ESPAÑA: La Gran Idea Diez años antes. Gran Canaria, septiembre de 2005.

Me detengo a respirar. Las cuestas son de aúpa al noroeste de la isla. Observo cómo la estrecha vía serpentea entre precipicios hasta desaparecer en el horizonte y Gran Canaria se transforma en un emergente dragón cuya cola golpea con furia el océano dejando atrás un rastro de espuma y sal.

Me quedan dos jornadas para finalizar el viaje. Después de 24 días, y casi 2500 kilómetros, he llegado hasta aquí viva tras recorrer las siete Islas Canarias. Me siento orgullosa, en primer lugar, por haberlo intentado y en segundo, por casi haberlo logrado. Ha sido duro, pero más fácil de lo que pensaba gracias al apoyo de la gente que me he encontrado por el camino. La verdad es que me ha sabido a poco. Cuando comienzo a disfrutar el trayecto, el final es inminente. Me pregunto cómo sería hacer esto a nivel mundial.

¿Habrá recorrido el mundo en bicicleta alguna canaria antes?, ¿Y alguna española? No estaría nada mal darle la vuelta al mundo con la misma inquietud que me ha llevado a recorrer las islas, promocionar los derechos de la mujer allá a donde voy.

Coloco la bicicleta contra el guarda raíles y me siento al borde de un despeñadero a contemplar el azul del mar mientras apuro una barrita energética entre sorbos de bebida isotónica. Pienso en la escasa experiencia que tengo viajando. Escasa y lejana en el tiempo, porque hace mucho que no salgo del archipiélago. Mis viajes fuera de las islas han sido siempre por estudios o por trabajo.

Con veintiún años me fui a Londres a trabajar. Aquella fue la primera aventura de mi vida. Nunca había dado mucho golpe en casa y ahora estaba limpiando hoteles, sirviendo croissants en una dulcería en plena City y limpiando baños en el Mc Donalds del céntrico Kensignton High Street de la capital británica.

Afortunadamente al año siguiente empezaría mis estudios de Periodismo en Madrid y pude escapar de aquel traumático paréntesis entre secundaria y la universidad. La segunda vez que salí de España fue para hacer un Erasmus en Bruselas, en cuarto curso. Lo pasé tan bien que cuando terminé no quería volver a Madrid para terminar mis estudios. Además, había conseguido un buen trabajo como analista de medios de comunicación españoles y portugueses en la Comisión Europea, al haber estado expuesta al luso desde mi nacimiento, ya que mi madre nació en Madeira y pasaba grandes temporadas en la isla de las orquídeas y las cascadas.

Cuando terminé mis estudios en Madrid, fui a ver a mi hermano a Nueva York, ciudad donde regentaba su propio negocio de pescado en Queens. Aguanté un mes viviendo en aquella nebulosa gris de caos y antipatía. Además, mi hermano creyó que ir a visitarlo significaba convertirse en mi dueño y señor y no me dejaba salir para nada que no fuera pasear con mi cuñada. Por lo visto veintisiete años en la chepa y haber vivido sola en Madrid y en Bruselas no eran suficiente garantía para dejarme a mi libre albedrío en la ciudad de los rascacielos. Tampoco tenía elección porque vivía en su casa y no tenía dinero, así que tuve que acatar sus reglas discriminatorias durante un mes.

Un viaje de este calibre por el mundo era un auténtico desafío, no sólo por mi falta de experiencia viajera, sino también por mi propio carácter moldeado bajo el paraguas de una familia muy convencional y protectora. ¿Cómo sería sentirse libre, deambular por la vida sin ataduras, sin obligaciones, sin un trabajo fijo y con la carretera como único aliado, viviendo en la incertidumbre día a día, sin ningún tipo de protección, sin apoyo técnico, pernoctando en mi tienda de campaña, enfrentándome a las inclemencias climatológicas día a día, evitando el peligro, hablando con desconocidos…? ¿Y si me pasa algo, si me roban o me violan por el camino? ¿Podré ir sola o debería llevar compañía?

Durante diez años, esta misma idea iba cobrando fuerza hasta que llegó un momento en el que el deseo de hacer algo con mi vida se hizo tan grande que me empujó a imprimirle algún sentido. No podía creer que yo estuviera aquí y ahora para vivir metida en una isla, viendo siempre las mismas caras, supliendo mi felicidad con cosas materiales, hoy era un plasma, mañana un coche, pasado una nueva bicicleta, la más cara porque yo lo valgo.

