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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Caroline Anderson

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un amor ideal, n.º 2229 - junio 2019

Título original: The Single Mum and the Tycoon

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

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Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-881-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Y AHORA quién demonios lo llamaba?

Giró la cabeza hacia el teléfono que vibraba ruidosamente sobre la mesilla. ¡Cuánto despreciaba aquel tono de llamada! ¿Por qué demonios no lo había cambiado?

El sonido cesó y él hundió la cabeza en la almohada, intentando regresar a aquel lugar donde nada ni nadie podría encontrarlo.

Pero no por mucho tiempo.

El teléfono empezó a sonar de nuevo, y esa vez lo agarró con un suspiro. Maldición… Era Georgie. ¿Por qué no podía ser cualquier otra persona? ¿Por qué tenía que ser su hermana pequeña, justo en esos momentos?

Pero sabía que ella no desistiría. Nunca lo hacía. Seguiría llamando y mandándole mensajes hasta volverlo loco, y él acabaría rindiéndose y hablando con ella. Lo mejor sería acabar cuanto antes. Se preparó para recibir el inevitable sermón y presionó el botón.

–Georgie… ¡Hola! –la saludó, obligándose a aparentar un poco de entusiasmo–. ¿Cómo te va?

–Muy bien… y no hace falta que finjas interés. ¡Si te importara, responderías a mis llamadas!

Él carraspeó para disimular la risa.

–Sí, sí, ya lo sé. Soy un mal hermano –dijo, sin molestarse en negar la acusación–. Bueno, ¿qué he hecho esta vez?

–Nada.

–Cielos. Eso sí que es una novedad.

–No cantes victoria tan pronto –le advirtió ella, y él se preguntó qué querría. Su hermana siempre quería algo. Y él siempre le había fallado–. ¿Me estás escuchando? Tengo que decirte algo importante, y necesito que me prestes toda tu atención.

–Como si no lo hiciera siempre –repuso él irónicamente.

–Sí, bueno… –dijo ella, riendo–, siempre que no me estás ignorando. Llevo varios días intentando contactar contigo para decírtelo, pero no sé dónde te escondes. Bueno, el caso es que papá va a casarse de nuevo… con Liz, la madre de Nick, mi suegra.

–¿Casarse? –se incorporó en la cama, desconcertado–. ¿No es un poco precipitado?

–¿Precipitado? David, se conocen desde hace dos años. ¡No es precipitado! Papá está solo y los dos se entienden muy bien. Es hora de que siga adelante. Han pasado siete años desde la muerte de mamá.

¿Siete años? ¿De verdad habían pasado siete años?

–No puedo creerlo –dijo él.

–Créetelo. Y tienes que venir a casa para la boda. No has estado aquí desde que papá sufrió el ataque al corazón, y cuando no es una excusa es otra. Pero esta vez no hay excusa que valga. Tienes que venir, David. Tu emporio tendrá que arreglárselas sin ti una temporada. Papá quiere que seas su padrino, pero ya sabes cómo es… Nunca te lo pediría por sí mismo, por mucho que quiera que lo acompañes. Y ni se te ocurra pensar en romperte otro tobillo para librarte.

–¿Por quién me has tomado? –preguntó él en tono jocoso, pero esa vez su hermana no se rió.

–Es hora de que vengas a casa, David, aunque estés escayolado de arriba abajo –dijo ella con firmeza, y él volvió a tragar salivar y se miró los pies.

No pensaba igual que su hermana. El momento no podía ser más inoportuno. Y en cuanto a ser el padrino de su padre y estar junto a él en su boda… Parecía una broma pesada.

–¿Cuándo es la boda? –preguntó, rezándole a Dios por que aquello no fuera otro suceso trascendental que fuera a perderse por culpa de aquel… de aquel…

–Aún falta mucho. Quieren tener el spa acabado, para que papá pueda disfrutar de la ceremonia.

–¿El spa?

