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Salomón Lerner Febres es profesor y rector emérito de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), donde es también presidente del Instituto de Democracia y Derechos Humanos. Es presidente de la Sociedad Filarmónica de Lima y vicepresidente para América Latina de COMIUCAP. Obtuvo su doctorado en Filosofía en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Ejerció diversos cargos de gobierno en la PUCP y fue su rector en dos periodos, de 1994 a 2004. Fue asimismo presidente de la región andina de la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL). Tuvo a su cargo la presidencia de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú. Es autor de varios libros y muchos artículos en revistas especializadas. Ha recibido numerosos reconocimientos y distinciones de gobiernos e instituciones internacionales de derechos humanos, así como varios doctorados honoris causa. Fue el coordinador general del Tercer Congreso Regional Latinoamericano de COMIUCAP.

Miguel Giusti es profesor y director del Centro de Estudios Filosóficos de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Ha sido presidente de la Sociedad Interamericana de Filosofía. Hizo sus estudios de Filosofía en la PUCP y en universidades de Italia, Francia y Alemania. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Tubinga, Alemania. Se ha especializado en filosofía moderna y en historia de la ética, temas sobre los que ha publicado varios libros y numerosos artículos. Entre sus últimas publicaciones se encuentran El soñado bien, el mal presente. Rumores de la ética (2008) y Disfraces y extravíos. Sobre el descuido del alma (2015). Fue coeditor de Tolerancia, edición en cinco volúmenes de las Actas del XV Congreso Interamericano de Filosofía (2012); y editor de Dimensiones de la libertad. Sobre la actualidad de la Filosofía del derecho de Hegel (2014) y Tolerancia. Sobre el fanatismo, la libertad y la comunicación entre culturas (2015).

Salomón Lerner Febres / Miguel Giusti
Editores

POSTSECULARIZACIÓN

Nuevos escenarios del encuentro entre culturas

Actas del Tercer Congreso Regional Latinoamericano
de COMIUCAP

Postsecularización

Nuevos escenarios del encuentro entre culturas

Salomón Lerner Febres y Miguel Giusti, editores

De esta edición:

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2017

Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú

feditor@pucp.edu.pe

www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

Cuidado de la edición, diseño de cubierta y diagramación de interiores:
Fondo Editorial PUCP

Imagen de portada: Carlos Runcie Tanaka, Sumballein. Cerámica fragmentada y recompuesta, múltiples cocciones, 2003-2006.

Primera edición digital: junio de 2017

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

ISBN: 978-612-317-273-2

PRÓLOGO

João J. Vila-Chã, S.J., Presidente de la Conférence Mondiale des Institutions Universitaires Catholiques de Philosophie (COMIUCAP)

Es para mí un motivo de gran alegría ofrecer unas palabras iniciales para abrir el volumen que recoge las reflexiones de nuestro congreso regional realizado en la maravillosa ciudad del Cuzco, justamente considerada como Patrimonio de la Humanidad. Todos tuvimos ocasión de admirar allí las obras extraordinarias que dan testimonio de lo que se ve y, por cierto, también de lo que todavía no se puede ver. Para mí, la visita tuvo un significado especial, porque en aquella ciudad vio la luz el Inca Garcilaso de la Vega, el primer y gran traductor de los Diálogos de amor de León Hebreo, una obra que es parte de los cimientos sobre los que se asienta la civilización mundial.

El continente latinoamericano es fundamental para el desarrollo del pensamiento en un contexto católico, universal y mundial; y esa es la razón por la que elegimos a América Latina para organizar el III Congreso Regional de nuestra red. El hecho de que hayamos logrado realizarlo en la ciudad del Cuzco es un motivo para estar particularmente agradecidos. Quiero recordar que nuestro congreso coincidió en las fechas con el Congreso Mundial de las Escuelas y Universidades Católicas, evento muy importante que se llevó a cabo en Roma, así como con la celebración de la Jornada Mundial de la Filosofía, una iniciativa de la UNESCO, por lo que resultaba una fecha muy oportuna y afortunada. Fue un buen auspicio que el III Congreso Regional de la COMIUCAP para América Latina tuviese lugar precisamente en los días en que la UNESCO recuerda a los poderes del mundo que la filosofía tiene todavía un papel que cumplir.

