images

ÍNDICE

Introducción

Don Juan y la paradoja de la libertad

Cor ne edito: sobre la irrepresentabilidad de Don Juan en la pintura

EL Don Juan de Søren Kierkegaard

Don Juan y el romanticismo

Don Juan y el delirio de deificación

Don Juan y la Generación del 98

Don Juan en la historia de la soledad: María Zambrano escribe sobre Don Juan

Tratado de la pasión: Eugenio Trías y Don Juan

Don Juan y la melancolía

APÉNDICES

La filosofía española del siglo XX

Figuras de la literatura española y la Modernidad

De la Tematología

La categoría de “el lugar” (topos) en María Zambrano

FUENTES

lingüística
y
teoría literaria

DON JUAN Y LA FILOSOFÍA

por

LEONARDA RIVERA

16o. Premio Internacional de Ensayo 2018

images

siglo xxi editores, méxico
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DF
www.sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi editores, argentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.ar

anthropos editorial
LEPANT 241-243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA
www.anthropos-editorial.com

PN57.D7

R58

2019        Rivera, Leonarda

Don Juan y la filosofía / por Leonarda Rivera. — México, D. F.: Siglo XXI Editores : Universidad Autónoma de Sinaloa : El Colegio de Sinaloa, 2019.

143 p. – (La creación literaria)
Premio narrativa 2018.

e-ISBN:  978-607-03-0969-4

1. Don Juan (Personaje legendario). I. t. II. ser

la última etapa de revisión de este libro se realizó gracias a una beca del programa de becas posdoctorales de la UNAM, instituto de investigaciones filológicas.

primera edición, 2019

© siglo xxi editores, s. a de c. v.
e-isbn 978-607-03-0969-4


derechos reservados conforme a la ley.

Para Ingrid Solana
Para Carlos Alberto Girón

AGRADECIMIENTOS

Este libro tiene una deuda incalculable con el Hispanic and European Studies Program del Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Mi más profundo agradecimiento al Dr. Fernando Pérez-Borbujo Álvarez, quien me introdujo en el mito de Don Juan. Este libro habría sido imposible sin aquel curso que tomé en el otoño de 2014. Cada una de sus clases despertaba en mí una serie de ideas que se atravesaban sin cesar en mi mente. Han pasado ya casi cuatro años, y cuando releo las notas que tomé en el curso “Mitos literarios y la filosofía en la tradición hispanoeuropea: Don Juan, comedia y tragedia en la tradición española” no dejo de pensar en aquel otoño, en aquellas clases, las conversaciones con mis amigos, con quienes compartía la embriaguez por Don Juan. Quiero dedicar este libro a Ingrid Solana y a Carlos Alberto Girón Lozano, junto a ellos caminé las tardes frías de mi primer tardor-catalá. La ciudad de Barcelona nunca ha sido tan hermosa como en aquellas tardes en las que al salir de clase caminábamos por la calle Wellington, dábamos vuelta en el Passeig de Pujades y luego Lluís Companys: ante nosotros se erigía orgulloso el Arco del Triunfo.

Quiero aprovechar este espacio para agradecer a la Dra. Julieta Lizaola Monterrubio, quien durante más de diez años siguió de cerca mi formación académica, agradezco su paciencia y su cariño. El apartado “Don Juan y la paradoja de la libertad” debe mucho a los comentarios y observaciones de la Dra. Tatiana Bay, a quien agradezco todo su apoyo. Asimismo, este trabajo se nutrió de la inteligencia y la amistad de Elena Trapanese.

Tratemos de poner nombre a los cuatro personajes
más grandes de la literatura europea. Hamlet y
Fausto por fuerza han de estar entre ellos; los otros
dos han de proceder de España: Don Juan y Don
Quijote. Son con diferencia los más grandes de los
cuatro. Hamlet es en gran medida un sueño, Fausto
es en gran medida una idea. Don Quijote y Don
Juan son hombres de carne y hueso, que seguirán
viviendo y creciendo en tanto en cuanto a los hombres
les conmueva el amor a la justicia y el amor a
las mujeres.

