cub_jul1296.jpg

5456.png

 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Karen Rose Smith

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

A través de tus ojos, n.º 1296 - mayo 2015

Título original: A Husband in Her Eyes

Publicada originalmente por Silhouette© Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6359-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Era alto, tenía el cabello oscuro y unos ojos marrones que reflejaban tristeza y angustia. Estaba de pie bajo la lluvia, mirando hacia las montañas y llamando a alguien. Un par de botas de niño, rosas y azules, colgaban desde la cima.

Melanie Carlotti despertó. Abrió los ojos, se sentó en la cama y abrazó la almohada. El hombre que invadía sus sueños provocaba cierta ansiedad en su interior. Con el corazón acelerado y la respiración entrecortada, se pasó los dedos por el corto cabello y miró el reloj que había en su dormitorio. Eran las tres de la madrugada. Sabía que aquella noche no podría volver a dormir. ¿Cuántas noches había pasado vagando por el apartamento después de soñar con aquel atractivo desconocido?

Encendió la lámpara de la mesilla y deseó no volver a tener esos sueños. Pero sabía que no era del todo verdad. Desde que le habían transplantado las córneas, esas imágenes aparecían en su cabeza, y en sus sueños. Veía el rostro de aquel hombre con claridad, y no comprendía por qué sentía la necesidad de conocerlo.

Inquieta, se acercó hasta el escritorio y tomó la fotografía en la que aparecían el marido y la hija que había perdido. Con cuidado, acarició la imagen del rostro de Kaitlyn, su hija de cuatro años. Sintió que las lágrimas afloraban a sus ojos al mirar la imagen de su marido. Aquella noche, le había recordado a su marido que desenchufara las luces del árbol de Navidad antes de acostarse…

No era el rostro de Phil el que veía en sueños… y los sentimientos que la abrumaban no parecían pertenecerle. No podía continuar así.

Durante los meses anteriores había tratado de averiguar la identidad de la persona que le donó las córneas. El problema era que tanto la identidad de los donantes, como la de los receptores, eran algo estrictamente confidencial. Tenía que averiguar el significado de sus sueños. Tenía que descubrir quién era el donante, y si los sueños tenían alguna relación con la operación.

Levantó la tapa del escritorio y apartó a un lado el contrato y las fotos de su último trabajo de decoración, sacó la guía de teléfonos y pasó las páginas. Momentos más tarde encontró lo que buscaba, la sección de detectives privados.

Tenía que encontrar el sentido de todo aquello. Tenía que averiguar quién era el hombre que aparecía en sus sueños. Después podría continuar con su vida.

 

 

Capítulo 1

 

La mujer que abrió la puerta del ático no era bajita, tenía el pelo blanco como el algodón y los ojos verdes. Llevaba unos zapatos de cordones, un peto vaquero y una camisa de cuadros.

—¿Melanie Carlotti? —preguntó al abrir.

—Sí. Sé que llego un poco pronto, pero como no estaba segura de dónde era…

—Estamos en la mitad de la nada —le dijo la mujer con una sonrisa—. Pero no por mucho tiempo, supongo —miró a Melanie de arriba abajo—. Soy Flo Briggs, el ama de llaves del señor Morgan. Sígame y la llevaré hasta su despacho.

Melanie respiró hondo, estaba nerviosa por la cita que tenía. No solo por la cita. Se sentía como si una mano invisible la guiara, y eso le provocaba una sensación extraña. Gracias a la extensa búsqueda del detective privado había averiguado la identidad del donante de las córneas que le habían transplantado. Se llamaba Sherry Morgan y era de Santa Rosa. Su marido, Zachary Morgan, era un hombre de negocios que poseía una cadena de tiendas de deporte.

Y estaba buscando un decorador para dar los últimos retoques al nuevo edificio que albergaría las oficinas y que estaba situado a una hora hacia el norte de Santa Rosa.

¿Era simplemente una coincidencia?

El detective le había ofrecido proporcionarle una fotografía de Zachary Morgan, pero Melanie necesitaba averiguar más acerca de la vida de Sherry Morgan… conocer a su marido en persona y descubrir cuál era la causa de lo que sentía.

