MARIOLINA CERIOTTI MIGLIARESE

ERÓTICA Y MATERNA

Viaje al universo femenino

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

Título original: Erotica & materna

© 2018 by EDIZIONI ARES

© 2018 de la versión española realizada por Elena Álvarez

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Colombia, 63 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4976-4

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A mi madre y a mi hija

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

INTRODUCCIÓN

I. ATAQUE AL CORAZÓN DE LA MUJER

Actualidad

El cómo y el porqué

La diferencia sexual

¿Engendrar o reproducirse?

II. ¿EXISTE UNA ESPECIFICIDAD FEMENINA?

La complejidad femenina

El descubrimiento del cuerpo

La autoestima

El cuerpo de las mujeres

Erotismo y maternidad

III. LA DESAPARICIÓN DE LAS MADRES

Acoger: el espacio para el otro

Imaginar: la mirada sobre el otro

Cuidar: el bien del otro

Desviaciones de la maternidad: apropiación, control, deuda

IV. DE MADRE A HIJA

La edad de los mimos (ser como mamá)

La salida de la infancia: los cuentos enseñan

La edad de los sueños: la preadolescencia y la primera adolescencia

El recorrido hacia la heterosexualidad

V. EL LENGUAJE DEL SEXO

Miradas

Equívocos

La experiencia del placer

La primera vez

¿Qué tiene que saber un hombre?

VI. RELACIONES EN FEMENINO: ENTRE ENVIDIA Y SOLIDARIDAD

La envidia

La envidia en las mujeres

Ser solidarias

CONCLUSIONES

Un sueño

La sabiduría del tiempo

Celebrar

BIBLIOGRAFÍA

MARIOLINA CERIOTTI MIGLIARESE

INTRODUCCIÓN

La reflexión sobre la condición femenina es urgente en nuestro tiempo. Es un tema muy complejo: en realidad, la mujer no es solamente «la otra mitad del cielo», sino esa parte del género humano que concede (o no) el acceso a la vida. El hombre toma forma en su cuerpo y en su mente, se nutre de ella; aprende el lenguaje de la relación, primero y fundamental, mediante un intercambio empático con ella.

La mujer conduce al niño que lleva en su seno desde la simbiosis (el uno) a la relación (el dos), y su asentimiento es decisivo para que el hijo tenga acceso al tres, número del padre y cifra del crecimiento.

La mujer tendría que ser compañera del hombre, en la igualdad absoluta de valor y en la diferencia profunda en el ser.

Nunca hasta hoy hemos tenido tan cercana la posibilidad de comprender la igualdad de valor entre los sexos, su reciprocidad en la diferencia. Y al mismo tiempo, nunca nos hemos encontrado más alejados, desviados y confundidos, al convivir en una cultura que niega el valor de la diferencia. Precisamente en esto reside la paradoja de nuestro mundo.

A primera vista, la complejidad del tema resulta realmente desanimante, ya que es imposible decirlo todo. Con mayor razón, cuando la intención es escribir un libro ágil, esencial, que pueda comunicar en poco espacio lo que considero más importante. He decidido proceder de una forma totalmente arbitraria, y compartir así algo que ha sido y es, ante todo, un itinerario de búsqueda personal. El libro nace de la convicción profunda de que no se puede posponer más la reflexión sobre la condición femenina, y el contenido que aquí ofrezco es un recorrido concreto, vinculado a lo que ha sido para mí, en los últimos tiempos, el principal foco de profundización e interés.

En el primer capítulo he querido empezar por contemplar al tiempo en que vivimos: complejo, rico y contradictorio. En él, con una aceleración dramática, se ha ido modificando sustancialmente la sensibilidad colectiva hacia temas cruciales como la diferencia sexual, el valor de la persona o el sentido del nacimiento y de la muerte. Es decisivo hablar de ello, aunque cada tema en sí mismo requeriría una profundización, y probablemente también una competencia más específica que la mía. Pero ya no hay tiempo que esperar, y por eso confío en que mis reflexiones puedan insertarse en un debate no especializado y comprensible a todos, porque se está produciendo una transformación progresiva de nuestros principales códigos simbólicos. Este cambio no es una cuestión abstracta, sino una realidad muy concreta que nos afecta a cada uno, hombres y mujeres. Sus repercusiones sobre nuestro modo de convivir serán cada vez más evidentes y fuertes.

Por eso me he detenido brevemente en algunas cuestiones fundamentales: el valor de la «persona», la progresiva banalización de las preguntas de sentido, la diferencia sexual y su valor, el significado simbólico de la palabra «engendrar».

Estas cuestiones y algunas otras están en el fondo de la vida de todos nosotros, pero son especialmente incisivas para la mujer. Durante siglos, nuestra cultura la ha elegido como principal custodia de la vida y del ser humano. Hoy en día, ella ha dejado de reconocerse en esa imagen que parece destacar solamente sus aspectos maternos.

