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A Bea Vignoli

1. El accidente de Sofi

Salgo a fumar en ayunas con el mate. Mi única fuente de evasión y placer. Volví a escribir a mano porque la tablet se fue destruyendo con los golpes. Anoche pude enterarme de cómo fue el “accidente” de Sofi, como ella se empeña en llamarlo. En realidad fue un intento de homicidio de su novio, un psicótico de su pueblo que después de seducirla comenzó a llevarla a la casa y a castigarla a diario delante de su familia. Decía que por celos. Después de golpearla, la obligaba a vestirse con sus peores ropas, la subía al auto y la llevaba al pub que frecuentaban sus amigos para exhibirla sucia y con la cara magullada. Poco a poco la fue secuestrando en su mundo enfermo y a usarla como objeto de su brutal cobardía. Hasta que ella se hartó, y una mañana en que el tipo salió, ella llamó a su hermano y le pidió que viniera con la camioneta. Juntaron sus cosas y se fueron a casa.

Finalmente, el padre le alquiló un departamento en un segundo piso, creyendo que de esta manera podría preservar a su hija del rebote de ira que el loco estaría ya preparando. Por lo menos, en el acceso al edificio había un portero, y todo alrededor vecinos a tiro que podrían protegerla, o en todo caso advertirla de los merodeos del tipo. Pero ella cometió el error de salir demasiado pronto a pasear con sus amigas, sin siquiera haber radicado una denuncia que, con suerte, pudiera mantener al ex a raya.

Cuando iba en auto con sus amigas, el novio reconoció el coche y el rodete característico de Sofi y comenzó a perseguirlas. Se les cruzó, y en un segundo abría la puerta de atrás para arrastrarla de los pelos; a patadas la fue arreando por el pavimento hasta meterla en su auto, trabó la puerta y arrancó a toda velocidad por la calle principal llena de gente que desde los portales miraba el drama sin despegar los labios del mate. Ella logró abrir la puerta y saltar en marcha. Rodó por el pedregullo de un barrio hasta quedar hecha un bollito contra un árbol. Las ópticas del coche la apuntaron de frente y se le vinieron encima, ella se ladeo pero recibió un golpazo del costado de la trompa en una pierna. El tipo se bajó, le quitó las llaves del departamento y se fue a esperarla como el lobo. Sofi no se explica por qué fue tras él, con un tobillo sangrando, las sandalias en la mano, como la chica del comienzo de Mulholland Drive. Caminó hasta el departamento dando un rodeo por calles oscuras para evitar ser vista, desde la puerta de vidrio le hizo señales al portero para que le abriera. Mientras esperaba el ascensor sonreía y comentaba lo bruta que había sido yendo en roller por el centro.

–Los tuve que tirar, jaja.

El tipo sonrió pero con cierta desconfianza. Se la veía como drogada, comentó después en sus declaraciones, según corrió el rumor.

Vio la llave puesta y golpeó con energía. Él le abrió con una carcajada. Incluso se abrazaron. ¡Qué locos! Pero enseguida de entrar, la obligó a tomar vino con pastillas. Ella se puso de mal humor, en realidad estaba tremendamente dolorida, y se negó a coger. Cuando se despertó era de día y estaba rodeada de vecinos que ese día llegaron tarde al trabajo. Tirada sobre el pedregullo limpio de la cochera, vio el reborde de la terraza y recordó el silbido en la panza mientras caía. Tres pisos. Un segundo. Cuando quiso incorporarse sus piernas estaban fuera de control. Vio una gorra de policía y se desmayó.

Se despertó en el hospital. Sus padres y sus hermanos sonrieron como si la vieran resucitar. No sentía dolor, devolvió la sonrisa y enseguida probó mover sus piernas. No las encontró más que en su cabeza. Entonces lloró. Largo y despacio. Mirándolos como desde detrás de un blindex, sin hacer más ruido que el de sorberse los mocos cada tanto. Su hermana, la más chica, la abrazó: Chofi.

Durante su recuperación clínica, que por suerte fue rápida, los padres solicitaron plaza en el Centro de Rehabilitación. El ingreso demoró unas semanas, hasta que se produjo un alta y fue convocada para una evaluación. Pasó por varios exámenes y algunos traslados, porque en el pueblo no hay, por ejemplo, aparatos de resonancia: fundamental para obtener una imagen clara de la lesión. Todos confirmaron que la médula había sido sesgada de forma completa a la altura de las dorsales. Las probabilidades de incorporarse y volver a caminar eran menos que 1. Pero ella nunca se hizo cargo. Dice: cuando yo vuelva a caminar voy y lo quemo a ese hijo de puta.

Pero la realidad de sus actos es otra, en 9 meses apenas recuperó el control del tronco para desplazarse con gracia en su silla de ruedas. Todo lo demás son charlas, mates, puchos y mensajes.

El tipo estuvo tres meses preso y recuperó su libertad. Ahora, cuando ella viaja a su pueblo, él le hace la pasada en una moto, le sonríe, le tira besos. Ella dice que lo sigue amando, que es un loco, y que volvería con él sin dudarlo. Nosotros la escuchamos, apagamos el pucho y volvemos adentro.

