Con Portugal en la maleta
Histórias de vida de los portugueses en Venezuela. Siglo XX
ANTONIO DE ABREU XAVIER
 

Dedicatoria

A los miles de portugueses anónimos que, desde el siglo XVI, han colaborado con su espíritu de empresa, trabajo cotidiano y silencioso afán, al crecimiento de Venezuela y Portugal.

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Un proyecto de vida

Esta obra comienza con una reseña histórica que va desde el siglo XVI hasta el XIX. A continuación, expongo la inmigración portuguesa del siglo XX dividida en cuatro etapas. La primera tiene antecedentes en los últimos años del siglo XIX y cierra en 1935. Durante este lapso los arribos fueron pocos, de carácter individual y dispersos por todo el país, tal como era la voluntad de los dictadores de entonces, antojados de que los inmigrantes llegaran graneaditos. La segunda etapa se caracteriza por la afluencia de portugueses contratados en Curazao por el Instituto Técnico de Inmigración y Colonización, suprimido en 1948. La tercera etapa arranca ese año con la gran oleada inmigratoria a Venezuela y el reagrupamiento de familias en las zonas urbanas para luego irradiarse hacia el interior del país. Finalmente, algunos hechos ocurridos entre 1976 y 1983 marcan el inicio de la cuarta etapa que llega hasta el momento actual.

Respecto al proyecto de vida del portugués en la emigración, el texto recoge tres hechos históricos significativos: primero, la partida como momento crucial de ruptura temporal con el terruño; segundo, la realización personal en Venezuela que reconforta la distancia física; y tercero, la inserción en la sociedad venezolana que posterga indefinidamente el regreso a Portugal. Este proyecto sólo es posible apreciarlo a través de los testimonios de los entrevistados. Por ello, sus frases y palabras se intercalan en el discurso histórico e ilustran todos y cada uno de los procesos por los que todo inmigrante ha pasado. Los testimonios en los que se basa esta obra fueron expresados por sus protagonistas en «Portuñol». Se trata, por tanto, de una historia contada con sentimiento portugués pero escrita en español: son las histórias de vida de los portugueses en Venezuela.

El recuerdo individual selecciona cada momento y lo revaloriza en el ámbito mayor de la comunidad, facilitando al lector apreciar cada hecho desde diferentes experiencias con las cuales termina identificándose de manera estrecha. El lector disfrutará entonces de diversos temas. La idealización del pasado y la saudade son dos de ellos. También, la niñez y la juventud, la casa paterna, las comidas, los paseos, el trabajo, los amores y un sin fin de lembranzas, asociadas a un mundo propio pero lejano. La odisea de invocar las viejas hazañas de los antepasados y de conquistar el mundo devela la intrepidez del viaje, el riesgo de la aventura en tierras desconocidas y el enaltecimiento de la patria, para descubrir la particular capacidad emprendedora del portugués. Al final, los historiados no pueden ocultar su visión bicultural que revaloriza la realidad en Venezuela frente a la idealización del terruño. Esta doble identidad la han hecho unos navegantes que han construido su pequeño Portugal en este lado del Atlántico para recomenzar otra historia, una historia luso-venezolana.

Histórias de vida

Una reflexión de mi madre en 1996 dio inicio a este libro. Tras haber cumplido con el destino que la idiosincrasia portuguesa le había asignado como mujer, madre y esposa, tan sólo esperaba ser bien juzgada por la Historia. Pero, al igual que muchas madres, ella no había escrito sus memorias. Muchos emigrantes estaban en igual situación: nadie les conocía porque cuando no hay narrador no hay Historia. Así, desde ese año, me propuse compilar el testimonio de estos héroes anónimos para mostrar que han cumplido con lo asignado y alcanzado lo deseado.

Este libro es el resultado de una larga y ardua investigación. En efecto, en julio del año 2002, presenté a la Comisión de Estudios de Postgrado de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, un anteproyecto de Doctorado en Historia sobre los portugueses en el país, basado en la técnica de investigación de las «historias de vida». Luego, este proyecto lo hice público a la Comunidad Portuguesa. Para conformar la base de datos, me desplacé a casi veinte localidades de Venezuela donde realicé personalmente 234 histórias de vida y consultas a archivos familiares. Sobre estos valiosos testimonios orales redacté la tesis doctoral, evaluada luego por profesores de Estados Unidos, México y Venezuela, quienes la calificaron con honores. El mérito de este libro corresponde en gran parte a cada historiado, cuyo corazón palpitó de saudade para hacer latir no pocos de sus pasajes.

La selección entre cientos de imágenes, parte fundamental de mi pesquisa, ha sido una labor muy difícil. He escogido, no obstante, unas pocas de las más representativas. En todas he indicado la fuente de procedencia, fuese ésta de archivo público, colección familiar, libro o periódico. De esta manera, no sólo cumplo con mi ética de historiador sino también con los derechos de propiedad intelectual. Agradezco a los propietarios de estas imágenes la confianza depositada en quien suscribe para el noble uso de ellas en este adecuado resguardo de la memoria de nuestra comunidad.

Agradecimiento

Al comenzar, sabía que la investigación sería en solitario. Igualmente, la realización de las entrevistas no fue una tarea fácil dada la dispersión de la comunidad y la intención de abarcar una muestra de todos sus sectores. Por ello, una vez efectuado el trabajo, aprecio sobremanera el apoyo inmediato de los patrocinadores y de quienes, más allá de la crónica trasnochada y ególatra de los individualismos, respaldaron en forma anónima esta obra que asienta de una vez por todas la histórica epopeya colectiva de los portugueses en Venezuela. A todos ellos mis más profundas gracias por respaldar mi trabajo.

Además quiero agradecer, en Portugal: Alberto Vieira, Duarte Manuel Espírito Santo Melo, Leonardo Pereira y colegas do ARM, María Fátima Araújo de Barros Ferreira, María Isabel Fevereiro, Rui Carita, Familia Pereira Xavier, Personal de Arquivo Histórico Diplomático do Ministério dos Negócios Estrangeiros, Arquivo Regional da Madeira, Arquivo da Torre do Tombo, Biblioteca Nacional y Museu Carlos Machado de Ponta Delgada (Azores).