Desearía evocar, en primer lugar, el gran marco de referencia que representa para nuestra época la celebración de los cincuenta años del Concilio Vaticano II. El día 28 de octubre de 1965, hace poco más de cincuenta años, los padres conciliares promulgaron la declaración Gravissimum educationis. Nos hallábamos al final del Concilio y esta era una señal de que el Concilio estaba preocupado y sentía la urgencia de decir una palabra sobre la tarea que tenemos de formar a las nuevas generaciones para la Iglesia y la sociedad. Recuerdo, en particular, en mi calidad de coordinador de las actividades de Comiucap desde el Congreso de Johannesburgo de 2013, el apartado 12 de la Gravissimum educationis. En él se habla de la importancia de la cooperación; los padres conciliares nos dicen allí, por ejemplo, que «la cooperación está a la orden del día». Pero es necesario que nos preguntemos si de verdad la cooperación está a la orden del día en nuestras instituciones. El hecho de que hayamos realizado el congreso y culminado esta publicación gracias a la Pontificia Universidad Católica del Perú significa, desde luego, que para esta universidad la cooperación es efectivamente una meta importante de sus esfuerzos. A ello debemos añadir la reflexión a la que nos invita Juan Pablo II, en 1998, en su encíclica Fides et ratio, cuando nos llama la atención sobre el hecho de que vivimos en un tiempo de crisis.

Se trata de una crisis de la sociedad en muchas de sus esferas, pero también de una crisis de la filosofía. Y no es casualidad que una de las expresiones comunes de nuestro lenguaje filosófico actual sea precisamente aquella que nos habla del «fin de la filosofía», del «fin de la metafísica», etcétera. La advertencia que extraigo de la Fides et ratio va justamente en el sentido de reafirmar la libertad del filósofo, la libertad del pensador en la Iglesia; pero no la libertad de destruir de una forma irresponsable aquello que es parte del patrimonio común de la Iglesia, de la universidad y del mundo. Me refiero, naturalmente, a la filosofía. Creo también que esta es una de las contribuciones más importantes de la Fides et ratio: el llamado de atención a filósofos y educadores católicos, al laboratorio mundial del pensamiento, al menos en lo que concierne a las instituciones católicas dedicadas a la enseñanza y a la investigación, acerca de la necesidad de valorar de una forma nueva el rol irremplazable que tiene que desempeñar la razón, no solo para comprender mejor la fe sino también para afrontar otros imperativos cruciales como lo son la búsqueda de la verdad y la promoción de la justicia social. En la vida social es impensable ignorar los retos de la sabiduría, entendida esta no como un modelo único, sino como una tradición encarnada en las culturas, en la universidad y en las civilizaciones. Son, en ese sentido, particularmente significativas las palabras que el entonces papa Benedicto XVI dirigió a los miembros de Comiucap en el mes de septiembre de 2008, con ocasión de la audiencia concedida en el congreso conmemorativo de los primeros diez años de la Fides et ratio: «una mirada atenta a la encíclica Fides et ratio —nos decía entonces Benedicto XVI— permite percibir admirablemente su actualidad perdurable».

En efecto, aquella encíclica se caracteriza por su gran apertura con respecto a la razón, especialmente en un periodo en el cual se ofrecían tantas teorías sobre su supuesta debilidad. Juan Pablo II subraya allí la relevancia de las relaciones recíprocas entre la fe y la razón, aun respetando la esfera de autonomía de cada una de ellas. Con este magisterio, la Iglesia reconoce las necesidades que brotan del contexto cultural contemporáneo y decide, por eso, defender el poder de la razón y su capacidad de alcanzar la verdad, presentando a la fe, una vez más, como una forma especial de conocimiento gracias a la cual nos volvemos receptivos a la verdad de la Revelación. Tenemos aquí, pues, una sugerente descripción de la situación cultural de nuestro tiempo, a partir de la cual el Papa sostendrá la urgente necesidad tanto de la filosofía como de la teología para el cumplimiento de la misión de la Iglesia. En verdad, estamos convencidos de que tanto la filosofía como la teología son indispensables para la realización plena del potencial humano. Ambas disciplinas han de considerarse como complementarias a las ciencias y a otras experiencias humanas, a efectos de reflexionar seriamente sobre el camino que conduce a una vida de sabiduría y a las prácticas de justicia y amor que les siguen naturalmente como consecuencia.

