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LA POESÍA LLAMA

La poesía llama

HOMERO ARIDJIS

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2018
Primera edición en libro electrónico, 2018

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ÍNDICE GENERAL

LA POESÍA LLAMA

Oscuridad santa

La infinita melancolía de dios

Autorretrato de joven caminando en el pasado

Autorretrato en El Gato Rojo, circa 1960

Laberintos verticales

Regreso a Bizancio

El amor del agua

Alegría del aire

Trece años y medio

De noche en el santuario

Luz azul

Purificación

Insomnio

Espejo

Gravillea alada

Unexplained phenomena, 1

Unexplained phenomena, 2

Migrantes de viaje

Laberinto abierto

La hormiga

Un momento fuera del tiempo

La bañera

A Betty, un poema otoñal de amor

Pintar la luz

Poderes del amor

El tiempo es poesía

Mexico city dreaming

Tráfico

Tren de infancia

Pirámide que navega

Dog’s dogma

Sobre los pasos

Mis pasos

Cuán extraños los dos con nuestro instinto

Historias de gatos

Bárbara 1

Ceremonia al romper el día

La poesía llama

La casa de mi infancia

Futbol

El molino de harina

Balada de los Musos y las Furias

Autorretrato con peluquero ciego

The Riddle

Arena para tu urna

Despedida

Muros, ventanas y espejos

Retorno

Laberintos

Buscando a San Juan de la Cruz en ninguna parte

La solitaria del último tranvía

POEMAS DEL PRESENTE LEJANO

Necesitamos una matria

Réquiem por una abeja

Carpe diem

El sueño de estar vivo

Poemas del presente lejano, 1

Honoris causa

Anillo de circunvalación

Este viernes, otro viernes

Basta

Grevillea robusta

El pez dorado…

A un fresno

Dos poemas de todo

Poemas del presente lejano, 2

Detrás de las puertas de la lluvia…

Este abajo habitado…

LAS CUATROCIENTAS VOCES DEL AZUL

La extraterrestre

Josefina, primer día

Josefina, segundo día

Cuando la tierra era niña

Dos mandarinas niñas

Canción de cuna

Carta al día gris

Gracias al agua ha existido el pintor…

Cuerpo de aire

Gloria pintada

Instantánea

11:11 de la noche

Poderes de la luz

Virgen del agua

Nocturno de la tortuga Laúd

Aparición

La siempre recién llegada

El arpista ciego

Luminosidades

El pájaro caído del árbol

Carabela

Los sonidos del silencio

Las puertas verdes

PREÁMBULO A LA NOCHE

Entre fantasmas

La tumba de mi madre Josefina (1986)

Perra abandonada en una isla

Los signos del Juicio Final, según Gonzalo de Berceo

Los otros no saben cuándo un viejo se muere

Malcolm Lowry en los trópicos de la mente

Adiós, abuelo

A cornfield by moonlight with the evening star

El despierto

De Ise

Bárbara 2

Gata detrás de una ventana

Noche inexplicable

Pronóstico del tiempo

Museo de Antropología

Zona Rosa, viernes en la noche

Flash Fiction: esperando la muerte

Tiempos de autodestrucción

Poeta a la antigua

Midas en el fin del mundo

Epitafio para un poeta adolescente

El último viaje de Seamus Heaney

Mi hermano Juan, fantasma

Fábula del rey Midas y los ratones de oro

Sin dar la espalda a la puerta

El infierno comenzó con Dante

Night fiction

Desde una terraza de la vieja Tenochtitlan

W. Williams the Fresh Market Place

Pirámide de la luna. Instrucciones para el descenso

Jeroglífico de la ciudad

Flash poetry

Un delirio recorre el mundo

Salvo la muerte

Crepúsculo en la Gravillea alada

Delfines espectrales

La ferita n’ell essere

Mensaje en un kleenex

Cada quien su nada

A mi madre josefina

Nahui Olin, la loca del Sol

El otro infinito

Momento

Tres musas

Poesía sobre poesía

contraportada

A Betty, Chloe, Eva Sofía y Josefina

  

Yo conozco los signos de la antigua llama.