Además, mi trabajo como periodista me decepcionaba cada día más. Ruedas de prensa, presentaciones de memeces, vacías y robóticas declaraciones de políticos para los que en el fondo trabajábamos todos como títeres de un teatrillo dispuesto para hacer las delicias de unos pocos privilegiados.

Yo he estudiado periodismo para escribir sobre la vida, sobre los seres humanos, sobre el mundo y sus pequeños detalles, me he formado en la comunicación porque quiero contribuir a un mundo mejor desde mi letra y mi palabra. Día a día advertía que había algo dentro de mí, sin nombre, que quería salir y que no podía. Cada vez que intentaba plantearme en serio un viaje de esta envergadura dibujando trazos en un papel, anotando ideas y escribiendo números, acababa arrugando el folio y depositándolo en la papelera. Mis miedos, mi falta de autoestima y poca fe en mi misma me podían y frenaron mi salida durante mucho tiempo.

Por otro lado, también se me planteaba una gran duda. Debería buscarme una compañera dado que un hombre estaba descartado por la finalidad del viaje. Si quería llamar la atención de las mujeres sobre nuestro derecho a ser libres y sobre nuestras capacidades únicas para hacer frente a la adversidad, debían ser sólo mujeres las que reivindicaran sus derechos a través del ejemplo. Cuando le propuse a algunas amigas la idea me tacharon de lunática, así que cada día iba cobrando fuerza la idea de ir en solitario. Qué mejor que reivindicar la libertad para las mujeres sobre una bicicleta. La bicicleta me hace sentir libre y no hay nada que me haga más feliz que pedalear y descubrir el mundo pedaleando.

CANARIAS: Preparando el Sueño Nueve años después. Hospital Perpetuo Socorro, Las Palmas de Gran Canaria.

Me despierto con un tubo de oxígeno en la nariz. Estoy en la cama de un hospital y alguien me da tímidos cachetes en las mejillas.

—¡Cristinaaaaaa! ¿Cómo se encuentra? ¡Cristinaaaaa, reaccione! ¿Se siente bien?

Confusa y aturdida asiento a una enfermera que manipula el tubo conectado a la bolsa de suero intravenoso. A pesar de sentirme relajada, noto que mi estado laxo no es natural. Normalmente duermo las horas justas y salto de la cama nada más despertar. Sin embargo, ahora una fuerza artificial me lo impide.

Estoy envuelta en una sábana sobre la que descansa mi brazo derecho con una vía intravenosa. Intento mover el otro brazo bajo la cubierta. Dejo resbalar la mano hacia la zona baja del abdomen para rozar con las yemas de los dedos la gran secuela de una histerectomía.

“Ya está”, pienso. “Se acabó el sufrimiento de varios años”.

Entre visitas y comidas paso el resto de la semana ideando mi viaje, tomando notas, consultando mapas e información en mi ordenador portátil que conecto a internet a través del teléfono. Ya nada me frenará. La vida me ha brindado otra oportunidad y debo aprovecharla. Me canso rápidamente debido a la cantidad de analgésicos que me dan y a los efectos de la anestesia pero, aún así, intento aprovechar el tiempo y escribir todo lo que llevo pensando en estos diez años y que nunca me atreví a concretar en un proyecto físico. Rutas, posibles espónsores, contactos, formas de financiación,… Escribo correos electrónicos a entidades, a organizaciones, a empresas privadas solicitando patrocinio. Consulto equipamientos idóneos, leo blogs de otros viajeros europeos, norteamericanos y canadienses, busco información sobre nutrición deportiva, sobre los efectos secundarios de una intervención quirúrgica como la que he sufrido, me trago todo la que hay sobre visados, situación política de los países por los que tengo que pasar, calculo distancias, tiempos,…

Paso los siguientes meses en la misma dinámica, cada día antes del trabajo. Hace tiempo que no practico el periodismo. Decidí dejarlo y dedicarme a dos de mis grandes pasiones, el diseño 3D y la enseñanza. No puedo hacer periodismo sin pasión y en los últimos años he llegado casi a odiar su práctica en España. Así que he decidido hacer otras cosas. No puedo dedicarme a algo por lo que no sienta deseos de saltar de la cama cada mañana y más si paso más del 50% de mi vida ejerciendo mi profesión.

