Datos del Autor


Gustavo Placer Cervera (La Habana, 1941). Graduado de la Academia Naval (Navegante), de la Universidad de La Habana (Licenciado en Matemáticas, 1981) y de la Academia de las FAR (Mando y Estado Mayor, 1986). ­Doctor en Ciencias Históricas. Investigador titular (2000) y profesor auxiliar (1990). Fue, durante treinta años (1961-1991), oficial de la Marina de Guerra Revolucionaria donde alcanzó el grado de capitán de fragata. Una parte importante de su carrera militar estuvo dedicada al servicio hidrográfico del cual fue 2º jefe y en calidad de tal participó en la IX Conferencia Hidrográfica Internacional en Mónaco (1967) y en la Expedición Oceanográfica Cubano Soviética que de 1970 a 1972 realizó el levantamiento hidrográfico de las costas y bahías del Archipiélago Cubano. Ejerció la docencia en la Academia Naval de la Marina de Guerra Revolucionaria y en la Academia de las FAR, donde impartió entre otras disciplinas: Meteorología y Oceanografía, Análisis Matemático, Teoría de Probabilidades y Estadística Matemática, Historia del Arte Naval Militar, Geografía Naval y Métodos Matemáticos Aplicados. Es autor de los libros de texto Historia del Arte Naval Militar y Métodos Matemáticos Aplicados a la Táctica Naval.

Desde 1991 trabaja como investigador de Historia Naval y Militar en el Instituto de Historia de Cuba y es miembro de su Consejo Científico. Ha publicado El Bloqueo Naval Norteamericano a Cuba en 1898 (CID-FAR, premiado en el IX Forum Nacional de Ciencia y Técnica en 1995), Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana. Operaciones Navales (Editorial de Ciencias Sociales, 1997), La Explosión del Maine. El Pretexto (Editora Política, 1998), Los Defensores del Morro (Ediciones UNIÓN, 2003) y El estreno del Imperio: La Guerra de 1898 en Cuba, Puerto Rico, Filipinas. (Editorial de Ciencias Sociales, 2006), así como más de veinte artículos en revistas especializadas de Cuba, España (Revista Española de Defensa, Revista de Historia Militar, Revista de Historia Naval, Revista General de Marina), Puerto Rico, Brasil y México y más de sesenta artículos en la prensa nacional.

En 1997 formó parte y asesoró la serie de seis capítulos para televisión El 98 producido por la Televisión Española. En 2000 recibió una beca del Gobierno de España que le permitió trabajar durante tres meses en archivos de ese país. Ha participado en eventos científicos e impartido conferencias en universidades y centros de altos estudios de Cuba, España y Puerto Rico. Es miembro de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC), de la Sección de Historia de la Unión Nacional de Escritores y Artistas (UNEAC) y de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (ADHILAC) y miembro del Tribunal Nacional Permanente de Historia para el otorgamiento de Grados Científicos. En noviembre de 2004 representó al Instituto de Historia de Cuba en el IX Congreso de la Asociación Iberoamericana de Academias de la Historia.

 

Edición base: Ada de la Nuez González

Diseño de cubierta: Eloy Hernández Dubrosky

Diseño interior: Julio Víctor Duarte Carmona

Realización de imágenes: Yuleidis Fernández Lago

Corrección: Natacha Fajardo álvarez

Edición para e-book: Ailin Parra Llorens

Maquetación para e-book: Belkis Alfonso García

 

© Gustavo Placer Cervera, 2007

© Sobre la presente edición:

    Editorial de Ciencias sociales, 2015



ISBN 978-959-06-1600-6



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Editorial de Ciencias Sociales

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Prólogo

Inglaterra y La Habana: 1762 es un excelente libro, completo y ­abarcador.