El logos que habita en la persona puede recrear en el ser humano lo que es por naturaleza, promoviendo y apuntalando de este modo el despertar de la responsabilidad moral que se necesita a la hora de hacer frente a los dilemas de la humanidad en nuestra era global, una era profundamente marcada por el poder de la ciencia y la tecnología. Estoy convencido de que, en esta época posVaticano II, una de las tareas más urgentes de la actividad intelectual de la Iglesia tiene que ver con la necesidad de hallar respuestas sustanciales al gran escándalo que es, en la multiplicidad de sus formas, «la violencia del hombre contra el hombre». Esta es una expresión famosa de Gabriel Marcel que no me canso de repetir y que encierra un gran problema humano. Es también algo que se conoce muy bien en el Perú y que ha sido analizado con detenimiento precisamente por el doctor Salomón Lerner en su calidad de Presidente de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, seguramente una de las comisiones más importantes de la historia contemporánea. La violencia es un problema real y profundo que tenemos que afrontar, y nuestro quehacer intelectual no puede pasar por alto las grandes cuestiones ni los grandes desafíos de la humanidad contemporánea.

Somos conscientes de lo mucho que falta para completar el trabajo que se inició en el Concilio Vaticano II. En este ámbito, como en muchos otros, la Iglesia tiene la obligación de alentar a quienes comparten la misma misión y están dispuestos a avanzar en dirección a la meta. Es en este sentido que he evocado aquí las palabras de Benedicto XVI a los miembros de Comiucap en el 2008, pues siguen siendo vigentes para todos nosotros o para los miembros de cualquier institución católica de educación superior en el mundo, como una particular invitación a renovarse en el deseo de conocer y de trabajar con vistas a una transformación cada vez más profunda de la realidad en la que nos encontramos involucrados. Es claro, pues, que el reto que tenemos por delante es el de atender a ese reclamo manifiesto de esperanzas y necesidades proclamadas por la Iglesia universal, especialmente respecto de la tarea urgente de hacer emerger en las culturas de hoy un humanismo nuevo y auténtico que nos pueda llevar más allá de los nihilismos y los pesimismos, incluso los antropológicos, que tanta dificultad causan al trabajo de evangelización.

Algo más debe decirse con claridad: debemos tomar conciencia de que ningún humanismo puede ser auténtico, es decir, verdaderamente humano, si no se halla sustancialmente abierto al misterio de la transcendencia, es decir, si no se halla enraizado en la búsqueda de una sabiduría que sea verdadera, permeable al cambio y que exprese, por tanto, de forma inteligible la dimensión metafísica de nuestro ser y de nuestra condición en el ámbito cultural de las sociedades humanas globalizadas de hoy. Pienso, pues, que el humanismo que atiende la misión de la Iglesia en el mundo es aquel que por su misma configuración se vuelve capaz de ayudar a que las culturas alcancen su objetivo inmanente de encontrar respuestas a los reales problemas humanos. Se trata de respuestas que, como tales, no pueden sino estar abiertas a la razón y ser respetuosas de la dimensión trascendente de nuestra experiencia ontológica como seres en el mundo, vale decir, como seres relacionados internamente con estructuras y paradigmas culturales.

Creo realmente que la misión educativa de la Iglesia en el mundo globalizado de hoy, especialmente en lo relacionado con las tareas propias y específicas de la filosofía, exige de todos los participantes del proyecto educativo un compromiso serio con la búsqueda de nuevos caminos y estrategias. Solo así se podrá establecer un diálogo más efectivo entre esferas aparentemente tan heterogéneas como lo son la ciencia y la religión, la fe y el conocimiento, la ética y la economía, la persona y la sociedad, las culturas, la religión y la verdad.

Los debates llevados a cabo en el Congreso del Cuzco, precedidos por un intenso intercambio de ideas en Lima en el Seminario «Identidad, Misión y Organización de la Universidad Católica en la Actualidad», —todos ellos, ahora, disponibles a través de este volumen— son un afortunado ejemplo de la nueva dinámica de cooperación que se ha propuesto Comiucap como una de sus más importantes metas en su quehacer a nivel global. Por cierto, lo que se percibe aquí es ya una formidable estrategia de sinergia entre todos, profesores universitarios que representamos a muchas instituciones a lo largo del continente latinoamericano y también de otros continentes. Esperamos de esta manera poder colaborar de una forma más clara y también más clarividente con el propósito —que es un propósito de la Iglesia— de servir al mundo, de servir al hombre de hoy en sus diferentes situaciones, en sus diferentes problemáticas, dramas y tragedias.

