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El Salmo fugitivo

Antología de poesía
religiosa latinoamericana

Selección e introducción
de Leopoldo Cervantes-Ortíz

Prólogo
de Carlos Monsiváis

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Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA

E-mail: clie@clie.es

Internet: http://www.clie.es

EL SALMO FUGITIVO:

ANTOLOGÍA DE POESÍA RELIGIOSA LATINOAMERICANA

Copyright © 2009 Leopoldo Cervantes-Ortiz, editor

Copyright © 2009 por Editorial CLIE

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Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra».

ISBN: 978-84-8267-549-7

eISBN: 978-84-8267-626-5

Clasifíquese:

0996 POESÍA:

Antología de la poesía

CTC: 02-13-0996-01

Índice

Palabras Preliminares

Prólogo

La luz y la llama: apuntes sobre la poesía de tema religioso en América Latina

Rubén Darío

Amado Nervo

José Juan Tablada

Alfredo R. Placencia

Vicente Mendoza

León Felipe

Azarías H. Pallais

Ramón López Velarde

Gabriela Mistral

Laura Jorquera

César Vallejo

Mário de Andrade

Vicente Huidobro

Fernando Paz Castillo

Salomón de la Selva

Pablo de Rokha

Jorge de Lima

Juana de Ibarbourou

Evaristo Ribera Chevremont

Carlos Pellicer

Luis Palés Matos

Gonzalo Báez-Camargo

Jorge Luis Borges

Juan Burghi

Ángel Martínez Baigorri

Romelia Alarcón Folgar

Francisco Luis Bernárdez

José Gorostiza

Murilo Mendes

Sante Uberto Barbieri

Dulce María Loynaz

Germán Pardo García

Rogelio Sinán

Eugenio Florit

Jorge Carrera Andrade

Luis Cardoza y Aragón

Nicolás Guillén

Pablo Neruda

Clara Silva

José Coronel Urtecho

Francisco E. Estrello

Emilio Ballagas

Sara de Ibáñez

Sergio Manejías

Ángel M. Mergal

Enrique Molina

Concha Urquiza

José Lezama Lima

Óscar Cerruto

Pablo Antonio Cuadra

Braulio Arenas

Vinicius de Moraes

Manuel Ponce

Alaíde Foppa

Octavio Paz

Nicanor Parra

Ángel Gaztelu

Francisco Matos Paoli

Guadalupe Amor

Gonzalo Rojas

Luis D. Salem (Aristómeno Porras)

César Fernández Moreno

Alberto Girri

Mario Benedetti

Eliseo Diego

Olga Orozco

Cintio Vitier

Fina García Marruz

Federico Pagura

Jorge Eduardo Eielson

Ida Gramcko

Lêdo Ivo

Ramón Xirau

Mortimer Arias

Rosario Castellanos

Roberto Juarroz

Miguel Arteche

Ernesto Cardenal

Jaime Sabines

Miguel Yacenko

Pedro Casaldáliga

Enriqueta Ochoa

Enrique Lihn

Julia Esquivel

Juan Gelman

Raúl Macín

María Elena Walsh

Marco Antonio Montes de Oca

Rubem Alves

Héctor Viel Temperley

Gabriel Zaid

Fernando Cazón Vera

Roque Dalton

Osvaldo Pol

Adélia Prado

José Miguel Ibáñez Langlois

Horacio Peña

Alejandra Pizarnik

Hernán Montealegre

Jorge Debravo

Julio Iraheta Santos

José Emilio Pacheco

Gastón Soublette

José Kozer

Roberto Obregón

Hugo Zorrilla

Belkis Cuza Malé

Hugo Mujica

Santiago Kovadloff

Jorge Arbeleche

David Escobar Galindo

Roque Vallejos

César Abreu-Volmar

Alfonso Chase

Alejandro Querejeta Barceló

Raúl Zurita

Roberto Zwetsch

Mario Montalbetti

Carlos Bonilla Avendaño

Edmundo Retana

Javier Sicilia

Milton Zárate

Patricia Gutiérrez-Otero

Ana Istarú

Francisco Magaña

George Reyes

Ángel Darío Carrero

Luis Gerardo Mármol Bosch

Bibliografía

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Palabras Preliminares

“A la sombra del salmo ha estado viviendo el hombre muchos siglos…” escribe León Felipe, en sus versos de honor al salmo fugitivo, al salmo que huye de la prisión en la que pretenden enclaustrarlo sanedrines, sínodos y consistorios, al salmo que peregrina hacia su matriz original: la poesía. Esta antología, magistralmente compilada por Leopoldo Cervantes-Ortiz, con un título, El salmo fugitivo, que tanto evoca a ese gran poeta del exilio español en América, es un reflejo de la crucial importancia que la religiosidad, como salmo de fe, esperanza, duda, rebelión y clamor angustiado, reviste en la poesía latinoamericana contemporánea.

