SUMARIO

Proemio de lectura necesaria

Primera parte: Los chamanismos como vía de adaptación

1. Un punto de partida

2. Factores que definen la consciencia

3. Escollos en la concepción occidental de los chamanismos

4. Chamanismo y religion

5. La cuna del chamanismo

6. Motivación chamánica y sanación

7. Principales aspectos cognitivos de los chamanismos

8. Sobre las metáforas

9. Las consciencias y su proyección en la cultura

Segunda parte: Neochamanismo occidental, enteógenos y pseudoconocimiento

1. El nuevo mercado de las creencias

2. Chamanes camaleónicos

3. La moderna subjetividad

4. Oralidad y chamanismos

5. El chamán, genio y figura

6. Un poco de todo y casi de nada

7. La esencia como sistema abierto

8. Chamanismo, Internet y algunas sugerencias

Tercera parte: Curación, chamanismo y modificación de la consciencia

1. Algunos aspectos universales

2. Desintegración, auto-organización y curación chamánica

3. El ser humano como sistema abierto

Apéndice primero: Brujería medieval española en el Ecuador del siglo XX. Una forma fosilizada de chamanismo

Apéndice segundo: Breve historiografía de la antropología de los enteógenos y las sanaciones, con especial énfasis en las ediciones en lengua castellana

Bibliografía

PROEMIO DE LECTURA NECESARIA

El chamanismo está de moda. No obstante, pocos autores se refieren a los chamanismos aunque, estrictamente hablando, no existe un solo tipo de chamán, sino diversos. Esta atención está relacionada con el renovado interés multidisciplinar hacia las religiones y la mística, pero tiene también importantes matices propios.

En las grandes librerías de todo el mundo occidental hay estanterías llenas de títulos (rigurosos algunos y fantasiosos otros, pero siempre mezclados) editados en las dos últimas décadas y referidos al chamanismo. Por su parte, los libreros suelen ubicar estos textos en las estanterías dedicadas a los libros de antropología, a las de publicaciones sobre psicoterapia, religiones o temas esotéricos. Esto cuando no existe una estantería dedicada a temas chamánicos. También se publican revistas específicas y en diversos idiomas sobre lo mismo (Visión chamánica, Shamanic Dreams); se organizan rentables cursillos de chamanismo, de plantas chamánicas, de arte chamán y demás productos sobre el tema. Tal dispersión o concentración, depende, dice mucho sobre el interés que actualmente despierta el brujo y su mundo… y de la falta de información rigurosa que hay sobre ello (¿dónde ubicarlo?).

Hay quien busca un tratamiento chamánico para salvar su vida o para curar su neurosis vital. Otros en sus vacaciones estivales hacen un costoso viaje turístico a lugares exóticos guiados por el interés central de hallar un chamán indígena que cambie su vacía existencia; incluso hay quien busca asesoramiento chamá-nico para tomar decisiones. En la otra cara de la moneda, y respondiendo a esta demanda del nuevo Mercado de Creencias, de terapias exóticas y de religiosidades lejanas, algunas personas se autodenominan chamanes o brujos y se ofrecen para satisfacer (previo pago)tal demanda. Las sociedades exóticas, por su parte, reciben un creciente número anual de ecoturistas y etnoturistas, y pronto han aprendido a ofrecer servicios chamánicos a la medida del consumidor occidental que disfruta de dinero y lo entrega sin regateos, aunque tal oferta no tenga una relación tradicional con su propio sistema chamánico. Los brujos más serios suelen alejarse de este teatral mercadeo turístico. Esto no implica que se nieguen a aplicar sus artes a sujetos de raza blanca, sino que no suelen estar de oferta al mejor postor en dólares. Buena parte del quehacer chamánico se ha convertido en un simple producto más para ser vendido en el mercado de creencias y espectáculos en que hemos convertido la Tierra.

Por otra parte, el chamanismo y sus múltiples aspectos de carácter técnico (mecanismos de actuación del brujo, uso de plantas psicoactivas, curaciones alternativas, formas de consciencia dialógica) se han convertido en un tema de creciente importancia dentro de los campos de investigación científica propios de la antropología, la psicología y la etnopsiquiatría, incluso la etnobotá-nica, las neurociencias y la inteligencia artificial.

En tercer lugar, cabe apuntar que prácticamente todas las sociedades simples de la Tierra se hallan en un forzado, tremendo y dramático proceso de occidentalización. Su estado es, a menudo, de profunda anomia. Esta realidad suele conllevar un elevado nivel de ansiedad vital ante la frenética pérdida de sus valores tradicionales reales, de sus formas de subsistencia, incluso de su estructura social y de su idioma. En esta situación es donde la figura del brujo y los valores que le rodean resurge como un puntal de resistencia que ayuda a mantener una cierta serenidad e identidad entre sus congéneres. No obstante, este chamanismo-resistente muy a menudo se sitúa en la orilla opuesta al chamanismo-de-consumo que llega a Occidente.