Del último viaje volvió con un tatuaje en el antebrazo: TE ESPERO SIEMPRE.

Fuma un atado de Philip diario.

No para de dar vueltas.

El Pibe y Fer la festejan.

Son muy chicos y ya no se les para.

Finalmente seduce a Carlitos, el supervisor de la noche.

Cojen en la pieza de Sofi frente a Rosa, la vieja a la que Brian escandaliza ofreciéndole droga.

De un día para otro Sofi pide el alta voluntaria y desaparece sin saludar.

Al supervisor Carlitos no se lo vio más.

Me precipité.

2. Simón

Simón era policía y antes motoquero, pero el accidente borró todas las marcas de su biografía. Ahora tiene cara de nada, con unos ojos redondos y el pelo largo con rulos achatados con agua. Guarda un álbum que cada tanto saca a pasear, con fotos en donde se lo ve de uniforme, esgrimiendo la reglamentaria, el pelo bien corto y cara de pillo. Otras de más joven, con barba y pelo largo, chaqueta de cuero negra, montando una moto armada con horquilla chopper. Ahora está más flaco, va en silla de ruedas, tiene abollado un lado del cráneo y la única palabra que pronuncia es No. No, no, no. Y con eso se las arregla para significar todas las palabras que zumban en su mente sin posibilidad de expresión. Sin embargo, al tiempo de compartir charlas en ruedas de mate, uno aprende más o menos a interpretar lo que quiere decir. El contexto es un lenguaje sumamente eficaz.

Una noche, mientras cenábamos, Carlos y yo nos distrajimos de una película que daban por el canal Studio charlando sobre no sé qué cosa. Cuando volvimos, el muchacho que había chocado y matado a su padre conduciendo el auto a velocidad no reglamentaria, ejecutaba extraños movimientos dentro de su casa. Iba y venía nervioso por el living, corría y descorría con odio la cortina de la ventana que daba al jardín del frente de la casa desde donde un adolescente en bicicleta le hacía burlas. El muchacho finalmente salía disparado hacia el jardín con gesto crispado y de pronto volvía sobre sus pasos, aterrorizado. Un patrullero aparecía por la cuadra como una amenaza que Carlos y yo no comprendimos. Simón seguía concentrado en la película, y al escucharnos barajar hipótesis empezó a explicarnos con sus no, no, no, la parte que nos habíamos perdido. ¡Y lo logró! Al parecer el muchacho había sido acusado de homicidio y pagaba su condena con un arresto domiciliario monitoreado por una tobillera electrónica. El chico maldito conocía la situación y lo burlaba manteniéndose en el límite del rango permitido. Un par de no, no, nos bien entonados y algunos gestos y expresiones consiguieron emparchar la narración y así pudimos continuar viendo la película.

Así como Simón, hay otros pacientes que por golpes en la cabeza o accidentes cerebro vasculares perdieron el habla. Para esos casos hay un área específica: fonoaudiología. Las fonoaudiólogas entrenan no solo la recuperación del habla, sino también la deglución, la respiración y otras funciones que tienen que ver con el tránsito y la boca. Hay prácticas extraordinarias, como la de recuperar la proferencia de un sonido (por ejemplo, de una consonante) con el estímulo de un gajo de limón. Pienso ahora que la sinestesia es el orden natural con el que opera el organismo para captar, interpretar y distribuir la información.

Simón tiene cara de muchacho, aunque debe pasar de los 40. Es muy querido, siempre sonríe y dice no, no. En las comidas es al único al que le permiten repetir. Come, come, come, y lo que sobra lo acarrea para el cuarto.

–Simón, ¿te llevás el desayuno?

–¡No, no no!, dice y se escapa riendo en su silla, propulsándose con una sola pata.

P.D.

Norita dice sí, sí, sí, y porque, porque, porque, y su hijo traduce para los otros el asunto a que refiere la madre. Guille tiene una lesión menor, pero igual le quedó una compulsión a acusar siempre tres cosas en sus argumentos. En el accidente lo chocó una chata, un auto y después lo mordió un perro. Cuando le duele, le duele la cabeza, el estómago y un brazo. Quizás la matriz esté en que tiene tres hijas de las que siempre habla con devoción. Tiene sus nombres tatuados en los brazos, los tres comienzan con J: Jazmín, Jésica y Joselyn, de las que solo ve a dos, muy de tanto en tanto. Dice con amor que ahora ellas se ríen de él y que la mujer tocó la banda.

3. Néstor

Néstor toma sol adormecido en una esquina de la pileta. Tiene apoyado su brazo malo sobre una tabla de goma. Son las 9 a.m. y a esta hora, en esta época del año, el sol entra por los ventanales que dan al fondo del parque. A veces abre los ojos, silba y continúa meciéndose al ritmo de las canciones que pasan por la radio. Una radio retro del pueblo, carbón que al final resulta diamante. Melódicos de los 70. “Vive, hay una casa, una mañana, una mujer…”

Como es imposible lograr que acate una orden y se integre a la clase, el instructor se dedica exclusivamente a los otros que estamos en el turno.