Desde su primera edición (2004), esta antología ocupa un lugar privilegiado por diversas razones: 1) Provee pistas únicas para seguirle los pasos a los encuentros amorosos, con frecuencia clandestinos, de la poesía y la religiosidad por lo senderos de nuestros países latinoamericanos. 2) Es una obra de impresionante y poco común talante ecuménico, libre de las restricciones confesionales que con tanta ansiedad defienden las instituciones eclesiásticas. 3) Abarca la amplitud de nuestro continente, desde el Río Grande, en el norte, hasta la Tierra del Fuego, en el sur. 4) Nos permite percibir la rica variedad de enfoques, perspectivas y estilos líricos con que la poesía latinoamericana enfrenta la religiosidad y su intrincada red de espiritualidad, símbolos, creencias y ritos. Esas virtudes se acrecientan en esta nueva edición, aún más amplia y abarcadora, de mayor caudal ecuménico y poético.

Este es un texto indispensable para quienes, como este agradecido lector, no cesamos de admirar la creatividad poética de nuestros pueblos, ni sabemos poner fin a nuestro apasionamiento por los enigmas perennes de la existencia humana, la fuente inagotable del sentimiento religioso. En un lugar clave de su obra maestra, Los pasos perdidos, Alejo Carpentier vislumbra cómo en los orígenes de la historicidad humana, al captarse angustiosamente la fragilidad de todo lo que confiere sentido y valor a nuestra existencia, surgen simultáneamente, como clamor de queja, protesta y esperanza, la poesía, el himno y el salmo. Leopoldo Cervantes-Ortiz recorre, como nadie en nuestras letras continentales, los pasos perdidos de ese clamor. Quedamos todos en deuda con este excepcional intelectual, literato y teólogo mexicano, quien en su propio espíritu creador sabe que, para citar nuevamente a León Felipe, “el poema es un grito en la sombra, como el salmo...”.

Luis N. Rivera-Pagán
Princeton Theological Seminary
Enero de 2007

La luz y la llama: apuntes sobre la poesía de tema religioso en América Latina

A la memoria de don Aristómeno Porras (Luis D. Salem),
ejemplo de sencillez humana y sensibilidad literaria

y mi padre, judío polvoriento,
carga de nuevo las arcas de la ley cuando sale de Cuba
JOSÉ KOZER, “Diáspora”

1. Poesía moderna y religión

La poesía moderna se ha desentendido de lo sagrado de varias maneras. Ya sea por medio de un ataque soterrado a la religión, a las iglesias instituidas y a todo aquello que suene a sagrado, o por la más absoluta indiferencia. La Iglesia, como imagen institucional y vehículo de lo sagrado, encarnaba la incomprensión que las búsquedas artísticas encontraban en los medios ligados a lo religioso. La necesaria emancipación del arte, fruto de los impulsos de la ideología burguesa triunfante en Occidente, logró, en el caso de la poesía, una mayor independencia que le permitió indagar, a su modo, en las profundidades del ser. El grito nietzscheano sobre “la muerte de Dios”, anticipado por Jean Paul, evocaba el regreso programático de las divinidades paganas, aunque con otro rostro, muy diferente al del Dios cristiano, cuya larga agonía, literal y simbólica, había ayudado a incubar, también, la agonía del ser humano.

Escribir poesía de tono religioso, para los autores modernos, resultaba impensable, a menos que se hiciera con ironía y con una profunda conciencia de lo sucedido en el ámbito estético. Las imágenes y motivos religiosos son usados, escépticamente, para objetivar la negación de lo religioso. Uno de los temores subyacentes a actitudes como ésta consiste en suponer que la literatura nuevamente volverá a ser vocero de la Iglesia y sus corifeos. Los poetas modernos experimentaron el proceso de secularización como una liberación de los lastres religiosos, no solamente para la vida cotidiana, sino, sobre todo, para la práctica del oficio poético. Al usar el lenguaje religioso como un recurso satírico, enriquecen y complementan su lenguaje con un mecanismo que funcionaba de una manera restringida en la religión pero que entró al circuito polisémico de la poesía, al salir de las limitaciones dogmáticas. Por otro lado, la poesía ha suplantado, desde el romanticismo, la visión sagrada del mundo, pero sin las estrecheces del dogmatismo. En este sentido, la modernidad es una continuación de los impulsos surgidos desde el siglo XVIII que se consolidaron en el siglo XIX.