Finalmente, deseo agradecer, en Venezuela a Alejandro Mendible, Alfredo Gomes Bravio, Ana de Castro, Ana de Jesús Xavier y Manuel Víctor de Abreu, Ana Lucia de Bastos, André Pita, Antonio Ferreira Tavares Jr., Antonio Jorge de Freitas, Antonio Rodríguez Leandro, Arturo Pinto, Catalina Banko, Cesaltina Silva, Conceição de Jesús Gomes, Daniel Morais, David Pinho, David Ruiz Chataing, Dora Dávila, Fernando dos Ramos, Francisco de Almeida-Garrett, Gilda y José Porfirio de Abreu, João da Costa Lopes, João da Silva Goncalves, José Ángel Rodríguez, José Antonio Manica Martins, José Fernando Suares Henriques, José Rodrigues de Caires, José Rodrigues, Lolita Lairet y José de Teixeira, Luisa Rodrigues Pestana Pereira, Manuel F. Vieira dos Santos, María Agueda da Silva Camacho, María Augusta Cámara, María Conceição Pinto de Fernandes, María das Neves de Freitas, María Iva Rodrigues Cro, María Nazaré Pereira da Cámara, María Salette Pereira Sardinha, Maribel Tavares, Mario Pereira, Mario Soares, Martín Granito, Mireya Sosa, Natividad de Pinto, Oswaldo Ponte, Sergio Alves Moreira, Susan Berglund, Teresa Pestana de Abreu, Teresa y Bernardino Lucio da Silva, Tiago Batista, Trinidad y Arnaldo de Macedo, Vanda María Freitas Gordo de Caires, Academia Nacional de la Historia, Archivo Arzobispal de Caracas, Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores, Archivo General de la Nación, Centro Portugués de Caracas, Hemeroteca y Biblioteca Nacional de Venezuela, Instituto Portugués de Cultura y a la prensa comunitaria.

Contenido
Dedicatoria
Presentación
Un proyecto de vida
Histórias de vida
Agradecimiento
De tiempos antiguos
Isto já vem de longe
Hasta la Venezuela de Gómez
Una inmigración con subsidio
La gran oleada
Sumar y restar
Portugal: emigración económica
Emigrante no habla de política
Una mudanza a la vida de todos los días
La salida
En Venezuela hay trabajo
Preparando el papeleo
El viaje del descubridor
Un pasaje para otra realidad
La llegada
La cédula de librito
Buscando espacio en Venezuela
Bajo el primer techo
El primer cambur
...y el primer sueldo
El trabajo
Cliente a la vista
El negocio avanza
De la taguara al híper
Portugués, dame trabajo
La membresía a la cámara
La familia
La familia crece
Cónyuges y matrimonios
Gracias a mi mujer
La profesión de los hijos
El bienestar
Perseverar en la fe
El juego de cartas
Lee, para que te enteres
Pobreza avergonzada
Mi casa es mi casa, mi carro es mi carro
La comunidad
Los líderes
La cultura que se quiere
Atletas por Venezuela
El viaje postergado
Allá viene Joao José
El juego del vaivén
El llanero portugués / El portugués llanero
Fuentes
Abreviaturas utilizadas
Anexos
Créditos

Presentación

Una historia comparable con la de los grandes emprendedores es la imagen que evoca la iniciativa de José Manuel Faria, Francisco Goncalves de Faria, Eduardo Teixeira, Sironio Da Silva, Fernando Pereira, José Teixeira, Florentino Catanho y José Macedo, puesta en práctica hace 25 años, un 4 de noviembre de 1982, al unir sus modestos comercios en una cooperativa capaz de competir con las grandes cadenas de supermercados.

Tras modificar su estatus en 1982, esta iniciativa se convirtió en la única exitosa en su estilo. Sus locales, emplazados en zonas periféricas y fuera de Caracas –distribución espacial que aún hoy es uno de los principales focos de atención de Unicasa–, se unieron para comprar productos al mayor y distribuirlos entre los supermercados El Marqués, Terepaima, El Progreso, La California, Boney, Melody, Nube Azul (en Guarenas-Guatire) y Barlovento (en Caucagua), para ser vendidos a precios asequibles a su clientela, ajustados a la realidad social del país, tal como se perfilaba la década de los ochenta.

Los negocios afiliados mantuvieron sus avisos originales en la fachada y eran identificados mediante un logo anexo, el de Unicasa. Este respaldo corporativo permitió la consolidación de una red de supermercados en Caracas y los Valles del Tuy y el posterior crecimiento en otras ciudades de los estados Anzoátegui, Aragua, Guárico, Monagas y Nueva Esparta y en diversas localidades del estado Miranda, a través de una red actual de 27 sucursales.

La distribución por Venezuela refleja el compromiso de Unicasa con la modernidad sin desatender el tradicional encuentro de vecinos o la atención personalizada del abasto. Hoy la clientela sigue identificándose con el objetivo social de los supermercados fundadores que no dejan de lado su compromiso con la colectividad. La asimilación de los fundadores a la sociedad venezolana, comprobada por más de 40 años de residencia permanente en el país, está reflejada en los amplios espacios y puntos de encuentro de los que disponen las recientes sucursales de Maturín (estado Monagas), Centro Comercial El Marqués, Caricuao y Centro Comercial Uslar (Caracas), donde los clientes se dan tiempo para la charla o para tomarse un cafecito en medio de la más reciente tecnología. La visión de futuro se prolonga con grandes proyectos ya en ejecución en El Tigre, otra sucursal en Maturín y la renovación de locales; en franco compromiso con la tierra que les dio la bienvenida.

Esta breve reseña de Supermercados Unicasa es parte de la historia de la comunidad portuguesa en el país. Es una pequeña narración estrechamente vinculada a Venezuela que, de hecho, forma parte armónica de su historia, tal como lo demuestra de manera fehaciente Antonio de Abreu Xavier en las páginas que siguen.

