portada

Si este libro le ha interesado y desea que lo mantengamos informado de nuestras publicaciones, puede escribirnos a o bien regristrase en nuestra página web:
www.editorialsirio.com

Título original: Secrets of the Lost Mode of Prayer

Traducido del inglés por Roc Filella Escolá

Diseño de portada: Editorial Sirio S.A.

Composición ePub por Editorial Sirio S.A.

Introducción

Este libro va dirigido a quienes buscan sosiego ante los temores y la incertidumbre de nuestro mundo. En esos momentos en que la vida te duele y te llena de lágrimas los rincones más recónditos del corazón, te invito a entrar en el refugio de la belleza, la bendición, nuestro modo de rezar olvidado y la profunda sabiduría en que todos ellos descansan. Ahí podrás encontrarle sentido a lo inexplicable y hallar la fuerza que te oriente hasta concluir un día más.

Sobre el autor

Gregg Braden colabora en el New York Times y es frecuentemente invitado a conferencias y encuentros internacionales especializados, siempre para abordar el tema de la espiritualidad y la tecnología. Antiguo diseñador de sistemas informáticos (Martin Marietta Aerospace), geólogo informático (Phillips Petroleum) y director de operaciones técnicas (Cisco Systems), hoy es considerado una gran autoridad en la vinculación de la antigua sabiduría con la ciencia, la medicina y la paz de nuestro futuro. Sus viajes a remotas aldeas y antiguos monasterios y templos, junto a sus conocimientos científicos, le avalan de forma particular a la hora de situar las tradiciones hace tiempo perdidas en el primer plano de nuestras vidas.

Sus obras (La matriz divina, La sanación espontánea de las creencias, El tiempo fractal y La verdad profunda, todas publicadas por Editorial Sirio) dan un importante sentido a los retos exclusivos de nuestro tiempo.

Para más información, podéis dirigiros a la oficina de Gregg:

Wisdom Traditions

P.O. Box 5182

Santa Fe, New Mexico 87502

(505) 424-6892

Página web: www.greggbraden.com

Correo electrónico: ssawbraden@aol.com

braden

Introducción

«Hay en nuestro interior fuerzas hermosas y salvajes».

SAN FRANCISCO DE ASÍS

Con estas palabras, san Francisco de Asís describía el misterio y la fuerza que anidan en todo hombre o mujer que viene a este mundo. El poeta sufí Rumi hablaba, además, de la magnitud de esa fuerza, y la comparaba con un gran remo que nos impulsa por la vida: «Si pones tu alma conmigo junto a ese remo –decía–, la fuerza que creó el universo entrará en tu ánimo, no desde una fuente exterior a tus miembros, sino desde un reino sagrado que vive en nosotros». 1

Con el lenguaje de la poesía, Rumi y san Francisco de Asís expresan algo que está más allá de la experiencia evidente de nuestro mundo cotidiano. Empleando palabras del tiempo que les tocó vivir, nos recuerdan lo que los antiguos llamaban la mayor fuerza del universo: la que nos une con el cosmos. Al hablar de la oración, el religioso decía ­simplemente: «La consecuencia de la oración es la vida». La plegaria nos trae vida, dice, porque «fertiliza la tierra y el corazón».

Un puente a nuestro pasado

El conocimiento es el puente que nos une con todos los que han vivido antes que nosotros. Civilización tras civilización y vida tras vida, contribuimos a las historias individuales que pasan a componer nuestra historia colectiva. Sin embargo, por bien que conservemos la información que hemos recibido del pasado, las palabras de esas historias, mientras no les demos sentido, son poco más que datos. Lo que se convierte en la sabiduría del presente es la forma en que aplicamos lo que sabemos del pasado.

Durante miles de años, por ejemplo, quienes vivieron antes que nosotros conservaron el conocimiento de la oración; sabían por qué funciona y cómo la podemos usar en la vida. En templos majestuosos y en tumbas escondidas, a través del lenguaje y de costumbres que apenas han cambiado desde hace al menos cinco mil años, nuestros antepasados conservaron el poderoso conocimiento de la plegaria. El secreto, sin embargo, no se encuentra en las propias palabras de las oraciones, del mismo modo que la fuerza de un programa informático no depende solo del lenguaje en el que está escrito. Para conocer la verdadera fuerza que nos aguarda cuando rezamos debemos indagar a mayor profundidad.