El suspiro de Georgie habló por sí solo.

–Nunca escuchas lo que se te dice, ¿verdad, David? Nick compró el viejo hotel de High Street con Dan Hamilton y Harry Kavenagh. Dan es el arquitecto y su empresa se encarga de las obras. ¿Te dice eso algo?

–Pues claro –mintió–. Lo siento, tengo muchas cosas en la cabeza. Sabía que estaban trabajando en algo, pero había olvidado que iba a ser un spa.

–No un spa cualquiera –dijo ella en un tono claramente orgulloso–. Va a ser impresionante. Lo están transformando en un complejo residencial vanguardista, con balneario y gimnasio de lujo. Pero es una obra monumental y exige un gran trabajo de supervisión. La inauguración está prevista para la próxima Pascua, y papá dice que no puede ni pensar en casarse hasta que todo esté terminado. Por eso quieren hacerlo en cuanto el complejo haya abierto sus puertas.

En Pascua… Frunció el ceño y movió los dedos de los pies. El dolor le recorrió los huesos y, por una vez, fue bien recibido. Quedaban diez meses para la Pascua de abril. ¿Estaría preparado? ¿Volvería a estar preparado alguna vez?

Tenía que estarlo. Se trataba de su padre, quien no le había pedido nada en los últimos diez años. Había perdido a su esposa, había sufrido un ataque al corazón, sus negocios habían estado al borde de la quiebra por culpa de una enfermedad de la que nunca había hablado… Y lo había superado todo sin pedirle nada a su hijo. Ahora tampoco se lo estaba pidiendo, pero David no podía rechazarlo. Esa vez no. Georgie tenía razón.

–Iré –dijo–. Dile que estaré allí.

–Díselo tú mismo. Llámalo si realmente quieres hacerlo.

La puerta se abrió y entró una enfermera sonriente con un camillero.

–¿Listo, David?

Él levantó una mano para detenerla, sintiendo cómo el corazón le golpeaba las costillas.

–Iré. Lo prometo.

–¿De verdad?

–De verdad. Dale recuerdos de mi parte. Ahora tengo que irme. Tengo una reunión y no será posible contactar conmigo en un buen rato, pero tú dile tan sólo que iré para allá.

Se despidió bruscamente y apagó el teléfono, se lo metió en el bolsillo y respiró hondo, antes de enfrentarse con una sonrisa forzada a los cálidos ojos de la enfermera.

–Muy bien, chicos. Que empiece la fiesta.

–¿Estás seguro? ¿Tienes idea de lo que va a pasar, David? ¿Estás dispuesto a ello?

No, no estaba seguro ni estaba dispuesto a nada, pero lo había postergado durante demasiado tiempo. Sabía que no tenía elección. No si quería seguir adelante con su vida.

–Lo estoy –mintió, y apoyó la cabeza en la almohada con los ojos cerrados, mientras la enfermera retiraba los frenos de la cama y lo empujaba hacia el pasillo.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO HABÍA cambiado en absoluto.

Había más casas en las afueras y una nueva carretera de acceso, pero por todo lo demás seguía siendo el mismo hogar que recordaba. Después de once años, una ola de nostalgia lo invadía al entrar en el pequeño pueblo costero al este de Inglaterra.

Recorrió lentamente la calle principal en su coche de alquiler, asimilando los cambios del lugar que lo había visto romper tantos y tantos corazones.

Incluidos los corazones de su propia familia, pensó con remordimiento. No había sido su intención. Sólo había ido a Australia a pasar un año después de graduarse, pero su estancia se había ido alargando hasta que incluso una breve visita a casa se hizo imposible.

Suspiró. Su intención siempre había sido sacar tiempo suficiente para una larga visita, pero el camino al infierno estaba lleno de buenas intenciones. Y, en cualquier caso, durante los últimos tres años había perdido el control de la situación. El accidente había tenido lugar tan sólo dos días antes de que su padre sufriera el ataque al corazón, y cuando fue consciente de la gravedad de la situación le fue imposible hacer nada al respecto. No estaba en condiciones de volar, de modo que le restó importancia a su accidente y le dijo a su familia que se había roto el tobillo.