Pero aunque el diseño gráfico y la enseñanza me gustan, no me satisfacen tanto como el periodismo de aventura. Cuando modelo un objeto o un personaje en 3D me siento bien, pero cuando escribo una crónica o hago un reportaje estoy en la puta gloria. Y es este pensamiento el último empujón que necesito para dar el primer paso.

Una vez concluido el proyecto del viaje, comienzo la dura y frustrante tarea de buscar financiación. Para ello quedo con algunos amigos, por separado, para plantearles el proyecto y pedirles que me ayuden a buscar apoyo económico.

Me reúno con una amiga en una terraza de La Playa de Las Canteras.

—¿Puedes preguntarle a tu amigo Jose si podría patrocinarme de alguna forma?

Suelta una carcajada.

—“No creo que a Jose le interese una mierda tu viaje en bicicleta”, responde.

¡Pero has dicho que estás dispuesta a ayudarme con esto!

—Te puedo regalar mi bicicleta, eso es todo.

Mi encuentro con Pablo es el más fructífero.

—Sí, claro que lo intentaré —me dice—. La otra vez te saliste y creo en ti. Estoy seguro de que lo lograrás.

Pablo me presenta a un comerciante de artículos que se compromete a ayudarme con la vestimenta y nutrición deportiva. Acordamos los puntos de envío con un mapa delante. El primero sería Kenya, el segundo Singapur y el tercero Estados Unidos. Después de hacernos algunas fotos para publicarlas en las redes sociales los días previos a mi salida y darme algunas prendas del equipamiento que me promete, se arrepiente y me envía toda la ropa de los dos años junta, a Kenya, para desentenderse luego. Recuerdo mi cara en Nairobi cuando recibí el paquete, preguntándome si aquello era una broma. ¿Qué demonios iba a hacer con toda esa ropa? No podía cargarla en la bicicleta y tampoco podía permitirme enviarla de vuelta, porque el correo ordinario no existe y el privado es carísimo en esos países. Y encima había tenido que pagar 100 malditos euros en la aduana para retirar la caja. Además, nunca vi ni una barrita energética de los productos que me prometió y que anunciaba en mis mallas y en mi página web. De hecho, hasta el día de hoy, no he vuelto a saber nada de él y ni siquiera me llamó para felicitarme cuando llegué. Simplemente se desvaneció.

Tampoco obtuve nunca contestación a correos que envié a diferentes organismos públicos y empresas de índole privada solicitando apoyo. Gracias a Dios contaba con un buen amigo ciclista gallego, Benito Guerreiro, mucho más informado que yo en estas lides, que no dudó ni un instante en mandarme por correo desde Vigo todo el equipo que él había utilizado en su último viaje. Y resultó ser de lo mejorcito. Una de las mejores y más resistentes parrillas traseras del mercado, dos alforjas traseras Ortlieb resistentes al agua y una bolsa frontal también Ortlieb. Siempre le estaré agradecida porque, en aquel momento, no sabía lo importante que es tener una buena parrilla y unas mejores alforjas para un viaje de esta índole.

Hoy en día, el escaso éxito que tuve en encontrar espónsores no me hubiera frenado para seguir intentándolo. Sin embargo, en aquel momento este inconveniente me hundió levemente. Ahora, después de tres años haciendo frente a todo tipo de aprietos, hay pocas cosas que me frenen cuando algo se me mete en la cabeza e incluso puedo decir que los escollos ahora me sirven de motivación.

Sin embargo, en 2014 yo era una mujer que se valoraba muy poco y a la que las opiniones de los demás le afectaban mucho, hasta tal punto que me frenaban a la hora de emprender cualquier proyecto. Un auténtico problema en un país donde el deporte nacional ha dejado de ser el fútbol para convertirse en la envidia.

Esta particularidad de la idiosincrasia española se acrecienta más en las provincias, entornos más reducidos donde la censura es como un juego de mesa donde todos participan. Ahora, viendo mi país con la perspectiva de una foránea, este aspecto de la personalidad española lo identifico fácilmente, al haber estado en contacto con otros individuos que ven la vida de otra manera. En otros países como Alemania, Estados Unidos o Canadá, la tendencia es apoyar cualquier iniciativa que suponga un ejemplo para el resto de la sociedad porque entienden que, a través de tu experiencia, otros se sentirán inspirados para perseguir sus sueños y una sociedad motivada es el carburante del desarrollo económico.

