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El Helenismo es, al mismo tiempo, una época y un modo de ser. En los temas anteriores hemos hablado de los helenos, un pueblo que, abandonando la ortodoxia de los mitos, se decidió a caminar por los senderos de la razón. Aquel pueblo heleno estaba tan repleto de vitalidad (“pueblo de genios” lo llamó Nietzsche) que desbordó su sabiduría de la vida por el Mediterráneo. Llegó el momento (336 a. de J. C.) en que todo el Próximo Oriente se saturó de sabiduría helénica. Por esta nueva forma de saber y de ser ya no puede llamarse helénica, porque no es original, sino transferida, copiada. Es el modo de ser helenístico. Los griegos influyeron de tal manera en el mundo antiguo, que marcaron indeleblemente sus caracteres culturales sobre el modo de pensar de egipcios, mesopotámicos, sirios, hebreos y persas. Estos admiraron la cultura griega, hicieron un mito de su pensamiento, y en todo el Mediterráneo se puso de moda pensar y hablar como los helenos. Esto es el helenismo, una moda, pero una moda tan profunda, que sirvió para moldear todo un tipo de vida y de conciencia: el hombre racionalista y burgués, el que sólo se fía de sí mismo y de su razón; ese hombre que se suicida y renace varias veces hasta llegar a su momento cumbre del siglo XIX en Europa.

El sufijo “ismo” nos está diciendo bien a las claras que no estamos ante un estilo original, sino ante una prolongación. Es lo mismo que cuando hablamos de Platón y después nos referimos al “platonismo”. Ni qué decir tiene que los “platónicos”, ya no son Platón, y algunas veces ni siquiera piensan como él, tal vez ni siquiera le conocen suficientemente (pensemos en los neoplatónicos italianos del siglo XV). Si queremos hallar un posible vínculo entre Platón y el “Platonismo”, es precisamente la admiración de los últimos hacia el primero, su reconocimiento como maestro por una postura genial ante la vida o ante las cosas. Del mismo modo el “helenismo” es una escuela de lo “helénico”, una especie de eco o prolongación. No tiene su mismo modo de pensar ni de actuar --como vamos a comprobar enseguida-- y su cultura es muy distinta. Sólo hay una relación entre ellos: la admiración por Grecia y Alejandro, la aceptación por el mundo oriental del magisterio griego. Esa admiración se prolongó luego en el renacimiento, y no se ha apagado aún hoy día. En este sentido podemos decir que el “helenismo” no ha muerto del todo, pues sí como época ya está muy lejana, como manera de pensar aún conserva sus destellos. En realidad, mientras haya filósofos que sostengan la lógica de Aristóteles o la ontología de Platón, aunque sea revestida de los hábitos cristianos más flamantes, mientras haya técnicos que empleen en Geometría de Euclides en su vida diaria, el “helenismo”, como moda vital y estilo intelectual, será un hecho. Claro que con esto no hemos dicho nada original, porque lo mismo ocurre con todas las demás épocas históricas. La Historia no es la ciencia del pasado sido que está rediviva en el “presente”. Unas veces, como en el caso helenístico, imponiendo aún su presencia; otras, haciendo notar su falta, su ausencia, creando “huecos” que ya no tiene el hombre que volver a llenar. Pero esto sería un tema que nos llevaría mucho más lejos de lo que estas consideraciones pretenden. Lo que si debe quedar claro es que una gran faena que aún aguarda al mundo puede ser, quizás, la superación consciente del helenismo, ese espejo borroso e ininteligible en el que aún se miran buena parte de los europeos sin advertir su íntima falsedad; porque los “espejos históricos” tienen ese defecto, que no nos devuelven nuestra imagen, sino que, transgrediendo impunemente todas las leyes ópticas, nos devuelven la imagen del hombre que hubiéramos sido de vivir en la época a la que el espejo pertenece. Y esta confusión deforma sustancialmente los perfiles de la figura y nos da una silueta falsa de nuestra personalidad.

Se podría pensar que damos excesiva importancia a este tema -generalmente tratado como uno de tantos- buscando tan sólo originalidad retórica. Vaya por delante que no ignoramos el tremendo vuelco vital del cristianismo ni pasamos por alto el amanecer renacentista de la razón técnica o el idealismo trascendental de la razón pura ochocentista. Pero ninguna de esas modificaciones vitales ha conseguido disolver la añoranza que el europeo siente por el mundo helénico. La “intoxicación” helénica es una bacteria que todavía vagabundea por las arterias del pensamiento europeo, que no aparece dispuesto a mirar de frente y sin aureola a los hombres que fabricaron los cimientos de nuestra cultura. Únicamente en este sentido sostenemos que el helenismo no ha muerto en Europa, mientras que de los asirios o de los fenicios podemos certificar claramente su defunción.

ACONTECIMIENTOS POLÍTICOS MÁS IMPORTANTES

Asesinado Filipo en el 336 a. de J. C., sube al poder Alejandro, después de someter con decisión algunas “polis” griegas descontentas, como Tebas. Alejandro no fue un político original. Su fama ha sobrepasado en muchas unidades la auténtica altura política de su personalidad. El genio político es aquel hombre que inventa una especie de compromiso humano, aquel que imagina la “ultrafrontera” llevando al más allá el horizonte vital de un pueblo. En una palabra, aquel que es capaz de soñar un delirio realizable (de lo contrario, no sería político, sino poeta). Pensamos en el genio de César o de Napoleón. Los dos concibieron un sueño político y se aprestaron a realizarlo (la monarquía mediterránea y la unidad europea). Los dos fracasaron personalmente, exigiendo su realización futura. (La de César se realizó con Diocleciano, tres siglos más tarde).