En algunos casos, como sucede en el centro de la lejana y gélida Siberia, se forman nuevas asociaciones de chamanes tradicionales que renacen de las cenizas. El chamán siberiano ha estado muchas décadas en silencio, ya que el régimen comunista soviético veía en el chamanismo una forma de cultura retrógrada a eliminar… y se dedicó a ello con ahínco. En otros casos, se trata de los indígenas amazónicos, obligados a emigrar de su hábitat tradicional (el bosque húmedo tropical) para buscar nuevas formas de sustento entre las industrias nacientes de los mestizos que habitan los lindes selváticos, o tal vez más lejos. Estos indígenas amazónicos cuya vida se ha transformado dramáticamente, suelen regresar de vez en cuando al interior de la selva para tomar sus bebidas visionarias de manos del brujo: ayahuasca, tabaco silvestre y jugo de brugmansia. Es su estrategia para contactar con los propios valores ancestrales, con sus arquetipos, y mantener así un relativo orden estable en su vida psíquica.

No obstante, y con excepción de los pueblos de tradición cultural chamánica citados en tercer lugar, el interés de los dos primeros grupos por la hechicería indígena se basa en una clara paradoja.

Por un lado están los seguidores (cada vez más numerosos) de la moda chamánica. En este mercado de valores observamos desde pseudopsicoterapeutas, muchos de ellos con título universitario que ofrecen terapia chamánica, hasta vendedores de camisetas y otras prendas de consumo que se anuncian con diseños inspirados en o por los chamanes (obviamente, casi nunca se menciona el pueblo concreto del que salió la inspiración del diseño: demasiada exactitud ofende la fantasía del consumidor).

También hay que sumar a este amplio grupo de consumidores de creencias a aquellos individuos que tienen una próxima o lejana raíz en algún pueblo indígena y que, explotando tales orígenes exóticos a menudo olvidados desde décadas o desde generaciones pasadas, ofrecen sus servicios como chamanes de gran poder. Como es de esperar, las más de las veces se trata de sujetos astutos y amantes del dinero que explotan la credulidad de unos europeos o norteamericanos dispuestos a pagar por adquirir una presunta nueva técnica de relajación, para tener una nueva experiencia con sustancias psicoactivas o sin ellas, o para ver de cerca lo que antaño hubiera sido un milagrero del cual se espera que, por arte de magia, resuelva el vacío existencial de sus propias vidas dedicadas a seguir las estériles modas de consumo.

En este grupo (los consumidores hedonistas), casi nadie sabe con exactitud qué es un chamán, aunque se hable mucho del ello. Muy pocos perciben que la existencia de un chamán exige ineludiblemente un contexto cultural chamánico, como los gatos necesitan del oxígeno para poder vivir. Y que nuestras sociedades no son chamánicas, aunque guarden un lejano y folclórico recuerdo de la figura del brujo o la bruja. De ello se infiere que, hablando con rigor, no puede haber un chamán en Occidente de la misma forma que no puede vivir un gato sin oxígeno. Lo que sucede es que nosotros tenemos algunos interrogantes básicos por responder, preguntas esenciales en todo ser humano: ¿qué sentido tiene la vida?, ¿para qué existe el mundo?, ¿para qué hay vida en la Tierra? Estos interrogantes hoy quedan sin una respuesta creíble y sólida. Preguntas del tipo: ¿por qué es así el mundo?, ¿por qué se sufre?, ¿qué espero de mi vida? están en la mente de todos nosotros y, aunque la respuesta no sea la acertada, cada uno debe ver hasta donde puede contestarla.

Los científicos serios y honestos saben perfectamente que la ciencia no puede, por sí misma, dar respuesta a grandes interrogantes sobre la existencia humana como éstos. Pero, por otra parte, hay una desesperada necesidad de algún enfoque de la vida que restablezca la confianza esencial en medio de un mundo desconcertado. Justo de ahí nace la urgencia de una nueva cosmovisión y de unos nuevos valores que llenen este dramático vacío en la vida occidental. Y ahí están los chamanes exóticos que, precisamente por lejanos y desconocidos, soportan nuestras proyecciones de tales necesidades.

En conjunto es un terreno abonado para las grandes investigaciones sobre los potenciales de la mente humana, pero también para que florezca con fuerza lo que se ha dado en llamar el pseu-doconocimiento: da igual que la ciencia haya puesto incontestablemente de relieve que la antigüedad del ser humano en la Tierra se remonta a bastantes cientos de miles de años, y que tal origen cada vez parece retroceder hacia pasados más lejanos. A pesar de ello, más del quince por ciento de los estudiantes universitarios norteamericanos están absolutamente convencidos de que el ser humano no tiene más de diez mil años de antigüedad… porque así lo dice la Biblia. Sin comentarios, aunque tanta ignorancia produce vergüenza ajena. Por desgracia, la misma implantación del pseudoconocimiento entre la población occidental (incluso entre sectores considerados cultos) la podríamos ilustrar con innumerables ejemplos extraídos del neochamanismo y del mercado de las creencias: ovnis y extraterrestres, diablos que regresan del pasado, sanadores milagrosos, amuletos y piedras para resolver casi todo, energías sin adjetivo que actúan sin saberse cómo, brujos, gurús, chamanes y experiencias del más allá… En resumen, afirmaciones que nunca acaban de ser demostradas con un mínimo de fiabilidad objetiva, pero que muchos creen sin pasarlo por el sano filtro de la duda.