En tan solo unos minutos estaba a punto de descubrir si él era el hombre con el que soñaba. Si él era…

Melanie sentía que su corazón latía muy rápido. El ama de llaves la guió por el pasillo y se detuvo frente a una puerta abierta.

Melanie entró en la habitación y se encontró cara a cara con Zachary Morgan. El marido de su donante estaba sentado junto a su escritorio, tenía las mangas de la camisa blanca enrolladas y parecía muy concentrado en su trabajo.

«Este es el hombre», pensó ella. Al darse cuenta de que sus sueños pertenecían a la realidad, se sintió mareada.

Cuando él se puso en pie para saludarla, sus miradas se cruzaron y Melanie sintió que el corazón le daba un vuelco.

—¿Señora Carlotti? —preguntó él y extendió la mano para saludarla.

Ella la aceptó. Sintió la firmeza de su saludo, se fijó en que tenía la piel cálida y bronceada y se sintió aliviada al no experimentar nada extraño.

—Sí, soy yo. Encantada de conocerlo.

Él la soltó e hizo un gesto para que tomara asiento en la butaca de cuero que estaba junto al escritorio.

—Dígame por qué le gustaría decorar mis oficinas.

Después de que Melanie se acomodara, él se sentó de nuevo en su silla sin dejar de mirarla. Ella no podía creer que por fin se encontraba frente al hombre con el que había soñado durante meses… un hombre al que encontraba muy atractivo. Sabía que si le contaba el verdadero motivo por el que había ido allí, él no la creería, o peor aún, pensaría que estaba loca.

Se alisó la falda con la mano y le dio una explicación lógica.

—Tengo entendido que es un proyecto grande… cuatro plantas de oficinas. Me gustaría trabajar en un proyecto así, empezando de cero y eligiéndolo todo, desde los muebles, hasta el color de las paredes.

Zachary miró los papeles que tenía sobre la mesa.

—Sobre todo, usted ha decorado casas. ¿Por qué cree que tiene las cualidades necesarias para realizar un trabajo como este?

—Supongo que quiere que sus oficinas reflejen algo acerca de usted, de su negocio, y de cómo lo gestiona. No es muy distinto a decorar una casa y satisfacer los gustos de un cliente.

—Supongo que no —sin dejar de mirarla, añadió—. Hay un parón de dos años en su vida laboral, y en los últimos meses solo ha realizado un par de encargos pequeños. ¿Puede contarme cuál ha sido el motivo?

Podía contárselo todo, hablarle del incendio, del transplante de córneas y del agudo dolor que la había llevado hasta él. Pero si lo hacía, él la acompañaría hasta la salida, cerraría las puertas y nunca permitiría que volviera a entrar. Melanie se quedaría con los sueños, pero sin ninguna explicación.

—Tuve algunos problemas de salud —le explicó—. Ahora ya están solucionados y estoy preparada para retomar mi carrera profesional.

Él se quedó pensativo.

—¿Y por qué aquí, en el norte de California y no en Los Ángeles?

—Necesitaba un cambio. He oído que Santa Rosa es un lugar muy agradable para vivir. Tengo buenas referencias, así que he decidido empezar de nuevo, si me dan este trabajo.

—¿Y si no? —preguntó él arqueando las cejas.

—Quizá me quede una temporada para ver si hay otras posibilidades.

Tras un largo silencio, Zachary le preguntó:

—¿Tiene algún sitio donde quedarse?

—Aún no. Anoche estuve en el motel de Cool Ridge.

Cool Ridge estaba a cuarenta y cinco minutos de Santa Rosa y tenía poco más que una calle principal. Melanie había tenido suerte de encontrar una habitación, ya que cerca de allí, en Clear Lake, se celebraba un festival de música y casi todos los alojamientos estaban llenos.

Al mirar a Zachary Morgan, Melanie sintió que entre ellos había algo más que palabras, y se preguntaba si él también lo notaba.

Zachary miró de nuevo el currículum de Melanie y frunció el ceño.

—Tiene un currículum muy completo. He telefoneado a…

De pronto, un niña pequeña entró corriendo en el despacho. Gracias al informe del detective, Melanie sabía que la hija de Zachary tenía dieciocho meses. La pequeña se acercó a él y lo miró con una gran sonrisa.

