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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Carol Marinelli

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un novio siciliano, n.º 2462 - mayo 2016

Título original: Sicilian’s Shock Proposal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8108-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Una mujer que dice ser tu prometida está en recepción y quiere verte.

Luka Cavaliere levantó la mirada de su ordenador para ver la sonrisa irónica de su secretaria.

–Pensé que ya lo había oído todo –comentó Tara.

Era habitual que las mujeres quisieran verlo con cualquier excusa, pero era la primera vez que una decía ser su prometida. Tara sabía por amarga experiencia que la mujer que esperaba en recepción estaba mintiendo porque con lo único que Luka estaba comprometido era con su trabajo.

Y, por eso, su respuesta la dejó sorprendida.

–Llama a recepción y di que puede subir –respondió con su rico acento italiano.

–¿Perdona?

Luka no respondió a la pregunta. Sencillamente, siguió mirando la pantalla de su ordenador como si no hubiera pasado nada. No tenía que repetirse ni dar explicaciones.

–¿Luka?

Tara se quedó parada en la puerta, incapaz de creer que supiera quién era esa mujer cuando ni siquiera había preguntado su nombre.

–¿Quieres una segunda advertencia? Ya sabes que no me gusta tener que repetir las órdenes.

–No, quieres darme una segunda advertencia para poder despedirme –replicó ella, su voz cargada de angustia–. ¿Quieres que me vaya?

«Por supuesto que sí».

–Porque hemos hecho el amor, ¿verdad?

Luka podría haberla corregido, pero decidió no hacerlo. Él no hacía el amor, sencillamente mantenía relaciones sexuales.

A menudo.

Su dinero atraía a mujeres superficiales, pero su porte y sus habilidades en el dormitorio hacían que ellas quisieran más de lo que estaba dispuesto a dar. Y, desde luego, había sido un error acostarse con su secretaria.

–No voy a discutir sobre eso –replicó–. Dile que suba.

–Pero no me habías contado que estuvieras prometido. Ni siquiera me habías dado a entender que hubiera otra persona…

Luka empezaba a aburrirse.

–Tómate el tiempo que quieras para almorzar –la interrumpió–. No, ahora que lo pienso, tómate el resto del día libre.

Tara dejó escapar un sollozo antes de salir del despacho y el portazo hizo que Luka cerrase los ojos un momento. Pero no tenía nada que ver con el enfado de su secretaria, sino con lo que iba a pasar en los siguientes minutos, para lo que tenía que ir preparándose.

Siempre había habido otra persona.

Y estaba allí.

Se levantó del sillón para mirar las calles de Londres desde la ventana. Era verano, aunque a él le daba igual porque prácticamente vivía en su cómodo despacho con aire acondicionado y vestía los mismos trajes de chaqueta en verano o en invierno.

Menuda ironía, pensó, que Sophie y él fueran a encontrarse en Londres, el lugar de sus sueños juveniles, después de tantos años.

Siempre había pensado que si volvían a verse sería en Roma, en una de sus habituales visitas a la «ciudad eterna». O incluso en Bordo del Cielo, el pueblo costero en Sicilia donde habían crecido. Solo había vuelto para asistir al funeral de su padre el año anterior, pero se había preguntado si iría de nuevo en caso de que el padre de Sophie quisiera ser enterrado allí.

Aún no había decidido si iría al funeral cuando llegase el día. Y sabía que ese día llegaría pronto.

Y esa, también lo sabía, era la razón por la que Sophie estaba allí.

Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó el brutal recordatorio de por qué nunca podría ser: una cadena de oro con una sencilla cruz. Sí, iría al funeral de su padre porque esa joya debería estar en su tumba.

Entonces sonó un golpecito en la puerta.

Su vida sería mucho más fácil si no hubiese abierto la puerta aquel día, tanto tiempo atrás. Tal vez, pensó, en aquella ocasión no debería abrir.

Luka guardó la cadena en el bolsillo y se aclaró la garganta.

–Entra –dijo con voz ronca, sin darse la vuelta.

–Tu secretaria me ha pedido que te diera un mensaje: ha renunciado a su puesto. Aparentemente, soy la gota que ha colmado el vaso.

Su voz, aunque un poco forzada, seguía siendo para Luka como una caricia y tardó un momento en darse la vuelta.

Había esperado que los años no la hubiesen tratado amablemente. Incluso que algún mal hábito la hubiese avejentado prematuramente o que estuviera embarazada de trillizos, por ejemplo… cualquier cosa que pudiese apagar esa llama eterna.

Se volvió por fin y descubrió que el tiempo había sido cruel, para él al menos, porque sus ojos azul marino se encontraron con la perfección.