En el otro extremo de la paradoja, hallamos a los científicos que se enfrentan a un campo de estudio situado en el límite de lo comprensible por la ciencia y que exige, al investigador, ponerse a sí mismo en tanto que conejillo de Indias para autoexperimentar aquello que de otra forma, a menudo, parece incomprensible, informulable e inalcanzable para el pensamiento ortodoxo. El mundo del chamanismo, al igual que los estados modificados de consciencia que lo caracterizan, es un mundo de relaciones no de objetos y si el propio observador no se somete a tal cambio de sus relaciones con el mundo, no hay forma metodológica de hacer una investigación rigurosa. Y aquí salta el interrogante fatal y paradójico planteado por el punto de vista del científico clásico: ¿qué sucede cuando el propio investigador abandona su cómodo alejamiento sobre aquello que debe estudiar, sometiéndose a un cambio de sus propias relaciones con el mundo, cambio sólo observable desde la propia dimensión subjetiva del sujeto?

Es bien sabido que esta dimensión habitualmente se halla invadida por las propias proyecciones individuales, recuerdos infantiles y elementos del inconsciente. Con ello, pues, estamos rayando el umbral que divide los campos del quehacer humano tradicionalmente divididos en religión, arte y ciencia, y ello siempre implica un grave peligro, pero también es el campo más fértil que existe para el avance del conocimiento del mundo. Es tan peligrosa e infantil la credulidad ingenua como la postura de algunos docentes universitarios que niegan la existencia del chamanismo porque es, en esencia y hasta ahora, casi inobjetivable. Tal actitud se acerca más al dogmatismo religioso que al necesario y sano escepticismo científico. Una cosa es ser escéptico (hasta que no lo veo o lo experimento no creo) y otra es ser incrédulo (no lo creeré aunque lo vea).

El objetivo que el autor se ha propuesto con este libro es realizar una revisión crítica y actualizada tanto de los estudios rigurosos que, por parte de la antropología y de la psicología, se llevan a cabo de la figura del brujo y de su sistema social, como del mercado neochamánico: qué implica, hasta dónde llega, cuáles son sus virtudes y aciertos, errores o inconsistencias, y qué relación se da entre un ámbito y otro.

En este sentido, el autor es consciente de que cuando se investiga sobre un objeto de estudio que, a la vez, es también motivo de creencias, y que cuando tal labor se lleva a cabo con sentido crítico, es fácil que algunos lectores se sientan atacados. No es éste, en absoluto, mi interés ni intención. La finalidad perseguida con el presente libro (y sólo el tiempo dirá si ha habido más aciertos que errores) es esclarecer y puntualizar de forma sistemática algunos aspectos referidos al tema del chamanismo y a su mundo de valores cognitivos y culturales, tratando de eludir toda opinión personal, como siempre, en tanto no haya un material empírico que la sustente.

Así pues, no hay ataque ni defensa, sino intención de objetivar algunos factores referidos al tema que nos ocupa. En este sentido, por ejemplo, el autor ha tratado de eludir hasta donde el rigor lo exige, el uso de expresiones tales como: el chamán cura cantando, o bien: el brujo se mueve en el mundo de los espíritus. En el primer caso porque no existen evidencias incontestables de que la sanación de un sujeto presuntamente enfermo esté causal y unívocamente relacionada con los cantos del chamán de su colectividad. En el segundo caso porque, hasta el momento, tampoco hay evidencias empíricas de la existencia de un mundo paralelo e independiente poblado por espíritus. Más bien al contrario, la psicología profunda ha puesto de relieve que los denominados espíritus son, por lo menos en los innumerables casos analizados por tal escuela psicoanalítica, proyecciones del mundo psíquico e inconsciente del propio sujeto. Una afirmación distinta sería: “el chamán dice que cura con sus cantos”, lo cual convierte, no la curación, sino la afirmación del hechicero en objeto de análisis antropológico y psicológico. Eso sí es factible y legítimo. Por otro lado, la sanación, en sí misma, sólo puede ser objeto de estudio científico de la medicina y de la biología en sus múltiples campos, no de la antropología.

No obstante, el autor quiere hacer público que tal postura crítica no parte de una posición personal opuesta a la difusión de los estudios y temas referidos al chamanismo. Obviamente, al contrario. Nuestras sociedades han perdido el contacto con la dimensión sacra de la realidad, con el oscuro abismo que todos llevamos dentro y del que surge el sentido de nuestras vidas, con la dimensión de la alteridad en la que opera el brujo de las sociedades simples. Trabajar en pos de ello es trabajar para aportar un mayor sentido de la existencia entre nuestros congéneres, así se evitarían buena parte de las toxicomanías, compulsiones y dependencias. Yno sólo me refiero a la dependencia de algunas drogas ilegales, sino también de las máquinas tragaperras, de drogas legales para dormir y para gozar, de juegos informáticos, de amores desgraciados, de los papás de los que uno depende hasta pasados los treinta años, de sectas de todo tipo… Si fuéramos capaces de enfrentarnos a esta parte oscura de nuestras pulsiones, tal y como hace el chamán, nos alejaríamos del atolondramiento social que está invadiendo la población occidental, de la falta de sentido crítico hacia nuestros políticos, y de la hipnosis colectiva provocada por el consumismo hedonista y sin sentido en que vivimos sumergidos.