SALVADOR DE MADARIAGA

Don Juan no es un hecho, un acontecimiento, que
es lo que fue de una vez y para siempre, sino un
tema eterno propuesto a la reflexión y a la fantasía.
No es una estatua que sólo pueda ser reproducida,
sino una cantera de la que cada cual arranca su
escultura.

ORTEGA Y GASSET

INTRODUCCIÓN

Desde los orígenes de la filosofía los pensadores han usado a los personajes conceptuales como un recurso narrativo para expresar ideas o conceptos. Este libro toma a la figura de Don Juan como un personaje conceptual,1 por lo que no se trata de un estudio de literatura comparada sino que explora la obra de algunos filósofos en las que Don Juan ha intervenido, así como algunos problemas propios de la filosofía que esta figura parece escenificar como, por ejemplo, el problema de la libertad.

La primera vez que Don Juan aparece como un personaje conceptual dentro de la filosofía es en la obra de Søren Kierkegaard, a mediados del siglo XVIII, quien lo pone como una de las metáforas del estadio estético (Los estadios estéticos inmediatos o el erotismo musical, 1843). En su obra, Don Juan aparece como la encarnación de la infinita potencia de la pasión, una potencia que sólo puede ser mostrada a través de la música, de ahí la fascinación de Kierkegaard por la versión musical de Mozart.

Durante la primera mitad del siglo XX los filósofos españoles también se acercaron a Don Juan como uno de los grandes motivos (el otro es el Quijote) o lugares de la cultura española; abundan trabajos críticos y recreaciones de este personaje entre los escritores y filósofos de las generaciones del 98, 14 y 27. Sin embargo, en el siglo pasado, el interés por esta figura va más allá del contexto español: Ian Watt en su libro, Mitos del individualismo moderno (1967), lo pone como uno de los lugares emblemáticos de la cultura moderna, mientras que Albert Camus se acerca a él en El mito de Sísifo (1942), y Otto Rank desde el psicoanálisis en su Don Juan Legend (1924).

El siglo XX parece haber visto en Don Juan un espejo en el que se había reflejado a sí misma la Modernidad, pues en parte esta figura parece encarnar el tipo de hombre que la Modernidad soñó, es decir, un hombre enfrentado a Dios, asombrado y curioso ante el deseo; un inquieto vigía de las pasiones, sin embargo, parece encarnar también uno de los problemas que la Modernidad acarreó: la soledad.2

El Don Juan barroco nació de un sueño,3 hermano cercano al sueño de Segismundo y de su terrible duda de si la vida es real o sólo un sueño, una duda que por cierto a mediados del siglo XVII Descartes tomara para afianzar el conocimiento objetivo de la razón humana.4 Sin embargo, no fue, el de Don Juan, un sueño de su imaginación sino algo más antiguo y más profundo: fue el sueño de la carne, el sueño de las entrañas.

En su libro España, sueño y verdad (1965), María Zambrano subraya que Don Juan, como todos los personajes clásicos, encarna la pesadilla de pisar la raya y pagar una prenda. La transgresión en este caso es su desafío a los muertos y a la divinidad; la prenda, el asesinato del padre de la mujer que le estaba destinada para las nupcias (según la versión de José Zorrilla). Zambrano piensa que tal vez en el momento en que el hombre occidental está fiando su ser a la originalidad más absoluta, fruto de una transgresión, lo que está haciendo en realidad es simplemente reproducir una culpa originaria.

De Søren Kierkegaard a Eugenio Trías, Don Juan persiste como una de las figuras más potentes de la pasión. Pero también es capaz de escenificar otros problemas, como la soledad en María Zambrano, o puede aparecer incluso como un emisario de la razón vital, tal y como lo presenta Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo (1923). Sin embargo, dentro del discurso filosófico hay también quienes intentaron eliminarlo como Miguel de Unamuno.