La obra Con Portugal en la maleta muestra cómo la historia de vida de cada portugués residenciado en el país está condicionada por el contexto en el que se desenvuelve. El conjunto de estos testimonios personales expone el proceso de integración de una comunidad que, así como Unicasa, dispersa por Venezuela y consciente del sentir tradicional y nacional, vive los cambios del momento político-económico, practica la convivencia social del cafecito y participa del pluralismo del espacio cultural venezolano.

Supermercados Unicasa

De tiempos antiguos

Isto já vem de longe

El aporte de Portugal a la actual nación venezolana es secular. En este sentido, obras como la Historia de los portugueses en Venezuela, de Miguel Acosta Saignes, describen este legado que comenzó con las primeras navegaciones europeas frente a las costas del Nuevo Mundo. En efecto, a comienzos del siglo xvi, entre el grupo de marineros portugueses bajo el mando de Alonso de Ojeda, descubridor de gran parte de la costa de Venezuela, estaba el experimentado piloto Juan Vizcaíno; mientras que la flota de Antonio Sedeño era guiada por el también piloto Antón Gonzáles y el subalterno Carvalho.

Además, ellos dejaron su huella y su nombre en el espacio geográfico que le correspondió a Venezuela. Es así como Manuel de Serpa llegó con los alemanes que entraron por Coro mientras que Cortés Rico formó parte de la expedición de Francisco Fajardo y otro portugués, Francisco Freire, iba en la cruzada de Luís de Narváez. En la exploración del Orinoco se aventuraron Antonio Fernandes y Álvaro Jorge bajo la comandancia de Alonso de Herrera y de Fernando de Berrío. Los Llanos fueron escenarios de la marcha de los cabos de escuadra Antonio de Acosta y Juan Fernandes de León Pacheco, éste último oriundo de Portimão y fundador de Guanare. Posteriormente, Acosta y Fernandes acompañaron a Diego de Losada hasta el valle de Los Caracas.

La presencia portuguesa se consolidó rápidamente hasta tener jurisdicción propia. De acuerdo a Enrique Otte, en 1519 y al extremo oriente de tierra firme, existía una provincia llamada Portugal poblada de indios guatiaos. Para llegar a ella se debía zarpar de Cumaná y navegar en dirección al sur viendo la costa. Esta información es sacada de los informes del alcalde de Cubagua, Francisco Vallejo, quien llevó a cabo una investigación para delimitar las tierras y restablecer la paz entre las diferentes tribus de la provincia de Portugal.

En el comercio de perlas en Cubagua actuaron varios lusitanos. En 1532, Pedro Portugués enviaba remesas de perlas a Sevilla (España). Para otros, el negocio arrojó resultados personales negativos como lo atestiguó Alonso de Mota. Su matrimonio se arruinó debido a que la extracción perlífera le exigía ausentarse de casa por largos períodos y dejar sola a su esposa, María Fernandes, cuya soledad era reconfortada por la íntima compañía del gobernador de Margarita, Pedro de Villardiga. Tras descubrir esta intimidad y luego de una fuerte escaramuza con puñales, Mota huyó por temor a que le pelaran las barbas, como él mismo declaró. En 1527, abandonó Cubagua y partió aterrorizado a San Juan de Puerto Rico porque una noche despertó cuando una figura desconocida se aproximaba a su cama con un hacha en la mano (Otte: 353,125).

En los protocolos coloniales compilados por Agustín Millares Carlo están testimoniados el dinamismo individual, la sociedad manufacturera donde el portugués aporta su mano de obra como capital de trabajo, la versatilidad y dispersión tanto comercial como geoespacial de sus actividades y la disposición a hacer negocios con paisanos. Es el caso del emprendedor sombrerero Manuel Pimienta. En 1579 cerró sociedad en Mérida con el español Juan de Argüello, quien debía aportar el capital, todas las herramientas, como son tableros, planchas, hierros y piezas de curtir cardas y hormas, además, de costear todo el carbón y aparejos de tinta, mientras que Pimienta tan sólo debía aportar su trabajo e industria de su persona. Previsivos, ambos incluyeron en el contrato una cláusula de quiebra: si la compañía se disolvía antes de cumplir los dos años, Argüello vendería al costo las herramientas a Pimienta. Pero el pequeño taller salió adelante gracias al duro trabajo de ambos. Mientras Argüello comercializaba los sombreros por toda Venezuela, Pimienta vendía en Mérida los que podía. A la hora de repartir dividendos y confiar en las cuentas presentadas, bastaba la palabra empeñada y el compromiso de no renunciar a la sociedad so pena de pagar cincuenta pesos de buen oro al compañero más dos botijas de aceite para la lumbre del Santísimo Sacramento de la iglesia mayor de Mérida.

En 1579, mientras Juan de Argüello negociaba con Gonzalo Pereira, residente en la ciudad de Trujillo y portugués por el apellido, Manuel Pimienta formó una sociedad con su paisano Francisco Gonzales de Lima. Invirtieron 100 pesos oro en la compra de seis caballos, buenos y bien adreçados de ensalmaduras y lo demás necesario para carga, que fueron destinados a llevar casabe hasta Valencia y Caracas, donde Lima debía venderlo al mejor precio posible. De regreso a Mérida, debía traer mercancías españolas o producidas en las zonas visitadas en la ruta. Así, estos dos portugueses establecieron una de las primeras rutas de recuas para el comercio de mercancías entre el centro y el occidente del territorio.

La prosperidad comercial le llevó a buscar un ayudante, que resultó ser el también portugués Sebastián Alonso. Éste aceptó la condición de servir a Pimienta durante dos años y medio, tiempo en el cual el sombrerero se comprometía a enseñarle su oficio. Una vez estabilizado el negocio, Pimienta decidió fundar familia. Por ello, en diciembre de 1579, mandó fijar carteles sobre su condición de soltero libre no sujeto a matrimonio ni a orden religiosa alguna. (Millares Carlo: 22-36).