Según explica Jorge Aguilar Mora, durante el romanticismo, los poetas hispanoamericanos experimentaron la posibilidad ya no del silencio de Dios, sino de su definitiva ausencia, algo que no afectaba solamente su tarea estética:

Ante la sospecha de que el Dios cristiano sólo fuera una hipótesis, de que la historia ya no estuviera siguiendo los senderos de la providencia, de que los principios morales del catolicismo fueran relativos y sólo relativos… estos poetas vivieron un doble fracaso: la ficción que les daba terror se volvía más ficticia con su propio miedo y la vida verdadera a la que aspiraban terminaba en otra ficción, en la posición desesperada de renunciar a la vida… en vida, llamándola un sueño, doble tragedia de la ficción: la vida como enfermedad y como herida.1

Además de sentir que sus creencias se derrumbaban, los poetas románticos tuvieron que transformar su expresión literaria para responder a las fuertes dudas que los aquejaban. Los modernistas, receptores de una estética que ya no cargó con este dilema, se expresaron de forma distinta. Según Aguilar Mora, el problema no era tanto estético, sino moral, puesto que para un poeta-puente como Martí, “sólo había una moral: la moral trágica del hombre, y la fuente de sus valores no era el maniqueísmo cristiano, sino el poder del hombre para abarcarlo todo, para demostrar su capacidad visceral, natural, de abarcar el mundo para ser aceptado por ese mismo mundo”.2 En otras palabras, la dualidad vital introducida por el dominio cristiano de las conciencias en Hispanoamérica iba a ser sustituida, en la poesía, por una visión más uniforme de la vida y del mundo. Había que vivir en un mundo unívoco, donde ya no era necesaria la hipótesis de Dios. Podía desaparecer, así, la doble ficción que enfrentaron los románticos.

El tema teológico-filosófico de la muerte de Dios no fue trabajado en la poesía latinoamericana de vanguardia de la misma forma que en Europa. Por las características propias del continente, que no deja de manifestarse en los movimientos literarios, el tratamiento del tema adquirió un tono peculiar. Ejemplo de ello es la poesía de César Vallejo, que ya desde Los heraldos negros se monta sobre algunos episodios de la historia sagrada y, mediante un lenguaje semiblasfemo, transforma los resabios de la expresión modernista en algo muy diferente, a caballo entre dicha corriente y como sin decidirse a ser plenamente vanguardista. Rafael Gutiérrez Girardot ha demostrado cómo Vallejo no fue el poeta sin suficiente conciencia crítica que algunos han querido ver.3 Lo cual importa mucho porque el lenguaje de Vallejo, tan lleno de alusiones religiosas, es una especie de puente entre el modernismo galopante latinoamericano y la irrupción de las vanguardias, pero situado en ese plano conscientemente. La crucifixión de Jesús, uno de sus motivos poéticos en Los heraldos negros, entronca con el romanticismo en su intento por recrear la historia con una mirada infantil y asumir el privilegio (en una especie de blasfema Imitación de Cristo) “de ser Cristo o el mal ladrón, de repartir calvarios y cruces, coronas de espinas y penas, de designar en cada caso a quién toca el papel de María como madre o como amada, de la Magdalena como amada o como hermana, del padre que ausculta, como José, la huida a Egipto y de las otras máscaras en el sombrío Viernesanto, mezclado de Jueves Santo pero sin esperanza de Pascua de Resurrección”.4 Así, Los heraldos negros

no es la expresión de una religiosidad criolla o chola, pero tampoco una manera de rescatar para un trivial dolorismo cualquiera solemnidad de Dios y del Viacrucis de Jesús, el intento de rescatar a Dios de las cadenas con las que lo han atado los filósofos para hacer de él un Dios que también sufre, que se sienta a la mesa con la familia o en el café con los amigos y que comparte con los hombres las penas cotidianas. Vallejo no fue un pobre teólogo existencial de Santiago de Chuco, y si en su poesía hay algo de teología, ésa es, más bien, la que discutió con hondura y con pasión humana Manuel González Prada […] La repetición del Gólgota en Los heraldos negros, ese fúnebre juego de inocencia infantil, está más allá de cualquier preocupación de teología doméstica.5