Sophie Durante estaba frente a él con un sencillo vestido de color marfil que realzaba su voluptuosa figura. El brillante pelo negro sujeto en un moño francés cuando él lo recordaba cayendo sobre sus hombros desnudos. Los zapatos de tacón de color nude destacaban sus bien torneadas y bronceadas piernas.

Tuvo que hacer un esfuerzo para levantar la mirada hasta su boca. Los generosos labios estaban apretados cuando él los recordaba abiertos, riendo. Entonces los recordó en otro sitio… pero era una imagen inconveniente y se obligó a mirar los ojos castaños.

Estaba tan preciosa como la recordaba y, como ocurrió el día que se despidieron, ella lo miraba con odio.

–Sophie –murmuró.

No sabía cómo saludarla. ¿Debía estrechar su mano o darle dos besos en las mejillas?

Se limitó a señalar un sillón para que se sentara y ella lo hizo, dejando su bolso de diseño a un lado y cruzando elegantemente las piernas.

–Tienes buen aspecto.

Había tenido que aclararse la garganta cuando le llegó el aroma de su delicado perfume.

–Estoy bien –respondió ella, con una sonrisa tensa–. Muy ocupada, claro.

–¿Estás trabajando? ¿Conseguiste trabajar en alguna línea de cruceros?

–No, me dedico a organizar eventos.

–¿Ah, sí? –Luka no intentó esconder su sorpresa–. Pero si siempre llegabas tarde a todas partes.

Miró el anillo en su dedo, un rubí montado en una banda de oro florentino. Era muy antiguo y no se parecía a lo que él hubiese elegido para ella.

–Parece que tengo muy mal gusto en anillos…

–¡No! –le advirtió ella abruptamente–. No volverás a insultarme.

Él miró los ojos de la única mujer a la que había hecho el amor en toda su vida.

–¿No vas a preguntarme por qué estoy aquí?

–Imagino que estás a punto de decírmelo –Luka se encogió de hombros. Sabía por qué estaba allí, pero la obligaría a decirlo solo por el placer de verla sufrir.

–Mi padre podría salir de prisión el viernes, por motivos de salud.

–Lo sé.

–¿Cómo?

–De vez en cuando miro las noticias –el sarcasmo de Luka no encontró respuesta–. ¿Cómo está?

–No finjas que te importa.

–¡Y tú no te atrevas a suponer que no es así! –replicó él, su tono haciéndola parpadear a toda velocidad.

Al verla se había sentido momentáneamente afectado, pero había recuperado el control y juró no volver a perderlo.

–Pero tú eres así, Sophie. Ya habías tomado una decisión sobre el juicio incluso antes de que eligiesen al jurado. Te lo preguntaré otra vez: ¿cómo está tu padre?

–Se ha hecho mayor y a veces está un poco desconcertado.

–Lo siento.

–¿No es eso lo que le hace la cárcel a un hombre inocente?

Luka la miró, sin decir nada.

Paulo no era tan inocente como ella decía.

–Aunque un Cavaliere no sabría nada de cárceles –añadió ella.

–Pasé seis meses en prisión a la espera de juicio, dos de ellos incomunicado –le recordó Luka–. ¿O te referías a que decidieron que mi padre era inocente?

–No quiero hablar de ese hombre –respondió ella.

Ni siquiera podía mencionar el nombre de su padre y la conversación sería mucho peor si supiera la verdad. Casi podía sentir el calor de la cadenita de oro que había guardado en el bolsillo. Sentía la tentación de tirarla sobre el escritorio para terminar de una vez por todas.

–¿Qué haces aquí, Sophie? Pensé que habíamos roto nuestro compromiso hace mucho tiempo.

–Primero, no quiero que pienses que estoy aquí por alguna idea romántica.

–Me alegro porque sería una enorme pérdida de tiempo si así fuera.

–En cualquier caso –siguió la joven– mi padre cree que has cumplido tu promesa. Cree que estamos comprometidos y que vivimos juntos en Roma.

–¿Y por qué piensa eso?

–Era mejor hacerle creer que habías respetado tu compromiso conmigo. Jamás pensé que saldría de la cárcel y ahora tengo que mantener las apariencias. Le he contado que solo dijiste esas cosas horribles sobre mí en el juicio para protegerlo a él.

–Y así era –respondió Luka–. Dije lo que dije con la esperanza de protegerlo, o más bien de protegerte a ti, pero te negaste a verlo de ese modo –la miró durante largo rato, en silencio, y descubrió que no podía soportar estar a su lado–. Esto no saldrá bien.

–Tiene que salir bien. Me lo debes.