Las ideas originales se valoran y se apoyan porque nos benefician a todos, son el germen de la evolución. En mi opinión esta es una de las principales razones por las que estos países están a años luz, social y económicamente, de nosotros. Protegen y cuidan la ciencia, el pensamiento, la cultura, el deporte y el arte porque saben que así protegen su futuro.

En nuestro país, sin embargo, nos dedicamos a humillar a los innovadores, a los que piensan por sí mismos y a los que, en definitiva, se salen del fondo de una “caverna”, como decía Platón en su alegoría de la teoría de las ideas. Así pues, los humanos desde su nacimiento permanecen sentados siempre mirando a una de las paredes, encadenados desde atrás, contemplando sombras que se proyectan, sin la capacidad de poder mirar hacia atrás para ver cuál es el origen de esas cadenas ni de las sombras proyectadas, que simulan una realidad engañosa y superficial. Y, cuando por fin se escapan y salen de la caverna, captan la realidad en todos sus detalles, ven las cosas tal y como son.

“La envidia es la íntima gangrena del alma española” decía Unamuno. Y esta visión que podría considerarse emparanoiada de la sociedad española, la corroboran los éxitos de audiencia de programas televisivos como Sálvame, DEC, Aquí Hay Tomate, Tómbola, Está Pasando, etc., auténticos ahumaderos de carne y pescado donde se pone a secar a diario la molla de las celebridades, la mayoría de las veces para destrozarles la vida.

Con este contexto he de lidiar para sacar adelante un proyecto de tal envergadura. Además, nadie lo ha hecho en Canarias antes, soy la primera mujer que lo quiere hacer en España, aquí el cicloturismo aún está en pañales y estamos en plena crisis económica. Sólo me queda utilizar mis ahorros y vender todas mis pertenencias para intentar conseguir apoyos por el camino. Quizá sea más fácil ganarme la confianza de los patrocinadores cuando ya esté en marcha la aventura. Así pues, paso varios días haciendo fotos de mis cosas y colgándolas en un par de páginas web de anuncios gratis. Un trabajo laborioso que da resultados más rápido de lo que esperaba.

Una de las grandes dudas de los preparativos del viaje es qué demonios tengo que llevar. Además, considerando el tamaño de las alforjas ¿cómo voy a llevar todo lo que necesito en un espacio tan reducido? Esto es una de las cosas que más quebraderos de cabeza me da, porque no tengo experiencia en estas lides y viajar con lo esencial no es una de mis virtudes. Busco información en blogs de viajeros en inglés, ya que el cicloturismo en el mundo latino es casi inexistente en 2014 y los blogs en español prácticamente ausentes en internet. En aquel momento sé inglés pero no tengo mucha práctica así que me cuesta un gran esfuerzo traducir todas estas páginas y sacar algo en claro.

Por mucho que intente informarme, la inexperiencia es evidente aunque hubiera hecho un viaje hace diez años, en el que prácticamente no llevaba nada porque en las Islas Canarias las distancias son tan cortas que vale la pena arriesgar con tal de no llevar peso y si necesitas apretar un tornillo, esperas a llegar a la siguiente estación de servicio y ya está, o le pides a alguien que te ayude por el camino.

Pero a partir de ahora, no sé a lo que me voy a enfrentar. Viajaré por lugares remotos, la mayoría pertenecientes al tercer mundo o a países en vías de desarrollo donde las posibilidades de encontrar herramientas o repuestos deben ser escasas (después comprobaría que no es así). Así que, sin tener en cuenta aún la importancia del peso y del espacio en un viaje de larga distancia, compro una mini bomba de aire, un mini kit plegable de herramientas de reparación, 6 cámaras de aire 26×1.95 para mountain bike, un kit de reparación de pinchazos, un troncha cadenas, tuercas sueltas, pastillas de freno, una cubierta nueva de repuesto, una cadena extra, cuatro pares de luces (dos de repuesto), llave inglesa, extractor de piñones con cadena y llave de núcleo de piñones, aceite lubricante… Sólo las herramientas y repuestos pesan casi como la bicicleta.