A pesar de tal predisposición personal de carácter positivo, el autor quiere ser lo más riguroso posible en algunos aspectos referidos a esta recuperación de los valores chamánicos, tal vez los valores más intrínsecamente humanos en la antigüedad (¿y de la actualidad?). Los procesos de absorción de valores culturales extraños deben ser realizados con tranquilidad y meticulosidad, deben poderse digerir a su ritmo y con mucha atención. En caso contrario, fácilmente se convierte en simple folclore exótico y vacío o en fuente de conflictos. No es fácil hacerlo. El camino ingenuo conduce a abaratar el chamanismo (o lo que fuese) convirtiéndolo en un simple producto más del mercado… y ello está sucediendo con excesiva asiduidad. De ahí la postura crítica del autor hacia algunas frívolas y desatinadas manifestaciones del neochamanismo. No quiero decir que no se deba intentar una recuperación de tales dimensiones y potenciales humanos, sino que debe hacerse adecuadamente. Tampoco estoy en contra de ciertas Nuevas Eras pero, como antropólogo y científico, preferiría mantener la experiencia y la expresión chamánica para el ámbito de las sociedades chamánicas y, tal vez, acuñar el neologismo necesario para referirnos a las estrategias cognitivas de adaptación que estamos construyendo bajo esta etiqueta: psiconautas (la bonita expresión de E. Jünger), farmacófilos, técnicos en el imaginario ritualterapia…

Dada la enorme importancia del chamanismo, y el papel social y cultural que ha tenido durante un período larguísimo de la historia de la humanidad, no es sorprendente que reaparezca a la vez bajo formas terapéuticas y bajo formas neorreligiosas actuales, ámbitos que muestran una gran tendencia a unificarse en el mundo occidental. También en el mundo indígena clásico se mezclaban las prácticas curativas y las creencias religiosas. No debe entenderse como un hecho casual que esta combinación de campos culturales –la religión y la medicina– renazcan hoy. Aunque no es éste el espacio adecuado para analizar tal fenómeno, no está de más recordar los grandes interrogantes que tiene hoy planteada la medicina psicosomática, en especial las investigaciones que estudian las correlaciones existentes entre las variaciones del sistema biológico inmunitario y los estados de ánimo del sujeto. En este sentido, son ilustrativas diversas revistas europeas y norteamericanas, actuales y de gran tirada, que ofrecen de forma indiscriminada artículos sobre neochamanismo, religiosidad, nuevo humanismo, ecología, meditación y espiritualidad en cualquiera de sus manifestaciones, al lado de textos sobre cocina sana, medicinas alternativas y nuevas terapias.1 Se trata de las dimensiones humanas liminares, espacios sociales donde siempre apareció el chamanismo. No obstante, tal renacimiento exige un análisis meticuloso si no se quiere caer en las tergiversaciones y fantasías románticas que tanto abundan hoy en referencia a la figura del chamán.

Desde mi punto de vista, hay que entender el chamanismo clásico como un campo específico en el que se dan profundas experiencias estructurantes, que tanto afectan el mundo individual como el social.

En algunos ámbitos de las sociedades occidentales, de donde el chamanismo estricto desapareció hace ya algún siglo, se observa un resurgir de tales entrenamientos cognitivos dialógicos aunque queda por ver si este renacimiento guarda, a la postre, algún paralelismo con las antiguas manifestaciones chamánicas. Resulta interesante (¡y desalentador!) para el investigador escrupuloso verificar que, a pesar de los incontestables avances del pensamiento científico, algunas manifestaciones del denominado neochamanismo alimentan afirmaciones insostenibles para el pensamiento lógico, del estilo: el trance chamánico permite al individuo volar por un mundo invisible poblado de espíritus y de esotéricos poderes mentales, tal como defendían los antiguos hechiceros, pero creyéndolo al pie de la letra no como forma metafórica de expresión.

Friedrich W. Nietzsche afirmó que el siglo XIX (el suyo, ya que murió justo en el 1900), fue un siglo en que todo el mundo buscaba la salvación, en tanto que el siglo XX (el nuestro)sería el siglo en que todos buscarían la curación, aunque con el mismo fervor y actitud con que antes se buscaba la salvación. El insistente reduccionismo actual de recortar las funciones del chamán a las de sanador esotérico, en lugar de situarlo en el centro de una determinada y compleja cosmovisión de las diversas que ha producido la humanidad, parece dar la razón al filósofo alemán.

Para acabar, mencionar que el contenido de este libro se basa, en parte, en textos que provienen de momentos distintos pero que, a la fin, son complementarios. Además, el autor no se ha limitado a unir diferentes textos bajo un mismo título sino que ha realizado una auténtica labor de fusión y de bordado. A pesar de ello, es posible que el lector habituado perciba contenidos puntuales que, de una u otra forma, aparecen implícitos en partes distintas. No me queda sino solicitar comprensión y disculpas.

La primera parte del libro, «El chamanismo como mecanismo de adaptación», es una parte del texto adaptado y actualizado que escribí para la enciclopedia titulada Chamanismo, el arte natural de curar, coordinada por José M.a Poveda para la editorial Nuevos Temas, Madrid.