Lo cual no dejaba de ser cierto… en cierto modo. Un par de meses después se perdió la boda de Georgie, quien no se creyó que el tobillo siguiera siendo la excusa. ¿Cómo era posible que una simple fractura pudiera ser tan grave? Pero no había nada que él pudiera hacer, por lo que su única salida fue apagar el teléfono para que no pudieran localizarlo. Al fin y al cabo, la falta de noticias eran las mejores noticias posibles, y Georgie estaba acostumbrada a que no le devolviera las llamadas.

Era preferible darles una impresión de indiferencia que añadir otra preocupación a su lista.

O, al menos, eso había creído. ¿Se habría equivocado? Fuera como fuera, ahora estaba allí, y era hora de afrontar la realidad. No estaba listo para aquello, pero empezaba a darse cuenta de que nunca lo estaría. Tenía que encararlo de una vez por todas. Pero aún no.

Decidió postergar un poco más el fatídico momento y se dirigió hacia la costa, pasando junto al hotel recién restaurado a la entrada del pueblo. Las banderas anunciaban la inminente apertura del balneario y centro de ocio.

Era impresionante. La última vez que estuvo allí el lugar estaba en un estado ruinoso y necesitaba urgentemente una inyección de capital. Era obvio que la había recibido y que su padre había hecho un gran trabajo, como siempre, pensó con orgullo.

Tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta y bajó por la calle principal, esperando ver las mismas tiendas vendiendo los mismos artículos. Pero observó con sorpresa que muchos de los comercios eran nuevos, y que un aire dinámico y vibrante se respiraba en las calles del pueblo. Parecía que el viejo y adormilado Yoxburgh se había desperezado en su ausencia.

Pasó junto a las casas victorianas reconvertidas en hoteles y cafeterías que se alineaban junto al mar y recorrió lentamente el paseo marítimo hacia la casa de su hermana, una gran mansión de estilo italiano en primera línea de playa. Su padre la había convertido en un edificio impresionante y al mismo tiempo acogedor, cuya inversión alcanzaba fácilmente las siete cifras. Había sido el proyecto más ambicioso de su padre hasta la fecha, y en él había empleado los mismos principios de calidad y honestidad que aplicaba a todo su trabajo. O al menos así había sido hasta que sufrió el infarto, siendo Georgie quien se hiciera cargo desde entonces.

Y por lo que podía ver, Georgie no había defraudado a su padre. A diferencia de él.

Apartó esos pensamientos de su mente y observó las viviendas exclusivas que se agrupaban tras la valla. Nick había abandonado los planos originales y le había encargado a Georgie que rediseñara y acabara el proyecto. Georgie había hecho un gran trabajo, al menos en el exterior. Impresionante y acogedor, siguiendo la línea de su padre. Bien hecho, Georgie.

Estaba deseando verlo todo de cerca, especialmente la casa donde ella vivía con su marido y sus hijos. Le había hablado de su nuevo hogar y le había mandado algunas fotos, pero en vivo parecía aún mejor.

Sí, su hermana había hecho un trabajo formidable, como era de esperar en ella. Y si alguien merecía ser feliz, ésa era Georgie. Lo había pasado muy mal por culpa de una relación horrible años atrás, y era estupendo que al fin tuviera lo que merecía. Pero ¿por qué tantos niños? Cuatro hijos y uno más en camino. Su marido y ella debían de haber perdido el juicio.

Reprimió una punzada de algo que no podía ser envidia y rodeó la esquina hacia la casa de su infancia. Un edificio de estilo eduardiano de tres plantas bastante más modesto, pero de aspecto sólido y hogareño, lleno de rincones y recovecos para que un niño se escondiera. Él se había pasado su infancia escondiéndose en ellos, y sacando a su hermana de sus casillas por no poder encontrarlo.