A propósito, el matrimonio ha fijado el aporte étnico del portugués a la nación venezolana y su historia. Una muestra de ello es la descendencia de Antonio Yañez. En 1578 este portugués natural de Oporto residía en Mérida donde era propietario de una casa cuyo terreno, con fachada hacia dos calles, colindaba con el solar del Cabildo y estaba a poca distancia de la iglesia y de la plaza pública, lo que era una ubicación privilegiada según los cánones urbanísticos y sociales de entonces. Yañez era, por tanto, una persona con posición política y económica comprobada. Así pues, cuando protocolizó su testamento, en 1592, legó la casa en Mérida; cuatro yuntas de bueyes; 60 cabezas de puercos; 600 cabezas de ganado menor compuesto por cabras y ovejas; una estancia de pan junto al río Albarregas, donde permanecían 18 caballos; un molino y 200 fanegas de trigo; varias fincas, grandes y pequeñas, en un páramo donde pastaban novillos, mulas y caballos. Además, era encomendero de los indios del valle de Caricagua.

Todo lo legó, a partes iguales, a sus hijos legítimos Felipe de Oviedo, María de Oviedo, Aldonza, Antonio Yañez Chiquito, Isabel y Gerónima, habidos con su esposa Isabel de Illanes, y a quienes intentó casar en nombre de la doctrina cristiana. De estos matrimonios sobresalen los tres de María de Oviedo, mujer interesante para los ávidos ojos masculinos debido a la dote matrimonial que le dio el padre y lo heredado de sus dos primeros esposos: el capitán Pedro Zapata, vecino del pueblo del Espíritu Santo, juez en los valles y provincia de La Grita; y el capitán Cristóbal de Camañas, un español oriundo de Zaragoza.

Para el primer matrimonio, Yañez dio a su hija la cantidad de 1.400 pesos de buen oro, de a 20 quilates, pagando 200 pesos en moneda, 125 pesos en 100 vacas y 50 pesos en 200 ovejas. El resto de la dote era un ajuar compuesto por vestidos con basquiñas y jubón, sayas, ropas de raso y de tafetán guarnecidas con espigueta de oro y pasamanos de plata; jubones, mantos, manteles, escofión y zarcillos de oro y perlas, blusas, chapines, alfombras, cojines, una cama con sus respectivas sabanas, mantas, almohadas, blancas y bordadas, así como dos colchones e infinidad de otros artículos. La boda tuvo lugar en 1578 y Zapata debió haber aceptado esta dote de buen agrado, pero apenas la disfrutó dos años pues en julio de 1581 María contrató los servicios del padre Diego Machado para administrar los bienes de su difunto marido.

La segunda boda de María de Oviedo fue celebrada en 1592 con una dote mucho mayor. Por un lado, traía los bienes y las adquisiciones hechas por el difunto Pedro Zapata durante el primer matrimonio. Por otro lado, su padre ya le había cedido la encomienda de indios fijada en su testamento, una casa con sus solares frente a la plaza pública de Mérida y una estancia con caballeriza en el páramo. Pero la suerte de María era quedar viuda de nuevo ese mismo año como prueba un poder otorgado a su hermano natural, Antonio, por la administración de las encomiendas heredadas de su recién fallecido esposo Cristóbal de Camañas. Sin embargo, María era mujer para casar y, al parecer, la muerte de sus dos primeros maridos no la hizo pensar en el más allá. De hecho, el 20 de enero de 1595, cuando apenas habían pasado 8 días del fallecimiento de Antonio Yañez, su padre, formalizó su testamento donde aparece como esposa legítima del licenciado Manuel Ruiz Caballero.

La relación entre hijos legítimos y naturales era normal en esa época. En su testamento, el viejo Yañez reconoció que tenía 4 hijos del concubinato con sus criadas Leonor y Beatriz, ambas indias de origen panche. Con la primera tuvo a Leonor y Catalina mientras que Beatriz era madre de Antonio Yañez, el encomendero contratado por María de Oviedo, y de Beatriz Gonzales. El apellido de esta última venía de 1580 cuando contrajo nupcias en Barinas con el portugués Francisco Gonzales, quien recibió de Yañez la cantidad de 200 pesos como dote por su hija ilegítima. Gonzales tenía negocios en Mérida y era muy envidiado por el alcalde de Trujillo debido a su espada con empuñadura de plata, una ostentación que sólo era digna de la clase alta.

La fe cristiana marcó a esta familia portuguesa a la hora de despedirse de este mundo. En 1595, Isabel de Illanes, la viuda de Antonio Yañez, quería pagar las nueve varas de tafetán azul prometidas a Nuestra Señora de La Grita por su difunto hijo Felipe de Oviedo, quien también había ofrecido 30 tapias para construir la capilla de Nuestra Señora de la Soledad. Además preparaba su partida. En su testamento exigió una voluntad concedida a pocos señores de la época: que la sepultaran en la capilla mayor de la iglesia de Santo Domingo, junto a la tumba del marido, y donde yacían además los restos de su yerno Cristóbal de Camañas (Arcaya: 337; Millares Carlo: protocolos familia Yañez).

La relación de Yañez con sus sirvientas indica que la mezcla de los portugueses con los indios aborígenes dio origen a una estirpe de familias indoportuguesas. Asimismo, el trato con los africanos fue un aporte al cruce étnico que conformó la población venezolana. Su tributo está presente en la descendencia de los negros traídos de los territorios portugueses en África para ser colocados al servicio de hacendados de Caracas y de sus alrededores, con cuyos propietarios se mezclaron. Así, de las 52 permutas realizadas con esclavos entre el 14 de enero de 1595 y el 27 de diciembre de 1600, y asentadas en los Protocolos de Caracas, 26 son por negros de Angola. En total, en ese período, fueron negociados 102 individuos siendo angoleños 42 de ellos.

