LA POESÍA LLAMA
Primera edición, 2018
Primera edición en libro electrónico, 2018
D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-5688-9 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
LA POESÍA LLAMA
Oscuridad santa
La infinita melancolía de dios
Autorretrato de joven caminando en el pasado
Autorretrato en El Gato Rojo, circa 1960
Laberintos verticales
Regreso a Bizancio
El amor del agua
Alegría del aire
Trece años y medio
De noche en el santuario
Luz azul
Purificación
Insomnio
Espejo
Gravillea alada
Unexplained phenomena, 1
Unexplained phenomena, 2
Migrantes de viaje
Laberinto abierto
La hormiga
Un momento fuera del tiempo
La bañera
A Betty, un poema otoñal de amor
Pintar la luz
Poderes del amor
El tiempo es poesía
Mexico city dreaming
Tráfico
Tren de infancia
Pirámide que navega
Dog’s dogma
Sobre los pasos
Mis pasos
Cuán extraños los dos con nuestro instinto
Historias de gatos
Bárbara 1
Ceremonia al romper el día
La poesía llama
La casa de mi infancia
Futbol
El molino de harina
Balada de los Musos y las Furias
Autorretrato con peluquero ciego
The Riddle
Arena para tu urna
Despedida
Muros, ventanas y espejos
Retorno
Laberintos
Buscando a San Juan de la Cruz en ninguna parte
La solitaria del último tranvía
POEMAS DEL PRESENTE LEJANO
Necesitamos una matria
Réquiem por una abeja
Carpe diem
El sueño de estar vivo
Poemas del presente lejano, 1
Honoris causa
Anillo de circunvalación
Este viernes, otro viernes
Basta
Grevillea robusta
El pez dorado…
A un fresno
Dos poemas de todo
Poemas del presente lejano, 2
Detrás de las puertas de la lluvia…
Este abajo habitado…
LAS CUATROCIENTAS VOCES DEL AZUL
La extraterrestre
Josefina, primer día
Josefina, segundo día
Cuando la tierra era niña
Dos mandarinas niñas
Canción de cuna
Carta al día gris
Gracias al agua ha existido el pintor…
Cuerpo de aire
Gloria pintada
Instantánea
11:11 de la noche
Poderes de la luz
Virgen del agua
Nocturno de la tortuga Laúd
Aparición
La siempre recién llegada
El arpista ciego
Luminosidades
El pájaro caído del árbol
Carabela
Los sonidos del silencio
Las puertas verdes
PREÁMBULO A LA NOCHE
Entre fantasmas
La tumba de mi madre Josefina (1986)
Perra abandonada en una isla
Los signos del Juicio Final, según Gonzalo de Berceo
Los otros no saben cuándo un viejo se muere
Malcolm Lowry en los trópicos de la mente
Adiós, abuelo
A cornfield by moonlight with the evening star
El despierto
De Ise
Bárbara 2
Gata detrás de una ventana
Noche inexplicable
Pronóstico del tiempo
Museo de Antropología
Zona Rosa, viernes en la noche
Flash Fiction: esperando la muerte
Tiempos de autodestrucción
Poeta a la antigua
Midas en el fin del mundo
Epitafio para un poeta adolescente
El último viaje de Seamus Heaney
Mi hermano Juan, fantasma
Fábula del rey Midas y los ratones de oro
Sin dar la espalda a la puerta
El infierno comenzó con Dante
Night fiction
Desde una terraza de la vieja Tenochtitlan
W. Williams the Fresh Market Place
Pirámide de la luna. Instrucciones para el descenso
Jeroglífico de la ciudad
Flash poetry
Un delirio recorre el mundo
Salvo la muerte
Crepúsculo en la Gravillea alada
Delfines espectrales
La ferita n’ell essere
Mensaje en un kleenex
Cada quien su nada
A mi madre josefina
Nahui Olin, la loca del Sol
El otro infinito
Momento
Tres musas
Poesía sobre poesía
A Betty, Chloe, Eva Sofía y Josefina
Yo conozco los signos de la antigua llama.
Dante, Purgatorio, XXX, 21
Oh llama de amor viva.
San Juan de la Cruz
Puerta de toda maravilla.
Tao Te King
La poesía llama
Poemas del presente lejano
Las cuatrocientas voces del azul
Préambulo a la noche
A Josefina
un silencio visual escuchaba las voces
una luz interior abría las puertas invisibles
algo extraño sucedía en el vientre de mi madre:
el niño del cumpleaños de abril venía en camino
la noche era tan densa que no se alcanzaban a ver las manos,
y el lecho lejano parecía cercano;
el infinito entraba en él,
dormido en el olvido de sí mismo
y de los seres que habían sido
corazones astrales palpitaban
en el pequeño que se movía
en el vientre tumbal de la tiniebla madre.
La poesía existía
antes de que yo naciera
Oscuridad Santa
Pienso en la infinita melancolía de Dios,
en el Solitario del universo girando en Sí mismo
en su orbe de paredes azules y tinieblas translúcidas.
En su laberinto de seres y soles,
su Conciencia, nunca dormida nunca despierta,
vela en la eternidad del presente y del olvido.
En el aquí lejos y en el allá cerca escucha la plegaria
del hombre, la canción del océano, las sombras de los astros,
los mundos a medio hacer y las construcciones de lo efímero.
Nadar a contracorriente por el tiempo sin orillas,
sopesar en el espacio la luz irrepetible,
sentir en el vacío el reflejo del Ojo aluzinado, es Su saber.
