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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

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28001 Madrid

 

© 2019 Dolce Vita Trust

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Promesa de venganza, n.º 166 - junio 2019

Título original: Vengeful Vows

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

 

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-842-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Alice Horvath, matriarca de la familia Horvath, antigua presidenta de Horvath Corporation y creadora de Matrimonios a Medida, examinó la sala decorada con flores y velas encendidas y trató de ignorar el nerviosismo que le atenazaba. No sabía por qué estaba tan nerviosa por el matrimonio de Galen, el tercero de sus nietos mayores, con una mujer tan perfecta para él que Alice había llorado al hacer el emparejamiento. Por algún motivo, a pesar de su habitual atención a los detalles, le parecía que no tenía la situación tan controlada con lo que ocurriría con posterioridad en aquella relación como en otras ocasiones.

La felicidad futura de los contrayentes era su único objetivo, pero, por una vez, no era capaz de verla tan claramente para ellos como con los otros. Si lo conseguían, necesitarían mucho trabajo y compromiso por parte de los dos.

¿Habría corrido Alice un riesgo innecesario? Galen le había dicho que no quería una gran pasión, pero todo el mundo se la merecía, ¿no?

Pensó en Eduard, su difunto esposo. Hacía mucho que no lo echaba tanto de menos. Sin embargo, aún no estaba lista para compartir la eternidad a su lado. Aún le quedaba mucho que hacer y el éxito del matrimonio que estaba a punto de celebrarse era parte de ello. A pesar de los secretos que pudieran salir a la luz.

 

 

Galen cerró los ojos. Se sobresaltó al notar que una mano pequeña tomaba la suya y se la apretaba.

–Todo va a salir bien –le susurró Ellie–. Va a quererte mucho.

Galen le apretó la mano a la pequeña afectuosamente.

–Va a querernos mucho –afirmó.

Se limpió una mota de polvo imaginaria de la manga del traje y miró a su pequeña acompañante en el altar. Ellie le devolvió la sonrisa y Galen sintió que el corazón se le llenaba de felicidad. Aquel no era un enlace muy tradicional. Su objetivo era proporcionar seguridad a Ellie, de nueve años, por lo que lo más lógico era que fuera ella quien lo acompañara al altar cuando se casaba con una completa desconocida. Pobre niña. Se merecía a alguien mucho mejor que él, pero Galen estaba dispuesto a hacerlo todo por ella.

Cuando asumió la tutela de Ellie después de las repentinas muertes de sus padres en un horrible accidente de coche hacía poco más de tres meses, la vida que Galen había conocido hasta entonces se detuvo en seco. Se terminaron las fiestas y el estilo de vida de playboy. Se había pasado gran parte de su vida adulta evitando el compromiso, pero este se le había presentado de repente, cuando menos lo esperaba. No había estado preparado, pero tampoco lo habían estado para morir sus mejores amigos, los padres de Ellie.

Miró a su alrededor para asegurase de que todo estaba como debía. Si no tuviera el hábito de comprobar que estaba todo perfecto, hasta el más mínimo detalle, no sería el presidente de Horvath Hotels y Resorts. Sabía cómo hacer que las personas fueran felices. Seguramente eso le ayudaría cuando tuviera que hacer feliz a su esposa, ¿no?

–¡Ya está aquí! –susurró Ellie–. Y es muy guapa…

Galen miró hacia la puerta frente al altar, al otro lado del pasillo alfombrado. Sintió que la respiración se le cortaba. ¿Guapa? Esa palabra ni siquiera empezaba a describir a la mujer que esperaba allí. Su rostro era la viva imagen de la serenidad. Tenía la cabeza muy erguida sobre un largo y elegante cuello. Llevaba el cabello recogido de manera informal y Galen sintió el deseo de quitarle las horquillas y dejar que este cayera por los esbeltos hombros, que quedaban al descubierto por el escote palabra de honor del vestido. La piel le brillaba. Un colgante de diamantes le adornaba el cuello. Galen no pudo evitar fijarse en lo rápidamente que le subía y bajaba el pecho ni la ligera insinuación del suave abultamiento de los senos, contenidos por la parte superior del vestido. Bajó la mirada un poco más, hasta la estrecha cintura ceñida por un lazo de raso adornado con flores de seda y strass. A continuación, se fijó en las tres capas de vaporosa tela que formaban la amplia falda del vestido, que parecía flotar.

–Parece una princesa –dijo Ellie, más alto en aquella ocasión, para que todo el mundo girara la cabeza y admiraran a la novia. Todos los presentes susurraron exclamaciones de admiración.

–Hagamos que se convierta en nuestra reina, ¿te parece? –respondió Galen. Sin soltar la mano de Ellie, se dirigió hacia la novia.

Mientras iban acercándose, Galen notó que el pulso latía en el cuello de su futura esposa. Tal vez ella no estaba tan serena como parecía transmitir. No le importaba. En cierto modo, había sentido algo de reserva ante la idea de casarse con una mujer que no se mostrara algo nerviosa ante la perspectiva de conocer a su futuro esposo por primera vez ante el altar. A pesar de que había visto que su hermano y su primo conseguían matrimonios de éxito de esa manera, nunca, ni por un instante, lo había considerado para sí mismo. Ni siquiera había pensado en el matrimonio antes de tener a Ellie.