Dante, Purgatorio, XXX, 21

Oh llama de amor viva.

San Juan de la Cruz

Puerta de toda maravilla.

Tao Te King

  

SUMARIO

La poesía llama

Poemas del presente lejano

Las cuatrocientas voces del azul

Préambulo a la noche

  

LA POESÍA LLAMA

  

POEMAS DEL PRESENTE LEJANO

LAS CUATROCIENTAS VOCES DEL AZUL

A Josefina

PREÁMBULO A LA NOCHE

OSCURIDAD SANTA

un silencio visual escuchaba las voces

una luz interior abría las puertas invisibles

algo extraño sucedía en el vientre de mi madre:

el niño del cumpleaños de abril venía en camino

la noche era tan densa que no se alcanzaban a ver las manos,

y el lecho lejano parecía cercano;

el infinito entraba en él,

dormido en el olvido de sí mismo

y de los seres que habían sido

corazones astrales palpitaban

en el pequeño que se movía

en el vientre tumbal de la tiniebla madre.

La poesía existía

antes de que yo naciera

Oscuridad Santa

  

LA INFINITA MELANCOLÍA DE DIOS

Pienso en la infinita melancolía de Dios,

en el Solitario del universo girando en Sí mismo

en su orbe de paredes azules y tinieblas translúcidas.

En su laberinto de seres y soles,

su Conciencia, nunca dormida nunca despierta,

vela en la eternidad del presente y del olvido.

En el aquí lejos y en el allá cerca escucha la plegaria

del hombre, la canción del océano, las sombras de los astros,

los mundos a medio hacer y las construcciones de lo efímero.

Nadar a contracorriente por el tiempo sin orillas,

sopesar en el espacio la luz irrepetible,

sentir en el vacío el reflejo del Ojo aluzinado, es Su saber.

Crear, es el oficio del Miglior fabbro del parlar eterno,

que nadie escucha, pero todo mundo explica,

que nadie ve, pero en Él todo nace y expira.

El hombre, huérfano de Dios, pedazo de miedo

rodeado de nada, ciego bajo la luz, no puede concebir

el Cuerpo incesante-mente creándose a Sí mismo.

En la cápsula de tiempo en la que estoy metido,

imagino cómo sería ser el Ser que se expande por el universo

en expansión, el Habitante de cada criatura y cada mundo.

El Ojo compasivo, el Ojo consciente-sensible-vivo

que todo percibe, todo piensa y todo siente,

el Ojo más viejo que el Sol, el Ojo que no se cierra.

El Ser de las auroras lúdicas y de las tardes lúcidas,

el Ser que sobrevive a la soledad de Sí mismo,

el Ser que revela y oculta su Misterio.

El Ser, que en el mundo de las criaturas condenadas

a muerte, embarga una tristeza sin razón ni límites;

el Ser Antiguo, el Ser Último, el Ser Presente,

el Cerebro que siente y el Corazón que piensa,

el Morador del agujero negro, esa bilis

que capta lo mismo al Sol en su cenit que en su nadir,

a la abeja en la flor y al quetzal en su extinción.

Me pregunto cómo sería ser Él,

el Ser de la presente ausencia,

el Ser de la Poesía de la existencia,

el Ser que mirándose a Sí mismo

mira en todo cuerpo y toda cosa

la sonrisa infinita de la Luz.

SOLO SOLO RODEADO DE SOLES DIOS EN SU INFINITA MELANCOLÍA.

  

AUTORRETRATO DE JOVEN CAMINANDO EN EL PASADO

Hay en ese ayer sombras sin cuerpo,

figuras que cambian de lugar y de forma,

gentes que vienen por la calle y no llegan,

árboles que caminan y atraviesan ventanas,

horas que duran un minuto o un siglo.