Agradezco a la Pontificia Universidad Católica del Perú, en particular a su rector emérito y vicepresidente para América Latina de Comiucap, el doctor Salomón Lerner Febres, por haber acogido y liderado todo el proceso que se refleja en este volumen, proceso que da cuenta de un gran amor a la filosofía, a las artes y a todo lo que tiene el potencial de transmitir sabiduría mediante el diálogo, una experiencia que por definición es tanto interpersonal como propiamente intercultural. Agradezco igualmente el perseverante trabajo de organización realizado con gran dedicación y empeño filosófico por el profesor Miguel Giusti, Director del Centro de Estudios Filosóficos de la misma universidad, trabajo llevado por cierto a tan buen término gracias a la calidad del equipo que con él colabora. Finalmente, expreso mi gratitud al numeroso grupo de participantes que tuvimos la alegría y el honor de saludar en la maravillosa ciudad del Cuzco y de un modo muy particular a los autores que han contribuido ahora con sus textos a componer este volumen.

El Congreso Regional de Comiucap realizado en el Cuzco, así como el seminario previo de Lima, ambos presentes en nuestro volumen, son un ejemplo de lo mucho que se puede conseguir cuando, como académicos o personas dedicadas al cultivo de la vida intelectual, nos abrimos a esa dinámica de cooperación que la Iglesia tan preclaramente nos solicita y sin la cual será siempre muy poco lo que podamos hacer para responder a las grandes cuestiones y a los graves desafíos que nos plantea, como en el caso presente, el problema de la postsecularización en nuestro tiempo.

INTRODUCCIÓN

Salomón Lerner Febres, Rector Emérito de la Pontificia Universidad Católica del Perú / Vicepresidente de COMIUCAP para América Latina

Me resulta especialmente grato dar a conocer públicamente los resultados del III Congreso Regional Latinoamericano de COMIUCAP, dedicado a reflexionar sobre un tema crucial de nuestro tiempo como es el nuevo encuentro entre culturas en un contexto de «postsecularización». Para las universidades católicas y, en general, para todos aquellos que vivimos nuestra fe cristiana y católica con un espíritu despierto, abierto y alerta, el diálogo intercultural es no solamente un deber sino también una forma de realizar nuestra vocación espiritual y comprendemos que ese diálogo, ese encuentro, ha de tomar formas particulares, novedosas, inéditas, tal vez, en la particular situación histórica que vivimos, que podemos denominar una situación postsecular. Así, nada más pertinente que dedicar nuestro tercer congreso a explorar esta circunstancia histórica y los caminos que ella provee para un renovado encuentro entre culturas.

Es bueno tener presente que las reflexiones del congreso estuvieron precedidas por un seminario realizado en Lima con el título de «Identidad, misión y organización de la universidad católica en la actualidad». Dicho seminario, organizado con ocasión de los 50 años de la Gravissimum educationis y los 25 años de la Ex corde ecclesiae, nos permitió adelantar algunas ideas que fueron también fructíferas para los temas del congreso, puesto que fueron reflexiones destinadas a explorar y afirmar nuestro ser y nuestra vocación como universidades católicas. En esa exploración de nuestra identidad como comunidades intelectuales que conjugan la fe y la razón, se encuentran ya algunas claves de nuestra aproximación a la vivencia intercultural: una vivencia que, como la del encuentro entre fe y razón, reclama espíritu de apertura, de conjugación de mundos distintos, pero no enemigos, y de búsqueda de lo uno en lo múltiple y viceversa.

El Congreso del Cuzco, hay que recordarlo, fue un encuentro preparatorio del V Congreso Mundial de COMIUCAP que se realizará en Colombia del 4 al 9 de julio de 2017 y que tendrá como temática principal la vivencia de la pluralidad en democracia desde una perspectiva postsecular. Dicho congreso recibirá, por ello, el título de «Los retos de Babel: postsecularismo, pluralismo y democracia». Nuestro encuentro de Cuzco estuvo destinado a pensar nuestros aportes a dicho congreso desde una perspectiva latinoamericana y desde un marco académico internacional. Con ese fin nos reunimos, desde la comunión de voces de las instituciones universitarias católicas de filosofía, para pensar la postsecularización en tanto constituye el germinar de «nuevos escenarios del encuentro entre culturas».