No es pues la literatura comparada el eje de este libro, sino algunos problemas ontológicos que a lo largo de los siglos los filósofos han visto en ese personaje al que Tirso de Molina diera vida. En algunos capítulos de este libro, Don Juan aparece acompañado de Fausto (de Christopher Marlowe), y en otros de Don Quijote. Cabe señalar que las figuras literarias intervienen en diferentes planos y momentos dentro del pensamiento español del siglo XX, por ejemplo, el Quijote es una figura central en uno de los primeros libros de Ortega y Gasset: Meditaciones del Quijote (1914). Pero no es el único personaje de la literatura española que interviene en la creación de conceptos filosóficos, ahí están también personajes como Segismundo, o algunas figuras de la narrativa de Pérez Galdós o de Azorín.

Este libro incluye cuatro pequeños apéndices que pueden verse como notas a pie de página extendidas que contextualizan el panorama del pensamiento español del siglo XX, en ellos se explica también el origen de algunos conceptos que aparecen en este libro.

 

1 Los personajes conceptuales han acompañado a la filosofía desde sus orígenes. Gilles Deleuze y Felix Guattari se preguntan en su libro ¿Qué es filosofía? si acaso Sócrates no fue en realidad un personaje conceptual para Platón. Los personajes conceptuales intervienen en la obra de algunos filósofos, ayudándoles a crear conceptos filosóficos. Søren Kierkegaard es un gran exponente de estos personajes. Éstos no necesariamente representan al filósofo, incluso pueden personificar su contrario. A lo largo de la historia los pensadores los han usado como recurso narrativo, o más precisamente, discursivo, para expresar ideas o conceptos. Los más sobresalientes de Kierkegaard son Don Juan, Abraham, El judío errante, Antígona, y en Los estadios estéticos inmediatos o el erotismo musical probablemente la propia Elvira, otro personaje de Don Giovanni de Mozart. Mientras que Friedrich Nietzsche, aparte de su Zaratustra, elaboró numerosos personajes conceptuales, como “el loco” de La gaya ciencia famoso por su sentencia postrera que anuncia la muerte de Dios.

2 Cf. José Lasaga Medina, 2004, Las metamorfosis de Don Juan. Ensayo sobre el mito de Don Juan, Madrid, Ediciones Síntesis.

3 María Zambrano, 2010, El sueño creador, México, Universidad Veracruzana.

4 Es común encontrar en trabajos sobre la hipótesis del sueño en Descartes citas del monólogo de Segismundo, esa emblemática figura que Calderón de la Barca diera forma. Las preguntas que se plantea a sí mismo Segismundo tienen su correlato en la filosofía de Descartes, no sabemos si éste se ilumina desde Calderón de la Barca o viceversa, lo que sí es que las obras pertenecen a la misma época, La vida es sueño (1633?) y las Meditaciones metafísicas (1641). La posibilidad de confundir el sueño con la vigilia es una cuestión clave en Descartes para saber el grado de certeza que puede alcanzar el hombre. Incluso, llega a sostener la hipótesis del genio maligno, entendido como la posibilidad de que nuestro espíritu sea controlado por algo que escapa a nuestra conciencia.

DON JUAN Y LA PARADOJA DE LA LIBERTAD

Dios no quiere hacerlo todo, para no quitaros el libre
albedrío y aquella parte de la gloria que os corresponde.

MAQUIAVELO

Don Juan es uno de los fenómenos más extraños en la historia de la literatura, aunque en principio no pertenezca a ella; hijo de la Edad Media y de la teología, pertenece a la misma estirpe de sacrílegos que el doctor Fausto pero, a diferencia de éste, Don Juan no necesita del diablo para dar rienda suelta a sus deseos.1