Ella abrió los ojos, de color azul grisáceo.

–Supongo que eres mi futuro esposo –dijo ella con una voz ronca que delataba nerviosismo.

–Galen Horvath, a tu servicio –repicó él tomándole la mano para llevársela a los labios.

Tenía la piel cálida, con un ligero aroma dulce, con un toque de vainilla y algo más, que lo hacía muy embriagador. Cuando Galen notó que a ella le temblaba la mano, se la soltó.

Ellie, que no tenía nada de tímida, tomó la palabra.

–Yo soy Ellie. ¿Te quieres casar con nosotros?

La mujer sonrió.

–¿Con los dos? Vaya, qué buena oferta –replicó sonriendo también. Una chispa de alegría le brillaba en los ojos–. La respuesta es sí. Me llamo Peyton Earnshaw y estaré encantada de casarme con vosotros.

Galen sintió que algo se despertaba en su interior. Su sonrisa, sus modales, su aroma… Todo se unió para formar algo muy poderoso dentro de él. Lujuria. Pura atracción física. Mucho más de lo que había esperado sentir al conocer a su futura esposa. La tensión que le había estado atenazando todo el día comenzó a remitir. Todo iba a ir bien. Se corrigió: todo les iba a ir bien.

 

 

Peyton había hecho muchas cosas por el periodismo de investigación, pero jamás se había casado. Cuando decidió hacer un artículo sobre Alice Horvath, se puso muy contenta al descubrir que, entre sus empleados, había una antigua compañera de universidad. Cuando supo que el nieto de la matriarca estaba buscando esposa, reclamó una antigua deuda y se aseguró la ayuda de Michelle para trucar el sistema y emparejar el perfil de Peyton con el del nieto. El hecho de que los resultados de los emparejamientos se pudieran manipular de aquel modo, parecía dar peso a la sospecha de que la empresa de Alice Horvath era un completo fraude.

Contuvo los nervios cuando, flanqueada por Galen Horvath y Ellie, se dirigió hacia el altar. Había estado dispuesta a cualquier cosa para conseguir su objetivo, incluso casarse con un desconocido, y allí estaba.

Trató de calmar los latidos de su corazón. Era muy consciente de la cálida fortaleza que emanaba de la mano de Galen. Solo era un hombre. Se trataba de uno de los muchos nietos de Alice Horvath. Podría haber sido bajo, alto, delgado, grueso, velludo… Sin embargo, era alto, más guapo que ninguno de los actores que hubiera visto en una película y exudaba un carisma que la atraía de un modo que no había esperado jamás. El contacto de su mano le estaba produciendo extrañas sensaciones en su interior, sensaciones que siempre se había enorgullecido de no sentir. Sensaciones de las que se había apartado por voluntad propia. No era una criatura ingenua con expectativas poco realistas. Por supuesto, sabía que una persona se podía enamorar, pero también sabía el dolor que una decisión alocada, realizada en un momento de debilidad, podía provocar. No pensaba volver a cometer ese error nunca más.

–¿Va todo bien?

Un suave susurro le acarició el oído cuando Galen se inclinó sobre ella.

–Estupendamente –respondió con una resplandeciente sonrisa que distaba mucho de sentir.

Galen cruzó la mirada con la de ella y la observó atentamente antes de esbozar una sonrisa que, literalmente, le cortó la respiración. Peyton se dijo que debería tener cuidado con el hombre que iba a ser su esposo. Ella recuperó la compostura y se colocó delante del maestro de ceremonias.

Dudó un instante al considerar que lo que había planeado hacer no solo afectaría al hombre con el que se iba a casar, sino también a la niña, que lo miraba a él con confianza y adoración.

Decidió que lo mejor sería no permitir que nadie, ni siquiera ella misma, empezara a sentir mucho apego. Tan solo tenía que preocuparse de eso. Cuando se publicara el artículo en el que se demostrara que Alice Horvath era una mujer cruel y manipuladora, nadie resultaría herido más que la mujer que había destruido al padre de Peyton y, a su vez, a toda la familia. Incluso al bebé al que ella se había visto obligada a renunciar.

Contuvo las repentinas lágrimas. No debía mostrar debilidad. Ese había sido siempre su mantra.

–¡Enhorabuena! –anunció el maestro de ceremonias con calidez y entusiasmo, como si aquella fuera una boda de verdad y ellos dos estuvieran planeando un futuro real juntos–. Os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.

«Oh, no».

Peyton se quedó inmóvil cuando Galen le tomó las manos entre las suyas y se inclinó hacia ella. Se apoderó de Peyton un inminente sentimiento de inevitabilidad cuando se acercó y permitió que los labios de él rozaran los suyos. En realidad, fue mucho más que un roce. Fue una tentación. La suave presión de la boca de Galen le desbocó el pulso y, cuando ella separó los labios para protestar, según se quiso convencer a sí misma más tarde, él aprovechó la ocasión para saborearla con un experto movimiento de la lengua. Peyton debería haber dado un paso atrás, debería haberlo impedido, pero no fue así. En vez de eso, se acercó a él más si cabe y, como una boba adolescente enamorada, le devolvió al beso como si aquel fuera un matrimonio de verdad y los dos hubieran estado meses esperando aquel momento.