Melanie contuvo el aliento para reprimir la ola de sentimientos que se apoderaba de ella. La hija de Zack tenía sus mismos ojos marrones y mismo color de pelo, pero mientras que él tenía el cabello espeso y un poco ondulado, la niña lo tenía fino y con tirabuzones.

—Pa… pá. Aupa —dijo con alegría.

Flo Briggs entró en el despacho con la respiración entrecortada.

—Lo siento, Zack. Se me escapó. Después de dormir la siesta tiene mucha más energía que yo.

Zack se rio y sentó a su hija sobre su regazo.

—¿Cómo se supone que voy a trabajar con una distracción como tú a mi lado? —su tono de voz era cálido y cariñoso.

—Pa… pá, papá —dijo la niña.

—Ahora no puedo jugar. A lo mejor Flo encuentra una o dos galletas para ti.

La pequeña le rodeó el cuello con los brazos y lo abrazó, como diciéndole que era una idea estupenda.

Zachary también la abrazó y después se dirigió a Melanie:

—Esta es mi hija, Amy. Desde que nos mudamos aquí, trabajo a menudo fuera de casa, así que se aprovecha cada vez que me encuentra.

Amy soltó a su padre y se volvió para mirar a Melanie.

Melanie experimentó la misma conexión al mirar a la pequeña que la que había sentido cuando miró a Zachary Morgan por primera vez. ¿Sería su imaginación? Si no le hubieran ocurrido cosas muy extrañas tras la operación, habría pensado que se estaba volviendo loca.

Pero su corazón le decía otra cosa… sobre todo cuando Amy pestañeó y tras dedicarle una amplia sonrisa se bajó del regazo de su padre y se dirigió hasta donde estaba Melanie.

—Hola —dijo Melanie, y de nuevo, se sintió como una madre. Una mezcla de alegría y tristeza invadió su corazón.

Amy levantó los brazos sin dejar de mirarla y Melanie la tomó en brazos y la sentó sobre su regazo. La niña le acarició la mejilla, y la suavidad de su piel dejó una huella en el corazón de Melanie.

Flo Briggs se acercó a ellas con cara de sorpresa.

—Nunca se acerca a los extraños —murmuró. Después miró el vestido de Melanie y los zapatos de Amy—. Vamos, tesoro. No vaya a ser que ensucies el vestido de la señora Carlotti —Flo tomó a la niña en brazos, le guiñó un ojo a Zachary y dijo—, vamos a buscar una galleta y un poco de zumo y después jugaremos con las construcciones. Así a lo mejor consigues trabajar un rato.

Cuando Melanie miró a Zack, vio que él la miraba como si tratara de descubrir el motivo por el que Amy había corrido hasta ella. Después, él se puso en pie y se acercó a la niña para darle un beso en la frente.

Amy se despidió de Melanie con la mano mientras Flo la sacaba de la habitación.

Zack se había quedado junto al escritorio, muy cerca de Melanie. Ella podía oler el aroma tropical de su colonia. Como era alto y tenía anchas espaldas, daba la sensación de que llenaba todo el espacio del despacho.

Se inclinó sobre el escritorio y dijo:

—En su currículum no pone si está casada o no.

—Lo estuve, pero ya no —no podía contarle más sin desvelarle demasiado.

—¿Es ese el motivo por el que dejó Los Ángeles?

—Uno de ellos —contestó ella. Zack Morgan se comportaba con tanta franqueza que Melanie sentía la necesidad de contárselo todo. Pero no podía hacerlo. No era el momento.

Se quedaron en silencio durante unos instantes y finalmente, Zachary dijo:

—Vamos a echar un vistazo a las oficinas. Cuando terminemos, puede darme algunas ideas. Si me gustan, hablaremos del contrato.

Cuando Melanie se puso en pie, se encontró muy cerca de Zack.

—¿Ahora?

—Sí. A menos que tenga algo más que hacer.

La mirada de sus ojos marrones era retadora, y Melanie sospechó que cualquiera que trabajara con Zachary tenía que tener mucha entereza.

—No. No tengo más compromisos. Había pensado centrarme únicamente en su proyecto.