En este período, Vicente Madera, cuyo apellido es alusivo a la isla portuguesa en el Atlántico, realizó operaciones de esta índole con varios individuos residenciados en Caracas como Andrés Machado, Alonso Rodríguez Santos y Francisco de Carvajal. Este último, en agosto de 1595, se hizo prestatario de un poder que le otorgó Madera para encargarse de sus negocios. Con anterioridad, en mayo del mismo año, había actuado como apoderado de otro paisano, Manuel Fernandes, maestre del navío La Trinidad, que vino del reino de Angola. Carvajal y Fernandes aparecen en el censo de 1607, el primero es mercader y el segundo administraba una pulpería. En ese mismo censo son nombrados también el herrero Melchor Hernández y un médico, el licenciado Manuel Rocha, que realizaba operaciones con negros de Angola en Caracas. Hernández, por su lado, obtuvo a los negros Lorenzo y Francisco en negociación hecha con Carvajal. Rocha era menos tradicional al emplear nombres para sus esclavos pues en el segundo semestre de 1595 aparece su firma en dos acuerdos como proveedor de los negros Batata y Fetisero.

El historiador Pedro M. Arcaya hace posible seguir genealogías cuya raíz es portuguesa y sus ramas están dispersas por toda Venezuela. Así sucedió con Juan Fernandes de León Pacheco, fundador de Guanare, y en Coro con el noble portugués Gervasio Falcón de Mireles, casado con Genesa de Escorcha, noble dama de Barquisimeto, y su hija, Petrona Falcón de Villegas esposa de Juan de Linares Valera, quienes para 1682 residían en El Tocuyo.

Incluso, se pueden seguir apellidos incluidos en el censo de 1607. Es el caso del espadero Sebastián Antunes, quien era encomendero de indios en Coro desde 1592 y en la tierra de los Jirajaras, zona mejor conocida como la Sierra de San Luis. En matrimonio con Lucía Hernández tuvo tres hijos: Bartolomé, María e Isabel. Ésta última bautizó a una hija Sebastiana, en honor al abuelo, que contrajo nupcias con Juan Suárez del Orme y cuya descendencia posterior está mezclada con otros apellidos que pueden rastrearse por varios siglos. Bartolomé Zarco inició otra línea genealógica. En 1531, era alcalde de la recién fundada ciudad de Coro y uno de sus hijos, Pedro, desposó a una de las huérfanas del conquistador Alonso Martín. En la zona existía una rama familiar colateral que descendía del portugués Baltasar Martín quien aparece en el censo de 1607 como piloto y con 10 años de residencia en Coro donde había contraído esponsales con María de Ortega, hija del alcalde, el capitán Juan de Ortega.

La descendencia de Zarco y Martín puede seguirse a través de documentos notariados de mediados del siglo XVII que dan cuenta del parentesco y división de tierras heredadas en Cocodite y alrededores. Por igual, puede seguirse la prole de Duarte Fernández de Taborda en su matrimonio con Dominga González de Barros. Aunque Duarte llegó en las primeras décadas del siglo XVII, su descendencia y su herencia pueden ser seguidas en línea directa hasta 1753, cuando su bisnieto realiza la venta de unos terrenos que aquél había legado a sus nietos. Éstos, Juan Gregorio y Marcos Duarte Taborda, habían partido para Veracruz. De forma colateral, este apellido portugués está vinculado a otros existentes en Coro y registrados también en Caracas como lo son Gama, Atayde y Mascareñas.

Los registros mercantiles facilitan seguir la pista de otros portugueses mencionados en el censo de 1607. Vinculados a este tipo de documentos están los escribanos o notarios públicos. Uno de ellos, Juan Fernandes de León, fue fundador de Guanare y era escribano público y del Cabildo en 1579 en Barquisimeto. En esta ciudad también ejercía Gerónimo de la Barrera, quien cobró un peso de salario por día por unas actas que levantó en 1603. Ese mismo año, ya era escribano Manuel da Silva quien hizo carrera en la administración real de manera exitosa hasta 1670 cuando se retiró a Carora para volver a ejercer la escribanía después de haber sido alguacil en El Tocuyo. Un hijo criollo de este Manuel da Silva era escribano en Coro en 1670. El oficio se transmitía de padres a hijos y era practicado de manera notable y rentable como prueban Gerónimo de la Barrera, su hijo Bernabé de la Barrera y un hijo de éste, Bernabé Barrera, quien en 1638 compró por 300 pesos los derechos para ejercer la escribanía que venía profesando Francisco de San Juan (Avellán: varias pps.).

En relación a las cifras estadísticas de la Colonia y para valorar la importancia de sus datos, es primordial mencionar que el conglomerado de las ciudades de la Gobernación de Venezuela estaba formado por unas 575 familias, siendo las más pobladas la de Santiago de León de Caracas y Trujillo con algo más de 100 familias cada una. De ese censo de 1607, por ejemplo, 65 portugueses estaban casados, 3 de ellos en España y 1 en Puerto Rico, pero es menester indicar que la proporción estimada de extranjeros en toda la Gobernación era de un 24% con concentraciones desiguales. Es el caso de Caracas donde había 48 extranjeros: 41 de nacionalidad portuguesa, 1 flamenco, 1 siciliano, 1 mallorquín, 2 alemanes y 2 sin registros de procedencia. De los 41 portugueses, 23 estaban casados y establecidos como jefes de familia, lo que demuestra, una vez más, el origen luso de muchos apellidos caraqueños.

En este empadronamiento, hay registrado otro apellido luso de mucha importancia en la aventura pobladora venezolana. Se trata del Capitán Diego de Ovalle, hijo de Amador de Ovalle y Catalina de Morais, natural de Mogadouro, región de Tras-os-Montes, casado con María de Rojas Vásquez, hija de uno de los primeros pobladores de la provincia de Venezuela. De acuerdo con un registro notarial de 1602, una parte de la dote de su mujer consistía en la encomienda de los terrenos de Choroní. Allí, al mismo tiempo que los indios sembraban conucos para su sustento, Ovalle introdujo e intensificó la siembra de Cacao en los terrenos que él administraba, es decir, desde el mar hasta la sabana llamada de don Pedro, donde se asentó el pueblo de Choroní. El título de propiedad de las tierras le fue otorgado finalmente en 1619, después que el escribano Pablo de Ponte visitó la zona y levantó un acta.