Es posible que sea precisamente este poder lo que descubrió el místico George Gurdjieff como resultado de la búsqueda de la verdad en la que empleó toda su vida. Después de años de seguir pistas que lo llevaron de templo en templo, de aldea en aldea y de maestro en maestro, se encontró en un monasterio recóndito en las montañas de Oriente Medio. Allí, un gran maestro le ofreció palabras de aliento que dieron sentido y valor a su búsqueda: «Ahora has hallado las condiciones en las que el deseo de tu corazón se puede convertir en la realidad de tu ser». No puedo evitar pensar que la oración formaba parte de esas condiciones que Gurdjieff descubrió.

Para liberar las que san Francisco de Asís llamaba «fuerzas hermosas y salvajes» de nuestro interior y encontrar las condiciones en que el deseo del corazón se hace realidad, debemos comprender la relación que tenemos con nosotros mismos, con el mundo y con Dios. A través de las palabras del pasado, se nos da el conocimiento de cómo hacerlo. En su libro El profeta, Jalil Gibran nos recuerda que no se nos puede enseñar aquello que ya sabemos: «Nadie te puede revelar –afirma– lo que ya está adormilado en el alba de tu conocimiento». ¡Tiene todo el sentido pensar que oculto en nosotros poseemos ya el poder de comunicarnos con la fuerza responsable de nuestra existencia! Pero para ello debemos descubrir quiénes somos realmente.

Las dos preguntas universales

Al antropólogo Louis Leakey le preguntaron en cierta ocasión por qué era tan importante su empeño en encontrar la prueba más antigua de la existencia humana. Contestó: «Si no entendemos quiénes somos ni de dónde venimos, no creo que podamos avanzar de verdad». Pienso que hay mucho de cierto en estas palabras, tanto que la mayor parte de mi vida adulta ha girado en torno a mi particular propósito de saber quiénes somos, y cómo el conocimiento del pasado nos puede ayudar a ser mejores personas y a crear un mundo más evolucionado.

Salvo a la Antártida, la indagación en el misterio de nuestro pasado me ha llevado a todos los rincones del planeta. De ciudades inmensas como El Cairo y Bangkok a pueblos perdidos de Perú y Bolivia, de antiguos monasterios del Tíbet y el Himalaya a templos hindúes de Nepal, mientras he vivido la experiencia de cada cultura, ha aflorado una única cuestión: las personas de este mundo están preparadas para algo más que el sufrimiento y la incertidumbre que definieron sus vidas durante gran parte del siglo xx. Están dispuestas para la paz y la promesa de un mañana mejor.

Por diferentes que nuestras culturas y formas de vida parezcan ser en el exterior, por debajo de la superficie todos buscamos lo mismo: una tierra a la que llamar hogar, una forma de alimentar a nuestra familia y un futuro mejor para nosotros y nuestros hijos. Al mismo tiempo, hay dos preguntas que gentes de todas las culturas me hacen una y otra vez, directamente o a través de traductores. La primera es muy simple: «¿Qué le ocurre a nuestro mundo?». La segunda: «¿Qué podemos hacer para que todo vaya mejor?». Parece que las respuestas a una y otra se entretejen en una sola comprensión que enlaza las tradiciones actuales de la oración con las culturas espirituales más antiguas y preciadas de nuestro pasado.

• • •

Hace cuatrocientos años, en los altos desiertos del suroeste de lo que hoy es Estados Unidos, los navajos, grandes conservadores de la sabiduría, fueron sometidos a la prueba del terreno, la naturaleza y las tribus de su alrededor. En las condiciones extremas que la sequedad, el calor intenso y la falta de alimento sumieron a sus sociedades, los navajos se dieron cuenta de que debían domar la fuerza de su dolor interior para poder soportar el más que adverso mundo exterior. De que aprendieran a hacerlo dependía su propia supervivencia.