El Don Juan de Tirso de Molina (1630) ejerce el libre albedrío a sus anchas.2 En él, la voluntad (voluntas) se confunde con la libertad (libertas). Audaz e insolente, no acude al diablo para mover las piezas del ajedrez a su antojo. No hay un acto previo en donde Dios y el Diablo decidan ponerlo a prueba. Tampoco existe un oráculo o una bruja que le adviertan sobre su futuro. El Don Juan de Tirso de Molina es la encarnación del hombre moderno que, sin embargo, se sigue moviendo dentro de un mundo donde la libertad está ligada al bien y al mal.3 Como buen hijo del barroco, Don Juan sabe que su salvación dependerá de sus actos. Pero también sabe otra cosa: la vida es fugaz y engañosa y la juventud la única etapa en la que el cuerpo tiene la fuerza y gallardía suficientes como para retar al mismísimo diablo. Don Juan sabe que después de la muerte habrá que pagar por sus actos, pero ese escenario es tan lejano como la vejez de la juventud: “Si tan largo me lo fías” repite una y otra vez. Lo que le importa es el carpe diem barroco, el disfrute del instante, del momento. Recordemos también que el barroco representa el tiempo del memento mori, de la vanitas que recuerda el sueño de la vida, su fugacidad y sinsentido, la contemplación morbosa del humo y de la nada.

Uno de los temas por excelencia dentro de la filosofía ha sido desde sus orígenes la libertad. El Don Juan de Tirso de Molina y el Fausto de Christopher Marlowe encarnan dos visiones de la libertad.4 La primera obra está insertada en el discurso de la Contrarreforma y la otra en la Reforma luterana. Sin embargo, Don Juan y Fausto son dos caras de la misma moneda: el deseo. El doctor Fausto encarna la pasión por el conocimiento (curiositas)5 y Don Juan la pasión por la carne. Don Juan es un hombre que ama lo terrenal, lo efímero, el amor eterno en él es un instante, ahí otra paradoja. Don Juan se mete en el aposento de Isabela, una mujer de la realeza, pero también en la cabaña de Aminta, la campesina o de una pescadora. Las clases sociales no son una barrera para él. Don Juan disfruta de la noche, del frío, de la adrenalina que provoca el mirarse cara a cara con la muerte. Don Juan atraviesa cementerios de noche, con el olor de las hojas y la lluvia recién pasada. Don Juan no es un amante de absolutos ni de ideas sino de la tierra y de los seres finitos.

Mientras que Faustus6 pretende el conocimiento absoluto, viajar por el mundo, y pide excelsos mapas y manjares. Y cuando desea a una mujer piensa en la más hermosa que ha conocido la humanidad: Helena de Troya. Sin embargo, el Doctor Fausto, a diferencia de Don Juan, no puede saciar sus deseos por sí mismo. Su yo necesita del diablo. A cambio de 24 años “felices” vende su alma por toda la eternidad.

Hay que mirar detenidamente sobre este punto: desde el Faustbuch (1587) el libre albedrío no depende únicamente del Doctor Fausto, porque hay un personaje asechando siempre a los buenos oídos protestantes: el diablo. El diablo tienta constantemente. Cuenta la leyenda que al propio Lutero le había hablado en su encierro en el Castillo de Warburg y en una de las ocasiones Lutero se defendió lanzándole su tintero. En el mundo protestante el diablo es un ser que asecha en todo momento. Así, vemos que insatisfecho de la vida y de los conocimientos que había adquirido por sí mismo, Fausto deja que Mefistófeles lo visite. En el protestantismo el hombre no es totalmente libre de elegir entre el bien y el mal porque la salvación no depende de los actos, sino de la gracia de Dios, y además el demonio está presente en cada instante como si fuera el aire mismo.

La primera traducción del llamado Faustbuch (1587) al inglés fue publicada en 1592, una fecha que presenta problemas a la hora de datar la obra de Christopher Marlowe. Aunque algunos de los especialistas sostienen que la versión de Marlowe pudo haberse escrito entre los años 1588-1593, e incluso hay algunos académicos que optan por una fecha aún más tardía.7 Por ejemplo, John Jump explora las marcadas similitudes entre la traducción del Faustbuch, The History of the Damnable Life and Deserved Death of Doctor John Faustus, y la obra de Marlowe, ya que el traductor al inglés había distorsionado algunas líneas, que luego aparecerán reproducidas en la obra de Marlowe.