Gustavo Placer comienza su obra con un detallado recuento de los dos siglos precedentes, cuando en el Caribe se iniciaron las amenazas de las emergentes potencias protestantes europeas. Fue así, porque —como se sabe— luego de la llegada de Colón a este lado del mundo, llamado a partir de entonces “nuevo”, el Papa emitió una bula —de obligatorio cumplimiento para todos los católicos—mediante la cual concedía a Castilla el derecho exclusivo de conquista por el recién descubierto litoral americano. Entonces solo Portugal, el más avanzado y audaz poderío marítimo del siglo xv, llevó a cabo una intensa puja por lograr alguna participación en la rapiña. Hasta que el encono se resolvió con la firma del Tratado de Tordesillas, que dejaba fuera de la conquista a todos los demás países.

Las menguadas realidades económicas de los sitios conocidos del Nuevo Mundo durante los veinticinco años transcurridos tras el famoso viaje primigenio del “Gran Almirante”, provocaron la merma del interés ibérico por América, de manera que a finales del primer cuarto del siglo xvi estos solamente se habían establecido de forma duradera en las grandes Antillas, el istmo de Panamá y la pequeña factoría de Porto Seguro en las costas del Brasil. Algunas exploraciones habían ampliado dichos horizontes al dar a conocer al Viejo Mundo la península de La Florida y el borde marítimo atlántico de Sudamérica hasta el Río de la Plata. Nada más. El nuevo continente aún se presentaba ante los europeos como una tierra remota, llena de peligros y sin grandes riquezas, donde no valía la pena arriesgar la vida.

El ascenso de los precios del azúcar en Europa en la segunda década de la decimosexta centuria, cambió el panorama caribeño al estimular en Quisqueya el desarrollo de un novedoso interés económico, con el objetivo de elaborar el dulce producto y venderlo en los mercados del viejo continente. Para conseguirlo bastaba tener tierras, molinos y fuerza de trabajo. De la primera en la isla había bastante, pero debido a la insuficiente oferta de los otros dos elementos por la ­monopolista Casa de Contratación de Sevilla, los criollos pronto decidieron adquirirlos por medio del contrabando.

Puesto que al ilegal mercadeo importador-exportador se unían los frecuentes asaltos en alta mar a los navíos españoles cargados de oro, plata, azúcar y cueros, el monarca absolutista, desde Madrid, estableció un sistema de flotas que se concentraba en La Habana antes de cruzar el Atlántico. Ahí surgió la extraordinaria importancia económica de este puerto, además de su estratégica ubicación geográfica como “llave del Golfo”. Pero ese procedimiento encareció aún más los costos del transporte, por lo cual el contrabando, en vez de disminuir, aumentó, auspiciado por los propios ganaderos y plantadores que así comerciaban sin intermediarios, amparados por los cabildos cuyos cargos ellos mismos ocupaban.

Inglaterra comenzó su gran carrera naval durante el reinado de Isabel Tudor, cuando súbditos suyos acometieron la piratería, el contrabando y la trata de esclavos. Un buen ejemplo de esta forma de negociar quizá se pudiera encontrar en las actividades de un marino y comerciante que traficaba con las Canarias, llamado John Hawkins. Este individuo —ampliamente comentado por Placer en su texto— se enteró de la situación prevaleciente en La Española y decidió aprovecharla; estaba ligado por matrimonio con capitalistas en Inglaterra, y en ellos encontró apoyo. Entonces formó una compañía y compró tres barcos, que bajo su mando zarparon rumbo a Tenerife, donde avisó a amigos suyos relacionados con el quisqueyano Puerto Plata para que allá anunciaran su visita.

En abril de 1563, cargado con trescientos esclavos procedentes de Sierra Leona y gran cantidad de mercadería, Hawkins se presentó ante la referida bahía en la que fue teatralmente amenazado por las autoridades. Después, el astuto inglés se alejó hasta la desierta bahía de La Isabela, en la que realizó el intercambio con funcionarios, sacerdotes y vecinos, que vendieron sus productos a cambio de manufacturas. El negocio fue fabuloso, pues el precio en Europa de los cueros y azúcares era de cinco a diez veces más alto que el pagado por la Casa de Contratación.

De manera semejante, en Cuba la villa que más contrabandeaba era Bayamo, cuyos intensos negocios por el Río Cauto más tarde originaron los conocidos acontecimientos que Silvestre de Balboa plasmó en su celebérrimo Espejo de Paciencia.