La segunda parte del libro, «Neochamanismo occidental, enteógenos y pseudoconocimiento», es el contenido de mi conferencia en las III Jornadas Internacionales sobre Enteógenos: Terapias y Antropología, realizadas en la ciudad de Barcelona los días 30 y 31 de mayo de 1998, y organizadas por el Institut de Prospectiva Antropològica (actualmente reconvertido en Sociedad de Etnopsicología Aplicada y Estudios Cognitivos) y el Institut Municipal d’Investigació Médica, del Ayuntamiento de Barcelona.

La tercera parte, «Curación, chamanismo y modificación de la consciencia», es original y ha sido redactada para el presente volumen. Finalmente, los apéndices pretenden complementar de distinta forma el contenido central del libro. El primero se trata de un artículo que apareció en su edición original en la revista Memoria, del Instituto de Historia y Antropología Andinas, de Ecuador. El segundo apéndice es original.

JOSEP M.a FERICGLA
Texto completado en Baños (Ecuador), agosto de 1998.
Acabado de corregir en Puerto Ayora, islas Galápagos,
agosto de 1999.

1. Las revistas españolas actuales más significativas en este campos serían CuerpoMente, Integral, Esencial, Vital, Fitomédica, Quo y Mundo High.

PRIMERA PARTE:
LOS CHAMANISMOS COMO VÍA DE ADAPTACIÓN

I. UN PUNTO DE PARTIDA

Actúa siempre de forma
que se creen nuevas posibilidades.

HEINZ VON FOERSTER

La cosa más difícil de penetrar en un objeto de estudio es descubrir lo que sabemos y lo que no sabemos de él. Esta verdad es aplicable a todo ámbito del pensamiento científico y a cualquier búsqueda, externa o interna. Por tanto, y en palabras de P.D. Ouspensky, si deseamos saber algo sobre algo, lo primero deberá ser establecer qué aceptamos como datos, y qué consideramos que todavía exige una definición y una prueba para incluirlo en el grupo de los datos. O sea, debemos determinar qué sabemos ya y qué deseamos saber sobre el objeto de estudio o de reflexión, y esto no es nada fácil. En relación con nuestra cognición del mundo y de nosotros mismos en tanto que seres pensantes, las condiciones ideales para investigar sobre ello serían el no aceptar nada como datos y considerar que todo exige una definición y una prueba. Sería mejor suponer que no sabemos nada de nuestra forma de pensar y de construir el mundo, y tomar esto como punto de partida. No obstante, por razones obvias que no es necesario detallar, es imposible crear tales condiciones de laboratorio. Algo ha de tenerse como base, algo debe aceptarse como conocido. De lo contrario estaremos constantemente obligados a definir una incógnita por medio de otra y no llegaríamos a lugar alguno.

Así pues, para empezar es necesario ensayar una definición clara, rigurosa y lo más simple posible de lo que se entiende por los términos de chamán y chamanismo. Más adelante del texto que sigue ya se reflexionará sobre los escurridizos problemas que genera tal intento de conceptualización. Intentaré separar los datos empíricos de las ideaciones y fantasías sobre el tema; lo que se sabe de lo que no se sabe, apartando los supuestos que nunca han sido objeto de pruebas de los datos verificados en el terreno de la realidad etnográfica.

En una forma de descripción impresionista, podríamos acordar1 que el chamán es un individuo visionario e inspirado, entrenado en decodificar su imaginería mental y en entenderla. Esta imaginería mental que el chamán ha cultivado, y cuyos impulsos y pasadizos afirma dominar, le sirve de técnica de profunda revisión personal y como camino para recibir verdades referidas al mundo exterior, que él vive como revelaciones. En nombre propio o en el de la colectividad a la que sirve y con la ayuda de sus espíritus aliados –que a menudo son plantas psicoactivas–, el chamán puede entrar en un profundo estado modificado de su mente sin perder la consciencia despierta de lo que está viviendo. Penetra en lo que me gusta denominar una consciencia dialógica. Durante la disociación mental a la que se somete y que controla,2 su ego visionario establece relaciones con entidades que el chamán vivencia como de carácter inmaterial. Con la ayuda de tales entidades, el brujo dice poder –hasta un punto que depende de su capacidad personal– modificar el orden del cosmos invisible de acuerdo a su interés o al de su colectividad. Es habitual que el chamán consuma sustancias enteógenas3 o mantenga ritmos percusivos (principalmente binarios) para inducirse la disociación mental, el trance, que lo caracteriza.

En las últimas décadas, el chamanismo se ha convertido en uno de los temas de estudio más importantes para la antropología. Y no sólo para los antropólogos. A pesar de la dureza y complejidad del serchamán, en Occidente ha saltado las barreras del marco puramente científico para convertirse en tema de grandes éxitos literarios de ficción, en una moda cotidiana dentro de grupos cada día más amplios, en destino de un alternativo –pero no barato– turismo chamánico, en fuente de inspiración terapéutica y, finalmente, en objeto de fabulosos ingresos económicos conseguidos por la tristemente creciente industria del pseudoconocimiento científico y demás mercadotecnia comercial. Esta explosión de interés popular hacia lo que se quiere ver como hechicería exótica se analiza in extenso en la segunda parte de este volumen.

