Había una vez un castor llamado Pocosmimos.

Era muy chiquitito, pero tenía una soledad muy grande.

Un día, Pocosmimos se sentódebajo de una nube.La más negra que encontró.Arrancó una zarzamora.Y la arrojó hacia ninguna parte.Luego, cogió otra.Y la lanzó más lejos todavía.Así, hasta dejar el arbusto pelado.

Después, apoyó la cabeza en su almohada de setas.Y se puso a llorar.

Lloró y lloróhasta que las palabras se le mojaron.

–¡Buaadie ee gaaar ooonmioooooo!–se lamentaba.