–Te lo debo –asintió Luka–. Pero aparte de que no nos soportamos, yo tengo una vida. Puede que esté saliendo con alguien…

–Me da igual si pone tu vida patas arriba durante un tiempo. Esto tiene que ser así, Luka. Puede que ahora seas un hombre rico en tu elegante oficina londinense y vivas el estilo de vida de la jet set, pero eres de Bordo del Cielo, no puedes escapar de eso. Puedes usar a las mujeres como kleenex, pero el hecho es que estamos prometidos desde la infancia y eso significa algo en Bordo del Cielo. ¿Me ayudarás a conseguir que mi padre muera en paz?

–¿Quieres que me mude a tu casa y finjamos vivir juntos?

–No, he leído que tienes un apartamento en Roma. Podemos ir allí.

–¿Por qué no al tuyo?

–Lo comparto con mi amiga Bella. Supongo que la recuerdas.

Luka no dijo nada. Por lo que había oído, muchos hombres recordaban a Bella.

–Lleva su negocio desde casa y no sería justo molestarla –siguió Sophie–. Además, sería raro que compartiésemos apartamento con otra mujer.

–¿Y esa enamorada pareja compartiría cama?

–También sería raro que durmiésemos separados.

–¿Y habría sexo? –insistió Luka, deseando ver alguna indicación de que también a ella le dolía, pero Sophie lo miraba con total frialdad.

–No, en absoluto. Después de lo que pasó esa tarde tengo cierta fobia al sexo…

Luka abrió los ojos como platos. ¿Estaba diciendo que no había habido ningún otro hombre después de él?

–Pero, si eso es lo que hace falta para que aceptes, entonces sí, habrá sexo.

–Pensé que la fulana era Bella.

Sophie tuvo que disimular su indignación.

–Todo el mundo tiene un precio –respondió con despecho, y Luka miró a la hermosa, pero hostil, extraña cuya inocencia se había llevado–. Así que el sexo puede ser parte del trato…

–No, gracias –la interrumpió Luka–. No necesito sexo por caridad y, además, las mártires no me excitan. Las que me excitan son las que participan activamente… –al ver su expresión supo que estaba recordando esa tarde–. Tú tienes que saber cuánto me gusta una mujer que instiga a la acción.

Creyó que se ruborizaría al recordar que había sido ella quien prácticamente le suplicó que le hiciese el amor, pero Sophie le sorprendió encogiéndose de hombros.

–Entonces no habrá sexo porque yo no voy a instigar nada. ¿Vas a hacerlo, Luka?

–Me gustaría pensarlo.

–Mi padre no tiene tiempo.

–Déjame tu tarjeta. Te llamaré cuando haya tomado una decisión.

La vio inclinarse para tomar el bolso y, por primera vez, parecía cortada.

–Yo me pondré en contacto contigo –Sophie se levantó para marcharse, pero a última hora cambió de opinión–. Me debes esto, Luka. Estábamos prometidos y te llevaste mi virginidad.

Luka tenía que admirarla porque, al contrario que otras mujeres, no hablaba de su relación de manera emotiva. De hecho, la reducía a los fríos hechos.

–Qué extraña manera de exponerlo. Si no recuerdo mal… –Luka rodeó el escritorio y se colocó frente a ella–. ¿Prefieres un banco de cocina a un escritorio?

Entonces fue Sophie quien tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la calma.

–No digas tonterías.

–¿Por qué no me casé contigo? Siendo como eres una buena chica siciliana… –empezó a decir Luka, haciendo el papel de abogado del diablo.

–Le dije a mi padre que mi sueño era entrar de su brazo en la iglesia. Le dije…

–Aún no sé si estoy dispuesto a hacerlo, pero antes de seguir hay algo que debes saber: nunca me casaré contigo.

–Harás lo que tengas que hacer –Sophie clavó un dedo en su torso–. Lo que haga falta.

A pesar de esa fría fachada, sabía que era tan siciliana como la tierra volcánica en la que habían crecido y no intentó disimular una sonrisa de triunfo. Seguía siendo tan apasionada como recordaba. Y eso era lo que siempre había amado y odiado en ella.

–No.

–Después de lo que hiciste, después de lo que dijiste de mí en el juicio…

–Déjate de dramas –replicó él–. Admito que tengo una deuda moral contigo, pero no te debo tanto. Podría ser tu falso prometido, pero no tu falso marido. Acepta eso o vete de aquí.

En realidad, esperaba que se fuera de su vida, de su cabeza, de su corazón.

Pero Sophie pareció aceptar sus términos porque volvió a dejarse caer sobre el sillón.

Era hora de hacer un trato.

Por fin, juntos, se enfrentarían con los errores del pasado.