No obstante, estas modas occidentales carecen de relación directa con el resurgimiento del chamanismo indígena tradicional bajo nuevas formas aculturadas. Por ejemplo, me refiero a la sociedad de chamanes Dingur que nació en el año 1993 en Tuvá, pequeña república rusa atravesada por el río Yeniséi y encajonada entre las montañas de Sayán y Mongolia, considerada el centro geográfico del continente asiático. En este apartado rincón siberiano, alejado del mundanal ruido, se ha mantenido vivo el chamanismo tradicional hasta la actualidad –a pesar de las múltiples persecuciones que tuvo durante las décadas bolcheviques comunistas–. Ante la actual crisis de valores sociales y políticos de la desmembrada Unión Soviética están renaciendo antiguas formas culturales y valores étnicos, entre los que cabe contar el chamanismo. El brujo se constituye en puntal de la identidad étnica colectiva, en eje estructurante de la red social y de las experiencias emocionales individuales.

Los intelectuales rusos contemporáneos no suelen entrar en debates acerca de la cualidad ni la naturaleza del mundo cognitivo del chamán. Con prioridad a ello, prefieren ocuparse de las bases económicas y sociales del chamanismo autóctono, y del estudio de la etnogénesis (orígenes de las tribus y grupos nacionales donde se da el chamanismo; Hultkrantz, 1988). Por su parte, los intelectuales occidentales estamos prioritariamente interesados en el papel que desempeña el chamán dentro de su comunidad y en la extraña estructura de personalidad del propio brujo. Sin embargo, ambas tendencias –la oriental y la occidental– coinciden en observar que el chamanismo utiliza métodos que actúan por medio de vías no lógico-racionales, a través de las cuales parecen elaborar ciertos conocimientos. El chamán tampoco se sirve de los instrumentos provistos por nuestra metodología científica. Literalmente habita otro mundo.

(Permítaseme un paréntesis. En el texto que sigue se habla de chamanes, de hechiceros y de brujos indistintamente. El autor es consciente de que no se trata del mismo fenómeno cultural pero, hecha esta previa, se permitirá la licencia estilística de usarlos como sinónimos a lo largo de todo el libro: con ello no aburrirá al lector hasta la saciedad usando el término siberiano chamán y todos sus derivados cada vez que se requiera. Cierro el paréntesis.)

Con todo, el problema subsiste ¿Qué es el chamán y el chamanismo? ¿Constituye una estrategia de embaucamiento de los individuos más avispados de ciertas sociedades para conseguir beneficios a costa de los demás, al igual que sucede con nuestra publicidad engañosa? ¿Es un fenómeno de sugestión, de real manipulación del mundo material o es algo de carácter simplemente religioso? ¿Se trata de una forma de terapia primitiva efectiva? ¿Es una vía para explotar ciertos recursos cognitivos que nuestras sociedades han olvidado o marginado? A la larga, estas cuestiones devienen universales porque se refieren a la constante búsqueda humana en pos de una realidad con mayor sentido y trascendencia, de ahí que el chamanismo ¿debe ser estudiado por la antropología, la psicología, la filosofía, la biología, por todos estos ámbitos a la vez o por otros?

La causa de tal amplitud de marcos de interés radica principalmente en la gran dificultad de acceder a la forma de actuación del hechicero que, como indica M.a Jesús Buxó, exige al antropólogo usar todos sus recursos de campo y más, ya que en este objeto de estudio se trabaja en una dimensión integradora del fenómeno humano: a la vez en una dimensión práctica y simbólica, en una dimensión psicológica y otra fisiológica, y en otra social. Además, el investigador se encuentra con que el chamanismo desafía todos los sistemas explicativos e interpretativos clásicos, y se abre a una transdisciplinariedad difícil de clasificar.

En este sentido, cabe también destacar otros elementos constitutivos de la praxis chamánica que, por su complejidad, escapan a un texto antropológico e incluso a un texto escrito. Así, por ejemplo, la transmisión oral propia del mundo chamánico no es sólo una universidad basada en la memoria. Me refiero también al carácter prelógico del entorno cognitivo chamánico, a la dificultad de formalizar un cierto entrenamiento social en la dirección de lo que llamaríamos la omnipotencia de un cierto pensamiento emocional aplicado a la resolución de problemas cotidianos, e incluso al límite hermenéutico de si la teoría científica es capaz de darnos un modelo válido y comprensible de esta incuestionable realidad humana.

Cabe añadir que, si tanto interés despierta en la actualidad toda investigación sobre el chamanismo clásico se debe a que, en términos generales, se sitúa en un ámbito de vivencias probablemente comunes a toda la humanidad. Se trata de un conjunto de técnicas que, según muchos investigadores entre los que me cuento, favorecen el contacto inmediato con lo que llamamos sobrenatural, lo numinoso, con el oscuro misterio que en último término arrastra consigo el ser humano y que adquiere expresión a través de los grandes interrogantes pragmáticos que nos hemos planteado desde los inicios de nuestra aventura evolutiva como especie: ¿para qué existimos?, ¿cuál es el sentido del dolor y el sufrimiento?, ¿hacia dónde me dirijo?, ¿qué hay antes y después de esta forma de vida que nos es dado experimentar?

Este misterio está contenido en nuestra dimensión mental inconsciente, es nuestro inconsciente. Y éste es el espacio de donde se puede sacar alguna idea sobre nuestro lugar en el mundo, a nivel individual y social. El chamanismo recorre estos territorios tan difusos y, al mismo tiempo, parece proyectarse en estrategias concretas que facilitan la adaptación activa del ser humano a los cambios que se producen en su entorno y/o que él mismo genera.