Tras realizar sus trueques con las villas caribeñas, Hawkins con la soberana inglesa compartía —entre algunas cosas más— los beneficios obtenidos, en tanto la monarca reciprocaba sus favores con otros, tales como nombrarlo contralmirante para que participara en los combates contra la Armada Invencible, en los cuales se doblegó el poderío naval español. Incluso fue su primo, Francis Drake, quien primero recibiera de la reina Isabel una Patente de Corso, con el propósito de que se enriqueciera por las costas de las colonias hispanas de América.

En el último lustro del siglo xvi, cuando la guerra de independencia de los Países Bajos —apoyados por Inglaterra— se decidía en perjuicio de las tropas españolas de ocupación, la burguesía holandesa se lanzó a una ofensiva marítima contra las posesiones de Felipe II. Después de ingleses y protestantes franceses o hugonotes, los flamencos acometieron el contrabando. La magnitud de ese intercambio era tan considerable, que solo para sus negocios con La Española y Cuba los holandeses dedicaban al año veinte barcos de doscientas toneladas cada uno, con un tráfico de ochocientos mil florines anuales, magnitudes considerables para aquella centuria.

Como señala Placer, en 1604 entre los gobiernos de Madrid y Londres se firmó un pacto que pretendía poner fin a la piratería y revocaba todas las Patentes de Corso. Esto no impidió, sin embargo, que a los veinte años las mal llamadas “Islas Inútiles” del Caribe oriental, despobladas por las acciones bélicas de los españoles contra los indios antropófagos, empezaran a ser ocupadas de forma permanente por los ingleses. Hasta que en 1627 tomaron Barbados, la más levantina de las ínsulas de Barlovento, lo cual les ofreció una importantísima base geoestratégica para su futura expansión por el entonces denominado “Mar de las Lentejas”.

En Inglaterra, la guerra civil iniciada durante el verano de 1642 entre los reaccionarios y quienes eran propensos al predominio de los “Comunes”, terminó a los tres años con el triunfo definitivo del Nuevo Ejército Modelo estructurado por Oliverio Cromwell; este había impuesto una gran disciplina a su tropa, reclutada por métodos democráticos y en la que se ascendía por méritos y no por nacimiento. Pero en Barbados, los enemigos de la novel república reconocieron al hijo del ejecutado rey como nuevo monarca, lo cual alertó al “Lord Protector” acerca de la importancia del Caribe. Cromwell, sin embargo, primero tuvo que guerrear contra Holanda (1652-1654), de cuyo conflicto —como bien señala Placer— Inglaterra emergió como primera potencia naval del mundo. Luego, el líder revolucionario lanzó su Western Design, impuso el dominio republicano sobre todas las Antillas inglesas y pensó tomar La Habana, lo cual representó el primer gran antecedente serio de lo que acontecería casi un siglo después.

El asedio y ocupación del más importante puerto cubano –y caribeño– en 1762 fue un acontecimiento de extraordinaria importancia desde cualquier punto de vista. Al mismo, Placer le dedica cinco capítulos de su fenomenal trabajo, los cuales se inician con una pormenorizada descripción —en lenguaje muy técnico— de las defensas de La Habana, a saber: los castillos de La Fuerza, El Morro y La Punta; las murallas (terrestres y marítimas); las defensas exteriores; el armamento y las tropas, fueran regulares o milicianas. Después nos hace conocer las características de la expedición británica: su elaborado plan naval así como los preparativos para llevarlo a cabo, y sus tres etapas fundamentales, que desembocaron en los inicios del ataque. Debido a la ­detallada y prolija exposición de los hechos militares, cuesta trabajo creer –por­que sería inverosímil— que Placer no los presenciara, por no decir participara en ellos. El autor nos expone los sucesos de tal manera, que el lector pareciera verlos. Es asombroso. De su pluma fluyen abundantes y amenas consideraciones, sea sobre el estado material o anímico de los contendientes, o acerca de los preparativos para el desembarco; hasta los diferentes aspectos de la defensa, en la que justamente resalta la valía del capitán de navío Luis de Velasco, así como la del alcalde mayor de Guanabacoa, intrépido guerrillero y desde entonces legendario héroe popular, José Antonio Gómez, más conocido como Pepe Antonio, quien murió un 26 de julio.