Él asintió.

—De acuerdo. Veamos qué puede hacer en mis oficinas.

Mientras salían del ático, Melanie oyó que la hija de Zack se reía en la cocina. Recordó la risa de su propia hija… su primera palabra… su primer diente… sus primeros pasos. Los recuerdos eran cada vez menos dolorosos pero más amargos. Sabía que la sensación de vacío nunca desaparecería, y esperaba que los recuerdos nunca se desvanecieran. Eran demasiado preciados.

Zack tenía las piernas largas y caminaba mucho más deprisa que Melanie. Ella sospechaba que era un hombre que siempre sabía lo que quería y cómo conseguirlo.

Cuando se montaron en el ascensor, sus hombros se rozaron y ella sintió que se le secaba la garganta. No recordaba que ningún hombre la hubiera afectado de esa manera. Ni siquiera su marido.

Se cerró la puerta del ascensor.

Zack intentó mantener la mirada al frente en lugar de mirar a Melanie y trató de analizar sus pensamientos y la reacción que había tenido ante esa mujer. Se sentía muy atraído por ella, y eso lo desconcertaba. Nunca se había fijado en las mujeres después de la muerte de Sherry.

«Melanie Carlotti tiene los ojos azules, como Sherry. Sherry».

Todavía pensaba mucho en su esposa y en la discusión que habían tenido la noche del accidente, catorce meses atrás. Le resultaba imposible dejar de pensar en ello. Cuando ella murió, su mundo se derrumbó, y él había tratado de reconstruirlo… trabajando largas horas, pasando tiempo con Amy, recordando el pasado. Pero… cuando Melanie Carlotti entró en su despacho…

Pensó en cómo Amy había corrido hacia ella. Flo tenía razón al decir que Amy nunca se acercaba a personas extrañas. Era muy tímida.

Cuando la puerta del ascensor se abrió en la cuarta planta, Melanie salió y Zack no pudo evitar fijarse en ella mientras caminaba hacia la recepción.

Había algo en ella que hacía que se le acelerara el corazón. Le gustaban las mujeres con el pelo largo, pero a pesar de que Melanie lo tenía corto y castaño, le quedaba muy bien. Los rayos de sol que entraban por la ventana, hacían que pareciera que tenía mechones dorados. Los pendientes de perlas que llevaba hacían juego con los botones de su vestido. Él se alegró al ver que no llevaba tacones, sino unos zapatos cómodos y más adecuados para pasear por los edificios sin terminar.

Zack la guió por la cuarta planta y se fijó en el perfume que llevaba. Cuando se detuvieron en lo que sería su despacho, se sintió como si estuviera despertando de un largo sueño, de nuevo se fijaba en el cuerpo de una mujer, en la silueta de Melanie Carlotti.

Ella miró por la ventana para admirar las vistas y las montañas en la lejanía. Era octubre y las hojas de los robles se tornaban amarillas.

—Qué bonito —dijo ella.

Zack se acercó a la ventana.

—Por eso construí aquí. Quería salir de la ciudad.

—No me extraña —volvió a mirar hacia las montañas—. Con solo poder mirar este paisaje, el trabajo se convierte en un placer.

Estaban muy cerca, y él sabía que ella comprendía muy bien por qué había trasladado sus oficinas. Se fijó en que llevaba los labios pintados, pero nada más de maquillaje. Su piel parecía muy suave.

—Muchas veces tengo que recordarme que ahí fuera hay un cielo azul, unas montañas, y muchas más cosas aparte de mi trabajo.

Melanie se volvió para mirarlo, y él tuvo la sensación de que ella estaba asimilando todo lo que él decía y cómo lo decía.

—Supongo que su hija también ayuda a recordárselo.

—Ella es uno de los motivos por los que trabajo tanto. Pienso en ella mientras trabajo. Por eso es por lo que me gustaría abrir una guardería aquí. Si mi personal puede tener a sus hijos cerca, no se preocuparán tanto por ellos.

—Es una idea magnífica —murmuró Melanie, y miró otra vez hacia el exterior. Antes de que lo hiciera, él se fijó en que sus ojos expresaban preocupación y se preguntó en qué estaba pensando. Cuando ella se alejó de la ventana, él pensó que quizá lo había imaginado.