En este sentido, las prácticas chamánicas habitualmente actúan como fuente de revelación interior que ofrece alguna respuesta a estas grandes incógnitas por medio de los estados disociados de la mente, estados inducidos por el consumo de drogas enteógenas, por trances rítmicos o de otro origen. Con ello, pues, el chamanismo se convierte en el primer sistema histórico organizado para buscar el equilibrio psíquico y físico del ser humano.

Se ha afirmado también que el chamanismo es una capacidad humana y un espacio social que no desaparecerán nunca, que se dan más allá de determinismos culturales e históricos. Algo hay de cierto. No obstante, no se puede olvidar que la práctica de la hechicería, la revelación interior y el contacto con lo sobrenatural han sido el origen de las religiones institucionalizadas históricas y de ciertos órdenes sociales y culturales concretos. Las culturas chamánicas de que se habla más adelante no se dan en un marco etéreo. No hay que olvidarlo. En sentido contrario, nuestras sociedades civilizadas no están fundamentadas en prácticas místicas y en creencias mágico-religiosas, sino en la economía global de mercado y en la imposición cada vez más inhumana de estructuras estatales sobre la sociedad civil. Por tanto, aun suponiendo la existencia de una “esencia cognitiva universal” del ser humano, el fenómeno chamánico no es fácilmente traspasable de un marco cultural a otro sin hacerlo con grandes precauciones metodológicas y conceptuales. Este problema es justo uno de los temas centrales de la segunda parte del presente volumen.

La forma de actuar del chamán, simultáneamente en el ámbito psicológico-individual y en el de un cierto control social primitivo,4 nos permite adivinar una dimensión cognitiva muy interesante. En este sentido, el estado de consciencia dialógica en que se mueve el brujo con toda familiaridad no es tan sólo una modificación de la consciencia impulsada por plantas enteógenas o por otros medios de propulsión del imaginario, sino que el hechicero parece disponer de una capacidad fáctica para generar conscien-cias alternativas –dialógicas– con una aplicación real en la dimensión física y concreta del quehacer humano. Y aquí es justo donde nacen las preguntas tan consabidas como importantes de responder: ¿realmente curan los chamanes?, ¿realmente hacen llover y provocan otras modificaciones de la naturaleza cuando dicen provocarlo? Los chamanes ¿son a modo de psicólogos de su pueblo, o su actuación va más allá de palabras sabiamente usadas pero palabras a fin de cuentas? ¿Su ser-en-la-sociedad es de carácter político-simbólico y de ahí su eficacia, o bien es simbólico –inevitable– y además ejercen alguna influencia material en el sentido que lo pueda ejercer nuestra química o nuestra farmacología?

Aunque no se refiera a una curación chamánica strictu sensu voy a citar, a modo de ilustración, un texto ajeno como primera respuesta a estos interrogantes.

«Durante la noche, las quejas cada vez más fuertes de una joven mujer enferma despiertan a todo el mundo. El diagnóstico es inmediato: un espectro se ha apoderado del animal doble de la mujer, una nutria. Entonces las otras mujeres [de la casa comunal de los yanomami] hacen caminar a la paciente a lo largo y a lo ancho [del chabuono o cabaña colectiva] durante un momento, imitando todos los gritos del animal para hacerlo volver. El tratamiento es eficaz ya que al alba no tiene nada, se levanta sana» (Clastres, 1996; 27-28).

Esta escena de los yanomami –tomada de P. Clastres como pequeño homenaje póstumo a su apasionada obra– podría referirse perfectamente a una curación chamánica rutinaria.

Como respuesta a la pregunta anterior de si los brujos curan objetivamente, hay que contestar de forma afirmativa, pero también hay que apuntar que las sociedades sólo se permiten tener las enfermedades que pueden atender. Cada pueblo contempla aquellas patologías que están aproximadamente definidas y dominadas por su ciencia curativa, nada más. Las personas enferman de acuerdo a modelos culturales previos. Nadie padece de mal de ojo en las sociedades tecnológicas, de la misma forma que nadie sufre de psicosis modelo en las sociedades carentes de psiquiatras, o no había bulimia ni anorexia antes de que los medios de comunicación de masas comenzaran a difundir cuerpos flacos como modelo de belleza ni antes de que los padres atendieran con una atención enfermiza a las adolescentes antes desatendidas. Como afirma un conocido: en nuestro mundo hay locos porque hay psiquiatras.5 Sin duda, se debe a este hecho que nuestra civilización (cuya rentable, para unos pocos, ciencia de vanguardia está tan dedicada a descubrir tratamientos nuevos) está asediada por tantas enfermedades. Y el resultado final de la carrera entre el medicamento y la enfermedad es incierto…

El real potencial curativo del chamán sólo puede ser estudiado en tanto que fenómeno concreto inmerso en un marco cultural determinado, en un momento específico de la historia de un colectivo y en un entorno ecológico especial. Un chamán X (con tales poderes concretos) sana a su congénere Y (hombre o mujer, joven o anciano…) del padecimiento N (así concebido y denominado por ellos), en su contexto cultural Z, pero probablemente no podrá sanar a otra persona ajena a su mundo cultural y ecológico porque sufrirá enfermedades distintas, para él desconocidas.