En el proceso descrito resulta impresionante la información de tan diverso origen recopilada por Placer, acompañada por excelentes reproducciones gráficas y planos o mapas, así como otros valiosísimos documentos, que además de los brindados en el texto los ofrece recopilados en un trascendente conjunto de anexos. En fin, todo resulta invalorable.

La Guerra de los Siete Años terminó con la Paz de París, mediante la cual Inglaterra --a cambio de La Florida-- devolvió a España sus más anheladas plazas fuertes en el Caribe y Asia: La Habana y Manila. Por ello se puede concluir que la gran perdedora en el conflicto fue Francia, pues se quedó sin posesiones en Norteamérica al tener que indemnizar a los españoles con la entrega de la Louisiana y su estratégica ciudad de Nueva Orleáns, por la península trocada por el gran puerto cubano. Además, el rey francés legalmente debió ceder a los ingleses la región de Québec, ya ocupada durante los choques armados por la tropa bajo bandera británica, compuesta en gran medida por los reclutados en las llamadas Trece Colonias, entre cuyos soldados sobresalía el coronel George Washington.

Cuando hombres como él se aprestaban a beneficiarse de una victoria que sentían suya, fueron sorprendidos por el gobierno de Londres que de inmediato puso fin a la expansión de los norteamericanos hacia el Oeste; el monarca deseaba reservar dichos territorios para indios y pobladores de Québec, cuya fidelidad quería asegurar. Asimismo el soberano inglés emitió una ley que dificultaba mucho el hasta entonces frecuente contrabando de melazas para fabricar ron con Cuba y las Antillas francesas. Dicho antagonismo colonia-metrópoli enseguida se agudizó y en casi una década se convirtió en abierta hostilidad, que llegó a la guerra cuando los americanos decidieron luchar por su independencia.

La Paz de 1763 se convirtió así en solo un breve interludio entre dos grandes conflictos bélicos, pues Francia y España estaban deseosas de restablecer el equilibrio tan alterado por la Guerra de los Siete Años y sus consecuencias. Entonces ambas potencias europeas sumaron sus fuerzas a las de los independentistas, quienes encontraron en La Habana un importantísimo centro de abastecimiento, pues en sus astilleros y arsenal se reparaban y reartillaban las rebeldes flotillas de los revolucionarios. Después, un ejército bajo estandarte español —en parte compuesto por criollos de Cuba— desembarcó en La Florida, y debido a sus victorias en Manchac y Panmure pudo avanzar hasta Baton Rouge, con lo cual el río Mississippi quedó despejado de ingleses. Luego, con refuerzos de los batallones de pardos y morenos de La Habana junto a su regimiento de fijos, las fuerzas hispanas tomaron Mobile y más tarde ocuparon Pensacola, acción en la que descolló el venezolano Francisco de Miranda. Al mismo tiempo, gracias a una importante colecta pública en La Habana —se recaudaron casi dos millones de pesos de ocho reales—, Washington pudo financiar parte de su ofensiva por Virginia contra los británicos, durante la cual se destacaron los nuevos refuerzos habaneros así como Miranda, quien de manera notable contribuyó a la decisiva victoria independentista en Yorktown.

Agobiada por el flujo de recursos enviados desde Cuba, Inglaterra pretendió retomar La Habana. Pero esta ya no era la de veinte años atrás, por lo que fracasó en su intento. Los ingleses no pudieron siquiera impedir que desde el puerto habanero saliera una poderosa expedición que logró ocupar las Bahamas. Entonces Londres tuvo que iniciar negociaciones que desembocaron en el Tratado de 1783, que devolvió La Florida a la Capitanía de Cuba.