Ovalle contribuyó a la edificación del pueblo. En 1616, ya existía un caserío con una plaza y una iglesia donde oficiaba el fraile franciscano Pedro de Buitrago. La categoría de pueblo le fue dada en 1622. El comercio era hecho por mar y controlado por el mercader Juan de Ibarra, quien hacía llegar al pequeño puerto harina, vestimenta, añejo, telas, vino, sombreros, aceite, pimienta, canela y envases de cobre, entre otras cosas. Ovalle mantenía con Ibarra un trueque de artículos por cacao, con palabra empeñada ante las autoridades civiles y eclesiásticas. La prosperidad era pujante pues en 1644 la hacienda contaba con 24.000 matas de cacao y 24 casas.

En torno a esta propiedad, Ovalle inició una labor cristiana. Primero previó su pase al más allá indicando en su testamento el deseo, hecho en nombre del siempre alabado Santísimo Sacramento, de que, sin importar donde muriese lo enterrasen en la iglesia de Choroní donde ya había hecho sepultura. En esta iglesia fundó una capellanía bajo la protección de Nuestra Señora del Camino, que con un fondo de 500 pesos debía decir una misa diaria por el eterno descaso de su alma. Luego, fundó una Obra Pía en la que, por bien de los pobres, quienes heredaron todos sus bienes, fuese servido Dios. La Fundación estaba destinada a ayudar cada año a cinco jóvenes pobres y a huérfanas con deseos de casarse pero carentes de dote para ello (Arcila: varias). Este auxilio era por el valor de 200 pesos por muchacha, cifra abultada para la época y no despreciable por ningún pretendiente, que resolvía el acuerdo prenupcial de las dotes, en especial, porque no tenían padres con capacidad de costear el matrimonio.

Algunos apellidos lusitanos están henchidos de tradición oral y de leyenda, lo que queda muy bien ilustrado por la familia fundada a principios del siglo XVII por el portugués Manuel de Acosta y Abreu. Éste desposó en Coro a Juana de Silva Villacorta, hija del conquistador español Martín de Villacorta, uno de los primeros pobladores de la ciudad. Manuel se dedicaba a las labores mineras en las yacimientos de cobre en Cocorote donde eran fundidos variados objetos: almirez o morteros, pailas para la fabricación de azúcar y papelón, campanas de iglesia así como campanillas para misa y altares, cinchas y estribos para montar entre otras cosas.

Pero más allá de su fama como minero, su apellido pasa a la tradición popular venezolana por una de sus tataranietas. Manuel de Acosta y Abreu tuvo un hijo de nombre Juan que casó con Juana de Rada y Castillo, y ocupó el más alto rango político-administrativo de la época: Teniente de Gobernador y Capitán General de la provincia. De esta unión nació Carlos, capitán de infantería, regidor, alcalde ordinario y de la Santa Hermandad, quien contrajo esponsales con María Francisca Figueroa; ambos son padres de otro Juan de Acosta y Abreu quien a los quince años ya era militar en la Compañía de Caracas y más tarde desposó a Rosa Nicolás Dávalos y Chirino. Juan y Rosa son los padres de Nicolasa de Acosta, la Heroína de Cocorote.

Nicolasa de Acosta pasaba largas temporadas en la hacienda de caña de su esposo, Sebastián de Talavera. En 1795, cuando ocurre la revolución de los esclavos, los acontecimientos la encuentran allí de sorpresa. Ella, tras ser asaltada su casa, fue victima de las heridas inferidas por los alzados quienes creyéndola muerta dejaron su cuerpo abandonado. Una criada la auxilió y logró parar la sangre, pero al ver que los impulsivos asesinos regresaban, la ocultó debajo de un montón de bagazo y les dijo haber arrojado el cadáver a un precipicio (Arcaya: 3). Nicolasa sobrevivió a los hechos y, aunque malograda, tuvo una larga vida hasta bien entrado el siglo XIX, lo que le valió una copla popular:

Doña Nicolasa Acosta
tiene vida singular
con hachas y calabozos
no la pudieron matar

Los portugueses no sólo han sido mercaderes, militares y héroes legendarios, también han procreado hijos para la gloria de Dios. Un seguidor de esta premisa fue el capitán Estebán Lorenzo de Contreras hermano de otros siete hijos de Maria de Cobos y Estebán Lorenzo, establecidos en Coro. Su padre aparece en el censo de 1607 con el apellido Algaravío, cuando en realidad era oriundo de Algarbe, sur de Portugal, según indica su testamento fechado en Caracas en 1630. El capitán Contreras, también fue padre de una numerosa familia. De sus siete hijos, Josefa y Catalina entraron como monjas en un convento caraqueño. Otro caso interesante fue el de Gaspar de Gama de Ataide casado con María de Lira y por tanto emparentado por consanguinidad a notables familias con influencias en Coro, Maracaibo y Caracas. Por una parte, el cuñado de Gaspar era Baltasar González de Lira, casado en Maracaibo y alcalde ordinario y gobernador interino de Coro. Su suegro, el capitán Marcos González de Lira, fundó una capellanía a la que se dedicó Gaspar de Gama cuando enviudó pues se ordenó de presbítero y así murió en 1672 (FP, III: 166; Arcaya: 88, 142-148, 193, 200).

Hasta la Venezuela de Gómez

El poblamiento de Venezuela por portugueses es continuación de la epopeya que dio pie a la ocupación de archipiélagos atlánticos. La travesía del apellido Evora ilustra este recorrido desde la península ibérica hasta la región coriana. Según la investigación genealógica, el noble portugués Juan de Evora, conquistador de Tenerife, dio en matrimonio a su hija, Isabel Yañez de Evora, a su paisano Blas Martín, natural de Flex. Ambos se establecieron en Icod donde nació su hijo Gaspar Martín de Evora quien desposó la hija de un sevillano. A este tronco familiar está vinculado Juan Alfonso de Calidonia Evora y Garcés, oriundo de El Teide y residente en Coro a fines del siglo XVII.