En mis estancias entre chamanes shuar y achuara6 de la Alta Amazonia he observado con frecuencia que, si el brujo está cerca de poblaciones blancas y se ha occidentalizado suficientemente, suele anunciar la validez de sus poderes enumerando las curaciones practicadas a personas de raza blanca que han ido a visitarlo tras el fracaso de sus médicos. A pesar de ello, las personas blancas que lo van a visitar suelen ser colonos muy cercanos al mundo cultural indígena, que comparten buena parte de sus categorías para clasificar las dolencias. Esos colonos casi siempre afirman, ya de entrada, estar enfermos por culpa de la magia negra practicada por alguno de sus propios congéneres; nunca van al brujo de la tribu vecina a tratarse una gripe ni un reuma. Es decir, se hallan parcialmente sumergidos en una cos-movisión regida por la magia y la brujería. El chamanismo puede actuar aquí. En algún otro caso se ha tratado de etnoturistas ansiosos (y probablemente neuróticos) de ser curados por la mano del exotismo, y el solo hecho de haber llegado hasta los confines de nuestras sociedades ya les ha representado un acto curativo per se. Es preciso aclarar que me estoy refiriendo a curaciones propiamente chamánicas, en las que los espíritus y poderes ocultos son considerados los causantes de enfermedades y también los agentes sanadores. No me refiero, en cambio, al uso de plantas con potencial fitosanitario ya que esta rama del saber médico está reservada a los curanderos, no a los chamanes. Son pocos los hechiceros que disponen de un abanico de conocimientos sobre plantas medicinales que vaya más allá de las que conocen sus congéneres: ellos trabajan con poderes de carácter energético no químico.

Los shuar amazónicos llevan a sus enfermos a que sean curados por los chamanes. Lo primero que hacen éstos, es singularizar si se trata de una enfermedad del Dios de los blancos o una de nuestras enfermedades. Me explico. Las enfermedades de Dios son esencialmente las víricas y bacterianas que llevó el hombre blanco a estos pueblos amerindios. Durante las recientes décadas de occidentalización forzada –los shuar casi no tenían contacto permanente con los blancos hasta 1940-, muchos misioneros han repetido incansablemente que las enfermedades que sus chamanes no pueden curar –y que llegaron al mismo tiempo que los blancos, todos los saben– son enfermedades, castigos, de su poderoso Dios. Entonces, los propios misioneros distribuyen los fármacos adecuados para sanar tales sufrimientos causados por su Dios.

Si el chamán diagnostica que se trata de una enfermedad de blancos, ordena al paciente que salga de la selva y vaya a ver un médico blanco. En caso contrario, el enfermo puede morir. Si es una enfermedad de las suyas –diversos médicos blancos que trabajan con ellos saben reconocerlas, pero no saben como tratarlas–, se hará cargo el chamán. Por ejemplo, entre los shuar se considera una anomalía muy cercana a la idea de enfermedad el que los niños mientan o el estar pasionalmente enamorado, pero los médicos blancos no saben qué hacer para resolver tales “dolencias”.

Es la cultura la que fija y da forma a las patologías al igual que dicta los remedios. De ahí que no existan enfermedades que no puedan ser, por lo menos, entendidas por la sociedad que las sufre y que las genera. No es una juego de fantasías, sino de metáforas: existen valiosas descripciones de las complejas terapias realizadas por médicos indígenas, disponemos de transcripciones de los salmos mediante los que los chamanes llaman a sus espíritus aliados, hay grabaciones de los conjuros para aliviar cada anomalía, escritos que registran las formas y el cromatismo que tienen los poderes –invisibles a simple vista– causantes de las enfermedades conocidas en diversas culturas chamánicas, y todo ello puede ser tan complejo y hermético para el desconocedor como un tratado de neurología. (Puede verse la parte publicada de mi diario de campo: Fericgla, 1994; en él describo cómo un occidental vive y entiende el proceso de iniciación chamánica. Me parece muy recomendable para este aspecto descriptivo la obra de Biocca, 1968; es la biografía de una niña blanca que fue secuestrada por los yanoama amazónicos y al llegar a la edad adulta, y después de varios matrimonios con indígenas, regresó a la civilización de los blancos pudiendo explicar “desde dentro mismo” los procesos chamánicos de aquella sociedad.)

La complejidad del mundo en que se mueve el brujo y sus curaciones puede ser entendida a partir de sus estudios o entrenamientos iniciáticos. No son nada fáciles. La abstinencia, los ayunos prolongados, la inhalación repetida de sustancias visionarias, el esfuerzo intelectual permanente para retener los numerosos cánticos que le enseñan los maestros, el alejamiento social, la severidad en el trato, todo esto conduce al neófito a un estado de agotamiento físico y casi a la desesperación, sufrimiento necesario para conquistar la gracia de los poderes o espíritus aliados –por ejemplo, los Hekura entre los yanoama o el Arútam entre los shuar y achuara– y merecer su benevolencia. Cuando el chamán neófito ha memorizado la naturaleza de los numerosos seres que pueblan su panteón mágico, su descripción y funciones, es cuando podrá aprovecharlos en beneficio propio caso de que le aparezcan en las visiones. Pero nos equivocaríamos si consideramos que estos seres poderosos -HekuraArútam