Se eliminaba de esa forma la referida consecuencia de la campaña militar británica de asedio y toma de La Habana en 1762, magistralmente descrita por Gustavo Placer Cervera en su libro, que resulta imprescindible.


Alberto Prieto Rozos

Junio de 2007

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dedicatoria


A Marlene, siempre

a Leyda, Gustavo, Alejandro, Víctor y Daniel

 

Agradecimientos

El autor desea expresar su más sincero y profundo agradecimiento a sus familiares, amigos, compañeros y colegas que entregaron de manera generosa su tiempo, su esfuerzo y su talento en la ayuda de la realización de este proyecto. La relación de los que le proporcionaron información o la forma de acceder a ella, le dieron atinados consejos o le apoyaron logísticamente sería interminable. No obstante, desea hace mención especial de las siguientes personas:


Juan Antonio Álvarez Jiménez

Armando Fernández-Steinko

Carlos García Sánchez

César García del Pino

Mercedes García Rodríguez

Jesús Gracia Aldaz

Eduardo Junco Bonet

Hal P. Klepak

María Victoria Liévano

Manuel López Díaz

Antonio Nadal Pérez

Francisco Pérez Guzmán

Alberto Prieto Rozos

Carlos E. Salas López

Rafael Suárez Moré

Ana Tomé Díaz

Hernán Venegas Delgado

Carlos Zamorano García

Oscar Zanetti Lecuona

La editora Ada de la Nuez González

El personal de BETICO

María del Carmen Rivas Canino

El personal del Instituto de Historia de Cuba, del Archivo Nacional de Cuba, del Instituto de Literatura y Lingüística, en Cuba, y del ­Archivo General de Simancas y del Archivo General de Indias, en España, por su siempre amable disposición de ayudarme a obtener información.

A ellos, y a otros muchos, que por razones de espacio no puedo mencionar explícitamente,


¡Muchas gracias!

 

El autor

 

Siglas y Abreviaturas


Españolas


Archivos

ANC: Archivo Nacional de Cuba.

AGS: Archivo General de Simancas.

AGI: Archivo General de Indias de Sevilla.

AHN: Archivo Histórico Nacional (Madrid).

AMN: Archivo del Museo Naval (Madrid).

AGM: Archivo General de Marina (El Viso del Marqués).

BNJM: Biblioteca Nacional José Martí de Cuba

BNE: Biblioteca Nacional de España.

IHCM: Instituto de Historia y Cultura Militar (antes Servicio Histórico Militar), Madrid.


Fondos

Santo Domingo: Audiencia de Santo Domingo.

MMSS: Sección de Manuscritos.

MPD: Mapas, planos y dibujos.

Abreviaturas

cap. capítulo.

cit. citada o citado.

f. folio.

ff folios.

leg. legajo.

lib. libro.

n. nota.

ob. obra.

p. página.

pp. páginas.

ss. siguientes.

S. Secretaría.

Inglesas


AA Albemarle Archives at the Ipswich and East ­Suffolk Record Office.

HL Huntington Library.

HM Pocock’s Letter Book.

PO Pocock’s Papers.

PRO Public Record Office.

ADM Admiralty.

CO Colonial Office.

WO War Office.

30/20 Rodney Papers.

Introducción

La campaña militar realizada por fuerzas británicas de mar y tierra en 1762 para tomar La Habana es un hecho de singular importancia de la historia de Cuba. Este tema ha sido tratado con anterioridad por la historiografía cubana. Sin embargo, en opinión de este autor, el enfoque, hasta ahora, ha sido casi exclusivamente localista, y ha desvinculado aquel acontecimiento de su contexto caribeño y mundial. La solución de este problema historiográfico constituye el propósito fundamental de este trabajo.