En esa época, el correo adquiría gran importancia pues de él dependían la vida y posesiones de un individuo considerado extranjero. Andrés Martín sabía de esto pues se vio afectado por las Leyes de Indias en 1595. Aunque los reinos de España y Portugal estaban unificados, los portugueses en América seguían siendo «extranjeros» y debían comprobar ante la justicia su condición de súbditos españoles. Debido a ello, Martín solicitó al teniente de corregidor y justicia mayor de Mérida, Juan Gómez Garzón, levantar actas que le permitiesen solventar su condición de portugués así como hacer público ante la justicia y el pueblo los servicios por mar y tierra que desde hacía tiempo él prestaba al Rey español en las colonias americanas (Millares: 124; Troconis: 21-22).

Los españoles desconfiaban de los portugueses incluso si estos tenían una fiel hoja militar de servicios. Una víctima de este celo fue el capitán portugués Pedro González de Golpellares que resistió a un grupo de navíos corsarios frente a Cartagena con su fragata Santo Antonio. Luego de esta hazaña se estableció en Coro donde continuó prestando servicios contra los filibusteros. En 1638 se casó con Beatriz de Piña, pero en 1644 debió justificar su origen y para ello presentó testigos de que tanto él como sus padres, Antonio González Golpellares e Isabel Andrea La Faboera, así como sus antepasados, habían sido personas notables en Aveiro de donde eran oriundos (Arcaya: 208).

Al otro lado del país, otros portugueses realizaban labores de poblamiento y evangelización. De los trabajos apostólicos en Guayana dan prueba los frailes Esteban de Arzola, fundador en 1691 de la misión El Rincón en el valle de Anacocuar; y Buenaventura de Malvenda, misionero en Botuca, cerca de Casanay, en 1697. Ambos llegaron a la Provincia tras predicar la fe católica entre negros bozales y tierras del Rey de Portugal, en África y Brasil. España tenía otro interés en la evangelización de Guayana: evitar la intromisión portuguesa que venía del sur. Por ello, la fundación de misiones-fortalezas militares en el siglo XVIII obedecía a la presencia portuguesa (Aguilera: varias). Esta presencia se desdibuja por un período de casi cien años para luego aparecer en testimonios aislados en la etapa independentista cuando destacan el joven Paulo Jorge, hijo de un rico aristócrata portugués, por su participación en el desembarco de Francisco de Miranda, y el reconocimiento de las repúblicas americanas por el Reino de Portugal a través de su agente en Buenos Aires, Juan Manuel Figueiredo, en 1821.

También es notable el aporte de Joseph Dias Machado en esta época. Según Eduardo Machado Ribero, Joseph era oriundo de Ponta Delgada, capital de la isla azoriana de San Miguel, descendiente de una familia vinculada a la conquista de Santarem en el siglo XII. En las Azores se formó como comerciante y maestre de navío. En el último tercio del siglo XVIII, Dias Machado arribó a Santo Tomás de la Nueva Guayana, en la Angostura del Orinoco, donde decidió dedicarse a actividades agro-pecuarias y al comercio ultramarino. En 1788 formó familia con Petronila Afanador y Salas, de la cual nacieron cuatro hijos. El primogénito, bautizado José Tomás, fue enviado a estudiar ciencias matemáticas y náuticas en Lisboa y Cádiz. Allí conoció a varios criollos paisanos suyos, entre ellos a Simón Bolívar.

Cuando José Tomás regresó a Angostura se unió a la causa emancipadora de la Provincia de Guayana y en 1810 fue perseguido, capturado y arrestado. Al poco tiempo, sirvió bajo las órdenes de Francisco de Miranda quien le destacó comandante de una cañonera, participó en varias batallas y estampó su firma en el Acta Constitutiva del Congreso de Angostura el 17 de diciembre de 1819. Una vez lograda la independencia, desempeñó varios cargos públicos y políticos. En 1842 era jefe del Partido Liberal en Guayana; fue gobernador de la provincia en tres oportunidades, en 1845, 1849 y 1853; en 1854 fue ascendido a capitán de fragata y licenciado del servicio dos años más tarde, retirándose definitivamente a su vida privada en 1860. Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 16 de diciembre de 1942.

Tras la Independencia, se intentó repoblar el territorio. En efecto, los primeros decretos para traer inmigración fueron promulgados en 1831 y desde entonces llegan unas pocos portugueses. Precisamente, en 1842, de 11 embarques de inmigrantes, constituidos en su mayoría por canarios, llegaron tres portugueses que no dejaron mayor información de sus actividades. En las notas del viaje de Karl Ferdinand Appun por Venezuela en 1859, aparece un comerciante portugués que va Orinoco abajo en dirección a Georgetown, en un bote grande provisto de techo largo de palma, cubierta conocida como carrosita, a vender una carga de pescado salado y alcohol pues llevaba 500 morocotos secos comprados en Curiapo y 16 canas de ginebra.

Con el tiempo, las islas Canarias se constituyeron en un puerto intermedio de portugueses tal como consta en una relación de pasajeros de la barca española Triunfo, del 4 de junio de 1887. La lista muestra 443 nombres y de ellos 16 fueron rechazados por el gobierno por no ser canarios. La lectura detallada permite suponer que los apellidos lusitanos fueron castellanizados: Antonio Carro, Victorino Lopes, José Mata, Jesús Morales, Isidoro Núñez, Francisco Vasques, Domingo Coillaso, Bartolomé Cuarto, Rafael Fontier, Augusto Forniel, José Negrón, Domingo Ortiz, Rogerio Pérez, Emilio Pérez, Juan Toro y Eugenio Torres. Además, la relación contiene notas sobre la condición de clandestinos, como es el caso de Cristóbal Castro de Mata, quien para 1889 no aparecía en los registros de inmigración que existían en Venezuela desde 1874. La barca Triunfo continuó sirviendo de transporte de emigrantes y entre ellos vino el portugués Gregorio García González (ACMRE).