Mientras que el ejemplar más antiguo de El burlador de Sevilla y convidado de piedra se encuentra en Barcelona y está fechado en 1630, aunque es posible que existiese otra edición anterior. Las dos obras pertenecen a tradiciones muy disímiles, mientras que el primer Faustbuch, obra en la que se basa la versión de Marlowe, se imprimió en Frankfurt, una ciudad luterana,8 el Don Juan de Tirso de Molina es hijo de la Contrarreforma.

En las dos obras el problema de la libertad se vuelve una aporía. A Fausto lo acompañan dos ángeles, uno bueno, el otro malo que coaccionan su libertad: si elige el bien será gracias al ángel bueno, si elige el mal será por culpa del diablo. Mientras que Don Juan es consciente de que sus actos, buenos o malos, serán saldados en la otra vida. Pero eso no le importa porque él vive para el instante. Se muda de ropajes constantemente. En el mundo de la Contrarreforma el concepto de libertad tiene que ver con el principio de salvación. ¿Y si no existiera Dios? Albert Camus decía que a él le daba la impresión de que Don Juan, después de retar al Convidado de piedra se había quedado solo, esperando. Don Juan estuvo toda la noche en vela y el agente del más allá nunca acudió a la cita porque en realidad no existía. De ser así ¿tendría sentido esa pasión que muestra Don Juan por quebrantar las leyes morales y las leyes de la ciudad? Solamente el siglo XX lo puede mirar bajo esta óptica. En realidad el Don Juan de Tirso vive en un mundo, el mundo de la Contrarreforma, donde Dios sigue ejerciendo un poder implacable. Don Juan no puede dudar de la existencia de Dios porque su mundo de creencias está asentado en un terreno donde la idea de salvación mueve las piezas del ajedrez. El siglo XVII en España aún siente la presencia de Dios con toda su fuerza, la misma Santa Inquisición se encarga de ejecutar y de vigilar los crímenes y castigos.

Cuando el siglo XX mira en retrospectiva al Don Juan de Tirso encuentra un cúmulo de contradicciones. Don Juan es un calavera, un burlador, pero con principios. Aunque suene raro, Don Juan es un caballero, es un hombre de palabra. Pero, ¿cómo puede matar, traicionar, violar, etc., un hombre que se considera a sí mismo un caballero, un hombre de palabra?

He dicho que en el mundo de Don Juan Dios existe. Y porque Dios existe, también existe la posibilidad del castigo, y es eso lo que alienta los actos de Don Juan: saber que será castigado. Sus actos tienen sentido porque sabe que está trasgrediendo algo establecido. Esa adrenalina, esa pasión por violentar las leyes, divinas o terrenas, es lo que dota de fuerza al Don Juan de Tirso. Porque éste, a diferencia del de Zorrilla, no es un seductor, ni siquiera pretende tener fama de buen amante.

El goce en el Don Juan de Tirso depende de la conciencia del pecado. Cuando reta al Marqués de la Mota, lo que mueve a Don Juan no es ni la pasión por poseer antes a Doña Ana ni de ganar la apuesta. Lo que mueve a Don Juan es la posibilidad de traición que entraña esa apuesta. La traición ante los ojos del dios de la Contrarreforma es imperdonable.

Sólo en el siglo XX un personaje como Iván Karamázov puede sentir el vacío que deja la no existencia de Dios. De hecho, cuando Karamázov exclama que en un mundo donde Dios no existe “todo está permitido” no se trata de un grito de liberación y de alegría, sino de una comprobación amarga. Saber que Dios existe garantiza el disfrute, el goce, de la posibilidad de hacer el mal. Y sobre todo de quedar impune. En el siglo XVII, en plena Contrarreforma, el Don Juan de Tirso de Molina sabe que Dios existe. Y su certeza es tal que se juega su vida y su salvación contra el cielo mismo. A Don Juan no le importa que su alma no pueda salvarse, porque Don Juan sabe algo que Fausto ignora. Don Juan sabe disfrutar de la vida, efímera, terrenal, imperfecta, en la que alegría y dolor están hermanados. El Don Juan de Tirso sabe disfrutar de las pequeñas cosas, por eso no busca ni añora a una Helena de Troya. Como hombre finito, no desea los absolutos. Mientras que Fausto reclama con toda su fuerza los bienes magnánimos de este mundo. Fausto no sabe disfrutar de las pequeñas cosas, por eso no duda en tender la mano para vender su alma porque no sabe gozar de ella. La alegría y la pasión en Don Juan están puestas en las pequeñas cosas de la vida. Sabe que nada puede suplir el olor de una manzana, o el olor a la hierba después de la lluvia. Fausto, persecutor de absolutos, pide a Mefistófeles poseer a Helena de Troya. Don Juan se embriaga con la belleza de una campesina o de una pescadora. Si abandona a una mujer bella no es, en modo alguno, porque ya no la desee. Una mujer hermosa siempre es deseable; la abandona porque desea a otra, y eso es distinto.