La expedición británica que llevó a cabo el asedio y captura de la capital de Cuba tuvo lugar en el contexto de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), un conflicto con una trascendencia a escala mundial que dejó en la región del Caribe huellas muy profundas. A tal punto sería abarcadora, que algunos estudiosos han reclamado para ella la denominación de “guerra mundial”.1

En esta contienda bélica tomaron parte por un lado, una coalición de países europeos lidereados por Francia (España se unió a esta coalición en 1761) y del otro, Gran Bretaña y su aliado Prusia. Como los principales rivales habían formado enormes imperios coloniales, sus posesiones fueron arrastradas a la conflagración convirtiéndose en escenarios bélicos con lo que esta se extendió por regiones de Europa central y meridional, áfrica, Asia, América del Norte y del Sur, la región del Caribe y amplias zonas del Océano Mundial.

Este trabajo estudia los aspectos militares del conflicto aunque se tomó en cuenta el marco político y económico en cual tuvo lugar con la finalidad de poder comprender el curso de los acontecimientos bélicos toda vez que el enfrentamiento fue una consecuencia de la complicadísima trama de intereses. Intereses que se interrelacionaban y oponían dentro de cada metrópoli, entre las metrópolis, y entre las colonias con su respectiva metrópoli.

En la segunda mitad del siglo xviii la situación política europea era muy compleja. No solo se debilitaba el “viejo orden”, sino que se estaba gestando una revolución industrial, la cual traía aparejados grandes cambios en las prácticas y los valores tradicionales. Todo esto generó grandes contradicciones internas y entre las naciones y sería causa de luchas por el dominio de los mercados.

En esa época, los países europeos más poderosos consideraban a las islas del Caribe como región donde desplegar dos estrategias esenciales. Por una parte, las colonias antillanas suministraban los productos tropicales que no podían cultivarse en Europa y, por otra, las islas eran un área en la cual podían librarse guerras lejos de los países contendientes y donde se podían obtener trofeos que luego se utilizarían como “piezas de cambio” en las negociaciones de paz. La Guerra de los Siete Años no fue la excepción.

Desde muy temprano, los efectos del conflicto se hicieron sentir en la región del Caribe por medio de las afectaciones económicas, y después esta se convirtió en teatro de grandes operaciones militares, tanto navales, como terrestres. Sería su expresión culminante precisamente la campaña llevada a efecto contra La Habana que, después de un largo asedio, cayó en manos británicas, con lo cual se asestó un golpe fulminante al imperio español y a la alianza hispanofrancesa en su conjunto. Esto permitió a Gran Bretaña tener una posición muy ventajosa en las negociaciones de paz.

Con la captura de La Habana, la corona británica hizo realidad un antiguo proyecto de cerca de doscientos años. La estratégica posición de la ciudad y las bondades naturales de su bahía habían atraído, desde hacía mucho tiempo, el interés de marinos y comerciantes ingleses.

Un hecho de tal magnitud y trascendencia no podía dejar de generar abundante literatura. Hubo en estas obras gran valor por el aporte realizado al conocimiento y por el rigor científico con el cual fueron elaboradas.

Sin embargo, sin desdeñar esa voluminosa historiografía, después de analizarla, este autor llegó a la conclusión de que aún no se ha dado respuesta a un conjunto de interrogantes con respecto a aquellos acontecimientos y que algunas de las explicaciones resultan incongruentes. Entre otras cosas, las acciones que tuvieron lugar en Cuba, particularmente en La Habana, se han tratado de manera aislada y no en el contexto de una guerra abarcadora de territorios de cuatro continentes y en la cual se ponían en juego concepciones estratégicas muy amplias. Por lo tanto, se hacía preciso colocar en su justo lugar, dentro de la historia del Caribe y de Cuba, la toma de La Habana por fuerzas británicas en 1762, y dejar a un lado localismos e incluso el marco, en este caso estrecho, de la historia nacional, con el fin de encontrar su perspectiva caribeña, americana y universal. Este propósito exigió seguir hasta su origen el hilo conductor de los acontecimientos y penetrar, en la medida de lo imprescindible, en la historia de España, de Francia, y sobre todo de Gran Bretaña, por ser la potencia atacante y dueña de la iniciativa. Esto se hizo para tratar de obtener una visión globalizadora del contexto histórico que vincule, de manera coherente, las decisiones tomadas con respecto a La Habana, la región del Caribe y el resto del mundo. Así se pudo realizar un análisis equilibrado de aquellos acontecimientos que, al conjugar los diferentes puntos de vista, esclarezcan el papel y lugar de las diferentes partes en pugna y nos proporcione la clave para comprender cómo “los complejísimos problemas económicos y de balance de fuerzas políticas en Europa”, a las cuales aludiera Moreno Fraginals,2 se reflejaron en nuestra región al firmarse en 1763 el Tratado de París que puso fin a las hostilidades.