Cuando se retiró, se sintió algo descolocada, incluso turbada. Lo miró y vio la misma expresión dirigida a ella. En aquel momento, supo que mantener las distancias con Galen Horvath, su esposo, iba a resultar más complicado de lo que había esperado.

–¡Yupi, ya somos una familia! –exclamó Ellie muy emocionada mientras los abrazaba a ambos con sus delgados bracitos y apretaba con fuerza–. Ahora ya no puede ocurrir nada malo.

–¿Nada ma…? –intentó preguntar Peyton.

–Ya te lo explicaré más tarde. En estos momentos, hay que celebrar.

Y así lo hicieron. Se tomaron fotos con los invitados, entre los que estaban algunos de los amigos de Peyton de la facultad. Los Horvath se habían mostrado muy compasivos cuando ella les explicó que su madre había muerto cuando era una niña y que su padre no había podido asistir a la boda.

Cuando terminaron con las fotos formales, brindaron y comieron. Luego volvieron a brindar y bailaron. Mientras danzaba en perfecta sincronía con su pareja, Peyton no dejó de sonreír ni de comportarse como si aquello fuera exactamente lo que llevaba toda su vida deseando. Cuando las luces se apagaron y la música se transformó en una pieza muy romántica, Galen la tomó entre sus brazos y la llevó de nuevo a la pista de baile.

–¿No te cansas nunca? –bromeó Peyton–. Aún no te has sentado.

Él le dedicó una breve sonrisa antes de que la expresión de su rostro se volviera más seria.

–Solo quería explicarle lo que significaba la afirmación que hizo antes Ellie.

–Dímelo –le animó ella cuando Galen se quedó en silencio.

Creía no estar equivocada cuando le pareció ver que los ojos se le humedecían ligeramente. Entonces, él echó la cabeza hacia atrás y parpadeó con fuerza antes de volver a mirarla. Respiró profundamente y habló.

–Ellie está bajo mi tutela. Sus padres murieron en un accidente de coche. Eran mis mejores amigos.

A Galen se le quebró la voz mientras pronunciaba las últimas palabras. Peyton sintió una profunda compasión. Sabía lo que se sentía cuando el mundo, inesperadamente, se ponía patas arriba. Sin embargo, perder al padre y a la madre a la vez… Era una situación horrible hasta para considerarla. Esperó, porque no quería llenar el silencio que se había producido entre ellos con tópicos.

Galen siguió hablando.

–Creo que ha afrontado y superado su muerte muy bien. Al menos, mejor que yo. Ha tenido apoyo psicológico y no hemos cambiado nada de su estilo de vida que ella no quisiera cambiar. De hecho, fue idea suya que yo comprara una casa en su antiguo barrio para que los dos viviéramos en ella. Me dijo que estar en la casa que había compartido con sus padres la entristecía mucho.

–¿Y lo hiciste?

–Bueno, estamos en ello. Por el momento, nos alojamos aquí, en el apartamento que yo tengo en el hotel. Espero que tú puedas ayudarnos a elegir nuestra casa juntos.

–Nuestra casa juntos. Vaya. Me pides una cosa muy importante cuando nos acabamos de conocer, ¿no te parece?

Galen asintió.

–Es cierto, pero si vamos a hacer que nuestro matrimonio funcione, tenemos que vivir bajo el mismo techo, ¿no te parece? De todos modos –añadió, al ver que ella no comentaba nada al respecto–, pensé que nos iba bien a Ellie y a mí, pero un día me sorprendió. La encontré llorando en su habitación y cuando conseguí por fin llegar a la raíz del problema, me dejó sin palabras.

–¿De qué se trataba? –quiso saber Peyton.

–Me dijo que le aterraba lo que podría ocurrir si yo me moría como su mamá y su papá. Si se quedaba algún día completamente sola –contestó Galen. Respiró profundamente y miró a su alrededor. Cuando volvió a hablar, su voz era profunda e intensa–. Comprendí entonces que tenía que casarme, encontrar una esposa que quisiera compartir la vida de Ellie conmigo. Tenía que ayudarla a que se sintiera segura, amada y necesitada, tal y como sus padres le habían hecho sentir. Quiero ser completamente sincero contigo, Peyton. Este matrimonio no ha empezado del modo más tradicional, pero me gustaría pensar que podemos trabajar juntos para conseguirlo algún día. Los dos acudimos a Matrimonios a Medida con el mismo objetivo. Encontrar un compañero para toda la vida. Estoy siendo muy sincero contigo sobre los motivos que tenía para encontrar esposa. En estos momentos, Ellie es la persona más importante de mi vida, y haré lo que haga falta para hacerla feliz. Necesito saber que tu compromiso es también el mismo.