En sus últimos días de vida Fausto se arrepiente de haber vendido su alma.9 Veinticuatro años de “felicidad” de pronto le parecen nada ante el castigo eterno que le espera. Fausto busca desesperadamente salvarse. ¿Y Don Juan? Don Juan acude a la cita con el emisario del diablo sabiendo que no ha de volver. Cuando la estatua le pide que se arrepienta, Don Juan se niega. No hay salvación posible para él. El público de la Contrarreforma seguramente le miraba aterrorizado: el impío se niega a arrepentirse. Pero Don Juan sólo estaba siendo fiel a sus principios, recordemos que es un caballero, y sabe que el que la hace la paga. Cuando la estatua del Comendador posa su mano sobre su pecho, Don Juan siente que su corazón se fulmina. Siente el mismo dolor a muerte que alguna vez sintieron las mujeres a las que les destrozó la vida. Es un gran precio y Don Juan debe pagarlo. Don Juan sabe que el que a hierro mata a hierro muere.

 

1 En realidad los pecadores solían ser absueltos tras su arrepentimiento, la historia menciona a una o dos raras excepciones como Julián el Apóstata, sin embargo, entre los siglos XVI y XVII aparecen tres emblemáticas figuras literarias que no serán absueltas: Fausto (1587), Cenodoxus (1602) y Don Juan (1630).

2 La vida de Tirso de Molina (seudónimo de fray Gabriel Téllez, 1579-1648) coincide casi con la última etapa de la llamada Escuela de Salamanca, escuela donde se reformuló el concepto de derecho natural. Este concepto tiene un tinte revolucionario, pues sostiene que si el derecho natural surge de la misma naturaleza, y todo aquello que existe según el orden natural comparte ese derecho, da pie para sostener que todos los hombres comparten la misma naturaleza y por lo tanto comparten también los mismos derechos como el de igualdad o de libertad. Aunque en la Escuela de Salamanca convergían particularmente dominicos (Francisco de Vitoria, 1483-1546) y jesuitas (Francisco Suarez, 1548-1617), también contó entre sus miembros al mercedario Francisco Zumel (15401607), quien, como tomista, contribuyó a la Summa Theologiae de santo Tomás de Aquino con unas elucidaciones. Cabe señalar que el concepto de libertad predominante, y del cual seguramente Tirso de Molina (también de la Orden de la Merced) era partidario, sostenía que la libertad del hombre recaía en la posibilidad de elección, aunque el ejercicio de la libertad no consistía meramente en el hecho de elegir, sino en elegir lo trascendente. El hombre, ante la posibilidad de elegir, podía caer en el error, sobre todo, si elegía exclusivamente por sí mismo, sin auxiliarse de Dios. Dentro de la filosofía tomista, Dios es tan perfecto que no se le pueden atribuir errores, y si éstos existen se dan por el libre albedrío.

3 A diferencia de las filosofías ateas que ven en la figura de Dios al gran negador de la libertad humana, y al hombre como portador de una libertad sin límites, absolutamente creadora, en el siglo IV, San Agustín era consciente de la aporía que entrañaba una libertad absoluta dentro de un universo que dependía de la existencia de Dios. Y es que la limitación ontológica del hombre entraría en pugna con una libertad absoluta, sin límites. Sólo a un Ser Absoluto podría corresponderle una libertad total, fundadora de valores, a menos que el hombre pasase a ocupar el puesto de Dios, y se erigiese en juez supremo del Bien y del Mal, podía jactarse de una libertad sin límites. Sólo la filosofía atea de los siglos XIX y XX logra dar este gran salto.