Al percatarse de que las circunstancias a que la vida les sometía les empujaban a las profundidades de sus mayores sufrimientos, también descubrieron que las mismas pruebas desvelaban sus mayores fortalezas. La clave de su supervivencia residía en sumergirse en los retos de la vida sin perderse en esa experiencia. Debían encontrar el ancla dentro de sí mismos –una creencia que les diera la fuerza interior necesaria para soportar esas amarguras– y en el conocimiento de que llegarían días mejores. Desde esa posición de fuerza adquirieron confianza para asumir riesgos, cambiar su modo de vivir y darle sentido a su mundo.

Es posible que hoy nuestras vidas no sean muy distintas de las de aquellas aguerridas personas que vagaron por los altos desiertos del suroeste norteamericano siglos antes de que naciera Estados Unidos como país. El paisaje ha variado y las circunstancias han cambiado, pero aún nos encontramos en situaciones que sacuden los cimientos de nuestras creencias, ponen a prueba los límites de nuestras sensibilidades y nos retan a imponernos a lo que nos hiere. En un mundo del que muchos aseguran que «se rompe por las costuras», salpicado de actos de odio sin sentido, incontables relaciones fracasadas, hogares rotos y problemas que amenazan a la supervivencia de sociedades enteras, nos enfrentamos a la necesidad de hallar una forma de vivir día a día en paz, con alegría y sentido del orden.

Con la elocuencia típica de esa antigua sabiduría, la tradición del pueblo navajo habla de una forma de contemplar la vida que carga sobre nuestros hombros la responsabilidad de nuestra propia felicidad o sufrimiento. Conservada como la Oración de la Belleza, las palabras exactas varían de un registro a otro y de una tradición oral a otra, pero la esencia de la plegaria se puede resumir en tres breves frases. Con solo veinte palabras, los ancianos navajos transmiten su compleja sabiduría, y nos recuerdan la conexión entre nuestros mundos interior y exterior, una conexión que la ciencia moderna no ha reconocido hasta hace poco.

Dispuestas en tres partes, cada una de las frases de la oración profundiza en nuestro poder para cambiar la química de nuestro cuerpo e influir en las posibilidades cuánticas de nuestro mundo. En su forma más simple, las palabras hablan por sí mismas. Los navajos dicen: «Nizhonigoo bil iina», cuya traducción aproximada sería: 2

La belleza con la que vives,

la belleza por la que vives,

la belleza en la que basas tu vida.

Con las palabras de un autor hace mucho tiempo olvidado, la sencillez de esta oración abre nuevas esperanzas cuando parece que todo haya fracasado. Pero la Oración de la Belleza es más que palabras. En su simplicidad radica la clave de la solución de uno de los mayores misterios de la humanidad. ¿Cómo sobrevivimos a las heridas de la vida? En lugar de perseguir la seguridad y huir atemorizados de aquello mismo que da sentido a todos y cada uno de los días, el poder de la belleza y la oración nos permite irrumpir en nuestra propia experiencia, sabiendo que cualquier herida que podamos sufrir es pasajera. Mediante la Oración de la Belleza, el pueblo navajo encontró hace tiempo fuerza, consuelo y una forma de enfrentarse al sufrimiento de nuestro mundo.

¿Cuáles son los secretos de tradiciones como la de los navajos del suroeste de Estados Unidos, la de los monjes y monjas del Tíbet y otras que se han conservado mientras nos desviábamos de nuestra relación con la Tierra, con nosotros mismos y con una fuerza superior? ¿Qué sabiduría poseían en su tiempo que nos pueda ayudar, en el momento presente, a ser mejores personas y a crear un mundo más evolucionado?

El dolor, la bendición, la belleza y la oración

Oculta en los conocimientos de quienes nos precedieron, hallamos la sabiduría para dar fuerza a nuestras plegarias de salud y paz. Desde los antiguos escritos de los gnósticos y los esenios hasta las tradiciones indígenas de las Américas, el dolor, la bendición y la belleza se reconocen como las claves de la supervivencia ante las mayores de las pruebas que se nos presentan. La plegaria es el lenguaje que nos permite aplicar las lecciones de la experiencia a los distintos escenarios de la vida.