Hay en ese cuarto retratos y sacos

que se quedaron solos en los roperos,

cuerpos que sobrevivieron al acto amoroso

y están sentados al borde de la cama;

hay en esos rostros multitudes de sombras

esperando delante de puertas cerradas,

mientras el tren del olvido corre hacia atrás

por un río sin orillas comiendo paisajes y personas.

Hay en esa memoria seres deshabitados,

paredes que sostienen techos inexistentes,

cajones que no puede abrir ninguna mano,

ventanas callejeras sucias de vida diaria.

Hay en ese café mesas desocupadas,

mujeres fumándose la tarde ociosa,

tazas volcadas sobre días borrachos,

viejos desdentados inventando el pasado.

Hay en ese ayer un joven que camina

con su mujer vestida de anaranjado,

pronto ella dará a luz a su primera hija;

cruzan una calle con coches impalpables;

entran en un edificio de ventanas caídas;

suben por una escalera que sólo ellos pueden subir;

tienen los bolsillos rotos, deben su última renta,

pero abren en el ayer las puertas del misterio.

  

AUTORRETRATO EN EL GATO ROJO, CIRCA 1960

En una mesa ardía una vela.

Ocupaba el espacio música de jazz.

El poeta joven entrecerró los ojos.

Un humor de viernes agitaba su interior.

El deseo de estar en otra parte lo inquietaba.

Qué raro estar ahí sentado con un foco prendido

en la cabeza, entre geranios rojos y vírgenes alucinadas

y gente a la que no se le oía hablar.

Él recordó la dura poesía de las esquinas,

las banquetas náufragas de Dios

y los niños huérfanos de amor.

Una chica buscó a nadie en la pared, mirando a través de él.

Con cada flirteo ella más se abismaba,

más sola se quedaba, más se desamaba

a sí misma con ese aroma de nicotina

y ese aliento de carne macerada.

Ella, con lunas ajadas debajo de la blusa

y una sardina ultrajada entre las piernas.

Él sintió el Ártico helado en un vaso de cerveza;

mató a una mosca como si la suicidara;

dio una moneda al mesero que le apagó la vela.

El reloj de la muerte dio las doce

de un pasado lleno de presagios

y un porvenir cansado de esperar.

Dondequiera que él estaba tenía

la certeza de que algo le faltaba,

de que pronto regresaría al punto de partida.

Cuando salió a la calle sintió que su sombra

se iba por su cuenta a la otra acera.

Parada en una esquina estaba una joven vieja:

pobre ola carnal en pantalones ajustados,

pobre islote perdido en el presente lejano.

  

LABERINTOS VERTICALES

La piedra que los constructores rechazaron,

es la piedra fundamental.

Salmos, 118

Torres, ruinas elevadas, alzadas contra el horizonte.

Pajareras con fecha de caducidad.

Construcciones coronadas

por el aire airado y la lluvia ácida.

Escaleras que ascienden

y descienden por vacíos interiores.

Límites que dividen el mundo superficial

del Inframundo y del laberinto interno.

Elevadores que viajan con su carga

al precipicio del abajo y el mañana.

Cámaras, silencios encapsulados,

vidrios que refractan la mirada.

Cuartos sobre cuartos, oficinas sobre abismos

donde el presente se escapa como un gemido.

Esclavos atados a un escritorio y a un horario de plomo;

documentos en mano, pisando el tapete del olvido,

en el umbral de lo obsoleto y lo perdido,

pues el trámite ha vencido.

Secretarias, ansiosas de domingo, con el culo aplanado, soñando

entre máquinas palpitantes y lápices decapitados.

Cubículos de techo bajo, piso plastificado

y materiales eléctricos en forma de serpiente.

Corredores que llevan a la ciudad sin noche,

a incineradores, a arañas solitarias y al abismo de uno mismo.

Puertas que se abren a puertas cerradas

sobre sótanos de hormigón y medidores de sombras,

sobre entradas y salidas giratorias