En el segundo capítulo he afrontado la complejidad de la condición femenina, en sus dos «almas» erótica y materna mujer no siempre es consciente de esta dualidad, cuyo origen se encuentra en la naturaleza de su cuerpo. En todo caso, lo erótico y lo maternal, el amor de sí y el amor al otro, son dos componentes inescindibles de la condición femenina, y es necesario que ambos encuentren su espacio adecuado en la vida de la mujer. Al mismo tiempo, ambos componentes deben encontrar un equilibrio y una integración mutuas: en efecto, un exceso en el componente erótico/narcisista supone egoísmo y aridez emotiva; pero el exceso en el componente maternal puede incluir elementos sofocantes que resultan igualmente peligrosos para las relaciones.

Queda mucho por profundizar sobre el significado del estar en el mundo «en femenino», según una condición femenina que incluye el cuerpo, los afectos, la inteligencia, la espiritualidad, la vida. Muchas mujeres, aunque han descubierto la sexualidad, el placer del éxito profesional, la libertad para plantear su vida como quieran, todavía parecen desconocer el modo de convertirse en protagonistas con plena conciencia de sí mismas, de su especificidad y de lo que necesitan (en cuanto mujeres) para sentirse en paz consigo mismas y ser felices.

Si la mujer pierde conciencia de sí misma y de los dones que porta, la vida de todos se empobrece, se vacía y se vuelve más árida.

En el tercer capítulo me he detenido en una reflexión más concreta sobre lo «maternal». De hecho, creo que una emergencia de nuestro tiempo es precisamente la creciente incapacidad para entender y apoyar el desarrollo de una maternidad «buena» en las mujeres, que comporta la capacidad de acoger al ser humano y al mundo. Cuando «maternal» es sinónimo de «sacrificial», se aplasta el componente de narcisismo sano de la mujer. La consecuencia es un rechazo inevitable y legítimo, por parte de las mujeres, de asumir este papel. En cambio, lo maternal bien interpretado es fuente que hace posible la máxima creatividad de la condición femenina.

La mujer es potencialmente revolucionaria, precisamente porque está vinculada a la vida de una forma muy particular, que sabe reinventarse constantemente. Su orientación es la vida concreta: su propia vida, tal y como sucede, y la de las personas que tienen valor para ella. Por eso, las mujeres tienen un pensamiento más libre que el de los hombres, al menos en potencia: porque les interesan más las personas concretas que las ideas abstractas, y porque buscan, detrás de cada idea, su relación con la vida.

Edith Stein dice a propósito de esto: «La mujer está en condiciones, más que el hombre, de tener presente, también en un trabajo en apariencia volcado totalmente a las cosas, que cada cosa sirve para una persona», y también «la cosa solo le interesa en la medida que sirve al viviente y a la persona». Este es el elemento que la orienta, porque la persona ocupa el primer puesto en su escala de valores.

La mujer siempre ha sido más capaz que el varón de intuir el valor especial de cada ser humano, porque todos tienen su origen en ella y, en consecuencia, cada uno es siempre «hijo» en cierto sentido. También está instintivamente más cercana que el varón a la conciencia del carácter único de cada criatura. Sabe que cada vida humana es siempre, desde su primera manifestación, una persona: cuerpo, alma y psique.

Desgraciadamente, hoy en día somos testigos de un ataque frontal a esta forma de sabiduría propia de la condición femenina acerca del cuerpo y de la persona. Hay un ataque feroz a las mujeres, que cuenta con el consentimiento de ellas, bajo los residuos mentirosos de la liberación y del progreso: creo, por eso, que la reivindicación de estas prerrogativas es un paso indispensable.

Pero dar testimonio del valor de la condición femenina y de la riqueza de sus componentes es una tarea decisiva que corresponde a cada madre realizar con sus hijas. Son las madres quienes, con su vida, sus batallas, sus pensamientos, pueden abrir a sus hijas el camino de la propia identidad sexuada. A través de la compleja relación con su madre, cada mujer percibe su propio valor o la flaqueza de su identidad, y establece las bases para su desarrollo como mujer.

A este tema he dedicado el cuarto capítulo.

El tema es tan rico y tiene tantas facetas que he tenido que elegir, también en este caso. He dado preferencia a dos momentos decisivos: el principio de la relación madre/hija, con las dificultades que pueden surgir, y el primer punto crítico del crecimiento, que coincide con la pubertad y la preadolescencia. Este segundo momento asume el primero, le ofrece la posibilidad de corregir sus errores o, por el contrario, puede fijar daños que harán la vida adulta más problemática.

El quinto capítulo está dedicado a otro tema de gran importancia, relacionado con la sexualidad: hombre y mujer expresan en este campo una diferencia muy profunda, que frecuentemente es fuente de incomprensiones, esfuerzos e insatisfacciones recíprocas.