Desde esta perspectiva, la sabiduría y el dolor son los dos extremos de la misma experiencia, el inicio y el final del mismo ciclo. El dolor es nuestro primer sentimiento, la respuesta visceral a la pérdida, el desengaño y el conocimiento de algo que nos trastorna los sentimientos. La sabiduría es la manifestación de la recuperación del dolor que nos produce una herida. Al hallar un nuevo sentido a las experiencias lacerantes, convertimos el dolor en sabiduría. La bendición, la belleza y la oración son las herramientas para este cambio.

El reverendo Samuel Shoemaker, visionario cristiano del siglo xx, describía la fuerza creadora de la oración en una sola frase, poética y de una sencillez desoladora: «Es posible que la oración no te cambie las cosas, pero es seguro que te cambiará para las cosas». Tal vez sea imposible volver atrás para enmendar aquello por lo que sufrimos, pero sí poseemos el poder de cambiar lo que la pérdida de seres queridos, la conmoción por promesas incumplidas y otros sinsabores de la vida puedan significar para nosotros. De esta forma, abrimos la puerta para avanzar hacia la resolución curativa de los más dolorosos recuerdos.

Si no entendemos la relación entre sabiduría y dolor, nos puede parecer que no tiene sentido soportar el sufrimiento, incluso que es una crueldad hacerlo. De esa manera, no se cerrará el ciclo del dolor. Pero ¿cómo nos podemos distanciar lo suficiente de los sufrimientos que nos trae la vida para encontrar la sabiduría en nuestras experiencias? Cuando nos tambaleamos por una pérdida, por un abuso de confianza o por una traición, impensables tan solo unas horas o unos momentos antes, ¿cómo podemos hallar un refugio duradero para nuestros sentimientos y, así, sentir algo nuevo? Aquí es donde interviene la fuerza de la bendición.

La bendición es la liberación

La bendición es el antiguo secreto que nos libera de nuestro dolor lo suficiente para sustituirlo por otro sentimiento. Cuando bendecimos a la persona o a aquello que nos ha herido, suspendemos temporalmente el ciclo del dolor. No importa que ese paréntesis se extienda un nanosegundo o todo un día. Cualquiera que sea el tiempo que se prolongue, durante la bendición se nos abre una puerta para iniciar la sanación y proseguir con nuestra vida. La clave reside en que durante cierto tiempo vivimos una libertad suficiente para dejar que nos entre en el corazón y la mente algo nuevo. Ese algo es el poder de la belleza.

La belleza es la que transforma

Las tradiciones más antiguas y sagradas nos recuerdan que la belleza se encuentra en todo lo que nos rodea, independientemente de cómo lo interpretemos en nuestra vida diaria. La belleza ya está creada, y siempre está presente. Podemos alterar lo que nos rodea, crear nuevas relaciones y mudarnos a otros lugares para satisfacer nuestras siempre mutables ideas de equilibrio y armonía, pero los ladrillos con los que se levanta esa belleza están ya en su sitio.

Más allá de la percepción de aquello que simplemente nos deleita la vista, las tradiciones de la sabiduría describen la belleza como una experiencia que también nos conmueve el corazón, la mente y el alma. Con nuestra capacidad de observar la belleza hasta en los momentos más desagradables de la vida, nos podemos elevar lo bastante para otorgarle un nuevo significado al dolor que nos aqueja. De esta manera, la belleza es el detonante que nos lanza a una nueva forma de ver las cosas. Sin embargo, parece que esté dormida hasta que le prestamos atención. La belleza solo despierta cuando la invitamos a participar en nuestra vida.

Un modo de orar olvidado

Vivimos en un mundo de experiencias que desafían nuestras sensibilidades y nos empujan hasta los límites de lo que, como seres racionales y afectuosos, podemos aceptar. Ante la guerra y el genocidio más allá de nuestras fronteras, así como el odio que nos generan las diferencias entre nuestras propias comunidades, ¿cómo podemos lograr que aniden en nosotros sentimientos como los de paz y sanación? Resulta evidente que, si queremos superar la situación en la que nos encontramos, hemos de hallar la forma de romper el círculo de dolor, sufrimiento, ira y odio.