Néstor es un hombre resignado que hace rato dejó de entrenar. Se dice que las cosas no andan muy bien por su casa. Pocas veces su mujer viene a visitarlo y, cuando lo hace, él la destrata. Con gestos prepotentes se queja de que ella no entiende lo que él silba. Pero es que en realidad solo algunos pocos compinches logran traducir más o menos sus intenciones.

El ACV lo dejó hemipléjico e incapaz de pronunciar palabra. Los primeros meses de su estadía concurrió a las sesiones de fono, pero ya hace mucho que las esquiva, desde que incorporó los silbidos como lenguaje, un lenguaje propio que nadie comprende. Pero él aparenta estar muy cómodo en ese mundo autista, que solo rompe de vez en cuando para soltar una carcajada burlona cuando alguno de los compañeros comete un error. Acá todos volcamos continuamente cosas, así que ocasiones no le faltan.

Su personaje es gracioso y a la vez insoportable, lo que lo transforma en blanco de un bullying continuo de parte de todos los estratos de la institución. Pero es en las sesiones de Hidroterapia donde la cosa se pone más heavy. Una, por la pecera de vidrio que la aísla del resto del edificio como un estudio de grabación, y otra porque los coordinadores no son terapeutas, sino profes comunes de gimnasia.

Le dicen que es un viejo mantenido. Que la mujer se quedó con la concesionaria. Que se la van a garchar para que les regale una 4X4, un cero kilómetro. Y como el tipo siempre encuentra excusa para diferir el alta, le adjudican deudas y todo tipo de macanas en el pueblo que seguro lo esperan a la vuelta. Néstor sonríe con los ojos cerrados fingiendo regodearse en su vaivén.

Durante el verano la mujer desapareció por varias semanas. Alguien se enteró de que había viajado a Punta del Este y entonces las burlas se incrementaron hasta niveles muy groseros.

Él responde a todo haciendo la vista gorda, y cuando ya no lo puede soportar, reacciona con violencia. Nára, narára, na ná na, chapucea con acento italiano. También tiene la maña de soltar sopapos, arrebatos que una vez le valieron un correctivo del profesor. ¿Vos sos loco? Mientras lo agarraba de los rulos y le hundía a cabeza un par de veces en el agua. Otro día le tendieron una trampa. El profe lo puso a hacer un ejercicio llevándolo disimuladamente hasta la altura del caño de carga, que viene del tanque; mientras tanto Toto, el auxiliar, salió y le abrió de golpe el agua fría. Néstor se la tiene que guardar. Yo creo que tiene un plan secreto que me cuesta develar.

Hace algunos meses, cansado de escuchar a Julito, la ballena, regurgitar moco por el tubo de su traqueo, pedí cambio de habitación. Me pasaron a la 9 y ¡BINGO!, en la otra cama estaba Néstor. Todo el plantel de enfermería y camilleros me gastaban diciendo: ¡es lo peor, ya tres pacientes pidieron el cambio! Néstor silba todo el día y a la noche ronca como un oso. Y tenían razón. Pero yo la pasé bien, me relacionaba lo justo y necesario, veíamos La viuda negra por las noches y me quedaba dormido con el diazepam.

Al mes, el que pidió el cambio fue Néstor. Se ve que estaba tan acostumbrado a reinar en soledad que no pudo soportar mi tolerancia. Terminó en el ala 2, con alguien mucho peor: Alejo, un muchacho asustadizo y quejoso, con mirada maligna, que llora todo el tiempo. No sé cómo la estará manejando.

Al final estuve un par de semanas solo y a mis anchas, ¡LIBRE!, hasta que volvió El Capitán. Pero con el Capitán tenemos largas conversaciones sobre barcos y yo le hago la segunda para mirar cualquier bodrio de entretenimientos, porque enseguida le empezamos a sacar el cuero a los participantes y la pasamos bomba. Cuando yo me pongo mal, él me dice: andá a fumarte un puchito y acostate. Mañana será otro día. Y ese laconismo me baja a tierra desde el limbo infernal de mis paranoias nocturnas. Lo único que me molesta del Capitán es que hace poner el aire a 22 y amanezco congelado. Pero él se dio cuenta y mandó traer un ventilador que se lo hace poner prácticamente encima. Entonces el aire volvió a los 25 y yo pude volver a descansar. Además, gracias a su cercanía amistosa, empecé a ser bien recibido en el círculo de pioneros: hombres rudos, sarcásticos, impenetrables, a quienes la mascota Sofi hace calentar y reír con su locura desfachatada.

4. Sandoval

Hay un hombre viejo, pero de buen porte, cetrino y con enormes mostachos. Después de comer sale disparado en su silla como un campeón a través de las galerías, abre y sale a fumar escondido detrás del tanque de agua. Hace meses que nos encontramos pitando en lo oscuro, pero no me dirige la palabra, ni para saludar. Yo doy vuelta la silla, armo mi cigarro de mezcla y fumo hacia el fantasma de los pinos ignorándolo olímpicamente.