El recuerdo lo hizo reírse entre dientes. Nada había cambiado.

Mientras examinaba la fachada de la casa sintió una punzada de nostalgia que lo pilló por sorpresa.

La casa ofrecía muy buen aspecto, recién pintada y con el jardín cuidadosamente atendido. Su padre estaba en el jardín delantero, tan firme y formal como siempre. A su lado había una mujer delgada y de pelo gris que le sonreía cariñosamente. No necesitaba ver sus ojos para interpretar el lenguaje corporal. Pero aquélla no era su madre, y la imagen se le antojaba… ¿equivocada?

–No seas tonto –se murmuró a sí mismo, y pasó junto a ellos con el corazón desbocado. ¿Por qué le molestaba que su padre fuera feliz? Sólo porque su propia vida hubiera sufrido un cambio drástico no significaba que su padre mereciera ser desgraciado.

Se sorprendió a sí mismo saliendo del pueblo y tomando la tortuosa carretera que atravesaba el campo de golf, en dirección a la desembocadura del río donde tantos buenos momentos había pasado de niño. A diferencia del pueblo, el puerto no había cambiado en lo más mínimo.

¿O quizá sí?

Los veleros se agolpaban en la playa de guijarros junto al muelle, igual que siempre, y había coches aparcados junto al pub situado al lado del parque. Pero el Harbour Inn parecía haber experimentado una ligera renovación, como muchas de las casas más elegantes.

El puerto ofrecía una curiosa mezcla de pescadores y yates, siendo el pub la línea divisoria. Las casas más modernas y recién pintadas se concentraban a un lado, y al otro, junto a la pasarela del ferry y la entrada del astillero, se extendían las cabañas, cobertizos y bungalós de madera que componían el resto de la comunidad. La mayor parte se apiñaba alrededor del bullicioso y destartalado café que no había visto una mano de pintura en años. Pero allí se vendían el mejor pescado y las mejores patatas fritas del pueblo, y él estaba seguro de que eso tampoco había cambiado.

Aparcó en el muelle, convertido en zona de pago, y caminó por el embarcadero, contemplando las embarcaciones de lujo amarradas en el río. Tenía la pierna agarrotada por el vuelo y se detuvo para estirarla un poco, aspirando el aire familiar.

–¿Davey?

Giró la cabeza con incredulidad.

–¿Bob? Vaya… ¿aún estás aquí? –preguntó con una risotada, y se vio atrapado en un abrazo de oso que olía a sudor, alquiltrán y aguas de sentina, con un ligero tufo a pescado. Era el abrazo más efusivo que había recibido en años. Parpadeó con fuerza y se apartó para observar el rostro arrugado y curtido por el sol del viejo patrón, cuyos ojos azules irradiaban la larga experiencia de toda una vida.

–Decían que vendrías a casa para la boda. Tu hermana no lo creía, pero yo sabía que no defraudarías al viejo –apuntó con la cabeza a los pies de David–. ¿Qué es esa cojera?

–Nada. Un pequeño problema con una hélice.

–Te creía más listo –dijo el viejo con una mueca.

David no se molestó en dar explicaciones. ¿Por dónde podía empezar? O mejor dicho, ¿por dónde acabar?

–Supongo que no habrá nada por aquí que se pueda alquilar por unas semanas, ¿verdad? –dijo, mirando alrededor–. No me apetece quedarme en un hotel.

–¿No has vuelto para quedarte? Eso le hará daño, Davey. Seguramente te estará esperando.

–Necesito mi espacio, Bob. Y él también. En cualquier caso, tiene cosas mejores que hacer que entretenerme.

–Si tú lo dices…

–Lo digo.