En las lenguas de su tiempo, las antiguas tradiciones dejaron instrucciones precisas sobre cómo hacerlo. Sus palabras nos recuerdan que la vida no es nada más y nada menos que el espejo de aquello en lo que nos hemos convertido en nuestro interior. La clave para vivir la vida como belleza, o como dolor, se encuentra exclusivamente en nuestra capacidad de convertirnos en esas cualidades en cada momento del día. Se amontonan las pruebas científicas que avalan esa sabiduría y el papel decisivo que todos nosotros desempeñamos en la sanación, o el sufrimiento, de nuestro mundo.

A finales del siglo xx, diversos experimentos confirmaron que estamos inmersos en un campo de energía que nos conecta a todos con lo que ocurre en el mundo. Con nombres que van de «holograma cuántico» a «mente de Dios», las investigaciones están demostrando que, a través de esta energía, las plegarias que albergamos dentro de nosotros pasan al mundo de nuestro alrededor. Tanto la ciencia como la tradición antigua apuntan exactamente a lo mismo: debemos encarnar en la vida las mismas circunstancias que deseamos vivir en el mundo. Ocultas en algunos de los lugares más recónditos y remotos que aún quedan en la Tierra, se hallan las instrucciones del modo de orar olvidado que nos ayuda a hacerlo.

En la primavera de 1998, tuve el honor de dirigir una peregrinación de veintidós días a los monasterios del Tíbet central, en busca de pruebas de una forma de orar antigua y olvidada: el lenguaje que le habla al campo que une todo lo que existe. Los monjes y monjas que allí viven nos mostraron una forma de orar que en Occidente se perdió en gran medida debido a las correcciones bíblicas que en el siglo iv hizo la primitiva Iglesia cristiana. 3 Conservado durante siglos en los textos y las tradiciones de aquellas personas que viven en el techo del mundo, este modo olvidado de orar no consta de palabras ni expresiones externas. Se basa solamente en los sentimientos.

En particular, nos invita a sentir como si nuestra plegaria ya hubiera sido atendida, en lugar de vernos impotentes y necesitados de pedir ayuda a una fuente superior. En años recientes, diversos estudios han demostrado que es precisamente este tipo de sentimiento el que, de hecho, le habla al campo que nos conecta con el mundo. Mediante estas plegarias, se nos da poder para participar en la sanación de nuestra vida y nuestras relaciones, de nuestro cuerpo y del mundo.

Hacer como hacen los ángeles...

Lo fundamental para usar este tipo de oración es reconocer el poder oculto de la belleza, la bendición, la sabiduría y el dolor. Los cuatro desempeñan un papel ineludible como parte de un ciclo mayor por el que podemos sentir, aprender, liberarnos y trascender las más profundas heridas de la vida. En palabras de un escriba desconocido que registró las enseñanzas de Jesús hace casi dos mil años, se nos recuerda que el poder de cambiar el mundo, y de derribar todos los obstáculos que se interponen entre nosotros y ese poder, habita en nuestro interior: «Lo más difícil de todo [para los humanos] es albergar los pensamientos de los ángeles... y hacer como los ángeles hacen...». 4

La plegaria es el lenguaje de Dios y de los ángeles. También es el lenguaje que se nos da para curar, con sabiduría, belleza y gracia, el sufrimiento que nos produce la vida. Descubramos hoy el poder de la plegaria en Internet o en un rollo de pergamino del siglo i: el mensaje es el mismo. Aceptar que poseemos la capacidad de usar este lenguaje universal puede ser el mayor reto de nuestra vida. Al mismo tiempo, es la fuente de nuestra mayor fuerza. Cuando sabemos más allá de toda duda que ya hablamos el lenguaje del sentimiento de la oración, despertamos esa parte de nosotros que nunca nos podrán arrebatar. Este es el secreto del modo de orar olvidado.

GREGG BRADEN

Taos, Nuevo México

Notas

1-Rumi, Love Poems from God, Twelve Sacred Voices from the East and West, trad. de Daniel Ladinsky, Penguin Compass, 2002, pág. 65.

2-Los versos están extraídos de una entrevista a Bruce Hucko. Shonto Begay, «Shonto Begay», Indian Artist, vol. 3, nº 1, invierno de 1997, pág. 52.

3-xx