La relación de los archipiélagos atlánticos portugueses con Trinidad y la Guayana inglesa favoreció la entrada por el oriente de la república. Un acuerdo entre Gran Bretaña y Portugal permitió a los lusitanos trabajar en las plantaciones inglesas de cacao y caña de azúcar en América. Así, al cerrar el siglo XIX, más de 2.000 portugueses vivían en Trinidad y entre la población portuguesa en Demerara en 1928 había 1.192 madeirenses (ARM ; Ferreira: 95-107). Muchos de ellos pasaban a Venezuela para comerciar productos propios o importados de Portugal. Estos comerciantes recorrían todos los rincones del país como lo hacían Carlos da Costa Gomes y Francisco Santos. En marzo de 1913, ambos llegaron a Maracaibo en el vapor Progreso, procedentes del puerto fluvial de Encontrados, punto intermedio del tránsito de víveres producidos en los valles de Cúcuta y el sur de los Andes venezolanos con el puerto marabino. Da Costa Gomes continuaba viaje al día siguiente para Curazao y Santos debía esperar para seguir a La Guaira en el vapor Venezuela.

La actividad de los portugueses justificó la creación de representaciones diplomáticas en ciudades y puertos de gran movimiento comercial. Así, ya en la segunda mitad del siglo había cónsules portugueses en Caracas, Ciudad Bolívar, Cumaná, La Guaira y Puerto Cabello. Esta red consular se consolidó luego con la Legación y la llegada desde Panamá de Fernão de Amaral Botto Machado quien condujo la misión lusitana en Caracas hasta que le fue encargada a Joaquim Travassos Valdes en 1919.

Las noticias del establecimiento de portugueses llegaban a Caracas desde los sitios más recónditos. Por ejemplo, en Funchal consta la salida de João Machado de Lima a comienzos de febrero de 1897. Este caballero soltero traía adscritas a su pasaporte a Helena Juliana da Costa, también soltera, y a dos hijas de ésta: María José, de 20 años, y María do Amparo, de 17. La Comisaría de Río del Medio, en el Municipio Yaguaraparo del estado Sucre, testificó el asentamiento del agricultor madeirense Juan Lambard en 1888, así como su muerte en septiembre de 1924 a los 68 años sin haber legado bienes. En 1925 corrió por Güiria la noticia de la muerte de Miguel Fonseca y Pedro Lopes. El primero tenía 60 años y estaba residenciado en esa localidad cuando murió senil a la edad de 110 años dejando bienes y descendencia legítima. La vida de Lopes no fue tan larga pero quizá más alegre, pues murió a los 70 años de cirrosis hepática según el certificado de defunción donde además está indicado que había llegado al país en 1863. En sus 62 años de residencia en aquel municipio logró levantar una hacienda con 2.000 matas de cacao pero no dejó heredero conocido (ARM; ACMRE).

En Tucupita había registro de otro portugués residenciado también desde hacía 46 años en el país. Se trata de Juan Pereira Cabral quien vivió en esa capital desde 1887 y falleció en agosto de 1933 a los 95 años dejando familia y bienes, todo debidamente legalizado a pesar de su debilidad senil. Sin embargo, su viuda, María Josefa de Cabral, debió probar su vínculo con el difunto pues éste no había dejado testamento. María presentó además un inventario de los bienes dejados por su finado esposo: una hacienda con 20.000 árboles de cacao, cuatro casas, 38 cuartos con paredes de bahareque con techo de paja aunque algunos eran de zinc y una deuda de 10.300 bolívares con el comercio y los médicos locales por la enfermedad del marido. María Josefa de Cabral era de Madeira, de donde seguramente también era su esposo. En junio de 1899 regresó de un viaje a su terruño con dos hijas. María Josefa murió de bronconeumonía en julio de 1934, un año después del marido, a los 87 años con 41 vividos en Tucupita. Más al sur, desde Guayana, llegaron informes del aventurero portugués Bernardino Driz Driz. Este andarín cargaba entre sus cosas dos libros con los comprobantes de sus viajes. En uno de estos, había monedas de oro, plata y cobre pegadas al pergamino como recuerdo de las naciones visitadas. Él llegó en 1931 a Botanamo, un caserío del municipio Tumeremo, proveniente de Paratebueno, en la Guayana Inglesa, donde había contraído paludismo (ACMRE).

Desde el comienzo del siglo XX hasta 1935 la inmigración portuguesa se caracterizó por la dispersión y su bajo número. En ese período, Venezuela mostraba inestabilidad política y un territorio poco comunicado entre sí; por ende, tanto Cipriano Castro como Juan Vicente Gómez temían las consecuencias de esta falta de unidad y la influencia de los extranjeros. En relación con este último, Ramón J. Velásquez recrea la idiosincrasia del campesino andino que tenía metido Gómez por dentro. El dictador decía entonces que los extranjeros podían venir, pero graneaditos, uno por uno, para poder vigilarlos. Él prefería trabajadores del campo, que profesaran la misma religión y hablaran la misma lengua para poder entenderles. Para Gómez, todos los demás eran protestantes, con ideas comunistas y hablaban en jeringonza.

Esta preferencia no asustó a los portugueses. Así se supo de la llegada en noviembre de 1904 de los madeirenses Adelina Engracia, una criada de casa, y el negociante Adriano García. En 1926, salió de Madeira Joaquim de Pontes Junior, un veinteañero soltero oriundo de Funchal, quien venía por primera vez a realizar actividades comerciales. En 1930, otros madeirenses programaron viajar a Venezuela: José Fernandes, Antonio Gonçalves, Policarpo Rodrigues, Antonio Fernandes, Manuel de Agrela Coitinho y José de Sousa, todos ellos eran trabajadores agrícolas, casados y excepto los dos últimos, que eran de Estreito da Calheta, los demás eran de Paul do Mar. También intentó venir el chofer João Rodrigues Abreu, de Ponta do Sol, pero le fue incautado el pasaporte.