Después aprendo que casi todo lo que llevo no es indispensable y dejo atrás la mayoría de las cosas, ya que el peso es el peor enemigo del ciclo viajero. Opto por conseguir las cosas por el camino a medida que las necesite, tarea fácil cuando lo que llevas es una bicicleta y no un vehículo a motor, porque en prácticamente todos los rincones del planeta siempre hay bicicletas, y donde hay bicicletas hay mecánicos de bicicletas. Es importante señalar que al llevar un bicicleta de gama baja y de frenos V-Brake, mis posibilidades de encontrar repuestos y mecánicos que supieran arreglarla aumentan allá a donde voy, pues al principio no sé ni cambiar una cámara.

En cuanto al material de acampada, llevo un saco de dormir Ultralight S15 Quetchua, muy compacto y ligero (pesa sólo 680 gr) y suficiente para la temperatura que voy a encontrar en México, que era donde inicialmente iba a empezar mi periplo. Desde Galicia, mi buen amigo y colaborador Benito me enviaría su tienda de campaña ligera y uniplaza Ferrino. Lo mejor de esta tienda es su peso, sólo 1640 gramos, y su ventilación, ya que está diseñada para climas cálidos. Hoy en día, no hubiera elegido una tienda de campaña uniplaza modelo sarcófago ni por asomo, por muy poco que pese, ya que su reducido espacio es muy incómodo para vivir tanto tiempo dentro de ella y las cosas no te caben dentro y, por seguridad, es mejor dormir con todo el equipamiento dentro de la tienda.

Para cocinar opto por una batería de cocina barata, no muy ligera y demasiado grande y por un hornillo de gas. También me arrepentiría de estas dos malas decisiones. La batería de cocina debe ser muy ligera, pequeña y de buena calidad para que no se oxide y no se pegue la comida y la cocina, multicombustible en caso de viajar por zonas remotas, tercer mundo o países en vías de desarrollo.

Sirva de ejemplo que desde que salí de Sudáfrica no pude utilizar más mi mini hornillo y lo tuve que regalar, así que me tenía que buscar la vida allá donde llegara para conseguir carbón para cocinar, negociando con los locales, y poner a punto la brasa para poner el caldero al fuego, que no es un trabajo fácil. Hasta Bangkok no encontré una cocina multicombustible y me cobraron un ojo de la cara por ella.

Una de las cosas que más me alegré de haber llevado fue el depósito de agua de cuatro litros Ortlieb, una alternativa muy ligera y muy robusta a las cantimploras tradicionales. Hasta el día de hoy no se me ha roto y mira que le he dado caña. Con ella he transportado agua en la bicicleta, me he duchado y la he usado de tanque cuando he acampado durante varios días. Ésta fue otra de las buenas ideas de Benito Guerreiro, enviada con el resto del equipamiento. Junto a él transporté otros cuatro bidones de 550 ml cada uno, dos de ellos iban enganchados en el cuadro de la bicicleta. Tuvo que pasar un año para descubrir lo bueno que es llevar otros dos enganchados en otras partes del cuadro para no tener que parar para repostar agua.

En España, antes de viajar a países subdesarrollados o en vías de desarrollo, te aconsejan que pases primero por Sanidad Exterior. Solicité una cita en las oficinas del Cebadal, en Las Palmas de Gran Canaria, y mantuve una entrevista con un médico que, a mi entender, no había viajado jamás más allá de La Graciosa. Me dijo que tenía que vacunarme de cien mil cosas que nunca me hicieron falta y me echó un sermón sobre los mosquitos y las formas de evitarlos de las que estuve riéndome varias veces por el camino. Que si tenía que llevar ropa blanca y suelta en las regiones de alto riesgo para evitar las mordeduras, que por favor me tomara el Malarone durante tres años si hacía falta, que no comiera nada que no fuese enlatado, que no bebiera agua que no estuviese embotellada, bla, bla, bla,… Consejos de quienes se pasan la vida estudiando y se olvidan de vivir la vida.

Por supuesto, yo que sabía aún menos que él, le hice caso en todo y me llevé de viaje todas las vacunas del mercado. La que peor me sentó fue la de la fiebre amarilla, tan importante según él para entrar en cualquier país del Tercer Mundo y que jamás me pidieron en ninguna frontera. Me sentó tan mal que estuve una semana con nauseas y diarreas.