Bob asintió pensativamente y un momento después dijo:

–Podrías probar con Molly Blythe. De vez en cuando acoge a huéspedes de pago. No sé si ha empezado la temporada de verano, pero merece la pena intentarlo. Está ahí mismo… aquella casa blanca… Thrift Cottage. Molly estará encantada de acogerte si puede, y en estos momentos le vendría muy bien el dinero. Ve y llama a la puerta. Si no está ella, estará el chico. Hace un rato lo vi de camino a la casa, después de pescar cangrejos en el muelle.

Cangrejos… David no había pescado cangrejos en su vida, y sin embargo la palabra bastaba para que se le formara un nudo en la garganta.

Le dio las gracias a Bob, apuró el café y se alejó en la dirección indicada. Pasó junto a las casas de los guardacostas, la pequeña iglesia y las bonitas viviendas con relucientes coches aparcados en la puerta. Al final del paseo marítimo, un poco apartada de las otras, había una pequeña casa blanca que se levantaba en medio de un exuberante jardín. Tanto la casa como el jardín ofrecían un aspecto de considerable abandono.

Un cartel en la entrada rezaba Bed and Breakfast, pero estaba descolorido y deteriorado por el sol. Al mirar de cerca, David comprobó que el cartel no era más que un reflejo del resto. La madera decorativa del tejado estaba carcomida, la maleza cubría el jardín y el rosal de la fachada se inclinaba sobre los matojos, arrastrando el tubo de desagüe consigo.

Thrift Cottage parecía no haber visto un penique en años, con la excepción del tejado, provisto de ventanas nuevas. Quizá estuviera en proceso de reformas y de ahí la necesidad de acoger huéspedes. David ignoraba qué opinión tendría el elegante vecindario de Molly Blythe y de su pequeña y destartalada casa, pero podía imaginárselo.

Atravesó la cancela que colgaba de unos goznes oxidados, subió los escalones de la puerta y llamó al timbre.

–El timbre no funciona. ¿Quién es usted?

David se giró y vio a un niño rubio y pecoso que lo miraba fijamente, sentado en la hierba con las piernas cruzadas.

–Soy David. ¿Quién eres tú?

–Charlie. ¿Qué quiere?

Su tono solamente denotaba curiosidad y David se relajó.

–Estoy buscando un sitio para alojarme. Bob me dijo que viniera a hablar con Molly…

El chico se puso en pie sobre sus piernas flacuchas, echó a correr por el jardín y desapareció tras la esquina.

–¡Mamá! ¡Mamá, hay un hombre que quiere quedarse! –volvió a aparecer un momento después–. Mamá viene para acá –dijo innecesariamente, pues su madre estaba justo detrás de él.

–Lo siento, no oí el timbre… aunque no funciona –dijo, visiblemente nerviosa–. Estaba trabajando en el jardín trasero… Bueno, en realidad estaba intentando encontrar el cobertizo para poder cortar el césped. Por cierto, soy Molly –sonrió y se frotó la mano contra sus sucios vaqueros antes de ofrecérsela.

David se dio cuenta de que se había quedado boquiabierto, aturdido por aquella amplia e inocente sonrisa. Recuperó la compostura y le estrechó la mano.

No lo sorprendió en absoluto la fuerza de la mujer. Era alta y tenía un físico atlético y bien proporcionado. Al igual que Charlie, tenía los ojos verdes y brillantes y la nariz cubierta de pecas, y llevaba su melena de color caoba recogida en una cola de caballo. Un mechón se le había soltado y le caía sobre el rostro, pegado a la fina capa de sudor que le mojaba la piel. David sintió el ridículo impulso de apartarlo con el dedo y colocárselo detrás de la oreja.

–Me llamo David –se presentó, soltándole la mano y bajando la mirada al cuello ligeramente torcido de la camiseta. Una hoja se le había quedado atrapada entre los pechos, y David sintió cómo se elevaba su temperatura corporal.

Quizá no fuera buena idea alojarse allí, pensó mientras intentaba apartar la atención de su escote y concentrarse en lo que estaba diciendo.