4 Otra cosa que comparten Fausto y Don Juan es que durante siglos los filólogos han rastreado datos sobre sus posibles existencias históricas. Es decir, que tanto el Faustbuch, libro anónimo en el que se basa Marlowe para su obra, narra la historia de un personaje que realmente existió en la Edad Media. Mientras que el fraile mercedario Tirso de Molina habría recogido también datos sobre los Tenorio. Faustus fue una figura histórica, astrólogo, físico y mago llamado Georg de Helmstadt. En su estudio, Ros King nos indica que “era un charlatán, no un doctor universitario, y fue expulsado de numerosas ciudades pero adoptó el apodo Faustus, o ‘afortunado’ como nombre artístico útil para un astrólogo”. Parece haber sido una figura no muy amable, ya que las descripciones que se conservan de él hacen alusión a su extrema soberbia, y a acusaciones de pedofilia. A pesar de ello, o quizá precisamente por ello, sirvió como punto de partida para un trabajo anónimo por parte de un protestante alemán, que se publicó en 1587 bajo el título Historia von D. Iohan Fausten, el llamado Faustbuch. La obra es muy ortodoxa en su postura, mostrando las consecuencias del pecado para la edificación del lector. Por otro lado, en el libro Orígenes y elaboración de El burlador de Sevilla (1996), Francisco Márquez Villanueva examina el árbol genealógico de los Tenorio, de quienes descendería el verdadero Don Juan. Según este investigador, la familia Tenorio procedería de Alfonso IX (1171-1230) por línea bastarda leonesa. Aquéllos poseían un señorío cercano a Pontevedra. En la primera mitad del siglo XIII, Pedro Ruy Tenorio conquistó Sevilla bajo las reales órdenes de Fernando III. Márquez Villanueva, para continuar el selecto relato de la familia Tenorio, hace referencia en su libro a la “Crónica de Don Alfonso el Onceno”, que aparece en Crónicas de los Reyes de Castilla, en edición de C. Rosell, en dos volúmenes, editado en Madrid, Biblioteca Rivadeneyra, en el año 1875, volumen I, p. 197, en donde se hace un retrato del carácter cruel y despiadado del almirante Jofre Tenorio. Este Jofre Tenorio habría sido el padre del verdadero Don Juan Tenorio.

5 Fausto no sólo encarna la curiositas en el sentido agustiniano de apartase de la fe y de la humildad para volverse al mundo material, sino algo más profundo, él encarna, de alguna forma, la vuelta al pecado original.

6 Ros King, investigadora de la Universidad de Southampton, sostiene que desde el principio los lectores del libro de Fausto quisieron ver representado en él la libertad de elegir entre el bien y el mal. En los términos más ortodoxos, la historia del doctor Faustus trata sobre la soberbia: el más mortal de los siete pecados capitales. Pues a causa de ésta, Faustus habría sido incapaz de creer en la salvación y por ello se condena al elegir no arrepentirse. Ésta es la lectura más convencional que se le suele aplicar a la obra, y aunque es muy acertada, la obra tiene otras posibles lecturas. Ros King apunta que el Doctor Faustus es una obra sobre el deseo: para lo mejor en la vida, para conocimiento, poder, confort material, e influencia. El deseo empuja el desarrollo humano. No es ni bueno ni malo por sí solo, y solamente se ve limitado por la imaginación y por el sentido social e individual de lo que es ético. Ahí está la mezcla de tragedia y farsa en esta obra. Véase la “Introducción” de Christopher Marlowe, 2008, Doctor Faustus, Methuen, Londres, ed. Roma Gill.

7 Existen dos ediciones originales de Doctor FaustusIIIIVVCf.Doctor Faustus