El doctor en cuestión me recetó una pila de Malarone que después tiré a la basura cuando me dijeron en Sudáfrica que ni se me ocurriera tomarme eso si no quería coger de verdad la malaria. Según los sudafricanos, el Malarone es un profiláctico para evitar la malaria pero no garantiza al cien por cien la inmunidad, por lo que si contraes malaria no te vas a enterar de que la tienes hasta que es demasiado tarde porque oculta los síntomas, algo no muy recomendable cuando una pedalea durante meses por zonas muy remotas y aisladas sin saber cuáles son los síntomas porque nunca la he contraído y donde las posibilidades de encontrar asistencia médica son mínimas.

Puede que sea factible para viajes cortos, pero no para largos periplos. Además, los efectos secundarios son nefastos para el ciclista;, esto es, dolor de cabeza, náuseas, vómitos, diarrea, dolor abdominal, anemia, insomnio… y doy fe de ello porque en una ocasión, varios años antes, tuve que tomármelas para ir a Ghana. Así que me deshice de ellas en cuanto pude y di la bienvenida a la malaria de manera natural en tres ocasiones cuando rodaba por Malawi. Mejor aceptarla y frenarla a tiempo que cogerla sin saberlo y que te fulmine.

Debido a mi reducido presupuesto, la única cámara que llevé fue una Gopro Hero 3+ con la que grabé prácticamente todo el viaje, sobre todo la segunda parte. Tengo que reconocer que al principio no tenía ni idea de fotografía ni de grabación y no hice un gran trabajo y la verdad es que me arrepiento de ello. También me arrepiento de no haber invertido más en equipos fotográficos y de no haber captado mejor la primera parte del viaje en África, India, Asia e Indonesia. A la ignorancia hay que sumar la falta de confianza en mí misma y el que pedaleaba sola en países que no son muy seguros, o al menos eso creía yo, y me aterrorizaba el hecho de sacar la cámara en escenarios tan pobres y darle motivos a la gente para asaltarme.

Otro de los escollos son las creencias religiosas. En los países con predominio musulmán, es decir, la gran mayoría de aquellos que recorrí en África, tenía muchos problemas para hacerle fotos a la gente libremente y en más de una ocasión tuve que salir corriendo por tomarlas sin pedir permiso (era mejor arriesgarse que tener que negociar un precio que me pedían cada vez que quería hacer una foto).

Más tarde contaría con el apoyo de Marika Latsone, mi compañera de viaje desde México hasta el Canal Beagle. Marika es fotógrafa y diseñadora gráfica y portaba una Sony Alfa 6000, con grabación de vídeo en full HD, dos objetivos y una gran experiencia en la materia. Tengo que reconocer que si no fuera por ella, la documentación gráfica de este viaje sería una vergüenza, aunque a partir de Nueva Zelanda mis grabaciones con la GoPro mejoraron mucho, hasta el punto de ser muy buenas en algunos países a posteriori.

Como trípode llevaba un soporte tres en uno para GoPro del que no tengo sino elogios. Para mí es el mejor para viajar en bicicleta con esta cámara. Por su versatilidad, al poder usarlo como empuñadura de la cámara, brazo alargador o trípode. Usaba el brazo plegable para grabar planos subjetivos o tomas de seguimiento y me hacía buenos selfies durante todo el camino sin que el soporte apareciera en la foto. Separado del brazo, se convertía en una empuñadura para la cámara. Dentro del mango había un pequeño y ligero trípode que sacaba o utilizaba solo o combinado con el mango.