En vista de lo expuesto anteriormente, después de un estudio crítico de la extensa bibliografía reunida por mí, realicé una búsqueda documental en los fondos del Archivo Nacional de Cuba, Biblioteca Nacional José Martí, Instituto de Literatura y Lingüística, Instituto de Historia de Cuba y la Universidad de La Habana.

Una permanencia de tres meses en España me permitió trabajar con documentos en el Archivo General de Simancas, Archivo General de Indias, Museo Naval de Madrid, Archivo General de Marina, Servicio Histórico Militar, Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de España y Archivo Histórico Nacional. Consulté además publicaciones en la Biblioteca de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. La amabilidad y solidaridad de colegas cubanos, españoles, norteamericanos, británicos, canadienses y puertorriqueños me permitió el acceso a documentación de archivos británicos y norteamericanos, mediante fotocopias y publicaciones.

Sin el ánimo de ser exhaustivo, considero que el nivel de información alcanzado me permite hacer aportes para contribuir a la solución de los problemas historiográficos antes mencionados.

En primer lugar, he llegado al convencimiento de que el persistente interés de Inglaterra por La Habana, por de más de dos siglos, no fue el resultado de situaciones coyunturales y aisladas, sino de un proyecto estratégico de expansión larga y cuidadosamente elaborado que, condicionado por la situación económica, política, militar y demográfica de Gran Bretaña, pasó por un dilatado proceso antes de su materialización.

En segundo lugar, estoy persuadido de que la corona española, invadida por la euforia de los triunfos alcanzados en la guerra anterior en Cartagena de Indias, Guantánamo y Portobelo, no realizó una evaluación crítica de los acontecimientos de aquella contienda. Esta hubiera podido introducir cambios en sus concepciones estratégicas con relación a la defensa de sus posesiones americanas y este sería, junto a otros, uno de los factores conducentes a la pérdida de La Habana.

Por otra parte, las fuerzas británicas destinadas al ataque a La Habana, después de una brillante operación naval y anfibia, se enfrascaron en una campaña terrestre aferrada a las fórmulas militares tradicionales. Todo esto prolongó, innecesariamente, las acciones a un elevado costo. No obstante, la tenacidad de oficiales y soldados y la superioridad de fuerzas y medios lograda en el teatro de operaciones, así como la ineptitud, imprevisión, indecisión y contumacia del mando español de La Habana, le permitieron alcanzar sus objetivos.

Además, los términos del Tratado de París, el cual puso fin a la guerra y que implicaron la devolución de La Habana y otros territorios conquistados en esta contienda a cambio de otras posesiones, fueron el resultado de un conjunto de factores de carácter económico, político y militar, tanto internos como externos, entre los cuales estaban: la presión ejercida por los poderosos planters británicos, gastos ocasionados por la guerra, carencia de tropas para mantener ocupada La Habana y estos territorios, y la hostilidad manifiesta de los habitantes del resto del territorio de Cuba a cualquier intento expansionista.

La exposición ha sido estructurada en ocho capítulos seguidos de anexos contentivos de documentos que no solo son mencionados en la exposición, sino que pueden contribuir a profundizar en determinados aspectos las notas biográficas de las principales personalidades mencionadas en el texto, un glosario ilustrado de términos militares y navales utilizados, y tablas y gráficos intercalados en el lugar que he considerado más ­adecuado.



El Autor,

noviembre de 2006.


1 Paul Kennedy: The Rise and Fall of British Naval Mastery, p. 98.

2 Manuel Moreno Fraginals: Cuba/España, España/Cuba. Historia común, Barcelona, 1995.