Pensar esos escenarios con espíritu de acogimiento cristiano y con lucidez filosófica requiere un esfuerzo considerable. Se trata, fundamentalmente, de ir más allá de una cierta percepción de caos o de desconcierto, que es la forma primera en la que el sentido común percibe la diversidad, para encontrar o proponer, por debajo de ello, un cierto orden ético, una posibilidad de convivencia moralmente orientada. Ello, ciertamente, es difícil y exigente, pues requiere orientar nuestra mirada a las realidades políticas y económicas empíricas —el mundo «realmente existente», como solía decirse—, pero no para rendirse a la conformidad con un orden injusto, violento o excluyente, sino para encontrar en esas realidades un potencial ético habitualmente soslayado. Buscar y encontrar tal potencial demanda, desde luego, como un paso previo, el ejercicio de nuestra facultad crítica, una facultad que, si bien asociamos correctamente, en primer lugar, con el pensamiento secular moderno, guarda un inocultable parentesco con el espíritu profético, con la denuncia de la injusticia y del poder.

Si recordamos el mito de Babel, tendremos presente que aquello que propició la pérdida de una comprensión universal fue el ansia de poder. Se lee, en efecto, en el Génesis (11, 1-9) lo siguiente:

Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde Oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron el uno al otro: «Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego». [...] Después dijeron: «Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra».

El filósofo italiano Giorgio Agamben ha hallado en este mito la sugerencia de que el lenguaje universal anterior a Babel se encontraría en todos nosotros antes de iniciarnos en un lenguaje, por ejemplo, en el balbuceo del bebe, el cual puede emitir todos los fonemas. Es mediante la inserción en un lenguaje, que acaece en la infancia, que se silencian todos los fonemas propios de las otras lenguas y nos situamos en Babel: inicio de la cultura y de la historia. Sin embargo, en cada uno se encuentra la posibilidad de retornar a este lenguaje universal. Sostiene Agamben:

La infancia, la experiencia trascendental de la diferencia entre lengua y habla, le abre por primera vez a la historia su espacio. Por eso Babel, es decir, la salida de la pura lengua edénica y el ingreso en el balbuceo de la infancia (cuando el niño, según dicen los lingüistas, forma los fonemas de todas las lenguas del mundo), es el origen trascendental de la historia. En este sentido, experimentar significa necesariamente volver a acceder a la infancia como patria trascendental de la historia. El misterio que la infancia ha instituido para el hombre solo puede ser efectivamente resuelto en la historia, del mismo modo que la experiencia, como infancia y patria del hombre, es algo de donde siempre está cayendo en el lenguaje y en el habla. Por eso la historia no puede ser el progreso continuo de la humanidad hablante a lo largo del tiempo lineal, sino que es esencialmente intervalo, discontinuidad, epoche. Lo que tiene su patria originaria en la infancia debe seguir viajando hacia la infancia y a través de la infancia (2007, pp. 73-74).

Así, a partir de lo citado, cabría pensar que en el mundo globalizado y pluricultural en el que vivimos, donde cada pueblo existe y comparece con su propio lenguaje en tanto «forma de vida», resulta imprescindible recordar este origen universal para acercarnos unos a otros con espíritu de comprensión, de tolerancia, de aceptación recíproca. Más aun, es posible afirmar que aquí, en esta intuición de un lenguaje de origen universal, radica la importancia de la comunión entre fe y razón.

Así lo habría entendido el papa Juan Pablo II al iniciar la carta encíclica Fides et ratio con las siguientes palabras: «La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo» (Juan Pablo II, 1998)1.

Dicho lenguaje universal consiste, pues, en regresar, mediante la reflexión, a ese principio que nos muestra la palabra revelada. El pensador alemán Walter Benjamin nos dice que «Dios no creó al ser humano en absoluto a partir de la palabra, y además tampoco le dio nombre. Y eso porque no quiso subordinarlo al lenguaje, sino que, en el hombre, desplegó el lenguaje libremente, el mismo que a él le había servido como medio de la Creación» (2007, p. 153). Se comprende, entonces, que para filósofos contemporáneos de la talla de Heidegger, Wittgenstein y Cavell, el lenguaje auténtico consista en el regreso hacia una creatividad espiritual primordial de la cual brotaría, por ejemplo, la poesía. Para lograr este regreso al momento prebabélico es preciso, así, ir más allá de la fragmentariedad del lenguaje científico y acceder al lenguaje poético, alegórico, místico: el lenguaje de lo revelado.

