción de mito da cuenta de esas falsas evidencias. En ese momento yo entendía la palabra en un sentido tradicional; pero ya estaba persuadido de algo de lo que he intentado después extraer todas sus consecuencias: el mito es un lenguaje. Así, al ocuparme de hechos aparentemente alejados de toda literatura (un combate de catch, un plato de cocina, una exposición de plástica), no pensaba salir de la semiología general de nuestro mundo burgués, cuya vertiente literaria había abordado en ensayos precedentes. Sin embargo, sólo después de haber explorado cierto número de hechos de actualidad, he intentado definir de manera metódica el mito contemporáneo; texto que he colocado al final de este volumen puesto que no hace otra cosa que sistematizar los materiales anteriores.

Escritos mes a mes, estos ensayos no aspiran a un desarrollo orgánico: su nexo es de insistencia, de repetición. Aunque no sé si las cosas repetidas gustan —como dice el proverbio—, creo que, por lo menos, significan. Y lo que he buscado en todo esto son significaciones. ¿Son mis significaciones? Dicho de otra manera, ¿existe una mitología del mitólogo? Sin duda, y el lector verá claramente cuál es mi apuesta. Pero, en realidad, no creo que el problema se plantee exactamente de esta manera. La “desmitificación”, para emplear todavía una palabra que comienza a gastarse, no es una operación olímpica. Quiero decir que no puedo plegarme a la creencia tradicional que postula un divorcio entre la naturaleza de la objetividad del sabio y la subjetividad del escritor, como si uno estuviera dotado de “libertad” y el otro de “vocación”, ambas adecuadas para escamotear o para sublimar los límites reales de su situación; reivindico vivir plenamente la contradicción de mi tiempo, que puede hacer de un sarcasmo la condición de la verdad.

R. B.