Cuando planifiqué el viaje busqué por internet los requisitos de aquellos países por los que tenía pensado pasar, para turistas extranjeros. La mayoría ofrecían Visa On Arrival a los de la Unión Europea, así que no tuve mayor problema para pasar de un país a otro. Solamente tuve que solicitar Visa con anterioridad en Arabia Saudí (que me denegaron por no ir acompañada de un hombre), India, Myanmar y Estados Unidos. Y menos mal, porque los visados en algunos casos tardan varios días, incluso semanas y sería una locura esperar tanto tiempo en un país para que te dejen entrar en el vecino. Y en un viaje de años no puedes tramitar todos los visados antes de salir de casa, tienes que hacerlo por el camino porque, lógicamente, expiran y en estos viajes nunca sabes cuándo vas a llegar a un sitio. Y a lo mejor tampoco quieres saberlo ni estar planificándolo todo porque lo que quieres es escapar precisamente de eso, de la ausencia de espontaneidad. Quieres fluir y dejarte llevar, visitar éste o aquel lugar sin un plan exhaustivo. Yo nunca cumplí con las fechas que me había marcado, ni siquiera con el tiempo total que preví que duraría la aventura, dos años, un tiempo que además de poco realista, hubiera significado un estrés insoportable.

Inicialmente el viaje comenzaría en México después de atravesar el Atlántico trabajando a bordo de un velero a las órdenes del capitán de nacionalidad mexicana Daniel Flores. Conocí a Daniel en el Muelle de Arguineguín, Gran Canaria, cuando tenía una lancha con la que pasaba mi tiempo libre haciendo una de mis grandes pasiones, la pesca submarina. Daniel llevaba meses reparando un velero destartalado que había comprado en subasta.

El mexicano, de unos sesenta años, era la mar de simpático, pero también era muy poco formal. Una vez arreglado el velero planificamos la salida y juntos conseguimos reunir a una tripulación de jóvenes titiriteros y equilibristas que sobreviven cada año como pueden en los semáforos de la isla mostrando sus habilidades a los hastiados conductores que aguardan la luz verde. Todos los años cuando se acerca septiembre, mes en el que comienzan las grandes calmas en el Atlántico norte, decenas de jóvenes aventureros buscan desesperadamente barco para cruzar el océano y llegar a Sudamérica a cambio de sus servicios a bordo.

Pero en Enero Daniel insistía en seguir dando largas y excusas y el caso es que la temporada de las calmas se iba acabando y nos arriesgábamos a cruzar el océano y que nos sorprendiera un temporal o un huracán. Así que cuando llegó febrero y Daniel seguía reparando el barco a marchas forzadas y diciéndonos a todos que salíamos la semana siguiente, como siempre desde hacía meses, desistí del viaje en velero y tomé la decisión de comenzar el periplo en África y darle la vuelta al mundo por el otro lado, aunque tuviera que comenzar por el continente más desafiante, enigmático y peligroso para mí y para muchos. La idea inicial era pedalear todo el este de África hasta Arabia Saudí y llegar al mar cruzando Omán, desde donde cogería un barco hasta La India. Esto, como todo, era el plan. Como siempre, los planes se irían modificando por el camino dependiendo de las circunstancias políticas de cada país y del devenir diario.

Así que compré por internet un billete de avión a Johannesburgo para el 4 de marzo de 2014 desde Las Palmas de Gran Canaria, vía Madrid, en la compañía Qatar Airways. Un viaje que duró 26 horas y gracias al cual experimenté lo que era viajar en una buena compañía aérea, pues hasta entonces mi experiencia en aviones se había limitado a las compañías low cost.

Evité contarle la verdad a mi familia porque el apoyo no había sido su fuerte y yo lo que necesitaba en ese momento era motivación, que por otro lado tampoco había conseguido por parte de mis amistades. Incluso llegó un momento en que renuncié a buscar más patrocinio en las islas para no tener que enfrentarme al rechazo y desmoralizarme más. Prefería continuar la búsqueda en plena marcha porque sería también más fácil captar la atención de las empresas una vez en camino, dada la escasa confianza que me habían demostrado en la fase cero. Pero tampoco esto resultó, aunque encontré otras formas de financiar mi viaje.

De todo esto aprendí que uno debe seguir su propio camino pese a las adversidades y que la familia, por mucho que sea el pilar de nuestra vida, no tiene por qué decidir sobre ellas. Que uno no puede vivir para contentar a los demás y para cumplir sus expectativas. Creo que debemos ser nosotros mismos y no esperar a que todo el mundo nos acepte porque si no, morimos siendo rechazados. Yo sabía que se iban a oponer a que persiguiera mis sueños y preferí mentir piadosamente y decir que me iba a trabajar a Sudáfrica, cosa que les extrañó cuando me vieron empaquetar la bicicleta en los momentos previos al viaje.