Pero conviene reparar brevemente en el origen de esta fragmentariedad. Uno de los retos del mundo contemporáneo es que nos encontramos, justamente, en un momento de crisis, en los que la lógica tecnocrática y la razón instrumental, debido a los procesos de modernización y secularización, no solamente nos escinden «entre culturas», sino que también crean una brecha entre «fe y razón», así como entre el pensar filosófico y los otros tipos de razones.

Se encuentra, en el fondo de este fenómeno o tendencia histórica, el ansia tecnocrática de la construcción de Babel, la cual se evidencia en la secularización. Si ello es así, en la idea de lo postsecular, podemos encontrar de algún modo una promesa, el anuncio de una corrección en el camino tomado por nuestras grandes corrientes de pensamiento y acción. Lo postsecular describe aquel proceso de modernización y secularización que no le ha quitado su lugar primordial a la religión en nuestra sociedad, a la vivencia del creyente. Así pues, filósofos contemporáneos como Habermas, Taylor y Ricoeur perciben en la fe un aspecto fundamental de la constitución del espacio social para las sociedades contemporáneas, una manifestación de nuestro ser humano y nuestro ser social que ha de ser rescatada como una fuente de revivificación en el mundo moderno. En esa intuición se reconoce que lo sagrado y lo secular establecen entre sí relaciones complejas que conforman nuestras orientaciones al mundo de una forma más compleja, más completa, más integral que la que nos ofrece la sola visión secularista (véase Moratella, 2011).

El mundo postsecular es, entonces, el espacio en el que fe y razón pueden unirse en la búsqueda de la verdad, una búsqueda en la que, a pesar de nuestras diferencias, podemos reconocernos los unos (los mismos) en los otros. Es en este momento, cuando la razón puede dejar de ser solamente una sierva de la ciencia, que avizoramos una esperanza: la de recuperar un lenguaje integrador abocado a la comprensión, la escucha y la compasión universal, un lenguaje prebabélico que es, en ese sentido, más humanista que mítico. Vislumbrar esa esperanza y realizarla requiere de nosotros, desde luego, un intenso esfuerzo de reflexión y de imaginación, así como una puesta en acto de nuestra fe.

Los trabajos que componen este libro son el mejor testimonio del esfuerzo desplegado por dar vida al diálogo intercultural en la nueva constelación evocada. A través de ellos se hace visible la oportunidad de conciliar razón y fe en la procura de un encuentro entre pueblos diversos desde una mirada unitaria, congregante, integradora y siempre, al mismo tiempo, plural. Expreso mi agradecimiento a todos los autores, que acudieron primero al Cuzco desde muchos países de la región y reenviaron luego sus ponencias corregidas para la publicación, así como al padre João Vila-Chã, que es el gran animador espiritual de nuestra asociación. Doy también las gracias al equipo del Centro de Estudios Filosóficos de la Pontifica Universidad Católica del Perú por su valiosa colaboración en la organización del congreso, al Rectorado de la Pontificia Universidad Católica del Perú y a MISEREOR por su respaldo y apoyo, y finalmente a Rodrigo Ferradas y Alexandra Alván, que tuvieron a su cargo la edición de los textos.

Bibliografía

Agamben, Giorgio (2007). Infancia e historia. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

Biblia de Jerusalén (1998). Edición revisada y aumentada. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Benjamin, Walter (2007). Sobre el lenguaje en cuanto tal y sobre el lenguaje de los hombres. En Obras completas. Libro II, volumen I. Madrid: Abada.

Juan Pablo II (1998). Carta encíclica Fides et ratio del Sumo Pontífice Juan Pablo II a los obispos de la iglesia católica sobre las relaciones entre fe y razón. Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.

Moratalla, Agustín Domingo (2011). Ciudadanía activa y religión. Fuentes pre-políticas de la ética democrática. Madrid: Encuentro.


1 Véase Éxodo, 33, 18; Salmos, 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Juan, 14, 8; 1 Juan, 3, 2.

I
EL CONCEPTO DE POSTSECULARIZACIÓN