Crear, es el oficio del Miglior fabbro del parlar eterno,
que nadie escucha, pero todo mundo explica,
que nadie ve, pero en Él todo nace y expira.
El hombre, huérfano de Dios, pedazo de miedo
rodeado de nada, ciego bajo la luz, no puede concebir
el Cuerpo incesante-mente creándose a Sí mismo.
En la cápsula de tiempo en la que estoy metido,
imagino cómo sería ser el Ser que se expande por el universo
en expansión, el Habitante de cada criatura y cada mundo.
El Ojo compasivo, el Ojo consciente-sensible-vivo
que todo percibe, todo piensa y todo siente,
el Ojo más viejo que el Sol, el Ojo que no se cierra.
El Ser de las auroras lúdicas y de las tardes lúcidas,
el Ser que sobrevive a la soledad de Sí mismo,
el Ser que revela y oculta su Misterio.
El Ser, que en el mundo de las criaturas condenadas
a muerte, embarga una tristeza sin razón ni límites;
el Ser Antiguo, el Ser Último, el Ser Presente,
el Cerebro que siente y el Corazón que piensa,
el Morador del agujero negro, esa bilis
que capta lo mismo al Sol en su cenit que en su nadir,
a la abeja en la flor y al quetzal en su extinción.
Me pregunto cómo sería ser Él,
el Ser de la presente ausencia,
el Ser de la Poesía de la existencia,
el Ser que mirándose a Sí mismo
mira en todo cuerpo y toda cosa
la sonrisa infinita de la Luz.
SOLO SOLO RODEADO DE SOLES DIOS EN SU INFINITA MELANCOLÍA.
Hay en ese ayer sombras sin cuerpo,
figuras que cambian de lugar y de forma,
gentes que vienen por la calle y no llegan,
árboles que caminan y atraviesan ventanas,
horas que duran un minuto o un siglo.
Hay en ese cuarto retratos y sacos
que se quedaron solos en los roperos,
cuerpos que sobrevivieron al acto amoroso
y están sentados al borde de la cama;
hay en esos rostros multitudes de sombras
esperando delante de puertas cerradas,
mientras el tren del olvido corre hacia atrás
por un río sin orillas comiendo paisajes y personas.
Hay en esa memoria seres deshabitados,
paredes que sostienen techos inexistentes,
cajones que no puede abrir ninguna mano,
ventanas callejeras sucias de vida diaria.
Hay en ese café mesas desocupadas,
mujeres fumándose la tarde ociosa,
tazas volcadas sobre días borrachos,
viejos desdentados inventando el pasado.
Hay en ese ayer un joven que camina
con su mujer vestida de anaranjado,
pronto ella dará a luz a su primera hija;
cruzan una calle con coches impalpables;
entran en un edificio de ventanas caídas;
suben por una escalera que sólo ellos pueden subir;
tienen los bolsillos rotos, deben su última renta,
pero abren en el ayer las puertas del misterio.
En una mesa ardía una vela.
Ocupaba el espacio música de jazz.
El poeta joven entrecerró los ojos.
Un humor de viernes agitaba su interior.
El deseo de estar en otra parte lo inquietaba.
Qué raro estar ahí sentado con un foco prendido
en la cabeza, entre geranios rojos y vírgenes alucinadas
y gente a la que no se le oía hablar.
Él recordó la dura poesía de las esquinas,
las banquetas náufragas de Dios
y los niños huérfanos de amor.
Una chica buscó a nadie en la pared, mirando a través de él.
Con cada flirteo ella más se abismaba,
más sola se quedaba, más se desamaba
a sí misma con ese aroma de nicotina
y ese aliento de carne macerada.
Ella, con lunas ajadas debajo de la blusa
y una sardina ultrajada entre las piernas.
Él sintió el Ártico helado en un vaso de cerveza;
mató a una mosca como si la suicidara;
dio una moneda al mesero que le apagó la vela.
El reloj de la muerte dio las doce
de un pasado lleno de presagios
y un porvenir cansado de esperar.
Dondequiera que él estaba tenía
la certeza de que algo le faltaba,
de que pronto regresaría al punto de partida.
Cuando salió a la calle sintió que su sombra
se iba por su cuenta a la otra acera.
Parada en una esquina estaba una joven vieja:
pobre ola carnal en pantalones ajustados,
pobre islote perdido en el presente lejano.
La piedra que los constructores rechazaron,
es la piedra fundamental.
Salmos, 118
Torres, ruinas elevadas, alzadas contra el horizonte.
Pajareras con fecha de caducidad.
Construcciones coronadas
por el aire airado y la lluvia ácida.
Escaleras que ascienden
y descienden por vacíos interiores.
Límites que dividen el mundo superficial
del Inframundo y del laberinto interno.
Elevadores que viajan con su carga
al precipicio del abajo y el mañana.
Cámaras, silencios encapsulados,
vidrios que refractan la mirada.
Cuartos sobre cuartos, oficinas sobre abismos
donde el presente se escapa como un gemido.
Esclavos atados a un escritorio y a un horario de plomo;
documentos en mano, pisando el tapete del olvido,
en el umbral de lo obsoleto y lo perdido,
pues el trámite ha vencido.
Secretarias, ansiosas de domingo, con el culo aplanado, soñando
entre máquinas palpitantes y lápices decapitados.
Cubículos de techo bajo, piso plastificado
y materiales eléctricos en forma de serpiente.
Corredores que llevan a la ciudad sin noche,
a incineradores, a arañas solitarias y al abismo de uno mismo.
Puertas que se abren a puertas cerradas
sobre sótanos de hormigón y medidores de sombras,
sobre entradas y salidas giratorias