Gutiérrez Girardot es tajante en este punto, porque, además, aleja a Vallejo de las interpretaciones que, sin dejar de tener razón acerca de las claras influencias vanguardistas de Vallejo (por ejemplo, Mallarmé en “Los dados eternos”), no comprenden bien de qué profundidades brotaron sus expresiones ligadas a lo religioso, y las relacionan muy directa, y casi gratuitamente, con filósofos como Nietzsche. Por ello, afirma:

Como en los poetas y filósofos que lo antecedieron, en Vallejo la experiencia de este acontecimiento, la ‘muerte de Dios’, no constituye un postulado de ateísmo. Vallejo, de quien Thomas Merton ha dicho con certeza que “es un gran poeta escatológico, con un sentido profundo del fin y, además, de los nuevos comienzos (acerca de los que no se expresa)” y quien rechazaba todo lo conceptual, no pretende demostrar la verdad o la falsedad de una fórmula o la existencia o inexistencia de Dios. Sus cuadros de la Crucifixión carecen de teología, porque son la negación de toda teología con sus órdenes lógicos […] Él no las concibe [las escenas de la crucifixión] como una refutación o como un postulado, sino como la desnuda expresión de una experiencia, esto es, la del hecho histórico de la “muerte de Dios” que lloran los “vagos arciprestes” y que acontece “ya lejos para siempre de Belén”.6

El tema de Dios, aunque se desfigura bastante en sus últimos libros, no deja de ser una constante, incluso desde el título de uno de ellos: España, aparta de mí este cáliz. Pero será en Trilce donde llegará a alturas impensables para cualquier otro esfuerzo vanguardista de la época, sobre todo si se toma en cuenta que en Vallejo ninguna de sus expresiones acerca del tema proceden de una pose esnobista o esteticista, algo que sí se puede afirmar acerca de otras propuestas. “Espergesia”, el famoso último poema de Los heraldos... anuncia lo que vendrá en Trilce, que con sus imágenes descoyuntadas representa la “infinita noche sin Dios”. Allí, Vallejo experimentará la libertad lingüística total, de tono vanguardista, pero relacionada también con la libertad de quien vive en el “mundo al revés”, de alguien desamparado que sigue viviendo tras la muerte de Dios. El dislocamiento del lenguaje manifiesta la disonancia y la desfiguración del mundo sumido en la noche infinita de la muerte de Dios.7

Por lo anterior, la respuesta a la pregunta sobre una poesía religiosa en el siglo XX no puede ser más que ambigua, pues en términos estrictos esta poesía dejó de existir, dado que el desarrollo cultural y literario hizo que tuviera un carácter muy distinto al de siglos anteriores. La temática religiosa sigue presente y muy viva, pero con la interrogación producida por la duda y el desgaste de las instituciones. La poesía religiosa militante ha tenido que enfrentar, no siempre con humildad, el hecho de que autores/as abiertamente ateos sean quienes mejor plantean el problema de lo sagrado y sus manifestaciones. Gabriel Zaid ha sido muy sensible a esta situación y ha escrito acerca de lo que denomina “nostalgia del integrismo”, con una mirada crítica sobre las autoridades religiosas.8 Zaid sigue muy de cerca la huella de Eliot, quien no se engañó acerca de la posibilidad del retorno triunfalista de una cultura religiosa.9 Por ello, quizá, cuando un antologador con alguna filiación confesional acomete la tarea de reunir poemas de tema religioso, se ve abrumado por la producción mayoritaria de autores, por lo menos, agnósticos. Lejos están los tiempos en que la situación era al revés. Al predominio de esta cultura católica le siguió, pues, un panorama donde los artistas o escritores se convirtieron en los heterodoxos visibles, en guardianes de la espiritualidad deformada por la religión oficial, pues como advirtió Sartre, “sacado del catolicismo, lo sagrado se posó en las bellas letras y apareció el hombre de pluma, sustituto del cristiano”10 y la religión se convirtió en un “boceto”.