Media hora más tarde ya habían recorrido las cuatro plantas y se encontraban en el recibidor principal del edificio. Zack la miró mientras ella observaba el techo abovedado y la claraboya.

—¿Alguna idea?

Ella respiró hondo.

—Pondría madera de pino australiano en el suelo de su despacho y algunas alfombras, moqueta en todas las zonas de recepción, parquet en los despachos de los ejecutivos. Intentaría recrear el exterior en el interior. Si me espera aquí, le mostraré lo que quiero decir.

Antes de que él dijera nada, Melanie se había marchado.

Minutos más tarde regresó con los brazos llenos de libros. Él se apresuró para ayudarla.

Al agarrarle los libros, Zack le rozó la cintura y el lateral de uno de los pechos con el dorso de la mano y sintió un escalofrío. Cuando la miró, se percató de que Melanie se había sonrojado.

—Vamos a ponerlos sobre los caballetes —murmuró ella.

Después, abrió uno de los libros y comenzó a pasar las hojas. Él miraba por encima de su hombro e inhalaba su delicado perfume. Melanie dejó el libro abierto y sacó otro que había debajo, lo abrió y le mostró una página en la que aparecían muestras de papel de pared y telas de color azul y habano.

—Yo utilizaría estos —lo miró y vio que sus caras estaban muy cerca. Durante un instante, perdió el hilo de sus pensamientos, pero después, respiró hondo y continuó—. Utilizaría cuero de color beige, pondría accesorios verde oscuro y algo de color hueso para que resalte. Podemos poner un color en cada planta y utilizarlos todos en la zona de recepción.

Zack estaba fascinado con aquella mujer que parecía tener muchísima energía, grandes ideas y seguridad en sí misma.

Antes de poder responder a sus sugerencias, lo llamaron al teléfono móvil. Lo desenganchó de su cinturón y dijo:

—Disculpe. Espero la llamada de uno de mis directores de tienda —se alejó un poco y se concentró en la conversación telefónica.

Melanie cerró los libros de muestras y sintió que el corazón le latía muy rápido. ¿Le habría causado buena impresión? ¿Le habrían gustado sus sugerencias?

Momentos más tarde, él colgó el teléfono con cara de preocupación.

—Tengo que marcharme —le dijo.

Ella no quería que la entrevista terminara así, sin contestación, así que le preguntó:

—¿Quiere que me reúna con usted aquí, más tarde?

—No.

El tono de voz de Zachary Morgan hizo que Melanie temiera haberlo interpretado mal. Si no conseguía ese trabajo, cómo iba a…

—Es evidente que sabe lo que hace —le dijo Zack—, y veo que ha comprendido lo que quiero hacer aquí. La verdad es que tengo un plazo muy corto. La inauguración no será hasta el dos de enero, pero necesito terminar las oficinas antes de Navidad. El trabajo es suyo, si lo quiere. Mañana por la mañana puede venir a firmar el contrato y a comenzar las obras.

Melanie se quedó sin habla durante unos segundos, después se recuperó.

—¡Eso es estupendo! No puedo esperar para empezar.

Zachary la miró fijamente.

—En cuanto a los problemas de salud de los que me habló… ¿está segura de que se ha recuperado? Los plazos son importantes, y si existe alguna posibilidad de que no pueda terminar el trabajo… —parecía preocupado—. Me pondría en un aprieto.

—Estoy bien. De veras —le aseguró—. Nada me impedirá trabajar y terminar en la fecha prevista.

—Entonces, de acuerdo. En cuanto al sueldo… —le dijo una cantidad más que razonable.

—Me parece bien —Melanie había decidido que no le importaba el sueldo siempre que el trabajo le permitiera obtener las respuestas que necesitaba.

—Trato hecho —dijo él con una sonrisa, y le tendió la mano.

Cuando ella se la estrechó, ambos sintieron algo parecido a una corriente eléctrica. De pronto, la mirada de Zachary Morgan reflejó una barrera interior.

Él le soltó la mano y se alejó de ella.

—Le llevaré los libros hasta el coche.