Llega un momento en nuestra vida en que debemos elegir lo mejor para nosotros, no para nuestros padres ni para nuestro círculo de amistades, aquello que nos hace felices y que queremos ser. A mí me costó mucho llegar a esta conclusión y arriesgarme a perderlo todo, incluso el cariño de los míos, pero una no puede vivir sometida a las convenciones sociales porque si no te vas muriendo poco a poco.

Sólo tú sabes lo que es mejor para ti, ni la familia ni los amigos te conocen mejor que tú mismo y eres la única persona que puede decidir sobre tu futuro. Muy pocos se atreven a existir según su propia visión de las cosas, rechazando aquellos roles impuestos por la sociedad, y para los que no han nacido, en detrimento de sus pasiones y talentos. A veces, mostrarte conforme con todo y dejarte llevar es más cómodo que enfrentarte a la desaprobación de los demás.

Pero después de haber dado el paso de nadar contra corriente para atrapar mi sueño, puedo decir que hacer lo que todos hacen es lo más difícil y que lo más fácil es hacer lo que nadie hace. Más tarde o temprano la familia y los amigos acabarán por aceptar tus decisiones e incluso por apoyarte y aceptarte tal como eres.

Si rodearse de personas positivas es vital para la consecución de cualquier sueño, alimentar el cerebro con elementos que nos motiven también es importante. Lo ideal es contar con ambos, pero a falta del elemento humano me dediqué durante varios meses a devorar toda la literatura que existía sobre mujeres que habían viajado en solitario en bicicleta o que hubieran realizado grandes proezas en solitario. Así que compré libros en inglés en Amazon (porque apenas había nada en español) Rosie Swale Pope, primera mujer en dar la vuelta al mundo corriendo, Dervla Murphy, irlandesa pionera 40 años viajando por el mundo con infinidad de libros, Heather Andersen y su viaje por África, la sudafricana Leina Neimand, Lucy Irvine y su supervivencia en una isla desierta…

El cine también hizo maravillas. Una buena dosis de películas te puede lavar el cerebro en el buen sentido y motivarte a hacer todo lo que te propongas. Me tragué literalmente unos cien títulos motivadores y de superación personal desde que comencé a generar mi propio impulso para llevarme a la acción. Algunos de ellos fueron En Busca de la Felicidad, el Indomable Will Hunting, Forrest Gump, El Club de los Poetas Muertos, El Discurso del Rey, La Vida es Bella, Billy Elliot, Steve Jobs, Cadena Perpetua, Million Dollar Baby, Náufrago,…

Al entrenamiento emocional acompañé una buena dosis de entrenamiento físico en los meses previos a la salida, sobre todo para probar mis límites habiendo salido con éxito de una operación quirúrgica de cierta envergadura. A pesar de mis esfuerzos no me notaba físicamente tan en forma como antes de la intervención y todo me costaba el doble. Normal, teniendo en cuenta que una operación quirúrgica obliga al cuerpo a afrontar una serie de retos más o menos traumáticos. Entre ellos no sólo están los propiamente quirúrgicos sino también la anestesia y la cantidad inducida en el cuerpo y la edad del paciente, ya que no es lo mismo superar una anestesia general a los veinte que a los casi 40.

No en vano ahora considero que, en condiciones físicas normales, no es necesario estar muy preparado para afrontar un reto similar, sino que más bien uno tiene que mentalizarse y adquirir una buena dosis de experiencia pedaleando en la carretera, sobre todo junto a camiones y vehículos pesados para testar sus límites mentales, al igual que durmiendo varios días en una tienda de campaña y cocinando en un hornillo. Aunque estas también son habilidades que podemos adquirir por el camino, es mejor saber de antemano si podemos aguantar una vida privada de incomodidades durante más de 2 semanas. Pero volviendo a lo físico, para mí la propia carretera es el entrenamiento que necesitas. Un viaje en bici puede ser una aventura que comience con diez kilómetros al día y el día menos pensado acabamos haciendo 120 por jornada. Los límites los pones tú.

Otra cosa es que vayamos en grupo y debamos ajustarnos a la resistencia física media de los compañeros, para lo que sí recomiendo que los integrantes sincronicen sus fuerzas para evitar el aburrimiento de unos y la desesperación y el estrés de otros. Este es uno de los principales motivos por los que viajar en grupo no es nada fácil.