En este terreno, las mutaciones que experimentó América Latina a lo largo del siglo XX, manifestada sobre todo por la creciente descatolización, responden también a las características peculiares que han tenido la modernidad y su influjo. Tal vez el progresivo debilitamiento de la religión mayoritaria comenzó a hacerse palpable, antes de imponerse la pluralidad religiosa actual, mediante la expresión literaria de las primeras décadas del siglo, en las que se forjó un conjunto valiosísimo de autores que ignoraron por completo las restricciones clericales. De ese modo, muchos poetas fueron más allá del manejo simbólico de los modernistas, quienes se adueñaron de las figuras religiosas para darles otro sentido y proyección. Así, la heterodoxia explotó libremente en la literatura como después lo haría en la vida social, pues los sentimientos religiosos, siempre vitales, han encontrado, incluso en la posmodernidad, la manera de manifestarse, como se aprecia en el poema “Auto (remake del Coro V de The Rock de T.S. Eliot)”, del peruano Mario Montalbetti, que concentra el desencanto, la ironía y los aires de blasfemia en un formato de plegaria que se niega a renegar de la tradición.

2. Antecedentes y contextos

Al intentar un panorama de la poesía latinoamericana en busca del elemento religioso, son varias las expectativas, sorpresas y contradicciones que se encuentran en el camino. Primero, porque se da por sentado que lo religioso o lo sagrado está presente en dicha poesía sin lugar a dudas. Y es que, como resultado de la evolución histórica, cultural e ideológica del continente se supondría que el sustrato religioso es uniforme y se vive con la misma intensidad. Sólo que esta idea es obligada a matizarse apenas se observa con cierto detenimiento el trato de los y las poetas latinoamericanos con lo sagrado, la fe o la religión. Segundo, porque la influencia formal e ideológica de las vanguardias en épocas tan tempranas como el modernismo, hizo que esta poesía asumiera un cierto aire de cinismo y nostalgia alcanzando un grado profundo de desencanto, como siempre, en relación con las instituciones religiosas, aunque con una nostalgia del trato con lo sagrado.

Anteriormente proliferaban antologías de poesía religiosa española que ocasionalmente incluían autores hispanoamericanos.11 Una de las más representativas, aunque no dedicada sólo a este continente, es la de Emilio del Río (1964).12 Dios en la poesía actual, de Ernestina de Champourcin (1976) documenta algunos de estos esfuerzos y califica a algunos de incompletos.13 Ella misma, al integrar poetas hispanoamericanos, abre con Rubén Darío y Amado Nervo (al lado de los “modernistas” españoles) y culmina con Ernesto Cardenal. No obstante, el panorama que presenta es amplio y su combinación de poetas españoles e hispanoamericanos fue aleccionadora. Las antologías continentales han sido un tanto escasas, y las nacionales no tanto, aunque su énfasis es más bien confesional o ideológico.14

Hombre y Dios. II. Cien años de poesía hispanoamericana, de Pilar Maicas García-Asenjo y María Enriqueta Soriano P.-Villamil (1996),15 incluye más autores. Forma parte de un proyecto en tres volúmenes que abarca la poesía española y europea. Su criterio temático, así como la perspectiva un tanto eclesiástica, impiden apreciar las aportaciones específicas de los poetas incluidos, aun cuando manifiesta interés por los poemas más representativos del continente. Cronológicamente, va de José Martí a Raúl Zurita. Sea por información limitada o falta de atrevimiento, las generaciones recientes aparecen poco representadas. Entre las antologías regionales sobresale Las armas de la luz. Antología de la poesía contemporánea de América Central, de Alfonso Chase (1985),16 minuciosa compilación que rescata obras ubicadas en un espectro ideológico bien determinado, pero que documenta muy bien el tema religioso en una época convulsa de la historia centroamericana.17 Otra recopilación interesante es la de poesía judía latinoamericana llevada a cabo por Santiago Kovadloff.18

La variedad de la presente selección intenta reflejar la multiforme preocupación por lo sagrado que ha estado presente en los poetas latinoamericanos. Ante la modernidad, algunos de ellos opusieron su oficio como una reacción personal a los dilemas planteados (Darío, López Velarde), otros se subieron al novedoso tren y ensayaron búsquedas heterodoxas sin olvidar sus orígenes (Tablada, Vallejo). Otros más, ya plenamente modernos, aplicaron las lecciones del nuevo modo de hacer para interrogar a su tradición críticamente (Borges, Lezama Lima, Paz) y abrieron la senda para los poetas posteriores.

Esta antología rastrea la isotopía religiosa en el corpus poético latinoamericano del siglo XX, de ahí que debe inscribirse, necesariamente, en el espectro o como un derivado de las antologías de la poesía latinoamericana en general, pues revisa, de otra manera, la producción poética del continente. El tratamiento de lo religioso es el eje que estructura la selección, pues a partir de los “fundadores”, es posible articular una nómina que abarque poemas de autores poco favorecidos por las antologías aunque de calidad innegable.