La mujer no es, ni puede ser, sexualmente idéntica al varón, porque la misma estructura de su cuerpo condiciona modalidades diferentes en la experiencia de la excitación y del placer. De hecho, el deseo sexual masculino es más simple y directo, e igualmente la experiencia del placer es para él más simple y más directa. Con demasiada frecuencia, la participación de la mujer en la relación sexual consiste simplemente en adaptarse al hombre, lo que supone una renuncia a aquel intercambio verdadero e igualitario que es requisito del amor y que podría convertirse en una gran riqueza para la pareja.

En este tiempo en que se habla tanto de sexo, la realidad es que el hombre todavía conoce muy poco la sensibilidad sexual de la mujer. Incluso el recurso a la píldora anticonceptiva, que las mujeres vivieron en un primer momento como la vía maestra para acceder a la llamada igualdad sexual, en muchos casos no ha hecho otra cosa que aminorar aún más la responsabilidad del varón hacia ella, porque le permite pensar que la mujer puede y quiere, igual que él puede y a veces quiere, gozar de un sexo desvinculado de sus matices afectivos y relacionales.

Creo que ha llegado el momento de comprender que la forma más satisfactoria de sexualidad se expresa precisamente en la relación de amor verdadero entre un hombre y una mujer: protegidos por la confianza que nace de la promesa recíproca, ambos pueden aprender a conocerse sin temor a través del propio cuerpo sexuado, gozando plenamente el uno de la otra y el uno con la otra.

El sexto capítulo está dedicado a un tema de gran importancia en el universo femenino: la relación con las otras mujeres. Se trata de una relación multiforme y rica en potencialidades, pero que con frecuencia se ve acechada por el peligro concreto del sentimiento de envidia. Este tiene muchos matices, y no todos resultan evidentes de forma inmediata. La envidia es un sentimiento doloroso y destructivo, tanto para quien la siente como para quien la padece, y genera divisiones que hacen difícil y hasta imposible la colaboración y el trabajo en equipo.

Es muy importante conocer la dinámica de la envidia, su origen y su significado, porque solo de este modo será posible que las mujeres la reconozcan, en primer lugar, en sí mismas, y que le hagan frente para librarse de ella.

Entonces será posible que todas descubran que la relación entre mujeres puede ser fuente de una riqueza envidiable, que nace de la posibilidad de ser realmente solidarias y de trabajar juntas para valorar al máximo las características de cada una.

Finalmente, he querido dedicar el último capítulo al paso de testigo entre generaciones. Existe una sabiduría femenina por descubrir, que se extiende desde el cuidado del cuerpo al de las relaciones, del sentido del ritmo del tiempo a la capacidad de celebrar.

El mundo tiene una gran necesidad de las mujeres, de su modo de ver las cosas, de amar y de cultivar la belleza junto a la utilidad, de hacerse cargo de todo lo que necesita cuidado. Si las mujeres renuncian a la comprensión y al cultivo de sus características específicas, dejará de existir gran parte de belleza y gratuidad.

Hablar de la condición femenina y de sus cambios supone sacar a la luz un tema que nos importa a todos. Sin duda, a las mujeres, que hoy más que nunca necesitan tratar de su identidad propia y específica. Pero también es importante para los hombres, que necesitan aprender a comprender mejor a las mujeres para beneficiarse de la relación con ellas, y que también tienen la tarea de contribuir de forma más consciente al bienestar de las mujeres que aman y al de sus hijas.

La palabra mujer es hermosa: tiene su raíz en el término latino «domina», que significa «señora». Es una palabra que debería evocar valor y respeto, en un mundo donde el respeto a las mujeres parece haber quedado extremadamente lejano.

La relación entre los sexos nunca ha sido fácil, pero hoy conoce matices negativos inesperados, muy alejados de las verdaderas expectativas de los hombres y mujeres reales. El nuestro es un mundo extraño, en el que parece justo abolir la fertilidad de la mujer precisamente cuando es más fácil ser madres, y estimular su cuerpo para que se vuelva fértil cuando las energías vitales para la maternidad ya están en decaída. Es un mundo que interpreta como signo de libertad la posibilidad de abortar solas gracias a una píldora, o la de encontrarse sexualmente con muchos hombres para «tener muchas experiencias». Un mundo en el que nadie grita ni se escandaliza ante el terrible mercado de los vientres de alquiler, que explota el cuerpo de las mujeres como puras máquinas de hacer hijos por un precio.

Hoy en día las mujeres encuentran muchísimos hombres dispuestos a ofrecerles una noche de sexo, casi ninguno que les ofrezca una relación de amor. Aun así, todas siguen deseando ser queridas, encontrar respeto, afecto, ternura y reciprocidad. Estoy segura de que muchos hombres sabrían ofrecerles lo que buscan.

Este libro se propone aportar elementos de reflexión a todos aquellos hombres y mujeres que no se conforman con vivir relaciones provisionales e incompletas, y que todavía desean encontrarse, respetarse y quererse.